Comunidad cristiana, un corazón poblado de hermanos
















13º Domingo durante el año

Para el día de hoy (25/06/19):  

Evangelio según San Lucas 9, 51-62








La lectura que nos presenta la liturgia de este Domingo tiene por distingo la misión del Señor, su fidelidad, la cruz que se asoma en el horizonte de Jerusalem y que, con todos sus horrores, no lo hace retroceder ni desviarse. Justamente esa perspectiva de cruz es la que no comprenden los discípulos, pues siguen aferrados a los viejos esquemas de glorias mundanas, de un poder que se impone y rechazan al Siervo Sufriente.

En ese peregrinar decidido, podemos observar un mapa de Tierra Santa: allí podremos ver que Samaria se encuentra entre Galilea y Judea, con lo cual los viajeros que van a las fiestas deben, necesariamente, pasar por tierra samaritana. La variante es ir por el este del río Jordán, ruta mucho más larga y complicada por lo riesgosa.
Ahora bien, la enemistad entre judíos y samaritanos era enconada, virulenta y encendida de desprecio mutuo, y se remontaba largo tiempo: cuando en el siglo octavo antes de Cristo los asirios vencen y conquistan a Israel, deportan al exilio a muchos judíos -especialmente a la dirigencia religiosa e intelectual-, mientras que en la provincia samaritana, colonizada al igual que Galilea, surge un nuevo grupo social de orígenes raciales mixtos. Esas gentes observan, a su modo, la Ley de Moisés, y establecen el culto en un templo que sitúan en el monte Gerizim, quizás por la imposibilidad de acceder al Templo de la Jerusalem ocupada. Así, se reivindican como guardianes de la fé y las tradiciones de Israel, mientras que la dura ortodoxia de Judea los tiene por impuros réprobos, identidad disuelta por los matrimonios mixtos expresamente prohibidos, y a menudo el desprecio se traduce en violencia.
Quizás desde esa perspectiva también se comprenda mejor la parábola del Buen Samaritano; sin embargo, hoy nos centra la atención otra perícopa que nos habla del rechazo que recibe el Maestro en un pueblo de Samaria, lo cual se explica por lo expresado en el párrafo anterior, pues Jerusalem expresa todo aquello que los samaritanos odian con fervor.
La respuesta de Santiago y Juan tiene la misma densidad y perspectiva de rencor, y probablemente haga referencia al Segundo Libro de Reyes, en donde el profeta Elías pide una lluvia de fuego para arrasar a los samaritanos: los hermanos sólo esperan la anuncia de Cristo para ejecutar lo que infieren justo, pero hay más, siempre hay más. Ellos consideran el ministerio de Jesús de Nazareth desde una mundana perspectiva triunfal, y desde ese esquema creen que el Maestro tomará posesión de Jerusalem y la corona judía, y así se lo exigirán en su momento; el deseo de aniquilar samaritanos tiene la misma sintonía, pues si ellos son impuros absolutos y, además, rechazan al Señor, deben tener su escarmiento.

No han comprendido el tiempo ganado, el tiempo de la Gracia y que el juicio sólo le corresponde a Dios. La vida de los demás -aún la del peor enemigo- no debe estar sometida a los caprichos y designios humanos. La vida es sagrada, y ése es el proyecto santo de Dios que se clarifica en la encarnación de Cristo.
Por todo ello el Maestro los reprende, y esto sí que es infrecuente. Habitualmente hay en Jesús de Nazareth una reconvención hacia los errores de los suyos, un ánimo de corregir razonando: la reprensión ocurre siempre que un demonio agobia la vida de un enfermo, demonios que hay que acallar. Por eso el enojo del Maestro manifiesta la gravedad del error de sus amigos, que no es sólo un falaz deseo de venganza, sino el no comprender nada de la misión del Señor. A veces haría falta que el Maestro nos reprenda así, cuando perdemos el rumbo, cuando nos tomamos atribuciones que no son nuestras.
Él decide irse a otro pueblo, en donde se los reciba sin tantos conflictos estériles. No se trata de eludir problemas, pero a menudo hay que apartarse un poco mientras las intensidades de las peleas sin destino consumen mentes y corazones; es menester luchar y sacrificarse por lo importante y seguir.


El discipulado no es sencillo ni fácil. La vida cristiana no es cosa de adeptos, ni de pertenencia ritual, sino ante todo seguir los pasos de Cristo, aunarse a su Persona.
Unos quieren seguirlo adonde vaya, como si ello implicara un lugar predefinido, un destino exitoso. No obstante, es ignorar que el Señor es Dios que se anonada, que se hace un esclavo y servidor, que deshecha comodidades y prebendas. El ámbito no es un lugar físico, el ámbito amplísimo del Reino es el amor.

La respuesta al hombre cuyo padre ha fallecido no es un desprecio a las tradiciones ni una dura afirmación que desconozca dolor y sentimientos. Habla más bien de que la misión cristiana refiere ante todo a la vida, pues son los vivos los que necesitan el anuncio del Reino aquí y ahora.

Nosotros, en gran mayoría, somos hijos del cemento, citadinos sin raíces agrarias o rurales en una sociedad demasiado tecnificada, y por ello se nos haga complicado comprender la metáfora del arado. Un campesino que empuña el arado debe tener su vista al frente siempre mientras roture la tierra, pues volver la vista atrás implica que el surco quedará torcido, zigzagueante y, con toda probabilidad, ridículamente inútil. Quizás sea una pérdida de tiempo que implique no comer el próximo invierno, y quizás la imagen más cercana sea el conductor de un automóvil que deja de fijar su mirada en el camino, y mira hacia atrás volteando el cuerpo. El peligro es manifiesto y mortal.

El Evangelio implica no mirar atrás. No se abandona la propia historia, pero se construye una nueva vida con Cristo, la vida que cuenta, la vida que importa. El Evangelio siempre es novedad, buena y nueva noticia que se encarna y se comparte, y sea la única carga -el grato yugo- el suave yugo del Señor, un corazón poblado de hermanos.

Paz y Bien

Pedro, roca firme de toda fraternidad

















Santos Pedro y Pablo, Apóstoles

Para el día de hoy (29/06/19) 

Evangelio según San Mateo 16, 13-19







La liturgia de hoy nos brinda una lectura del Evangelio según San Mateo que posee cuestiones que, en sus diversas interpretaciones, son cruciales para el ecumenismo, para los duros y esforzados pasos en la búsqueda de la unidad de los cristianos, tan ansiada y querida por Cristo. Precisamente esas interpretaciones, en especial las referidas al papado, son las que a veces trazan una línea abismal e insalvable entre hermanos que deberíamos caminar juntos, como esos Pedro y Pablo de los que hoy hacemos memoria, tan distintos entre sí -casi casi opuestos- y sin embargo tan hermanos como el que más, tan de Cristo y del pueblo de Dios, familia de los creyentes que llamamos Iglesia.

Desde aquí, con las evidentes limitaciones que se poseen, no hay intención de ejercer apologéticas ni de buscar debates teológicos. El propósito es siempre muy modesto, intentar compartir vivencias del mejor modo posible; si ello es bueno, seguramente el Espíritu se encargará del resto, de hacerlo fructificar y madurar. No hay méritos que reivindicar, pues todo, sin excepciones, es bendición, don, gracia y misterio.

