Cristo nos aleja todas las tormentas de la existencia
















Para el día de hoy (30/06/20):  

Evangelio según San Mateo 8, 23-27









El mar de Galilea en donde esos hombres navegan es en realidad un lago de agua dulce que se halla al noreste de Israel. Curiosamente, se ubica a unos doscientos metros bajo el nivel del mar, creándose una suerte de olla profunda, al encontrarse rodeado de montes y cerros. Por entre esa geografía complicada suelen filtrarse fuertes vientos que por la misma disposición del mar parecen multiplicarse y agigantarse en las olas que generan, a menudo de manera subrepticia, sin aviso previo.
Esos hombres eran en su mayoría pescadores de oficio, navegantes avezados de esas aguas, por lo cual si los gana el miedo es indicativo de que la tormenta era fuera de lo común, y que la situación había tornado brava, imprevisible, peligrosa. Y los ánimos se magnifican porque Cristo, que vá con ellos, se ha dormido en esa barca que se estremece.

Hasta aquí una lectura superficial. Es menester ahondar en las profundidades, con la confianza de que ningún esfuerzo será vano, y que también nos alejaremos del nefasto riesgo de la literalidad, de cualquier atisbo de fundamentalismo.

Esos hombres se embarcan en esa pequeña barca que se sacude y parece hundirse porque, ante todo, Jesús ha subido y los discípulos lo han seguido. Las tormentas que sobrevienen en la barca de la Iglesia son consecuencia directa y luminosa del seguimiento y el discipulado. Más aún, cuando no hay tormentas hay un indicativo tácito de que la Iglesia no sigue fielmente al Maestro.

El Cristo dormido en la cabecera de la barca es el Cristo muerto en la cruz, Cristo cercado por los oleajes inmisericordes de la muerte y la derrota. Sólo desde la fé y desde la confianza en el amor de Dios que lo levanta es posible permanecer sin perecer, sabedores de que ese Cristo se despertará y con voz fuerte hará retroceder a la muerte y a toda fuerza del mal.

Porque Él conduce a los suyos sin resignaciones a la orilla asombrosa de la Resurrección y la vida.

Paz y Bien

San Pedro y San Pablo apóstoles: unidad y catolicidad de la Iglesia































Santos Pedro y Pablo, Apóstoles

Para el día de hoy (29/06/20) 

Evangelio según San Mateo 16, 13-19








Nada sucede por casualidad, hay que serenar la mirada y navegar en los distintos niveles de profundidad de la Palabra. Es menester para ello acercarse con humildad y con mucho hambre de verdad, y advertir así que lo que tiene un eco casual o aparente, en realidad responde a signos y símbolos que expresan mucho más que la pura letra.
Así entonces, toda lectura lineal / literal poco tiene que ver con las enseñanzas del Maestro, con la Buena Noticia, y anida todo fundamentalismo y causas de tantos dolores.

Como nos explicita el Evangelista San Mateo, nos encontramos con Jesús de Nazareth y sus discípulos en Cesarea de Filipo. Ubicada en territorio pagano, Cesarea -tal como lo indica su nombre- es una ciudad erigida en honor a César Augusto, edificaciones esplendorosas con que los reyes vasallos como Herodes, Filipo y Agripa le rinden pleitesía a los poderosos romanos, de quienes dependen sus coronas menores.
Cesarea es símbolo del poder opresor de Roma y sus legiones, de los tributos que sumergen en la miseria, del dominio impuesto por las armas, de la decadencia de Israel, del Emperador elevado a un rango divino y pontifical.
Precisamente allí, un pequeño grupo de campesinos y pescadores pobres, reunidos en torno a su Maestro -tan humilde y tan pobre como ellos-, confiesa abiertamente y sin ambages que hay un Hijo de Dios Vivo que es el Mesías, el que viene a liberar a su pueblo de todas las opresiones. Esa confesión no es abstracta, y se vuelve francamente peligrosa: allí se declara que, a pesar de la pompa y el boato, a pesar de la fiereza de sus legiones, el Emperador no es Dios, y su Imperio -que se extiende hasta donde el sol se pone- es menos que nada. Lo que permanece y cuenta es el Reino de Dios.

