En tiempos sombríos sólo destella la luz de la fé














Para el día de hoy (31/08/18):  


Evangelio según San Mateo 25, 1-13







A nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, sobresaturados de información y recargados de imágenes, la idea de las diez vírgenes esperando al esposo se nos haga, quizás, demasiado ajena, esquiva. Pero en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth se comprendía con facilidad, aún cuando el oyente careciera de la formación de los escribas, un simple labrador, un humilde pescador.
Pero también hay otra perspectiva, la simbólica, la que trasciende la pura letra y se adentra en el significado y la profundidad de la enseñanza del Maestro.

Volviendo al siglo I, la vida era dura y escasa en distracciones y esparcimiento, especialmente en los pueblos pequeños, a lo que debía añadirse la severa rigurosidad religiosa que no admitía demasiadas sonrisas. Sin embargo, había ocasiones en que el tedio se podía romper, como nacimientos, bodas, el paso a la vida adulta -bar mitzvah- o eventualmente funerales, pero de entre esas ocasiones destacaban las bodas, que podían durar varios días. El día de bodas era el más importante de sus existencias para los contrayentes, y  motivo de alegría, baile y brindis impostergables para todo el pueblo.
Precisamente, en esa perspectiva se inscribe la enseñanza de hoy, lo crucial para la vida, el destino de fiesta soñado por Dios, el matrimonio inquebrantable entre Dios y la humanidad.

Tal vez, cierta tendencia bondadosamente ligera nos lleve a imaginarnos los habría y los hubiera, es decir, qué hubiera pasado si las vírgenes prudentes le hubieran prestado un poco de aceite a las insensatas?... Aún así, y a pesar de que en numerosas ocasiones el Maestro nos conmina a la fraternidad del compartir, en esta ocasión no sólo no lo menciona, sino que es terminante al respecto. Ello destaca sin ambages la importancia decisiva de aquello que se procura merced al esfuerzo, y que de no ser así es imposible tener.

El aceite, la luz propia, se enraiza inseparablemente a esto que somos y nos define, y que por ello es único e intransferible.

Pero hay más, siempre hay más. El encomio de mantenerse en vela, con la propia luz encendida, implica una invitación a descubrir que la historia humana no es solamente lo que vemos y que tan a menudo nos agobia. La historia está fecundada por el Espíritu de Aquél que se ha hecho uno de nosotros, un vecino, un amigo, un Hijo queridísimo, y ese valor trascendente sólo puede percibirlo y gratificarse con ello todos aquellos que se mantengan atentos, con la lucidez propia de la esperanza.

Paz y Bien

Santa Rosa de Lima, flor hermosa de la esperanza latinoamericana













Santa Rosa de Lima, patrona de América Latina, del Perú y de las Filipinas

Para el día de hoy (30/08/18):


Evangelio según San Mateo 13, 44-46




Isabel, joven peruana laica, era mujer de oración, es decir, vida orante con la capacidad de mirada lejana, de ver más allá de lo aparente, de descubrir lo eterno entretejido en lo cotidiano.

Ella descubrió ese tesoro indescriptible, escondido a simple vista pero presente en la sencilla habitación en donde moraba, latiente en las calles de la Lima colonial, inagotable fuente de alegría que puede encontrarse en los lugares más insospechados, apareciéndose de modo asombroso, maravilla que transforma la vida de una vez y para siempre. Luego del encuentro, nada volverá a ser igual, y todo queda atrás, todo se deja porque se ha encontrado lo verdaderamente valioso, lo que permanece y no perece.

Ella también supo que ese tesoro se deja encontrar por quienes lo buscan sin descanso, con denuedo y confianza, con la certeza de los que creen y permanecen fieles.

El Reino es, el Reino esta: hay vidas que se transforman luego de una búsqueda tenaz y honesta, hay otras tantas que se transforman desde la inexpresable gratuidad de la bondad de Dios.

Por ello mismo quizás, Isabel se desvivía por los más pobres y los enfermos, mujer plena que florece en misericordia y compasión.
Por ello mismo toda su vida es vida orante, porque responde... descubre a cada instante los susurros de Dios que le hablan en las honduras de su corazón -Espíritu que nos hace decir Abbá!-. La iniciativa siempre es de Dios, de Él son las primacías, y la oración, antes que súplica y pedido, es la necesidad del alma de responder y dialogar con quien se ama y con quien nos ama sin límites.

Isabel floreció en un tiempo complicado, en un tiempo en que estas tierras que a menudo nos duelen y que tanto amamos sólo eran suburbio de una importante colonia.

Aún así, en la Lima virreinal, nos floreció para toda Latinoamérica la más flagrante de las flores, Isabel Flores de Oliva, Rosa de nuestros hermanos dolientes, Santa Rosa de Lima y de toda América.

Paz y Bien

Profetas, hombres y mujeres firmes y fieles más allá de toda amenaza











Martirio de San Juan Bautista
Para el día de hoy (29/08/18):  
Evangelio según San Marcos 6, 17-29




La escena trae matices fuertes, antinomias patentes: de un lado el poder corrupto y omnímodo, inmisericorde, que saborea lo fastuoso y no le importa la vida ajena.
Del otro, un hombre austero, erguido en la entereza de su alma y en la verdad que lo constituye y que expresa sin miedos.

Ese hombre en soledad es el mismo niño ansiado por décadas, hijo de la vejez maravillosa de Zacarías e Isabel, aquel niño que danzaba en el seno materno al presentir la presencia en ciernes del Mesías, ese niño que no se llamaría como sus antepasados pues tendrá un nombre nuevo, prefigurando los tiempos que ya se acercan: ese niño se llamaría Juan -Dios Salva-, y ese niño abriría caminos al que era la esperanza del pueblo.

El niño no defraudó las expectativas de sus padres: el niño iría allanando los senderos de la Salvación, llamando a la conversión sincera, despojado de todo -vestido, sustento, familia- afirmado sólo en su Dios con el que se encontraba en el desierto.

Seguramente el pueblo -que también debía convertirse- escucharía con gratitud sus palabras firmes y veraces, su clamor contra la corrupción, su voz entera anunciando que era inminente la llegada del Redentor y denunciando todo aquello que era contrario a la vida misma, el ejercicio impune del poder desmedido.

Pero ese hombre veraz, que confiaba en la providencia y encontraba sustento en los frutos del desierto, se había vuelto una molestia mayor y un peligro amenazante en el horizonte herodiano: quizás por ello el Evangelista se encarga de señalar que en esa fiesta estaban presentes los dignatarios -el poder político-, los oficiales -el poder militar- y los notables galileos -el poder económico-.
Y será una constante en la historia, y anticipará el misterio de la cruz: Juan languidece en las sombras de las mazmorras herodianas mientras a pasos de allí se festeja a puro fasto.
Sin embargo, en las sombras de ese calabozo había más luz que en todo el palacio del tetrarca, reyezuelo sometido graciosamente al poder imperial romano.

En muchos reductos de poder obsceno, de fastuosidad insultante se vá diluyendo el sentido de la propia existencia, y se decide sin compasión el fin de la vida de otros, especialmente de aquellos que se vuelven molestos, de los que se convierten en amenaza.

Pero la violencia ruin no tiene destino.

El martirio del Bautista desata el ministerio de Jesús y multiplica el andar de los mensajeros de la Buena Noticia, y así ha sucedido y sucederá con las mujeres y los hombres mansos que no se callan ni se arredran sean cuales fueran los temores que desplieguen los poderosos.

Paz y Bien

Cuando no hay misericordia, la bendición de la Gracia ha sido rechazada














San Agustín, obispo y Doctor de la Iglesia

Para el día de hoy (28/08/18): 

Evangelio según San Mateo 23, 23-26








En la tradición religiosa e histórica de Israel, la ley del diezmo tenía gran relevancia e incidencia en la vida cotidiana. Así entonces, la décima parte de las cosechas, de los frutos de la tierra -de allí diezmo- debían destinarse al sostenimiento del Templo y de los sacerdotes; en cierto modo, se constituía el erario público, pues de allí también salían los recursos que se destinaban a auxiliar a huérfanos y viudas y limosnas para los más pobres.

