La Buena Noticia es anuncio y es bondad que se propaga como rocío bienhechor

 







Domingo Cuarto durante el año

Para el día de hoy (31/01/21) 

Evangelio según San Marcos 1, 21-28



Asombrarse de Cristo, asombrarse con Cristo, cada día, todos los días.


Las gentes aquella tarde no lo podían creer: ese joven rabbí galileo no tenía ninguna atadura ni se demoraba en auxiliar a los dolientes, en curar enfermos, aún cuando eso le traía graves problemas con las autoridades religiosas. 

Pero no era solamente eso, claro que nó: este hombre hablaba con una voz nueva que no era solamente distinta. Él hablaba con la autoridad propia de quien lo que dice lo vive hasta sus mismas entrañas. Él les hablaba de un Dios cercano, un Dios Abbá, un Dios que ama, rico en misericordia y en perdón, un Dios inclinado totalmente hacia el corazón humano, y con una decidida parcialidad afectuosa para con los pequeños, los sufrientes, los extraviados.


Era muy diferente la autoridad pretendida que esgrimían los letrados: ellos fluían a pura opinión a partir de lo que otros han comentado acerca de la Ley, y desde allí estructuran una casuística y un corpus legal que imponen y que doblega las almas, pues predican a un Dios lejano, vengador, cruelmente punitivo, un Dios al que se le arrancan favores mediante la acumulación de méritos religiosos y la práctica de normas piadosas. Y eso nada tenía que ver con el Dios generoso, el Dios de la Gracia de Jesús de Nazareth.


Jesús de Nazareth es Dios y Dios es Jesús de Nazareth, y de esa identidad que es amor absoluto surge su poder. Es el amor, no el poder que nos imaginamos, el poder de imponer, de oprimir, de la fuerza ejercida contra otros.

Desde ese poder y desde esa autoridad expulsa al espíritu maligno, el mal que atenaza la existencia de ese hombre. 

Es un hombre enajenado, alienado, que no es dueño de sí mismo, razón y corazón fragmentados y dispersos, una humanidad menoscabada.


La Buena Noticia es anuncio y es bondad que se propaga como rocío bienhechor. Ese exorcismo, esa sanación es signo del amor infinito de un Dios enamorado de su creación, un Dios que no descansa por el bien de sus hijas e hijos.


Entre nosotros, entre estas miríadas de gentes a la deriva hay muchos así. Quizás nosotros también lo padezcamos, ese mal que nos vá socavando, despersonalizándonos, quizás cosificándonos. No se trata solamente de psicopatologías, sino antes bien de corazones oprimidos y resignados, corazones sin esperanza y habitados por oscuridades crecientes.


Hay que hacer acallar esos espíritus malvados. Nadie puede arrogarse el derecho a hablar por los demás si ese derecho no es concedido. Quizás un primer paso de justicia sea devolver la voz propia a tantos hermanos nuestros que languidecen en silencio, más bien silenciados.

Es tarea del Evangelio. Es muy Buena Noticia.


Paz y Bien

La barca pequeña de la Iglesia no perecerá jamás

 





Para el día de hoy (30/01/21):  

Evangelio según San Marcos 4, 35-41



Como suele suceder, las claves de lectura en los Evangelios son humildes, sencillas, pequeñas, casi silenciosas. Es menester estar atentos para darnos cuenta de su señal. Precisamente aquí, la señal es la decisión y la indicación del Maestro a los suyos de cruzar a la otra orilla.


En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, el mar de Galilea era el ámbito en donde muchas familias procuraban su sustento diario mediante la pesca, como Andrés y Simón, Juan, Santiago y su padre Zebedeo. Pero también era la frontera natural entre la nación judía y el extranjero, los gentiles: como un tajo, las aguas del mar de Galilea dividen a los hijos del pueblo elegido, herederos de las promesas de Dios, del resto de aquellos que están y estarán sumidos en sombras por no pertenecer, y que suelen ser objeto de desprecio por parte de las severas autoridades religiosas vigentes.


De allí lo que acontece en el texto que prosigue. El Maestro se dirige a los pueblos gentiles en el afán y el sueño de Dios de llevar la Salvación a todas las naciones, y de congregar a un pueblo nuevo y santo alrededor de su persona, vínculos cordiales del Espíritu que sobrepasan las intenciones étnicas, religiosas, nacionales.


Simbólicamente, el mar representa el caos, el desorden peligroso y confuso que en los extremos se traga a los pequeños peces, y ese caos se ha instalado en las mentes y los corazones de los discípulos, afincados en la seguridad de su identidad judía, en la escasa certeza que no admite distintos o impares, al punto de inferir que van a perecer si el caos gentil se incorpora a la mansa calma de la primera comunidad.


La orden plena de autoridad de Cristo despeja los malos espíritus de un temor mórbido, las inclemencias que son reflejo de una fé vacilante y de una psicología sin cimientos firmes.


Cuando la Iglesia se repliega sobre sí misma, sobrevienen las inclemencias que nos revisten de temor y de miedo a lo ajeno, a lo distinto, a lo impuro, y eso es reflejo de falta de fé y de confianza en el Cristo que siempre descansa en las inmediaciones del timón de esta barca pequeña y frágil que es la Iglesia, y que a pesar de todo no perecerá jamás.


Por eso embarcarse hacia las orillas del hermano no reconocido, del prójimo olvidado y negado por el mundo es urgente, imperioso y fiel a una Buena Noticia que nunca debe circunscribirse a unos pocos, luz de las naciones, gloria del Creador que ama a toda la humanidad sin desmayo.


Paz y Bien

La humildad de la semilla y el esfuerzo del sembrador


 




Para el día de hoy (29/01/21): 

Evangelio según San Marcos 4, 26-34



El ministerio de Jesús de Nazareth, cuyo epicentro fué su Galilea natal, se desarrollaba en un contexto predominantemente agrícola y Él se valía de de imágenes provenientes de ese ambiente para enseñar a las gentes, quienes lo escuchaban con grata atención, pues aún en parábolas, les revelaba cosas de Dios a partir de cuestiones que vivían a diario.

Algo -mucho tal vez- hemos perdido, no sabemos dialogar con la mujer y el hombre de nuestro tiempo a partir de las cosas que acontecen en su cotidianeidad.


Las dos parábolas refieren a los aspectos personales y comunitarios de la vida cristiana. Si bien, como se señalaba en el párrafo anterior, se despliegan en un contexto agrario, tienen mucho que decirnos en nuestro tiempo, a pesar de los avances científicos, del conocimiento de aquel entonces que se ha superado ampliamente: aún con toda la ciencia, flota en la enseñanza del Maestro el misterio insondable de la gratuidad vida, una vida que es don y misterio y que puja, germina y crece más allá de cualquier esfuerzo.


La humildad de la semilla y el esfuerzo del sembrador no condicionan la asombrosa cosecha que ofrecerá en el tiempo propicio.