Esa declaración fundante acontece en el seno de la ekklesia, de la comunidad fraterna y asamblea del pueblo de Dios congregada por el Espíritu que todo lo fecunda. Esa asamblea está grávida y plena de esperanza, y por bondad de Aquél que la sostiene y alienta no será dispersada. Esa comunidad tiene lazos tan profundos que ni la muerte podrá con ella.

Simón, el hijo de Jonás, será el primero entre los discípulos porque entre ellos es modelo y símbolo de esa comunidad que confiesa y cree en el Cristo de la Salvación y anuncia la Buena Noticia. Es un hombre con sus idas y vueltas -negará a su Maestro tres veces, rechaza con obstinación la cruz, es visceralmente violento- pero con todo y a pesar de todo, es un hombre que se deja guiar por el Espíritu, y es su misión tan crucial que hasta cambiará su nombre, Simón por Pedro - Petrus.
Por ello, cuando Pedro habla es la comunidad / ekklesia la que se pronuncia, por eso cuando Pedro confiesa a Cristo es toda la comunidad la que confiesa junto a él, por eso cuando Pedro no es fiel o se quebranta, es toda la comunidad la que sufre.

Aún a riesgo de asumir ciertas posturas ingenuas, Pedro es un hombre sencillo -un pescador- al que se le ha confiado una tarea enorme.
Pedro será fundamento, cimiento sólido e inconmovible de esa familia siempre creciente porque es el mismo Dios quien lo sustenta e ilumina en su fé y su existencia, y por ello la comunidad será un recinto inexpugnable a los embates de la muerte.
Pedro es portador de esas llaves magníficas, porque la Iglesia como comunidad de fé congregada en torno a Jesús de Nazareth abre las puertas de la vida plena.
Pedro tiene el poder de atar y desatar, y es su bendición y su cruz. Desatará todos los nudos que separan, producto del egoísmo y de las miserias que lastiman, y peregrinará atando a las gentes entre sí, en una ligazón de libertad y fraternidad, unión de las personas entre sí y con Cristo.

Pero es ante todo un servidor de sus hermanos, un pescador de hombres, nó un jefe de estado, no un monarca, no un jerarca rebosante de privilegios.
Quiera el Espíritu suscitarnos otro Pedro firme en su fé y en la comunión que siembra y cultiva, para el servicio de la Iglesia y de toda la humanidad.

Paz y Bien 

Jesús vuelve a ofender las conciencias moderadas con su vida ofrecida para que todos vivan

















Domingo 13° durante el año

Para el día de hoy (28/06/20):  

Evangelio según San Mateo 10, 37-42








No hay medias tintas en la fé cristiana.

La Encarnación es el Dios Eterno que asume la condición humana, es decir, la humanización de la dimensión divina, y sucede en Jesús de Nazareth, Cristo de Dios, en su misma existencia, en sus gestos, sus acciones, su Palabra.

Por ello mismo, en Jesucristo acontece el sueño eterno de Dios para toda la humanidad, sueño de plenitud, de felicidad, de libertad, de generosidad sin límites, la incondicionalidad del amor, la ilógica del Reino.
Así el Maestro, y por ello todos los que sigan fielmente sus pasos, se vuelven señal de contradicción para mundos cada vez más inhumanos.

Cuando todo parece supeditado al precio, al dios mercado, Jesús de Nazareth vuelve a afirmar que no se puede estar del lado de la vida y del lado del dinero, dos señores contrapuestos.

Cuando todo se diluye en vanas ideas laxas que aparentan progresía y modernidad, el Maestro con un gesto antiguo renueva sus votos perpetuos de fraternidad, de solidaridad, de generosidad incondicional.

Cuando mediante sesudos razonamientos se pretende justificar la violencia -aún bajo el imperio de la ley-, Jesús vuelve a ofender las conciencias  moderadas con su vida ofrecida para que todos vivan, porque ninguna sangre ha de derramarse excepto la propia como siembra fértil de vida creciente.

Cuando se discrimina en propios y ajenos, cuando se acota la fé a templos de piedra, el Maestro rinde culto a ese Dios que está aquí, acampando entre nosotros,  en el servicio desinteresado en el templo vivo que es el hermano, el prójimo que se edifica.

