El tesoro más valioso es el Reino hallado en lo cotidiano














San Ignacio de Loyola

Para el día de hoy (31/07/19) 

Evangelio según San Mateo 13, 44-46







Como al labriego en el campo, como al mercader de perlas, cuando se descubre algo tan valioso todo pasa a un segundo plano. Es decir, que vale la pena dejar todo atrás -venderlo todo- por ese tesoro encontrado.

Pero hay un distingo tanto en el hombre del campo y en el comerciante citadino, y es la alegría, una alegría que perdura y no mengua y que es producto primordial de ese encuentro decisivo.

En ese encuentro prima el asombro, que no el estupor. Un asombro que moviliza, que ilumina la mirada, que transforma la totalidad de la vida. Ya nada será lo mismo, lo pasado será historia y en un presente riquísimo se gesta silencioso un futuro a pura esperanza.

A las personas a las que les ha sucedido ese descubrimiento mayor se les nota en la mirada, en las palabras y en los silencios, en los gestos, en todo lo que hacen. Es gente que merced a ese crisol se vuelve, a su vez, un tesoro valioso para los demás, pues ante todo saben, conocen y ponderan desde las profundidades de su corazón el valor incalculable del prójimo.

Porque el tesoro es el Reino que se encuentra en el quehacer cotidiano, porque la perla más fina es descubrir la Gracia de Dios, el paso salvador de Dios por la historia de nuestras existencias.

Paz y Bien

Cristo, Señor de la paciencia infinita













Para el día de hoy (30/07/19):


Evangelio según San Mateo 13, 36-43






La enseñanza del Maestro se realiza en la casa, quizás porque lo que es verdaderamente importante se decide al calor del hogar, en familia, allí donde los afectos están cercanos. Esa es la imagen mejor de aquello que entendemos por Iglesia.

Y es menester que en esta casa le volvamos a hacer un lugar, para que se siente entre nosotros. Que se sienta a gusto, en hogar propio, y que vuelva a encendernos una comprensión que se nos ha confundido y nos reencamine ciertas atribuciones que nos tomamos, y que en verdad no nos pertenecen.

Porque su Padre es un Dios de fé absoluta puesta en nosotros, Abbá que confía en todos y cada una de sus hijas e hijos con amorosa tenacidad, infinitamente más creyente en nuestros destinos y existencias a contrario de nuestra fé a menudo vacilante, escasa y mezquina.

Dios cree en nosotros.

Por eso, a pesar de tanta cizaña que nos crece en medio de este trigo en promesa que somos, espera confiado el pan soñado que podemos llegar a ser en su corazón misericordioso.

No arranca las hierbas malas que dejamos nos broten, ni tampoco quiere que hagamos lo mismo.

Por eso los fervores en quitar de en medio lo que es ajeno, distinto o que creemos nocivo poco o nada tienen que ver con el Reino que, con todo y a pesar de todo, sigue creciendo silencioso y humilde.

Paz y Bien

Santa Marta de Betania: seguimos confiando, con todo y a pesar de todo

















Santa Marta

Para el día de hoy (29/07/19):  

Evangelio según San Juan 11, 19-27







El ambiente con el cual se dá comienzo a la lectura del día es fúnebre, luctuoso. Es casa de discípulos del Señor, de Marta y María y el fallecido Lázaro; ellos tres profesaban un gran afecto hacia el Maestro, un afecto recíproco que nos representa a la Iglesia como familia, como ámbito de cordial amistad en donde Jesús de Nazareth se siente a gusto, en casa propia. 
Pero ese día prevalecía el dolor, la oscuridad de la pérdida, el horizonte cerrado por la tristeza.

La mención que hace el Evangelista a que muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María remite, puntualmente, a la presencia de integrantes de la fé de Israel que están en veredas opuestas a las enseñanzas de Cristo, habitualmente sus enemigos -escribas, fariseos, saduceos-. Hay un distingo significativo: en los gestos de consuelo que brindan a las hermanas de Lázaro no se manifiesta la misma violencia que esgrimen en gestos, palabras y corazón contra el Maestro.
Como sea, su presencia augura también que allí están con ellos sus viejas ideas, esquemas que en nada se corresponden con la enseñanza acerca de la Resurrección que brindaba Jesús, antiguos criterios que se resignaban ante la muerte -quizás en mayor medida los saduceos-, y frente a una muerte que parece tener la última palabra, no hay lugar para ninguna esperanza, sólo parálisis que se extiende.

Conocemos a las hermanas. María era la que se quedaba con la mejor parte, aferrándose a la Palabra a los pies del Maestro, en la escucha atenta, en la contemplación de lo que no perece. Marta, volcada por entero al servicio de los demás, solía perderse en los afanes de hacer bien las cosas, de brindarse sin medida. En las urgencias, tal vez, se mareaba. 
Pero en esta ocasión es María quien se queda sentada en la casa, y Marta quien sale al encuentro del Cristo que llega, un Cristo que no ingresará a ese hogar tan caro a sus afectos pues allí se ha instalado la muerte, usurpadora de cualquier asomo de vida, de futuro, de verdad.
Marta, impulsiva y proactiva, sale al encuentro del Maestro porque Él es quien en verdad puede compartir su dolor y llorar con ella, y no guardar ciertas formalidades usuales frente al luto, un lo siento, un mi pésame que lastiman más.

Ella sale con la energía de siempre, quizás portando resabios de las viejas ideas, pero con una constante que tampoco se pierde: el Maestro los ama profundamente a los tres hermanos, el Maestro es su amigo, y ella confía, ella lo ama, ella se aferra a Él para no perecer en esos mares de dolor que están agobiándola. Él es su amigo, y en ese tenor afectuoso y entrañable se dirige a Él.
No hay reproche, sino una afirmación confiada y ciertas ganas que tenemos de dibujar hubieras cuando se vá un ser querido hacia las pampas de Dios.

Ella, a causa de esos viejos conceptos, supone que la resurrección será un hecho postrero, post mortem. Pero aún cuando persistan esos criterios erróneos, todo lo define su cercanía cordial con el Señor. La amistad es magnífica expresión de amor y confianza, y por sobre todo -aún por sobre su razón- ella confía en Cristo, y ese es el distingo de la fé cristiana. No implica tanto la pertenencia o adhesión a una idea como la cercanía y la confianza con el Cristo, nuestro Dios, nuestro hermano, nuestro amigo.

En Él acontece la Resurrección aquí y ahora, salvación que es misterio y don de amor de Aquél que nos amó primero. 

Por esa confianza y es cercanía cordial, Marta reconoce a su amigo como Mesías, el Hijo de Dios, y es su amigo y su Dios el que le dice que su hermano vivirá, que todo es posible si seguimos confiando, con todo y a pesar de todo.

