Santa María Magdalena
Para el día de hoy (22/07/20):
Evangelio según San Juan 20, 1-2. 11-18
Son demasiadas las cosas que se han afirmado acerca de María de Magdala, en la mayoría de los casos sin ningún asidero evangélico, y así también una utilización tendenciosa de su figura.
Cierta tradición difusa -y sin dudas misógina y con visos degradantes- la encasilla como una mujer de vida licenciosa, una prostituta redimida por Jesús, y de esa condena perdonada el surgimiento de su amor fervoroso.
Otros, en un plano exegético, la identifican con la mujer pecadora que lava los pies del Maestro con sus lágrimas y los seca con sus cabellos. Pero ello acontece en Betania, y es precisamente María, la hermana de Lázaro quien lo hace, y por ello se gana el reproche severo del Iscariote.
En ciertos sectores, por la poca o nula voz que tuvo la mujer en la vida de la Iglesia durante siglos, la reivindican como bandera feminista, al borde de una torpe ideología de género.
Y otros pícaros, inventando falaces romances y teorías de conspiraciones infundadas, arman un fabuloso negocio editorial y fílmico. A veces, sin darnos cuenta, esos negocios son una injuria al pueblo creyente que venera con amor y respeto a los suyos, y por eso nos lo permitimos con cierto acostumbramiento mórbido.
Sin embargo, los Evangelios nos brindan un valiosísimo boceto de su alma.
De ella se afirma que Cristo le expulsa siete demonios: en la cultura y religón judías del siglo I, siete es, simbólicamente, un número expresa totalidad. Ello expresa que Jesús sana a María Magdalena en la totalidad de su ser, haciendo de ella una nueva y feliz creación, primicia de toda la Iglesia, flor de la Gracia como María de Nazareth.
Sabemos también que acompaña, junto a otras mujeres, al Maestro en todo su ministerio, por apoyo material y fraternal anunciando la Buena Noticia.
En los momentos terribles de la Pasión, frente a la incertidumbre del horror y de la muerte, María y unas pocas mujeres más permanece firme al pié de la cruz, aún cuando los Doce han traicionado o se han escondido temerosos de las posibles represalias. Firme en las buenas y más firme en las malas, afecto y presencia que no se derrumba a pesar de la tentación de la resignación.
Por la escucha atenta de la Palabra que ha escuchado del Maestro, por la vida nueva que ese Cristo le ha regalado, ha florecido en ella un amor tenaz, un amor férreo, un amor que es más fuerte que la muerte.
Por eso es que aunque su razón le diga otra cosa, ella vá al alba hacia la tumba. Es el alba el comienzo de un día que será definitivo, el amanecer de la Resurrección, de la tumba vacía y al muerte vencida.
Ella, aún cuando esté anegada de lágrimas, se descubre reconocida por el Señor, porque Dios nos reconoce como hijos, como familia por nuestros nombres y apellidos, rostros concretos.
En la vida renacida no hay espacio para el llanto, sino sólo para la esperanza y la alegría.
Y sólo los discípulos, los que tienen un vínculo personalísimo con Aquél que los conduce a la tierra prometida de la vida eterna, pueden reconocer al Maestro como tal.
Pero es el Resucitado, y se han quemado las naves, y no hay vuelta atrás. Por eso María de Magdala no debe retener a la antigua imagen del rabbí galileo, sino que ahora se trata del Cristo Resucitado.
Por ser discípula, por seguir creyendo, por ser testigo de la Resurrección se convierte en la primer apóstol, y más aún, apóstol de los apóstoles, con la misma tenacidad del amor que la impulsa, a pesar de que no le den mucha importancia y le crean a medias o casi nada. Ella permanece firme abrazada al Cristo que vive y nos llama.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros y por toda la Iglesia misionera.
Paz y Bien
Cierta tradición difusa -y sin dudas misógina y con visos degradantes- la encasilla como una mujer de vida licenciosa, una prostituta redimida por Jesús, y de esa condena perdonada el surgimiento de su amor fervoroso.
Otros, en un plano exegético, la identifican con la mujer pecadora que lava los pies del Maestro con sus lágrimas y los seca con sus cabellos. Pero ello acontece en Betania, y es precisamente María, la hermana de Lázaro quien lo hace, y por ello se gana el reproche severo del Iscariote.
En ciertos sectores, por la poca o nula voz que tuvo la mujer en la vida de la Iglesia durante siglos, la reivindican como bandera feminista, al borde de una torpe ideología de género.
Y otros pícaros, inventando falaces romances y teorías de conspiraciones infundadas, arman un fabuloso negocio editorial y fílmico. A veces, sin darnos cuenta, esos negocios son una injuria al pueblo creyente que venera con amor y respeto a los suyos, y por eso nos lo permitimos con cierto acostumbramiento mórbido.
Sin embargo, los Evangelios nos brindan un valiosísimo boceto de su alma.
De ella se afirma que Cristo le expulsa siete demonios: en la cultura y religón judías del siglo I, siete es, simbólicamente, un número expresa totalidad. Ello expresa que Jesús sana a María Magdalena en la totalidad de su ser, haciendo de ella una nueva y feliz creación, primicia de toda la Iglesia, flor de la Gracia como María de Nazareth.
Sabemos también que acompaña, junto a otras mujeres, al Maestro en todo su ministerio, por apoyo material y fraternal anunciando la Buena Noticia.
En los momentos terribles de la Pasión, frente a la incertidumbre del horror y de la muerte, María y unas pocas mujeres más permanece firme al pié de la cruz, aún cuando los Doce han traicionado o se han escondido temerosos de las posibles represalias. Firme en las buenas y más firme en las malas, afecto y presencia que no se derrumba a pesar de la tentación de la resignación.
Por la escucha atenta de la Palabra que ha escuchado del Maestro, por la vida nueva que ese Cristo le ha regalado, ha florecido en ella un amor tenaz, un amor férreo, un amor que es más fuerte que la muerte.
Por eso es que aunque su razón le diga otra cosa, ella vá al alba hacia la tumba. Es el alba el comienzo de un día que será definitivo, el amanecer de la Resurrección, de la tumba vacía y al muerte vencida.
Ella, aún cuando esté anegada de lágrimas, se descubre reconocida por el Señor, porque Dios nos reconoce como hijos, como familia por nuestros nombres y apellidos, rostros concretos.
En la vida renacida no hay espacio para el llanto, sino sólo para la esperanza y la alegría.
Y sólo los discípulos, los que tienen un vínculo personalísimo con Aquél que los conduce a la tierra prometida de la vida eterna, pueden reconocer al Maestro como tal.
Pero es el Resucitado, y se han quemado las naves, y no hay vuelta atrás. Por eso María de Magdala no debe retener a la antigua imagen del rabbí galileo, sino que ahora se trata del Cristo Resucitado.
Por ser discípula, por seguir creyendo, por ser testigo de la Resurrección se convierte en la primer apóstol, y más aún, apóstol de los apóstoles, con la misma tenacidad del amor que la impulsa, a pesar de que no le den mucha importancia y le crean a medias o casi nada. Ella permanece firme abrazada al Cristo que vive y nos llama.
Santa María Magdalena, ruega por nosotros y por toda la Iglesia misionera.
Paz y Bien
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