El grano de mostaza tiene mucho de ironía, y seguramente arrancó algunas sonrisas a los oyentes de Jesús: el mínimo grano de mostaza se convierte en un arbusto que nada tiene de majestuoso, en franca y alegre contradicción con las imágenes de los cedros del Líbanos, del ébano de los instrumentos y los muebles suntuarios, de la entereza noble del roble. Este arbusto demuele mansamente las expectativas mundanas de gloria y grandeza, pero aún así, tal vez insignificante, tal vez demasiado común, cobra relevancia por convertirse en hogar y refugio de tantos pájaros del cielo.


Pájaros del cielo: todas las mujeres y hombres de buena voluntad que ansían libertad, y que quieren confluir en ámbitos amplios de justicia, de fraternidad, en una familia creciente cuya raíz es la bendición divina, la Gracia de Dios, familia santa que llamamos Iglesia.


Paz y Bien 

Nunca se esconde la luz

 







Para el día de hoy (28/01/21):  

Evangelio según San Marcos 4, 21-25



Por modas, por costumbres y a menudo por cierta clase de superstición, entre nosotros sigue demasiado implantada la idea del destino, entendida ésta como lo que está escrito y prefijado, que será invariable a pesar de cualquier esfuerzo en contrario.

Y cuando estos preconceptos se tiñen de religiosidad, necesariamente conllevan a imaginar a un Dios lejano que decide las cosas a su antojo, para el que sus creaturas son solamente meras marionetas sin ningún tipo de injerencia, que deben resignarse a sus suertes respectivas.


Derribando esos muros que nos gusta levantar, surge clara la voz del Maestro. Es tiempo de la Gracia y la Misericordia, y el Reino tiene el perfume del aquí y el ahora, ya no se trata de difusas cuestiones post mortem sino que está latiendo entre nosotros y en nosotros.

La vida se nos ha confiado, la existencia está en nuestras manos para florecer en plenitud, el sueño de felicidad del Dios Abbá, y es una grave injuria cuando a tantos se les impide volverse artífices o constructores de sus destinos.


Esa vida que se nos ha cedido asombrosamente fructifica cuando no se reserva nada, cuando se vuelve ofrenda, donación, regalo. Es la ilógica del Reino que nada ha de mezquinar, que nada tiene que ocultar y que transparenta eternidad, la asombrosa bendición de la Encarnación.


A la luz de esa Palabra que jamás debe esconderse, vamos descubriendo esa vocación de volvernos cada vez más humanos junto a los demás.


Paz y Bien

El Reino florece en nuestros días, en el aquí y ahora

 






Para el día de hoy (27/01/21):  


Evangelio según San Marcos 4, 1-20




Jesús de Nazareth no había tenido una formación académica, no tenía un lenguaje refinado ni ostentaba títulos adquiridos desde los grandes maestros judios de Jerusalem. Él era un don nadie, artesano de aldea ignota -su acento lo delata- que enseña a la gente y le habla de las cosas de Dios de un modo nuevo y distinto.

Sus oyentes son principalmente campesinos y pescadores galileos; Él sabe de sus duras realidades cotidianas, y enseña a partir de lo que ellos mejor conocen. Así entonces se deleitan con sus parábolas, y no necesitan demasiadas explicaciones, ni racionalizar demasiado, lo que el Maestro les cuenta tiene mucho que ver con lo que viven a diario.


Para escándalo de almas severas y estructuradas, les regala a estos hombres sencillos una parábola que no menciona a Dios, ni a la Palabra ni a la Salvación: es una enseñanza secular de las cosas sagradas.

Sin embargo muchos de ellos respiran esa magnífica certeza campesina respecto de las bondades de la semilla, y así, en sus corazones asombrados, comienzan a descubrir la infinita bondad de la Gracia que produce bondades en cantidades inverosímiles, lejanas a cualquier cálculo razonable.


Entre ellos y nosotros hay una distancia sideral que no está signada por los siglos. Estamos muy lejos en el tren de la confianza.

Los sembradores del Reino no se preocupan demasiado por su eficiencia, pues saben de la eficacia de esa semilla que germina contra todo pronóstico y más allá de cualquier parámetro de éxito.


El Reino florece en nuestros días, en el aquí y ahora, inmenso e imparablemente generoso.


Paz y Bien

Iglesia, familia creciente

 






Para el día de hoy (26/01/21) 

Evangelio según San Marcos 3, 31-35



Situémonos por un momento en el ambiente y las circunstancias previas a la situación que nos refiere el Evangelio para el día de hoy.

El Maestro ya no es aceptado en las sinagogas, pues el enfrentamiento con las autoridades religiosas es tan intenso y brutal que, prácticamente, lo han excomulgado. Pero eso no detiene su ministerio -nada ni nadie lo hará- y en su mismo caminar, en lugares abiertos, en el campo y en el desierto multitudes cada vez mayores van en su busca, al punto de no dejarlo comer, ni dormir, ni lo fundamental para su vida, su oración.


Esas masas de gentes no suelen buscarlo por su identidad Mesiánica: encuentran en Él a un rabbí agradable y distinto, otros a un taumaturgo milagrero, otros a quien puede reivindicar las ansias nacionalistas de Israel. Y mientras tanto, escribas, fariseos y hasta herodianos comienzan a considerarlo blasfemo, es decir, reo de muerte en el caso de comprobarlo jurídicamente.


Allí entra a terciar su familia; en las culturas semíticas del siglo I, familia/parientes -en este caso, hermanos- no explicita solamente a aquellos vinculados en grado primordial por la sangre o árbol genealógico, sino también a la tribu o clan, estructura básica de la sociedad de su tiempo.

Este joven galileo no se comporta como ellos esperan que lo haga, que no se casa ni forma una familia, y que para colmo de males se enfrenta abiertamente con las autoridades religiosas acarreando sobre sí un grave peligro -la blasfemia, de comprobarse, lleva a una condena a muerte- y un serio desprestigio para la familia, que se golpe ven como las multitudes se desesperan por acercarse a ese joven que creían conocer. A tal punto, que esos parientes lo consideran un loco, un extraviado, un exaltado fuera de sí.


Su presencia fuera de la casa en donde Jesús se encontraba es elocuente aún cuando mucho no digan. Reclaman lo que creen pertenecerle, lo buscan para llevárselo de nuevo a Nazareth, a la pretendida normalidad, a que todo vuelva a discurrir en la cómoda rutina prevista.


La respuesta de Jesús a esos planteos suena violenta, dura, un desplante a los suyos. En realidad establece que nada ni nadie -aún los propios afectos- impedirán que continúe y consume su ministerio.

Pero ahondando más, establece nuevos vínculos que superan largamente los acotados por la raza, la sangre, el clan: a contrario de quien suponga un desmerecimiento de lo familiar, el Maestro establece en cambio que una nueva familia está formándose, la de aquellos que hacen la voluntad de Dios, los que aman, los que profesan la justicia, la compasión, la fraternidad sin condiciones. Los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica.


Esta fuerza familiar es inmensa. En esta familia creciente se definen identidades y destinos eternos, y es un infinito misterio de bondad que cada hombre y cada mujer se convierta, a través de este Cristo tan cercano, en padre, hermano, madre, pariente de este Dios que acampa entre nosotros.


