Mesa de Cristo, recinto amplísimo de fraternidad y caridad















Domingo 26º durante el año

Para el día de hoy (30/09/18): 

Evangelio según San Marcos 9, 38-43. 45. 47-48









La afirmación de uno de los discípulos -Juan, aquél de carácter explosivo al igual que su hermano Santiago- se ubica dentro de la lógica de propiedad y pertenencia, de ámbito exclusivo y cerrado que no es privativo solamente de los primeros apóstoles, sino que tiene una continua persistencia. Han encontrado a otro que no es de ellos, que no pertenece a su grupo, a su pequeña comunidad, y que sin embargo expulsa demonios en nombre de Cristo.
Juan es en esta ocasión vocero de los demás, y expresa el temor al extraño, al que no es como uno, a una posible competencia, sin poner en primer lugar el bien que realiza. Es significativa la construcción discursiva: el énfasis no está puesto en que realiza milagros en nombre de Cristo, sino más bien en que "no es de los nuestros".

Criterio peligroso, pues refleja pensamientos de ser elegidos con exclusividad y portar derechos de gobierno, de poder post Mesías. Ceguera dolorosa que impide mirar y ver el bien y la verdad que puede florecer más allá de los círculos que cada vez cerramos más en pos de espacios que nos han sido dados y que no nos pertenecen.

El misterio trasciende escandalosamente las acotadas fronteras de los esquemas racionales, y es que hay una dimensión escondida del Reino proclamado por Jesús de Nazareth. Mujeres y hombres que no pertenecen a las estructuras eclesiales, pero que son fermento en la masa, que con cada sencillo gesto de cortesía, en cada pequeño servicio, en cada acción de justicia y liberación se convierten en Buena Noticia para los demás. Son esos mismos que pertenecen a otros rebaños del único Pastor, y que a menudo dejan de lado la hipócrita declamación pura de adhesión doctrinaria para proclamar con una existencia frutal su pertenencia cordial a la vida de la Gracia.

En esa comunidad cerrada -en esta comunidad cerrada que solemos ser- hay que abrir puertas y ventanas, especialmente las del corazón. Ventanas y puertas abiertas para que corra libre el viento del Espíritu que todo limpia y renueva.
No tenemos que dejar de añorar y soñar jamás una Iglesia así, una Iglesia que reconozca hermanos ante que se arrogue la veleidad soberbia de defender los derechos de Dios. La prioridad está en proteger y servir a los pequeños, amor que se encarna como Aquél que nada se ha reservado para sí y se ha hecho uno de nosotros.

A la obviedad la solemos pasar por alto, y es que hay pequeños porque otros se consideran y actúan como grandes, en escalones de superioridad. El mandato amable de la Buena Noticia nos llama hoy, desde el amor mayor de la cruz, a ceder nuestro lugar, un paso atrás para hacerse últimos al servicio del otro, para que el último dé un paso adelante hacia la plena vida de las hijas y los hijos de Dios, en el recinto amplísimo de la mesa compartida de Cristo, Iglesia peregrina de un Reino que es aquí y ahora.

Paz y Bien

Santos Arcángeles: una realidad trascendente que fecunda nuestra historia
















Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael

Para el día de hoy (29/09/18):  



Evangelio según San Juan 1, 47-51











Vivimos en un mundo donde tiene una altísima preponderancia la imagen, mundos inexistentes a los que las personas deben adecuarse y de las cuales se vive pendiente. Tal vez allí esté la impronta de los medios que han dejado de ser tales para convertirse en fines en sí mismos.

Pero por la fé sabemos que hay otra realidad, otra historia que supera el imperio de lo sensorial y las capas de ficciones varias.
Revelación, precisamente, implica quitar los velos a lo que normalmente se pasa por alto o no se puede ver, y Cristo nos ha revelado el rostro de un Dios que es Padre y que jamás se desentiende de la vida de sus hijos, un Dios totalmente implicado en la historia humana, tejiendo en este tiempo santo y propicio -kairós-, tiempo santo de Dios y el hombre, la eternidad en la cotidianeidad.

Los ángeles vienen a recordarnos esa dimensión trascendente de la historia, que está allí viva y palpitante aún cuando no querramos verla, aún cuando imbuídos por la locura cotidiana la pasemos por alto. Más aún, en el lenguaje bíblico la aparición de un ángel implica la acción y presencia de Dios.

Por eso la devoción a los santos ángeles es un humilde y afectuoso homenaje y memorial a esa realidad trascendente, a esa historia infinita de cielos abiertos, de puente con el Padre. En cada ser humano hay un reflejo de esa historia, una dimensión divina que es preciso cultivar con paciencia, cuidarla con amor, trabajarla con dedicación.

Quién como Dios! Dios es nuestra fuerza, Dios nos cura de todos los pecados.




El infinito, la eternidad, están aquí y ahora fecundando toda esperanza.


Paz y Bien

Cristo muere en la cruz para que no haya más crucificados















Para el día de hoy (28/09/18): 

Evangelio según San Lucas 9, 18-22









En el día de ayer contemplábamos en el Evangelio del día el creciente interés de Herodes Antipas en la figura de Jesús de Nazareth, y los interrogantes que también se suscitaban en las gentes. Que era el Bautista que regresaba, que Elías, que uno de los antiguos profetas, todos filtros que remitían a preconceptos pero, por sobre todo, al pasado: en la persona de Cristo acontece la novedad absoluta del Reino y el amor de Dios, que no pueden acotarse con criterios menores o mezquinos. De ese modo Cristo se volvía un desconocido al que le ponían diversos rótulos.

Hoy es momento propicio para que los discípulos respondan la gran pregunta, quién es Jesús para todos y cada uno de ellos.
Pedro habla en nombre de los Doce, y no sólo es el portavoz. Asoma, tal vez sin saberlo plenamente, su vocación y misión de ser la roca en donde se confirme la fé de sus hermanos. Pero en Pedro como en los demás prevalecen las viejas ideas a pesar de los caminos compartidos y las enseñanzas recibidas.
Pedro intuye que en el Maestro está la mano de Dios, pero lo identifica como el Mesías de nacionalismo judío, que añoraba a quien vendría a restaurar la gloria y el poder de Israel por sobre todos sus enemigos.

De allí la llamada imperiosa del Maestro a callar, a no anunciar eso al pueblo. El Cristo que aún deben conocer y re-conocer es el Cristo que sufre, esclavo de todos, servidor fiel que cambiará de una vez y para siempre las fronteras inmóviles de la muerte. Por el amor mayor ofrecido en la cruz, por su resurrección, la muerte no tendrá la última palabra, la vida prevalecerá eternamente.

La gran pregunta sea también un interrogante cotidiano para todos nosotros, abandonando todas las imágenes tergiversadas de un Mesías conveniente, light, haciendo nuestra Pascua hacia el Cristo de la cruz, el Cristo resucitado de nuestra salvación.

Paz y Bien 

A Cristo se lo conoce desde la fé, puente de encuentro entre el hombre y Dios
















Para el día de hoy (27/09/18):  


Evangelio según San Lucas 9, 7-9









La curiosidad que despertaba el ministerio de Jesús de Nazareth - sus palabras y sus acciones- influía sobre una multiplicidad creciente de personas. Entre ellos, como lo destaca el Evangelio para este día, la inquietud de Herodes Antipas.
Esta inquietud es ominosa: no tiene nada de inocente ni posee intenciones veraces u honradas. Quizás haya en su carácter cierta superstición subyacente, más en sí se trata de cuestiones de poder puro en donde no hay espacios para la ética, la pura praxis sin un carácter rector y trascendente. Él había ordenado la ejecución del Bautista, y el surgimiento del rabbí nazareno, su influencia creciente sobre el pueblo, implicaba también un peligro, una amenaza que quizás no termine de identificar pero una amenaza al fin. Y los poderosos aplastan a las amenazas, aún cuando suponga la muerte de un inocente, y es otro indicio de lo que acontecerá en la Pasión.