Sin embargo, con el correr de los años y el aumento de la influencia de la corriente farisea, la estricta puntillosidad de estos hombres extendió la obligatoriedad del diezmo a toda la actividad económica, y de ese modo obligaban a pagar diezmos sobre hierbas silvestres que crecían en el campo, y sobre algunos condimentos. Por eso no es difícil imaginarse a un ama de casa con un puñado de perejil o de menta presta a cocinar, separando una ramita de cada diez para cumplir con el impuesto.

Aquí haremos dos simples llamados de atención: el diezmo significaba, simbólicamente, el derecho de propiedad de Dios por sobre todas las cosas. También, la necesidad de prestar atención a los detalles pequeños.

Lo verdaderamente grave, que desata ayes doloridos y enojados por el Maestro, es que esos hombres, todos ellos religiosos profesionales, en pos de una estricta observancia de la Ley, olvidaban al Dios que le otorgaba sustento y sentido a su fé. Así diezmaban su religiosidad, pues se trataba de un horizonte mezquino sin Dios y sin prójimo, pura práctica externa pseudopiadosa que, necesariamente, conduce a estadios opresivos.

Porque en el tiempo de la Gracia, el amor a Dios se expresa en el amor al prójimo. Ambos son los brazos de una misma cruz, y cuando hay más rigor en minucias sin sentido, no queda lugar para lo que cuenta y permanece, la justicia, la misericordia, la fidelidad. Así filtramos mosquitos y dejamos pasar manadas de camellos, así valdrán más objetos y condiciones que la vida del otro.

Cuando no hay misericordia, la bendición de la Gracia ha sido rechazada. Cuando no hay justicia, sólo hay dolor y opresión. Cuando no hay fidelidad, no hay sitio en los corazones para que se afinque mansamente el Dios que nos busca sin descanso.

Paz y Bien

El servicio es la clave a partir de la cual se puede transformar la historia












Santa Mónica

Para el día de hoy (27/08/18):  


Evangelio según San Mateo 23, 13-22








El Evangelio para el día de hoy nos trae palabras duras -durísimas- del Maestro, tan distintas en apariencia de las expresiones plenas de bondad de las Bienaventuranzas.
Pero en ambos casos, se trata de la misma dinámica del Reino, del tiempo nuevo y definitivo de la Gracia, aún cuando sus ecos duelan y molesten. Bendito sea el malestar que provoquen.

Sus palabras son válidas para todos nosotros, y especialmente para aquellos que tienen funciones jerárquicas o de conducción; en el caso de su tiempo, los destinatarios primeros eran los escribas y fariseos, guardianes celosos de la ortodoxia religiosa del pueblo.
Ellos habían desvirtuado por completo la fé de Israel, transformando un camino de liberación en una carga insoportable para los creyentes, interponiendo mil muros entre las gentes y su Dios, un Dios al que dibujaron inaccesible, lejano y cruelmente castigador. Y como si eso no fuera suficiente, se aprovechaban de su posición y prebendas en su propio beneficio material, colocándose impiadosamente varios escalones por sobre el resto del pueblo.
Ese elitismo -y no el supuesto castigo que ellos adjudicaban a Dios- sería su misma ruina.

Porque el poder, cuando no es servicio, es un ídolo al que se rinde culto sin importar el hermano.
Y no hay tarea más imperiosa ni más urgente que cuidar a los pequeños, a los débiles, proteger a los que no pueden defenderse, y sobre todo, servir.

El servicio es la clave a partir de la cual se puede transformar la historia.
El servicio es expresión de la caridad, sintonía perfecta de la Gracia.

Todo lo que se aparte de ello, de este peregrinar hacia la vida plena que nos ofrece Jesús de Nazareth, es origen de todas las des-gracias, negación rabiosa de una Gracia que se nos ofrece incondicionalmente.

Paz y Bien

La vida pasa por otro lado, la vida plena, la vida eterna está en Cristo y su Palabra.
















21º Domingo durante el año

Para el día de hoy (26/08/18):  


Evangelio según San Juan 6, 60-69





La lectura de este día nos refleja con exactitud lo que les sucedía a los discípulos del Maestro en los tiempos de su ministerio, un grupo que era mucho más grande que el de los Doce apóstoles. En ellos persistían los criterios impuestos por la Ley y las tradiciones de sus mayores, quizás de manera más específica, la interpretación que la religiosidad oficial hacía de esa Ley y esas tradiciones; así las enseñanzas y el lenguaje de Jesús de Nazareth les resultaba inadmisible y escandaloso.

Es que no era fácil para ellos seguir sus pasos, asumir en sus vidas lo que Él predicaba, un Dios tan cercano como un Padre, un Dios que se brinda a todos por igual y al que no parece importarle demasiado el origen nacional, racial, el género, las ideas, la religiosidad practicada, y que por ello bendecía a todos los pueblos.
Golpe terrible para su orgullo nacional, no les caía nada bien que un samaritano, que una pagana, que una prostituta los precedieran en las cosas de Dios y pudieran enseñarles cuestiones que ellos, por simple pertenencia, creían tener asegurada.

Tampoco puede soslayarse la necesidad de sostener una imagen tremenda, gloriosa de poder que se ejerce, de victorias aplastantes sobre cualquier enemigo, más nunca un mesías que se entrega con mansedumbre, que ofrece su vida con una libertad que estremece, un Dios que es derrotado, aniquilado por el odio.
 
Esa libertad los escandaliza. Preferirían persistir bajo el grave yugo de los dictámenes, de las recetas piadosas seguidas al pié de la letra, de las recompensas obtenidas merced a la observancia de los preceptos. Por eso es tan duro soportar a un Dios que se revela Padre universal, Padre por siempre y por sobre todo, Padre que ama, Dios de la Gracia y la misericordia, y muchos se van, pues les resulta más fácil, quizás menos temerario, regresar a lo viejo, a las costumbres, a lo conocido, una religión de esclavos devotos de un ídolo y nó del Hijo del hombre, Señor de la historia, Hijo de Dios.

Nosotros, junto a Pedro, no nos iremos. 
No es fácil ni simple batallar contra el ego y la soberbia, pero aún así permaneceremos. 
No hay respuestas en el dios dinero, ni en los falsos ídolos del poder, en las tentaciones del mundo, en las vanas peleas que nos ofrecen los poderosos. 
La vida pasa por otro lado, la vida plena, la vida eterna está en Cristo y su Palabra.

Paz y Bien

Cátedra de Cristo, cátedra de humildes servidores y señaleros de esperanza











Para el día de hoy (25/08/18):
 
Evangelio según San Mateo 23, 1-12







Una lectura superficial de la Palabra para el día de hoy nos induce a un error flagrante. La literalidad es madre de todo fundamentalismo, que a su vez nada tiene que ver con la Buena Noticia.
Pues el Maestro no se expresa con inusitada dureza contra los fariseos en tanto dirigentes judíos, sino más bien en tanto opresores de almas y tenaces contradictores entre lo predicado, lo enseñado y lo vivido. Por ello no se acota a esa situación puntual, sino que es enseñanza y advertencia que atraviesa los tiempos, y que nos despierta de ciertos sopores de hipocresía a los que nos solemos acostumbrar.

Para ubicarnos: la cátedra no es sólo ámbito simbólico, sino que dentro de la sinagoga es el lugar físico puntual -un mueble, una silla- desde donde se explica la Escritura. Remite a la autoridad interpretativa y formativa; el gran problema -siempre- es la disyunción entre lo que se enseña y lo que se vive, la enorme brecha entre declamación y proclamación, afanes de figuración, de prebendas, de jerarquías y ostentación de títulos.

Pero es un tiempo nuevo, año infinito de la Gracia y la Misericordia.
 
Las hijas y los hijos de Dios reflejan la bondad inconmensurable de Abbá Padre de Jesús cuando se vuelven servidores de sus hermanos, cuando se hacen los últimos para que otros puedan dar un paso adelante.
 
Ésa es la cátedra auténtica, cátedra del alivio y la liberación, cátedra de humildes servidores y señaleros de la esperanza, cátedra de la diaconía que nos enseña -a menudo desde el silencio- que nadie es mayor que nadie, que hay un sólo Maestro y que todos somos hermanos.