Así entonces el afán de detenernos a contemplar a Simón, hijo de Jonás, galileo y pescador de oficio, seguidor del Maestro. Están en Cesarea de Filipos, ciudad importante edificada por el tetrarca de turno al emperador romano opresor, elevado según la costumbre a deidad. Es el símbolo preciso de un mundo que se ha inventado nuevos dioses e ídolos falsos a los que rinde culto, y que mientras tanto disminuye con voraz velocidad varios escalones en humanidad, toda vez que la ausencia de libertad y de verdad oprime y confunde, especialmente a los pequeños.

En esa confusión, son diversos los rótulos que le irrogan a Jesús de Nazareth. Algunos creen que es el profeta Elías de regreso, otros Juan el Bautista redivivo, otros -depositando en Él sus ansias de libertad y restauración de la propia historia judía- que es uno de los grandes profetas de Israel como Jeremías. Todas esas identificaciones quizás respondan, en parte, a transferirle a ese Cristo los colores y caracteres de las propias necesidades e inquietudes más profundas. Es razonable y comprensible, pero esas ansias suelen ser directamente proporcionales a su carencia de verdad. Porque a Cristo se le reconoce desde el corazón: es un acto de fé profunda, don y misterio.

El pescador galileo, frente a la confusión de las gentes, hace una declaración tan contundente que estremece en su seguridad, en su certeza: ese rabbí es el Mesías, el Hijo de Dios Vivo. No es merced al esfuerzo de su razón, ni a una conveniencia ideológica: es el Espíritu de Dios que lo ilumina y lo impulsa, y desde esa revelación eterna no vacila en confesar a Jesucristo, fundamento primordial de una fé que no es adopción de ideas ni adhesión a doctrinas, sino la confianza depositada en Alguien, Jesús el Cristo de nuestra salvación.

Así, cuando en la existencia acontece ese encuentro salvador, nada volverá a ser igual, y es por ello que Simón será conocido como Pedro. Un nuevo nombre para una nueva vida que tiene una misión, misión que no otorga privilegios ni honras sino que se caracteriza por su fé y por el ministerio de servicio abnegado a los hermanos.

Pedro será fundamento de la Iglesia y tendrá primacías solamente desde la caridad. Cuando se aparte de ese amor fundante, torcerá el horizonte, y en una confianza asombrosa inusitada Cristo hace extensivo el ministerio petrino a toda la Iglesia, asamblea, comunidad y familia de los creyentes.

Pues hay muchos que están alejados aunque se encuentren físicamente cerca, y es primordial re-ligarlos, establecer nuevos vínculos desde la caridad. Y es importantísimo también desatar todos los nudos de inhumanidad que hieren, que cautivan, que anulan corazones y cuerpos.

Quiera Dios que pongamos manos a la obra en esta tarea a la que se nos ha invitado, y que es la de edificar, con Cristo, esta familia que es la Iglesia.
Y quiera Dios también cuidar, proteger, iluminar y sostener a nuestro Pedro, Francisco de toda la Iglesia.

Paz y Bien

Sagrado Corazón de Jesús: casa infinita que a todos nos cobija y protege












El Sagrado Corazón de Jesús

Para el día de hoy (28/06/19):  

Evangelio según San Lucas 15, 3-7







La palabra corazón se utiliza con varios fines, referencias significativas, desde lo específicamente anatómico hasta -lo más usual- lo referido a las cuestiones sensibles, hasta quizás sentimentales. Podemos encontrar así alusiones a la música o películas del corazón, o también la vertiente moral de los hombres de gran corazón, o en su defecto los que no lo poseen.

Sin embargo, bíblicamente -como muy bien lo explica Karl Rahner- corazón es el centro que es origen y núcleo de la persona humana. Cuando decimos corazón, expresamos la naturaleza misma del hombre, cómo nace, cómo crece y se despliega y cómo se entrega en todas sus facetas, espiritual, corporal, psicológica.
Corazón, entonces, es la raíz primordial que explica a toda la persona.

Así entonces cobra mayor relevancia la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, por el que sentimos un entrañable afecto; es el símbolo que expresa a toda la persona del Señor, y por ello, al amor de Dios entre nosotros.

Por ello, sabiamente la Iglesia nos guía la mirada a través de la liturgia: el Evangelio del día -la parábola de la oveja perdida- nos hace despertar al amor de Dios,  amor de un Padre que nunca descansa, que se desvive por sus hijas e hijos, por su bien y felicidad, por todos nosotros.

En verdad, somos muy pequeños pero además la multiplicidad de nuestras faltas nos conduciría, con toda razón, a una razonable perdición. Pero la justicia de Dios en Cristo es la misericordia, la tenacidad de ese amor que jamás nos abandona, que tan mala memoria parece tener, que quiere reverdecer nuestro presente y soñar juntos otro futuro.

Sagrado Corazón de Jesús es descubrirnos irremisiblemente perdidos, ansiosamente buscados sin desmayos y felizmente encontrados por Aquél de cuyo corazón herido por los violentos brotan ríos de agua viva.

Paz y Bien






Quien edifica sobre la roca eterna que es Cristo, nunca será derribado

















Para el día de hoy (27/06/19):  


Evangelio según San Mateo 7, 21-29








Si un distingo fundamental tiene la enseñanza de Jesús de Nazareth es que no se asemeja a las doctrinas usuales, a los arcanos que se comunican solamente a los iniciados. El Maestro siempre está llamando, encendiendo corazones apagados, despertando las conciencias adormecidas, impulsando a la acción, adviertiendo acerca de los riesgos.

No hay posibilidad de medias tintas. Se cambia o se perece. Él sabía que sobreabundan seguidores de arena, adeptos de pies vanos que se han quedado en la pura exterioridad, la grandilocuencia de hablar mucho sin decir nada, la declamación pomposa sin conversión, el fingir piedad quedándose en gestos vacíos de amor, erudición sin sabiduría, religiosidad sin Dios.
Seguidores de arena que ante las tormentas que seguramente han de hacerse presentes, se derrumban y caen con el peso inexorable de la verdad, de un Dios que han alejado de sus existencias, de una Palabra que no es Verbo sino voces vacuas.

En cambio, el Maestro llama la atención hacia sus discípulos. Sabe que aunque débiles, volátiles y quebradizos, con buenos cimientos permanecerán firmes, y ante las tormentas no vacilarán jamás. Para ello no se requieren portentos ni espectáculos descollantes, gestos grandilocuentes o magnas hipocresías para consumo de la galería. Nada de eso, y sin dudas la postura es mucho más veraz en tanto que humilde, que permite a Dios ser Él mismo en la existencia.

Quien edifica sobre la roca eterna de Cristo jamás será derribado, y permanecerá humildemente firme, discípulos rocosos en alegre esperanza.

Paz y Bien

Los lobos de la desunión, la mentira y la falsedad
















Para el día de hoy (26/06/19):  

 
Evangelio según San Mateo 7, 15-20







Desde sus mismos inicios, la comunidad cristiana hubo de tomar precauciones por la proliferación de falsos profetas, hombres que aparentaban halos de santidad y religiosidad pero cuya intención oculta no era orientar a las gentes hacia el sendero de la verdad -la puerta estrecha- sino más bien nutrir el ansia de sus intereses aviesos, asaltantes de la inocencia, detractores voraces de los pobres y los pequeños.

La crítica de Jesús no es de carácter doctrinal, es decir, no habla de falsos profetas de la heterodoxia: el Maestro se refiere al ethos, es decir, al obrar de cada persona y a las consecuencias de esas acciones.

