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Nochebuena: Dios en pañales, Dios frágil como un Niño, Dios que asume nuestras debilidades














Vigilia de Navidad - Misa del Gallo

Para el día de hoy (24/12/19)  

Evangelio según San Lucas 2, 1-14









Esta es la noche, la noche primordial, la noche definitiva pues todo se inicia, y todo puede recomenzar.

Noche extraña. 

El trasfondo es un pequeño poblado judío llamado Belén, cuyo nombre -Beth Lehem- significa literalmente casa del pan. 
Como a veces hacen los poderosos, hay un censo obligatorio para contar cuantos se subordinan al emperador, cuantos son los obligados al pago de los tributos, cuantas legiones harán falta para mantener el orden. 
Un joven matrimonio de Nazareth -él carpintero y artesano, ella casi niña y campesina- casi no cuentan en ese censo puntilloso. Son galileos, es decir, son de la periferia, y son muy pobres. El acento los identifica, y quizás en parte por ello no hay lugar para ellos en la posada del lugar, a pesar de que los apuros de un parto inminente requieren urgencia u atención -es preciso no estar nunca en los huesos de ese posadero, jamás-.

Finalmente, esa muchachita nazarena dá a luz en un refugio de animales, y acuesta al Bebé en el pesebre.
La expresión no puede ser más certera: Ella dá a luz. Ella dá luz.

Con el cielo por cobija, en la zona había unos pastores cuidando sus rebaños. No tienen buena fama: por la tarea que realizan, se vuelven impuros rituales para los rigores religiosos imperantes. Pero además, habitualmente se los mira con mirada torcida, vindicados como amigos de lo ajeno. 
Quizás su pobreza y su marginalidad los vuelve partícipes imprescindibles de esa noche: el Dios que se manifiesta es un Dios parcial, que se inclina cordialmente hacia los pequeños, hacia los que no cuentan, hacia los descartados.

Un Mensajero, voz y presencia de Dios, les trae una noticia asombrosa. Los ángeles siempre portan buenas noticias. Y el notición es que ha nacido un Salvador, el Mesías esperado, una enorme alegría para todo el pueblo, y no sólo para ellos.

La señal es exacta, y se trata de un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.

Dios en pañales, Dios frágil como un Niño, Dios que asume nuestras debilidades y miserias para que todo el pueblo ascienda a la vida plena, a la divina.

Un Niño que expresa la Gloria de Dios, Niño de la paz, Niño de esperanzas y luces para los que no pueden más, para los caídos a la vera de todos los caminos, para los que languidecen en soledad, para los doblegados de miseria y abandono, para los que creen sin resignaciones, para los que se mantienen fieles, con todo y a pesar de todo.

Un gallo muy distinto al de la Pasión nos convoca al alba, gallito de la fidelidad y las sonrisas que se contagian. En esta noche se disipan las sombras. El Pesebre, más que un refugio, es una amable invitación plena de ternura para todas las mujeres y todos los hombres de buena voluntad, para edificar la vida misma desde los mismos comienzos, de parte de un Dios que nunca nos olvida ni nos deja librados a nuestra suerte.

Dios es nuestra suerte y nuestro destino, nuestro Dios en pañales, comienzo compartido de Dios y el hombre, tiempo santo de magnífica urdimbre entre la eternidad y el tiempo.

Muy Feliz Navidad.

Paz y Bien

Cada niño es una bendición, un regalo de Dios, un milagro asombroso
















Para el día de hoy (23/12/19): 

Evangelio según San Lucas 1, 57-66






El Evangelista Lucas, con la maestría literaria a la que nos tiene acostumbrados, nos vuelve a situar en las montañas de Judea, en casa de Zacarías e Isabel: ciertas tradiciones antiguas vindican el sitio como Ain Karem, a unos siete kilómetros de Jerusalem. 
Se trata de un pequeño poblado, casi una aldea; en la estructura social de la época, sin dudas tenía su gravitación la tribu, su conceoción gregaria que confería identidad, de tal modo que se conoce más a las personas por su lugar de origen que por el apellido o patronímico -el primer ejemplo es Jesús de Nazareth-. Pero también, como podemos encontrar en algunos de nuestros pueblitos más pequeños, la cercanía de los vecinos implica una familiaridad vital, de la vida compartida con todos sus vaivenes.

Zacarías e Isabel estaban entrados en años. No habían podido tener hijos, y esa esterilidad, además de significar que el árbol familiar moría con ellos, implicaba además una desgracia, una maldición punitiva causada por pecados cometidos, por ellos o por sus padres. En el polo opuesto, todo hijo es una bendición.

No hay imposibles para Dios.

La que era casi abuela sin hijos ni nietos está con una panza que provoca estupor. Será madre, y madre primeriza a sus años. Llegado el tiempo del parto, se desata una serena alegría entre el pueblo: los vecinos festejan la gran misericordia que Dios ha tenido para con ese matrimonio piadoso, transformando la maldición en una asombrosa bendición, un regalo infinito. Ese hijo es un poco hijo de todos esos paisanos judíos de las montañas de Judea, porque en ese niño de maravillas también se reafirma su vocación por la vida.
Con cierto celo afable y amistoso, se arrogan alegremente ciertos derechos sobre el niño. Como decíamos, es un poco hijo de todos ellos. Por ello quieren terciar en el nombre que ha de llevar, debe llamarse Zacarías como el papá, deben seguirse las tradiciones, qué es eso de andar cambiando costumbres.
Pero Isabel no ceja en una tenacidad propia del amor materno y del Espíritu que la anima: el niño ha de llamarse Juan, que significa Dios es misericordia.

El padre, Zacarías, ratifica la decisión de la esposa, y recupera el habla que había perdido a comienzos del embarazo. Ha pasado su tiempo de silencio, y vuelve a hablar porque se ha reencontrado con la Palabra.

Esos vecinos no se enojan, claro que no. Importa el niño, que haya salido todo bien, que la mamá esté bien, imaginar juntos un futuro manso y venturoso. Sin embargo, hay cosas que no cuadran con este niño: ellos intuyen que hay algo más que un simple nacimiento. La mano de Dios está con él, y por eso se preguntan sin rechazos, que llegará a ser ese bebé que es bendición y asombro en sus ojos campesinos.

Ese niño abrirá caminos para Aquél que será, Él mismo, camino, verdad y vida.

Cada niño es una bendición, un regalo de Dios. Por el Dios que se hace niño, todos los niños son sagrados, y no deberían ser motivo de especulaciones, sino de gratitud por la vida que se renueva en cada vida que se nos regala.

Nosotros celebramos el nacimiento del Precursor, niño santo que anticipa la inminencia de otro Niño Santo, Dios con nosotros, que será todo en todos.

Paz y Bien

José de Nazareth: la certeza que para Dios no hay imposibles














4° Domingo de Adviento

Para el día de hoy (21/12/19):  

Evangelio según San Mateo 1, 18-24










Durante mucho tiempo, desde la reflexión teológica y desde la catequesis, se nos ha hablado acerca de las angustias de José de Nazareth que nos hace presente la lectura de hoy desde una perspectiva legalista, es decir, desde la óptica del cumplimiento de la Ley, para allí inferir los fundamentos de su decisión de repudiar a María en secreto.
Quizás ello actúe en desmedro de la importantísima y enorme figura del carpintero belenita como hombre de una fé frutal, hombre justo porque su voluntad -todo su ser- se ajusta a la voluntad de Dios.