Paz y Bien

Un Dios incansable por el bien de sus hijos
















Domingo 17° durante el año 

Para el día de hoy (29/07/19):  

Evangelio según San Lucas 11, 1-13









Sin ánimos de plantarse en nefastas veredas de miedos patológicos, no es demasiado aventurado afirmar de que las ciudades -las sociedades- se encuentran frente a la disyuntiva de la supervivencia o la destrucción.
El relato de la súplica de Abraham para salvar del abismo a Sodoma y Gomorra expresa a la justicia como sustento de todo destino, es decir, la supervivencia se decide por la justicia que pueda haber en el mundo.
A su vez, esa justicia depende del diálogo con Dios. Hablarle a Dios y dejar que Dios nos hable, escucharle con atención, suplicar con confianza y sin desmayos, con la franca tenacidad de Abraham que confía en su Dios por sobre todo y a pesar de todo.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, cada grupo y secta religiosa tenía una plegaria propia, característica y única que los distinguía de los demás. A menudo, esa oración sólo podía ser pronunciada por aquellos que hubieran sido iniciados en los misterios propios de su grupo, en talante mistérico y restricto, secreto, arcano. Quizás por ello los discípulos le piden al Señor que les enseñe a orar, para diferenciarse ellos también de los demás, incluso como los discípulos del Bautista.

Pero hay otra cuestión evidente a nuestra reflexión, y es que la lectura del Evangelio para este día comienza con el Maestro orando al Padre en soledad, en inmediatamente seguido el pedido de aprender a orar. El discípulo que realiza el pedido permanece anónimo, y es la señal del Evangelista para colocar allí nuestro nombre. Por ello la petición tenga que ver no sólo con un rasgo fundamental de identidad, sino también de orar como Él.

Asombrosa escena de un Dios que reza.

Por Jesús de Nazareth sabemos que Dios no es un violento y rápido verdugo que castiga con prontitud faltas y desvíos, sino que es un Padre que nos ama sin medida ni descanso, un Dios que no se duerme aún cuando nuestros ruegos sean intempestivos y, a menudo, errados. Escucha y protege como sólo un Padre puede escuchar y proteger a sus hijos, y que nos dá el don primordial de la existencia, el Espíritu Santo.

En él se sustenta nuestra esperanza y se hace posible una justicia que haga prevalecer la vida desde el perdón, la compasión, la mesa común, la voluntad amorosa de un Dios que nos habla y nos escucha.


Paz y Bien

La tenaz paciencia del Sembrador eterno















Para el día de hoy (27/07/19) 

Evangelio según San Mateo 13, 24-30









Jesús de Nazareth tenía por oyentes habituales a sus discípulos -varios de ellos pescadores del mar de Galilea- y a una gran multitud que se componía, en su gran mayoría, de campesinos y jornaleros, toda vez que la economía judía del siglo I era predominantemente agrícola. Es por ello que los que le escuchaban -incluidos también escribas, fariseos y herodianos- sabían bien de qué hablaba cuando les ofrecía sus parábolas, pues las parábolas son propuestas, ventanas que se abren hacia otra dimensión insospechada que es el Reino de Dios aquí y ahora, la eternidad entretejida en la cotidianeidad.

Nosotros quizás hemos perdido esa capacidad de diálogo con las mujeres y los hombres de hoy, anunciar Buenas Noticias a partir de las cosas que le suceden a diario, y así nos perdemos en declamaciones puras y estériles, en abstracciones sin sentido.

En ese orden de ideas, el Maestro plantea la parábola de la cizaña, que con mayor precisión debería llamarse, tal vez, parábola de la cosecha.

La cizaña es una gramínea muy similar a la planta de trigo, y crece con regularidad en las zonas en donde el trigo se siembra. El crecimiento de ambos es simultáneo, y es harto difícil discriminar entre la buena planta de trigo de la mala cizaña, de tan parecidas que son. Pero esa similitud -esas gentes lo sabían con toda certeza- no exime a la cizaña de ser una maleza, que puede conferir una naturaleza tóxica a las espigas de trigo por un hongo que suele incubar en sus propias espigas; pero también, esa cizaña hará que la harina producto de ese trigo contaminado se vuelva ácida y amarga, y por lo tanto, cualquier pan amasado con ella tornará incomible, más veneno que alimento.

Sin embargo, hay un problema: la cizaña es tan idéntica al trigo, que la pretensión de arrancarla de raíz implica arrancar también el tallo de trigo, y así dejarlo morir. La solución estará en el tiempo de la cosecha, tiempo de separar malezas inútiles y malsanas del trigo noble, que tiene destino de pan que alimenta y se comparte.

Toda la humanidad, y no sólo los cristianos, tenemos destino de pan, destino frutal, destino de plenitud que se mide por esos frutos prodigados. Pero también todos tenemos las ansias de volvernos purificadores fulminantes de toda cizaña, sin reconocer tal vez que portamos buena cantidad de ella en nuestros corazones.
Por eso el aguardar a la cosecha implica paciencia, mucha paciencia, más no tolerancia ingenua o prudencia falaz que esconde cobardía. Hay cosas que no pueden ni deben tolerarse, de ninguna manera. Pero -literal y figuradamente- a través de la historia nos empecinamos en arrojar al fuego a demasiados cizañeros, todos nosotros expertos en descubrir briznas en miradas ajenas pero negadores empecinados en las vigas propias.

Porque el campo -la humanidad toda- no nos pertenece, y hemos de ser pequeños y felices labriegos. El Dueño del campo es el que decide el cuando y el cómo de la cosecha, e invariablemente, a pesar de todo y de todos, aún con toda una miríada de señales ansiosas, el destino de pan santo se ha de cumplir, y allí se enraiza orgullosamente humilde este tallo de trigo que es nuestra existencia.

Paz y Bien

Somos hombres y mujeres de trigo con destino de pan santo













Para el día de hoy (26/07/19):  

Evangelio según San Mateo 13, 18-23









En los afanes de racionalizar la parábola del sembrador, nos solemos detener en los problemas que se plantean luego de sembrada la semilla. Ciertos sentimientos culposos y justificados nos llevan a identificarnos con las situaciones planteadas por el Maestro en la parábola, todas las veces que nos hemos dejado embarcar en las euforias nimias, el pedregullo de la superficialidad. La cizaña de las tentaciones mundanas que impiden que la semilla del Reino crezca y se vuelva árbol frondoso. Las raíces sin profundidad, que arrancan de cuajo el humilde brote ante el primer ventarrón.

Pero es menester ahondar en la Palabra, tal como hace la semilla, que muere en lo profundo para que nazca una vida nueva, pujante, imparable.
Quizás sea tan evidente que nos sobresaturemos de obviedades. Pero lo importante es que en todos nosotros -en toda persona- hay un reducto de buena tierra, parcela santa en donde se espeja el rostro de Dios. Porque con todo y a pesar de todo, la creación y las creaturas son buenas y santas.

Así, somos tierra que anda, tierra que late, y tenemos una infinita invitación a ser tierra santa de la Salvación, en las honduras de los corazones.
Todo es posible cuando se mixturan en el cáliz de la fé la confianza cordial del hombre y el amor infinito y paternal de Dios.

La semilla es asombrosa, pues nadie repara en ella, tan pequeña y humilde que resulta. Sin embargo tiene una fuerza increíble, pujante, que no ceja en su germinar y en su crecer.

Tiempo santo de Dios y el hombre es el tiempo inaugurado por Cristo.

Por esa semilla asombrosa y desde la libertad de ofrecer esta pequeña parcela de buena tierra que somos, frutos santos y abundantes, frutos que son bendición pues se agigantan como un magnífico tesoro en tanto se comparten.
Hombres y mujeres de trigo con destino de pan santo.