Quizás por su importancia y su impacto demoledor, en estos tiempos que nos toca vivir, a los lobos revestidos de pieles de oveja los identifiquemos necesariamente con aquellos que desde su posición religiosa han abusado de niños, y a través de décadas. Bien sabemos lo que pensaba Jesús acerca de aquellos que vulneraban la inocencia. No es errado así identificar a estos espantosos lobos que entre nosotros proliferan.

Pero no son los únicos, es claro.

Están los lobos del poder y el dominio, de la figuración y el sometimiento, lobos cuyos frutos son pasajeros y fútiles, que propugnan una fé light de puerta ancha, o también una religiosidad en donde no tenga espacio la sonrisa ni la solidaridad, la religiosidad acotada al templo y ajena al acontecer diario, la fé de unos pocos y tantos otros excluídos, creyentes de la mesa chica y el pan para algunos elegidos, frutos del mirar hacia otro lado, del no comprometerse, del no te metas, de la tibieza, el gris opaco de corazones manipulables por el miedo.

Pero los frutos del Reino, frutos de profetas veraces -mujeres y hombres que caminan con nosotros- son la paz y la justicia, la compasión y la solidaridad, la alegría y la paciencia, la liberación y la familia que siempre crece.

Paz y Bien

La puerta estrecha del discipulado
















Para el día de hoy (25/06/19):  

Evangelio según San Mateo 7, 6. 12-14








A veces, cuando el Maestro se expresa con dureza se nos puede desdibujar cierta imagen light de un Cristo convenientemente inocuo, rodeado de aureolas que emocionan pero no conmueven, un Mesías de las imágenes piadosas cuya presencia no se traduce en una vida cotidiana transformada. Cuando eso suceda, más allá de la lógica inestabilidad producto del abandono de las falsas certezas, es momento de gratitud pues es oportunidad que Cristo sea plenamente en nuestras vidas, y nó tanto las caricaturas que solemos formarnos de Él.

El primer párrafo de la lectura del día no es proclive a una interpretación sumaria ni sencilla. En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth los perros y los cerdos representaban, simbólicamente, lo más impuro, lo opuesto a Dios. De ese modo y  a pesar de la dureza de la expresión, el llamado del Maestro es una llamada de atención para sus discípulos y seguidores; lejos de cualquier abstracción o idealización desencarnada, hay ciertas cuestiones de vivencias profundas, de misterios de fé que sólo pueden ser vividos y comprendidos dentro de la comunidad cristiana. Más sencillo, lo sagrado no puede ponerse en debate frente a aquellos en los cuales su hostilidad es manifiesta, su mala voluntad se trasunta sin ambages. Ése precisamente es el cuidado que hay que tener, y refiere también al profundo respeto interior por lo que es de Dios comenzando por la vida misma.

Los discípulos, aún cuidando ese ámbito sagrado, no deben perder de vista lo interpersonal. Se con-vive a pesar del mandato de estar en el mundo sin ser de él, y la reciprocidad -la llamada Regla de oro- es distintiva. Esta Regla de oro es común a muchas culturas y pueblos, toda vez que es más que razonable no hacer a los demás lo que no se quiere que le hagan a uno, pero desde la perspectiva de Cristo no se acota a la dialéctica prohibido/permitido sino que vá más allá: la vida cristiana, en tanto fundada en el amor, implica un ir hacia, un salir de sí mismo al encuentro del prójimo a quien se reconoce como hermano, aún cuando ese hermano pueda enarbolar banderas de odio y enemistad.

En estos tiempos de relativismo explícito, de escepticismo militante, de laxitud ética -la declamación rabiosa de buenas intenciones y revanchas sin bondad- se nos hace más ostensible el aserto de volvernos cordialmente rigurosos a los principios de la Buena Noticia. No debería haber espacio para medias tintas, porque está en juego la vida eterna, la Salvación de todos y cada uno de nosotros, puerta estrecha de los discípulos que aunque camellos inverosímiles se animan a pasar por todos los ojos de agujas del mundo porque siguen los pasos de Cristo en su compañía fiel.

Paz y Bien

Nacimiento de San Juan Bautista: cada niño es una bendición

















Nacimiento de San Juan Bautista 

Para el día de hoy (24/06/19) 

Evangelio según San Lucas 1, 57-66. 80










La escena que nos ofrece el Evangelio para el día de hoy a través de San Lucas es bellísima en su sencillez y profundidad, especialmente si utilizamos la consabida utilidad de situarnos nosotros mismos allí, en ese preciso momento, como espectadores patentes de lo que acontece.

Se trata de un poblado pequeño, Ain Karem, ubicado en las montañas. En esos lugares, lo sabemos, todos suelen conocerse entre sí, algo que con el agigantamiento cruel de nuestras ciudades hemos olvidado y perdido. En esos pueblos pequeños los vecinos son casi casi como los parientes -a veces más- y allí la vida y la muerte se comparte, alegrías y tristezas, esperanzas y frustraciones. Por eso el festejo manso de los presentes: Isabel, la que ya parecía destinada más a abuela  sin nietos que a madre primeriza, ha dado a luz a un niño. Esas gentes saben reconocer, sin que nadie se los diga, el paso bondadoso de Dios por las vidas ancianas de Zacarías e Isabel.

Un niño que nace es un libro nuevo a escribirse en su totalidad. Pura esperanza, todo expectación, en donde los más sabios no se afanan en proyectar sus causas quebradas, lo que ellos no tuvieron, sus derrotas que ansían convertir en victorias, sino que celebran la esperanza que trae una vida nueva que se les duerme entre sus brazos y manos de trabajo, una vida en donde todo es posible. 
Aún así, esas gentes intuyen que en ese bebé hay algo más, algo especial, y se le encienden los sueños intentando saber cual será el horizonte maravilloso que tendrá el niño que además de ser un poco hijo de cada uno de ellos, es la vida que continúa, la vida que prevalece, con todo y a pesar de todo.

En esos afectos, en esa cercanía cordial, pretenden terciar en la decisión de nombrar al nuevo hombrecito. Las tradiciones pesan, pero más aún esos cariños que a menudo no se morigeran, y con obstinada ternura pretenden que el bebé lleve, según la costumbre, el nombre de su padre Zacarías.

Pero cada niño ha de tener alas propias, vuelo personal, volará por sí mismo y no tanto por los antecedentes de sus mayores. Es una vida nueva y, en este caso, una vida muy especial que requiere un nombre también especial, y por eso mismo el niño ha de llamarse Juan, que literalmente significa Dios concede una gracia, una bendición. 
Todos los niños son una bendición para nuestros corazones envejecidos, pero ese niño en particular es señal de la fidelidad absoluta de Dios para con su pueblo.

Se trata de un tiempo nuevo y muy, muy extraño, imprevisiblemente maravilloso.
Los caudillos, los guerreros, los sacerdotes han de guardar silencio, pues la confianza -paso primordial de la fé- la han abandonado.
Es tiempo de mujeres y de niños, y ellos han de cambiar la historia misma de la humanidad. Las mujeres, por cobijar en las honduras de su corazón la fé en su Dios y la Palabra que descubren como Gracia y Misericordia.