Hay algo que solemos pasar por alto, como si no fuera posible en el ámbito de la Sagrada Familia, y es que María y José de Nazareth estuvieran profundamente enamorados, y que como tales no pudieran esperar el encontarse y compartirlo todo, aún cuando no fuera el tiempo de la convivencia marital.
Por eso mismo las dudas: al enterarse del embarazo milagroso de la mujer que amaba, un niño que vendría producto de la intervención divina, José de Nazareth vacila y teme, pero no por su esposa. José duda de sí mismo, se descubre menor, mínimo, indigno de estar junto a esa mujer bendita a la que le crece una vida nueva en su seno a puro amor de Dios. La santidad y el amor que le profesa a María lo hacen buscar una salida, una fuga silenciosa y sin escándalos, porque él no puede estar allí.
Humildad es raíz de justicia.

José de Nazareth se adormece. Es el cansancio del cuerpo demolido luego de una dura jornada de trabajo, en donde procuró el sustento familiar, en donde se acrecentó su dignidad desde la integridad, la honradez y el esfuerzo. Pero ese adormecerse es también símbolo de todos aquellos que no se rinden, que no se resignan, que frente a un cerco de sombras presentes no dejan de imaginar, esperanzados, un futuro diferente. Porque Dios acompaña con buenas noticias a todos los soñadores.

Un Mensajero -voz y presencia sagradas- le ordena las ideas, le clarifica las angustias, lo pone en marcha hacia su misión que es un destino que deberá edificar con la ayuda de Dios.
Su tarea no es menor: al convertirse en padre legal -no padre adoptivo- del Niño que habrá de nacer, José de Nazareth posibilitará que el Bebé Santo tenga historia y familia, que no sea un bastardo sin arraigos, que en el árbol frondoso de Israel puedan seguirse sus raíces hasta David y Abraham.

Más aún: será José quien le ponga un nombre al Niño. Un nombre es mucho más que un capricho o una moda pasajera: un nombre revela carácter y destino, y el Niño se llamará Jesús -Yehoshua-, que significa Dios Salva, porque ese Niño salvará a su pueblo de todos los pecados.

Magnífico padre,y padre con todas las letras José de Nazareth. Seguramente el Niño que ya hombre se convertirá en Maestro, te llamaba de pequeño abbá, y desde tu silente y frondosa figura reveló a las naciones el rostro amable de un Dios que es Padre. Y a tu Dios le llamabas con ternura y confianza hijito.

La Anunciación de San José es llamada para aclararnos las cosas a cada uno de nosotros. Para Dios no hay imposibles, pero es tiempo de la Gracia, del milagro eterno de la Encarnación, Dios con nosotros, tiempo santo de Dios y el hombre. Y ese Dios nos busca, pequeño y frágil, para hacerse tiempo, historia, un Hijo amado que duerma en nuestros brazos, que crezca ante nuestros ojos, que se haga Salvación para todas las gentes.

Paz y Bien

María de Nazareth, arca de la Nueva Alianza















Para el día de hoy (21/12/19):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-45









Siempre es necesario animarse a ir más allá de la pura letra e internarse mar adentro de lo simbólico, de la trascendencia que nos ofrece la Palabra, ventanas al infinito.

Los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas tienen profundas reminiscencias veterotestamentarias, y es menester no pasar por alto esas señales.

En los tiempos antiguos, el rey David desplaza por Judá el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas de la Ley -señal inequívoca de la alianza de Dios con su pueblo-. Quiere llevarla a Jerusalem para hacer sagrada la Ciudad y para reafirmar su corona. En ese viaje, ha de pasar primero por la casa de Obededón, quien vive en el cerro.

María parte presurosa de Nazareth -en los llanos galileos- hacia la región montañosa de Judá, donde según la tradición se ubica la casa familiar de Zacarías e Isabel, en Ain Karem.

David se estremece frente a ese Arca que tanto representa para su pueblo y sobre la que él descubre la presencia de lo sagrado. Isabel también se conturba frente a la presencia de la joven muchachita nazarena, pues se sabe frente al Señor que palpita en el reciente embarazo de la joven galilea.

Frente al Arca, David salta y danza alegre, en alabanza al Dios que permanece fiel a la promesa. Frente a María de Nazareth, el hijo de Isabel -Juan- salta de gozo en su seno, frente a la presencia de su Dios que se crece en María de Nazareth.

En casa de Obededón el Arca permanece tres meses, derramando bendiciones a toda la familia. En casa de Isabel, María de Nazareth permanece, también, tres meses hasta que se cumplan los tiempos del nacimiento, de la nueva vida que bendice asombrosamente la esterilidad y la ancianidad de los dos venerables esposos.

María de Nazareth, madre y hermana, amiga y discípula fiel, la más feliz por haber creído en las promesas, ha recorrido un peregrinar de amor que sólo pueden encarar aquellos que calzan sandalias de humildad.
Ella es el Arca de la Nueva Alianza, porque lleva en sí a ese Dios que se hace Palabra para que el mundo recupere el habla, para que el mundo se salve, señal definitiva de un Dios que paga al contado lo que ha prometido, signo de una fidelidad sin mella, fidelidad cordial que se hace alegría, presencia, compañía perpetua en el tiempo santo de Dios y el hombre.

Nosotros también portamos en nuestros corazones y en nuestras procesiones a María de Nazareth, porque Ella nos conduce a la liberación que trae su Hijo, porque Ella abre todas las aguas cerradas, porque el camino de la Gracia es el camino del nuevo tiempo, de Dios con nosotros.

Paz y Bien 

El saludo cordial de un Dios que se hace pariente
















Para el día de hoy (20/12/19) 

Evangelio según San Lucas 1, 26-38








En ciertos afanes teológicos -sin duda, muy eruditos-se suele dejar de lado el aspecto intensamente humano de la Anunciación a María de Nazareth. Ello quizás se deba a sus intrincadas vías de ortodoxia y exactitud, que a fuer de rigor suelen devenir en deslumbrantes abstracciones. O también, a que desde hace bastante tiempo muchas teologías han dejado su postura fundamental que es la piedad, porque la teología más veraz y fiel es la teología de rodillas, con el corazón hincado ante el infinito de Dios.

En estas escasas líneas -escasas especialmente por las limitaciones flagrantes de quien escribe- sólo se trata de contemplar la mirada de María de Nazareth.

En la borrosa frontera de su tiempo, es una niña, una adolescente ante quien el mundo recién se descubre demasiado grande y tan violento. Los juegos que solía jugar no están tan lejos, pero a su vez, los mandatos de su cultura dicen que su cuerpo ha entrado en la etapa de la capacidad de concebir, y por ello no debe perderse tiempo. A la muchachita la disponen a ser útil a su pueblo como madre, y por ello la prometen en matrimonio, y con toda probabilidad no requirieron su opinión ni indagaron en sus sentimientos a la hora de decidir entregarla a un varón. 

