Le miré los pies,
el pobre niño tenía sus dos pies calzados de intemperie,
no era fácil calcular los dueños
que habían tenido sus zapatillas.
Era un poco menos que andar descalzo,
dos números menos que su número,
pero bastante menos que andar calzado.
Era una manera de poner la ignominia
entre él y el planeta.
Sus dedos hacían punta
entre esos andrajos que alguna vez habían ocupado
una vidriera,
me imagine que cuando caminaba
debía ir cuidando que no se le desarmaran los pasos.
Le miré los pies
y me dio vergüenza,
una vergüenza sin cordones
y sin medias.
Una vergüenza con los pies sobre la tierra.
No era forma de andar por el invierno
porque el invierno muerde lo que no se esconde,
en el surco la escarcha se mete hasta los huesos
y el camino duele hasta en los descansos.
- Hay otros que andan pior. Andan a patas.
o se hacen zapatos de papel con los diarios-.
Me está acusando el niño sin advertir mi culpa,
me está acusando desde abajo de abajo,
me está acusando de tener los pasos con suela y capellada
y de no darme cuenta de que hay niños por el piso.
¡Ay país! ¿cómo puede ocurrirte esta infamia
de gobiernos que lucran con los pies de los niños?
¿Cuándo será el día en que todo se dé vuelta?
El día que tengan los pies en la cabeza,
estos pies
los que todos los días se calzan sus agujeros.
¡Cuántos miserables hay arriba de la miseria!
Le miré los pies,
porque no me hizo falta mirarle el rostro,
y porque no me hubiera acordado de millones.
Jorge Sosa
-poeta argentino-