Para el día de hoy (04/07/20):
Evangelio según San Mateo 9, 14-17
En aquellos tiempos, el modo de enseñanza y lo transmitido a sus discípulos por Jesús de Nazareth asombraba, confundía y molestaba a muchos.
Es que ese rabbí galileo no se comportaba como cualquier maestro tradicional, ni establecía normas de piedad, de culto, preceptos a cumplir que fueran identificatorios de su grupo. Por eso mismo el cuestionamiento que le hacen los discípulos del Bautista -que en ese momento se encontraba en la prisión de Herodes- cuestionan que Jesús no imponga a los suyos la práctica rigurosa del ayuno, al igual que lo hacían seguidores del Bautista y los mismos fariseos. Todos ellos suponían que una actitud religiosa veraz debería ir acompañada del rictus severo y autoflagelante del ayuno estricto, es decir, enteramente individual y sin un ápice que lo vincule al prójimo.
Pero han cambiado las cosas de raíz, y es un tiempo nuevo. La Encarnación es el compromiso definitivo de Dios para con la vida humana y la creación también, Dios de la alegría y la esperanza. Con todo y a pesar de todo, hemos sido soñados para la celebración y la fiesta compartidas, y a pesar de tantas tristezas y tantas miserias no podemos ni debemos desterrar al brindis que festeja la vida, esa vida que es hoy -ya mismo- y que no tiene fin, porque prevalece más allá de las puertas de la muerte.
El Reino inaugurado y propuesto por Jesús de Nazareth no se impone, no es mesurable ni tiene límites ni moldes.
Magníficamente arremete con el empuje de la semilla germinando contra cualquier remiendo pasajero o contra cualquier odre banal de nuestros esquemas cómodos.
El Reino es vino nuevo que merece los odres nuevos de corazones recreados, de corazones sanados y dispuestos a vivir plenos.
Paz y Bien
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