Así entonces, aunque por momentos la razón le impida ciertas comprensiones, María de Nazareth es parte de esa familia mucho antes de su parto belenita. María de Nazareth es madre y es hermana por cobijar la Gracia de Dios y hacerla vida, existencia cotidiana, signo e invitación para toda la humanidad.


Paz y Bien

El fin de los imposibles

 









La Conversión del apóstol San Pablo

Para el día de hoy (25/01/21):  

Evangelio según San Marcos 16, 15-18



Es tiempo de Resurrección, vida que vence y trasciende los límites de la muerte, vida tenaz y pujante, vida que no hay modo de apagar.


Es el Resucitado que se llega a los suyos, a nosotros, para que nos crezca la esperanza al calor de la fé, don y misterio.


Con los corazones encendidos, con las existencias re-creadas, todo se vuelve misión, y misión sin límites. La Salvación ha de llegar a todos los pueblos, a cada mujer y a cada hombre, a toda la creación, al cosmos, porque nadie ha de desconocer el profundísimo y asombroso amor de Dios.


Esa fé que nos es dada, que se enraiza en los corazones y que se expande en nuestra cotidianeidad -urdimbre de eternidad en el día a día- tiene signos certeros e inequívocos.


El poder del mal que daña y corroe la vida, lo que es plenamente humano, retrocede y se remite al nunca más. Esos demonios de inhumanidad son desalojados.


Como la misión no tiene fronteras, es preciso hacerse comprender. El modo no pasa primero por las academias, sino por expresarse en el lenguaje común a todas las gentes, el lenguaje universal del amor, que acerca a los alejados, reune a los dispersos y nos vuelve conscientemente hermanos.


No hay veneno que pueda hacer daño, ponzoña de maledicencia ni tóxicos perniciosos del que dirán. Se sigue hacia adelante con fuerza y sin temores, con todo y a pesar de todo.


Cuando los amigos y seguidores del Resucitado se hacen presentes, se renueva la esperanza de que toda dolencia retroceda. Porque la sanación comienza en la fé, en una fé que se afirma cuando el olvidado es reconocido en su dignidad única e intransferible, cuando se ejerce sin vacilar el maravilloso derecho a la compasión, que alivia todo dolor.


Los signos de Salvación no son señales huecas, sino palabras que anuncian la mejor de las noticias, gestos solidarios, acciones de liberación.

Porque Él está vivo, y se ha declarado así el fin de los imposibles.


Paz y Bien

Pescadores de hombres, redes de misericordia

 






Domingo 3º del Tiempo ordinario

Para el día de hoy (24/01/21) 

Evangelio según San Marcos 1, 14-20




La aparición de este rabbí nazareno, en Galilea, en la Palestina del siglo I, implica una encrucijada histórica, un cruce de todos los caminos pues nada volverá a ser igual. A diferencia de los grandes maestros de Israel, que enseñaban sentados en sus cátedras jerosolimitanas, y que aguardaban la llegada de nuevos discípulos -muy preparados, muy pocos-, este Maestro sale al encuentro de hombres y mujeres en su realidad cotidiana, desde lo que son y lo que hacen a diario pues tiene una bondadosa mirada profunda que le permite ver no tanto pasado y presente, sino futuro compartido, lo que pueden ser y aún hoy no lo advierten.


Es una invitación que no tiene nada de imposición. Pero a la vez, en la ilógica del Reino, hay ciertas prisas. El tiempo nuevo es urgente.

Claro está que hay otros tiempos, los que discurren con altibajos pero que en el fondo poseen colores apagados, más de lo mismo, tiempo que se regula y se determina con calendarios y relojes, tiempo mensurable y, por eso, tiempo acotado, tiempo limitado.

Jesús de Nazareth convoca a los invitados porque advierte que el tiempo es kairós, tiempo santo de Dios y el hombre, tiempo propicio, tiempo urgente, el momento de la verdad, el tiempo decisivo que interpela y exige respuestas, cambios profundos.


Nada será igual.

Los convocados son hombres sencillos, humildes, cuyas vidas discurren entre la familia y los esfuerzos diarios para sobrevivir. Su invitación tiene en cuenta, muy especialmente, las cosas que hacen, que saben y conocen, como si este Cristo quisiera recrear y resignificar sus existencias, plenificarlas a partir de su cotidianeidad, semilla de mostaza que germinará en silencio pero que concretará un árbol frondoso y frutal.


Ellos son pescadores del mar de Galilea y ahora serán pescadores de hombres, aún con sus miserias y sus quebrantos, aún con errores y requiebros.

Tendrán en sus manos redes nuevas para la tarea, redes extrañas y asombrosa que tienen por función mantener con vida a miles y miles de pequeños peces con vida, a la deriva en los mares encrespados del mundo.


En esas redes, en este tiempo único, vivimos con la esperanza de un regreso definitivo, y nos mantenemos en vida plena por la fé, en las aguas mansas de la Gracia de Dios.


Paz y Bien

Siempre contra corriente

 




Para el día de hoy (23/01/21):

Evangelio según San Marcos 3, 20-21



Es claro: hubieran preferido lo que conocían desde siempre, una existencia apacible, en el devenir de los días sin sobresaltos, una Ley rígida que les marcara el compás, evitándoles cualquier inestabilidad proveniente de las honduras de la conciencia o del hambre de sus corazones. Lo hubieran preferido para siempre allí, artesano diario y varón judío de sinagoga sabatina.


Pero las cosas que hacía y decía los desubicaba, se sentían perdidos y avergonzados de aquel Jesús que habían visto crecer como uno más del clan, y que ahora hacía cosas más que extrañas.


Curaba a todo enfermo que le presentaran, y sin vacilar se impurificaba tocando a leprosos, a endemoniados, a mujeres. Se sentaba a comer con personajes por lo menos de dudosa moral, a menudo despreciados por toda la comunidad. No le importaba vulnerar la estricta rigidez del sábado si ello suponía hacer un bien o socorrer en una necesidad. Hablaba del Dios de Israel y del Universo llamándole Papá. Cuestionaba abiertamente a los escribas, doctores de la ley y severos fariseos.


Estaba enajenado, estaba loco, estaba fuera de sí, argumentaban con ánimos de llevárselo de regreso a Nazareth y ponerlo de nuevo en línea.

Era verdad, estaba fuera de sí pues no vivía para sí mismo sino que estaba volcado enteramente a los demás, a tal punto de no poder comer tranquilo.


Bendita locura de servicio y redención que nos invita a enajenarnos santamente en socorro de nuestros hermanos.


Paz y Bien

Vocación comunitaria y personal

 







Para el día de hoy (22/01/21):  

Evangelio según San Marcos 3, 13-19




El lugar en donde se desarrolla la escena del Evangelio para este día es la montaña, simbólicamente ámbito propicio para que acontezca lo sagrado, para el encuentro con Dios: recordemos que en el monte Sión el Dios de Israel, a través de Moisés, entrega a los suyos la Ley, para que al crisol del desierto un grupo de varias tribus de esclavos se conviertan en un pueblo nuevo a la faz de la tierra, su pueblo, que tendrá una tierra que Dios mismo les ha prometido. Y Dios cumple siempre sus promesas.


