Ser como niños y de servir a los niños y a los que son como ellos, en el mismo plano espiritual














Para el día de hoy (30/09/19): 

Evangelio según San Lucas 9, 46-50






Los discípulos de Jesús de Nazareth, a pesar de todo el camino compartido con el Maestro, a pesar de todo lo que les había enseñado, nunca abandonaron los viejos esquemas, las ansias de poder y prestigio, los criterios mundanos tan distintos y hasta opuestos a la realidad del Reino.

Él los conocía bien, y magnífico lector de los corazones, debe insistirles en romper esas corazas que los atrapan y les impiden crecer en bondad, en humanidad, en eternidad. Porque si continúan en esa tesitura, en ese plano mezquino de ambiciones, sólo llegarán al escalón de los poderosos. Aún declarándose de Cristo, sólo se convertirán en otros opresores, y tristemente, en esta Iglesia que amamos y a la que pertenecemos, es una práctica enquistada y recidivante, que no logramos abandonar.

Por ello es que Jesús toma un niño y lo pone en el centro de la atención de sus desubicados amigos. 
Es claro que la prioridad de los adultos siempre estará en proteger a los niños a toda costa, a costa de la propia vida. Demasiados infames agresiones a la niñez hemos conocido por parte de aquellos que debían cuidarla y protegerla.
Más en este caso Jesús de Nazareth vá más allá, porque hay más. Siempre hay más.

En el tiempo del ministerio de Cristo, los niños carecían de derechos. Eran apenas apéndice de sus padres varones, a los que en todo debe obedecer, sin siquiera comenzar a pensar, a que crezca su conciencia. El Maestro no se refiere tanto a la inocencia y a la ternura que se infieren como identificatorias de la infancia, sino más bien al niño en tanto que dependiente de todo, débil, necesitado en todo de los demás, que no puede ser artífice de su existencia por sí mismo, y que por ello también se enciende de gratitud ante el más pequeño gesto bondadoso, que sabe reconocer el amor que se le brinda, y que no ha perdido la capacidad de asombrarse frente a los regalos, regalos que para esos hombres endurecidos será la asombrosa Gracia de Dios, la vida plena. 

Se trata de ser como niños y de servir a los niños y a los que son como ellos, en el mismo plano espiritual. Los pobres, los excluidos, los olvidados, los descartados de la existencia en un mundo construido para unos pocos privilegiados indiferentes.

Contra toda lógica de intereses mezquinos, el signo de grandeza de la comunidad cristiana será entonces el servicio generoso, incondicional y prioritario que se brinda fraternalmente, con cordialidad familiar, a los que habitualmente no cuentan para nadie, pero que son los primeros a los ojos paternales de Dios.

Y tal vez, franqueada esa frontera cerrada y torpe, descubrir que la familia es mucho mayor de lo que se supone, pues hay muchos hermanas y hermanos que en silencio se prodigan en vidas frutales del Reino.

Paz y Bien

Justicia y esperanza son frutos santos de la caridad
















26° Domingo durante el año
  
Para el día de hoy (29/09/19):  

Evangelio según San Lucas 16, 19-31









Suelen ser habituales las interpretaciones de la Palabra que se traducen en predicación y catequesis que se des-encarna, que refiere siempre al más allá en tono de moralina punitiva. Quizás haya alguna tinción abstracta, quizás una tendencia a ideologizar -con cualquier signo- lo que trasciende. Pareciera que el Reino de Dios del cual suplicamos su venida se convirtiera en una cuestión post mortem.
Pero el Reino de Cristo no es de este mundo, y a su vez señala que otro mundo y otro tiempo son posibles, imperiosos, amados por Dios para todas sus hijas e hijos. 
Por estos arrabales florecen los umbrales del cielo.

El contraste entre el rico que banquetea indolente y el pobre Lázaro que languidece a su puerta no puede ser mayor. 
El rico se viste de lino finísimo y púrpura, lo cual no es sólo indicio de riqueza sino de posición social relevante. No cuadra en los estereotipos usuales de los opresores brutos, de los avaros mezquinos o de los explotadores miserables; por el contrario, ofrece a diario espléndidos banquetes, una tácita sugerencia de que tira la casa por la ventana.
Lázaro, por el contrario, tiene por vestido las llagas que lo cubren. Los perros que lo lamen, en la cultura del siglo I representan lo impuro total, por lo cual hay allí un símbolo de miseria extrema, a tal punto que Lázaro ansía saciarse de lo que cae de la mesa del hombre opulento, quizás de la miga de pan que solía usarse para quitar la grasa de los dedos luego de probar variados manjares con carnes varias.  Sin demasiados ambages, Lázaro sólo tiene por horizonte comer residuos, basura.

Entre el rico y Lázaro hay apenas unos pasos, está al otro lado de la puerta, pero en realidad hay un abismo entre ambos, un abismo mortal producto del acostumbrarse a la miseria ajena como parte normal del paisaje, un aniquilar al prójimo permitiéndo existencias llagadas a todas las puertas, la indiferencia frente a las necesidades del otro que, muy probablemente, sean causadas por esa opulencia que disfrutan unos pocos en detrimento de tantos Lázaros del más acá. Mundos terribles en donde se razona la pobreza impuesta y se justifica la exclusión. Dios nos libre de los razonadores de miserias y de todos los indiferentes, porque solemos acomodarnos por allí.

El Maestro nos enseña con tenacidad a acumular tesoros allí donde perduran, tesoros en el cielo que no perecen, extraños tesoros que se multiplican en tanto se brinden sin condiciones.
El rico de la parábola no tiene futuro -cielo- ni destino pues se ha consumido en banquetes estrechos que nada tienen de ágape, y por eso es desaprensiva su búsqueda de misericordia y compasión postreras, pues las ha negado en el tiempo terrenal, sordo a clamores de piedad y justicia tan cercanos.
Los hijos de Abraham se identifican por su práctica fiel de la Ley, es decir, del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. 
Los hijos de Dios, porque aman a Dios en el hermano, especialmente en el débil, el pequeño, el olvidado, el descartado.

Tantos hermanos languideciendo la ausencia injusta del pan, del pan del sustento y del pan de la Palabra, obligados con infame torpeza a una resignación que es opuesta totalmente al Evangelio y al corazón sagrado de Cristo.

Justicia y esperanza son frutos santos de la caridad, y han de florecer en el aquí y el ahora para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

A Cristo lo conocemos en el corazón y reconocemos desde la fé


















Para el día de hoy (27/09/19): 

Evangelio según San Lucas 9, 18-22









En la época del ministerio de Jesús de Nazareth, especialmente en Palestina, se vivían tiempos confusos, violentos, un pueblo angustiado en plena ebullición: la opresión romana que hollaba el suelo sagrado de la Tierra Santa, la brutalidad de los tetrarcas -Herodes y Filipos- y una religiosidad que asfixiaba las almas en el abuso de las normas impuestas y el purismo ritual.
Así, el pueblo se aferraba a expectativas que solían coincidir con sus esperanzas y frustraciones, es decir, expectativas de liberación en las que proyectaban todo lo que les pasaba.

Por ello el surgimiento del Maestro y su anuncio de Buenas Noticias los confundía, y así le irrogaban al rabbí nazareno identidades diversas. Que es el Bautista, que es Elías, que es uno de los antiguos y nobles profetas que ha regresado.
Porque en realidad, ellos suponían que el Mesías de Israel sería un Mesías glorioso y revestido de poder, que se impondría con fuerza demoledora a sus enemigos y que gobernaría la nación judía por siempre.
Cristo es un profeta, claro está, pero es mucho más que un profeta, y su pueblo aún no ha madurado para comprender su identidad mesiánica. Así entonces el llamado a silencio: Jesús es también un fiel hijo de su pueblo, que sufre con los suyos, pero todo tiene un tiempo de maduración. A las cuestiones espirituales instantáneas es mejor posponerlas o eludirlas en su mayor parte.