Esta niña no es originaria de la deslumbrante Jerusalem, con ese Templo tan grande, ni tampoco de las ciudades importantes de Judea. Ella es una flor silvestre de una aldea galilea, un caserío que se pierde en los mapas: por ese origen y por mujer, es casi invisible. Las voces de los sabihondos indican que de esos parajes nada bueno puede venir.

Ella es tan pequeña e invisible que nadie la tiene en cuenta, más estando al borde exterior de la periferia sin destino.

Pero esa muchacha es, ante todo, humilde. Si la humildad es la justa medida de todas las cosas, esa muchacha se sabe tan pequeña como un grano de la arena que es tan abundante por esos rincones palestinos. Y en su humildad, no ha perdido una feliz capacidad de asombrarse, con sus ojos grandes, frente a todos los misterios que superan su razón.

Allí, en medio de la nada, en su pequeñez sin adornos y en su demoledora juventud, ella sabe que de su Dios sólo pueden venir cosas buenas.
Que su Dios se inclina con flagrante y amorosa parcialidad hacia los pequeños y los humildes.
Que su Dios cumple siempre las promesas que realiza, sin excusas ni dilaciones.
Que su Dios escapa de las estanterías esquivas en que pretenden ubicarlo los soberbios.
Que su Dios es esperanza para los pobres.
Que su Dios derriba a los poderosos, y que cuando se hace presente es motivo de fiesta y no de miedo pavoroso.

El amor tiene dos aspectos fundamentales. Uno, que es el salir totalmente de uno mismo dándose en el otro, celebrando la existencia en el nosotros, una vida nueva que es mucho más que una adición simple de individualidades. El otro, la reciprocidad absoluta. Nos descubrimos plenamente vivos cuando nos sabemos amados, y por ello también amamos.

El Dios de María de Nazareth la ama profundamente, y ella ama a su Dios. 
Un amor tan grande como la misma eternidad de ese Dios, que confía en su Amada los destinos de la humanidad toda. 
El Dios del Universo que mira a la creación por la que se desvive con la misma mirada de María.

Por los mandatos de una biología que tiene mucho de sagrada, los ojos del rabbí nazareno serán iguales a los de la Virgen.

Y en la mirada de María de Nazareth, en su confianza sin límites, en su humildad de hija, de mujer y de madre, adivinamos una Salvación que está muy cerca, tan cerca que el Salvador será un hermano, un pariente, un vecino, un amigo, Dios con nosotros.

Paz y Bien

Zacarías: a veces hay que guardar silencio y esperar que las cosas maduren














Para el día de hoy (19/12/19):  

Evangelio según San Lucas 1, 5-25









En los Evangelios suele haber ciertos signos, no tan evidentes, a los que es menester prestarle atención para contemplar toda la riqueza de la Palabra: así, cuando los Evangelistas abundan en detalles precisos, están marcando la relevancia de lo que comunican y una carga simbólica que se revelará decisiva.

El marco de referencia parece ser el gobierno de Herodes: recordemos que era un rey de origen griego -repudiado por muchos de sus súbditos- y cuya corona dependía por entero del respaldo de la potencia imperial romana que ocupaba Palestina y la sometía a un vasallaje sin límites. En ese entorno opresivo, las esperanzas de redención del pueblo se magnifican pero también se confunden en ilusiones y construcciones parciales.
Zacarías pertenece a la clase sacerdotal de Abías, e Isabel es descendiente de Aarón, por lo cual el niño que nacerá, Juan, tendrá todos los derechos y el carácter de sacerdote de Dios según Moisés. Será puente / pontífice entre Dios y los hombres, y señal de auxilio de Dios para su pueblo.

En el Templo de Jerusalem, en donde Zacarías prestaba servicio, había dos altares, el del incienso y el de los holocaustos. Ante el Santuario y en ese altar, Zacarías quema incienso, señal de que nos encontramos frente a lo sagrado, en presencia de Dios, de un Dios al que se le rinde culto en espíritu y en verdad. Misericordia quiero, que no sacrificios.

Zacarías e Isabel son justos y viven según la Ley: según los criterios bíblicos, justo es aquel que ajusta su voluntad a la de Dios. Ambos son de avanzada edad pero no han podido tener hijos, porque Isabel era estéril, símbolo del resto del antiguo pueblo que permanece fiel pero que ya no puede dar frutos, porque nadie dá frutos por sí mismo.
En aquellos tiempos en que la enfermedad solía asociarse al pecado como consecuencia de éste, la esterilidad era, en el mejor de los casos, deshonrosa, ignominiosa. Isabel y Zacarías eran justos, pero esa esterilidad los humilla frente a los demás, y expresa que la estirpe de Zacarías desaparecerá tras su muerte cercana, y que Israel se achicará porque no habrá renuevos jóvenes.

El pueblo aguarda en oración mientras el sacerdote ofrece el incienso. Pueblo que reza, pueblo que no abdica nunca de sus esperanzas. En el ámbito sagrado del Templo, un Mensajero le lleva a Zacarías una noticia asombrosa: a pesar de ser casi un abuelo, a pesar de que todo diga que nó, finalmente serán junto con Isabel padres de un hijo maravilloso. Ese hijo será grande, restaurará las familias y preparará los caminos a Aquél que todos esperan. Ese hijo será pleno en el Espíritu de Dios. Ese hijo se llamará Juan, que significa Dios es misericordia.

Acaso porque está atado a los dictámenes de la razón, tal vez porque sus horizontes sean tan estrechos como el tiempo que le quede por vivir, por esas causas la fé de Zacarías vacila. Y con la vacilación, llega el enmudecimiento.

Como en una sinfonía con hermosos contrapuntos, la abuela Isabel se contrasta frente a la jovencísima María de Nazareth. Ella sale presurosa, mientras que su parienta se oculta varios meses, tal vez con ciertos pruritos moralistas -una abuela embarazada!-. El sacerdote calla, y la muchacha del campo canta jubilosa la grandeza de su Dios.

Siempre Dios, el Dios de Jesús y María de Nazareth, tiene buenas noticias para nosotros que nos llegan a través de sus mensajeros y de los profetas. A veces, doblegados por las durezas cotidianas, esas noticias no nos parecen tan buenas ni tan nuevas.

Como Zacarías, a veces es necesario guardar silencio, aguardando que las cosas maduren, que haya espacios en los corazones para la misericordia que nos llega. A veces es menester callar hasta que nos volvamos capaces de alabar y agradecer con palabras claras y desde la Palabra que está entre nosotros.

Paz y Bien

Dios prodigará salvación con la fiel participación de los hombres que esperan y confían















Para el día de hoy (18/12/19):  

Evangelio según San Mateo 1, 18-24








El Evangelio de Mateo tienen un carácter especialmente josiano, en contraste con el Evangelio de Lucas cuyo talante es preponderantemente mariano. Ello así porque San Mateo escribe, en primer lugar, para los cristianos provenientes del judaísmo, para quienes la ascendencia davídica del Mesías es esencial.