Paz y Bien

El vino nuevo de Cristo, abnegación y servicio













Santiago Apóstol, patrono de España, patrono de Bilbao 

Para el día de hoy (25/07/19) 

Evangelio según San Mateo 20, 20-28









El episodio sucedido con la madre de los hijos de Zebedeo -nótese el desmedro de la mujer, son hijos de Zebedeo antes que de ella- revela un gran problema enraizado en los corazones de todos los discípulos, mucho más que las ansias, erradas o nó, de prosperidad de una madre para con sus hijos. Por eso mismo el tenor y el tono de la respuesta de Jesús será mucho más leve y comprensivo para con ella que para con el resto; al fin y al cabo, se trata de una madre que se preocupa por el futuro de sus hijos, Santiago y Juan, conocidos también como boanerges o hijos del trueno por sus caracteres usualmente bravos y encendidos.

Pero también el requerimiento de esa madre esconde una gran incomprensión de la misión de Cristo, del misterio del Reino y de la perdurabilidad de ciertos esquemas viejos a los que no permiten que sean pasado. Porque tanto Santiago como Juan y todos los demás imaginan a un Mesías glorioso y reinante, vindicante de su pueblo que aplasta a sus enemigos y que gobernará como monarca y caudillo real la tierra que Dios concedió a sus mayores.
Los otros diez discípulos se enfurecen de indignación, más no por el pedido inusual: ellos piensan del mismo modo. En realidad, están enojados porque esos dos hijos de Zebedeo se les han adelantado.

Santiago y Juan, Juan y Santiago -con mucha ligereza- se declaran aptos y seguros a la hora de confirmar que beberán el mismo cáliz de Cristo. Sin embargo, ellos siguen pensando en esas categorías mundanas de poder e imposición.
Pero el cáliz de Cristo contiene el vino bueno, nuevo y santo del Reino, vino de la vida ofrecida generosamente, vino del servicio, vino de la fraternidad, vino de la abnegación, vino del hacerse último para estar en el mismo sitio y con el mismo corazón de aquellos a los que nadie quiere, a los que nadie escucha, a los últimos entre los últimos.

Santiago finalmente, por su unión a Cristo y una amistad entrañable será un misionero tenaz y un fiel testigo de la Buena Noticia, y así su cáliz será el del Señor, amor hasta las últimas consecuencias, vida que se hace bendición para los demás.

Que Santiago el Apóstol ruegue e interceda siempre por España, y que su pueblo prospere en paz y en justicia.

Paz y Bien

Todo fructifica si se hace desde el servicio y desde la fé















San Francisco Solano

Para el día de hoy (24/07/19):  
Evangelio según San Mateo 13, 1-9











Cuando contemplamos las lecturas del día, es útil a la reflexión situar el contexto en el cual el Maestro enseñaba, nos impulsa a profundidades que podemos pasar por alto en la superficie de la pura letra. No obstante ello, es importante recordar que los Evangelios tienen una doble vertiente, la enseñanza de Jesús de Nazareth a los hombres y las mujeres de su tiempo y la enseñanza para todas las mujeres y los hombres de todos los tiempos.

Así, no es difícil imaginar que gran parte de los oyentes de Cristo era versados en las cosas de la tierra, la siembra y las cosechas; muchos de ellos eran agricultores y campesinos que escuchaban con agrado la enseñanza del Maestro, pues Él hablaba en su mismo idioma de cuestiones que vivían a diario. Quizás nosotros hemos perdido parte de esa capacidad de dialogar con el hombre y la mujer de hoy a partir de lo que viven, de lo que les pasa.
Pero esos hombres sabían bien lo difícil que se hacía a veces arrancar frutos a una tierra que no siempre era fértil sino bastante árida, pedregosa y arenífera, los duros esfuerzos de sol a sol en búsqueda del sustento, la gratitud expresada en la fiesta de las cosechas, pues en sus huesos habían conocido los esfuerzos de la siembra, y finales a menudo escasamente exitosos.

Para nosotros también, hijas e hijos de la Iglesia que solemos conocer las vicisitudes de la siembra/evangelización.
A menudo nos embarcamos en la inútil batalla del éxito y del fracaso, una ética diluida y mundana de ganadores y perdedores. A menudo todos los planes y esfuerzos parecen devenir vanos, tanta piedra sin germen, tanto asfalto que rechaza, tanta espina que agobia crecimientos. 
Y a los ojos del mundo hay una aparente colección de fracasos acumulados.

Bendito sea Dios. El que tenga oídos, que oiga. La clave no está en la pericia del sembrador, sino en la calidad de la semilla, en su fuerza escondida que es capaz de generar una cosecha asombrosa, de frutos generosos que no pueden someterse a los parámetros usuales, con la desmesura propia de la Gracia, del amor de Dios
Menoscabarnos con el éxito o el fracaso implica, en cierto modo, anticipar el juicio de Dios, el grato tiempo final. No nos pertenece.

Somos sembradores de una semilla única, y por ello hemos de ser sembradores tenaces y confiados porque hasta de las piedras puede brotar el bien, los frutos santos del amor de Dios. Nada se pierde, todo fructifica si se hace desde el servicio y desde la fé.

Paz y Bien




Dios se revela en Cristo familiarmente cercano
















Para el día de hoy (23/07/19):  

Evangelio según San Mateo 12, 46-50









No era fácil, para una mentalidad tan cerrada como la de aquel tiempo, aceptar la novedad de Cristo. Quizás en términos más sencillos, es dable afirmar que no era sencillo andar por su misma huella y aceptarlo tal cual era: este Jesús rompía todos los moldes y derribaba todas las expectativas usuales que los demás imaginaban sobre Él, quizás por ello mismo intentando restringir su existencia a sus propios criterios.

Algo de ello repercutía en sus parientes. La afirmación tus hermanos precisamente tiene que ver con ello, es decir, con la pertenencia familiar-tribal nazarena, el férreo vínculo básico de aquellos que se vinculaban por parentesco, a menudo de tercer o cuarto grado -primos, primos segundos, etcétera-. Jesús no respondía a los proyectos que ellos habían diseñado para Él, no se había casado, no prolongaba sus raíces familiares, no seguía el oficio paterno y se había largado a los caminos a hablar de Dios de una manera extrañísima, muy distinta al Dios que les enseñaban los sábados los hombres doctos de su fé. Para colmo de males, Jesús de Nazareth no vacilaba en enfrentarse abiertamente con las autoridades religiosas, quienes no sólo lo despreciaban sino que peligrosamente lo vindicaban como blasfemo, toda una desgracia que podía hacerse extensiva a su familia, a sus parientes.
Todo ello tuvo como consecuencia que sus parientes -sus hermanos- creyeran que Él estaba fuera de sí, y trataran de buscarle para regresarlo a la pretendida normalidad y seguridad nazarena.

Quizás algo de ello se refleje en la lectura de este día. Sin embargo, hemos de desoír la tentación de la literalidad, de aferrarnos a la pura letra desdeñando profundidades y símbolos.
El reclamo de tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte no tiene que ver tanto con la presencia de esos parientes, sino más bien una referencia implícita a la sinagoga y a la nación judía.
Jesús de Nazareth era un fiel hijo de Israel, respetuoso de la historia y las tradiciones de sus mayores, y esa pertenencia también ratifica el compromiso de amor de un Dios que se encarna, en un tiempo concreto de la historia humana, que acampa entre los suyos.
Madre y hermanos entre la multitud, reclamando que quieren verle -sinagoga y nación judía- es la exigencia para que Él vuelva a escuchar a la ortodoxia rígida sin misericordia y a su identidad única, no gentil ni impura, para que recobre sus cabales, para que reencauce su vida y se deje de hacer peligrosas tonterías.

