Para el día de hoy (30/07/20)
Evangelio según San Mateo 13, 47-53
Seguramente, muchos de los oyentes de Jesús de Nazareth en aquella ocasión de su enseñanza -que hoy nos presenta y ofrece la liturgia- asentían en silencio confiado, pues varios de ellos eran pescadores de oficio en el Mar de Galilea, aguas que brindaban sustento a ellos y a sus familias y que a su vez imprimían una dinámica económica importante a toda la zona.
Es que ellos sabían bien de qué se trataba la cuestión: estaban habituados -y la experiencia vital y cotidiana es de los mejores aprendizajes- a navegar en paralelo dos barcas que, entre sí, arrastraran una red que barría las profundidades y que recogía toda clase de peces, máxime la variada fauna ictícola que por aquel entonces bullía en esas aguas. Y ellos conocían bien que había que esforzarse en recoger todos los peces que les fuera posible: sólo al final del día, concluida la pesca, se realizaba una clasificación de los peces entre los que son comestibles, alimento y aquellos que no, que de nada sirven, que devienen inútiles.
La clave está en la red: esa red es bien amplia, amplísima, de tal modo que a ningún pez discrimina según su apariencia, su tamaño o su presunta utilidad. La red no iguala hacia abajo, pues en ella hay peces variopintos, a menudo muy distintos, pero todos ellos peces al fin. Todos y cada uno, del más pequeño al más grande cuentan, y recién al final, cuando sea el tiempo de la colecta, de la cosecha, al fin del día, de los tiempos, será el tiempo en que quedarán los peces que en verdad valen la pena que permanezcan.
Nuestro destino y vocación es como el de esos pescadores, pero pescadores de hombres. Se trata de mantener a todos los peces posibles con vida, en redes de inclusión que a nadie discriminen ni excluyan aún cuando todo indique lo contrario. Son redes católicas en el sentido literal y espiritual del término, es decir, redes universales de vida que se amplían y agrandan hasta límites asombrosos sin jamás romperse.
Pero es imperativo que ningún pez quede fuera.
A estas vasijas de barro que somos se les ha confiado un tesoro infinito, la Gracia de Dios, luz de los tiempos que revela en toda la historia el paso salvador de Dios por toda existencia.
Paz y Bien
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