Pero el Maestro quiere que los suyos le digan qué piensa de Él. Lector como nadie del corazón humano, sabe de los torbellinos y preconceptos que hay en las mentes de esos hombres, sus amigos, sus hermanos.
Pedro, en nombre de todos, toma la palabra y afirma y confiesa que Jesús de Nazareth es el Mesías de Dios, y la contundencia de la afirmación nos sigue estremeciendo hasta nuestros días. Allí está el Espíritu Santo encendiendo al pescador galileo que ahora es pescador de hombres y roca en donde se confirma la fé de sus hermanos.

No se trata solamente de un acontecimiento histórico, acotado a un momento determinado. La Palabra de Dios es Palabra de vida y Palabra viva, y Dios nos habla hoy.
Confesar a Jesús de Nazareth como Mesías de Dios, como Cristo libertador sólo acontecerá dentro de la comunidad cristiana en donde ese Cristo se hace presente, la sostiene y la hace florecer.

Aún hoy nuestras expectativas han de madurar. A menudo le transferimos al Señor nuestras inquietudes, angustias, aspiraciones y deseos. Gustamos más de un Cristo a la medida de nuestras necesidades, y así nos dibujamos el rostro del Maestro como una caricatura banal. Un dios aspirina que nos alivia los dolores. Un dios sedante para nuestras angustias. Un dios psicoanalista, terapeuta de nuestras neurosis. Un dios proveedor de las cosas que nos faltan o de las que deseamos. Un dios verdugo severo. Un dios al que se le arrancan favores mediante el trueque de piedades acumuladas.

Pero el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios de Amor, Padre de misericordia que nada se reserva para sí, que se brinda por entero para el bien de toda la humanidad, y por eso el Mesías, Jesucristo, será un varón de dolores, un esclavo entregado a la muerte ignominiosa de la cruz en ese mismo amor infinito, para que no haya más crucificados, para que no prevalezca la muerte, para la Salvación.

Paz y Bien

La humildad genuina cuestiona a todos los poderosos




















Para el día de hoy (26/09/19) 

Evangelio según San Lucas 9, 7-9






Jesús de Nazareth no pasaba desapercibido para nadie. Ni para el pueblo, ni para la clase dirigente, ni para la oficialidad imperial romana. Todos ellos intentaban comprenderlo -y clasificarlo- desde las gafas opacas de sus preconceptos producto de su religión enquistada, de tradiciones pétreas, de su ideología o de la pura praxis política que ansía la perpetuación en el poder.

Así, para algunos era Elías reaparecido, para otros uno de los viejos profetas de Israel: allí refulgían todas las ansias de liberación y de restauración de un pueblo lastimado y sometido, que sentía en su fuero íntimo la humillación del imperialismo romano y el peligro de disolverse como nación.
A la vez, para otros era el Bautista resucitado, expresión culposa de quien escucha a medias, con cierta simpatía sin compromiso, esa prudencia extrema que esconde cobardías varias, esa intelectualización sin vida transformada, sin conversión, la actitud del espectador pasivo que no se anima a edificar su propio destino, presa fácil de los poderosos y de los que ejercen dominios sobre mentes y corazones. En cierto modo y de manera tácita, ellos confiesan la necesidad de volver a escuchar una voz tan fuerte e íntegra como la de Juan, para que les disipe las comodidades falaces, para que vuelva a despertarlos.

En la lectura del Evangelio para el día de hoy destaca la postura del tetrarca Herodes frente a Jesús de Nazareth. Este reyezuelo, vasallo de los romanos, ejercía un poder omnímodo en la región que dominaba, sin ninguna limitación ética, apelando a la violencia, a las componendas corruptas, a cualquier tipo de conspiración en tanto que él mismo intuyera que hubiera en ciernes una amenaza a su poder. En síntesis, Herodes no es más que un brutal homicida -muy paranoico y a la vez supersticioso-, que ahora comienza a arrojar manojos de tinieblas sobre el Maestro, pues comienza a interesarse en Él, y no es un interés genuino en conocerle, sino en determinar con rapidez si a este rabbí galileo es menester aplastarlo como hizo con sus familiares, con el Bautista, con muchos de sus súbditos.

Todo esto nos realiza un convite aún mayor, que es el de otra perspectiva, más profunda, trascendente, y es el darnos cuenta y tomar conciencia que la presencia de Cristo pone en evidencia qué somos y cómo somos, lo que somos especialmente en relación con los demás.
Todo sale a la luz, nada ha de quedar escondido

Y a pesar de los ingentes peligros y las brutas amenazas, hemos de suplicar que otros tantos Cristos, esas hermanas y esos hermanos del Señor que siguen sus pasos en humildad y fidelidad desde la caridad, sigan poniendo en evidencia y cuestionando a los poderosos, a los que hacen daño, a los que nada les importa y sacrifican en el ara del poder y con la liturgia del egoísmo la raíz humana, el prójimo.

Paz y Bien

Misión, humildes obreros del Reino para mayor gloria de Dios















Para el día de hoy (25/09/19): 

Evangelio según San Lucas 9, 1-6









Quizás los Doce no hayan tomado conciencia plena de la misión que el Maestro les encomienda. Tal vez nosotros tampoco. Es que el Maestro, al darles poder y autoridad para sanar y liberar, para proclamar la Buena Noticia del Reino de Dios deposita en ellos una confianza inimaginable, pues la misión de Cristo será ahora la misión de los discípulos.

En cierto modo, Él tiene en ellos una fé impresionante que, sin dudas, no es recíproca.

La misión no tiene nada de abstracto. A menudo se ha afirmado que la misión de la Iglesia es la salvación de las almas; sin embargo, esa afirmación esconde visos de abstracción y un énfasis postrero, post mortem, que se aleja con escasa compasión de la insondable ternura de la Encarnación de Dios.

Hay muchos demonios que expulsar. El demonio del egoísmo. El demonio que confunde, que aleja a los hermanos. El demonio que enturbia las miradas para no poder ver a Dios como un Padre bondadoso, y sí como un verdugo punitivo sediento de sangre. El demonio de la exclusión y la soberbia. El demonio que no permite crecer en humanidad y honradez.

Muchos son los dolientes. Enfermedades corporales que hacen sufrir, patologías espirituales que aniquilan las semillas que crecen con vida nueva. Corazones divididos, corazones dolientes, corazones agobiados de miseria y soledad, hijos abandonados de todas las omisiones.
Es misión de paz en donde la violencia no tiene lugar, en donde el poder que se ejerce es el servicio a los demás. Misión de liberación, porque mujeres y hombres han de erguirse mansamente desde los fangos en que están sumergidos.
Misión humilde que confía en la divina providencia antes que en el falso dios del dinero, que se aferra al Espíritu antes que a las cosas.

Pero por sobre todo, y aunque es necesario decir las cosas como son, proclamar la Buena Noticia para todos los pueblos comenzando por los pobres, se trata de ser Evangelios vivos, palpitantes, Evangelios que respiran, Evangelios en donde en cada segundo de la existencia se pueda leer el paso salvador de Dios por la historia.

Humildes obreros para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

Madre de la Merced, redentora de todas las cautividades

















Nuestra Señora de la Merced

Para el día de hoy (24/09/19): 

Evangelio según San Lucas 8, 19-21








La lectura que nos ofrece la liturgia en el día de hoy es breve, consta de tan sólo dos versículos, pero esa brevedad implica también una profunda y decisiva revelación.