Por ello también la convocatoria de Cristo a los Doce, en ese momento de la historia y en esa montaña es convocatoria divina. En su tiempo, la llamada es a las doce tribus por medio de Moisés.

Ahora, en este kairós, tiempo exacto, tiempo propicio, Cristo -nuevo y definitivo Moisés- convoca a Doce hombres porque Él quiso, señal cierta de que todas las primacías y las iniciativas son siempre suyas, y porque a partir de ellos inaugura un pueblo nuevo, la Iglesia, cuya identidad no estará acotada a lo social, lo biológico, lo étnico sino que se extenderá a todas las naciones pues sus vínculos serán cordiales, pueblo nuevo que camina a la tierra prometida de la Salvación.


Los convocados son hombres tan comunes que su singularidad es conmovedora. Pescadores, estudiosos de la Torah, recaudadores de impuestos, militantes políticos, un espectro variopinto con nombres y rostros precisos, que en cualquier otra circunstancia deberíamos decir ni locos, no funcionará, son demasiado distintos. Nada de eso, el milagro de la comunión apostólica y eclesial es que su principio unificador y su destino es Cristo, la persona con la que hay que estar y quien pone en ellos y en todos nosotros una misión tan trascendente que no puede posponerse, tan urgente que es necesario dejarlo todo y seguirle, misión primera que es la oración, misión de salvación, de anuncio de Buenas Noticias, misión de paz y liberación.


Nuestra vocación comunitaria y personal también es convocatoria divina. No hay vocación menor o mayor, se trata del llamado de Dios a ser felices, plenos junto a Él, con Él y por Él. Por nuestros nombres nos llama, con el sueño de todo lo que podemos llegar a ser y a hacer a su lado y en su Nombre.


Paz y Bien

Pescadores empecinados en redes de compasión

 







Para el día de hoy (21/01/21):

Evangelio según San Marcos 3, 7-12





El dolor y los padecimientos no conocen fronteras, como tampoco el destrato y la indiferencia.

Sabedores de que el Maestro a nadie rechazaba, que curaba a muchos sin pedir identificación, que aceptaba incondicionalmente a excluidos, venían a él de muchas partes.


Gentes de las ortodoxas Judea y Jerusalem.

Gentes de la sospechosa Galilea, su patria chica.

Gentes paganas y extranjeras/extrañas de Tiro, Transjordania y Sidón.


Todos ellos estaban a la deriva, abandonados en su dolor y acudían en masa a Jesús.

Probablemente su fama de milagrero y sanador los atraía irresistiblemente; pero aún así, sabían bien que Él no iba a rechazarlos, que los espíritus que los doblegaban iban a irse en cuanto Él se hiciera presente.

Espíritus malos de indiferencia, espíritus crueles de exclusión, espíritus malignos de resignación y condena.


Sus amigos lo recordarían y entenderían tiempo después, cada uno tiene su tiempo de siembra y maduración.

Jesús de Nazareth les enseñaba y nos enseña desde la vera de esa barca que hay un mar muy grande con miles de pequeños peces a la deriva, encerrados en esas aguas oscuras sin orillas del desánimo, del todo es igual, de las malas noticias perpetuas...tarea primera y preferencial para pescadores de hombres, dedicados a la compasión, incansables en la misericordia que nos llueve gratuita y fértil del corazón sagrado de Aquel que nos amó primero.


Paz y Bien

El culto verdadero será la compasión que no atrevamos a encarnar

 







Para el día de hoy (20/01/21):  

Evangelio según San Marcos 3, 1-6



El culto realizado en la sinagoga durante el Shabbat era sagrado, y de cumplimiento estricto; lo que se debía hacer durante ese lapso estaba férreamente delimitado, de tal modo que resultaba frecuente encontrar a los principales del lugar preocupados en detectar las posibles infracciones.

Todo se había exacerbado a tal punto que, con pretendidas buenas intenciones, el Shabbat se volvía cada vez más rígido y excluyente y carecía de todo espíritu festivo, de encuentro y celebración con Dios. Así entonces esos hombres fariseos se volcaban por entero al resguardo de la observancia exacta de la Ley, pero no cedían ni un ápice de su tiempo para pensar en su Dios, aún cuando decían actuar en su nombre.


Ese sábado, por entre los asistentes al culto se encontraba un hombre con la mano paralizada o reseca; seguramente estaba apartado de la congregación principal pues era sabido que toda enfermedad se atribuía a la consecuencia directa del pecado, es decir, ese hombre carecía de derechos de plena participación religiosa por ser considerado un pecador, un impuro en ese pequeño mundo de hombres selectos.

Como si ello no bastara, con su dolencia tampoco tenía la posibilidad de trabajar y ganarse dignamente su sustento, volviéndose por entero dependiente de los demás.


Los ojos escrutadores de esos profesionales de la religión estaban puestos en el Maestro, avizores para detectar cualquier anomalía heterodoxa por la cual condenarlo.

Por ello, Jesús de Nazareth hace dar un paso al frente al enfermo, al doliente, y lo pone por delante y al centro de la comunidad; allí precisamente está el milagro, en la restitución de la dignidad y en subvertir el desorden establecido, y la sanación de la mano paralizada será consecuencia de esa humanidad re-creada.

Porque los verdaderos discapacitados era aquellos que dejaron endurecer sus corazones y practicaban sacrificios humanos...en el altar de su soberbia y su egoísmo, sacrificaban al prójimo.


Jesús de Nazareth enseña y revela el Reino con palabras, con gestos, con hechos.

Así entonces el culto verdadero será la compasión que no atrevamos a encarnar, y hay celebración plena cuando el doliente y el necesitado pasan a ser el centro de la asamblea.


Paz y Bien

Dios de justicia y reencuentros

 





Para el día de hoy (19/01/21):  

Evangelio según San Marcos 2, 23-28




Para la religiosidad imperante en los tiempos del ministerio del Maestro, la observancia estricta del sábado -Shabbat- era crucial y decisiva. Durante más de cinco siglos, desde el cautiverio babilónico hasta ese presente de dominación romana, el respeto por el Shabbat se había vuelto una cuestión no sólo religiosa sino también secular, y respondía a una necesidad de preservar su identidad única e intransferible.

Sin embargo, y con la preponderancia de la corriente farisea, esta observancia se había vuelto asfixiante, opresiva e inhumana; ello respondía, en parte, a una lectura literal de la Torah, y así es cuando comienzan los problemas graves.

La literalidad es en gran parte motivo del fundamentalismo de cualquier signo.


Escribas y fariseos habían invertido el sentido primordial del Shabbat -quizás, un arquetipo de nuestros domingos-, esto es, día de descanso y de reencuentro con Dios y con la comunidad, y por ello mismo, día santo.

Invertirlo implicaba trastocar ese Shabbat como medio para la santificación en un fin en sí mismo, renegando de su auténtico sentido.