Paz y Bien


Corazones íntegros y sin dobleces podrán descubrir la Salvación en Cristo















San Bartolomé, apóstol

Para el día de hoy (24/08/18):

 
Evangelio según San Juan 1, 45-51






A veces, la sencillez y la simplicidad nos hacen recordar y recuperar la frescura de la Buena Noticia. Y si por un momento nos detenemos a mirar y ver desde esa perspectiva, Jesús de Nazareth siempre nos está invitando a una vida nueva, sin condiciones previas.
Él ha convocado a Felipe de un modo inequívoco, porque siempre es Dios el que nos busca, es Dios quien tiene todas las primacías y todas las iniciativas.

Felipe se ha conmovido por el llamado, y no quiere guardarse ese asombro para sí, una fuerza imperiosa lo moviliza a compartir ese tesoro insospechado.
Quizás esta sea la clave de la evangelización y el apostolado, el descubrirnos llamados y buscados, y salir a compartirlo con los demás. En el corazón de Felipe arde la misma brasa que en los corazones de los peregrinos de Emaús.
 
Esa fuerza increíble no se detiene en disquisiciones estériles ni en casuísticas ni en exégesis: es una experiencia vital profunda que ha de expandirse en el compartir con los hermanos. Por eso Felipe, ante las razonables dudas de Natanael/Bartolomé, redobla la invitación.

La lógica indica que nada bueno puede salir de la ignota Nazareth, y así será siempre con las cosas del Reino, que tiene que ver con lo inesperado, con lo insospechado, con lo asombroso.
 
No se trata tanto de lugares físicos, sino más bien de espacios cordiales.
 
-Ven y verás- invita Felipe, y es una puerta abierta para animarse a más, porque hay más, siempre hay más.

Así los corazones íntegros y sin dobleces podrán descubrir la Salvación en ese Jesús que permanentemente invita, corazones capaces de dejar atrás preconceptos, corazones capaces de ser felices, de asombrarse, de atreverse y de reconocerse buscados e invitados por Aquél que sólo quiere la plenitud para todos sin excepción.

Paz y Bien

La Mesa del Señor está tendida y se ofrece luminosa, como un faro entre tantas tinieblas, a todos los pueblos













Para el día de hoy (23/08/18):  

Evangelio según San Mateo  22, 1-14








En la cultura del tiempo en que surge el ministerio de Jesús de Nazareth, cuando una familia celebraba la boda de su hijo mayor se carneaban los mejores animales y se preparaban a las brasas con cuidado especial; se llenaban las tinajas con el mejor vino y se tendían las mesas para esos festejos que duraban varios días. El dueño de casa solía cursar dos invitaciones, una previa que preparaba a los invitados para una fecha determinada, y la otra para avisar que ya estaba lista la cena, que no hubiera demoras.
La dos llamadas implicaban, en cierto modo, la delicadeza y el gesto de atención del dueño de casa para con los invitados, pero también y especialmente frente a la segunda invitación, no había modo de excusarse.
Pero también la ausencia y las excusas engloban una descortesía rayana en el insulto y en el desprecio a esa invitación a celebrar la vida que se prolonga en el hijo.

A pesar de los que desertan, lo importante es la fiesta ofrecida. Mucho más que la costumbre usual, el Dueño no realiza dos invitaciones sino tres, algo impensado, asombroso. Aunque los invitados originales no participen, serán partícipes con pleno derecho y plenos honores muchos que estaban a la vera de los caminos, en todas las encrucijadas de la vida, quizás aquellos que nadie en su sano juicio invitaría.

La fiesta de bodas -fiesta de la vida, fiesta del amor- es un ofrecimiento infinitamente generoso del Dueño que realiza por el Hijo, y que quiere que muchos, tantos como quieran, participen en esa alegría.

Era costumbre también que el dueño de casa proveyera de ropajes a los asistentes, toda vez que a menudo sufrían los embates de los caminos polvorientos. El vestido significaba ser parte de la familia, la identidad de huésped de honor, y no ponerse el traje ofrecido es una injuria intolerable, cuyo mensaje supone creerse uno mismo más importante que la celebración.

La Mesa del Señor está tendida y se ofrece luminosa, como un faro entre tantas tinieblas, a todos los pueblos, especialmente a los que tantos otros nunca invitan a nada, los que no suelen tener motivos para el festejo.
Para la mesa del Señor es menester ponerse vestidos acorde a la ocasión, revestirse de justicia como parte de la familia y en honor y homenaje al generoso Dueño que nos invita a pura bondad.

Paz y Bien

Ruega por nosotros, Reina del cielo, para que tu ternura gobierne nuestros corazones














Santa María, Reina

Para el día de hoy (22/08/18):  

Evangelio según San Lucas 1, 26-38 








A veces por afanes afectuosos, a veces por demasiada carga mundana en nuestra religiosidad, hemos sobrecargado las imágenes de la Madre de Dios con coronas, joyas y lujosos vestidos. Nada más alejado de la muchachita judía nazarena que se deja transformar por la Gracia, que con su Sí inaugura un nuevo tiempo, el tiempo de los humildes y los pequeños, que por descubrirse mínima, esclava del Señor, es la más feliz de entre todos los vivientes.

El Reino del Hijo no es de este mundo, y el reinado de la Madre tampoco, pues no refiere al orden natural sino al sobrenatural, ámbito de la Gracia.

Realeza gloriosa, realeza maternal, realeza mediadora, realeza de todas las esperanzas.

Realeza gloriosa como esclava del Señor, la que se descubre la más pequeña de todas y por ello mismo es la más grande por el amor de Dios que engrandece su alma, el Dios que enaltece a los humilde, que rechaza a los soberbios, que derriba a los poderosos de sus tronos.

Realeza maternal, Teothokos, Madre de Dios, Madre del Salvador y también madre de todos los creyentes desde la cruz y la compañía. Por compañera de dolores, por solidaridad de cruces y pesares, madre de todos los vivientes.

Realeza mediadora, la que busca que nunca se nos acabe el vino de la fiesta, la copa de la vida, Madre en plegaria perpetua de corazón inmenso, un corazón que contiene, cálido, a todos los hijos. Donde está la Madre, está y descubrimos al Hijo.

Realeza de todas las esperanzas. Las primacías del cielo hacia donde es elevada, fueron vividas en la cotidianeidad por María de Nazareth, y esa plenitud es signo de esperanza para toda la Iglesia, destino de salvación, de alegría definitiva para el pueblo de Dios.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos, fieles, tenaces en el servicio, firmes en la esperanza, felizmente obstinados en el amor, genuinos en la justicia.
Ruega por nosotros, Reina del cielo, para que el Reino sea aquí y ahora, para que tu ternura gobierne nuestros corazones.

Paz y Bien

Iglesia pobre, signo cierto del amor de Dios















Para el día de hoy (21/08/18):  

Evangelio según San Mateo 19, 23-30







Es preciso situarnos en el contexto evangélico de la lectura que nos ofrece la liturgia del día: el texto se sitúa inmediatamente después del encuentro del Maestro con el joven rico, por lo cual en el ambiente flota la discusión -y la enseñanza- acerca de los peligros de las riquezas.

La expresión que engloba a un camello y al ojo de la aguja es de tipo proverbial, seguramente conocido en esa época, y  refiere al carácter imposible de lo que se trata de explicar. Es menester tener en cuenta que aquí, Reino de los Cielos no remite a lo postrero, al ingreso celestial post mortem sino más bien a la comunidad eclesial, la familia que se reúne por vínculos cordiales alrededor de Cristo.
Ello divide las aguas. Difíclmente quien rinda su corazón a las riquezas tenga espacio en su alma para Dios y para el hermano, y así, la pertenencia de un rico en la comunidad cristiana sólo es superficial, no es real pues no hay comunión. No se puede servir a dos señores, a Dios o al Dinero, y en el altar de ese falso dios acontecen sacrificios humanos, pues en aras del dinero se sacrifica al prójimo, se argumentan las iniquidades, se justifica el hambre de tantos. Dios nos libre de los razonadores de miserias.