Sin embargo hay más, siempre hay más. No se trata solamente de una dura réplica por parte del Maestro, sino de algo mucho más profundo y decisivo: Dios es Padre, y por ello todos los vínculos de la biología, la cultura y la nacionalidad quedan superados infinitamente por estos nuevos vínculos espirituales, lazos cordiales de aquellos que escuchan con atención y ponen en práctica la Palabra de Dios.

Más aún. Dios se revela familiarmente cercano, un amigo, papá, mamá, hermano, Hijo querido que nos impulsa los sueños y nos restablece todas las esperanzas en esta familia creciente que llamamos Iglesia.

Paz y Bien

Santa María Magdalena, apóstol, discípula y amiga















Santa María Magdalena 

Para el día de hoy (22/07/19):  

Evangelio según San Juan 20, 1-3. 11-18







El Evangelista se preocupa en señalarnos que los acontecimientos que nos relatará acontecen el primer día de la semana: no se trata tanto de un orden cronológico como de significar el nuevo día de la nueva creación que está surgiendo, silenciosa pero definitiva.

Nos situamos en los albores de la madrugada aún cuando persista la noche y la oscuridad, y es un llamado a no desmayar. En las noches más oscuras siempre hay esbozos de amaneceres. Nada es definitivo, sólo la vida, sólo el amor de Dios.

Así, María de Magdala se encamina a la tumba reciente de su Maestro muerto con perfumes que son como caricias postreras, honras fúnebres nutridas de afecto. Ella esboza un tiempo maravilloso aún cuando no se dé cuenta, y esos perfumes que porta quizás sean un reflejo de las cosas valiosas de su alma.
Pero ella ha salido cuando todos se esconden por el miedo y el estupor de la muerte que demuele, recarga con la culpa del sobreviviente y reviste de tristeza que paraliza. Los amigos del Maestro están paralizados y abatidos, pero ella vá, aún cuando la pueblen las lágrimas, aún cuando vaya en busca de un muerto.

Con todo y a pesar de todo -había permanecido firme junto a la Madre del Señor, al pié de la cruz- sigue amando. Aunque vaya en busca de despojos, no hay un luto perenne y resignado sino un afecto entrañable que nos quita las palabras por su llanto profundo.

La tumba está en un jardín, tal vez como señal silente del jardín primordial en donde la vida prevalecía en la comunión con Dios. 
Ella, como mujer, tiene su capacidad de intuir a pleno, sin menoscabo. Por eso, la piedra removida y la tumba vacía se le hace otra ofensa más para con el Cristo que la ha reconocido como mujer y como hermana, que la ha purificado de todos los demonios que la alienan. Ofensa de cuerpo robado, de ultraje postrero, y en esos menesteres seguramente se volvió a sentir hermanada a Jesús de Nazareth, pues ella es considerada apenas algo más que una cosa sin derechos, un ser irrelevante, alguien que es mejor evitar.
Tristemente, ello se prolongó con el correr del tiempo, y duele más cuando se torna versión de algunas corrientes teológicas, la Magdalena como una prostituta recuperada pero siempre con el sayo pasado a la vista. O como otros estructuran sus negocios mediáticos, a partir de un romance con ese Cristo que amaba en serio, y nó con banalidades sin fundamento que se fundamentan en abyecta basura pseudocientífica.

María Magdalena ama del mismo modo en que Jesús la amaba. Ése es su testimonio, ésa es su esperanza, seguir firme en el amor aún cuando todo permanezca saturado de sombras, aún cuando la muerte parezca haberse tragado todo, aún cuando nadie le preste atención.

Los que aman como Magdalena son los verdaderos testigos del Resucitado, ovejas felices que reconocen la voz de Aquél que está vivo cuando Él las llama por su nombre, y que con esa esperanza sin resignaciones, son mensajeros de la mejor de las noticias a todos los hermanos del Señor que languidecen en todas las Galileas, en todas las periferias de la existencia:-El Señor vive!-

Santa María Magdalena, ruega por nosotros.

Paz y Bien

Contemplación y servicio, los dos rostros del apostolado


















Domingo XVI durante el año

Para el día de hoy (21/07/19): 

Evangelio según San Lucas 10, 38-42








Como en todo su Evangelio, San Lucas orienta todo el ministerio de Jesús de Nazareth en la única perspectiva de su peregrinar hacia Jerusalem, en su absoluta libertad al encuentro de la Pasión por su fidelidad inquebrantable al proyecto del Padre. Ésa, precisamente, es la perspectiva primordial que nunca hay que perder de vista, su fidelidad hasta las últimas consecuencias, a pesar de todos los horrores que le esperan.

Aunque no haya una cita explícita, podemos inferir que el Maestro se detiene en Betania, en la casa de Lázaro, Marta y María. Betania se encuentra a escasos kilómetros de la Ciudad Santa, es prácticamente un poblado de extramuros, y es una zona peligrosa, por la proximidad de esos hombres que buscan aniquilar al rabbí nazareno, porque lo andan buscando abiertamente, hay un arresto inminente, hay un ambiente de muerte de sofoca.

Pero también en Betania hay un hogar en donde la vida crece y florece porque hay una familia y porque hay afectuosa hospitalidad.
Ese Cristo nunca ha tenido casa propia: de niño vivió en el hogar paterno de José, carpintero nazareno, y ya adulto se ha marchado a los caminos a anunciar la Buena Noticia. A veces se alojaba en Cafarnaúm, con toda probabilidad en la casa familiar de Simón Pedro y Andrés, y a menudo su mesa era aquella en donde lo convidaban, en donde lo invitaban a quedarse, en donde le hacían espacio.

Cristo no tiene otro hogar que aquél en donde sus amigos le reciben, y es símbolo de la Iglesia, el ámbito cordial en donde Cristo se siente a gusto, en paz, en donde todos son reconocidos en su plena dignidad, en donde los reproches se desvanecen con rapidez porque prima otro interés trascendente, nada más ni nada menos que el amor que allí prevalece.

No hay aquí una alusión a un ambiente bucólico o idílico. Por el contrario, y aunque Cristo es el centro de todas las atenciones, quienes llevan la voz cantante son las mujeres.
En esa época, era impensable que algún rabino enseñase la Torah a ninguna mujer. La mujer no tenía otros derechos que los concedidos por su padre o por su esposo, y debía limitarse a parir, a cuidar casa e hijos, a callarse. Pero con Cristo hay un tiempo nuevo de hermanas y hermanos, todos hijas e hijos de Dios con la misma dignidad y derechos, y para escándalo de muchos y alegría de otros, es tiempo también de discípulas.

María, a los pies del Maestro escuchando lo que Él enseña, es la imagen exacta de los que escuchan con atención la Palabra, la reflexionan, la atesoran en su corazón para luego dar frutos. La escucha atenta de la Palabra, identidad primordial del discípulo, es el tesoro mayor que nada ni nadie podrá quitar, lo más valioso, lo que prevalecerá siempre.

Marta se des-vive sirviendo, en los trajines de un hogar que recibe con calidez y gratitud a quien está de paso. No se trata solamente de ollas, sartenes y platos: se trata de la diaconía, de trata del servicio que todo lo transforma. Y aquí hay un énfasis especial, porque quien sirve y quien tiene mucho para decir es una mujer.
A veces en los afanes del servicio, de la praxis, uno se dispersa. Y solamente en Cristo uno se reencuentra, se vuelve a unificar en la trascendencia de una Palabra que nada tiene de abstracta, sino que es Palabra viva que transforma la existencia.