Jesús de Nazareth anuncia la Buena Noticia, los tiempos del Reino aquí y ahora, el año infinito de la Gracia.

Es tiempo santo, kairós de Dios y el hombre, de un Dios que es Padre y es Madre y por el que todos somos hermanos. Con un aire nuevo y un horizonte así tales leyes e imposiciones carecen de sentido y, peor, se vuelven opuestas a la mejor de las Novedades, toda vez que se vuelven motivo de opresión y negación expresa de Aquel que por amor y bondad quiso instituirlas, para que se restablezca lo que se ha roto, para reconstituirse, para reencontrarse.


Aún así, ello exige necesariamente la conversión, el éxodo de un Dios lejano y severo -rápido a la hora de los castigos- al Dios Abbá de Jesús de Nazareth, al que le importa más el hambre de los discípulos que unas pocas espigas desgranadas ese sábado.


Paz y Bien


El vino de la vida, el vino nuevo de comunión

 



Para el día de hoy (18/01/21):

Evangelio según San Marcos 2, 18-22



El ayuno era una norma ascética y piadosa que se cumplían a rajatabla: suponía la actitud de aplacar las furias de un Dios enojado por las infidelidades y quebrantos, es decir, ofrenda que se realizaba con mecánica precisión para obtener el favor divino.


Es claro que a menudo cambiar ciertas costumbres arraigadas no es tarea fácil, ni en aquellos tiempos ni en estos: por ello mismo, a la par de fariseos, los discípulos del bautista eran pertinaces ayunadores a pesar del bautismo de perdón y conversión de Juan, a pesar de reconocer a Jesús como Maestro.

Tristemente, no estamos demasiado lejanos a esa postura: aún hoy la maravillosa e inexplicable acción de la Gracia en nuestras existencias no ha atravesado la caparazón de las costumbres que instituimos sin dudar.

Es mucho más cómodo un dios manejable por actos nomenclados, nos gusta más que nos impongan códigos rituales predeterminados y crueles, que el aceptar en toda su inmensidad la magnífica libertad de las hijas e hijos de Dios, hijas e hijos que respiran compasión y misericordia.


Está Jesús con nosotros, y es el signo inefable de que son tiempos de alegría con todo y a pesar de todo, de ese destino de fiesta y alegría para toda la humanidad, sueño bondadoso e infinito de Abbá Padre de Jesús y Padre nuestro.


Ello implica un cambio raigal: el vino de la vida, el vino nuevo de comunión, de brindis compartido requiere barriles nuevos, no maderas enmohecidas de lo antiguo y perecedero, sino las maderas nuevas de la Salvación, maderas que a veces son también los brazos de una cruz de horrores, el amor mayor.


Paz y Bien

El nombre revela esencia y existencia

 





2° Domingo durante el año

Para el día de hoy (17/01/21):

Evangelio según San Juan 1, 35-42





Juan ha crecido con el corazón dispuesto, la esperanza encendida y la mirada atenta. Es el mayor entre los nacidos de mujer -así lo llamaría Jesús- porque no ha vivido para sí, toda su existencia gravita alrededor de su Dios y de la confianza en que jamás Él rompería su alianza definitiva con su pueblo.

Por su esperanza inquebrantable, puede descubrir entre la multitud a Aquél que sabría que vendría pero que aún no conoce, y no vacila en señalarlo, seguro en su afirmación: ese galileo es el Cordero de Dios.


No es un título menor o un rótulo romántico: para el pueblo de Israel significaba el memorial de la liberación de la muerte, y la celebración y fiesta perpetua de la liberación ese cordero puro y sin mancha. La idea del cordero estaba íntimamente unida a vida y libertad.


Los dos discípulos de Juan no dudan un instante, y luego de la afirmación certera del Bautista siguen a Jesús.

Es que Juan ha allanado la huella, pero Jesús de Nazareth mismo es camino, y en estos senderos de Dios no hay estancamientos. Vamos viviendo si andamos, un movimiento que vá mucho más allá de lo físico.


Esos dos discípulos no tienen un nombre específico, al contrario de las vocaciones de Andrés y Simón, de Juan y Santiago; esos dos discípulos que se ponen en marcha tampoco son anónimos, somos todos y cada uno de nosotros, hay un espacio claro para ubicar nuestros nombres.


Ellos no dudan, ellos lo siguen, y Jesús les inquiere -¿qué quieren?-. Ellos no tienen demasiadas pretensiones, ya han encontrado lo que buscaban, o mejor aún, a quien buscaban. Por ello responden con una pregunta, queriendo saber el domicilio de Jesús.

Es que lo han reconocido como Maestro -rabbí-, y quieren saber acerca de su lugar, el sitio en donde recibirán su instrucción y enseñanzas.

Pero este rabbí es algo extraño e inesperado: no tiene una cátedra establecida, ni transfiere magistralmente doctrina y dogma. Lo que hay que aprender se aprehende viviendo con Él, caminando con Él, con ojos vivos capaces de asombro.


En ese Cordero de Dios señalado con mano segura por Juan están nuestra misión y nuestra identidad primeras, junto al Cordero de la mansedumbre y la bondad, de lo que no se impone, el Cordero que rechaza cualquier violencia, el Cordero de la humildad, la pequeñez y la paciencia santas.


Estos colores son tan definitivos que nada será igual. Por ello Simón será conocido en adelante como Cefas o Pedro, pues el nombre refleja esencia y existencia, y él será ancla para sus hermanos navegantes de estos mares mundanos, pescadores que mantienen con vida a tantos pequeños peces, amigos inseparables de ese Cordero que no transigen con cualquier brutalidad, que se vuelven caminantes mansos y mensajeros perpetuos de liberación y paz.


Paz y Bien

Estamos invitados a la mesa del Señor con la inexplicable y alegre melodía de la Gracia


 



Para el día de hoy (16/01/21):  

Evangelio según San Marcos 2, 13-17



La Palabra de hoy nos impulsa a contemplar distintas mesas.


Está la mesa de Leví, mesa de publicano, de recaudador de impuestos judío al servicio del opresor romano, mesa conocida duramente por los más pobres a la hora de pagar los tributos, mesa de corrupción y de explotación, mesa señalada por todos como mesa de miserias. Sin embargo, en donde todos auguran lo definitivo, el sello indeleble de la perdición, el Maestro siempre encuentra una posibilidad de algo nuevo, de vida que se transforma, de Salvación. Él expresa esa asombrosa fé que Dios tiene en cada uno de nosotros, infinitamente mayor que aquella que nosotros tenemos en Él.

Él cree en nosotros, en mujeres y hombres concretos con nombre y apellido como Leví, capaces de dejar atrás todo lo que sumerge y alzar la mirada, y ponerse en marcha tras los pasos de Aquél que siempre está por delante de nosotros, porque de Dios son las primacías y todas las iniciativas.


Está la mesa de los severos escribas fariseos, una mesa para unos pocos selectos, la mesa exclusiva de aquellos que se creen mejores y puros, la mesa de los profesionales de toda religión, la mesa de pocos asientos en la que muchos no tienen lugar.