Algunos sostenían que el Maestro era el Bautista redivivo, expresando en voz alta la carga de conciencia del homicidio y algo de temor a una venganza. Otros, que Jesús era Elías, que regresaba para restaurar a Israel. Finalmente, otros afirmaban que se trataba de uno de los antiguos profetas que había resucitado.
Todos ellos, aún aquellos que lo hacían desde la perspectiva del poder, no lo conocían. Ante ellos hay un Cristo desconocido aunque lo puedan ver y escuchar, pues siguen intentando que encaje en los viejos moldes de sus prejuicios.

Grave problema. No más viejos moldes, pues la novedad de Cristo y el Reino es absoluta, y no se deja demarcar por todos los escasos parámetros que se pretendan imponer.

Cristo era un desconocido y aún lo sigue siendo. Porque sólo se le conoce desde la fé, don y misterio, puente de encuentro de la Salvación y el amor de Dios.

Paz y Bien

Tarea misionera, humildad y confianza















Para el día de hoy (26/09/18): 
 
Evangelio según San Lucas 9, 1-6








Si bien la Palabra para el día de hoy no es muy extensa, no por ello es menos intensa.
La convocatoria del Maestro es en tiempo presente y para todos y cada uno de nosotros, yendo en primer lugar a las Galileas de todos los márgenes.

Nada hemos de llevar: seremos pobres en medios para que éstos no se vuelvan más importantes que el fin mismo, se trata de ser pobres como Jesús, se trata de hacernos hermanos del que de todo carece.
Se trata de confiar en la Providencia, santa mano de Dios que no nos deja librados a nuestra suerte.

Y el envío es misión de alegría y liberación. Craso error cometemos si suponemos que se trata de ganar adeptos o hacer proselitismos que engrosen el número de participantes de una confesión.

Se trata de anunciar la mejor de las noticias, noticia de alegría perpetua, de que la muerte no tiene el final, de que Dios es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida.

Se trata de liberar al prójimo -cercano y lejano- de todo aquello que lo golpea y somete, que lo doblega e impide vivir en plena humanidad.

Se trata de anunciar que creemos en Alguien antes que en algo, y que por eso mismo queremos que vuelva a florecer la hospitalidad, que toda casa sea hogar de hermanos.

No es tarea de ingenuos, sino misión de mujeres y hombres que confían y permanecen fieles porque se saben acompañados -nunca solos-, y porque no hay tarea mejor que anunciar la Buena Noticia para que acontezca aquí y ahora el Reino.

Paz y Bien

Un tiempo nuevo de profundos vínculos espirituales













Para el día de hoy (25/09/18):  


Evangelio según San Lucas 8, 19-21








La escena que nos presenta el Evangelio para este día la podemos hallar también en el texto de Marcos, aunque quizás el planteo de Lucas implique una delicadeza frente a una dura situación que debía afrontar el Maestro, y que era precisamente su situación frente a sus familiares.
Hemos de tener en cuenta el rol preponderante de la familia amplia -el clan, la tribu- tenía en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth como guardianes de las tradiciones, protección de la identidad judía y refugio frente a las catástrofes posibles de la vida. Todo hubiera permanecido en aguas tranquilas y sin colapsos: sin embargo, a los treinta años ese hombre pobre y nazareno renuncia a formar una familia, a una esposa, a hijos y se larga a los caminos a enseñar cosas de Dios de una manera novedosa y sorprendente, juntándose a menudo con todos los descastados e impresentables de su tiempo, sanando a los enfermos, predicando a un Dios que es Padre y es amor.
Inevitablemente ello le llevó a un abierto conflicto con la dirigencia religiosa de su tiempo, a tal extremo que no podrá volver a enseñar en las sinagogas y será considerado un loco, un borracho, un endemoniado, un blasfemo irrecuperable, siendo esta última la acusación más seria pues, de confirmarse, conduciría al cadalso.

Por ello no es difícil imaginar el estupor de sus parientes, pues a ellos se refiere con exactitud la expresión semítica tu madre y tus hermanos. Ellos se hacen presente allí donde Cristo está rodeado de una multitud ávida de sus palabras para hacer cesar el escándalo que también acarrearía la ignominia a la veta familiar, para recuperar a ese Jesús que se ha extraviado y que de alguna manera está fuera de sus cabales.
Pero simbólicamente, implica también cierto conservadurismo peligroso que prefiere la dureza de lo conocido a los riesgos de toda novedad, el aferrarse a lo viejo con resignación abdicando de toda esperanza.

Con Cristo se ha inaugurado un tiempo nuevo y definitivo, en que los vínculos biológicos, culturales, sociales/nacionales y de índole similar -todos ellos valiosos e importantes- ceden el lugar a los vínculos trascendentes del espíritu: la plenitud humana -la felicidad- será para los que escuchan la Palabra de Dios con atención y la ponen en práctica, los que oyen y escuchan las enseñanzas del Verbo, encarnan la Buena Noticia y siguen sus pasos.

Más aún, se revela una dimensión asombrosa, y es la de un Dios que se ha llegado allí donde se resuelve cotidianamente esto que somos, un Dios que se hace pariente de toda la humanidad, pues la Madre -que es madre, hermana y discípula-, flor primera de la Gracia, ha inaugurado los nuevos tiempos de su nueva familia.

Paz y Bien

Nuestra Señora de la Merced: Dios escucha los clamores de liberación de su pueblo
















Nuestra Señora de la Merced

Para el día de hoy (24/09/18): 

Evangelio según San Lucas 8, 16-18








Al pié de esa cruz en donde su Hijo se moría, Ella permaneció en pié, firme aún cuando todos se escondían o estaban dispersos por el miedo o por la vergüenza. Su puro corazón, traspasado por esa espada cruel de dolores, permanece fiel y porta -a pesar de ese dolor inenarrable- una llama de esperanza que no se apaga ni desvanece a pesar de tanto horror, y en la sintonía de esa esperanza que es fruto primordial de la Gracia, se producirá el reencuentro con el Hijo Resucitado, el fin de los imposibles. La muerte física y todas las muertes no tienen ni tendrán la última palabra.

Al pié de esa cruz, como ofrenda de amor absoluto, el Hijo que entrega la vida para que no haya más crucificados, realiza su despojo mayor, y se desprende de la Madre, que ahora será Madre de todos sus hermanos. Mujer sin casa, su hogar estará allí en donde los hijos la reciban.

Como Madre, sigue permaneciendo fiel y firme al pié de la cruz de todos los hijos, a través de toda la historia. Cuando todos se van, Ella se queda, sufriendo con esas hijas y esos hijos doloridos, pero a la vez encarnando la esperanza, expresión amable y asombrosa de la solidaridad de un Dios que se encarna para hacerse hermano, vecino, Hijo amado, un Dios decididamente parcial, que se vuelca por entero y sin condiciones hacia los pobres, los pequeños, los cautivos.

Dios es misericordia que ha experimentado en su cuerpo y en toda su existencia, vida que se expande, y por ello María de Nazareth canta a ese Dios magnífico que tiene su mirada puesta en los pequeños, que redime a los cautivos y libera a los oprimidos, Dios fiel a todas sus promesas.

En su amor y fidelidad, María es Redentora desde su tenaz ternura de Madre que no tolera las cadenas que se impongan a ninguno de sus hijos. Y por ese amor cálido y eficaz, siempre está atenta cuando el vino de la vida se consume en la lobreguez de la humanidad apisonada, para avisarle al Hijo y para impulsar también a los amigos y hermanos del Hijo a que renueven los fervores y la piedad en el esfuerzo santo e inaplazable de la libertad.

Merced es misericordia. María es el rostro materno de un Dios que siempre escucha los clamores de liberación de su pueblo.

Que María de la Merced siga impulsándonos el corazón y las manos hacia el hermano cautivo, hacia su rescate, al restablecimiento de la dignidad única de ser hijas e hijos de Dios.
Que María de la Merced siga hablándole de todos y cada uno de nosotros al Hijo, para que el vino de la Gracia nunca se nos acabe.

María, Madre Redentora, Madre de la Merced, ruega por nosotros.

Paz y Bien

El privilegio de amar y servir















Domingo 25º durante el año

Para el día de hoy (23/09/18):  

Evangelio según San Marcos 9, 30-37 








Un paso importante en toda reflexión es la superación de la pura letra, de la literalidad superficial. Adentrarse en el mundo de signos y símbolos implica también la decisión de desertar de cualquier fundamentalismo, y en tal sentido signo es una señal inequívoca que nos dirige la mirad, mientras que símbolo -desde esa perspectiva- es una ventana que se nos abre y nos permite asomarnos a la trascendencia.