-Y muchos aún critican, desde ciertas cómodas posturas fratricidas, el ansia del Santo Padre cuando suplica una Iglesia pobre para los pobres...-

Una Iglesia pobre es una Iglesia que abandona pretensiones materialistas, el perverso encanto de las cosas y el poder y sólo confía en la providencia de Dios. Como oraba San Pío de Pietrelcina, el pasado a la misericordia de Dios, el presente a su amor, el futuro a su providencia. 

Una Iglesia pobre es una Iglesia que se despoja de todo lo vano y se enriquece en la caridad, en el servicio, en hacerse última con los que no cuentan, con los olvidados, con los descartados en todas las periferias de la existencia, que carga la cruz con humilde tenacidad, que sólo se afirma en el amor de Dios y en la misericordia que encarna como señal de auxilio para el pueblo, signo cierto del amor de Dios en estos arrabales oscuros.

Con Pedro, claro está, descubrimos que a menudo, a pesar de no tener demasiado, portamos cosas que no abandonamos, el duro gravamen de nuestras miserias. Y desde allí, en un plano de recíproca justicia humana, no tenemos remedio ni salvación. El peso de las culpas nos hunde, y en esa proporcionalidad justo sería que casi nadie de salve.
Pero la Salvación es don infinito del corazón sagrado de Dios, y su justicia es la misericordia que no admite los no se puede.

Y allí, con todo y a pesar de todo, nos descubriremos pobres camellos felices capaces, de la mano de Cristo, de pasar por todos los camellos de aguja que este mundo interpone, y hacer que pasen todos los hermanos caídos a la vera de la esperanza.

Paz y Bien

La Salvación, don infinito del amor de Dios










Para el día de hoy (20/08/18):  

Evangelio según San Mateo 19, 16-22







Ante todo, es importante tener en consideración la honestidad del joven que se acerca a Jesús; más allá de cualquier conclusión, se acerca a ese rabbí nazareno, caminante, sin intenciones ocultas y con el corazón en la mano. Tal cual es, sin disfraces ni máscaras de hipocresía.

Como es usual y hasta razonable, divide las cuestiones de esta vida y de la postrera: las del más acá las tiene firmes y aseguradas, es respetuoso y cumplidor de la Ley y los preceptos, carece de apuros de ninguna índole pues sus bienes lo acorazan. La del más allá lo preocupa, pues no es tan tangible como la actual, la cotidiana. Por eso es que interpela al Maestro para que Él le explique qué debe hacer para conseguir o poseer la vida eterna.
Pero contrariamente a cualquier reproche o invectiva magistral esperada, el Maestro le responde y enseña desde la misma Ley, pero una Ley que cobra sentido en la persona del propio Cristo. Así, la pregunta que le hace acerca de su cumplimiento de los mandamientos entraña una afirmación y una enseñanza.

La confusión del joven era comprensible: la Ley prescribía la observancia de 613 mitzvot o preceptos, 248 de carácter positivo y 365 de carácter negativo, 248 por los huesos del cuerpo humano, 365 por los días del año, simbolizando la totalidad de la existencia, tiempo y materia. La ortodoxia imperante obligaba bajo gravosos apercibimientos de penas exclusivas a la estricta observancia de todos y cada uno de los preceptos, y así la Ley, de instrumento y bendición de liberación, se convertía en yugo intolerable y opresivo. Muchos rabinos a su vez se embarcaban en profusos análisis exegéticos y casuísticas interminables con el fin de señalar los mandamientos o preceptos principales, de allí que el joven quiera que el Señor le diga cuales son los mandamientos a observar.

Respetar la vida, propia y de los demás, respetar el cuerpo, honrar a la esposa, venerar a los padres, no apropiarse jamás de lo ajeno, permanecer fiel a la verdad, amar al prójimo como a uno mismo.

No es casual ni caprichosa la elección. Todos ellos refieren a la ética, es decir, al modo de ser en el mundo y para con los demás: si consideramos esa ética enraizada en mandato divino, esa ética además de ser  trascendente implica que el cielo no está tan lejos, que la eternidad comienza aquí y ahora.
Que asombrosamente Dios ha hecho comunión con el hombre, y que los mandamientos no sólo especifican permisos y prohibiciones, sino el modo de vincularnos con los demás porque en el otro está el mismo Dios.

El joven ha cumplido con las prescripciones. No ha fallado en ninguna de ellas, y sin embargo intuye que eso no es todo, que algo más le falta, y la respuesta del Maestro es demoledora, absoluta: la perfección -para ese joven y para todos los creyentes- radica en vender todo lo propio, ofrendárselo a los pobres para atesorar lo que verdaderamente permanece, la caridad. Luego, seguir los pasos de Cristo.

La tristeza que expresa el joven frente al reclamo final no es solamente de índole material. Todo encuentra su razón el el co-razón.
El seguimiento de Cristo implica una radicalidad que no es sencilla ni fácil, toda vez que implica vaciarse de todo, abandonar cosas y seguridades y largarse a los caminos sólo confiando en la inmensidad de la misericordia de Dios.

Es morir, y morir con ganas a todo egoísmo, para vivir plenos, viviendo por y para los otros, sin condicionamientos ni restricciones. Por ello no nos volvemos apólogos de la muerte, sino que reivindicamos que una vida plena, la de Dios, es posible.

Pero por sobre todo, que cielo y Salvación no se consiguen ni se adquieren, aún cuando se traten de vidas en apariencia piadosamente virtuosas. La Salvación es don infinito del amor de Dios, y tratamos de vivir de acuerdo y en correspondencia a ese amor que nos transforma.

La buena vida es la vida a la luz de la Gracia.

Paz y Bien

Eucaristía, mesa fraterna de gratitud y alegría de Cristo vivo y presente en medio de su pueblo
















20º Domingo durante el año

Para el día de hoy (19/08/18):  

Evangelio según San Juan 6, 51-59








Ellos murmuraban y discutían entre sí acerca de las cosas que decía y enseñaba Jesús de Nazareth.
El murmurar no es un hablar en bajo volumen para no molestar o interferir: el murmurar, como aquí sucede, implica dar la espalda y esconderse para denostar e injuriar a otro, sin darle la posibilidad de defenderse, la infamia de no decir lo que se piensa -por duro que sea- de frente, mirando a los ojos.

Es importante destacar una cuestión perentoria: cuando los Evangelistas hablan de los judíos se refieren puntualmente a los dirigentes y notables religiosos de la época del ministerio del Maestro, es decir, a la ortodoxia oficial representada principalmente por escribas y fariseos. Cualquier otra suposición, que carecerá de sustento teológico, nos desliza irremisiblemente al pantanoso terreno de un antisemitismo grotesco y peligrosamente ridículo, que además, expresa todo lo opuesto a la Buena Noticia.

Esos hombres que murmuraban estaban presos de sus propios esquemas, encerrados en una tautología infernal de la literalidad y la superficialidad, y su mundo era la exactitud del dogma, sus corazones pétreos en donde Dios no hallaba lugar. Ese Dios, para ellos, era el Todopoderoso distante e inaccesible, entendiéndose el poder como la fuerza descomunal que se impone.
Tampoco puede descartarse cierto desprecio latente: el nazareno era un rabbí sin hogar, pobre y caminante, sin pergaminos que exhibir y con una voz tan fresca y nueva que, además, no pedía autorización.

En esos andariveles estrechos de la literalidad, se ofenden y se escandalizan. Según la Ley, el pan debe comerse con sumo cuidado, con una puntillosidad estricta, y los rigores dietéticos prohíben taxativamente ingerir alimentos en los que la sangre esté presente. Ello es anatema y los asquea.
Porque tampoco son capaces de concebir a un Dios que se acerque así al hombre, que se brinde sin reservas, que se entregue por entero, que haga comunión con la existencia humana fecundándola de eternidad sin méritos previos, a pura generosidad.