Para situarnos en el contexto y ambiente, imaginémonos por un momento la situación: en el siglo I seguía teniendo una influencia decisiva el clan, la tribu, entendidas como familia extensa que otorgaba identidad y además imponía carácter y tradiciones. Era muy infrecuente que ningún varón -las mujeres no contaban- rompiera con esos códigos preestablecidos, y por ello, cuando ya hombre Jesús de Nazareth se larga a los caminos en cumplimiento de su vocación, menudo escándalo se debió desatar entre los parientes.

Seguramente se esperaba de Él que siguiera con la tradición familiar, que fuera carpintero como José, que se casara y tuviera hijos, que viviera su vida bajo la mirada de su Dios en su pueblo, junto a los suyos.
Pero este Cristo no hace lo que se supone que hará, siempre anda sorprendiendo. Curiosamente, no cumple con los planes de los otros, permanece fiel a su misión, y esa misión lo llevará a los caminos, a restaurar en humanidad y en salud a los enfermos y excluidos, en sentarse a la mesa con los que todo el mundo desprecia, a hablar de Dios como Padre y de un modo tan distinto a la enseñanza de escribas y fariseos.

Por ello es lógico que sus parientes crean que enloqueció. Los riesgos a los que se enfrenta son muy grandes, y en cierto modo el oprobio consecuente, tarde o temprano, caerá sobre su clan.
Por eso se quedan a las puertas de la casa en donde se encontraba el Maestro con los discípulos, y en apariencia el motivo que les impide acercarse es la nutrida multitud que busca beber de las palabras del Maestro. Pero es una construcción a la vez simbólica: los parientes se quedan fuera, no son parte de los discípulos, están allí por otros motivos, reclaman quizás una propiedad del rabbí que se entrega a todos sin condiciones.

Es que el Maestro ha inaugurado una nueva familia siempre creciente, que no se limitará a los vínculos de sangre. Se trata de la familia reunida por vínculos que refieren siempre al amor de Dios y al amor al prójimo, vínculos permanente, vínculos definitivos que surgen de la escucha atenta de la Palabra, y de su puesta en práctica.

Así en la comunidad cristiana, en esta nueva familia, a Dios se lo puede llamar Padre, Madre, hermano. Dios es familia en donde todos crecen en solidaridad, en justicia, en libertad, en cielos abiertos que se enraizan en la cotidianeidad.

Por ello el pronunciamiento del Maestro es un profundo elogio a María de Nazareth. A pesar de todas las situaciones confusas, aún cuando luego de treinta años Él parece apartarse de su lado, María sigue atesorando la Palabra en las honduras de su corazón purísimo, encarnando cada día en su ser a ese Dios que la ama, y que es su Hijo y su Señor. Hermana, Madre y discípula, la más feliz, espejo de nuestras existencias, compañera de todas nuestras luchas, siempre atenta a cuando el vino de la vida plena parece apagarse.

Una nueva familia también se constituyó desde el amor liberador de la Madre del Señor, Madre de la Merced, Señora de la Liberación, la Familia Mercedaria que hoy sigue ofreciendo gratamente su vida por todas las esclavitudes que impiden la vida en plenitud, de cara a Dios y al prójimo.

Feliz día a todos mis hermanos mercedarios.
 
Paz y Bien

Hambrientos permanentes de la luz divina













Para el día de hoy (23/09/19):  

Evangelio según San Lucas 8, 16-18








En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, la vida nocturna de las familias, especialmente las más pobres, estaba irremediablemente acotada. Al caer el sol y llegar la oscuridad, sólo quedaba el recurso de velas -prácticamente inaccesibles- o de lámparas de aceite, las que eran en su gran medida prohibitivas por el elevado valor del aceite. Por ello, si en una vivienda familiar se prolongaba el día encendiendo una lámpara, había de colocarse en un sitio alto del monoambiente familiar para que todos fueran alcanzados por el resplandor y se beneficien con la luz de esa pequeña lámpara.

No ha de ser muy distinta la Evangelización.

Somos pequeñas lámparas de barro, casi insignificantes, pero portamos un tesoro invaluable que tiene destino de bien común, de luz para toda la familia humana. No se esconde esta luz, no se tapa, no se minimiza, especialmente porque no nos pertenece y porque muchos dependen de ella. 

La luz no es para unos pocos, ni tampoco ha de ocultarse escapando de todos los miedos.

Ha de ser bien visible para todos, y quizás el mejor modo de expresarla sea con gestos y acciones, a menudo de compasión silenciosa, un silencio que es más fuerte que cualquier estruendo.

Porque en la ilógica del Reino, este tesoro se multiplica cuando se lo comparte, y se pierde si no se dá.

Habrá que andar pues, hambrientos de luz.

Paz y Bien

Sólo el amor de Dios es definitivo















Domingo 25° durante el año 

Para el día de hoy (22/09/19):  

Evangelio según San Lucas 16, 1-13











Las lecturas lineales -nunca está de más decirlo- carecen de profundidad y referencias, suelen ser torpes e inevitablemente conducen a los fundamentalismos de cualquier índole, que en nada tienen que ver con el Evangelio. 
En una época en que la corrupción de todo tipo nos ofende y lastima, pues corrupción es muerte, encontrarnos con el elogio que realiza el Maestro del administrador de la parábola puede llegar a ser desconcertante, especialmente por los tejes y manejes que éste realiza en momentos críticos para asegurarse su futuro, y por la sospecha de acciones turbias que sugiere su señor. Si eso sucede, alabado sea Dios. El Evangelio nunca es conveniente y lejos está de ser cómodo; la enseñanza de Jesús de Nazareth vá a contramano de los presupuestos mundanos para que descubramos cosas nuevas, para cambiar y que todo cambie.

Dejando de lado toda connotación ideológica -que, claro estaría nada mal- en todos los casos el dinero es injusto pues suele ocupar el lugar de Dios en señorío, devoción y seguridad, dios falso y voraz que desconoce hijos y genera esclavos en masa. Para el mundo el dinero parece ser sagrado, no así la vida humana. Para el mundo parece haber cosas inamovibles en los procesos económicos, cuando lo inalterable debería ser el bien del hombre y la justicia; es menester apagar por un momento el detector de populismos, y desde una cordial honestidad reconocer que la riqueza de algunos, necesariamente, es la causa de la miseria de muchos. Que el mercado es apenas una variable, y nó una liturgia a respetar a rajatablas. Que las vidas que se aniquilan son únicas e irremplazables, aún cuando las emociones banales de los razonadores de miserias intenten justificar lo injustificable y propalen miseria, hambre y desempleo.

Sólo Dios es el Señor, sólo el bien del hombre debe regir los procesos económicos y las planificaciones políticas.

El elogio hacia ese administrador de la parábola nos impulsa a ciertos criterios que solemos abandonar en pos de una religiosidad que suele olvidarse del Dios que se encarna y se hace hermano, vecino, Hijo querido, y que son la astucia, la creatividad, la inteligencia.

Sólo el amor de Dios es definitivo. Todo lo demás, cuando pierde su rumbo, puede y debe cambiarse, abriendo ámbitos espaciosos y claros de solidaridad y justicia, de fraternidad y comunión. Rumbear con decisión por otros senderos, por el camino de lo que prevalece, por una cotidianeidad que se engalana y perfuma con la Gracia de Dios.