Por eso la lectura que hoy nos convoca debe ser reconocida, con toda exactitud, como la Anunciación de San José teniendo en cuenta la importancia decisiva que tendrá el carpintero de Nazareth en el plan de Salvación.

José es descendiente directo del rey David, y esa descendencia que le otorga José al niño que vendrá es fundamental: Jesús seerá también -según la antigua forma de expresarse- hijo de David y por ello legítimo heredero de la corona de Israel, tal como sería el Mesías prometido. Más aún, por el vínculo de José de Nazareth, en Jesús se cumplirán acabadamente todas las profecías de su pueblo.

La lectura tiene un planteo extraño, desacostumbrado pues nos refiere acerca de las dudas de José, pero sobre el embarazo santo de María no quedan dudas pendientes. Ella espera un bebé, y lo hace por obra del Espíritu Santo.
Por aquellos días, los esponsales judíos constaban de dos etapas: una, la celebración propiamente dicha que implicaba legalmente que un hombre y una mujer -según nuestros criterios actuales, una niña- estaban formalmente casados, y la otra, que luego de transcurrido un año de los esponsales el esposo conducía de manera solemne a la esposa al hogar familiar, inaugurando la convivencia y la consumación. Así pues el embarazo de María acontece, justamente, en ese lapso en el que los esposos aún no conviven.
Según los rígidos criterios imperantes en ese entonces, un embarazo que se gestara antes de la convivencia de manera casi indefectible conduciría a inferir adulterio, y la pena para ese pecado era capital, la lapidacón a las afueras de la ciudad. Pero hay más, siempre hay más.

San Mateo lo advierte: José de Nazareth era justo, y esa justicia implica a un varón que observa la Ley -o sea, que vive según su Dios-, pero más todavía, que ajusta su voluntad a la voluntad de Dios. Se trata de un tiempo nuevo, y en José hay una superación de la Ley que sólo sucede en el ámbito de la caridad y la compasión. Esa necesidad de un repudio silencioso responde, en parte, al amor a su esposa y a sus ansias de no provocarle un daño irreparable o una injuria pública.
Pero el hijo que se crece en María de Nazareth viene de Dios, y José está ante un misterio divino que lo excede y lo sobrepasa. Los justos actúan ai, sienten de esa manera, no soy digno de que entres en mi casa, quién soy yo para que me visites, apártate de mi que soy un pecador.

José duda, pero esas dudas no son por María, sino sobre sí mismo, y por ello quiere irse.

La voz de un Mensajero -voz misma de Dios- le aclara el horizonte durante el sueño. Nunca, jamás y por ningún motivo hay qye dejar de soñar.

Por José de Nazareth Jesús será descendiente de David y en Él encontrarán razón y ratificación todas las profecías. Por José de Nazareth Jesús tendrá una clara identidad como hijo de su pueblo y heredero de la fé de sus mayores, y nó un oscuro niño sin padre ni historia.
Nosotros tal vez hemos perdido la real dimensión, pero otorgarle el nombre a un hijo es importantísimo: un nombre revela carácter, identidad y misión y proyecto en la vida. El niño que se está gestando y que llegará en breve revela su trascendencia desde el nombre que su padre le otorga, Jesús: Dios Salva.

Por José de Nazareth Dios ingresa a la historia humana en urdimbre milagrosa, tiempo santo de Dios y el hombre.
Dios prodigará salvación con la fiel participación de los hombres que esperan y confían.

Paz y Bien

Desde los mismos márgenes de la existencia, la vida de Dios se abre paso tenaz, obstinada, amorosa y fiel
















Para el día de hoy (17/12/16):  

Evangelio según San Mateo 1, 1-17








Un acercamiento historiográfico a las dos genealogías de Cristo presentes en los Evangelios pueden llevar a confusión. Mientras la de Lucas es ascendente hasta Adán, la de Mateo desciende hasta Abraham; ambas difieren especialmente en la cantidad de generaciones y en algunos nombres. Bajo el mismo criterio de aproximación, podría inferirse que se trata de una construcción poética o literaria que intenta justificar en ambos casos el origen real de Jesús de Nazareth y, por ende, su derecho natural a reclamar la corona de Israel.

Ése, precisamente, es el primer error. Los Evangelios no pretenden en ningún momento exhibir rigor de crónica histórica, sino que son más bien crónicas teológicas, es decir, espirituales. Por ello su acercamiento veraz es a través de la fé.

En el caso que nos ofrece la liturgia del día, la genealogía de Mateo es aúm más extraña. En aquella época, los árboles familiares se definían por los varones de la familia, quedando las mujeres relegadas a sus vínculos con ellos.
Aquí nos encontramos con cinco mujeres que son un hito fundamental en esta paciente urdimbre de siglos: Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, que como ríos caudalosos desembocan en María de Nazareth.

Asombroso dibujo de Dios. La historia parece que no la deciden los reyes y guerreros, y sí en cambio las mujeres y los niños.

Tamar engaña a Judá, y concibe un hijo de esa relación ilegítima. Ese hijo portará la promesa de su Dios para con su pueblo.

Rahab, la prostituta de Jericó, sin la cual las fuerzas judías no podrían haber ingresado a la tierra prometida.

Rut la moabita, la extranjera que ama y es fiel, y merced a la ley de Levirato se convertirá en abuela del Rey David.

Betsabé, la esposa de un alto oficial del ejército judío, seducida brutalmente por David. Aún así, será la madre del rey Salomón.

Deliberadamente Mateo se olvida de las grandes y gloriosas matriarcas de su pueblo como Esther, Sara y Rebeca, sugiriéndonos una tendencia extraña en la voluntad de Dios.

La Madre del Señor, descendiente de David -rama del tronco de Jesé- es una muchachita, casi una niña, de aldea polvorienta a la que casi nadie vé. Pero el Dios del universo de ha enamorado de ella, y Ella con su sí inaugura los tiempos definitivos, los tiempos de la Gracia, los tiempos de la Salvación.

El Redentor llega a la historia humana por caminos extraños, por caminos muy humanos, tan humanos que a menudo están teñidos de sombras, senderos desviados por el pecado y las miserias.

Desde los mismos márgenes de la existencia, la vida de Dios se abre paso tenaz, obstinada, amorosa y fiel.

Paz y Bien

Para hacer el bien no hay que pedir permiso















Para el día de hoy (16/12/19) 

Evangelio según San Mateo 21, 23-27





Esta escena que nos brinda el Evangelio para el día de hoy sucede a continuación de la llamada Purificación del Templo: Jesús de Nazareth había expulsado a los mercaderes y volteado las mesas de los cambistas en los atrios del Templo, y declarado sin ambages que la casa de su Padre sería casa de oración, y no la cueva de bandidos en que se había convertido. 
Ello suscitó un escándalo en las autoridades religiosas, pues como consecuencia directa el culto se había paralizado ante la carencia de animales puros para los sacrificios y de monedas autorizadas para el tributo. Pero lo que marca un punto de inflexión es que la autoridad de esos hombres -religiosos profesionales- queda cuestionada, pues obviamente los mercaderes y cambistas están allí autorizados por ellos, y seguramente son partícipes de un pingüe negocio, pero además, cualquier pátina de sacralidad queda derogada frente a la rotunda afirmación del Maestro de que allí, en el corazón mismo de Israel, sólo se encuentran bandidos y delincuentes, y nó hombres santos y respetables como era de esperarse.