Cada día debería ser memorial afectuoso y agradecido por todas las Martas y las Marías del servicio y la contemplación, que humildemente hacen de la Iglesia casa cordial para Cristo y los hermanos, que son nuestro orgullo y nuestro tesoro.

Paz y Bien

Nada ni nadie doblega a una fé con raíces firmes

















Para el día de hoy (20/07/19):  

Evangelio según San Mateo 12, 14-21









En la lectura que nos brinda la lectura del día, lo tácito, lo que apenas se manifiesta y se acapara a los murmullos y los chismes sectarios, sale a la luz con la fuerza misma de un odio que parece ser devastador.
Si bien no está aquí, en el texto inmediato anterior el Maestro sana a un hombre de mano paralizada en la reunión en la sinagoga, en pleno Shabbat.

No hay semánticas en juego: es un evidente gesto de bondad, un bien concreto y tangible que realiza Jesús de Nazareth. Sin embargo, para los escribas y fariseos se trata de una terrible infracción a la ley que impera, un delito que no puede pasarse por alto. Por eso se confabulan en talante de acabar con el Maestro, de suprimirlo definitivamente. El Evangelista Marcos añade también que a este conciliábulo infernal se suman también los herodianos, conjunción de religión y política, palacio y altar.
Una espantosa tendencia que se repite a través de la historia, enarbolar banderas de muerte en nombre de Dios.

Este escenario desata la persecución abierta que desembocará en los hechos de la Pasión. Pero también implica una ruptura definitiva entre la enseñanza del Maestro y el sistema sinagogal, pues la decisión de matarlo supone su excomunión.

En cierto modo, hay un desplazamiento inadvertido que sólo es perceptible desde una mirada de fé, y es que lo sagrado ha sido desalojado de los Templos. Lo santo ya no habita los edificios de piedra y fasto, lo sagrado destella en plenitud en la persona de Cristo, templo y Dios.
El pueblo, las gentes más sencillas -los pequeños- lo saben antes que se lo enseñen, y por eso acuden en peregrinación hacia Él, santuario vivo y palpitante del amor de Dios. Todos son sanados, y no se trata de una contabilidad de sesgo cristiano, sino más bien del corazón inmenso de Cristo que prodiga el bien a todo aquél que acude en su busca, sin pedirle credenciales, a pura bondad y gratuidad. Allí hay un sitio para todos y cada uno de nosotros, para poner a sus pies todas nuestras miserias, todo lo que nos lastima, lo que nos doblega, lo que nos duele, con una tenaz confianza de liberación, con un feliz rescoldo de justicia.

Aún así, a veces la euforia gana baldosas. La psicología es precisa al respecto, a menudo la euforia es sólo la contracara de la depresión, es decir, la máscara de problemas que no se han resuelto. Aquí también pasa algo similar: a pesar del bien que se ha recibido, es menester permitir que la fé madure, que tenga raíces firmes, que tenga su proceso de crecimiento y maduración, y luego sí, anunciar con voz clara el paso salvador del Redentor por nuestras vidas.

Toda la historia se encamina hacia Él, toda la historia encuentra en Él sentido y se consumarán los tiempos en el encuentro definitivo, como también estos escasos días que somos se magnifican a la eternidad de su mano.

Paz y Bien

Espigas de misericordia
















Para el día de hoy (19/07/19):  

Evangelio según San Mateo 12, 1-8 












La religión oficial en los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth era muy estricta en todos sus aspectos. Estricta en los preceptos a cumplir, rotunda en el acceso y las formas del culto, incólume en la ortodoxia detentada por escribas y fariseos.
Ello, de por sí y en una mirada superficial es loable, a sabiendas de los perjuicios que causa en todos los ámbitos los relativismos y las moralidades laxas. Pero el problema estribaba en que esos rigores habían perdido su sentido primigenio, el vínculo con el Dios que inspiraba esa fé, y así ley, normas, preceptos devenían en fines en sí mismos, sin trascendencia ni referencia a una eternidad que le brinde sustento.
A ello se añadía una lectura literal de las Escrituras, que es causa de todos los fundamentalismos, y todo ello se combinaba en un espeso ambiente opresivo que solía demoler y agobiar las almas más sencillas.

Pero la Encarnación de Dios inaugura un tiempo santo -kairós-, tiempo de Dios y el hombre, de la humanidad asumida por ese Dios para levantarla hacia la plenitud y la eternidad a puro empuje bondadoso del amor que se expresa en todas las enseñanzas, gestos y acciones de Jesús de Nazareth. Lo divino, entonces, no se desliga por ningún motivo de lo humano pues Cristo tiende un puente irreductible entre la inmensidad de Dios y la pequeñez del hombre, sacerdote eterno que acampa entre nosotros.

Ese día, un sábado, el Maestro y sus amigos atravesaban a pié un trigal. Algo tan elemental y tan humano como el hambre se hace presente, y ellos toman algunas espigas entre sus manos, y las frotan para poder comerse los granos, y así quizás engañar un poco esa langudez que empieza a dolerles.

Al instante, surge la crítica virulenta, y no por tomar espigas de un sembrado que no les pertenece, sino por quebrantar las normas del Shabbat.
Pero el Maestro no retrocede. Con paciencia trata de razonar con esos hombres furiosos, intentando que comprendan que desde la misma Palabra se arriba a ese puerto, y que el Shabbat es a favor del hombre, que el deseo de Dios es el bien de todos los hijos.
Quizás el Shabbat hubiera sido más pleno si se rindiera culto a Dios desde la libertad y desde la compasión.

Porque Jesús de revela como Señor del Sábado, y más aún. En la historia de Israel, Dios se encontraba con su pueblo en una tienda elegida que habitaba en el desierto, y luego el Templo de Jerusalem pasó a ser el lugar sagrado por excelencia.
Sin embargo hay un desplazamiento definitivo: a Dios se le encuentra en la persona de Cristo, templo vivo y peregrino de ese Dios que nos ama sin medida ni condiciones, y por el que cada mujer y cada hombre se vuelven también templos santos del Dios de la vida.

En esos templos latientes es en donde se rinde el culto primero, que no está codificado pues es la compasión.
Quiera Dios que florezcan entre nosotros espigas de misericordia que alimenten tantos estómagos doloridos y tantas almas vacías de sentido, espigas de Dios que hemos de cuidar como tesoro preciado que son, la Gracia entre nosotros.

Paz y Bien

Cristo, nuestro alivio, descanso y paz















Para el día de hoy (18/07/19):  

Evangelio según San Mateo 11, 28-30









Tanto para el arado como para el transporte de cargas pesadas, el yugo era fundamental; consistía en una pesada pieza de madera que, doblegando los cuellos de los bueyes -bestias de cargas por excelencia- o de las mulas, mantenía sus cabezas unidas y bajas para que quien lleve el látigo y las riendas los dirija a voluntad.
Simbólicamente, la imagen es dura, sobrecogedora. Es lo que se impone a la fuerza, la opresión, las almas aplastadas. Peor aún, implica que unos pocos se arrogan el derecho absoluto de conducir a la fuerza a muchos, a menudo en flagrante desprecio de unos por sobre otros, el poder no limitado por la ética y habitualmente justificado en nombre de Dios.