Paz y Bien

Cristo nos encuentra en cada esquina de la existencia














San Mateo, apóstol y Evangelista

Para el día de hoy (21/09/19): 

Evangelio según San Mateo 9, 9-13








Para los judíos del siglo I, un publicano es una persona despreciable, ubicado en un mismo escalón moral que las prostitutas. Se trata de otro judío al servicio del opresor romano, que sentados a sus mesas recaudan las tasas o impuestos imperiales: para los estrictos fariseos, un publicano es un hombre contaminado, un impuro religioso por estar en contacto habitual con extranjeros y con sus monedas. Para el resto del pueblo, se trata de un traidor, vendido a los intereses del que somete a la tierra de Israel, y que a menudo abusa de su posición con prácticas extorsivas para con sus paisanos. Desde todas las perspectivas, eran odiados fervorosamente y su vida personal se relegaba a su familia y al contacto con sus pares,un ostracismo difícil de romper.

El encuentro parece casual, un caminante más por las calles y la mesa tributaria como un accidente del terreno que es preferible sortear, pasar de largo, en especial por el indeseable que está allí, con su infame tarea cotidiana.
Pero el Maestro nazareno tiene una conducta extraña, escandalosa para los observantes rígidos e inmisericordes. Se detiene y lo observa, no se anda con cuidados por los potenciales comentarios de otros, seguramente lo mira a los ojos al publicano.
Las cuestiones importantes siempre son personales, que atañen a la raíz de la existencia, y más aún las cuestiones del Dios de Jesús de Nazareth.

Nadie en su sano juicio, en aquel entonces, le hubiera dirigido la palabra a un publicano, no lo convidaría ni a apreciar un leve buenos días.
El Maestro lo convoca, lo llama por su nombre y le indica que lo siga. La respuesta de Mateo -conocido como Leví- es inmediata, audaz, total. Abandona todas las certezas que tiene -su mesa de trabajo, los impuestos que cobra, su mundo reducido- y sigue a Cristo.

La invitación a seguirle es para compartir su existencia, vivir como Él mismo. La respuesta de Mateo es también simbólica: el ponerse de pié -paso primero antes del seguimiento- es su vida, su humanidad restaurada por el paso salvador de Dios, por sus días re-creados.

La gran noticia, la inmensa y feliz noticia es que nos buscaste, a pesar de nuestras miserias, de nuestros quebrantos, de todo lo reprochable, de todos estos desprecios que nos revisten. Viniste para que nos pongamos de pié, para que abandonemos todas las muertes, para dejar atrás la pleitesía a la muerte, y el tributo que se paga a la nada.

La Gracia no se merece ni se gana. El amor de Dios es absoluto e incondicional, y espera con paciencia nuestra respuesta.

Paz y Bien

La Gracia de Dios es cuestión de amor, no de género














Para el día de hoy (20/09/19):  


Evangelio según San Lucas 8, 1-3





Lo que debería ser, de suyo, una actitud habitual y cotidiana, resulta asombrosa, magnífica y hasta escandalosa en la persona de Jesús de Nazareth. Es que en aquellos tiempos o bien la mujer era apenas un objeto de deseo sexual y hasta una mercancía que se comercia, o bien estaba considerada en varios escalones por debajo del varón, sin derechos y sin respeto; en casos extremos, ciertas escuelas rabínicas declaraban la inutilidad y la torpeza de enseñar la Torah a una mujer.

Con la libertad que conoce de su Padre, con un corazón enorme, el Maestro atraviesa las duras fronteras de la religión y de las convenciones sociales. Él encontraba en ellas a hijas de Dios, hermanas suyas, la dignidad que resplandece en todos los seres humanos sin banales distinciones de género por el Dios que la confiere desde su amor de Padre.

Muchos trataban a Jesús de borracho y glotón, toda vez que gustaba compartir el pan y el vino con descastados, con impresentables, con aquellos que nadie invitaría a su mesa, y por eso no es improbable que se lo calificara como mujeriego pues trataba a la mujer con delicadeza y en un plano de igualdad con los discípulos varones.

La Gracia de Dios es cuestión de amores, no de género.

Entre muchas, la adúltera rescatada de las piedras. La viuda de Naím. La hemorroísa. Las hermanas Marta y María de Betania. María de Magdala. María, la mujer de Cleofás. Juana, esposa de Cusa.
El memorial de Lucas, haciendo presente sus nombres destaca esa identidad única, intransferible, valiosa.

Ellas supieron descubrir el paso salvador de Cristo por sus vidas. Ellas respondieron con amor y confianza el amor que se les había prodigado, la ternura y la lealtad que Cristo les brindaba a diario, y por su convocatoria y su amistad fueron tan discípulas y seguidoras como los Doce. Más aún, cuando aquellos hombres se espantan y esconden en las horas críticas de la Pasión, ellas permanecerán firmes, y serán María Magdalena evangelizadora de los apóstoles, primera testigo del Resucitado, privilegiada por amar y confiar.

Así como ofrecían de manera incondicional su corazón, ponían a disposición del Maestro sus bienes. El compromiso siempre es concreto, tangible, no se declama, se vive y se practica.

Ellas lo dejaron todo y le siguieron.

Paz y Bien

Mesa de Cristo, hospitalidad amplia y cordial
















Para el día de hoy (19/09/19) 

Evangelio según San Lucas 7, 36-50









Como en muchas culturas, la comida no es el mero acto de alimentarse sino que conforma una ceremonia compleja y de gran relevancia social, con una carga simbólica que no ha de ser pasada por alto; en una mesa se comparte lo que se es y también cómo se es con los demás.

Ahora bien, en la Palestina del siglo I -época de la predicación de Jesús de Nazareth- ciertos aspectos estaban particularmente acentuados, y evocan con exactitud el mapa social instaurado. Por eso la reciprocidad, es decir las invitaciones a otros a la propia mesa, se sustanciaría entre pares, entre iguales; en las mesas de las clases sociales pudientes no habría invitados de rango social inferior, pues ello restaría ante sus iguales relevancia y por lo tanto poder y negocios.

Así también sucedía algo similar en la mesa de los religiosos, entre ellos especialmente los fariseos. El término fariseo significa, literalmente, separado: en su rigurosa y particular observancia de los preceptos religiosos se consideraban a sí mismos separados tanto de los gentiles/no judíos como así también de aquellos judíos que no observaban la Torah estrictamente. Su influencia era determinante, toda vez que se los consideraban los intérpretes veraces de la doctrina judía, es decir, ellos representaban la ortodoxia y la permanencia de las tradiciones.
Ellos no tenían un gran poder económico; no obstante ello, detentaban un gran prestigio entre toda la sociedad, y simultáneamente se consideraban a sí mismos en el escalón más alto de la honorabilidad. Por ello, no cualquiera se sentaría a su mesa.

La escena que nos pincela el Evangelio para el día de hoy en casa de Simón, un relevante fariseo, no es tan contradictoria como puede aparecer a simple vista. Uno puede suponer que por las críticas feroces que encarrilaban los fariseos contra el Maestro, jamás -por ningún motivo- quebrantarían esos aspectos excluyentes de mesa compartida con un réprobo como Jesús de Nazareth. A pesar de ello, por gran parte de la población Jesús era tenido por rabbí y por profeta, y como hombre religioso, de alguna manera, su presencia confería cierto prestigio a la mesa de Simón. Hay una pauta interesada allí, y aún así prevalecen los prejuicios: por eso mismo, las reglas de hospitalidad usuales en ese tipo de mesa se incumplen al modo de un sutil insulto: no se lavan los pies del recién llegado, no se besan sus mejillas como bienvenida formal, no se ungen sus cabellos con perfume para destacar su honor e importancia.

