Santiago Apóstol, patrono de España
Para el día de hoy (25/07/20):
Evangelio según San Mateo 20, 20-28
El pedido de la madre de los hijos de Zebedeo no escapa a la lógica de los demas discípulos, y de una gran mayoría de cristianos a través de los tiempos, y es el suponer que, a través de Cristo, se accede a posiciones de prestigio, de poder, de privilegios de carácter mundano. Ello implica no entender que ese Cristo es un Mesías extraño, un Dios que no cuadra con los moldes y esquemas que solemos preestablecer.
Aún así, es menester rescatar otros detalles, quizás imperceptibles frente a un error tan grosero.
Por un lado, la mentalidad de considerar a la mujer varios escalones por debajo del varón: son los hijos de Zebedeo antes que de ella misma para la sociedad. Ello no resuelve una cuestión de género, sino más bien una raigal cuestión filial y fraterna, de hijas e hijos iguales por el amor del Padre.
Por otro lado, y a pesar de todo, hay una confianza incipiente que debe madurar, y se advierte en el fervor del pedido, en ponerse a los pies del Maestro. Ése, quizás, sea el indicio de un nuevo comienzo para nuestra religiosidad, una fé de rodillas, confiada, humilde, que no tenga miedo en la súplica y que no olvida jamás la gratitud.
Sorprendentemente, no hay invectivas ni recriminación para esa mujer. Es una madre que suplica por el bien de sus hijos, hay un amor que se desvía pero que es amor al fin.
Los otros discípulos se indignan, pero su enojo no responde al pedido de la mujer, sino a que alguien se les adelantó, y a cierto grado de envidia: ellos pensaban igual, en un Reino impuesto por la fuerza, glorioso, en el que ellos serían gobernantes privilegiados de Israel.
Santiago -Jacobo- y Juan, ambos de bravos caracteres, se apresuran en afirmar su disposición a beber el mismo cáliz del Señor. Compartir el pan y beber el vino con alguien significaba correr su misma suerte, compartir la vida misma. Pero no escapan de la lógica del mundo.
Más el Reino de Cristo no es de este mundo.
Beber su cáliz es atreverse a ser crucificado, a dar la vida por otros, a asumirse como un abyecto y marginado criminal -el último de los últimos- para que no haya más crucificados. Si ello pudiera simbólicamente graficarse, significa hacerse último desde la caridad para que, precisamente, quien esté en la periferia absoluta y baldía dé un paso adelante hacia la vida, hacia la humanidad plena.
Y en el tiempo de la Gracia y la misericordia, el verdadero privilegio es el servicio, la feliz negación de uno mismo para el bien de los demás, para mayor gloria de Dios, haciéndose bendición desde el Espíritu que nos anima.
Ése es el privilegio de Santiago y de Juan, ése es el distintivo primordial de la comunidad cristiana, la vida propia ofrecida incondicionalmente, desde la generosidad, desde el mismo Dios que es amor.
Que el Apóstol Santiago, santo hermano nuestro, ruegue por España, por todo el pueblo español, por toda la Iglesia.
Paz y Bien
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