En los tiempos del ministerio del Maestro, esto era bien conocido por Jesús de Nazareth. Una multitud incontable vivía sometida a los dictados de una pequeña élite religiosa, que les imponía una miríada de preceptos casi imposibles de cumplir, a lo que se sumaba una mirada excluyente y despreciativa de escribas y fariseos a todos esos labriegos, pescadores, campesinos y artesanos pobres a los que consideraban varios escalones por debajo de la dignidad de los hijos de Israel, impuros, malditos a los ojos esquivos de un dios cruel y vengativo. Ellos eran, precisamente, los pequeños a los que Jesús hablaba y llamaba con inefable ternura, revelando que Dios es un Padre que ama y que tiene un amor preferencial hacia esos pequeños que no tienen voz, que nadie escucha, mucho más allá de cualquier clasificación ideológica o social.

Esos hombres trabajaban de sol a sol, y conocían bien el cansancio. Pero ese cansancio se disipa comiendo bien y durmiendo las horas necesarias.
Sin embargo hay otro cansancio más profundo que no ceden tan fácilmente. Son los agobios de las almas, los cansancios de los corazones derribados en la desesperanza, ahogados de rutina, carentes de novedades buenas.

A esos corazones -que también son los nuestros- les habla el Señor. Su yugo no es una opción más, su yugo ligero es grato, es la mano bienhechora de Dios que nos conduce a la libertad de los hijos de Dios, a la paz verdadera, al reconocimiento del prójimo, a la restauración y sanación que nos trae su perdón.

Cristo es nuestro descanso y nuestra paz

Paz y Bien

La voz de Dios resuena en el silencio de los pequeños
















Para el día de hoy (17/07/19):  

 
Evangelio según San Mateo 11, 25-27







Al Maestro no le había ido muy bien, según nuestros parámetros de éxito o efectividad. A pesar de todo el bien que hubo de realizar en esas ciudades que le conocieron -Corazín, Cafarnaúm, su misma Nazareth-, a pesar de su transparencia y del mensaje unívoco de sus signos, sólo pudo encontrar tormentas de rechazos, desprecio y severas admoniciones por parte de los representantes de la fé oficial, y esas multitudes tan oscilantes, que un día lo aclaman y al otro lo quieren coronar rey, y al otro lo ignoran.

Contra todo pronóstico, Jesús de Nazareth interpreta la historia y cada circunstancia de su existencia en clave de Dios. Él está totalmente identificado con su Padre, y por ello Dios es Jesús y Jesús es Dios, y esa lectura profunda que realiza se transforma en alabanza.
Es que el Reino no puede ser arrancado de cuajo, ni mucho menos silenciado. Este Dios Abba se sigue expresando y lo seguirá haciendo a través de los pequeños.

¿Quienes son estos pequeños?
Contrariamente a ciertas imágenes ingenuas, no se trata de niños, aún cuando los niños tenga un lugar preferencial en el corazón de Dios.
Los pequeños son aquellos que no tienen voz, los que todo lo soportan, los depositarios de toda imposición, los eternos acusados de ignorantes, los que no tienen quien los defienda ni quien hable por ellos. Son los que a la hora del debate, del análisis, de la exégesis, apenas balbucean. Son los destinados a siempre obedecer sin cuestionar, a los que se somete a cuestiones criteriosas y muy gravosas, a menudo por aquellos que esas mismas cuestiones no son capaces de comenzar a aplicarlas y a practicarlas ellos mismos.
Son los agotados, los agobiados que en estos arrabales no tienen alivio ni respuesta, pero que siempre encuentran consuelo y fidelidad en su Dios.

La historia humana está grávida de Gracia, y la voz de Dios resuena en el silencio de los pequeños, en medio de tanta bulla, y a pesar de tanta confusión.
Hemos de recuperar esa capacidad de escucha, para que nos resucite la esperanza, la alegría y la alabanza.

Paz y Bien

La ingratitud es un clavo más que hiere al Crucificado


















Nuestra Señora del Carmen
 
Para el día de hoy (16/07/19):  

Evangelio según San Mateo 11, 20-24








Corozaín o Corazin, Betsaida y Cafarnaúm era ciudades galileas y costeras del lago de Genesaret. Todas ellas eran bien conocidas por Jesús de Nazareth, eran parte de la Galilea en donde se había criado y en donde con afectuosa dedicación y empeño había volcado los esfuerzos de su corazón generoso en su ministerio, el anuncio del Reino de Dios mediante palabras, obras y signos.

De hecho, Cafarnaúm se convirtió en su segundo hogar, toda vez que se aloja allí -presumiblemente, en la casa familiar de Pedro y Andrés- al regreso de cada viaje misionero.

Pero a su vez. esas ciudades tenían cada una de ellas sus centros intelectuales/religiosos dominados por la religiosidad farisea imperante, una mentalidad cerrada a cualquier novedad, que se aferraba a duros prejuicios no exentos de velado desprecio. Al fin y al cabo, Jesús era un rabbí campesino sin formación ni pergaminos, pobre y humilde cuyas enseñanzas les hacía poner los ojos en blanco de furia y de espanto ortodoxo, todo un jardín mustio de tradiciones muertas.
Lo peor de todo fué que se negaban a mirar y ver lo evidente, el Reino de Dios entre ellos: los ciegos ven, los lisiados caminan, los sordos oyen, los endemoniados son liberados, la Buena Noticia se anuncia a los pobres.

Todo ello les auguraba un porvenir oscuro, no tanto como castigo post juicio, sino por la propia disolución de su sinsentido.

Nuestras ciudades no son demasiado distintas. Otras son las soberbias y otros los olvidos, pero las negaciones furibundas se repiten. Los materialismos que domestican, la inhumanidad que deviene en picadoras de carne, la vida de los pequeños que se compra y se vende como una cosa, los signos santos humildes y siempre presentes que se ignoran y desprecian, y esos ayes de Cristo, esos lamentos de su corazón sagrado han de estremecernos pues son dolorosamente presentes, actuales.

Quiera Dios que no nos volvamos como esa ciudades tierra de olvido. Se nos ha ofrecido la fé, el Pan y la Palabra, y en aras de la costumbre dejamos pasar de largo todo el bien que Dios hace de continuo por nosotros, su paso salvador por nuestras existencias.

La ingratitud es un clavo más que hiere al Crucificado.

Paz y Bien

El único absoluto es Dios















Para el día de hoy (15/07/19):  

Evangelio según San Mateo 10, 34-11, 1








Durante mucho tiempo -y persiste en algunas mentes- se asoció invariablemente la espada y la cruz, es decir, la espada como medio necesario para imponer la cruz, el uso del poder para imponer la religión. Amplios razonamientos se han articulado, realizando una mixtura espuria de los intereses mundanos con las cuestiones del Reino. Y la Iglesia no ha sido ajena a estas cuestiones.

Pero religión que se impone no tiene nada que ver con la fé, jamás. La fé es don y misterio y aceptación libre y confiada en una Persona, la experiencia transformadora de la vida de Jesucristo en la propia existencia. 

También es habitual adaptar la Palabra a las propias necesidades, de tal modo que se encuentren justificativos a todas las acciones y situaciones en las Escrituras, una Palabra cómoda o light que no interpele, ni desestabilice ni conmueva. Quizás un ejemplo sea la lectura que la liturgia del día nos ofrece: la tentación estriba en imaginar a un Cristo impositivo, que zanja violentamente las cosas del Reino.