La irrupción de una mujer en la formalidad de esa mesa es como un vendaval. No se menciona su nombre, pero sí que es una pecadora: ello define un repudio incipiente, y más allá de cual fuera el motivo del epíteto, es claro que sus pecados son de conocimiento público -de allí quizás, el cruel sambenito de mujer pública-. En las mentes más obtusas, se la asocia rápidamente con la prostitución, y ello tiene que ver con cierta misoginia persistente. Pero lo que realiza es aún mucho peor.
Tiene el coraje de entrometerse en donde no le corresponde ni donde jamás se le invitaría. Es una mesa de varones, y de varones portadores de honor y prestigio. Se sitúa específicamente tras del Maestro, al modo de los esclavos o sirvientes, y mientras llora sin parar, lava y besa a la vez los pies de Jesús, los seca con sus cabellos y los unge con perfume. Ninguna mujer en aquellos tiempos soltaría sus cabellos en presencia de cualquier varón que no sea su esposo, y ello la vuelve aún más reprochable, más sospechosa.

Toda esta actitud se transfiere también a Cristo, pues Él permite ser tocado por esa mujer, de esa manera, y en ese momento y lugar. Ese es el escándalo que aterroriza cizañero el corazón de Simón el fariseo.

Pero al Maestro jamás se preocupó por el qué dirán, y le restaba importancia a todas esas convenciones que, aunque tradicionales, deshumanizaban a las personas.
Esa mujer sabe que en el Cristo se encuentra la liberación que se logra por el perdón otorgado generosamente, de manera incondicional y abundante. Sus lágrimas lavan cualquier mancha, y en su humildad y en el amor que profesa está presente, de manera valiente y explícita, la hospitalidad que el anfitrión le niega a Jesús.
Esa mujer, por la talla de la verdad que se permite, por la misericordia de Dios y por el amor que respira es mucho más honorable que multitudes enteras.

Porque en el tiempo nuevo de la Gracia la mesa compartida es también una mesa de pares, pero de pares porque son hermanos, hijas e hijos maravillosamente dispares de un mismo Dios que es Padre y es Madre. No es una mesa restricta, sino que es amplia, en donde nadie, por ningún motivo ha de faltar, y en donde importa más celebrar la vida que guardar ciertas formas sin sentido.

Paz y Bien

Los discípulos tenaces del servicio y la caridad cambian el rostro del mundo
















Para el día de hoy (18/09/19):  

 
Evangelio según San Lucas 7, 31-35








Jesús de Nazareth es un observador estupendo, capaz de entrever siempre lo que hay de profundo más allá de las apariencias, y lo que puede servirle de aprendizaje y al mismo tiempo de enseñanza a partir de la cotidianeidad. Así entonces, posando su mirada sobre los juegos de unos niños, dirige su explícito reproche contra los dirigentes religiosos de Israel, y sus palabras son pura profecía que atraviesan los tiempos.

Porque esos hombres, ocultos tras máscaras de piedad y heterodoxia, sólo son parecidos a hombres religiosos, pero su actitud es desoladoramente falaz, que induce y produce confusión y error. Se creen infinitamente mejores que el resto del pueblo y por ende por sobre ellos, y simultáneamente cualquier testimonio viviente que provenga de Dios y se exprese en hombres santos es despreciado, repudiado y hacen lo que sea para acallarlo.
Así entonces, al Bautista, en su ascética integridad de profeta, lo tildaban de loco, antisocial y peligroso. Y luego de haberlo suprimido con corrupta violencia, surge el Maestro con su voz nueva, plena de Gracia y de Reino.
Para Él tienen otro rótulo: como Jesús gustaba de compartir la mesa, el pan y el vino con muchos, especialmente con los extraviados, con los excluidos, con los que nadie invita, lo tildan de borracho y de glotón, amigo de publicano y de pecadores.Hoy sería acusado de amigo de divorciados, de marxistas, de homosexuales, de adictos, de ateos, de cualquier persona calificada como impresentable, aquellos que son desechos sociales, que estas crueles ciudades en las que vivimos escupen y desprecian como residuo menos que humano.

Nada les/nos conformaba, porque ese Mesías no encaja en sus esquemas predeterminados, porque ese Cristo siempre es más y dá más, muchísimo más de nuestras tristes y limitadas expectativas.

Por esos las voces de las profetisas y los profetas que el Espíritu suscita entre nosotros han de ser escuchadas. Abuelas santas, profetas de barrio, obreros solidarios, niños de mirada transparente, amas de casa florecientes de la justicia que tan a menudo olvidamos, apóstoles de la sonrisa, mensajeros de la cortesía, discípulos tenaces de todo servicio que hacen de esta vida un vino bueno y santo para brindar entre todos.

Paz y Bien

Al paso del Señor devienen inútiles todas las tumbas



















Para el día de hoy (17/09/19) 

Evangelio según San Lucas 7, 11-17









La liturgia nos sitúa en la ciudad de Naím, a unos nueve kilómetros de la Nazareth natal de Jesús y aproximadamente a cuarenta de Cafarnaúm en donde su ministerio crecía. Es decir, nos escontramos en la Galilea profunda, siempre periférica y sospechosa.

En las puertas de la ciudad, dos caravanas se encuentran.
Una, es la del Maestro, sus discípulos y una gran multitud, que sigue el rumbo de la Buena Noticia, caravana de la vida, de la Salvación.
La otra, es un cortejo fúnebre camino al cementerio. Es caravana de luto y dolor -cosa de muertos-, de lágrimas, de lo que surge inevitable, irreversible.

Este cortejo se porta un ataúd, pero son dos los cadáveres.
El habitante nuevo del féretro es un joven, vida y proyecto cercenados antes de florecer y dar frutos. Pero la madre es la otra muerta, aún peor que la joven vida trunca. Es mujer, es viuda y acaba de perder a su único hijo varón.

Es mujer, y como tal apenas cuenta, no tiene derechos ni relevancia social, su entidad y su sustento provienen del esposo que también ha muerto. Pero ahora, el hijo que cuidaría de ella ha partido, y su desamparo es total. Es la injusticia que se ha cebado en su frágil existencia, la injusticia de un sistema que no la tiene en cuenta y que la condena crudamente a la nada, siempre a menos, igualando con obscenidad hacia abajo. Y también es una madre quebrada.

Parecería que en luctuosa mixtura las dos caravanas se unen; la tristeza a veces subyuga por lo contagiosa y porque la resignación frente a la postración de la muerte en cualquiera de sus formas tiene una fuerza demoledora. Esas gentes acompañan a esos muertos -al cadáver del hijo y a la muerta en vida- a un destino que suponen grabado en piedra, inamovible en su oscuridad, definitivo.

Ellos acompañan. Nadie en su sano juicio, en aquellos tiempos de rigores jurídicos-religiosos, se habría acercado demasiado al ataúd: el contacto con un cadáver suponía que el infractor a esa norma, durante siete días, sería considerado impuro, indigno e inhábil para participar del culto y la vida comunitaria.

Pero está el Señor, y Cristo jamás pasa de largo ni se mantiene como un espectador pasivo frente al dolor y al sufrimiento de los demás. Por eso toca el féretro sin vacilar, porque no teme a esa letra muerta que multiplica el sufrimiento, y porque jamás se resigna. En Él viven todas las esperanzas.
Por eso mismo el mandato primero es sanador, para que retrocedan las lágrimas, para que se disipen las nubes del llanto, porque otro sol es posible. No hay noche definitiva.

Y en esa misericordia que es, literalmente, poner el corazón y la existencia allí en donde campea la miseria, y es la misma justicia de Dios, acontecen varios milagros.
El joven recobra la vida.
La madre se yergue en su dignidad plena de hija, de madre y de mujer.
Y todas esas gentes son resucitados en humanidad, para que no permitan más ser doblegados, sabedores que serán ellos, Dios mediante, los que han de escribir su propia historia a la luz de la Gracia, porque no hay destino inevitable sino vida por plenificarse que nada tiene de ilusoria, sino que es la verdad que libera y por la que devienen inútiles todas las tumbas.