Siguiendo ese orden de ideas, ciertas cuestiones que se nos ofrecen en la lectura de este día pueden escapar a la impuesta limitación de esa literalidad. Así, casa y camino serán para nosotros mucho más que espacios específicos, y remiten a una realidad mucho más profunda.
En numerosas ocasiones podemos encontrar al Maestro enseñando tanto dentro de una casa como en el andar junto a los suyos por un camino; el Señor tenía especial preferencia tanto por la casa como por el camino como  ámbitos de revelación y encuentro con la realidad de Dios.

La casa será entonces el ámbito familiar de calidez hogareña en donde se espeja la Iglesia -nueva familia, nuevo pueblo-, en la casa surgirá el nuevo culto alrededor del pan compartido y el servicio, la vida que se ofrece. Cuando el Maestro es execrado del sistema sinagogal, ese culto se desarrollará en ese espacio familiar, quizás porque el culto verdadero no pasa por el sitio y las fórmulas sino por los corazones, y es al calor de los corazones donde florece la vida nueva. No podemos pasar por alto, como gratos ejemplos, al hogar familiar de Pedro y Andrés, la restitución de la salud de la suegra de Pedro, las gentes que se agolpaban en la puerta, hambrientas de verdad; tampoco podemos olvidarnos del hogar de Lázaro, María y Marta de Betania en donde el Maestro estaba a sus anchas.
Jesús de Nazareth no tenía casa propia: de niño y de adolescente, su casa era la de su padre carpintero. Ya hombre, su casa será el hogar de sus amigos, allí mismo en donde lo reciban con calidez.

El camino responde a otras aspiraciones más universales; su referencia explícita al movimiento está íntimamente asociada a lo vital y, por contraposición, opuesto a cualquier parálisis mortal. El Señor, que se revela Él mismo camino, abre las aguas, y camino no será solamente la ruta que se anda, sino la existencia que se transforma junto a Su persona.

Casa y camino son decisivos. Las ambiciones erróneas de los discípulos los empujan a equivocar la huella, veredas de poder, de dominio, del ego sin mesura. Aún así, en el nuevo tiempo de la Gracia no se trata de refutar esas posturas, sino de imaginarse mundos nuevos, desde otra mirada amplísima, la mirada de Dios.
Por eso el poder verdadero será el servicio, y esta nueva familia se edifica desde el amor, desde la alegre renuncia al egoísmo, desde la oblación de la propia existencia para el bien de los demás, teniendo por centro de importancia y gravitación de esa familia a los pequeños, a los que no cuentan, a los que nadie vé ni tiene en cuenta. No hay en la familia del Maestro otro privilegio que el de amar y servir.

Paz y Bien

Atrevidos e incansables sembradores de la Palabra de Dios

















Para el día de hoy (22/09/18): 

Evangelio según San Lucas 8, 4-15










Diversos son los tipos de terrenos que podían encontrarse en la Palestina del siglo I, que tanto Jesús como las gentes que le escuchaban conocían bien. Terrenos cuidados por labriegos, roturados con frecuencia y con una adecuada rotación de cultivos, para mantenerlos siempre sanos, pero que a menudo están cruzados por rutas y calzadas, con nutridos vehículos y caminantes. Terrenos en los que abundan las piedras, los roquedales y la arcilla que empuja, en donde difícilmente pueda hundirse cualquier raíz. Terrenos abandonados, baldíos, en donde con facilidad la cizaña se mimetiza con el trigo y acaba desalojando al grano que debería ser pan bueno. Terrenos fértiles, humíferos, en donde maravillosamente todo puede crecer.

Y en una zona tan pequeña como esa, a menudo los diversos tipos de terrenos conviven, son parte del mismo país.

Pero todos tienen en común, en mayor medida, tierra, tierra en donde a pesar de las características a menudo complejas y difíciles, siempre está latente la posibilidad de una germinación o un crecimiento.

Sin abundar en análisis ajenos a nuestra capacidad, es importante detenerse en la actitud del sembrador. Parecería despreocupado, quizás algo tonto. Esparcir semillas en terrenos dudosos.

Nada de eso.

El sembrador tiene una confianza enorme e inquebrantable, y aún a sabiendas de los riesgos de esterilidad potencial, sigue sin pausa ni desmayos en su tarea, porque pone sus manos, su esfuerzo y su corazón en la bondad maravillosa de la semilla, una semilla que a menudo es pequeña pero que cae en tierra, germina, crece y produce rindes asombrosos, inesperados, incalculables, en el tiempo de la Gracia, del amor infinito de Dios.

No podemos dejar de sembrar, por ningún motivo y bajo ninguna excusa. La siembra, claro está, no se efectúa siempre con prédicas orales. La mejor prédica es una vida que exprese en cada latido la Buena Noticia.

Es menester atreverse a sembrar, a fuer de adquirir rótulos menores de ingenuidad. La semilla puede germinar en terrenos insospechados, y a veces los pequeños yuyitos pueden transformarse en robustos árboles de sombra bienhechora y abundantes frutos

La semilla es la Palabra de Dios, la tierra es el hombre, y la Encarnación de Dios nos recuerda en su tenaz ternura y en su firme humildad que todo es posible.

Paz y Bien

El discipulado es seguir los pasos de Aquél que no cesa de buscarnos















San Mateo, apóstol y evangelista

Para el día de hoy (21/09/18):  


Evangelio según San Mateo 9, 9-13










Ser un publicano, en tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth en Tierra Santa no era cosa fácil.
 
Los publicanos eran los funcionarios que recaudaban los tributos debidos al ocupante romano; Roma castigaba con la pena capital a los evasores, pues entendía el no pago de impuestos como un acto sedicioso que, por ello mismo, debía ser rápidamente reprimido con violencia. Pero los publicanos, a su vez, solían aprovechar de su posición de recaudador -apoyados por la fuerza militar- para prácticas extorsivas y corruptas en su propio beneficio.
 
Por colaboradores de opresor imperial y por extorsionadores, eran odiados en fiero silencio por todo el pueblo, traidores y corruptos. Pero para las autoridades religiosas, a causa de las estrictas normas de pureza ritual, los publicanos estaban imposibilitados de participar del culto y la vida religiosa de Israel por su estrecho contacto con monedas extrañas y su trato habitual con extranjeros.

Impuros rituales y execrables vecinos, estaban encasillados en un ostracismo perpetuo. Aún así, y a pesar de todo el daño que conferían -especialmente a los más pobres-, sus prácticas usuales los iban encerrando en su propia miseria. El corrupto, que dispensa muerte y miseria, muere en su alma sin destino.

Nadie en su sano juicio invitaría a un publicano a su casa, y menos se sentaría a la misma mesa a compartir pan y vino. Lejos los miserables, fuera de aquí.

Por todo ese entorno tan rígido y contundente, la llamada e invitación del Maestro al publicano Leví/Mateo no deja de sorprender. Expresa el tenor primordial de la misión de Cristo, que es el rescate de los perdidos, la sanación de los enfermos, la recuperación de los que se han extraviado, aún cuando todo indique que no más, que es suficiente, que no hay solución posible.
Expresa también que para el Dios de Jesús de Nazareth no cuenta tanto lo que se haya hecho en el pasado, sino la posibilidad de transformar el presente junto a Él y, con Él, soñar un futuro cuyos cimientos, con paciencia y esfuerzo, se establecen hoy mismo.

Seguimiento, y por tanto fé, no es la adhesión doctrinal ni la pertenencia grupal o institucional sino seguir los pasos de Aquél que ha salido a buscarnos y que nos encuentra en nuestra cotidianeidad, para que las mesas de los tributos, de las miserias, de los dolores se transformen en mesas de hermanos en donde se comparta y celebre la vida.