Los niños, abriendo puertas y ventanas.
Uno, allanará las huellas y preparará desde su integridad los caminos.
El otro, bebé santo, traerá la vida definitiva que nada ni nadie podrá quitarnos, esta alegría perenne de Dios con nosotros, de sabernos hijas e hijos de Dios.

Paz y Bien

Corpus Christi: la vida que se ofrece para los demás
















Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo 

Para el día de hoy (23/06/19):  

Evangelio según San Lucas 9, 11b-17









Con una profunda carga simbólica y a su vez como entrañable enseñanza, el hecho narrado teológicamente en el Evangelio de esta Solemnidad acontece en un descampado, lejos de la pompa y el boato de un Templo que es rigurosamente piadoso pero que ha olvidado a Dios, que ha dejado de ser casa de oración y se ha convertido en cueva de ladrones. Pero hay más, siempre hay más. 
El hecho fundamental de la vida cristiana se celebra en un ambiente sospechosamente secular, y los ritos son tan pero tan humanos que una mirada superficial los puede suponer profanos. Sin embargo, no se trata de una rebelión al status religioso establecido, sino del tiempo nuevo de la Gracia en el que cada hombre y cada mujer son templos vivos y palpitantes del Dios de la vida.
A Dios no se le encontrará en el monumental templo de piedra sino en la persona de Cristo, y por Él, en cada uno de sus hermanos más pequeños y en la comunidad, que es la familia reunida alrededor del ágape de amor, mesa del Reino.

Más que un milagro en el sentido tradicional, los gestos y acciones del Señor nos educan y guían para que nosotros, mínimos obreros de ese Reino que yá está entre nosotros, seamos canales milagrosos del amor de Dios en este mundo a menudo tan cruel e inhumano, comenzando por ese Cristo que se ofrece Él mismo, totalmente y sin reservas como pan para nuestro hambre y para todos los hambres de la humanidad.

Los discípulos, frente al ímprobo desafío de alimentar a una multitud inverosímil -miles de personas- se adentran por las veredas usuales. En principio, quieren abandonar a esas gentes a su suerte, alejando de sí mismos el problema que los descoloca, el usual no me corresponde, no a nosotros, que otro se haga cargo. Luego, como vía de solución intentan comprar los alimentos que faltan. El error es mayor; el dinero no es solución, y peor todavía, hay cosas que no tienen precio, que no pueden comprarse.

La acción del Señor tiene la ilógica del Reino, la maravillosa locura del amor, de un Dios enamorado de sus criaturas. A nuestras limitadas mesas exclusivistas de confort y comodidad, de mirarnos el ombligo, opone la mesa inmensa de los hermanos, del servicio, de la fraternidad, mesa creciente de la vida que se ofrece incondicional para que otros vivan.
Aún cuando entrañe ciertos riesgos a ojos mundanos, en la mesa de los hermanos no hay intrusos ni hay extraños, sino lugares reservados y pan abundante para los que aún no han llegado.

Para los discípulos, se inaugura la misión, llevar a todos los hambrientos soles de justicia concreta, encarnada, y el pan de la vida eterna que es Cristo Eucaristía. Nos alimentamos del cuerpo y la sangre del Señor, pan y vino transubstanciados, en grato memorial que ofrecemos desde nuestra pequeñez, que nos compromete y transforma porque no solamente saciamos la necesidad del cuerpo, sino que nos alimentamos de la existencia misma de Cristo para amar como Él, vivir como Él, ser fieles como Él.

Es dable entonces suplicar alegremente el hambre, el hambre que nos hermane al caído a la vera de la vida, al olvidado en todas las periferias, al que se suele enviar a arreglárselas como pueda en su miseria, para que todos den un paso adelante hacia la justicia desde la solidaridad y la compasión, el Cristo que compartimos y nos convoca.
Somos pequeñísimos, apenas unos panes y unos pescaditos, pero que se vuelven bendición y signo cierto del amor de Dios para el hermano.

Paz y Bien

En Dios está nuestra suerte, nuestro destino, nuestra paz, nuestra justicia
















Para el día de hoy (22/06/19) 

Evangelio según San Mateo 6, 24-34









Es menester realizar una aclaración previa: en numerosos pasajes de los Evangelios podremos encontrarnos con cierto léxico que puede resultarnos confuso y duro a veces. La lectura -toda lectura- nunca debe ser literal, y ha de ubicarse en el contexto adecuado, permitiendo que aflore toda la simbología también; juzgar algunas expresiones con criterios del siglo XXI, no sólo es un anacronismo sino una falta a la verdad.
Así, cuando Jesús de Nazareth habla de los paganos no expresa un concepto de carácter peyorativo, sino a aquellas personas que no conocen a Dios, que no han experimentado su presencia en su vida, la transformación de su existencia, el sabor único de la trascendencia, a diferencia o en contrario a los hijos de Israel que -a veces a los tumbos, a veces de manera legalista- cuyas vidas adquieren sentido por la fé que profesan, por el Dios que ha intervenido en su historia y que ahora lo hace en plenitud en Jesucristo.

El texto que nos brinda la liturgia del día habla ante todo de la urgencia del Reino, ese Reino que suplicamos sea y acontezca aquí y ahora, totalmente, sin medias tintas, componendas ni edulcorante.
El Maestro lo sabía bien, aún cuando fué pobre toda su vida: el dinero es un ídolo falaz, un tirano cruel que sólo sabe generar esclavos, un monstruo que se alimenta de los corazones de sus devotos y que se mastica sin piedad las vidas de los indefensos, en una bruta liturgia que a menudo se enaltece, el mercado. No se trata, claro está, de una postura ideológica maquillada como piadosa, sino de una cuestión taxativa que nos compele a estar de un lado o del otro. No se puede servir a dos señores. Cuando el dinero pierde su carácter meramente instrumental comienzan los problemas, las injusticias, la vida se viene a menos, y gana espacios lo que perece. Y la vida, para ser plena, ha de orientarse a Dios, en vínculo eternamente filial, la libertad de los hijos que nada ni nadie ha de quitarnos.

Se trata de no subordinarse de modo mórbido a eso que llamamos mundo, y que hace descender apresuradamente hacia la disolución la condición humana.

Sin embargo, otra cuestión se plantea también, y es el orden de las preocupaciones. No está mal des-vivirse ofreciendo cada uno de estos escasos días que tenemos en pos del bien de los demás. La vida se enaltece con todos aquellos que desde la honradez, sin descender a los pantanos de la corrupción, ganan el sustento para los suyos y edifican en silencio y humildad sus existencias, obreros de la integridad y la paciencia.
Pero hay que andarse con cuidado para no resbalarse hacia los fangales inciertos de la pura preocupación sin destino ni sentido, teniendo la mirada puesta en los hermanos pero el corazón en el cielo, santa tirantez que nos eleva.

La Divina Providencia que viste de fiesta la naturaleza a puro amor, y es una realidad cotidiana, nó una bella metáfora. Es imprescindible acunar nuestras angustias en los brazos bondadosos de Dios, Padre bueno que nunca nos dejará librados a nuestra suerte. En Dios está nuestra suerte, nuestro destino, nuestra paz, nuestra justicia.

Paz y Bien

Tesoros de compasión y solidaridad














Para el día de hoy (21/06/19):  

Evangelio según San Mateo 6, 19-23





La lectura de hoy y la enseñanza del Maestro está directamente relacionada a la primer Bienaventuranza, la explica y hace profundizar a los discípulos acerca de ella. Tiene que ver con lo que anida en el corazón de cada creyente, lo que en verdad le es valioso, lo que define su vida, Dios o el mundo -dinero, cosas, poder-, pero también con la manera de ver al mundo y al prójimo, con la mirada bondadosa de Cristo o con la mirada mezquina del egoísmo, tamiz cruel que trata de amoldarlo todo a los caprichosos esquemas que se enarbolan.

