Santo Tomás, Apóstol
Para el día de hoy (03/07/20):
Evangelio según San Juan 20, 24-29
La reacción de Tomás, llamado el Mellizo, es similar a la de los otros apóstoles luego de los hechos de la Pasión.
Eran hombres temerosos y derrotados, aferrados a una historia de tres años de vida diaria compartida que se ha visto derribada con odios, talada con violencia poco gloriosa a sus esquemas viejos. Sin embargo, en la escena que nos brinda la Palabra en el día de hoy, hay entre Tomás y los discípulos un abismo: ellos han experimentado al Cristo vivo, Resucitado y sus existencias están en éxodo de Salvación.
Tomás sigue aferrado al Maestro que con ellos trajinaba los caminos y los corazones de las gentes. Él se aferra a lo pasado, y por eso quiere ver las heridas de las manos, el lanzazo en el costado.
Pero nada volverá a ser lo mismo.
En realidad, Tomás no duda tanto del Maestro como del testimonio de sus compañeros. Ese escepticismo es crucial: la fé no fructifica fuera de la comunidad apostólica, de la familia creyente que dá testimonio del Resucitado.
Sin embargo, hay en Dídimo -el Mellizo- ansias de Cristo, hambre de fé, hambre de verdad.
Así, no hay castigo sino una oportunidad nueva, un recibirle de nuevo, una vida que se re-crea por ese Cristo que invita a tocar sus heridas no como marcas de la historia signo como signos sagrados del amor de Dios.
La expresión de Tomás, ¡Señor mío y Dios mío! no puede ser más afectuosa y contundente. En verdad, estremece, pues su expresión es la profunda experiencia del encuentro definitivo con el Resucitado, el gozo inefable del creyente que sabe que su fé es ante todo don y misterio de un Dios que nos ama sin medidas y siempre nos está esperando y buscando.
Paz y Bien
Eran hombres temerosos y derrotados, aferrados a una historia de tres años de vida diaria compartida que se ha visto derribada con odios, talada con violencia poco gloriosa a sus esquemas viejos. Sin embargo, en la escena que nos brinda la Palabra en el día de hoy, hay entre Tomás y los discípulos un abismo: ellos han experimentado al Cristo vivo, Resucitado y sus existencias están en éxodo de Salvación.
Tomás sigue aferrado al Maestro que con ellos trajinaba los caminos y los corazones de las gentes. Él se aferra a lo pasado, y por eso quiere ver las heridas de las manos, el lanzazo en el costado.
Pero nada volverá a ser lo mismo.
En realidad, Tomás no duda tanto del Maestro como del testimonio de sus compañeros. Ese escepticismo es crucial: la fé no fructifica fuera de la comunidad apostólica, de la familia creyente que dá testimonio del Resucitado.
Sin embargo, hay en Dídimo -el Mellizo- ansias de Cristo, hambre de fé, hambre de verdad.
Así, no hay castigo sino una oportunidad nueva, un recibirle de nuevo, una vida que se re-crea por ese Cristo que invita a tocar sus heridas no como marcas de la historia signo como signos sagrados del amor de Dios.
La expresión de Tomás, ¡Señor mío y Dios mío! no puede ser más afectuosa y contundente. En verdad, estremece, pues su expresión es la profunda experiencia del encuentro definitivo con el Resucitado, el gozo inefable del creyente que sabe que su fé es ante todo don y misterio de un Dios que nos ama sin medidas y siempre nos está esperando y buscando.
Paz y Bien
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