Paz y Bien

La profunda hospitalidad, recibir a Cristo en el corazón















Para el día de hoy (20/09/18): 

Evangelio según San Lucas 7, 36-50










Simón, fariseo notable, invita a Jesús de Nazareth a comer con él. Probablemente ello responda a varias cuestiones: por un lado, la presencia de un rabbí -de cualquier rabbí- incrementa el prestigio del dueño de casa. Por otro lado, ese rabbí nazareno debe despertar en Simón una cierta incógnita, por todas las cosas que de Él se dicen, por por el revuelo que su presencia, sus acciones provocan en el pueblo y en sus pares religiosos.

Pero también Simón no puede con su genio: prisionero de sus prejuicios y atrapado en unos esquemas harto rígidos que poco tienen de religiosos, está atento a cualquier actitud reprochable o heterodoxa del joven maestro galileo.
En aquellos tiempos, las normas de urbanidad y hospitalidad implicaban lavar los pies del invitado recién llegado, pues los caminos de la Palestina del siglo I eran habitualmente muy polvorientos; se lo recibe al invitado besando sus mejillas, en un símbolico Shalom ofrecido cordialmente, y más aún, a un convidado de relevancia se le ungen los cabellos con algún perfume costoso, realzando el honor que confiere su presencia en ese hogar.

Deliberadamente y como un sutil y tácito insulto, Simón pasa por alto estas acciones. Quizás a su manera está expresando un desprecio a ese Maestro que no tiene pliegos académicos que exhibir, que es pobre de toda pobreza, amigo de todos los despreciados, galileo y por ello sospechoso de religiosidad débil y torcida por ser de las periferias.

Una mesa judía farisea tiene un ritual especial, pasos formales y precisos. Sin embargo, la irrupción de una mujer se asemeja a una tormenta de verano.
El nombre omitido tiene que ver con una clasificación condenatoria: es mujer, por lo tanto tiene menos derechos que un varón, pero además es una pecadora pública, es decir, que socialmente son conocidas sus miserias y pecados. De allí quizás provenga el epíteto de mujer pública cuando se evita el rótulo de prostituta, o de palabras más fuertes, y quizás una lectura superficial y torpe nos haga arribar a esos terrenos pantanosos.
Para colmo de males, irrumpe en la estancia sin pedir permiso, ajena a su no-condición de persona habilitada. Es menester tener en cuenta siempre que se haga lo que se haga, se imponga lo que se imponga -aún cuando se haga bajo pretextos religiosos- no se puede impedir que las gentes se acerquen con el corazón el la mano a ese Cristo que a nadie pertenece porque se brinda a todos.

Ese mismo Cristo permite sin ningún problema que esa mujer, anegada en llanto, bese sus pies, los lave y los seque con sus cabellos, y que unja sus cabellos con perfume. Se ubica detrás de Jesús al modo de los esclavos. A Cristo nunca le importó demasiado el qué dirán, sin embargo los hombres que lo observan con atención -representados por Simón el fariseo- se escandalizan. Si fuera en verdad un Maestro y un profeta, Jesús de Nazareth no lo permitiría, no se contaminaría con una impura total, absoluta.
La tradición manda eso: pero hay tradiciones que son traiciones cuando se olvidan del Dios que les confiere sentido.

El perfume que inunda la estancia por caer sobre los cabellos del Maestro es la respuesta cordial y agradecida de la Misericordia que se encarna en Cristo. Esa mujer despliega la mejor de las hospitalidades, la verdadera, la de recibir al Señor en su corazón que derrama bondad, misericordia, perdón que nos salva.

Paz y Bien

Que la Sabiduría que proviene del Espíritu nos conduzca a buenos puertos
















Para el día de hoy (19/09/18): 

Evangelio según San Lucas 7, 31-35










La alegoría que Jesús de Nazareth nos plantea desde la Palabra es una dura invectiva, un lamento y un llamado de atención y una invitación para todos nosotros.

Su invectiva no se expresa de manera abstracta y global, sino que tiene destinatarios claramente identificables: los dirigentes religiosos de su tiempo. Ellos, aferrados a sus esquemas y a sus principios, actúan de un modo pueril y caprichoso con tal de autojustificarse; han edificado una religión plagada de normas que oprime al pueblo y les garantiza poder cuasi absoluto, pero en ese ámbito estrecho no hay lugar para Dios ni para el prójimo.
No son capaces de ver más allá de ellos mismos.

Al Bautista, en su ascética integridad, lo criticaban y repudiaban diciendo que estaba endemoniado, un loco peligroso. Al Maestro, que celebraba la vida como don amoroso de Dios y compartía mesa, pan y vino con todos sin restricciones, y en especial con los excluidos y descastados, lo tratan de glotón y borracho, que se atreve a juntarse con pecadores públicos, con impuros sociales.

Esos prejuicios al Maestro le duelen en las honduras de su alma, pues esos hombres se placen de la ceguera en la que están inmersos.
Y entre esos hombres, en sus actitudes, podemos quizás espejarnos.

Por eso la llamada de atención y la invitación.
Los caminos de Dios, sin dudas, no son los nuestros. Pero lo imposible se trasciende y supera en Cristo.

La Sabiduría es el plan de Dios expresado en el amor infinito de su Hijo, vivir como Él vivía, amar como Él amaba. Nunca, jamás abdicar de la esperanza. Confiar en Aquél que todo lo podemos.
Pero muy especialmente, sabiduría es tener mirada y corazón transparentes para descubrir las huellas del Creador en todas partes, en cada rostro, en los actos de justicia, de liberación, de solidaridad, de bondad, en el don bondadoso de una naturaleza que solemos agredir con nuestra indiferencia.

Que esa Sabiduría que proviene del Espíritu nos conduzca a buenos puertos.

Paz y Bien

Atreverse a tender una mano hacia los que agonizan en las tinieblas de la exclusión y en las sombras de la muerte

















Para el día de hoy (18/09/18):
 
Evangelio según San Lucas 7, 11-17








La escena es tristísima, y seguramente la mirada del Maestro se conmovió en sus mismas entrañas: ese grupo de gente acompañando al cementerio a esa mujer en las honduras de su dolor y su soledad total. No debe haber dolor tan profundo como despedir a un hijo.

Pero Jesús vé más allá: mira a una mujer abandonada a su suerte, una muerte que viene programándose aún cuando su corazón siga latiendo. Es mujer, por lo tanto no tiene derechos excepto aquellos que le llegan como sobras desde la mesa de los deseos del esposo: cada mujer era -literalmente- considerada propiedad del marido, objeto destinado al cuidado de la casa y a parir la prole.
En el caso del Evangelio para el día de hoy, es una mujer que ya ha quedado en el desamparo al quedarse viuda; sólo resta esperar protección y cuidado de otro varón de la familia -su hijo- y esta última garantía que le quedaba vá camino a su tumba. Está muerta socialmente, en el más absoluto desamparo, y ese cortejo fúnebre es por la madre y por el hijo, y somos conocedores de muchos cortejos -a menudo, integramos varios de ellos, cortejos de resignación y de aceptación silenciosa de lo que impone la muerte a los demás.

Como un signo para todos los tiempos, a Jesús no le importa transgredir todo aquello que, aunque esté férreamente establecido como costumbre y tradición, sea contrario a la Buena Noticia de su Padre. No hay tabú ni regulación que pueda detener sus pasos ni esa misericordia entrañable que lo impulsa.

La Ley prohibía taxativamente todo contacto con cadáveres y con todo lo que se relacione con la muerte pues era consecuencia directa de la impureza ritual. Esa impureza implicaba ser separado de la comunidad pues esa impureza era considerada maldición contagiosa que impedía la relación con el Dios de Israel.

En un solo gesto, Jesús de Nazareth se atreve a ser considerado impuro y blasfemo, a ser excluido de toda vida social, a ser despreciado y condenado por almas mezquinamente establecidas que habitualmente se creen mejores y más puros que los otros, con derecho a decidir la salvación o condenación de otros.
Ese gesto de tocar el féretro es el verdadero milagro que la Palabra nos regala el día de hoy.

Es un gesto simple, sencillo y a veces inadvertido, la humildad de una mano tendida hacia quien está considerado muerto, es decir, olvidado e ignorado, social y religiosamente destinado a habitar un mundo que tiene mucho de necrópolis, hogar de aquellos que sólo entienden como paz la quietud de los cementerios.