Pero no es difícil trasladar el mensaje de Jesús de Nazareth de las personas a las naciones, sin perder de vista, claro está, que todo se define en los corazones.
Lo usual y razonable es mensurar y valorar a las naciones en base a sus estados financieros, su poder militar, el volumen de su comercio y producción. Sin embargo, a partir de los nefastos razonadores de miserias de diversos colores y pertenencias, el mundo parece generar cada vez más pobres, sobreabunda en marginalidad y vomita cada vez más violencia, a menudo producto de una injusticia que se enquista como natural y lógica, aún cuando nada -absolutamente nada- justifique el camino de la violencia, potro bravo del que es muy difícil desmontar y que nada tiene que ver con el Evangelio.

Corramos el grato riesgo de ser rotulados como ingenuos. Bendito sea Dios si eso es por la fidelidad a la Buena Noticia.
Desde lo que el Maestro nos descubre, podemos imaginar, soñar y construir otro mundo en donde la riqueza de las naciones no pase tanto por el poder que se imponga ni por la cantidad de ceros de sus finanzas -instrumentos válidos, pero sólo instrumentos- sino más bien en cómo protege a los indefensos, cómo promueve a los pobres, como rescata a los olvidados y desvalidos, el empleo que genera, la justicia que se observa porque es lo que se debe aunque no estén las luces de las cámaras encendidas.

Y también en la mirada que cada nación tenga para los que están caídos a la vera de la existencia, las periferias de la vida, alcancías en donde se acumulen santas moneditas de compasión, de solidaridad, de justicia, de fraternidad.

Paz y Bien


Padre Nuestro: orar con Cristo, participar en el misterio de la Trinidad















Para el día de hoy (20/06/19) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15








La Palabra de Dios desciende sobre la creación, sobre la tierra como lluvia bienhechora que todo lo fecunda, y nuestras existencias germinan al paso de la vida que se despierta tras la bendición. Esos renuevos que florecen son plegarias, nuestra oración que sube hacia la inmensidad del Creador como expresión segunda y respuesta, pues de Él son todas las primacías.

Dios es el Totalmente Otro, y su misterio es tan insondable que en nuestra pequeñez deberíamos permanecer mudos totales sin remisión. Aún así y a pesar de todo y de todos, Dios se hace Palabra para que recuperemos el habla, Verbo que se encarna, Cristo, Dios con nosotros.

Cristo nos revela la verdad que transforma la totalidad de la historia, que Dios es Padre y más aún, Abbá.
Padre que se brinda sin reservas, Padre por el que todos somos hermanos, Padre bondadoso, tenaz e incansable.

Él nos brinda su oración que es el compendio del Evangelio y la Salvación.
Cristo es el puente con la eternidad, y el Padre Nuestro nos introduce en el misterio infinito de Dios, en alabanza a su Nombre, en súplica por su Reino y su voluntad aquí y ahora, causa de Dios que también es causa de los hermanos por el pan, el perdón, la justicia, la reconciliación.

Orar el Padre Nuestro es orar con Cristo, participar desde las raíces mismas de la existencia en el amor trinitario, decir con Él -Padre- transformarlo todo desde esa identidad única e inquebrantable, la vocación infinita de se sus hijos.

Paz y Bien

La autoridad única de la compasión
















Para el día de hoy (19/06/19):  

Evangelio según San Mateo 6, 1-6.16-18









Salir, salir de todo encierro, pero muy especialmente salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. De eso se trata la misión porque la misión es sinónimo de amor.
Toda la vida de Jesús de Nazareth es un ir constante en búsqueda de los demás, allí en donde acontece lo cotidiano, en donde la gente se reune a rezar, en donde trabaja, en donde viven. Pero con especial afán Él vá hacia donde se encuentran los que ya no pueden más, los olvidados, los descartados de la vida, los que agonizan tantas veces en silencio.

Todavía no lo hemos encarnado como distingo principal de esta familia suya que somos, la Iglesia. A menudo seguimos empecinados en esperar que el prójimo se aparezca a nuestras puertas, cuando en verdad al prójimo se lo edifica y reconoce desde la caridad. Peor aún, nos blindamos de muros, puertas cerradas y ventanas opacas, esos exclusivismos acotados de una Iglesia rápida para la sanción de todas las heterodoxias, pero escasa a la hora de prodigar misericordia y bondad sin distinción ni fronteras.

Por ese carácter que es su identidad única, a los discípulos de aquel entonces y los de todas las épocas de la historia el Señor les ha conferido autoridad, una autoridad que emana de su propio poder. Esa autoridad no se condice con los criterios mundanos de dominio, de mandar a los demás, de ordenar y ejercer el poder sobre el hermano y sobre los que se ha confiado su cuidado.

Esta autoridad es única: se trata de encarnar la compasión en todo tiempo y lugar, sin importar las consecuencias, con generosa cordialidad, levantando al caído, socorriendo al enfermo, celebrando cada brote de justicia y liberación en donde acontezca.

Porque desde el Evangelio, no hay otro poder auténtico que el del servicio, en la asombrosa sintonía de la Gracia.

Paz y Bien

El perdón amplía la comunión













Para el día de hoy (18/06/19):  

Evangelio según San Mateo 5, 43-48







Con presupuestos humanamente muy razonables, estamos atrapados en una lógica que, necesariamente, deja un tendal de muertos y heridos, y que no vá más allá de nosotros mismos, carece de trascendencia, se agota en su misma raíz.

Pero con Jesús de Nazareth no hay lugar para el no se puede. Él toma las tradiciones de su pueblo -tan comunes a todos los pueblos- y las resignifica.
En la ley de Moises y la cultura de Israel, estaba explícito el mandato de amar al prójimo, es decir, amar al par, al judío, al otro hijo de Israel. El forastero que es el extranjero que ha sido asimilado por Israel también debe ser amado y respetado; ahora bien, nada dice acerca del extranjero.
La extranjería -total ajenidad- no tiene ningún condicionamiento moral ni obligación ética, por lo que es perfectamente odiable, y obviamente eliminable sin cargo de conciencia a la hora de la guerra. El lejano -que puede estar a sólo unos metros- está separado por una brecha infranqueable.

Aún así, el Dios de Jesús de Nazareth es el Dios del prójimo, del forastero y del extranjero, que no realiza estas disquisiciones que son tan nuestras sino que sólo mira y vé hijas e hijos.

Esos proyectos tan actuales en donde es posible y justificable el odio en todas sus expresiones y formas refinadas, nada tiene que ver con el Reino. 
De tal palo tal astilla sentencia verazmente el saber popular, y si nos reconocemos hijas e hijos de ese Dios Abbá, no podemos ser distintos ni menos que Él.

No hay lugar para abstracciones ni para conformismos banales en los templos y predicaciones. Más que una utopía, tiene su encarnación concreta en este mundo tan violento y cruel, porque es el único modo de sanar corazones y acercar a las gentes.

Shalom no es sólo un deseo de paz: es la bendición efectiva y eficaz de ese Dios que es liberación para todos los corazones heridos, para que florezca la vida, para que retroceda la muerte.