Porque el amor es violento a los ojos más mezquinos, y muestra la preferencia de Dios hacia los más pobres y pequeños, porque ese Dios es el más pobre -pobre entre pobres-: se ha despojado de su eternidad para quedarse aquí, y nada se ha reservado, ni a su propio Hijo, para la Salvación

Paz y Bien

Cristo, rostro bondadoso y compasivo de un Dios que nos salva



















Para el día de hoy (27/06/20):

Evangelio según San Mateo 8, 5-17





En la Palabra para el día de hoy hay un signo profundo, tanto para los tiempos de la predicación del Maestro como para nuestro presente tan lejano. Esa señal comienza por el status del centurión: era un oficial del ejército imperial romano, de ese Imperio que mancillaba y oprimía la Tierra Santa de Israel por la fuerza, un soldado que, además, era extranjero y cultor de dioses extraños y variados.
Nadie más ajeno para recibir bendiciones o bondades de parte de Dios y a través de ese Mesías que enseñaba cosas tan extrañas como llamar Abbá! al Dios del universo.

En mentalidades mezquinas y almas cerradas, a este hombre no debería ni escuchárselo -de igual a igual-, ni tampoco dirigírsele la palabra. Y no se trata de razones de pureza dogmática farisea; nosotros también solemos hacer lo mismo con muchos a los que consideramos réprobos, indignos, precondenados o, simplemente, no cristianos.
El centurión reconoce su situación y condición, no quiere dar un paso más allá. El sufrimiento de su sirviente se le hace propio, y pone esa angustia y esa necesidad en las manos de Jesús, y su súplica es un salmo magnífico de confianza y abandono. Él ora mejor que los hijos de Israel y que muchos de nosotros.

Y Jesús de Nazareth nos revela el rostro bondadoso y compasivo de ese Dios Abbá que nunca nos abandona. Por eso quiere Él mismo ir a sanar al enfermo, y es símbolo y signo del Padre que continuamente interviene en la historia a favor de la humanidad.
Y el enfermo sanará por la acción de Dios, pero también por la fé del soldado, una fé que conmueve las entrañas de misericordia de ese Cristo tan nuestro, tan cercano.

Así también la suegra de Pedro: la sanación, la liberación de cualquier cadena postrante es eficaz y produce un efecto asombrosamente inverso. Quien no podía moverse, ahopra agradece en silencio y sirviendo a los demás, diaconía santa que no reconoce géneros y que hemos olvidado.

Todo se resuelve y decide en la confianza.
Porque la fé no es la aceptación de doctrinas, ni la pertenencia religiosa, sino más bien y ante todo confiar en Alguien.

Paz y Bien

Hay un Dios caminante entre nosotros















Para el día de hoy (26/06/20):  

 
Evangelio según San Mateo 8, 1-4









En cierta especulación habitual, todo milagro refiere únicamente a la intervención divina en favor de una necesidad humana que no puede subsanarse en estos planos temporales. No está mal, claro está, pero tampoco lo está en expandir nuestro campo de visión interior.

La Encarnación de Dios, del Verbo que se hace carne y acampa entre nosotros, supone la alianza definitiva y eterna de Dios con la humanidad, urdimbre santa en donde se teje una nueva historia fecundada por lo infinito, por la Gracia. Y así los milagros conjugan fé, corazón y amor entre el hombre y Dios.

En el suceso que el Evangelio para el día de hoy nos hace presente, acontece más de un milagro.

Hemos de tener en cuenta la situación de los enfermos de lepra en el siglo I y en la Palestina del ministerio de Jesús: sin los avances médicos actuales, la enfermedad era altamente contagiosa, además de provocar las terribles lesiones o llagas que podían llegar a desfigurar al paciente. A ello, había que añadir las puntuaciones de la ley mosaica y los preceptos por entonces vigentes, que identificaban a cualquier enfermedad como producto de pecados propios o de los parientes directos, condición de impureza religiosa y social y, por lo tanto, de obligado ostracismo comunitario. Como si no bastara, todo aquel que se pusiera en contacto con un impuro -un leproso, un enfermo, un cadáver- a su vez se convertía en impuro y, por lo tanto, debía ser segregado de la comunidad.
Las reglas eran cruelmente estrictas, y solían cumplirse a rajatabla. En el caso de los leprosos, a su vez debían agruparse para subsistir en lugares desiertos, vestirse con harapos y a la vista de cualquier caminante, declarar a los gritos su condición de impuro a fin de ser evitados.