Su entrada triunfal en Jerusalem sin asumir el título de Hijo de David los ponía nerviosos y a su vez los confundía; además, no les eran desconocidas todas las acciones de este rabbí galileo, el socorro a los dolientes, la acogida a los pecadores, la bondad que prodigaba sin reservas ni condiciones, la salud que brindaba cordialmente.
Su origen galileo, de periferia casi marginal, los enoja: es un campesino sin estudios ni erudición, no pertenece ni a los rabinos ordenados ni a los escribas formados y reconocidos, carece de permisos y credenciales...que ellos mismos son los encargados de extender y conferir.
Jesús de Nazareth enseñaba las cosas de Dios con una autoridad evidente pero muy distinta a la de los escribas y fariseos: Él hacía crecer cosas nuevas, no oprimía mentes y corazones con un cúmulo insoportable de normas y exégesis que intoxicaban las almas y enturbiaban las miradas, anteponiendo legislación y doctrinas al Dios que les brindaba autenticidad, sentido y trascendencia. Él pasaba haciendo el bien sin requerir credencial de bienhechor oficial.

Allí estaba la raíz del enojo desatado, porque para hacer el bien no hay que pedir permiso, porque Dios ama a los pequeños y a los pobres con asombrosa preferencia, y porque la Encarnación de Dios es en verdad escandalosa. Es un maravilloso y santo escándalo que debemos suplicar nos vuelva a cuestionar criterios elusivos y exclusivistas, para recuperar mirada y corazón capaces de encontrar al Redentor entre nosotros, un Bebé santo en brazos de su Madre.

Paz y Bien

Gaudete: estar atentos a las señales del cielo, señales de amor, de justicia, de paz, de compasión, de misericordia















3er Domingo de Adviento 

Para el día de hoy (15/12/19):  

Evangelio según San Mateo 11, 2-11






La pregunta que le hace Juan al Maestro a través de sus discípulos es sorprendente y puede aparejar cierta clase de desconcierto: -¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?-

Representémonos por un momento la escena: el Bautista languidece en las mazmorras de Herodes, encerrado como un loco o un criminal peligroso. Sin está confundido con las palabras y las actitudes del joven rabbí galileo al que él, sin vacilaciones, ha señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
A pesar del encierro y de la torpe acción de los poderosos, aún cuando no entiende del todo lo que está sucediendo, actúa con franca nobleza: del modo que puede - a través de discípulos suyos- manda a preguntar al Maestro aquello que le causa profundas dudas y que cuestiona su confianza y su misión.

El tenor de la pregunta es acorde a las expectativas mesiánicas del Bautista. Aferrado a los criterios veterotestamentarios, esperaba un Mesías de fuego, bravo y terrible que entre nubes de azufre purificara violentamente a su pueblo, restaurándolo a su pureza primigenia. Pero este Cristo bendice a los enfermos, manda amar a sus enemigos a sus amigos, anuncia la paz y en todo expresa la misericordia de Dios como un servidor sufriente. Por todo eso, sus dudas son legítimas, y quizás la virtud esté precisamente en no quedarse en la oscuridad que lo embarga.

Juan y los demás deben prestar atención a los signos mesiánicos: los ciegos ven, los lisiados caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia. Todo ello responde a los interrogantes que se plantean acerca de la persona del Señor, de la presencia de Dios con nosotros. Porque el Creador no llega hasta nuestras existencias con el cadalso listo, sino con cantidades infinitas de amor, de justicia y de bondad.

Aún con todas sus dudas, Juan es un enorme profeta. Más todavía, es el creyente más grande, al que hay que prestar atención como Precursor de Cristo. Los poderosos como Herodes son como cañas que oscilan por el viento, poderes efímeros que se desvanecen en el tiempo. Los profetas no se acomodan en palacios ni se revisten con lujos o símbolos de prestigio. A los profetas verdaderos se los encuentra invariablemente en las afueras, en las periferias, en todos los desiertos. Allí será el ámbito propicio para el reencuentro con Dios.

Juan es el más grande, pero el más pequeño del Reino es mayor que él, porque el Reino sucede en la dinámica santa de la Gracia, y Juan se queda en sus umbrales.

Nosotros también nos confundimos y dudamos cuando campean las sombras, cuando se nos cierra la razón por los oscuros devaneos de la cotidianeidad, cuando el poder parece volverse omnímodo y ferozmente brutal, tan fuerte que no hay nada que se le oponga.
Cuando esas dudas nos aquejen, cuando nos duela el desconcierto, hay que orar, orar sin descanso, seguir confiando. Y estar atentos a las señales del cielo, señales de amor, de justicia, de paz, de compasión, de misericordia. Esas señales que acontecen con humilde tenacidad, son el signo cierto del obstinado amor que Dios nos tiene, de su presencia, del tiempo santo de Dios y el hombre.

Paz y Bien

Adviento: tiempo de restauración de lazos quebrados

















Para el día de hoy (14/12/19):  

Evangelio según San Mateo 17, 10-13






Los discípulos, que habían visto transfigurarse al Señor y conversar en la cima de ese monte con Moisés y con Elías, se preguntaban especialmente por este último. Mientras que Moisés representaba para el universo religioso de Israel la libertad que les otorgaba la observancia de la Ley, Elías era el profeta por excelencia, aquél mismo que había sido llevado a los cielos y que regresaría rodeado de fuegos espectaculares prefijando la inminente llegada del Mesías.

La misión de Elías no era menor: su cometido era el de la reconciliación entre padres e hijos, la restauración de la concordia, del arrepentimiento y del perdón, con el fin de que no campeara la maldición, y esta maldición no debe entenderse como un castigo divino.

Porque la auténtica maldición de pueblos y naciones acontece cuando se quebranta la familia, cuando desaparece el respeto, cuando no se cuida a los viejos, cuando rezuman rencores y escasean reconciliaciones.

Para Jesús de Nazareth no había que buscar ni esperar la espectacularidad: el profeta ya había regresado, y no se le había escuchado, no se le había prestado atención, y se lo maltrató sin conmiseración. A pesar de todo, la entereza cabal del Bautista es la señal cierta del tiempo maduro, del tiempo del Salvador.

Por ello quizás Adviento también sea tiempo de restauración de lazos quebrados, de sanar viejas heridas, de recuperar las ganas de cuidarnos y el humilde servicio de proteger a los que no pueden defenderse. 
Eso es profecía, eso acelera el alba, eso es regalo y honra para el Niño Santo de nuestras alegrías.

Paz y Bien

En cada gesto de Cristo se revela el plan de Dios















Para el día de hoy (13/12/19): 

Evangelio según San Mateo 11, 16-19 






Tener presente el contexto en donde el Maestro predica siempre ayuda a la reflexión, a la meditación: Él se dirige a la multitud pero no habla de esas gentes, habla de terceros, habla de la dirigencia religiosa, de la élite de escribas y fariseos que le perseguían con encono.