Y está la mesa grande de Jesús, mesa de gesto fraterno e invitación enorme, mesa preferencial para aquellos señalados como réprobos oficiales, sobre los que cae inmisericorde el sayo de la pre-condena. Esa mesa es mesa gratamente escandalosa, mesa que desafía el rostro adusto y triste de los gestos vacíos, del culto sin corazón, de vidas sin compasión.


A esa mesa estamos invitados con la inexplicable y alegre melodía de la Gracia.


Paz y Bien

 


El tiempo santo de la compasión

 





Para el día de hoy (15/01/21):  

Evangelio según San Marcos 2, 1-12




Ese hombre estaba atado a su camilla, postrado en su dolencia y sometido por ideas que, religiosamente, anudaban la enfermedad a la culpa de un pecado, un castigo exacto de parte de un dios al que se creía juez y verdugo. La parálisis comenzaba en su alma.


El Maestro se encontraba en una casa -probablemente el hogar de Simón Pedro y Andrés-, y en ese ambiente de hogar y de cotidianeidad anuncia la Palabra, habla de su Padre, revela ese amor asombroso e infinito. Acostumbradas como estaban a rigores y rictus severos, las gentes se agolpaban en el lugar, desbordando cualquier espacio razonable y hasta bloqueando las puertas.


El padecimiento de ese hombre no le resultaba indiferente a esos hombres que intentan llevarlo a la presencia de Jesús de Nazareth. No sabemos si son sus amigos, parientes o vecinos, no conocemos sus nombres, filiaciones o pertenencias sociales o religiosas. 

Sin embargo, sabemos que confían de todo corazón en ese rabbí galileo de palabras nuevas, confían en que Él puede sanar al enfermo, y son solidarios con su sufrimiento, la compasión y la generosidad los impulsa.


Esos hombres no bajan los brazos, ni se resignan frente a la aparente imposibilidad de acercarse a ese Cristo que saben cercano. No pueden llegar de manera convencional, la puerta deviene inútil, y unos ojos demasiado racionales señalarían la imposibilidad práctica de evitar el inconveniente.

Pero ellos son unos atrevidos en el mejor de los sentidos, y desde ese resplandor solidario que irradian buscan un rumbo distinto, un camino alternativo en base a su imaginación y a su esfuerzo: por ello no temerán en abrir un boquete en el tejado, y desde allí descuelgan camilla y enfermo a los pies del Maestro.


Cuando se conjuga el amor de Dios con la fé del hombre, acontecen los milagros. Porque esos esfuerzos son agradables a los ojos de Aquél que nos espera con ansias para ponernos en pié con su perdón, para recordarnos que somos hijas e hijos, para seguir adelante con todo y a pesar de todo, en una familia de atrevidos que no se desalientan por los obstáculos que se presentan a la hora de la solidaridad y la compasión.


Paz y Bien


Diaconía

 




Para el día de hoy (13/01/21):  

Evangelio según San Marcos 1, 29-39




El Evangelio para el día de hoy tiene un tenor tan personal y detalles específicos -propios de un testigo presencial- que son un enorme convite a cada uno de nosotros a ser partícipes de esos hechos.


Todo sucede en una casa, hogar de los hermanos Pedro y Andrés. Comienza a gestarse un espacio nuevo, en un ámbito secular y profano, en donde la comunidad se reune alrededor del Maestro y allí acontece el Reino, y quizás ése sea -en este tiempo de buenas nuevas, en el año de la Gracia- el espacio en donde florezca lo sagrado, en contraposición de la sacralidad excluyente del Templo.


Allí, en ese sitio de familia, se encontraba postrada por la enfermedad y la fiebre la suegra de Pedro, y aquí son varias las cuestiones que se nos plantean.

Por un lado, es razonable pensar que esa mujer es una anciana y que es viuda y no tiene hogar -por ello vive en el hogar de su hija y su yerno el pescador-. Es una mujer en el último de los escalones sociales, totalmente vulnerable y desprotegida, dependiente de los demás para la mera supervivencia.

Por otra parte, se encuentra postrada a causa de una enfermedad indeterminada, pero que sin dudas la deja a las puertas de la muerte, tal es la inmediatez y la urgencia de los que se lo comunican a Jesús. Aquí también hemos de considerar que, para los criterios religiosos imperantes, toda enfermedad volvía impuro al enfermo, y era considerada consecuencia del pecado, cierta balanza que golpeaba los cuerpos por parte de un dios vengador y justiciero.


Por ser mujer y por estar enferma, es inimaginable que ningún varón se acerque a ella, dados los estrictos preceptos imperantes.

Pero Jesús de Nazareth -sin vacilar- transgrede todo aquello que agrede lo humano, lo que es contrario a la vida, y sucede ese milagro de ternura que es tomar acercarse, tomar la mano de la mujer y hacerla levantar.

No hacen falta fórmulas mágicas ni ritos arcanos para que se exprese el amor de Dios, y la vida de esa mujer queda restituida en la salud de su cuerpo y en la liberación de su alma.


Ella ha recobrado su vida, su existencia en plenitud, y libremente se pone a servir a Jesús y a sus discípulos.

Se trata de la diaconía, servicio que es ofrenda redentora y no imposición de esclavitud o servidumbre, y es diaconía de una mujer en esta familia creciente, la Iglesia. Tristemente y durante mucho tiempo hemos soslayado -y lo seguimos haciendo- este principio fraterno de la comunidad, en la que nos volvemos todos, mujeres y hombres, libres para servir al hermano.


La fama de Jesús de Nazareth se extiende, y traen a su presencia a todos los dolientes del lugar. Nadie se vá sin respuestas, con las manos vacías, cuando se busca al Maestro.

Pero Él no es de nadie porque es de todos, para todos.


La insistencia de Pedro y los otros responde a la tentación de querer apropiarse de un Cristo que se ofrece a la humanidad entera y no a unos pocos.

Pero Él debe llegar a todos los pueblos sin excepción, anunciando que otra vida es deseada por Dios Abbá, y que esa vida plena es posible


Paz y Bien

Libertad para servir, para la compasión, para el amor, para la vida


 



Para el día de hoy (12/01/21):  

Evangelio según San Marcos 1, 21-28


Contrariamente a la creencia usual, las sinagogas -en especial, en la Palestina del siglo I- no eran templos: Templo había uno solo, y las sinagogas eran recintos, a veces simples hogares de los vecinos, en donde se reunía la comunidad preferentemente en el Shabbat y se celebraba el culto al Dios de Israel, un culto que incluía la oración, la lectura de las Escrituras y una predicación pública en carácter homilético que refería al pasaje leído -también y con el tiempo, las sinagogas fueron centros educativos-.

Por no ser templo, en una sinagoga preponderaba la asistencia laica y masculina: uno de los fieles cumplía un rol símil presidente de la asamblea, que a su vez distribuía las diversas funciones.