Más aún: las primeras palabras de Jesús no van previsiblemente hacia el hijo yacente en el ataúd, sino que son palabras de consuelo hacia esa madre muerta en vida. En el -No llores- se condensa toda la Buena Noticia, la compasión, la ternura, la vida que prevalece aún cuando todo grite que nó, que es tiempo de llantos.

La gente lo sabe, lo intuye, se dá cuenta: está entre ellos el más grande de los profetas, Dios que visita y se queda con su pueblo, dos vidas rescatadas para la vida.

Quizás no haya otra misión más importante que ésta para la Iglesia: atreverse a tender una mano hacia los que agonizan en las tinieblas de la exclusión y en las sombras de la muerte, misión de rescate y de abrazo sin pedir permiso, asumiendo todo riesgo, signo cierto de que Dios se ha quedado y vive entre su pueblo.

Paz y Bien

La buena tierra de la confianza y la humildad
















Para el día de hoy (17/09/18):  


Evangelio según San Lucas 7, 1-10





Como su nombre lo sugiere, un centurión era un oficial que mandaba sobre una unidad de cien hombres; este oficial y esta clasificación solía ser parte de la estructura militar romana, aunque por el destino -Cafarnaúm- era muy probable que formara parte de los mercenarios contratados por Herodes Antipas para mantener el orden público. Las legiones romanas estaban estacionadas en otras áreas cercanas.

Siendo un militar de origen romano, sus orígenes seguramente fueran politeístas, concordantes con la fé imperial: por ello, como pagano, es un impuro que la rigurosidad religiosa de aquel tiempo desprecia. Ello se agrava con su identidad extranjera, cuyo poder militar humilla y oprime la Tierra Santa de Israel, con lo cual deviene un proscrito ajeno a la bendición divina.

Este soldado muestra, por un lado, ciertos rasgos bondadosos que no se corresponden con su oficio, respetuoso de la nación judía y de su religión, al punto de edificar una sinagoga. Pero por otro lado manifiesta una demoledora humildad, producto quizás de considerarse indigno y ajeno de ese Cristo que se llega hasta su ciudad que es su existencia.
En principio algunos notables de la ciudad, y luego algunos amigos suyos hablan por él, y transmiten su súplica. No sólo amerita una distancia absoluta entre Cristo y su persona, sino que tampoco se atreve a dirigirle la palabra directamente, quizás intuyendo cosas de un Dios totalmente otro, infinitamente distante, opuesto a un mundo que sólo expres opresión, muerte y dolor.

Aún cuando la distancia entre el Creador y la creatura es en verdad insalvable, ha quedado tendido un puente cordial y definitivo en Jesucristo.
Aún cuando todo sugiera que la fé sea un tema de pertenencias, rituales y doctrinas, desde ese Cristo que nos visita descubrimos que es una profunda cuestión de confianza y de vínculo personal.

De eso se trata la fé del centurión, de humildad y de confianza en Jesús de Nazareth y en la eficacia de Su Palabra a pesar de no contarse dentro del pueblo elegido.

Aunque nos descubramos indignos, Cristo sigue haciéndose presente en esa casa que es nuestra vida.

Paz y Bien

Cristo Mesías, presencia y memoria














24º Domingo durante el año

Para el día de hoy (16/09/18): 

Evangelio según San Marcos 8, 27-35









La geografía bíblica es muy interesante e importante a la vez: nos ayuda a situarnos históricamente en aquellos sitios por donde aconteció el ministerio de Jesús de Nazareth, sus variantes culturales, sociales, políticas, las influencias del clima, lo reducido de los espacios físicos. Pero a su vez hay una geografía teológica, el ámbito espiritual y terreno de lo simbólico en donde hemos de abrevar para ubicarnos en la verdad del Espíritu que quiere conducirnos a la tierra prometida de la Salvación.

La mención del Evangelista no es fortuita ni circunstancial: Cesarea de Filipo es en donde reside el poder de un tetrarca tan brutal como su hermano Herodes Antipas, poder que depende en gran medida del respaldo de las legiones romanas pues es vasallo del imperio. La ciudad ha sido edificada en honor al César -de allí su nombre-, el opresor al que se considera un dios. En esos sitios es difícil que germinen las esperanzas mesiánicas, que haya espacios cordiales para Dios, y más aún: con siniestra regularidad se aplasta a aquellos que encienden antorchas de un tiempo nuevo, los profetas. Se mata a los profetas con eficacia y rapidez, con la pura lógica del poder, y es en ese mismo orden de ideas que se presuponga que, precisamente allí, no se espere nada bueno ni nuevo.

Así la pregunta que Jesús hace a sus discípulos en sí misma anticipa una enseñanza que debe golpearnos las resignaciones: hasta en los reductos de las sombras más abigarradas puede hacerse presente la Salvación en la persona del Cristo que siempre llega.

Las respuestas que el Maestro obtiene de los suyos y de lo que las gentes piensan refieren al Bautista, a Elías, a los profetas. En cierto modo es elogioso, pues depositan en la persona del rabbí nazareno las esperanzas tradicionales de su pueblo, toda la historia y las ansias de liberación de su nación. Pero también en ello hay un peligro escondido, pues los viejos esquemas son tan cerrados que impiden reconocer en Jesús de Nazareth al Mesías.
Peor aún: es ornar al Mesías con los propios colores de sus angustias y proyectos, dejando de lado a la realidad del Cristo pobre, caminante, Dios encarnado. Y así, se explayan los mesianismos mundanos de gloria que se impone, de victorias por el uso inmisericorde de la fuerza, de reemplazos de gobernantes y mutación de poderes sin ninguna trascendencia ni conversión.

Aunque Pedro, con el fuego del Espíritu, se encienda en verdad al proclamar que Jesús de Nazareth es el Mesías, aún es incapaz de hacer su Pascua, el éxodo de esas prisiones interiores.
Terrible tentación la de pretender indicarle con talante reprensivo a Cristo cómo debe ser y actuar, conforme a las estampitas que uno mismo se imprime, y reclamarle con enojos cuando no se adecua a esa caricatura,

Porque el Mesías, Cristo hermano y Señor es el Cristo de la Pasión el de la vida ofrecida como amor mayor, total, definitivo.
La Pasión, a pesar de todos los preconceptos, está en los planes de Dios. Ello no implica aferrarse al tótem infame de un dios cruel sediento de sangre, sino a un Dios que es Padre, que se hace uno de nosotros, que se entrega sin medida a las garras de la muerte para que todos vivan. La Resurrección trastoca todos los cálculos, la Resurrección reafirma la preeminencia del amor, la Resurrección es la ratificación definitiva de la vida, la alegre y mansa certeza de que la muerte, de que todas las muertes no tienen la última palabra.

Pasión y Resurrección son los dos aspectos absolutos e inseparables del amor infinito de Dios.

Seguir los pasos de este Mesías no es cosa fácil. Es atreverse a ser un marginal en favor de la vida y la liberación del hermano, mansedumbre que no es cobardía, una lluvia de desprecios por mantenerse firme en los brazos de una providencia que se actualiza por la buena ventura del Espíritu que nos sostiene, cargando al hombro todas las miserias propias y de los otros. Aunque seamos mínimos, aliviar la carga del otro es un paso enorme y una señal de maravilloso escándalo de la Gracia de Dios.

Porque aunque todo diga que nó, todo es posible para Dios. Es el tiempo en que se desdibujan los no se puede por el amor generoso, total e incondicional de Dios para con toda la humanidad expresado en el Cristo que siempre nos busca.

Paz y Bien

María de Nazareth, Madre Dolorosa, tan parecida a Dios















Nuestra Señora de los Dolores

Para el día de hoy (15/09/18): 

Evangelio según San Juan 19, 25-27







La pequeña muchacha galilea no salía de su asombro: primero, el saludo respetuoso y cálido del Mensajero, y justamente a ella, la más pequeña entre los pequeños.
Y un Dios enamorado de Ella que le pide permiso.

Un Dios que se crece al calor de sus entrañas, un Hijo que nacerá en la miseria, y que Ella no deja de mirar y ver con sus ojos grandes, tan grandes como su corazón.
Un Niño que es Hijo, Maestro y Señor, un Dios que se le parece, que tiene su mirada, un Dios que se descubre en su rostro, de tan parecidos que son.