Paz y Bien

La ética superadora y trascendente de la caridad


















Para el día de hoy (17/06/19):  

Evangelio según San Mateo 5, 38-42







Las lecturas anacrónicas suelen partir de razonamientos o silogismos equivocados, y por ello son poco veraces; en un abordaje simple, no es acertado juzgar con ojos del siglo XXI situaciones o aconteceres que sucedieron miles de años atrás. Hay cosas que perduran, y que son inamovibles a través de la historia, la vida, la libertad, la trascendencia. Pero con el transcurrir de los siglos los valores cambian -para bien o para mal- y por eso es menester saber ver el árbol pero también el bosque a la vez, es decir, mirar al hombre en su circunstancia histórica.
Es el error habitual de confundir moral con ética, pues aquella es la explicitación histórica de ésta, y por lo tanto varía de acuerdo al contexto histórico. En resumidas cuentas, lo que es válido o aceptable en determinado lapso de la historia puede rechazarse o repugnar en otros tiempos. Pero la ética, los valores trascendentes, son los que permanecen y no perecen.

Así entonces la llamada ley de Talión -lex talis- significó para las sociedades de su tiempo un importante avance en el ordenamiento civil, el progreso en el establecimiento del derecho penal, y un enderezar las acciones hacia una justicia recíproca, igualando los derechos entre el ofensor y el agredido, morigerando los efectos de la venganza y trasladar esos criterios a toda una nación. El nombre de ley de Talión proviene de lex talis que significa, literalmente, ley del tal como. Así los sabios de Israel reflexionaron y codificaron -lo encontramos especialmente en el libro del Levítico y en Éxodo- ese criterio con el vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pié por pié, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe, fractura por fractura.
Volviendo al postulado inicial, este principio puede hoy horrorizarnos si nos embarcamos en una fútil tarea anacrónica. Por eso es menester tener una mirada más profunda.

En los tiempos de Jesús de Nazareth estas previsiones, si bien vigentes, habían decrecido en intensidad. Ciertos cambios habían mutado: podían establecerse compensaciones monetarias en lugar de la devolución recíproca de la ofensa o golpe recibido. Pero para los sectores más radicalizados, implicaba también la justificación de expulsar por la fuerza de las armas al opresor romano.

Jesús de Nazareth no aceptaba estos principios. Sabía bien que cuando comienza la violencia, se desata una vorágine que es muy difícil de detener, y que sólo provoca víctimas. Nadie gana.
Pero Él no propone una alternativa más, ni tampoco habla de pasar por alto el mal. Lo que importa es romper ese círculo violento de venganza. Desde la esencia misma de Dios, el amor, la justicia se busca y se procura de otra manera, ofreciendo la propia vida.

Se trata de ir más allá del pacifismo, el cual es de por sí muy valioso. Pero en la perspectiva del Reino, en el horizonte de la Gracia hay más, siempre hay más, y ese más allá se llama prójimo, aún cuando prójimo sea el enemigo más enconado y peligroso.
No es fácil porque para arribar a esas playas mansas hay que navegar por el mar confuso y adverso del egoísmo.

Pero con Dios todo se puede. Y más aún cuando se experimenta el paso salvador de Dios por la propia existencia, una cuestión raigal que inevitablemente ha de compartirse con propios y con ajenos que son tales porque aún no hemos hecho el esfuerzo de acercarnos, todos hijos del mismo Dios.

Paz y Bien 

Santísima Trinidad: Dios por nosotros, Dios con nosotros, Dios en nosotros
















La Santísima Trinidad 

Para el día de hoy (16/06/19) 

Evangelio según San Juan 16, 12-15










En verdad, somos muy limitados. Las mujeres y los hombres más sabios y eruditos lo entienden bien, y cuanto más profundas y profusas son sus reflexiones y sus escritos, más grande intuyen el abismo que los separa de explicitar la eternidad. Nuestros lenguajes abundan en términos más no son Logos, Palabra infinita de Dios.

Por eso, frente a la inmensidad del misterio a veces es mejor callar, acallar tanta bulla y escuchar con atención, dejarse imbuir toda la existencia por ese infinito que tiene nombre y rostro, volvernos nuevamente niños capaces de asombros, corazones ligeros de tantas maravillas.

Aún cuando el abismo -para nuestros medios escasos- es imposible de atravesar, un puente se nos ha tendido.
Jesucristo, sacerdote absoluto, es camino, es verdad y es vida desde y hacia Dios. Porque hay cuestiones en las que no se navega con la razón, sino que es preciso sumergirse con el co-razón.

Por Jesús de Nazareth sabemos que el Dios del universo es amor, vida que se comunica a perpetuidad, común unidad de vida, de afectos, de ternura, de liberación y justicia. Un amor tan grande que sale al encuentro de la humanidad en sus mismos huesos y sangre para acampar en estas soledades, para que la historia se transforme de una vez y para siempre.

Porque el Dios de Jesús es un Dios que salva, que sólo vé hijas e hijos, que rescata a los extraviados, sana a los enfermos y libera a los cautivos. No es el dios severo, juez y rápido castigador que por un lado nos manda amar y por el otro, con admoniciones duras como látigos, reparte sin vacilaciones infiernos constantes.
La Salvación se nos ofrece en bondad extrema pero también en total libertad. Porque es ese amor el que ante todo nos quiere íntegros, libres, y este Dios es Padre y Madre que nos cuida y protege, es Hijo y hermano mayor que nos salva, es Espíritu que nos enciende y sostiene.

Celebrar la Santísima Trinidad no puede tener otro signo que el de la alegría de sabernos reconocidos siempre, destinatarios de abrazos sinceros, degustadores de trascendencia en lo cotidiano, de eternidad en el aquí y ahora, de vida que se nos brinda y que a su vez proyectamos y compartimos porque, aún no perteneciéndonos, se nos ha confiado a nuestras torpes manos, con una confianza asombrosa que no tiene parangón con la poca fé que a menudo depositamos en su corazón sagrado.

Dios por nosotros, Dios con nosotros, Dios en nosotros.

Paz y Bien

Somos nuestras palabras, las que decimos y las que callamos














Para el día de hoy (15/06/19) 

Evangelio según San Mateo 5, 33-37








El Maestro no vino a abrogar la Ley de Moisés, sino a darle cumplimiento pleno. Ello no implica solamente una variable heterodoxa interpretativa, sino más bien una profunda lectura de sentido a partir de su experiencia profundamente personal de Dios como Padre.
Sólo desde allí la Ley deja de ser norma escrita a cumplir y se transforma en proyecto de vida, en auxilio y brújula de la existencia.

En el Evangelio para el día de hoy, Jesús de Nazareth pone el énfasis y el corazón en la veracidad de las palabras, en no perjurar, en no abandonarse a las sombras de la mentira.

En cierto modo, la palabra empeñada parece carecer de valor y trascendencia en los tiempos que corren; pero aún así, esa palabra es decisiva y debería ser motivo de confianza recíproca.
Porque en verdad, somos nuestras palabras. Somos lo que decimos, somos lo que callamos, somos las verdades que ratificamos y las mentiras que destilamos, y por ello es dable y razonable afirmar que en cada palabra -escrita, pensada, pronunciada- nos estamos jugando la vida, pues la verdad es libertad, y su ausencia configura el peor de los escenarios.