Esos hombres, profundamente religiosos, son profusos dispensadores de críticas despiadadas. Rechazan con el mismo encono tanto al Bautista como al Maestro, y no vacilan en difamarles, creyendo que así serían eficaces en la destrucción de aquellos que edifican como enemigos.
La enorme integridad del Bautista los pone en evidencia, y es una constante: la luz de los hombres probos y santos hace destacar las sombras que sobreabundan en las almas ajenas por simple contraposición. Por eso mismo, se valen de su austeridad, de su vida solitaria en el desierto para vindicarlo como un loco desquiciado que es menester evitar.
La realidad indica otra cosa más grave: el llamado a la conversión que hace Juan, necesariamente aleja al pueblo de la mediación institucional que se afinca en Jerusalem, precisamente en esos hombres cuyo poder e influencia dominante se vé amenazada.

Por otro lado, el joven rabbí galileo, de mirada amable y palabras de misericordia, que no discrimina a los que habitualmente se excluye y desprecia, que gusta compartir el pan y el vino con los demás como símbolo y anticipación del ágape de Dios, es tildado como glotón y borracho.
Este Cristo derriba los terribles esquemas de impureza ritual que apisonan corazones y esperanzas, y abre mentes y almas a un vínculo cordial y confiado con un Dios cuyo rostro es el de un Padre, y no el de un verdugo severo y vengativo.

En los dos casos, parecería subyacer una actitud caprichosa por parte de esos hombres, un carácter pueril que nada tiene de transparente. Lo que en verdad esconden es que tanto el Bautista como Jesús son graves amenazas a su propio poder.

Así el Maestro se descubre e identifica como Hijo del Hombre: ello tiene una trascendencia enorme. Implica que la fidelidad a su misión, al proyecto del Padre, conduce a una humanización plena de todos los hijos, sin desmedros ni condiciones, Dios que asume nuestras miserias y limitaciones.

La sabiduría de Dios irá revelando en cada gesto de Cristo el sagrado plan de Dios, plan de amor y Salvación, de fidelidad hasta el fin, la Buena Noticia de nuestra liberación.

Paz y Bien

Nuestra Señora de Guadalupe: Dios exalta a los pequeños














Nuestra Señora de Guadalupe - Patrona de América Latina 

Para el día de hoy (12/12/19) 

Evangelio según San Lucas 1, 39-48








Eran tiempos en que apenas éramos una periferia de un imperio grande y poderoso, tiempo de espada y cruz, tiempo de conquista y colonia, y los sueños de patria ni siquiera asomaban.
Pero ya estabas por estos lares, con la vida pujante en tu interior, grávida de Cristo y de todas las alegrías.

Tu rostro moreno nos revela una cercanía familiar, hermana amadísima. Tu ternura nos ampara bajo tu manto de Madre también, y en tu presencia temprana todas estas tierras, estos pueblos se renuevan a diario porque acontece desde siempre tu Visitación que es milagro de bondad, encuentro, servicio, fraternidad.

Y porque allí en donde estés, está tu Hijo.

Y porque sabemos que en tu corazón inmenso hay sitio para todos, pero especialmente los pequeños son motivo de tus cuidados y tus desvelos, rostro materno de un Dios que no nos abandona.

Tonantzin, Juan Diego lleva con humilde fulgor tu certeza en su tilma. Muchos de nuestros hermanos no pueden vivir sin una imagen tuya en sus hogares.
Pero todos te llevamos con amor indeleble grabada en nuestros corazones.

Que nos florezcan tu rosas de esperanza.

Que todos nosotros, con tu compañía, nos volvamos felices mujeres y hombres en Adviento perpetuo, firmes en la justicia, humildemente revestidos de honradez, mansamente tenaces en la compasión, y como vos, nunca resignarnos, nunca bajar los brazos, nunca abandonar a los hermanos que no cuentan ni nadie mira.

Que el Salvador que late en tu seno también nos nazca en las honduras de nuestros corazones.

Huey, Tonantzin!

Salve, Madre de Dios!

Y que viva México y toda Latinoamérica

Paz y Bien

La señal decisiva de un Dios que siempre nos busca















Para el día de hoy (10/12/19):  

Evangelio según San Mateo 11, 28-30









Para los oyentes del Señor, el yugo era un elemento conocido, casi cotidiano. Mediante ese pesado arnés de madera se uncían los bueyes -el animal de trabajo y potencia por excelencia- para doblegar su cerviz y hacer que anduvieran por el surco que labraban o por la ruta que debían seguir; de allí quizás el mote de bestia de carga, el animal que no piensa y que carece de iniciativa propia, sólo se limita a que lo lleven de aquí para allá según la utilidad del dueño.

En aquel tiempo, esas gentes padecían yugos que les imponían con dura crudeza. El yugo de una religiosidad severa, que se expandía en múltiples reglamentos sin corazón ni misericordia imposibles de cumplir, cierto modo de imperialismo espiritual, de sometimiento demoledor. Pero también debían afrontar a varios opresores: el yugo romano y el yugo de Herodes, sus impuestos intolerables, sus voces acalladas, su dignidad aplastada.

¿Cómo no iban a renacerles las esperanzas? El Maestro los invitaba a llevar su yugo leve y bondadoso, un yugo liberador, la señal decisiva del amor de un Dios que los busca, de un Dios que se desvive por su bien.
Ese yugo compromete la totalidad de la existencia. Nos volvemos libres para y no libres de. La verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio, desde la humildad y la mansedumbre, una humildad que nos ubica en el plano de Cristo y, por ello mismo, en la realidad de nuestras existencias, humildad que no es sumisión sino más bien el vivir con la responsabilidad y el compromiso de las hijas y los hijos de Dios.

Maravillosa noticia para los que están agobiados, para los doblegados por todos los cansancios. Misión también para toda la Iglesia el servicio desde la mansedumbre, desde la humildad, desde la generosidad incondicional y sin estridencias.

Como un silencioso signo de esa vocación, nuestros sacerdotes utilizan la estola, tal vez símbolo también de ese yugo que sana, salva y libera.

Paz y Bien

Cada oveja encontrada es motivo de celebración, de existencia recuperada, de regreso a la vida














Para el día de hoy (10/12/19) 

Evangelio según San Mateo 18, 12-14






Las parábolas de Jesús de Nazareth no son relatos espirituales acumulables en la memoria, o que pueden observarse pasivamente, como espectadores ligeros que una vez finalizada la emoción banal, regresan a la gris cotidianeidad.
Las parábolas provocan, desafían, encienden razón y co-razón. Las parábolas no tienen, a la manera de las fábulas, un final predeterminado y un mensaje postrero único -la moraleja-: en las parábolas de Jesús hay una conclusión conjunta, una urdimbre entre el Maestro y el discípulo para arribar al puerto seguro de la verdad.