El cuerpo es comida, la existencia misma de Cristo que es el pan que sacia el hambre raigal de todo hombre y de toda mujer, la vida sin final.
La sangre es la savia, vital, decisiva, que ratificará esa comunión amorosa de Dios en la ofrenda extrema de la cruz, vida entregada por Cristo como un marginal, como un criminal abyecto en el horror del cadalso para que no haya más crucificados. Grito manso que vuelve a decirnos ahora mismo que no todo tiene precio, que hay cosas que no se compran, y que lo verdaderamente valioso no es lo que se acumula o acopia sino lo que se ofrece generosamente y sin condiciones, la propia vida por pequeña y mínima que parezca, vida que se expande y multiplica como ese pan y esos peces en una tarde de hambre y enseñanza compartidas.

Cristo se nos dá para que nosotros nos hagamos pan para el hermano.
 
Y quiera el Espíritu que la Eucaristía no sea sólo un rito, sino una mesa fraterna de gratitud y alegría, de Cristo vivo y presente en medio de su pueblo, de escándalo creciente porque se ama, y se ama en serio, con ganas, sin reservas.

Paz y Bien

Un niño tiene la ternura de Dios consigo como un amanecer perpetuo















Para el día de hoy (18/08/18):  

 
Evangelio según San Mateo 19, 13-15






En la Palestina del siglo I los niños era minusvalorados religiosamente, no tenían derechos legales y, en la concepción antropológica de ese tiempo eran considerados como pequeños hombres incompletos y, por lo tanto, deficientes. Por ello eran en todo dependiente de sus padres y carecían de cualquier tipo de enseñanza, especialmente de la religiosa: en esa mentalidad, enseñar la Torah, la Ley de Moisés a los niños era un dispendio inútil de tiempo para algunos, y para otros más extremistas, una afrenta a las tradiciones.

Así entonces un niño -algo, no alguien, varios escalones por debajo de los varones adultos- debía cernirse a la obediencia debida en el hogar y no mucho más. Por fuera de ello, se suscitaba una molestia, una grosería y hasta una significativa contravención.

Al Maestro no le importaba en lo más mínimo el qué dirán, pues ante todo estaba su misión y su fidelidad al proyecto eterno de su Padre. Pero ese desapego raigal a las tradiciones establecidas era considerada por sus coetáneos como una insolencia a menudo intolerable. Por ello al principio traían a su presencia a niños enfermos para que los curase; y a medida que las gentes lo iban conociendo, sencillamente llevaban a sus hijos para que los bendijera, en un gesto entrañable de bondad y ternura.
Los discípulos no eran ajenos a esa mentalidad dominante, y por ello suponen que la presencia de tantas criaturas junto a Jesús es una molestia mayúscula, y que merece una justipreciada reprensión.

Pero -alabado dea el Espíritu- Jesús de Nazareth no suele comportarse del modo que se espera que actúe. Él no solo permite que se le acerquen los niños, sino más aún, exige que los pequeños estén cerca suyo.
Para todos aquellos que no entendieran -y los que hoy tampoco lo aceptamos- su Dios Abba tiene una abierta preferencia por ellos, está de su lado, está para ellos, y por ellos y para ellos ha abierto las puertas infinitas del Reino.

Un niño es alguien insignificante, que sólo puede esperar el auxilio de sus padres, que está desprotegido, que no puede valerse por sí mismo ni se puede defender por sí solo. Un niño es capaz de un grato asombro. Un niño sabe valorar con alegría los regalos.
Un niño tiene la ternura de Dios consigo como un amanecer perpetuo, y nosotros -torpes y crueles adultos- lo solemos olvidar o, peor todavía, atropellamos su inocencia.

Porque el Reino es de ellos, les pertenece, y es también de los que son como ellos, los pequeños, los pobres, los viejos, los que no cuentan.

Si por un momento nos detuviésemos a darnos cuenta de qué lado esta ese Cristo de todas las bondades, no necesitaríamos demasiadas elucubraciones ni justificaciones banales. Allí debemos estar, hacernos iguales, compañeros, hermanitos menores para mayor gloria y alabanza de Dios.

Paz y Bien

Amor y Gracia, la superación de todos los reglamentos













Para el día de hoy (17/08/18):  

Evangelio según San Mateo 19, 3-12








En la lectura que nos brinda la liturgia del día, es menester considerar ante todo que la intención de los fariseos es falaz; no buscan la verdad, sólo tratan de articular una trampa dialéctica que encierre al Maestro, de tal modo que sea cual fuere su respuesta, éste quede en una mala posición frente al pueblo y a las autoridades.
Porque en realidad no hay un cuestionamiento de esos hombres acerca de la legitimidad del divorcio, pues ya en esa época se consideraba válida la ruptura del vínculo marital en base a la ley de Moisés.
Sin embargo, podemos realizar algunas distinciones sencillas a partir de las afirmaciones de esos hombres.
Ante todo, destaca la postura favorable al varón por sobre la mujer, la prevalencia de derechos: se le pregunta al Maestro si les lícito al varón divorciarse por cualquier motivo, es decir, que no se consideraba en cualquier motivo el derecho de la mujer.
Por otra parte, se acentúa -en esa línea de razonamientos- la justificación por cualquier motivo, aún por el más insignifcante, y al respecto, diferentes escuelas rabínicas argumentaban proclives a alguno de varios criterios.

Desde allí, sea cual fuera la respuesta de Jesús de Nazareth podría acarrearle el rótulo de estricto moralista que castiga a las mujeres o, en su defecto, de laxo moral sin remedio.

Pero en realidad, el problema de fondo es otro, y es el del olvido del Creador que ordena y bendice desde el amor. La ley es posterior, y si bien es importante, tiene un carácter instrumental, que no definitivo y teleológico. La ley es medio y no fin en sí misma, y precisamente de ello hablaba el Maestro cuando afirmaba que el Sábado es para el hombre, y no a la inversa.

Es preciso abandonar ciertas posturas oscilantes. Del legalismo acérrimo al relativismo superabundante. Perimitir a Dios ser Dios, reinar en nuestras vidas, en nuestros corazones. Hemos sido creados para el amor, para crecer juntos, para que una vida nueva florezca cuando se conjugan dos existencias, y por ello el matrimonio es indisoluble, porque el amor de Dios no se pierde ni puede romperse.

Los reglamentos cuando pierden corazón, oprimen y nada tienen que ver con la Buena Noticia, moralina sin bondad que no es ética. El Evangelio nos convoca a descubrir las vocaciones como una asombrosa bendición para cada uno de nosotros.

Paz y Bien

El perdón transforma los vínculos, hace mejor al que perdona y restituye en humanidad al ofensor















Para el día de hoy (16/08/18):  

Evangelio según San Mateo 18, 21-19, 1






El perdón es difícil, doloroso y no es cuestión que se acote, solamente, a conceptos razonados. En esa lógica se ubica Pedro, que a pesar de todo tiene un impulso muy generoso, toda vez que quiere en cierto modo emular -a su modo- la magnanimidad que descubre en su Maestro.
Para los criterios de la época y las enseñanzas rabínicas, tres era el máximo aceptado. Probablemente en la mente del pescador se encuentre la enseñanza del Génesis, la marca de Caín por la cual todo aquel que vengara la muerte de Abel en su homicida debía pagarlo siete veces.

Pero el error de Pedro estriba, precisamente, en suponer que el perdón pueda cuantificarse. El registro detallado del perdón tiene cierta similitud con los registros de algunas corporaciones bancarias que se llevan para perpetuar hasta límites absurdos -y crueles- el pago legal de deudas, intereses sobre interés, la usura deificada y tolerada.
Nada de eso. La paciente respuesta de Cristo trata de que Pedro y todos nosotros ingresemos en otro plano, la dinámica de la Gracia, la santa aritmética de la Salvación.

Por ello la parábola. Diez mil talentos es una suma exorbitante, descomunal, impensada -como, quizás, la deuda nacional de un país quebrado-, aproximadamente 125 toneladas de oro. En comparación, cien denarios pueden ser una suma importante y significativa para los pobres o asalariados, pero cuya diferencia fundamental es que puede pagarse.
Lo verdaderamente grave es que el servidor deudor de los diez mil talentos, habiendo recibido un perdón, una misericordia que en verdad no merece, se muestra incapaz de ejercerla en referencia a un par suyo, otro empleado cuya deuda, comparada, es prácticamente insignificante.