Así entonces el Señor nos impulsa a la sencillez, y esa sencillez no es simpleza superficial. Antes bien, implica una profunda honestidad, un valor tan ausente en nuestro mundo.

Más aún: tenemos el mandato de ser veraces para ser libres, desde la verdad primera que es Cristo, y a la vez el destino de hacernos Palabra para el prójimo cercano y lejano, Evangelios vivos que aunque permanezcan en silencio, dicen todo lo que hay que decir desde el testimonio de vidas santamente coherentes.

Paz y Bien

No podemos ser felices individualmente

















Para el día de hoy (14/06/19):  


Evangelio según San Mateo 5, 27-32 









Un error usual es suponer que Jesús de Nazareth le habló específicamente a una generación de hombres y mujeres judíos del siglo I de nuestra era, tal vez con mayor énfasis a galileos, y que se enfrentó sin reservas contra la dirigencia religiosa de su tiempo. Situar al ministerio del Maestro en coordenadas históricas puntuales es muy importante en tanto conocimiento y, más aún, en tanto ámbito teológico o espiritual, pues ahondamos en la cristología, en el grato misterio del Dios que se encarna, se hace historia.

Pero su mensaje se extiende de generación en generación: Él les habla a las mujeres y los hombres de todos los tiempos, creyentes e incrédulos, buenos y malos, justos y pecadores. Asombrosamente, Cristo es el Dios amigo, vecino, contemporáneo de todos los pueblos a través de toda la historia.

Suponer también que Cristo viene a instaurar una alternativa nueva, una opción distinta a como se ordena el mundo es menoscabar su enseñanza y misión. Las cosas del Reino no son reemplazos de unas estructuras por otras, sino llevar a la persona humana a su plenitud: el sueño de Dios expresado en Cristo es que el hombre sea feliz, nada más ni nada menos, y que pueda elevar su existencia a una eternidad sin límites ni fin.

Por eso Él buscaba una superación de la Ley en tanto reglamento, norma de imposición restrictiva externa; ello es importante, pero no resuelve la cuestión de raíz, y es lo que anida en los corazones de las gentes, y eso explica la lectura que nos presenta la liturgia del día. El adulterio, claro está, es anatema, pero no basta la restricción en los tiempos de la Gracia sino purificar la conciencia. Más aún, permitir que el Espíritu nos despeje toda nube de egoísmo y de negación del otro, todo cercenamiento del crecimiento del amor.

Lo que verdaderamente inclina la balanza es un corazón que se convierte, que converge hacia Dios y hacia el hermano.

Paz y Bien


La ley de Dios, la caridad















Para el día de hoy (13/06/19):  



Evangelio según San Mateo 5, 20-26








La Ley mosaica tenía una importancia raigal para el pueblo de Israel, inclusive mucho más allá de los rigores impuestos por aquellos que se establecían como guardianes de su estricta observancia.
La Ley confería a ese pueblo naciente una identidad única y normas de convivencia que superaban los arrebatos de venganza, instauraban una primera concepción de justicia y delineaba la reciprocidad necesaria para pervivir como comunidad, una cuestión que se acentúa si imaginamos a las miles de personas de esas tribus que habían escapado del yugo de Faraón. Desde esa perspectiva, la Ley implicó un salto ético importantísimo, y fué también inspiración de Dios para que ese pueblo de sus desvelos fuera en verdad libre y responsable.

El Maestro no cuestiona ni una simple coma de la Ley, antes bien ha venido para darle pleno cumplimiento. Esto es fundamental: de allí que sus habituales enseñanzas y sus palabras más duras están referidas a una casuística impuesta con brutalidad por los dirigentes religiosos, hombres que poseían la rigidez de la moralina exterior y formal, moral sin bondad ni corazón y distante de lo que trasciende, la ética.
El cuestionamiento, al dirigirse puntualmente hacia esos hombres, no pone en entredicho la Ley, no supone un relajamiento aliviador de la tensión impositiva, ni tampoco el otro extremo, tornar hacia una carga aún mayor, insoportable.

La Ley, práctica y simbólicamente, se inscribe en piedra, indicio de su firmeza y solidez pero también involucra una serie de exigencias externas que deben ser cumplidas, muchas veces con un talante restrictivo -no hagas esto, no hagas aquello-, sino un crecimiento, una superación, la vivencia de una Ley que está escrita en los corazones desde ese Dios que nos quiere felices, plenos, completos.

La Ley del Reino es el amor.

Aunque parezca leve, amar tiene una faz mucho más exigente que el mandamiento exigible: amar significa abandonar toda reserva, brindarse sin medidas y emprender el grato éxodo desde el reglamento -valioso, importante- hacia la insondable eternidad de la compasión y el perdón, la reconciliación con el hermano que edifica fraternidad y paz.




Paz y Bien

Un ascenso interior hacia el cielo vivo en el Evangelio



















Para el día de hoy (12/06/19):  

Evangelio según San Mateo 5, 17-19










Una mirada muy superficial de la lectura que nos ofrece la liturgia de este día nos puede presentar una flagrante contradicción en las enseñanzas del Maestro, y ello mayormente suele acontecer cuando esa mirada se sustenta en una lectura lineal, superficial. La literalidad es madre de todos los fundamentalismos, y sin importar su origen o color, todos ellos son contrarios a la Buena Noticia.

El problema de fondo es que por un lado Jesús de Nazareth afirma que Él no ha venido a abolir la Ley y los Profetas sino a darle pleno cumplimiento, y por otro lado encontramos sus posturas polémicas y conflictivas frente a ciertos preceptos impuestos, como por ejemplo la observancia del Sabado, las abluciones previas a la comida, el ayuno.

La Ley de Moisés, en sus orígenes, implicó un gran salto cualitativo para la ética de Israel como pueblo naciente; tribus de esclavos en Egipto, al calor del desierto como crisol y mediante la Ley como instrumento redentor, esas tribus se convirtieron en nación de hombres libres. La Ley, por lo tanto, era bendición de Dios para alcanzar por ella la libertad y la identidad que surge de la convivencia comunitaria.
Los Profetas, a su vez, eran el aire puro que mantenían viva la llama de la fé. Sin demasiadas vueltas, con voz clara y rotunda, anunciaban la esperanza que siempre proviene de Dios y denunciaban aquello que se oponía a los sueños del Creador para todos sus hijos.

Con el correr de los siglos la observancia de la Ley se quedó en la pura letra y se olvidó a Aquél que la sustentaba, que le otorgaba sentido y trascendencia. La Ley como don de Dios se convirtió en una imposición a menudo intolerable, que se practicaba por miedo a represalias o castigos antes que por vínculos filiales.

Jesús de Nazareth viene a dar pleno cumplimiento de la Ley y los Profetas porque su plenitud es el amor, Dios mismo entre nosotros, Dios entre su pueblo.
La Ley y los Profetas significan un ascenso interior hacia el cielo presente del Evangelio, y es herencia para transmitir a todas las generaciones.

Paz y Bien

Que florezca la plenitud en estos campos yertos, sueño del Dios encarnado

















San Bernabé, apóstol

Para el día de hoy (11/06/19):  

Evangelio según San Mateo 10, 7-13










Quizás en pos de aferrarnos a los detalles específicos, pasemos por alto la cuestión primordial que es la total confianza que Cristo deposita en los suyos, su ministerio será el de ellos, nuevos Cristos anunciando buenas noticias a todos los pueblos.
Esa confianza, esa fé se sigue renovando de generación en generación, y lo seguirá haciendo hasta su regreso definitivo.