Pero nada es más ajeno a la Buena Noticia que la violencia ejercida sobre el prójimo, menos aún en los afanes de expandir la base religiosa. Esas son puras cuestiones de sumisión y dominio de almas, el poder religioso teñido de ratio ideológica de cualquier época.

Sin embargo vivir el Evangelio en fidelidad y plenitud es en cierto modo aceptar que no hay visos ambivalentes o melosos, a tono con nuestras miserias. La vida cristiana si es tal debe ser radical, porque a Cristo se lo sigue totalmente, no a medias, no cuando conviene, no cuando no hay conflictos. 
Más aún, las persecuciones a causa de la fé son, efectivamente, señales inequívocas de esa fidelidad hasta el fin, al igual que el Maestro para con el sueño de su Padre y la vida de sus hermanos.

Cristo es el nuevo y definitivo Moisés que abre las aguas del ego y de los relativismos, dejando atrás la vida esclava del pecado, de las sombras, para caminar confiados hacia la tierra prometida y cumplida de la Salvación. Y no hay vuelta atrás, por más tentación que insinúe la vieja comodidad de la esclavitud anterior.
Porque en esta vida que se nos ofrece y no se nos impone, el único absoluto debe ser Dios.

Así también la cruz. 
Los crucifijos que colgamos de nuestros cuellos han de estar grabados pecho adentro, en las honduras de nuestros corazones. No es fiel y poco tiene que ver con el Evangelio que la cruz se convierta en un mero objeto decorativo y, en ocasiones, declarativo.
Porque no declamamos la cruz, la proclamamos. Y cargar la cruz es, al igual que Jesús de Nazareth, dar un salto enorme y sin redes, atreverse por amor a Dios y a los hermanos a ser un marginal, despreciado, o un criminal abyecto, sabiendo y confiando que esa cruz de dolores que portamos y asumimos no es símbolo mortal sino signo cierto del amor mayor, que es justicia y liberación, para que no haya más crucificados, para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

Una Iglesia samaritana y servidora

















15° Domingo del Tiempo Ordinario  

Para el día de hoy (14/07/19):  

Evangelio según San Lucas 10, 25-37








El talante del doctor de la Ley que le realiza la pregunta a Jesús de Nazareth es quizás más propio de un docente que examina y califica a un alumno de modo inquisitorial que el de un genuino buscador de la verdad. Hay en su discurso cierto tenor de exigencia velada que no es casual: constantemente, quienes detentaban el poder religioso oficial buscaban en las cosas que hacía y en la enseñanza que predicaba el Maestro fallos, errores y aseveraciones heterodoxas que tuvieran la suficiente gravedad para, en primer lugar, desacreditarlo ante el pueblo, y en segundo lugar, obtener elementos para un juicio sumario que anticipaba una segura condena.

No obstante ello, la inquietud que presenta tenía para la religiosidad de la época una relevancia fundamental, pues la Ley establecía 248 mandamientos o mitzvot positivos, y 365 mitzvot prohibitivos o negativos: 248 por lo que se creía eran la totalidad de los huesos del cuerpo humano y 365 por cada uno de los días del año, y así, simbólicamente, englobaban la totalidad de la existencia humana. Por ello, exégesis y casuística buscaban producían hondas reflexiones acerca de la prevalencia de ciertos preceptos por sobre otros, y de allí, tal vez, una de las causas de la pregunta.
Pero por otra parte, la postura farisea exigía la observancia absoluta de la totalidad de los 613 mandamientos, lo cual era causal de opresión de las almas más sencillas, pues sobreabundaba la aritmética piadosa en desmedro del Dios que le otorgaba sentido.
Así entonces Jesús de Nazareth condensa la Ley y los profetas en un mandamiento con dos brazos frutales, el amor a Dios intrínseca e inseparablemente unido al amor al prójimo, y para enseñarlo se vale de una parábola, la llamada parábola del Buen Samaritano.

Aquí es menester hacer un alto para recobrar la atención: no se trata la parábola de una construcción literaria efectista ni de un relato articulado de tal manera que se pueda arribar a una moraleja, es decir, a una conclusión de carácter moral.
Se trata de algo más profundo y raigal, se trata de revelación, se trata de transformación de la propia vida y de la vida de la Iglesia desde la eterna perspectiva del Reino.

El samaritano, a imagen misma de Dios, revela pues los eternos sentimientos del Creador de amor por la humanidad que es bien concreto, y que se detiene en compasivo auxilio hacia el caído a la vera del camino, al costado de la existencia, en la banquina donde se suelen depositar a los descartados de la vida.

El samaritano, a imagen misma de Cristo, es un despreciado, un sospechoso, que a pesar de todo y de todos hace presente y eficaz el amor de Dios que salva, que sana, que restaura y levanta, aún cuando otros pasen de largo arguyendo prohibiciones o apuros vanos.

El samaritano también se compromete con todo su ser -lo que pagará si esos denarios que deja no alcanzan- al regreso. No es una pasada furtiva lo suyo, le importa el ahora y le importa el después, y es el Cristo que regresará al final de los tiempos, a las heridas sanadas, al caído restablecido y pleno que nunca olvidará porque ahora lo alberga en la posada de su corazón sagrado.

El samaritano cuida al herido con óleo y con vino, óleo y vino que ahora son de una Iglesia que tiene, desde el sueño de Dios vocación samaritana, que cede monturas en sus mulas a veces flacas para los que ya no pueden andar.

Una Iglesia que somos todos y cada uno de nosotros, con nuestras pobres moneditas de misericordia, y que por poco que parezcan, son indispensables.

Paz y Bien

Somos inmensamente valiosos a los ojos de Dios


















Para el día de hoy (13/07/19) 

Evangelio según San Mateo 10, 24-33








Uno de los temas principales que sobrevuela el Evangelio para el día de hoy es el miedo, el miedo de los discípulos, de los enviados, de los misioneros, es decir, de todos los que permanecen fieles a su vocación cristiana.

Jesús sabía bien las cosas y situaciones que los suyos de todas las épocas habrían de enfrentar: es que la proclamación de la Buena Noticia, que principalmente es imitar en la existencia diaria a Cristo -amar como Él amaba, vivir como Él vivía, ser fieles al Reino hasta las últimas consecuencias y más- implica riesgos severísimos. Vivir el Evangelio, hacerse Buena Noticia es un manso y humilde desafío a los poderes del mundo, poderes que oprimen, esclavizan y deshumanizan. Porque el poder que no es servicio es espúreo y se convierte en maldición.

Él conoce bien a los suyos, y entiende las cosas que se entretejen en las honduras a menudo inconscientes de nuestro ser. El miedo paraliza, socava, confunde. El miedo engaña y pervierte la prudencia, pues la prudencia excesiva es cobardía razonada.
Uno puede suponer que los poderosos reaccionan con violencia física; pero no sale de lo habitual que sus procesos se refinen, y hagan uso de descréditos, difamaciones infundadas, acosos por hambre y desempleo, ninguneos personales.

Porque es muy humano el miedo, pues todos -sin excepciones- somos mortales, frágiles y quebradizos. El problema estriba en tanto ese miedo se convierta en horizonte último.
También hemos de reconocer con durísima sensatez que el miedo ha sido religiosamente utilizado para apisonar corazones, bajo el pretexto de cielos ganados o infiernos obtenidos. Pero el Dios de Jesús de Nazareth no es ni un ogro ni un verdugo cruel. Es Padre, y es Madre también.