Jesús de Nazareth enseñaba a partir de lo que sus oyentes vivían a diario, conversaba con ellos en un lenguaje común que superaba el marco del idioma. Es algo que hemos olvidado, la capacidad de dialogar con la mujer y el hombre de hoy a partir de lo que le sucede día a día. En esta ocasión, relataba a sus oyentes la parábola de la oveja perdida: ubiquémonos en tal circunstancia, Jesús les habla a gentes que conocían bien todo lo concerniente al cuidado de rebaños ovinos, cuidados pastoriles, habitantes de una geografía montañosa, de sierras y montes escarpados, y las acciones del pastor narrado se les hacen, cuanto menos, antojadizas, totalmente ajenas al sentido común.
Ningún pastor de aquel tiempo, en ese mapa complicado, con ladrones al acecho y senderos riesgosos, habría puesto en riesgo a todo el rebaño por la única oveja extraviada. Nadie en su sano juicio actuaría de esa manera imprudente, desaforada.

Sin embargo, tan ilógico, tan desproporcionado y asombroso es el amor de Dios, un Dios incansable desviviéndose buscando a los extraviados, a los que nadie busca, a los que todos se han resignado a perder en cualquier vereda. Todos somos tan valiosos a su mirada, y sin embargo los más pequeños, los que no cuentan, son su debilidad. Es una parcialidad santa que conocemos como misericordia, poner el corazón en la miseria, poner toda la vida al rescate del hermano.

Cada oveja encontrada es motivo de celebración, de existencia recuperada, de regreso a la vida, a causa de un Dios que ha salido en búsqueda de una humanidad que suele perderse, y la busca desde su raíz misma, un Niño pequeño en brazos de su Madre.

Paz y Bien   

Dios con nosotros, tiempo de milagros cotidianos

















Para el día de hoy (09/12/19):  

Evangelio según San Lucas 5, 17-26







Durísima era la carga de todos los enfermos: al sufrimiento físico, debía añadirse el concepto de enfermedad como consecuencia de pecados cometidos, propios o de los padres. Es decir, una lìnea de continuidad entre el mal efectuado y el mal percibido, una religiosidad retributiva respecto de un dios que castiga desvíos y quebrantos, un dios que querella y condena a sus criaturas, un dios al que le place el sufrir del hombre como causa de una justicia primordial.
Todo ello es causa de una conciencia culposa y culpógena en donde se trata de esconder y escapar de la severa mirada de ese dios, y en donde queda poco o ningún espacio para una gratitud ancha, para la alegría, para la fraternidad, tan ocupados en mirar por sobre el hombro y los requiebros ajenos. Así era en los tiempos del ministerio del Maestro, así continúa tristemente vigente esa mentalidad de las culpas condenatorias en tanto que infracciones o delitos, antes que el dolor por la ruptura de la confianza y el derrumbe unilateral del amor y los afectos.

Jesús de Nazareth revela y hace presente el Reino, sueño y realidad de su Dios que es Padre y es Madre, que ama sin medida, que se acerca al hombre con torrentes inagotables de Salvación. Esa Salvación es perdón y bondad, compasión y misericordia, salud y paz, y por ello mismo es liberación integral. Porque la Encarnación inaugura un tiempo santo de milagros, tiempo de Dios y el hombre.

Las primacías y las iniciativas son siempre de Dios. Pero no somos meros espectadores de las cosas que acontecen, acaso fortuitamente. Estamos invitados a ser partícipes fundamentales de la mejor de las noticias, y por ello es preciso empeñarnos, con fé y esperanza, en ir andando juntos, abriendo boquetes allí en donde las cosas mundanas, el poder de toda laya y las ideas malsanas impiden a los corazones doloridos el acceso a la plenitud y a la alegría, a ese Cristo que jamás se cansará de buscarnos y congregarnos en ese hogar grande que llamamos Iglesia.

Porque es tiempo de redescubrir las maravillas que ahora, hoy mismo, acontecen a nuestro alrededor y no somos capaces de advertir.

Paz y Bien 

Inmaculada Concepción: María es el alba de una nueva humanidad
















Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María 

Para el día de hoy (08/12/19):  

Evangelio según San Lucas 1, 26-38








Hoy es un día de alegría que no se puede contener, especialmente para nuestra gente más sencilla, porque es día de amores, de confianza serena, de activa esperanza.

Durante muchos años, producto de esos fervores y de visiones distorsionadas, hemos gustado de vestir las imágenes de María Inmaculada con lujosos vestidos, con joyas relucientes, con costosas coronas, en altares y monumentos inaccesibles de tan altos.
Sin embargo, nada tan puesto a María de Nazareth. Para los estándares de la época, una joven muchacha, y para los nuestros apenas una niña. 
Una niña judía de aldea polvorienta, que no es tenida en cuenta y es irrelevante por ser mujer y por ser de la periferia, allí en donde hombres serios dictaminan con severa precisión que nada bueno ni nada nuevo ha de suceder.

Pero con todo y a pesar de todo, allí acontece una nueva creación de Palabra definitiva. Y esa Palabra no es otra que la alegría de parte de Dios que se afinca entre la humanidad, que hace fecundas las existencias, que renueva las esperanzas, que sana corazones heridos de abandono.

María de Nazareth, tierra sin mal en donde se cultiva el pan bendito y eterno, su mismo Hijo Jesús, Dios para siempre con nosotros.
María de Nazareth es la última frontera inexplorada, el continente aún por descubrir, el que en sus honduras palpita la salvación, la vida como regalo que se ofrece y no perece.

Por ello celebramos a la Inmaculada Concepción, celebramos que Dios nos puede volver desde la eternidad puros, transparente, perfectos. Ése es su sueño bondadoso para con todos, sin condiciones.
Y también festejamos que Dios transforma la historia desde los imposibles y los invisibles, desde una muchachita que no cuenta, en un poblado menor en donde nada se espera, y que todo dependerá de un Niño que se gesta en esa Mujer y que se ofrece a dormirse al calor de nuestros brazos.
Porque a pesar de complejidades,de horrores, de perfeccionamientos de la razón y retrocesos de la razón, la vida sigue siendo Alguien a quien cuidar con esmero y afecto, antes que una idea, que un concepto.

María feliz, María creyente, María confianza, María discípula.
María que escucha con atención y por eso será Madre.

Porque si el Hijo es el sol amanecido de toda la historia humana, María es, sin dudas, el alba que preanuncia en su infinita calma la cercanía inminente de la luz que disipa toda oscuridad.

Paz y Bien

Hacerse Adviento, la grata locura de la esperanza















Para el día de hoy (07/12/19):  

Evangelio según San Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8 






La lectura que hoy nos convoca tiene dos aspectos que resaltan. Por un lado, la compasión que moviliza e impulsa al Maestro; bajo cierta mirada estrecha y rigurosa, su actitud es sospechosamente secular. El rostro herido y agotado de las gentes hace que confluya allí todo lo que Él es, todos sus sueños, toda su fidelidad al Padre, el Reino que anuncia y encarna y que parece no contar para tantos que languidecen a un costado de la vida, descartados de la existencia.