Es claro que no tiene solamente un parecido físico -que sin duda lo hay-. Tampoco que Ella es muy parecida a su Dios -que es el nuestro.

Dios se le parece, y ello no es ese falso ídolo triste que solemos inventarnos para nuestra conveniencia, sino que el Dios del Universo muestra su rostro materno a través de sus ojos morenos y mansos.

Dios se le parece, y Ella lo cantará con voz fuerte y confiada: Dios defiende a los pobres, auxilia a los oprimidos, rescata a los olvidados, derriba a los poderosos, dispersa a los soberbios, un Dios que siempre cumple y paga al contado lo que promete.

Dios se le parece, y Ella lo dice desde su silencio humilde, acompañando siempre a ese Hijo al que, a veces, quizás no entendía pero que siempre volvía a gestarlo pacientemente corazón adentro.

Dios se le parece, por eso Ella se preocupará de que toda fiesta no se apague, de que haya vino bueno, de que hagamos lo que Él nos diga.

Dios se le parece, por eso Ella permanecerá de pié aún en su dolor mayor, viendo morir a ese Hijo quebrantado, torturado, que carga cruz de suplicio y maldición, de humillación y soledad. Ella permanece por fé y fidelidad, dos palabras de igual raíz, dos vertientes del mismo río.

Dios se le parece, porque aunque se desviva por el sufrimiento de los hijos no se abandona al pesar ni se resigna a la tristeza, ni permite que se apague su esperanza.

Dios se le parece, porque su Dios y Ella no tienen casa propia: desde esa cruz del Redentor, su casa será aquella en donde vivan sus hijas e hijos, su hogar estará en donde se le reciba, imagen y signo de aquella posada que les fue negada en las urgencias del parto.

Dios se le parece porque es olvido de sí mismo y entrega sin medida al cuidado de los demás.
María, Dios se te parece porque como vos, es siempre presencia constante aún cuando campee el dolor.

Paz y Bien

La Cruz que levantamos como señal de auxilio, bandera y horizonte














La Exaltación de la Santa Cruz

Para el día de hoy (14/09/18):  

 
Evangelio según San Juan 3, 13-17







Hoy celebramos la Exaltación de la Santa Cruz. Es, cuanto menos, una celebración extraña y contradictoria, porque la cruz fué, es y será motivo de escándalo.
Porque inmersos en mares oscilantes de materialismo y hedonismo, y también en yertos campos citadinos plagados de miseria y sufrimiento, pareciera que se ensalzara el dolor y el sufrimiento.

Algunos sienten una natural repulsión; los romanos no se andaban con vueltas a la hora del verdugo y de la ejecución de los que ellos consideraban criminales, terrible show cruel y sangriento. Otros sólo utilizarán un símbolo, los dos maderos cruzados que no tienen mayor sentido si no está el Crucificado. Otros se aferrarán al espanto y a la sangre vertida. Otras almas muy mezquinas quieren confundir a los pequeños con sesudos argumentos que pretenden indicar que el Maestro no ha muerto en esa cruz sino mediante otro método, otro tiempo, otro sentido.

Nosotros, desde el silencio, enarbolamos la Santa Cruz de Jesús de Nazareth porque es la señal certera del amor mayor, de la ternura de un Dios pobre absoluto, que de todo se despoja -eternidad, hijo, existencia- para que todos vivan, para que nadie más sea ejecutado, para que no haya más crucificados en ningún tiempo histórico.

Esos maderos no se cruzan de manera casual: uno de ellos apunta hacia ese cielo que le dá sentido y trascendencia. El otro, hacia los lados, se dirige al prójimo reconociendo y abrazando hermanos.
Allí en donde parece que todo finaliza de la peor manera, allí merced a ese amor entrañable, todo dá comienzo, un comienzo definitivo de Resurrección.

¿Dónde está ese Dios al que solemos reclamar cuando nos sumergimos en marejadas de dolor, de tristeza e injusticia?
Ese Cristo vuelve a estar allí, crucificado, para que recuperemos la vida, existencia ofrecida para que ninguno se pierda.

Esa es la cruz que enarbolamos como señal de auxilio, como bandera, como horizonte.

Paz y Bien

La historia humana en clave de misericordia













Para el día de hoy (13/09/18): 

Evangelio según San Lucas 6, 27-36





La superación de la pura letra, el arribo a la tierra prometida del Corazón Sagrado de Dios es convite primordial de la vida cristiana.
Es claro que en el plano de nuestras limitadas existencias y abundantes miserias, necesariamente nos regimos por leyes o normas de convivencia; pero aún cuando éstas tengan su significado, se limitan en aras del mundo, en la cerrazón de su no-trascendencia.

Por ello escuchar al Maestro proclamar la Buena Noticia y en ella destacar que es fundamental a ella amar al enemigo, a quien nos odia o a quien procura nuestro mal es escalofriante. En cierto modo, es elegir morir antes que buscar venganza o, mejor aún, primun non nocere, primero no hacer daño.

Pero hay más, siempre hay más.
En parte, Jesús de Nazareth inaugura un tiempo distinto en donde los pueblos no adquieren significado por sí mismos, es decir, en proyectos en donde se busca únicamente el propio beneficio sin importar otras consecuencias. En el ámbito personal, implica una expresa renuncia al ego, un éxodo del yo para pasar a un nosotros sin exclusiones.
Pero fundamentalmente, viene a despertarnos de todos los sopores con la urgencia del amor, que no es abstracto ni ensueño romántico sino bien concreto, hasta sanguíneo si se quiere. La Pasión del Señor da fé de ello. Aún así, seguimos aferrados a amores rituales y cerrados a los propios.

El apóstol Pablo lo enseña con claridad: tengamos los sentimientos de Cristo Nuestro Señor. Nada se guardó celosamente. Se despojo de su condición divina anonadándose para que estemos vivos, para nuestra Salvación.

Así, el amor a los enemigos sólo adquiere sentido y puede comprenderse en clave de misericordia, que es el amor de Dios con nosotros.
Vivir como Cristo vivía, amar como Él amaba es la magnífica ilógica y la santa invitación a convertir nuestras existencias, a ser hijos dignos de Aquél que nos amó primero.

Paz y Bien

Felices los que creen y confían













Para el día de hoy (12/09/18):  


Evangelio según San Lucas 6, 20-26







Frente a cierta religiosidad abstracta -la que se suele acotar al culto y las normas pero no mucho más- las Bienaventuranzas son, cuanto menos, inconvenientes. Por ello suelen interpretarse con múltiples capas de ligereza, quizás con el fin de desencarnarlas, que no comprometan, que no cuestionen, que no conmuevan.

Pero las Bienaventuranzas, en realidad, no pretenden invertir la escala de valores del mundo ni ofrecer una alternativa de tinte ideológico. Antes bien, son la revelación del amoroso sueño de Dios para el hombre, que es su bien, su alegría, su felicidad. Por eso mismo las Bienaventuranzas son un don de Cristo para re-edificar el mundo, la vida cotidiana conforme a ese sueño del Padre, porque todo está al revés, todo parece amilanar la humanidad y menoscabar los corazones.

Felices los pobres, claro que sí, porque con Cristo y su Iglesia se enciende la esperanza que se había ido apagando para que todo vuelva a un cauce de justifica y fraternidad, pero felices también los pobres de espíritu, es decir, aquellos que se han despojado de todo pues su único bien es Dios, y su único interés es el servicio al prójimo.
Felices los que lloran, porque la risa, la celebración es posible aquí y ahora si nos lo proponemos y ponemos manos a la obra. Felices los hambrientos, porque siempre hay lugar para uno más en la mesa de los hermanos, mesa de fraternidad y de justicia.
Felices los perseguidos, insultados y denostados a causa de la fidelidad al Evangelio: esas persecuciones y esos dolores son inevitables, pues para un mundo establecido en torno al poder y al dinero la santa ilógica de la Gracia y del amor son una amenaza.

Grave advertencia también para los poderosos, para los satisfechos, para los que miran para otro lado, corazones sin destino ni cielo.

Felices entonces los que creen, porque la eternidad comienza aquí y ahora, confiando, trabajando, creyendo, sirviendo, haciéndonos Palabra y pan para el hermano.