Pero este hombre agobiado por la lepra, el desprecio y la marginación, tiene un corazón que cree y confía en ese rabbí galileo. Por ello mismo sabe que puede ser limpiado hasta las honduras de su alma, aunque ignore si será voluntad de ese hombre bueno que tantas cosas ha hecho en favor de los pobres y olvidados. Tanto así que es capaz de vulnerar flagrantemente esas norma rígida de quedarse al margen, y se acerca al Señor, con su alma humilde puesta a sus pies.

Acontece más de un milagro.

El cuerpo de ese hombre se limpia de toda llaga, de las llagas que hieren su piel y de las llagas que horadan su alma. Es de nuevo un hombre que ha de reintegrarse en plenitud a su comunidad, y por ello el Maestro le indica presentarse a cumplir con los ritos prescritos, quizás los mismos ritos que lo marginaron.
Ese hombre se despertó de su letargo de dolor a pura confianza y coraje. No hay que detenerse ni preocuparse cuando se vá al encuentro de la Buena Noticia del Reino.
Y el Maestro no toma en cuenta las consecuencias que pueda tener su obrar, pues ante todo extiende su mano y toca al leproso prohibido. La llaga de la soledad ha sido sanada, la lastimadura de la exclusión ha cicatrizado.

Es que hay un Dios caminante entre nosotros que nada ahorra a la hora de nuestra sanación, de nuestra plenitud.
Hasta es capaz de morirse para mantenernos con vida, y con vida en abundancia.

Paz y Bien

Casa firme es la vida afirmada en la Palabra de Dios
















Para el día de hoy (25/06/20) 

Evangelio según San Mateo 7, 21-29







Sofismas, meticulosos razonamientos, ampulosos discursos, fervorosas prédicas; ya sea en el ámbito religioso como en todos los órdenes de la vida, padecemos y simultáneamente nos permitimos una epidemia de declamación permanente, de palabrerías vanas, y como si ello no fuera suficiente, de la vanagloria y la autosuficiencia que generalmente traen aparejadas tales posturas.
Puras palabras que no son Palabra, y hemos de emigrar de la declamación hacia la tierra santa de la proclamación.

Esa proclamación, antes que decir y discurrir implica obediencia -ob audire-, es decir, escucha atenta.
Porque de Dios son las primacías y todas las iniciativas. El Dios de Jesús de Nazareth es palabra que nos sale al encuentro, Verbo que se hace humanidad en Cristo para que recuperemos el habla perdida, para comunicarnos entre nosotros y con Dios, para vivir y pervivir, para trascender, para no morir.

Así, el horizonte se nos vuelve a millones de mujeres y hombres humildes y silentes que, sin embargo, son Evangelios latientes, que respiran y palpitan Buena Noticia en todos los aconteceres de sus vidas.
Todos ellos hijos y hermanos de María de Nazareth, que supo escuchar y cobijar en las honduras de su corazón la Palabra de Dios, y esa Palabra la transformó en Madre y discípula bienaventurada por todos los siglos.

Podremos tener respaldo monetario, lujosas viviendas, una férrea malla de contención religiosa y social; más, frente a las tormentas que toda existencia suele atravesar, ahí saltan a la vista los fundamentos verdaderos, reales, decisivos.

Esta vida que se nos ha concedido generosamente tiene el mandato de volverse casa Palabra, en donde se vive como Jesús, se ama como Jesús, se sirve como Jesús, roca firme que no conoce derribos.

Paz y Bien

La alegría perenne de Dios con nosotros, de sabernos hijas e hijos de Dios.





























Nacimiento de San Juan Bautista

Para el día de hoy (24/06/20) 

Evangelio según San Lucas 1, 57-66. 80







La escena que nos ofrece el Evangelio para el día de hoy a través de San Lucas es bellísima en su sencillez y profundidad, especialmente si utilizamos la consabida utilidad de situarnos nosotros mismos allí, en ese preciso momento, como espectadores patentes de lo que acontece.