Aún así, es menester diferenciar dos ámbitos que pueden a menudo coincidir pero que no van juntos necesariamente, el de la justicia humana y el de la justicia divina que es la misericordia.

La capacidad del perdón debería ser el distingo familiar de los hijos respecto del Padre, de todos nosotros expresando en lo cotidiano que hemos sido perdonados, elegidos con infinita misericordia aunque todo diga que nó, que es una locura, que es imposible.
El perdón transforma los vínculos, pues cierra las heridas, hace mejor al que perdona y restituye en humanidad al ofensor. Quizás el perdón signifique también, a pesar de ofensas y dolores, volver a reconocer al otro como hermano, siempre en esa misma santa ilógica y reciprocidad de un Dios que es Padre y que nos ama sin descanso ni condiciones.

Paz y Bien



Asunción de María, alba del nuevo día de la Resurrección














La Asunción de la Virgen María

Para el día de hoy (15/08/18):

 

Evangelio según San Lucas 1, 39-56








Nos cuesta y se nos hace dificultoso pensar y encontrar a María de Nazareth fuera de altares esplendorosos, despojada de coronas y joyas que refulgen. Tal vez -sólo tal vez- utilizamos todo ello en parte por afecto y homenaje pero muy especialmente por cierta incapacidad que tenemos de aceptar su sencillez infinita y su pequeñez enorme y eterna de mujer y madre, de esposa y compañera, de hermana y discípula.

Hoy celebramos la Solemnidad de la Asunción de María, y ha de ser para nosotros una fiesta de júbilo manso e incontenible, la celebración de la ternura siempre en camino al encuentro del necesitado y del amor que prevalece más allá de toda muerte.

Es increíble. El Dios del Universo le ha pedido permiso a esta ignota muchachita judía de aldea polvorienta para venir al rescate de la humanidad, para que sea madre de su Hijo.
La Salvación es don y viene desde un sí de mujer; tal vez por ello Dios se nos revele como Padre y Madre también. Esa Salvación se nos vá entretejiendo en nuestra historia desde esa Galilea periférica y sospechosa entre pañales caseros y pechos de madre que alimentan a ese Dios Niño y nutren a las generaciones futuras desde aquella que cree más allá de todo, que es feliz desde su pequeñez.

Ella sigue diciendo que la alegría es posible a pesar de nuestras limitaciones, porque Dios ha puesto su mirada en ella y en cada uno de nosotros.
Ella canta con certeza que Dios se declara abiertamente del lado de los pobres, de los humildes, de los hambrientos, de los oprimidos. Que los poderosos son derribados de sus tronos, que los opresores son dispersados, que los soberbios no tienen destino.
Ella es la mejor señal que en la solidaridad y el socorro del necesitado palpita el Dios de la Vida y hace saltar de gozo a la vida en ciernes, a una vida que se crece humilde en sus entrañas cálidas de mujer leal y fiel.
Ella es compañía y escucha, madre de los que no pueden más, compañera de los que sólo saben de agobios y tristezas, señora de la ternura urgente, reina de una creación que se renueva cotidiana desde la misericordia.

En los ojos de la Madre descubrimos la mirada del Hijo, y festejamos entonces -contra toda lógica, a pesar de toda razón- que nosotros no moriremos.

María ya vivía la eternidad en el día a día de Nazareth, y es la madrugada del nuevo día de la Resurrección de Jesús.
 
Ella es la estrella que brilla en nuestras noches más cerradas, y en Ella y con Ella crece nuestra esperanza y se hace pan, como ese pan que el Hijo compartió y repartió para que todos se sacien, para que a nadie le falte, para que todos vivan desde este momento, aquí y ahora y para siempre en los brazos de ese Dios que nunca nos abandona.

Paz y Bien

Un Dios que abiertamente se pone del lado de los pequeños haciéndose uno de ellos












Para el día de hoy (14/08/18):  

 Evangelio según San Mateo 18, 1-5. 10. 12-14






Las tareas pastoriles no eran para nada desconocidas a los discípulos del Maestro, pues en la Palestina del siglo I el oficio pastoril era habitual en tanto garantizaba -económicamente- la provisión de carnes y ganados. Aún así, varios de sus compañeros tenían por oficio la pesca en el mar de Galilea.
Pero lo que cuenta es que Jesús enseñaba a partir de realidades cotidianas conocidas y no de abstracciones; así entonces las parábolas, desde esas cuestiones vividas a diario,  eran una invitación a la reflexión pero también a la participación activa, a la transformación. Nosotros hemos perdido bastante esa capacidad de dialogar con la cotidianeidad de mujeres y hombres de nuestro tiempo, en conversación fecunda con el Evangelio.

Y es un reduccionismo estéril suponer que, solamente, el objetivo de esta parábola es el corazón de aquellos que tienen responsabilidades pastorales para con su comunidad.
Esta parábola habla del amor infinito de Dios, de la asombrosa Misericordia que expresa Jesús de Nazareth y que es capaz de lo indecible para recuperar a los pequeños que se han extraviado.

En la magnífica ilógica del Reino, el Buen Pastor es capaz de poner en riesgo a las otras noventa y nueve ovejas para salir al rescate de la única que se ha extraviado; los oyentes de Jesús comprendían la magnitud de lo que el Maestro les enseñaba pues conocían bien su tierra, los montes y las quebradas, los apriscos rocosos, las veredas traicioneras, los precipicios de rápido acceso, el riesgo de los salteadores y cuatreros.
Dejar las noventa y nueve ovejas en esas condiciones por salir en búsqueda de la única extraviada no es una decisión sencilla ni para tomar a la ligera.

Es el año infinito de la Gracia y la Misericordia, y Jesús de Nazareth revela el rostro bondadoso y entrañable de un Dios que es un Padre que siempre está dispuesto a todo por sus hijas e hijos, y es una Madre que nos cuida y cobija.

Un Dios que abiertamente se pone del lado de los pequeños haciéndose uno de ellos.

Paz y Bien

Tributos de concordia, aportes al bien común antes que rupturas sin sentido













Para el día de hoy (13/08/18):  

Evangelio según San Mateo 17, 22-27







El Maestro y los suyos están de camino, en ruta hacia Cafarnaúm; en cierto modo, el caminar los congrega nuevamente a todos, pues sólo tres de ellos han estado con Él en la transfiguración.
Hay una constante tenacidad en Cristo, en pos de que los suyos aprendan, aprehendan y comprendan. A pesar de todo lo que les ha dicho, a pesar de que ellos a menudo se han demostrado cerrados y obtusos, Él insiste, y así realiza el segundo anuncio de su Pasión: Él será entregado a manos de sus enemigos, será asesinado pero resucitará al tercer día.

Ellos se quedan en vanos umbrales de tristeza y desazón. Un Mesías así, derrotado, no se condice con sus imágenes de gloria y poder terrenal del que aspiran ser parte, y de ese modo -con horizontes estrechos- pasan por alto la cuestión raigal que es profesión de fé y esperanza: al tercer día resucitará.
Pero siguen caminando, y tal vez en el andar se esconda una voluntad de éxodo, de emigrar hacia la tierra prometida de la Gracia.

En las afueras de Cafarnaúm les salen al cruce los cobradores de los tributos del Templo. Este impuesto se había instituido luego del exilio babilónico -en época de Nehemías- e implicaba que cada varón judío mayor de edad debía pagar, anualmente, dos dracmas para el sostenimiento del Templo y del culto: estaban obligados tanto los judíos de Tierra Santa como los de la Diáspora. Invariablemente, debía cancelarse antes del mes de Nisán -abril- pues por esas fechas se celebrara Seder Pesaj, la Pascua, y en nada tenía que ver con los tributos que se pagaban al ocupante imperial y que recaudaban los publicanos. Este gravamen revestía cierto carácter de sacralidad.

Por ello, la interpelación de los cobradores de los impuestos ubica a Cristo y a los suyos frente a una disyuntiva que debe despejarse, pues de no hacerlo quedará como un rebelde provocador que reniega de las tradiciones de sus mayores. Sin embargo, en general su enseñanza relativiza ciertas cuestiones normalmente consideradas inamovibles -por ejemplo el Sábado- y pone por centro el bien del hombre.
Pedro, en esa sintonía, se apresura a afirmar que Él cumplirá con el pago, no es hombre dado a rupturas violentas de las que no se regresa.