Por otro lado, la asombrosa confianza que Él deposita en sus discípulos, aún cuando ellos a menudo van y vienen en su cercanía y suelen interponer viejos esquemas que pretenden ser filtros que menoscaben a su modo la realidad de Cristo.
Tienen la enorme tarea de llevar el Reino a todas partes, ser ellos mismos otros Cristos que anuncien y realicen el amor de Dios que sana, salva y libera.

Como en los tiempos de su ministerio, enormes multitudes adolecen soledades, angustias y miserias. Cada día igual o peor que el anterior, sin posibilidad de otra noticia que traiga novedades buenas.

Allí también, en humilde y tenaz silencio amoroso y servicial el Adviento es respuesta contundente y definitiva de la ternura de Dios, que no deja librada la humanidad a oscuros azares. Dios es nuestra suerte. 
Adviento es el gratísimo anuncio de un Dios que se hace tiempo e historia, Dios que se llega a nuestros arrabales tan inhumanos, Dios que asume tiempo y carne para transformarlo todo, comenzando por los corazones, sin otro interés que la felicidad de todas sus hijas e hijos.

Por ello hacerse Adviento significa que somos las manos en el tiempo de ese Dios que viene a vendar corazones, a liberar mentes, a sanar cuerpos, a plenificar vidas en paz y justicia sin otro interés que el amor, el servicio, la vida que se ofrece sin condiciones.

Hacerse Adviento es la santa locura de no abdicar jamás a la esperanza, porque Dios está llegando a nuestras vidas si le recibimos.

Paz y Bien

Señor, ponte delante nuestro para guiarnos, detrás nuestro para protegernos y a nuestro lado para acompañarnos en todos los actos de nuestras vidas
















Para el día de hoy (06/12/19):  

Evangelio según San Mateo 9, 27-31 











Los antiguos profetas de Israel -hombres de mirada distante y profunda- lo habían anunciado: llegarían los tiempos mesiánicos, los tiempos de la redención, y una de las señales distintivas de esa presencia del Mesías sería la de los ciegos cuya vista sería restituida. Precisamente, la lectura del día nos sitúa teológicamente en ese ámbito de Salvación.

No era infrecuente encontrar en la Palestina de aquel tiempo a ciegos o a gentes con graves disminuciones en su capacidad visual: el suelo arenoso y los vientos arremolinados, el fuerte sol que refleja contra las numerosas rocas hacen mella en las córneas. Pero también estaba el criterio de impureza ritual por el cual toda patología es culposa, es decir, producto de pecados propios o de los padres. De ese modo, los ciegos no podían ganarse el sustento y padecían cierto grado de ostracismo social, limitándose a suplicar limosnas para procurar, apenas, sobrevivir a la vera de los caminos.

El Cristo que pasa por donde esos ciegos se encuentran es el misno que pasa a la vera de nuestras existencias, y que escucha y responde a todos los ruegos.
Claman por su misericordia como Hijo de David: si bien esta denominación tiene reminiscencias mesiánicas, en verdad no le gustaba mucho al Maestro. Allí se confundía la universalidad de la Salvación con un talante nacionalista, de poder real, que poco o nada tenía que ver con el Reino que Él inauguraba.


Aún así, aún cuando la precisión y la exactitud son importantes, más importante y decisiva es la confianza en la persona de Cristo. La fé cristiana no es la adhesión y el conocimiento enciclopédico de una doctrina, sino la cercanía con la persona del Señor.
Esos hombres tenían fé, esos hombres confiaban.

Curiosamente, la respuesta del Maestro parece hacerse esperar, se demora contra la urgencia de la súplica. A todos nos pasa. Contra los ruegos inferimos lo instantáneo, pero los tiempos de Dios no son los nuestros. El tiempo de Dios, aunque no se condice con nuestros plazos, es el tiempo propicio, el tiempo santo.

Además, el Maestro atiende a esos dos ciegos al llegar a la casa, una suerte de centro desde donde partía en sus viajes misioneros, muy probablemente la vivienda familiar de Pedro y Andrés. Hay allí otro significado mucho más profundo que el simple detalle anecdótico. 
En la casa todo lo que acontece es cercano y personal; en la casa se reune la familia y nos reconocemos por nuestros nombres y nuestros vínculos.
No hay en el Maestro intención de realizar un espectáculo de sanación que atraiga adherentes -ay, hermanos pentecostales!- sino rescatar y liberar a aquellos que son sus hermanos. La luz que esos hombres requieren no la pueden encontrar por sí mismos, esa luz proviene de Dios, los precede, los trasciende e iluminará desde la fé todos sus pasos.

En realidad, si nos ubicamos en su confianza, esos hombres tienen una discapacidad visual, pero son muchos más los ciegos. Los que pudiendo, no quieren ver. Los que se han rendido a los vanos encantos de las modas, a las trampas del pensamiento único y excluyente, los incapaces de reconocer en el prójimo a un hermano y en los ojos de los pobres el resplandor de Dios. 
Y están también aquellos sobre los que se ha derramado la niebla del poder, de la miseria razonada, del futuro imposible, las garras malditas de la propaganda.

Muchos ciegos, y a menudo muchas súplicas expresadas desde la entrañas que pocos escuchan con atención.

La luz que ilumina todo destino no es exclusiva de la Iglesia. Esta familia que somos es su servidora y la ofrece a toda la humanidad, con la intensidad de no poder callar el paso salvador de Dios por nuestras existencias.

Señor, ponte delante nuestro para guiarnos, detrás nuestro para protegernos y a nuestro lado para acompañarnos en todos los actos de nuestras vidas.

Paz y Bien

El llamado a ser humildes edificadores del Reino














Para el día de hoy (05/12/19) 

Evangelio según San Mateo 7, 21. 24-27







Más allá de cualquier experticia o de capacidades propias de los oficios, la parábola nos vindica a todos y cada uno de nosotros como edificadores, constructores de nuestras existencias.

La solidez y firmeza de esto que edificamos no pasa por la firmeza de sus vigas o la belleza de su cielorraso. Invariablemente, la solidez del hogar que llamamos corazón pasa por sus cimientos, asentados sobre roca firme.
Y la roca firme es el amor de Dios que se nos revela en Jesús de Nazareth, en su Palabra de Vida que es Palabra Viva.

Esa certeza de amor infinito e incondicional es el sustento primordial y clave de todo destino. Frente a esa generosidad inconmensurable, la única respuesta veraz es la gratitud y la alegría, pues ese amor es más fuerte que la más brava de las tormentas y la más fiera de las catástrofes.

Los edificadores que son así de fieles no andan diciendo Señor! Señor! con palabras vacuas y sin corazón. Los edificadores -obreros del Reino- no se aferran a espectáculos milagreros, a exterioridades religiosas que se presumen sagradas, sino que suelen ser esforzados y silentes trabajadores. Casi ni se los vé ni se los escucha, pero sin su sal y sin su luz la vida se apagaría sin trascendencia.

Los edificadores son servidores humildes y eficaces del Reino, de su propia existencia que -saben bien- es don y misterio, y que se enriquece cuando se comparte y se hace fraterna, Palabra de Dios que se encarna en la historia, en los días, en cada instante.

Paz y Bien

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