Paz y Bien

Subir a la montaña a diario, al encuentro orante del Padre














Para el día de hoy (11/09/18):  


Evangelio según San Lucas 6, 12-19








La lectura que nos brinda la liturgia del día parece oscilar entre dos planos, las alturas de la montaña en donde Jesús de Nazareth ha subido a orar y el llano donde desciende y se encuentra con una multitud de personas que llegan de todas partes, hambrientos de escuchar su Palabra, heridos de mil y una dolencias, suplicantes de la misericordia sanadora de Cristo.

En tanto connotación simbólica, la montaña es el ámbito propicio para el encuentro con Dios, para la revelación divina, para las teofanías. A modo de simple racconto, podemos rememorar el ascenso de Moisés para recibir la Ley de Dios, la Transfiguración del Señor en el monte Tabor, la significativa relevancia para Israel del monte Sión.
El Maestro sube a la montaña para el encuentro y la profunda comunión con el Padre, y lo hace previamente a la elección de los apóstoles. Aún siendo el Hijo de Dios reza, suplica para elegir bien, pues esos discípulos serán otros tantos Cristos a los cuatro rumbos. Pero lo fundamental es que el diálogo con el Padre nunca se quebranta, es permanente, toda su vida es orante, aún en las durísimas horas de la Pasión.

Desde ese clima de encuentro y luz, el Maestro elige a los apóstoles, doce que representan al pueblo santo de Israel -las doce tribus-, pero también hay una significación numérica: en el universo simbólico judío, el número tres representa lo divino la plenitud, y cuatro los puntos cardinales. De allí, coincidentemente, la elección de doce enviados, la plenitud que se multiplica a los cuatro rumbos, a todas las naciones.

Luego, Él bajará al llano, allí en esa meseta poblada de dolientes, de tantas ovejas abandonadas a su suerte, rebaño sin pastor ni amparo. Allí florece su compasión y destella la misericordia, justicia de Dios.
Ahí abajo hay mucho por hacer, hay demasiado dolor que suplica consuelo. El Maestro ha descendido de las alturas del cerro, pero no ha dejado allí su sintonía eterna con el Padre. Más aún, lleva consigo los frutos del diálogo fecundo con Aquél que lo sostiene e impulsa. Mejor todavía, la fidelidad a su misión es fruto de esa oración.

Nosotros también hemos de subir a la montaña a diario, al encuentro orante del Padre, para poder bajar renovados en fidelidad y servicio a los hermanos, en la profunda vivencia del Reino.

Paz y Bien

Honrar a Cristo en el enfermo y el necesitado
















Para el día de hoy (10/09/18):  
Evangelio según San Lucas 6, 6-11






Hoy no encontramos ninguna urgencia patente: ese hombre de mano contrahecha seguramente podía esperar al día siguiente, un mes más, cualquier otro día de la semana. Su vida no corría peligro inminente.

Ese galileo era un provocador consumado: en pleno rostro de los dirigentes religiosos, de escribas y fariseos, viene a enseñarles en el sagrado Shabbat qué es lo urgente y donde se decide lo importante.

En realidad, no es el hombre del brazo atrofiado el enfermo. Seguramente el necesitado es él, pero los enfermos, los incapaces están alrededor de Jesús juzgándolo y a la espera atenta de que cometa un error y se sumerja en la blasfemia.

Han supeditado las existencias propias y ajenas al cumplimiento estricto de observancias religiosas, cánon de normas que han deificado, que consideran sagradas e inamovibles. En esa mentalidad religiosa, la necesidad humana no tiene espacio: esa casuística cruel llega al extremo de justificar el sufrimiento y la enfermedad como consecuencia de pretéritos pecados.
No hay discapacitados mayores.

Sin embargo, es tiempo de Gracia y Misericordia y no hay nada de casualidad en que Jesús de Nazareth quiera que ese hombre de mano muerta se ubique en el centro de la sinagoga y, especialmente, en el día en que honra a Dios: el culto agradable al Creador -enseñaría alguna vez- es socorrer a la viuda, al huérfano, auxiliar al necesitado, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, auxiliar al enfermo.

Si una comunidad deja de tener por centro al necesitado y al que sufre, está renunciando a su identidad cristiana y volviéndose una secta religiosa más, que sacraliza los ritos y reniega de lo humano, por más rabia que desate en algunas almas acartonadas.

Quizás debamos emprender el regreso a lo raigal, a lo que nos identifica, a aquello que nos vuelve verdaderamente humanos, tan humanos como Aquél que era el más humano de todos y que encontramos en el olvidado, en el que sufre, en el necesitado.

Paz y Bien

La verdadera discapacidad es la sordera espiritual













 Domingo 23° durante el año

Para el día de hoy (09/09/18):  

Evangelio según San Marcos 7, 31-37








La Palabra tiene niveles de profundidad y una importantísima carga simbólica.
Los signos o señales son como flechas que nos dirigen la mirada en una dirección precisa; los símbolos, en cambio, son ventanas que se abren para que nos asomemos y miremos a través de ellas, y por ello la contemplación desde ellos es amplia.

La lectura de hoy, en un plano superficial, nos habla de un hombre aislado por su enfermedad, que no puede escuchar ni tampoco comunicarse, dificultado de comprender a los demás y de hacerse entender, y que es llevado por otros a la presencia de Cristo, pues confían en que ese rabbí judío tan famoso puede rescatarlo de lo usualmente conocen como irresoluble, y tal vez por ello le piden que le imponga las manos, un gesto tradicional de bendición pero a su vez la confianza en los gestos rituales antes que en Aquél que les confiere sentido.

Pero podemos también atrevernos y asomarnos, ir un poco más allá. Ese hombre expresa también a un mundo que no escucha la Palabra de Dios, que se ha vuelto incapaz de escuchar al otro y de comunicarse y dialogar, de anunciar Buenas Noticias.
Esa sordera y ese mutismo nacen, antes que en una discapacidad física, en una enfermedad espiritual, el corazón que se cierra a la Palabra de Dios, que oye pero no escucha, que recita pero no reza, que dice muchos vocablos más palabras vanas que aturden.

Cerrarse a la Palabra acontece por el pecado y también por cederle espacios y primacías a los ruidos sin sentido, a las exigencias del egoísmo, y así, como islas aisladas, vivimos junto a multitudes pero no convivimos con nadie.

Que el Cristo de nuestra salvación nos abra nuevamente corazón, oídos y boca, para escuchar la Palabra y poder proclamar la Buena Noticia en este mundo sumido en sombras y muerte.

Paz y Bien

María de Nazareth es la madrugada de todos los pueblos, Madre tiernamente obstinada que nos señala el día

















Natividad de la Santísima Virgen María

Para el día de hoy (08/09/18):  


Evangelio según San Mateo 1, 18-23







En esta fé cristiana que profesamos y que es también don y misterio, los nacimientos tienen un significado fundamental; por ello, celebramos -junto a la Natividad del Señor- el nacimiento del Bautista y el nacimiento de la Virgen María. Historias de madres y de bebés, silenciosa y humilde señal para todos los pueblos de que el Dios de la Vida ha elegido a las mujeres y a los niños para transformar la historia, para acercar a nuestros arrabales la Salvación y un cielo que ya está entre nosotros.

Hoy, día de su cumpleaños, son varias cosas las que celebramos.

Celebramos, junto a María, al Dios que fecunda la cotidianeidad, lo inadvertido, lo pequeño que se transforma por la acción de la Gracia desde un corazón creyente que confía y que dice Si!

Celebramos, junto a María, al Dios que pacientemente se ha tejido en la historia. Que ha dado pasos ciertos, seguros, tenaces a través de la historia y las generaciones, que como ríos caudalosos desembocan en María de Nazareth y, por ello mismo, en el Hijo.

Celebramos al Dios que enaltece a los pequeños, al Dios que ama sin descanso, al Dios que respeta sin condiciones las decisiones que tomamos. A un Dios que es Padre y que es ternura.

Celebramos la cercanía asombrosa de ese Dios que, desde María de Nazareth, se hace vecino, pariente, amigo, Hijo queridísimo.

Celebramos la fé y la confianza y el corazón inmaculado de la Madre que concibe al Hijo en su alma y que por ello crece en su seno.