Paz y Bien

Esperar contra toda esperanza, confiar aún sin ver
















Para el día de hoy (16/09/19):  

Evangelio según San Lucas 7, 1-10







A través de los Evangelios, podemos rastrear toda una geografía -perfectamente trazable- que se corresponde con el ministerio y predicación misioneras de Jesús de Nazareth, y es menester prestar especial atención a su contenido simbólico, por todo lo que nos revela, por las ventanas que se nos abren. 
Así entonces, en esa geografía podemos intuir senderos de Salvación que el Dios de la Vida nos regala, una geografía de la Salvación.

En el Evangelio para el día de hoy nos situamos en Cafarnaúm, plena Galilea. Esa Galilea, si bien parte de la tierra santa, era mirada con desconfianza religiosa por los sectores más ortodoxos de la fé de Israel, pues Galilea era zona de intercambio y comercio con extranjeros, y por lo mismo, muy pasible de contaminación con lo ajeno y distinto, considerando al extranjero como el epítome de la impureza. Socialmente, no era mejor su consideración: desde las colinas jerosolimitanas, los galileos eran observados con condescendiente desprecio, varios escalones por debajo de la escala social -nada bueno puede salir de Nazareth-, algo así como kelpers judíos a los que todo se le exige pero pocos derechos se les concede.

La gran señal es que Dios se ha despojado de todo para hacerse uno de nosotros, uno entre tantos, el insondable y asombroso misterio de la Encarnación de un Dios que elige hacerse compañero y hermano de los que no cuentan, de los marginales, de los que son despreciados y no son muy tenidos en cuenta, en la Nazareth de esa Galilea de la periferia.

Por otra parte, la escena acentúa más esa situación: el centurión era un oficial de la fuerza militar del imperio ocupante y opresor de la Tierra Santa. Es un extranjero, un pagano, un proscrito que puede despertar alguna que otra simpatía menor pero que lleva en sí el estigma de su condición y su obrar. 
No obstante ello, suplica por un servidor suyo -casi seguro un esclavo-, que por la postración provocada por su dolencia, también es un proscrito y un impuro a causa de su enfermedad. Es un proscrito que ruega por otro proscrito a ese rabbí galileo que a nadie rechaza y que tanto bien pasa haciendo.
Pero también sabe que entre ese hombre de Dios y él, un soldado romano, hay un abismo insalvable. Por ello le hace llegar a Jesús su súplica a través de terceros, por ello abiertamente confiesa que no es digno de recibir bajo su techo a ese Cristo, y allí mismo germina el milagro. 
Ese hombre confía, tiene su mente y su corazón encendidos de fé en el Maestro y en el poder de su Palabra, aún cuando él no sea parte de ese pueblo elegido.

Ese centurión es imagen de tantos cristianos desconocidos, de tantos creyentes innominados. Son los que rompen toda barrera impuesta y se juegan por los demás, que anteponen el dolor del otro a cualquier interés propio. Son los que saben que la bondad tiende puentes que hacen superar cualquier abismo. Son los que esperan contra toda esperanza, son los que aún sin ser parte, confían aunque no vean.

Son los que sin demasiados aspavientos hacen el bien a todos sin buscar el aplauso o la conveniencia, y a nosotros también muchos nos levantan a diario tantas sinagogas para reunirnos.

Paz y Bien


Cuando descubrimos al Padre misericordioso, toda la vida se vuelve un jubileo

















Domingo 24° durante el año 

Para el día de hoy (15/09/19):  

Evangelio según San Lucas 15, 1-32









Andamos muy disvaluados, no tanto por menoscabarnos, por ir a menos. Hemos asumido demasiadas categorías mundanas, tácitas o explícitas, por las cuales algunos se suponen más o mejores que otros, cierta teología de la desigualdad que sólo es capaz de parir injusticias.
Quizás no haya que irse demasiado lejos, pues los vicios policiales de los fariseos tengan un grado de persistencia insospechado en nosotros, aún cuando no nos demos cuenta, especialmente cuando nos enfocamos en los que consideramos deleznables, irrecuperables, terribles. 

El otro aspecto crucial estriba, precisamente, en esa lógica mercantil que tiñe la ética y que indica, con total razonabilidad, que la pérdida de una oveja en un rebaño de cien -el uno por ciento- es una pérdida aceptable; ello puede verificarse sin demasiada dificultad en los que tienen responsabilidades colectivas o comunitarias. Es más que prudente no poner en riesgo a todos por buscar a la que se ha perdido, a veces suponiendo que en ese extravío tiene responsabilidad la misma oveja perdida.
Lógico y prudente, razonable y reflexivo. Pero no es Evangelio.

Por Cristo sabemos el valor inmenso que implica para Dios la oveja perdida. El afán que pone en su rescate, su hallazgo, su cuidado. Poner a las demás en riesgo destaca de modo fulgurante ese valor único e intransferible que nace del amor de Abbá Dios de Jesús de Nazareth.
Que para Él vale la pena poner todo patas arriba -el mundo especialmente- a horas intempestivas y aún cuando se incomode a muchos, porque nadie debe perderse.

Una cuestión decisiva: el valor de la oveja perdida radica en la decisión del Buscador. Nuestros valores suelen perderse por otras veredas.

En esa oveja que se pierde, en la dracma extraviada, en el joven que dilapida su vida en pantanos de orgullo y soberbia nos espejamos.
Pero hay más, siempre hay más, y es que aún perdidos nos descubramos encontrados por la misericordia de Aquél que no descansa, y por el que cada reencuentro, cada rescate, cada perdón es motivo de celebración que se comparte, de Reino que nos crece aquí y ahora.


Paz y Bien

Cristo ha sido elevado en la cruz para que toda la humanidad viva, y viva en plenitud













Exaltación de la Santa Cruz

Para el día de hoy (14/09/19):  


Evangelio según San Juan 3, 13-17






La cruz es la señal cristiana por antonomasia, y al igual que todos los signos no importa tanto por sí misma sino por la realidad a la que apunta, señala, infiere.

Así, en tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la cruz es un escándalo y una maldición para la mentalidad judía y una locura para la gran mayoría de las gentes. Como eficaz y concienzudo método de ejecución del imperio romano, la cruz se reserva para los reos más abyectos, para los criminales marginales: al condenado se lo eleva al espanto de la cruz para que muera y para que su muerte sea una tenebrosa admonición a todo aquél que pretenda ir por el mismo camino.
Con el tiempo, se ha utilizado esa señal olvidando su significado primordial y a su vez implicó la identificación de una fé imperial, una fé que se impone, pero también una credencial abstracta, desencarnada, sin valor.

Cristo muere en la cruz fiel hasta el extremo a la voluntad del Padre: Verbo de Dios, Cristo en la cruz es la palabra definitiva de Dios que ama a sus hijos sin reservarse nada para sí. Por ese amor inclaudicable ha sido elevado por sobre toda la humanidad en su dolor y en su muerte en contradicción a toda lógica y a todos los poderosos de todos los tiempos. Amar y servir, esclavo de todos, servidor, Señor.

La serpiente de Moisés se elevaba por sobre las cabezas del pueblo para que nadie muriera por la mordedura de la serpiente.
Cristo ha sido elevado en la cruz para que toda la humanidad viva, y viva en plenitud, gloria de Dios.