Pero con Cristo hay demasiadas cosas que damos por fijas sin pensar demasiado. En realidad, Cristo -como Hijo del Padre- no debería pagar tributo alguno por el sostenimiento de su casa.
Pero se trata de mucho más que eso. Se trata de la libertad de Cristo y el Evangelio frente a las imposiciones humanas.

El pez con dos dracmas en su boca habla del oficio de Pedro, y tal vez sea una sencilla señal de buen humor: no es tan importante el tema.

Lo clave es mantener la independencia y la libertad propia de los hijos. Y desde allí, pagar tributos de concordia, aportes al bien común antes que rupturas sin sentido, poner por delante lo que verdaderamente cuenta e importa, el infinito amor de Dios.

Paz y Bien

Alimentados de eternidad cotidiana
















19º Domingo durante el año

Para el día de hoy (12/08/18):  

Evangelio según San Juan 6, 41-51








En todas las culturas, el pan es el símbolo por excelencia del alimento y del sustento y de lo que de ninguna manera puede faltar. Sin pan, hay hambre, y si hay hambre no es posible sobrevivir.

Israel es un pueblo con una identidad fuerte y única. Luego de un largo tiempo como tribus dispersas y esclavas -mano de obra barata- de Faraón, fueron liberados por su Dios y peregrinaron cuarenta años al duro calor del desierto, que sería crisol de pueblo y nación.
No es un paseo la vida en el desierto. Así, en los momentos de necesidad extrema, su Dios los proveía de alimento, el maná, que descendía del cielo cual lluvia bienhechora que los mantenía con vida un día mas. Debían consumir el maná cada día, sin acumularlo ni guardar para otro día, en pura confianza para con la bondad de su Dios.

Por ello se consideraban especialísimos, únicos. Sus padres habían sido alimentados por el propio Dios con el maná, y no habría pan mejor que ése.
De ningún modo podría atravesar el espeso muro de sus preconceptos lo que Jesús de Nazareth les afirmaba, que Él era el Pan vivo, bajado del cielo. Mucho menos pues conocían a su familia, su origen, su historia y, a partir de allí, entendían que no mucho más debían esperar. Más aún, se escandalizaban ante la perspectiva que involucraba la sangre de ese hombre, comerse a un galileo, por favor.

Sin embargo para nosotros, por la fé, el Espíritu de Dios nos susurra en las honduras del alma que es Cristo ese pan definitivo para la vida del mundo, pan de vida, pan que vive siempre, pan abundante para todos los pueblos y naciones, pan para el universo.
Y precisamente por ser el hijo del carpintero José y de María de Nazareth, estremecidos de certeza seguimos confiando. Él pasó privaciones, exilio, pobreza. Él conoció bien la dignidad de ganarse a diario con esfuerzo el sustento, sin que nadie le dé ninguna dádiva o lo condicione con dinero. Pan vivo, pan de la familia, pan que es ofrenda de la propia existencia para los demás.

Cada vez que nos reunimos en su Nombre, agradecemos en mansa alegría ese pan vivo que se comparte, reparte y alcanza para todos y para muchos más.

Y aunque nos llegue el turno del camposanto, seguimos confiando. Porque ese pan nos alimenta de eternidad, aquí y ahora. Nosotros nunca moriremos.

Paz y Bien

Un maravilloso e improbable desfile de montañas en movimiento

















Para el día de hoy (11/08/18):  

Evangelio según San Mateo 17, 14-20





El Maestro se enoja y se fastidia, y en ese enojo hay un rasgo tan humano que nos acerca y nos hermana, y que denota también que Jesús poseía un carácter fuerte, que no se reprimía a la hora de expresarse.
Pero en ese enojo hay más pesar por el dolor y los sufrimientos causados por el mal en el mundo -y por la resignación-, que por ese hombre que suplica por su hijo.

Es menester recordar que en el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, las enfermedades eran consideradas consecuencia directa de los pecados propios o de los padres, y ello a su vez refiere a la idea de un Dios severo y punitivo, juez y verdugo. Así, la enfermedad como consecuencia del pecado implicaba adquirir la condición de impuro ritual y excluido.
Más aún, la situación se agravaba en el caso de las patologías psiquiátricas o de índole neurológica como la referida en la lectura del día: a los duros criterios religiosos se debía añadir cierto grado de superstición, y así un enfermo no es una persona que sufre, sino un endemoniado incontrolable que es mejor mirar de lejos.

Parecería que tras el reproche, Jesús de Nazareth nada más hará allí. Porque Él, Dios con nosotros, jamás descansa en pos del bien para todos sus hermanos.

Sucede que allí hay más de un demonio que oprime, hay gentes que son parte de una generación incrédula y perversa.
Incrédula por persistir en no creer en el amor de Dios que expresa Cristo.
Per-versa por permanecer tozudamente en las sombras y en la muerte, en la mediocridad, en el fango. Per-versa por no querer la Pascua, por no ser con-versa.

Los discípulos no han podido curar al niño. A pesar del mandato que Jesús les ha conferido, se han descubierto inútiles frente a la enfermedad.
A veces la creencia abstracta, o la pertenencia sin conciencia es casi lo mismo que nada, pues nada cambia, nada transforma. Creencia no es sinónimo de fé, porque creencia es la aceptación racional de una idea.
Y la fé es la confianza en Alguien antes que en algo, en la persona de Cristo.

La fé de los discípulos está presente, pero aún es débil e incipiente. Debe germinar, madurar, crecer, dar frutos milagrosos, y allí sí, se descubre que el amor de Dios todo lo puede para quien se atreve a creer, un maravilloso desfile de improbables montañas en movimiento.

Paz y Bien

El amor, germen de la vida que se expande















Para el día de hoy (10/08/18):  

Evangelio según San Juan 12, 24-26








Desde la comodidad del espectador es relativamente fácil opinar y emocionarse con cuestiones profundas, serias, cruciales. Las emociones, es claro, no están mal; el problema comienza cuando se queda todo en superficialidades banales sin trascendencia ni cambio interior, romanticismo con edulcorante que no es más que ello, emoción sin destino.
Pero esa postura suele, a su vez, conducir a otro fangal que implica el resignarse o revestirse de luto ilimitado frente a los aconteceres dolorosos de la existencia.

Así, en ese plano tan extendido, un mártir es el protagonista de un hecho luctuoso, terrible, antes que un valiosísimo testigo que por su ofrenda vive para siempre en la gloria de Dios, que a pesar de haber muerto está más vivo que otros tantos que andan estos arrabales.
Y la cruz sí, es símbolo de la fé mediante la cual nos identificamos, la cruz de Cristo, pero aún así sigue permaneciendo ajena, distante, no es cosa nuestra.

Sin embargo, la Pasión de Cristo y su Resurrección tiene un profundo significado que excede largamente la fé cristiana. La Pasión del Señor es un hecho fundante para toda la humanidad por la Salvación que se ofrece incondicional y generosa a todos los pueblos desde el sacrificio de Cristo, y porque desde su entrega el sufrimiento adquiere un nuevo sentido, no ya definitivo, no ya irremontable, sino que a partir del amor el sufrimiento se vuelve germen de vida que se expande, precisamente, porque se entrega.

Es desde el amor que el sufrimiento de Cristo -y de toda la humanidad- deja de ser un castigo divino y una consecuencia lógica ineludible.

Por Cristo, la humanidad y muy especialmente los inocentes que sufren todo tipo de injusticias, se hermanan eternamente al Salvador en la humilde afirmación que no hay mayor amor que dar la vida por los demás. Como el grano de trigo que cae y muere con destino de pan, así la existencia se vuelve alimento del hermano cuando se ofrece incondicional y se reviste de esperanza y futuro.