En aquellos tiempos, los escribas eran tenidos en alta estima, y así ocupaban sitios preferenciales en los primeros asientos de la sinagoga. Ellos eran eruditos en el estudio e interpretación de la Torah, y solían exhibir credenciales de mayor o menor graduación de acuerdo a los grandes doctores con los que hubieran estudiado. Su método era una exégesis redundantemente conservadora, con profusión de citas que referían a otras autoridades en la Torah anteriores a ellos, y a mayores citas de otros, mayor es la relevancia de lo que enseñan, convirtiéndose en la ortodoxia de la fé de Israel. Sin embargo, ese exceso de erudición no implica necesariamente sabiduría, y solían transitar por la superficie formar de la Palabra, ignorando o dejando de lado al Espíritu que la sustenta e inspira. Por ello una fé así se vuelve o bien una ideología, o bien un cúmulo de preceptos a cumplir en donde el corazón no tiene lugar, y la piedad es práctica acumulativa, nunca amorosa.


No obstante ello, todo varón judío mayor de treinta años tenía el derecho a leer la Palabra y a comentarla. Sin dudas, una voz nueva como la del rabbí nazareno iba a ser bien recibida en esa sinagoga de Cafarnaúm. Y Jesús se pone a enseñar.


Los asistentes no pueden dejar de escucharle, ni le quitan un ojo de encima. Están asombradísimos: este galileo no enseña al modo de los escribas, sino con autoridad propia. No requiere citar a otros comentaristas. Al fin y al cabo, eso quedará para los escribas: ahora tienen, entre ellos, la voz perfecta del mismo autor de esa Palabra.

Y esa autoridad no se limita a una función docente. Auctoritas en su sentido primordial, vocablo asociado al latín augere, que implica promocionar, hacer crecer cosas.

Los escribas requieren lo que otros ha dicho para fundar su enseñanza represiva, la creencia que se impone, que suprime libertades y existencias. El surgimiento de este rabbí galileo los cuestiona en sus cómodas existencias y prebendas, y por eso se volverán sus enemigos mortales.


Jesús de Nazareth enseña lo que eternamente será bueno y nuevo, no lo que se ha ido anquilosando a través de la repetición irreflexiva desconocedora de cualquier rastro humano. Jesús de Nazareth habla de libertad.


En el sitio en donde el pueblo elegido se reune para el recto culto a su Dios, con sabios entendidos en la Ley, han ignorado a un hombre atormentado. En la reunión de los puros, florece una impureza que oprime y no es tenida en cuenta.

Pero a la presencia de Cristo ningún mal se le resiste. Es esa misma autoridad: el poseso es liberado de los fantasmas gravosos que acosan su mente, su alma, y es nuevamente un hombre pleno, total, capaz de vivir, de amar, de ser feliz.


En ello consiste también la libertad traída por el Maestro: que nos purifica para ver lo que solemos pasar por alto, el dolor del hermano sometido, los quejidos del que sufre. Esa libertad no es libertad de, sino más bien libertad para. Como sabía decir un santo mártir obispo nuestro, la verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio.

Libertad para servir, para la compasión, para el amor, para la vida. 


La fé cristiana no otorga privilegios de Salvación, sino responsabilidades solidarias con el hermano y con ese Dios que se hermana en nuestra humanidad.


Paz y Bien 


Redes de misericordia

 






Para el día de hoy (11/01/21) 

Evangelio según San Marcos 1, 14-20




La aparición de este rabbí nazareno, en Galilea, en la Palestina del siglo I, implica una encrucijada histórica, un cruce de todos los caminos pues nada volverá a ser igual. A diferencia de los grandes maestros de Israel, que enseñaban sentados en sus cátedras jerosolimitanas, y que aguardaban la llegada de nuevos discípulos -muy preparados, muy pocos-, este Maestro sale al encuentro de hombres y mujeres en su realidad cotidiana, desde lo que son y lo que hacen a diario pues tiene una bondadosa mirada profunda que le permite ver no tanto pasado y presente, sino futuro compartido, lo que pueden ser y aún hoy no lo advierten.


Es una invitación que no tiene nada de imposición. Pero a la vez, en la ilógica del Reino, hay ciertas prisas. El tiempo nuevo es urgente.

Claro está que hay otros tiempos, los que discurren con altibajos pero que en el fondo poseen colores apagados, más de lo mismo, tiempo que se regula y se determina con calendarios y relojes, tiempo mensurable y, por eso, tiempo acotado, tiempo limitado.

Jesús de Nazareth convoca a los invitados porque advierte que el tiempo es kairós, tiempo santo de Dios y el hombre, tiempo propicio, tiempo urgente, el momento de la verdad, el tiempo decisivo que interpela y exige respuestas, cambios profundos.


Nada será igual.

Los convocados son hombres sencillos, humildes, cuyas vidas discurren entre la familia y los esfuerzos diarios para sobrevivir. Su invitación tiene en cuenta, muy especialmente, las cosas que hacen, que saben y conocen, como si este Cristo quisiera recrear y resignificar sus existencias, plenificarlas a partir de su cotidianeidad, semilla de mostaza que germinará en silencio pero que concretará un árbol frondoso y frutal.


Ellos son pescadores del mar de Galilea y ahora serán pescadores de hombres, aún con sus miserias y sus quebrantos, aún con errores y requiebros.

Tendrán en sus manos redes nuevas para la tarea, redes extrañas y asombrosa que tienen por función mantener con vida a miles y miles de pequeños peces con vida, a la deriva en los mares encrespados del mundo.


En esas redes, en este tiempo único, vivimos con la esperanza de un regreso definitivo, y nos mantenemos en vida plena por la fé, en las aguas mansas de la Gracia de Dios.


Paz y Bien


Dios camina como uno más entre nosotros

 





El Bautismo del Señor 

Para el día de hoy (10/01/21) 

Evangelio según San Marcos 1, 7-11



Juan el Bautista vivía en el desierto, y bautizaba a orillas del río Jordán, y allí se congregaba las gentes en un número creciente. 

Hay un desplazamiento notable desde el Templo de Jerusalem con su imponencia, su belleza, su oro y sus lujosas piedras talladas a la vera de un río. Y como si no fuera suficiente, pasamos de los sacerdotes con sus ropas rituales específicas, los humos del incienso y de los sacrificios, la erudición acumulada hacia un hombre sencillo, pobre de toda pobreza que se reviste de pieles de animales, que se alimenta de insectos y miel silvestre, y que no cita a autores famosos, ni tiene la pretensión de enseñar nada.


Él es un profeta: tiene cosas de parte de Dios para decir, y aquí el mensaje es más importante que el mensajero, él mismo. No realiza un ritual tabulado, regulado por normas específicas. El hace el más sencillo de los gestos, bastante infrecuente en la religión de aquel tiempo.

El bautismo de Juan es simbólico más que ritual: el mismo término bautismo significa, literalmente, sumergir.

Así entonces el bautismo tiene un doble cariz simbólico de muerte bajo el río para emerger a una vida nueva y definitiva.. Por ello el bautismo de Juan es un bautismo de conversión, de dejar atrás lo que ya no es para renacer a una vida recreada por el perdón.