En esa cruz y por su entrega hasta al final también hemos sido elevados para que nadie más muera, para que no haya más crucificados, para decir con Él a todos los poderosos, a un mundo desbordante de injusticia, elevados desde el amor y el servicio, humildemente atrevidos a ser los últimos, los marginales, hermanos de los olvidados, llevando al hombro el dolor del prójimo en afanes de servicio y misericordia, la justicia y la salvación de Dios.

Paz y Bien

La mirada salvadora de Jesús de Nazareth



















Para el día de hoy (13/09/19): 

Evangelio según San Lucas 6, 37-42






Hay otra manera de mirar al mundo y al otro.
No es tarea fácil, pues implica dar la más brava de las batallas, la que se libra contra el propio ego, y animarse a tener la mirada de Jesús de Nazareth.

Se dice con veracidad que los ojos son la ventana del alma; pero también, a través de la mirada el mundo puede adquirir distintos significados.
La mirada de Jesús de Nazareth es una mirada bondadosa, por la que a pesar de todo y todos no se abdica jamás de la esperanza en que el hombre puede ser mejor, puede trascender, puede ser pleno, compasivo, fraterno.

Para nuestros limitados horizontes, puede sonar a ingenuidad. Pero aunque la rítmica del desprecio y del ridículo intente marcarnos el paso, no hay que bajar los brazos. En cada corazón -aún en el más malo, en el más vil- hay una posibilidad de regreso, hay un destello de Dios que puede disipar sombras.
Las gentes así, que se animan a despojarse de preconceptos y arrogancias de dominio que suponen la posesión del derecho absoluto a la crítica. Las gentes así, que a pesar de todo lo tenebroso que a veces nos cerca, siguen siendo tenaces en la esperanza de edificar un nosotros, porque por entre la multitud descubren al tú real y se despojan alegremente del yo. Las gentes así son frutales, imprescindibles, Buenas Noticias que laten.

Eso no implica, jamás, renunciar a la justicia o anegarse en pantanos de indiferencia. La verdad siempre por delante, la verdad ha de hacernos libres.
Dejar atrás la ceguera de no reconocernos tal cual somos, con luces y sombras, y así ir al encuentro del prójimo, en donde nos encontraremos con el Cristo de nuestra salvación.

Paz y Bien

Bondad y compasión sin excepciones ni condicionales
















Para el día de hoy (12/09/19):  

Evangelio según San Lucas 6, 27-36









No es fácil. Las palabras del Maestro son revolucionarias, y se aparecen como una utopía imposible: el fundamento de la humanización total es un éxodo continuo de cualquier atisbo de egoísmo, aún cuando se asome como una lícita búsqueda personal.

La exhortación es inequívoca, se trata de amar, de bendecir y de orar, pero ante todo y especialmente por aquellos que nos odian, que nos maldicen, ese enemigo al que le place nuestra destrucción y nuestro silencio, la supresiva acción violenta.

Las palabras de Jesús de Nazareth son más que un discurso, y Él las ratifica ofreciendo mansamente su propia vida.
Se trata de que nadie más perezca, se trata de proteger la vida, y la vida de todos.
En el chato horizonte de nuestras mezquindades, el perdón deviene inútil cuando no imposible; pero en la santa ilógica del Reino, el perdón es camino de liberación que refunda existencias y naciones. El perdón es la gran revolución pendiente para nuestros corazones agobiados.

Es cuestión de comenzar a darse cuenta.
El perdón es la expresión de esa infinita misericordia que sostiene al universo, la dinámica de la Gracia de un Dios Abba que sólo vé hijas e hijos antes que propios y ajenos.
Por ello la bondad no ha de tener excepciones ni condicionales, y porque hemos sido reconocidos como tales por un Padre entrañable es que podemos descubrir hermanos a los que, quizás, en estos momentos descartamos.

Por ello la vida pueda expresarse como el paso salvador de Dios por nuestras vidas, unas existencias que tuercen destinos estériles en valles fecundos por esa gratitud renacida, la generosidad incondicional, la solidaridad tan necesaria como el respirar, la compasión como motor de la historia.

Paz y Bien

Malaventuranzas: senderos disipados, mundos sin hermano, sin Dios y sin destino
















Para el día de hoy (11/09/19): 

Evangelio según San Lucas 6, 20-26








En la montaña y en el llano. En los hogares y a la vera del camino. Con los enfermos y los excluidos. Parece que los lugares sagrados no se dejan atrapar tras los muros del Templo y de todos los templos, y que éstos florecen allí en donde se hace presente Jesús de Nazareth, Dios con nosotros, y que interpela al hombre, lo convida a cuestionarse lo que parece inalterable y definitivo, asumido con el alma en derrota.

La multitud es creciente, han venido de todas partes. En su inmensa mayoría se trata de mujeres, hombres y niños pobres a los que la cotidianeidad agobia de miseria, de gris desesperanza, de un presente horroroso sin futuro y con un pasado que quisieran no recordar.

La linealidad/literalidad es causa de todos los fundamentalismos -de cualquier religión-. De ese modo se pueden aceptar con resignación los dolores de este mundo, pues habrá recompensas postreras, post mortem. Pero también se corre el riesgo de cierto pobrismo erróneo, como si la pobreza no elegida -la que se impone, la que es resultado de la injusticia- deba aceptarse por ser más favorable a una interpretación evangélica en donde el Cristo de la cruz está ausente.

El pobre y el hambriento, el anegado de llanto, el perseguido por su fidelidad al Evangelio, todos viven en dos mundos, en un presente oscuro, inhumano, demoledor. Pero también en medio de esas sombras, contra toda lógica y en esos precisos momentos, el Reino florece en un aquí y un ahora que, en apariencia, parece incontrovertible. Reino de justicia y paz, de alegría, de mansedumbre, de plenitud, de vida gratamente compartida.

En cambio el rico, el que está conforme con lo que impera, el que se aferra no sólo a la comodidad material sino a una vida light sin compromiso y con un horizonte sin prójimo, tiene esa vida acotada a un sólo mundo finito, que se termina sin destino, significado, trascendencia ni justicia. Porque la justicia se enraiza primero en cada corazón.

Las Bienaventuranzas son una señal de auxilio en plena noche para nuestra gente y para todas las gentes.

Las malaventuranzas, esos ayes que tan a imprecación nos pueden sonar, son un grito salado de lágrimas para abandonar la existencia por senderos disipados, mundos sin hermano, sin Dios y sin destino.

Paz y Bien

Congregados por lo que somos, por quienes somos y por todo lo que podemos llegar a ser.


















Para el día de hoy (10/09/19):  

 
Evangelio según San Lucas 6, 12-19






La oración era para Jesús de Nazareth tan importante y natural como el respirar. Toda su vida es una vida de oración, una vida orante, un diálogo imprescindible entre Él y su Padre, una escucha fértil y afectuosa.
Así lo encontraremos en plena oración en los momentos cruciales de su ministerio: la oración implica permanecer siempre en el horizonte y dentro del proyecto de Dios, su Reino.

Para el Maestro no cuentan las abstracciones, ni se detendrá en declamaciones banales.
Las cosas de Cristo siempre son personales, totalmente personales, siempre reconoce rostros, identidades, nombres y apellidos. Por ello, poco cristiana y lejana a la luz del Evangelio es cualquier despersonalización, la pérdida de identidad, la masificación, la aniquilación de las singularidades.

Los Evangelios han conservado así los nombres de aquellos a los que Jesús ha congregado junto a sí, signo cierto de nuestro llamado.
Todos y cada uno de nosotros hemos sido también congregados desde siempre para estar a su lado, para caminar junto a Él con la misma misión, misión de paz, de justicia, de liberación, de salud, de alegría.