Paz y Bien

Pedro, hacedor de puentes entre los hombres y Dios












Para el día de hoy (09/08/18):  

Evangelio según San Mateo 16, 13-23








Siempre es necesario ahondar en significados, ir más allá de la pura letra, orientarnos por referencias cordiales, simbólicas. Así, en la lectura que nos brinda la liturgia del día y en su mismo inicio, Jesús de Nazareth y sus discípulos han llegado a la zona de Cesarea de Filipo.
Esta coordenada que nos brinda el Evangelista no es casual ni fortuita; en tiempos del ministerio del Maestro había en Palestina dos ciudades con nombre similar, Cesarea marítima en el sur mediterráneo, y Cesarea de Filipo en las cercanías del monte Hermón, por los Altos del Golán.
En ese lugar y por el año 20 a.c. Herodes el Grande erige una estatua para honrar y rendir culto al César de Roma -Augusto-, pues a los césares se los deificaban a la misma altura que los dioses de la religión romana. Posteriormente uno de sus hijos, Filipo -hermano de Antipas, tetrarca de Galilea- ordena renombrar a la antigua ciudad de Panias, centro del culto al dios Pan, como Cesarea en honor al emperador romano, señal de sumisión y vasallaje. Las coronas de Antipas y Filipo dependían por entero del aval de los césares y se respaldaban con la fuerza de las legiones, una cuestión que disolvía aún más su escasa legimitidad.

Precisamente en esa ciudad en donde se adoran a dioses extraños y a falsos dioses como el César, allí en donde se aniquila la dignidad y el honor procurando migajas de un poder que domina pueblos enteros por la sumisión, la fuerza y la explotación, acontecerá un hecho de fé fundacional, magnífico en su esperanza, resplandeciente de futuro.

Pedro amaba con fervor al Maestro. A pesar de su carácter arrebatado y a menudo voluble, tuvo siempre un talante de amistad franca que aún hoy es infrecuente.
Frente a la gran pregunta que realiza Cristo -y ustedes, ¿quién dicen que soy?- quien responde de modo contundente -Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo-.
Su respuesta no es producto de un esfuerzo de su razón sino una profunda cuestión de fé, y Pedro responde de ese modo porque ha sido agraciado con esa fé que es don y misterio, pues sólo desde la fé reconocemos al Cristo Dios en Jesús de Nazareth.

Por ello Pedro tendrá por misión y vocación piedra y llaves. Piedra que sustente desde la fé y el servicio el edificio cordial de la Iglesia, sustento fraterno de la fé de sus hermanos, primado desde la caridad. Y las llaves implican un poder asombroso y despreciado por el mundo, el poder del perdón que restaura, levanta y reune a los dispersos.

A veces es probable que Pedro se extravíe en viejos prejuicios, en antiguas miserias. Pero cualquier oscuridad no podrá traspasar el ámbito filial y humilde de la mesa grande, y es en esos momentos en que Pedro tiene que volver a ubicarse tras los pasos de Cristo, seguir su huella, permitir que Ël lo guíe.

Pedro, pontífice pues su misión es ser hacedor de puentes entre los hombres y Dios.

Dios guarde y proteja siempre a Pedro.

Paz y Bien

Infinitas migajas de misericordia














Santo Domingo de Guzmán

Para el día de hoy (08/08/18) 

Evangelio según San Mateo 15, 21-28







La región de Tiro y Sidón, si bien bajo soberanía de Israel, durante siglos fueron objetivo primario de cuanta fuerza enemiga invasora pasara en camino al combate con los ejércitos judíos. Pero además, su situación fué variando con el correr del tiempo, siendo ocupadas militarmente y colonizadas en varias oportunidades por filisteos y por fenicios, todos ellos enemigos acérrimos del Pueblo Elegido.
Ello conllevó a que los judíos más cercanos a Jerusalem y, por lo tanto, al Templo y a la ortodoxia, tendieran sobre los habitantes de esos parajes un manto permanente de sospecha, rótulos de impureza, de extranjería contaminante, de heterodoxia, y preconceptos a menudo cruelmente peyorativos. Entre esas carátulas, estaba la de cananeo, que literalmente significa -además de habitante de Canaan- traficante o mercader menor.

En el episodio que nos ofrece la liturgia en el día de hoy, acontecen algunas transgresiones escandalosas para los estándares de aquel tiempo, que bien pueden trasponerse a nuestros días.
Por un lado, el ímpetu misionero del Maestro que no conoce fronteras, que se atreve a ir abiertamente a todos esos sitios sospechosos y marginales, en donde nada bueno cabe esperarse.
Por otro lado, la actitud de esa mujer: según las normas sociales de la época, ninguna mujer se dirigiría a ningún varón desconocido, menos aún en plena calle, excepto a su esposo o a su hijo. El apartarse de tales conductas implicaba automáticamente que se prejuzgara a una infractora así como una mujer de dudosa moralidad, indecente. De allí la molestia incomodidad de los discípulos, que tienen que soportar las súplicas gritonas y esa actitud de descaro de una mujer que, para colmo de males, es una extranjera, una impura, una extraña absoluta.

Y sorprende bastante, tal vez mucho, pues es dable presumir que la mujer deba insistir en sus gritos un buen trecho.
Jesús no es un milagrero ni un mago al que se le arrancan intervenciones espectaculares mediante acciones prefijadas, y ya está, como si nada. Es el rostro de un Dios para el que todo es personal, hay que acercarse a las puertas grandes de su corazón sagrado, por la vía cierta de la confianza. No se requiere tal vez exactitud -esa mujer lo llamaba Hijo de David, título impreciso que al Maestro no le gustaba- pero persiste con la tozudez de los que aman.

Ella intuye que ese rabbí galileo ha tendido una mesa inmensa, mucho más grande que la pequeña y exclusiva que muchos de los suyos relativizan. Ella sabe el valor de las migajas, tan valiosas en sí mismas porque provienen del pan bueno, de ese pan que a menudo olvidamos, el pan de la misericordia y la Salvación, el pan vivo bajado del cielo, Cristo, pan que ha de compartirse entre todos y que es alimento verdadero y definitivo.

Paz y Bien

Cristo nunca permitirá que Pedro se hunda















San Cayetano, presbítero
 
Para el día de hoy (07/08/18):  

Evangelio según San Mateo 14, 22-36







Mientras el Maestro despide a la multitud, ordena a los suyos que se embarquen y pasen a la otra orilla. Ese gesto tiene dos aspectos: por un lado, el puntualmente geográfico, pues ellos van hacia Betsaida, en tierras extranjeras cercanas a la Decápolis. La Buena Noticia no se acota solamente a Israel. Por otro lado, el plano simbólico y espiritual: los discípulos han de emigrar de los espacios de mundanidad, de poder, de dominios, mansos desertores de éxitos tóxicos y falaces. La enorme popularidad de Cristo es peligrosa, y el amago de nombrarle rey allí mismo trastoca la raíz misma del Reino de Dios, amor y servicio, y por eso hay que tomar distancia.

El Maestro está solo en la montaña, en oración. Suplica por la multitud que ha alimentado, suplica por los suyos que navegan, suplica por el Bautista asesinado, suplica por su misión.
A la distancia, los discípulos bogan hasta el cansancio, infructuosamente, no van a ningún lado por la bravura del mar, dolorido de temporales. Por más que se esfuercen, la tormenta los cimbrea de un lado al otro con saña, con la violencia del oleaje.
 
Ellos debían arribar a la otra orilla que les había indicado el Maestro, pero están varados allí, golpeados por unos embates de una tormenta que parece haberse apropiado de la barca.
 
Sólo cuando Cristo se dirige hacia los suyos, con la soberanía de Dios que lo hace caminar sobre todas las aguas borrascosas, la barca se sosiega, aún cuando ellos se aterren pensando que es un fantasma. Curiosa migración de un miedo a otro, miedo de ese Cristo que no se adapta a los prejuicios y esquemas que portan sin remedio.
Pero es Él, y no hay que desanimarse ni perder la fé. Cristo salvará de cualquier desastre a nuestras barcas vacilantes, hay que mantenerse firmes en la confianza.

Y agradecer. 
Las tormentas son necesarias, y a pesar de todos los temores, es menester atravesarlas para llegar a la otra orilla del Reino. Cristo no nos abandonará nunca.

Una humilde advertencia para enemigos y detractores, propios y ajenos: aunque vacile, Cristo nunca permitirá que Pedro se hunda.

Paz y Bien

ir arriba