Jesús de Nazareth se encamina por entre la multitud, humilde y silencioso -es un joven campesino galileo, muy pobre-, como uno más, esperando recibir el bautismo de Juan.

El encuentro entre esos dos hombres jóvenes -recordemos que se llevan apenas seis meses de diferencia- es difícil de relatar, como tan inexpresable han de ser las miradas profundas que se cruzan entre ellos. El que trae el bautismo definitivo, la vida renacida, acude a ser bautizado.


Allí está el signo definitivo, signo de cielos abiertos, esperanza de tierra nueva, de corazones renacidos, de descubrirnos hijas e hijos queridísimos por un Dios que se desvive por nosotros.


Un Dios que camina como un igual, como un compañero, como un vecino, como un hermano entre esta multitud de gentes que buscamos vivir plenamente, que nos reconocemos menoscabados por estas miserias en las que gustamos sumergirnos y que llamamos pecado, un Dios que nos acompaña a renacer, a vivir felices, Dios con nosotros.


Paz y Bien

Panes y peces de compasión y misericordia

 





Para el día de hoy (08/01/21):  

Evangelio según San Marcos 6, 34-44




Compasión significa, literalmente, compartir lo que se sufre, sufrir juntos. Obviamente, la clave está en quien siente o ejerce la compasión: si esta compasión no produce un efecto que tienda a cambiar el dolor, quedaría relegada a una elogiable sensiblería estéril. Siempre puede hacerse algo más allá de la pura declamación de intenciones.

Pero la compasión es el perfume único del Reino, que se expresa en la misericordia.


Así entonces, cuando no se asumen totalmente los problemas y los dolores de los otros, esas crisis y dolencias -a pesar de los mejores discursos y las más grandilocuentes expresiones- se ven desde fuera, como algo ajeno, como algo que les sucede a otros.


Jesús de Nazareth no es así.

La multitud está hambreada y librada a su suerte, a la deriva de lo que pueda sucederles. Pero Él jamás permanece indiferente, ni observa las cosas de sus hermanos -todos nosotros- de manera objetivamente externa. Él se involucra haciendo suyas todas las cosas nuestras, buenas y malas.


Distinta, sin embargo, es la actitud de los discípulos. Ellos advierten el problema, e intentan una razonable solución desde fuera de esas gentes, buscando llevarles pan que adquirirían mediante una importante suma de dinero; con la imposibilidad de realizarlo, prefieren sugerir al Maestro que los despida, que vayan a buscar sustento a sitios cercanos -estaban en un lugar desierto-, que se arreglen solos.


Jesús de Nazareth piensa y actúa distinto.

Él busca y encuentra la solución desde la misma gente, y panes y peces se multiplican como consecuencia de los milagros de la compasión, del compartir, de la misericordia, todos frutos de la misma raíz del amor.

Aún quedarán muchísima comida para los que vayan llegando.


Mucho puede decirse, mucho se ha dicho y otro tanto se dirá acerca de esta parábola.

Hoy solamente nos detendremos en la bondad de Dios que hace suya el hambre del pueblo, que torna tarea sagrada alimentar a los hambrientos, que siempre que reune a los suyos lo hace en una mesa inmensa en donde nadie es excluido, y que también espera a los que algún día llegarán.


Paz y Bien


Las epifanías se suceden en todos los gestos de Jesús de Nazareth

 






Para el día de hoy (07/01/20):  

Evangelio según San Mateo 4, 12-17.23-25



A simple vista, pareciese que el arresto injusto del Bautista -automáticamente- impulsa la misión de Jesús. Él, que no estaba con Juan, se retira a Galilea y abandonando la pequeña Nazareth en donde se ha criado, se establece en la populosa Cafarnaúm.

Sólo a simple vista. La Palabra no es lineal, ni establece una secuencia mecánica, sino que destella una dinámica asombrosa, la del Espíritu que hace eco en los corazones.


Por ello mismo, es dable intuir que el Maestro sabe que el tiempo de la preparación está maduro, y que se viene la estación de las cosechas y la nueva siembra. Es también el signo cierto de que Dios, aún en medio de la cerrazón más ominosa viene abriendo resquicios para que nos llegue buena luz.

El Dios de Jesús de Nazareth siempre está inaugurando cosas nuevas, vidas re-creadas, y nos está naciendo otra vez, cada vez, cada día, a pesar de tanta muerte que nos imponen.


La elección de Galilea no es casual, ni obedece a una planificación para la captación de adeptos. Tiene mucho de astucia, pues ser manso no implica abandonar la inteligencia.

Los galileos, en ese siglo I de nuestra era, era mirados con seria circunspección y desagrado por los habitantes de Judea, autopretendidos puros y ortodoxos en la raza y la fé de Israel, cierto grado de desprecio, ciudadanos de tercera en la nación judía.

Es que esa Galilea de los gentiles, por su ubicación estratégica al norte de Palestina, fué históricamente el territorio por donde gran parte de las invasiones extranjeras se canalizaban; ocupada militarmente en reiteradas oportunidades, se la intentó transformar de raíz transplantando colonos de otra religión, otro idioma, otra cultura. Al llegar ese tiempo, judíos galileos y gentiles convivían en un pié de igualdad, y por eso mismo se volvían sospechosos de cierta tinción hereje, y no es arriesgado pensar que los citadinos jerosolimitanos respiraran un aire de execrable superioridad, la misma que observamos hoy desde las grandes metrópolis hacia los habitantes de los arrabales y los campesinos.


Esa elección de Jesús de Nazareth es la elección de Dios. Allí, en donde nadie ni nada bueno ni nuevo ha de esperarse, allí dá comienzo a todo. Bendita Galilea de todos los inicios, de las periferias que todos desprecian o no tienen en cuenta, extramuros de la existencia en donde la vida nos comienza a amanecer pujante, imparable en su luminosidad que disipa toda tiniebla de opresión, de exclusión y de olvidos.


Ambos, Juan y Jesús, utilizan las mismas palabras en su llamado a la conversión, pero el sentido es muy distinto. 

Juan convoca a convertirse bajo apercibimiento de castigos, e instala un sencillo rito de bautismo, en las aguas del Jordán.

Jesús de Nazareth invita a la conversión -metanoia- porque hay un tiempo nuevo que se ha inaugurado, tiempo de liberación y bendición, tiempo de fiesta que requiere nuevos vestidos a los corazones.


En una cueva belenita, Dios se manifiesta en la fragilidad de un Niño Santo que es reconocido por aquellos que lo buscan con un corazón sincero.

En la periferia galilea, ese mismo Niño -ya un hombre pleno- renueva esa manifestación amorosa de un Dios asombroso. 

Las epifanías se suceden en todos los gestos de Jesús de Nazareth, gestos de compasión y bondad, de sanación, de liberación, de servicio y solidaridad.


Allí en la frontera en donde dirimimos diferencias y extranjerías, allí mismo Dios vuelve a salir al encuentro de toda la humanidad, a pura fuerza de amor.


Paz y Bien

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