Nada llevarán consigo los misioneros. Su único equipaje es la esperanza, del resto se ocupa la Divina Providencia.
Pero también ese desprendimiento significa identificación evangélica con el Cristo que los envía y con los pobres, destinatarios primeros de la misión, la Buena Noticia de la liberación de un Dios que ama sin desmayos ni descansos.

Es un mensaje que no les pertenece, y por ello extremarán los cuidados para no creerse nada más que obreros felices que cumplen con su deber.

La misión tiene el sentido fundamental de hacer presente el amor de Dios, un amor que es salud y también es Salvación, desincrustando esa muerte que se aferra, purificando todos los estigmas de la exclusión que impiden la fraternidad, expulsando en el nombre de Cristo todos los demonios que asolan la condición humana. Todo bajo el signo asombroso y escandaloso de la Gracia, de la gratuidad, de lo que se ofrece -la propia vida- sin condiciones, al servicio de los demás.

Que florezca la plenitud en estos campos yertos, sueño del Dios encarnado.

Paz y Bien

Santa María, Madre de la Iglesia, hace hogar en donde los hijos la reciben
















María. Madre de la Iglesia

Para el día de hoy (10/06/19) 

Evangelio según San Juan 19, 25-27








Para la mentalidad judía del siglo I, la cruz -instrumento romano de ejecución criminal- suma al horror y al sufrimiento la ignominia de los malditos. La Ley era explícita al respecto, y se reservaba el cruel privilegio de la crucifixión para los criminales más abyectos.

El Cristo crucificado, Mesías derrotado ejecutado como un reo marginal, hubo de atemorizar a los discípulos, pues las acciones punitivas públicas siempre tienen por objeto, además del castigo, el amedrentar y desalentar a las gentes para que no realicen conductas similares a las del condenado. A la confusión de sus amigos -ellos imaginaban un Mesías glorioso y victorioso- se sumaba el miedo en estado de ebullición, pues temían correr la misma suerte.

En ese clima de grosera brutalidad, la gran mayoría pasa por alto los sentimientos de la madre de Jesús.
Como madre, ese hijo amado que lleva su sangre y que llevó en sus entrañas agoniza en la cruz, luego de torturas varias, y ella sufre por dos. Seguramente, cambiaría sin vacilaciones de lugar, ella por ese hijo que se le está muriendo ante sus ojos empañados..

Pero ella, además de madre es hermana y es discípula de ese Cristo que es Hijo y es Maestro. Ella, como nadie, ha escuchado la Palabra, la ha dejado germinar en las honduras de su corazón inmenso y se ha dejado transformar, obediente y feliz. Ella sabe bien que el Crucificado es inocente, es un hombre bueno y manso, es príncipe de paz y servidor de su pueblo, y a pesar del estupor que conlleva todo crimen, intuye certeramente que la condena es producto de su fidelidad absoluta a su Dios, un Dios torturado allí mismo delante de su mirada.
Con todo y a pesar de todo, Ella se mantiene en pié, con la fortaleza que sólo tienen los que son capaces de amar hasta los extremos, y que por ese amor reivindican en doloroso silencio la esperanza.

Ella es una mujer judía, la misma muchachita palestina a la que Dios eligió por Madre. Como tal, no tiene casi derechos ni relevancia. Nunca ha tenido casi nada; de niña ha vivido en la casa paterna, ya desposada en la casa nazarena del esposo.
Ahora, Madre doliente, tampoco tiene casa propia. Su casa estará allí en la casa de sus hijos, en la casa de los hijos que la reciben como Madre, y esa casa con su presencia deviene en hogar cálido por sus cuidados, en donde todos tienen su importancia, su reconocimiento, su identidad, ámbito para crecer con los demás, para no estar jamás solos ni a la deriva.

María hace hogar en donde los hijos la reciben. María, por eso mismo, Madre de la Iglesia que la quiere y la ama con afecto entrañable, a la lumbre del Espíritu del Resucitado que es el Crucificado.

Paz y Bien

Pentecostés: el Espíritu nos re-crea, vida de Dios en nosotros















Pentecostés 

Para el día de hoy (09/06/19) 

Evangelio según San Juan 20, 19-23 








Tanto para contemplar la Palabra como para la vida misma, siempre es necesario prestar atención al detalle sin perder de vista el entorno, el marco general, la visión amplia que supera lo episódico. Y en verdad, en ese marco amplio destacan la plegaria en el huerto de los Olivos, la Pasión, la Resurrección y ahora, ese grupo de hombres atrincherados tras unas puertas que, suponen, los protegerán del obrar ladino de aquellos mismos que procuraron la muerte del Maestro.

Hay allí un cierto temor a lo que vendrá, un rechazo tácito a cualquier futuro pues todo lo que imaginaban ha quedado trunco con la muerte de Cristo. El miedo demuele, paraliza, desdibuja horizontes y confunde destinos, y así también la Iglesia, cuando comienza a encerrarse por los peligros que detenta la posmodernidad, se paraliza encerrándose en sí misma y ese encierro no es defensa, sino un quebranto que vulnera su vocación misionera.

Ellos se habían quedado con la Pasión como derrota, un talante de derrota y espanto y en ellos nos espejamos. Nos encontramos a menudo ateridos de miedo, demolidos de tristeza y angustia por un mundo que nos tira muros a cada paso, que sólo habla de muerte, de dolor, de injusticia a la que todo parece acomodarse con diabólicas razones.
Por las nuestras, por propio impulso es esfuerzo vano hablar de la vida, de plenitud, de muerte en retroceso, de resurrección que se vive y se encarna cuando todo clama lo contrario. Las convicciones son importantísimas, pero no son suficientes como no bastan solamente las ideas. Hay más, siempre hay más.

Y así como esa Iglesia naciente, así nosotros -amilanados, cansados, temerosos- nos paralizamos en una quietud sin frutos, en encierros sin mañana distinto.
Sin embargo, no hay muros ni cerrojos que puedan ocultarnos ni detener el paso salvador de Cristo por nuestras vidas.

Él se hace presente y no es una aparición fantasmal ni una ilusión producto de una psiquis que nos juega una mala pasada. Ahí están sus manos y su costado heridos, el Resucitado es el Crucificado que está vivo y que se llega allí donde transcurre nuestra existencia con un Shalom inmenso que nos sana en su calma profunda, una paz que es mucho más que la ausencia de conflictos, una paz que es producto de su amor incondicional, una bendición que se ofrece generosa a todos los pueblos y en cada generación.

Entonces acontece un asombroso acto de fé, de confianza ilimitada. La comunidad cristiana tiene en sus manos y por misión y destino la misma obra de Cristo, es decir, la obra de Dios en el mundo.
El Resucitado nos comunica su Espíritu Santo que nos reviste de coraje, de alegría, de entereza, de tenaz misericordia, de obstinado servicio. Con todo y a pesar de todo, Él sigue confiando en nosotros.

Su Espíritu nos re-crea, nos plenifica con la vida de Dios en nosotros, nos enciende de eternidad, nos impulsa a todos los caminos, ratificando que siempre hay Buenas Noticias para dar y que la historia tiene otra cara humildemente jovial, la que pacientemente teje en silencio el Dios encarnado con la humanidad.

Feliz Pentecostés!

Paz y Bien

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