Hay diferencias, claro está, y a pesar de ciertas fricciones es algo que nos enriquece. Pedro no es igual que Santiago, Felipe no es similar al Iscariote, Andrés no es furibundo zelote como el otro Judas. Pero todos tienen la misma distinción, el ser reconocidos como amigos y hermanos de navegación, parte de esa familia siempre creciente que anida en el corazón de Dios, que llamamos Iglesia y que no se limita a ciertos parámetros religiosos.

Hemos sido concienzudamente congregados por lo que somos, por quienes somos y por todo lo que podemos llegar a ser.

Paz y Bien

Cristo restaura la humanidad perdida





















Para el día de hoy (09/09/19):  

Evangelio según San Lucas 6, 6-11






Una mano seca, una mano paralizada. Una mano incapacitada para el trabajo, para ganarse el pan, para el saludo franco y amable, una mano impedida de cualquier afecto, una mano que nada percibe y nada señala, una presurosa señal de discapacidad, de enfermedad, de condena expresa, un hombre que ha de ser apartado de todo pues es portador de impureza visible, es un minusválido no tanto por no valerse por sí mismo, sino más bien por valer menos.

Esos hombres duros y puntillosamente religiosos -estrictamente ortodoxos- no tenían en cuenta al doliente; al fin y al cabo, ya estaba mensurado y clasificado, y no podían distraer ni un segundo de su atención en esos detalles menores. En cambio, preferían centrar ojos y oídos en el rabbí galileo que se atrevía a cosas tan peligrosas y contrarias a las buenas costumbres, en medio de la comunidad, insuflando la imagen de un Dios que nada tenía que ver con el Dios de Israel en el que ellos creían.
Este galileo se había vuelto un sujeto de cuidado, un revoltoso cuyo peligro mayor radicaba en lo que estaba inexorablemente firme y Él venía a cuestionar en gestos, en acciones y en palabras. Por ello mismo estaban atentos a que el nazareno cometiera algún irresponsable error, para así tener motivos sobrados para acusarle de blasfemo...el resto de su cruel sistema se encargaría de el silenciamiento postrero.

El Maestro conoce como nadie todo lo que se teje en las honduras de cada existencia, en especial lo que se esconde, y es mucho más que una motivación meramente psicológica. Por ello mismo, a plena vista de esos hijos mezquinos hace pasar al centro de la congregación a ese hombre que padece el mal en su mano. Porque para hacer el bien no hay que andar pidiendo permiso, porque no hay días habilitados y días prohibidos para la compasión y porque el socorro al necesitado ha de ser el centro gravitante de toda comunidad que quiere permanecer fiel al Reino que ya está entre nosotros.

Ese hombre recupera las facultades plenas de su mano, una humanidad felizmente reconstituida y re-creada. Porque, al fin y al cabo, ese hombre era un doliente, pero los otros, los otros sí eran los verdaderos enfermos, corazones de piedra inconmovible.

Paz y Bien

El discipulado no admite medias tintas, corazones con edulcorante















Domingo 23° durante el año

Para el día de hoy (08/09/19):  

Evangelio según San Lucas 14, 25-33








Como un río fuera de cauce, las multitudes seguían al Maestro dondequiera que Él fuera. 
Muchos se sentían atraídos por lo que Él enseñaba y por el modo que tenía de hablar con las gentes que sólo escuchaban el discurso erudito, a veces incomprensible y muchas veces condescendiente y mandón de los escribas y fariseos.
Otros tantos creían haber descubierto en su persona a quien vendría a restaurar la corona y el poder histórico de Israel, tantas veces demolido por sus enemigos y en esos tiempos, humillados por la bota imperial romana.
Muchos también seguían sus pasos pues su fama de taumaturgo bondadoso lo precedía, y así solían ser habituales las multitudes portando a sus enfermos, al encuentro de ese Cristo del que esperaban sanación.

Sin embargo, y a pesar de lo justo de sus ansias y búsquedas, los intereses de esas gentes se acotaban a sus necesidades, por lo que el Maestro, aunque estuviera rodeado por miles, en verdad se encontraba solo.

Su convocatoria es a desertar de las pertenencias temporales, momentáneas, frutos escasos de la conveniencia y la necesidad. Tal vez en ese plano se encuentre también esa religiosidad de domingos, rigurosa en la norma ritual pero olvidadiza de los principios que la sustentan y le confieren sentido, en lo cotidiano, en todos los ámbitos de la vida.

El discipulado no admite medias tintas, corazones con edulcorante.

Más aún, el compromiso con el Evangelio es un compromiso de cruz. No es poca cosa ni una cuestión romántica o meramente declamativa.
En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth, la crucifixión era el método romano de ejecución de los reos culpables de los crímenes más graves, criminales abyectos y marginales; para la mentalidad judía, a su vez, pender de la cruz era una maldición insuperable. De ese modo, cargar la cruz no es tanto portar las penas y los propios pecados o limitaciones, sino antes bien atreverse a ser un marginal y un maldito a causa de la Buena Noticia y al servicio de Cristo y los hermanos.

Todo se decide por las lealtades que sepamos encarnar. Todo se juega en la capacidad de vaciar mente y corazón de lo inútil para volverse humilde templo vivo del Dios de la vida. 
Todo, también, tiene su tiempo de edificación, de proyecto y maduración, sin perder de vista nunca el horizonte luminoso del Cristo que nos amanece cada día.

Paz y Bien

Soberanía de Cristo















Para el día de hoy (07/09/19):  

Evangelio según San Lucas 6, 1-5







Desde tiempos inmemoriales, los pobres podían tomar espigas de un campo ajeno para alimentarse, frotándolas entre las manos para desprender los granos; en la Torah -libro del Deuteronomio- se consignaba esta práctica con claridad, destinada a paliar, en parte, la necesidad de los más débiles.
Sin embargo, con el correr de los siglos y el auge de la casuística farisea, hasta ese mínimo gesto se consideraba una infracción a las normas a observar en el Shabbat. 

Dentro de esa misma religiosidad rigurosa y a la vez restrictiva, al pretenso infractor que vulneraba el Sábado sin flagrancia, es decir, sin evidentes intenciones de transgresión, era menester expresar una advertencia severa a esa persona, para que realizara ritos purificatorios y de ese modo fuera readmitido en la comunidad.
Pero en el caso de que se hiciera oídos sordos al aviso, y se persistiera en infringir el Sábado, inevitablemente se desembocaba en la pena capital.

No es un dato menor. La pregunta que le hacen a los discípulos hambrientos en realidad vá dirigida a quien es el corazón de esa comunidad incipiente, el Maestro, y la intención excede los rigores por la consecuencia que se vislumbra.

Pero Él no se enreda en remolinos dialécticos que a nada conducen. Su respuesta se funda en la Palabra, y el ejemplo de David y sus hombres comiéndose los panes sagrados -panes de la proposición- sin cuestionamientos por el Sumo Sacerdote Abimelec ni por los escribas de su tiempo, expresa que por sobre los reglamentos, aún los más importantes, aún los más significativos, está la necesidad humana. 
Pero hay más, siempre hay más.

La Ley y el culto, como don de Dios, nunca deben utilizarse para oprimir corazones o provocar o ahondar sufrimientos y pesares. El Creador quiere misericordia antes que sacrificios, y a Cristo, Hijo de Dios vivo, se le ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. 
Por su soberanía cordial, eficaz, definitiva, Cristo puede disponer la mesa, el perdón, el Sábado mismo para bien de la humanidad. La gloria de Dios -que expresa Cristo en la autoridad que encarna y ejerce- es que el hombre viva, que el pobre se eleve, que el humilde sea enaltecido. 

La soberanía de Cristo se manifiesta en el mundo cada vez que sus amigos se encienden de compasión, de misericordia y de justicia.

Paz y Bien

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