Con todo y a pesar de todo, nuestra fuerza proviene de la confianza y el amor que el Resucitado ha puesto en cada uno de nosotros, una fé que no suele ser recíproca. Él cree y se confía de nosotros de un modo inversamente proporcional al de nuestra confianza depositada en su corazón sagrado.

Somos inmensamente valiosos a los ojos de Dios todos y cada uno de nosotros, epítome santo de todo lo creado, y es una cuestión de amor, y en esa certeza de valor que no se mide con mesuras humanas, se funda nuestra esperanza y se aligeran nuestros pasos hacia el éxodo de todos nuestros miedos, libres hijas e hijos de Dios edificando comunidad y re-creando un mundo tan inhumano e inhóspito.

Paz y Bien

Astucia y mansedumbre al servicio del Reino

















Para el día de hoy (12/07/19):  

Evangelio según San Mateo 10, 16-23










La fé cristiana es profética pues tiene en su centro el anuncio de la Buena Noticia del amor de Dios y, a su vez, la denuncia de todo aquello que se opone a Dios, a la vida, a la libertad. Una fé que anuncia y denuncia sin menoscabos, sin desequilibrios pseudopiadosos.

El Maestro sabía que ese compromiso iba a traerle graves problemas a los suyos, toda vez que su misión entrará en franca contradicción con los poderes del mundo, aún  cuando no se busque pelea, aún cuando la intención vaya por otro lado. El compromiso de los discípulos de aquel tiempo y de todos los tiempos será percibido como una amenaza, a pesar de que a menudo se esbozasen discursos peyorativos que busquen ridiculizar o ningunear al amor.

Llamativamente el consejo del Señor no suena demasiado bien. Serpientes y palomas no resultan a simple vista seres congruentes, más aún, son hasta contrarios, antípodas unos de otros.
La serpiente es escurridiza, peligrosa aunque pequeña, hábil y sagaz a la hora de moverse.
La paloma representa la mansedumbre, la paz, la sencillez en el obrar, el corazón ligero que es capaz de volar.

En apariencia, la brecha entre ambas es insalvable. Pero estamos en un tiempo nuevo, el tiempo santo de Dios y el hombre en donde todo es posible, donde los imposibles se cumplen, pues sólo requieren un poco más de esfuerzo y tiempo.
Desde esa perspectiva no hay contradicción entre la paloma y la serpiente. Por el contrario, reviste al discípulo de una conciencia crítica de lo que acontece a su alrededor, para no fugarse de la realidad, para no sucumbir al miedo, para no desdeñar la inteligencia, perspicacia que es creatividad al servicio del Reino.

Con astucia y mansedumbre es como se entabla diálogo con el presente que nos toca vivir, pues no vamos inermes a la misión, aún cuando estemos rodeados de peligros. El Espíritu del Resucitado nos guía, nos nutre, nos alienta y sostiene.

Paz y Bien

Discípulos, testigos tenaces de la misericordia de Dios
















San Benito Abad

Para el día de hoy (11/07/19):  

Evangelio según San Mateo 10, 7-15








El día de ayer contemplábamos la convocatoria del Maestro a los apóstoles así como la misión que les encomienda: vocación y misión tienen el distingo de la confianza que Dios ha puesto en los suyos.

La lectura que nos ofrece la liturgia del día continúa esa línea de reflexión. El Maestro envía a los suyos a los caminos, con la misión definida, y así brinda algunas consignas que ayudarán a los suyos en la fidelidad a esa misión, para que su identidad no se altere ni disuelva frente a los embates del mundo.

Curiosamente, parece un manual de instrucciones curiosamente profano. Tiene poco de lo que usualmente se considera religioso, sacralmente ritual, ajeno a los rigores del culto establecido. Más aún, es marcadamente humano: curar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos, expulsar demonios. Vida y salud son las señales primordiales del Reino de Dios aquí y ahora, las señales que el Maestro le hizo llegar al Bautista para que constatara su identidad en su corazón, señales también de la presencia de Cristo entre nosotros.

El cómo es muy importante, pues es también parte del mismo amor, de la misma fidelidad. La feliz deserción de todo interés personal. El hacerse hermano de aquellos a quienes se anuncia la Buena Noticia, ser parte de su existencia, de su cotidianeidad, de su huella. La confianza en la Providencia de Aquél que nunca nos abandona. Andar ligeros de elementos y cosas, señal de corazones ligeros, de corazones vacíos de lo que perece, de corazones ricos en Dios.

Contra las bucólicas o románticas ingenuidades, Jesús de Nazareth advierte también de que a menudo los enviados no serán bien recibidos, no la pasarán bien, deberán afrontar el golpe del rechazo sin motivo.
Hay que seguir, siempre hay que seguir, nunca quedarse.

Porque no se trata de sumar cabezas ni de ganar adeptos, sino que es una tarea de sal y de luz, testigos del amor de Dios en el mundo que a menudo no tienen mucho que decir porque toda su vida es un Evangelio vivo en donde se palpita Gracia y misericordia.

Paz y Bien

La inmensa confianza que Cristo nos tiene
















Para el día de hoy (10/07/19):  

Evangelio según San Mateo 10, 1-7







La convocatoria acontece por decisión de Jesús de Nazareth, y ello es fundante, pues la iniciativa es del Cristo que nos llama, el Cristo que establece comunidad, el Cristo que convida a su mesa. 

Los convocados son Doce discípulos, un número importantísimo para la memoria de Israel: a partir de las doce tribus, el Dios de Israel edifica un pueblo que llevará su bendición y portará la esperanza y las promesas, un pueblo surgido de un milagro de liberación al ca lor del crisol del desierto.
Por ello la convocatoria de los Doce representa el querer de Dios y, a su vez, la conformación de un pueblo nuevo cuyos vínculos no serán ni la sangre ni la pertenencia nacional sino la cercanía a Cristo, la unión con la Persona que los ha llamado, un pueblo que se identifica ante todo por el amor que encarna.

Así los discípulos son enviados con preferencia a Israel: la compasión es lo que motiva todas las acciones del Maestro, y precisamente es toda esa multitud en abandono, las ovejas sin pastor, las tribus que se han dispersado en la miseria impuesta y en el pecado cometido, misión que restablecerá los vínculos fraternos que se han extraviado y los llevará a su plenitud en Aquel que en verdad da sentido a todo. 
A menudo, antes de internarnos en amplios proyectos debemos retornar a las fuentes primeras que nos constituyen, y en el envío de los suyos hay también parte de ello.

La misión, por el poder que no es de ellos pero que se les ha confiado, es decididamente humana, tan humana que no puede tener otro origen que el mismo Dios. Sanar, perdonar, liberar, purificar, tarea de amor y misericordia que anticipa el Reino aquí y ahora.

En los nombres de los enviados -apóstoles- podemos entrever una multiplicidad de orígenes y caracteres. Es un hermoso indicio de la savia cordial que los une, que destaca diferencias en la comunión que prevalece.
Pero lo que cuenta, a pesar de las debilidades, a pesar de los traidores, es la confianza que Cristo ha puesto en sus apóstoles, pues sabe que con su auxilio y en su Nombre superarán todos los imposibles en la asombrosa sintonía de la Gracia.

Paz y Bien


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