Celebramos y agradecemos a todos aquellos que se atreven a ser felices diciendo Sí, confiando sin desmayos, firmes ante todas las cruces, fieles aún cuando las razones parezcan excedidas.

Cristo es el sol que nace de lo alto, el alba de la Salvación.
María de Nazareth es la madrugada de todos los pueblos, Madre tiernamente obstinada que nos señala el día.

Paz y Bien

Todo se hace nuevo con la Gracia de Dios













Para el día de hoy (07/09/18):  


Evangelio según San Lucas 5, 33-39






La lectura de hoy nos convoca a través de dos perspectivas confluyentes.
En principio, la discusión acerca del ayuno: si bien es una práctica usual a todas las religiones, en tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth tanto los fariseos como los discípulos del Bautista ayunaban por la obligatoriedad instaurada y por una tradición que expresaba la silente protesta por la situación de su pueblo frente a la ausencia del Mesías que habría de liberarlos de todos los yugos. Esa ascesis se correspondía también con una piedad a menudo resignada a tiempos oscuros.
El Maestro no desdeñaba el ayuno, pero no obligaba a los suyos a practicarlo de manera rigurosa o taxativa por un criterio opuesto al usual: el Mesías ya esta allí entre ellos y más aún, el Reino que acontece con Su persona implica los esponsales de Dios con la humanidad, tiempo de celebración antes que de rictus severo.
Habrá, claro está, un momento en donde el Novio de esos esponsales, Cristo, les será quitado, pero la tenacidad del amor de Dios en la resurrección revertirá todo el luto, y prevalecerá -a pesar de todo y de todos- la alegría y la vida.

El segundo aspecto decisivo es la absoluta novedad del Evangelio.  La inutilidad del parche del vestido nuevo para remendar el vestido viejo refiere a mixturar con pequeños fragmentos de la Buena Noticia la vieja religiosidad, los antiguos esquemas, esa espiritualidad light o cómoda sin conversión. No puede haber medias tintas.
Más aún: no se vierte el vino de la Gracia en los odres perimidos de los prejuicios, de la piedad sin corazón, de una fé que pretende trocar méritos por bendiciones.

El vino del Evangelio se añeja y, por ello, se vuelve para nosotros el mejor de los vinos cuando se añeja pacientemente en los odres nuevos de nuestro corazón, como María de Nazareth, que guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón.

Paz y Bien

Las frágiles redes de la Iglesia jamás se romperán













Para el día de hoy (06/09/18):  
Evangelio según San Lucas 5, 1-11






La escena es cuanto menos desconcertante: Simón y los otros son pescadores avezados, es su oficio, son expertos en las lides de la navegación y la pesca. Saben que las horas nocturnas son las mejores para obtener los mejores peces y la mayor cantidad; sin embargo, aquella noche todo esfuerzo había resultado en vano, redes vacías y puro cansancio.
Aún así, ese artesano nazareno les viene a decir a esos pescadores expertos que se hagan a la mar a horas intempestivas y con métodos bastante extraños. Y a pesar de todo,le hacen caso: las redes desbordan de peces, parecen romperse, crujen las maderas de la barca, la quilla se sumerge más y más.

En esa ilógica, a partir de esa desmesura, Simón intuye que está frente a Alguien que es mucho más que un campesino galileo: se dá cuenta que hay una brecha inmensa entre el Maestro y Él, se descubre indigno de compartir las mismas pisadas y el mismo espacio de Jesús. Y otra vez hay una reversión increíble que sucede ahora luego de la conversión: Simón suplica en su indignidad descubierta que el Maestro se aleje...pero Jesús responde con un -no tengas miedo-, y su tarea diaria es transformada y santificada: el pescador de mar galileo será ahora pescador de hombres.

Es el tiempo nuevo de la Gracia, año infinito de Misericordia y compasión, de lo santamente irrazonable del Reino: se superan todas las expectativas previas, la desmesura de bondad es imposible de racionalizar.
Esa Gracia -que es la ternura de Dios en la historia humana- se hace también horizonte y misión: la invitación a Simón y los otros es invitación a todos y cada uno de nosotros.

El mar es ancho, muy ancho y muy profundo, y hay demasiados peces a la deriva, multitudes de hermanos sumergidos.
Las redes de la Gracia no se rompen, y es tarea sagrada mantener -ante todo- a esos pequeños peces con vida, sacarlos a flote de las profundidades de la miseria, la soledad, el olvido y el dolor.

Sin embargo, es menester darse cuenta de lo obvio: la clave/llave está en las bondades infinitas de las redes, es decir, en lo maravilloso de la Gracia.
Cuando nosotros -pequeñísimos pescadores- lo olvidamos, todo esfuerzo se vuelve vano y serán noches de cansancio extenuante y redes vacías.
Así en nuestras comunidades, así en esta barca a veces vacilante que llamamos Iglesia: cuando el acento se pone en las capacidades de Pedro, en las virtudes de los anzuelos, en lo atractivo de la carnada, comienzan los problemas y miles de peces seguirán en las profundidades negras del mar mundo.

La Iglesia se vuelve fiel pescadora de hombres cuando pone su fé en las bondades increíbles de la Gracia que conforma las redes, redes que son eficaces aún en horarios intempestivos e ilógicos, redes que se ensanchan sin romperse plenas de peces vivos aún en aquellos retazos de mar que, en apariencia, no ha de esperarse ningún buen resultado, aún cuando cimbree y vacile el maderamen de estas pequeñas y frágiles barcas de nuestras existencias.

Paz y Bien

Liberación: la pascua de la servidumbre al servicio
















Para el día de hoy (05/09/18):  


Evangelio según San Lucas 4, 38-44






La lectura que nos ofrece la liturgia del día posee dos señales distintivas.

Por un lado, Jesús de Nazareth nunca descansa procurando el bien a todos aquellos que piden su auxilio. Su atención hacia los sufrientes es absoluta, no tiene mella, y así se detiene sin reservas para sanar a la suegra de Pedro y para atender y sanar a todos los enfermos que llevan a su presencia. La imagen estremece, una multitud que al atardecer llevan a sus enfermos para que Él los cure; allí se puede percibir sin demasiada dificultad un mar de gente abandonada a su suerte, ovejas sin pastor que sólo encuentran salida y consuelo en Cristo, pues el mundo los ignora y exonera.

Por otro lado, la impresionante libertad del Maestro. Los gritos de los demonios en alta voz que lo reconocen como Mesías, se contraponen con el desprecio de las autoridades religiosas, que sólo son capaces de ver en Él a un blasfemo, un alborotador peligroso o, en el mejor de los casos, a un pobre galileo con ciertas veleidades populares. Pero esos gritos también portan un mensaje tácito, la mixtura de las enfermedades física, psíquicas y espirituales; tal vez esos demonios también expresen los rabiosos criterios que inferían que las enfermedades se correspondían a un justo castigo por los pecados, como si Dios disfrutara los pesares. Cristo, Dios con nosotros, expresa el amor de ese Dios Abbá, y precisamente allí radica la queja de esos demonios que oprimen corazones ante todo.
Sin embargo, ciertos celos y ciertos fervores nacionales -muy mezquinos- pretenden apropiarse de Cristo en modo triunfalista y propietario. No es la necesidad de permanecer junto a quien se ama, sino más bien de restaurar la corona judía, recreación de poderes y famas restrictivas.
A ello el Maestro se niega, pues la universalidad del amor de Dios es también su misión.

Como le sucedía a la suegra de Pedro, otras fiebres suelen apoderarse de las personas y los pueblos. Fiebre de poder, de violencia, de dinero, de consumo, de negación del otro. Todas esas fiebres postran a los más pequeños y débiles y consumen la justicia, avasallando las gentes.

De esas fiebres debemos liberarnos. Mejor aún, hemos de suplicar que Cristo nos sane, y encontrar nuevamente la libertad del Evangelio, que no es una libertad de sino una libertad para, la libertad para servir, para ser en plenitud, la libertad de dar gloria a Dios aún cuando tengamos que peregrinar dolidos por todos los desiertos de la existencia, con la firme esperanza aferrada al Cristo que nunca nos abandona.

Paz y Bien

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