Vigilia de Navidad - Misa del Gallo
Para el día de hoy (24/12/19)
Evangelio según San Lucas 2, 1-14
Esta es la noche, la noche primordial, la noche definitiva pues todo se inicia, y todo puede recomenzar.
Noche extraña.
El trasfondo es un pequeño poblado judío llamado Belén, cuyo nombre -Beth Lehem- significa literalmente casa del pan.
Como a veces hacen los poderosos, hay un censo obligatorio para contar cuantos se subordinan al emperador, cuantos son los obligados al pago de los tributos, cuantas legiones harán falta para mantener el orden.
Un joven matrimonio de Nazareth -él carpintero y artesano, ella casi niña y campesina- casi no cuentan en ese censo puntilloso. Son galileos, es decir, son de la periferia, y son muy pobres. El acento los identifica, y quizás en parte por ello no hay lugar para ellos en la posada del lugar, a pesar de que los apuros de un parto inminente requieren urgencia u atención -es preciso no estar nunca en los huesos de ese posadero, jamás-.
Finalmente, esa muchachita nazarena dá a luz en un refugio de animales, y acuesta al Bebé en el pesebre.
La expresión no puede ser más certera: Ella dá a luz. Ella dá luz.
Con el cielo por cobija, en la zona había unos pastores cuidando sus rebaños. No tienen buena fama: por la tarea que realizan, se vuelven impuros rituales para los rigores religiosos imperantes. Pero además, habitualmente se los mira con mirada torcida, vindicados como amigos de lo ajeno.
Quizás su pobreza y su marginalidad los vuelve partícipes imprescindibles de esa noche: el Dios que se manifiesta es un Dios parcial, que se inclina cordialmente hacia los pequeños, hacia los que no cuentan, hacia los descartados.
Un Mensajero, voz y presencia de Dios, les trae una noticia asombrosa. Los ángeles siempre portan buenas noticias. Y el notición es que ha nacido un Salvador, el Mesías esperado, una enorme alegría para todo el pueblo, y no sólo para ellos.
La señal es exacta, y se trata de un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.
Dios en pañales, Dios frágil como un Niño, Dios que asume nuestras debilidades y miserias para que todo el pueblo ascienda a la vida plena, a la divina.
Un Niño que expresa la Gloria de Dios, Niño de la paz, Niño de esperanzas y luces para los que no pueden más, para los caídos a la vera de todos los caminos, para los que languidecen en soledad, para los doblegados de miseria y abandono, para los que creen sin resignaciones, para los que se mantienen fieles, con todo y a pesar de todo.
Un gallo muy distinto al de la Pasión nos convoca al alba, gallito de la fidelidad y las sonrisas que se contagian. En esta noche se disipan las sombras. El Pesebre, más que un refugio, es una amable invitación plena de ternura para todas las mujeres y todos los hombres de buena voluntad, para edificar la vida misma desde los mismos comienzos, de parte de un Dios que nunca nos olvida ni nos deja librados a nuestra suerte.
Dios es nuestra suerte y nuestro destino, nuestro Dios en pañales, comienzo compartido de Dios y el hombre, tiempo santo de magnífica urdimbre entre la eternidad y el tiempo.
Muy Feliz Navidad.
Paz y Bien