Se trata de un poblado pequeño, Ain Karem, ubicado en las montañas. En esos lugares, lo sabemos, todos suelen conocerse entre sí, algo que con el agigantamiento cruel de nuestras ciudades hemos olvidado y perdido. En esos pueblos pequeños los vecinos son casi casi como los parientes -a veces más- y allí la vida y la muerte se comparte, alegrías y tristezas, esperanzas y frustraciones. Por eso el festejo manso de los presentes: Isabel, la que ya parecía destinada más a abuela  sin nietos que a madre primeriza, ha dado a luz a un niño. Esas gentes saben reconocer, sin que nadie se los diga, el paso bondadoso de Dios por las vidas ancianas de Zacarías e Isabel.

Un niño que nace es un libro nuevo a escribirse en su totalidad. Pura esperanza, todo expectación, en donde los más sabios no se afanan en proyectar sus causas quebradas, lo que ellos no tuvieron, sus derrotas que ansían convertir en victorias, sino que celebran la esperanza que trae una vida nueva que se les duerme entre sus brazos y manos de trabajo, una vida en donde todo es posible. 
Aún así, esas gentes intuyen que en ese bebé hay algo más, algo especial, y se le encienden los sueños intentando saber cual será el horizonte maravilloso que tendrá el niño que además de ser un poco hijo de cada uno de ellos, es la vida que continúa, la vida que prevalece, con todo y a pesar de todo.

En esos afectos, en esa cercanía cordial, pretenden terciar en la decisión de nombrar al nuevo hombrecito. Las tradiciones pesan, pero más aún esos cariños que a menudo no se morigeran, y con obstinada ternura pretenden que el bebé lleve, según la costumbre, el nombre de su padre Zacarías.

Pero cada niño ha de tener alas propias, vuelo personal, volará por sí mismo y no tanto por los antecedentes de sus mayores. Es una vida nueva y, en este caso, una vida muy especial que requiere un nombre también especial, y por eso mismo el niño ha de llamarse Juan, que literalmente significa Dios concede una gracia, una bendición. 
Todos los niños son una bendición para nuestros corazones envejecidos, pero ese niño en particular es señal de la fidelidad absoluta de Dios para con su pueblo.

Se trata de un tiempo nuevo y muy, muy extraño, imprevisiblemente maravilloso.
Los caudillos, los guerreros, los sacerdotes han de guardar silencio, pues la confianza -paso primordial de la fé- la han abandonado.
Es tiempo de mujeres y de niños, y ellos han de cambiar la historia misma de la humanidad. Las mujeres, por cobijar en las honduras de su corazón la fé en su Dios y la Palabra que descubren como Gracia y Misericordia.

Los niños, abriendo puertas y ventanas.
Uno, allanará las huellas y preparará desde su integridad los caminos.
El otro, bebé santo, traerá la vida definitiva que nada ni nadie podrá quitarnos, esta alegría perenne de Dios con nosotros, de sabernos hijas e hijos de Dios.

Paz y Bien

No es sencillo derrotar el egoísmo que cobijamos y el individualismo que prohijamos






















Para el día de hoy (23/06/20):

Evangelio según San Mateo 7, 6.12-14






Ante todo, es menester situarnos en la perspectiva histórica: Jesús habla a gentes que, en su cultura, consideraba despreciables a los perros y profundamente impuros a los cerdos. Dado que en la mayoría de nuestras culturas y sociedades está positivamente considerado el respeto y cuidado a los animales, desde esa perspectiva necesaria podemos ahondar en lo que se nos dice hoy, es decir, la advertencia de Jesús para tratar con sumo respeto a lo sagrado, a las cosas de Dios.
Aquí podemos estar tentados de circunscribir esta cuestión a un ámbito meramente litúrgico o cultual...¿porqué no pensar, con la mirada del Maestro, el respeto y cuidado de lo sagrado que encontramos en lo cotidiano, lo eterno que podemos descubrir en el día a día, Dios que se manifiesta en la vida y en los pequeños gestos?

Así también lo verdaderamente valioso se traduce en el devenir de la existencia, fundamentalmente en lo que nos define e identifica y es nuestra relación con el otro. Se trata de aquellos valores que superan, en la perspectiva del Reino, el mandato negativo del -no hagas...- por la ética en positivo de la reciprocidad, en donde el acento está puesto especialmente en el otro.

Aquí se abre la puerta a una vida nueva que, sin embargo, es estrecha: no es sencillo derrotar el egoísmo que cobijamos y el individualismo que prohijamos.
Amplios y abundantes son los modos y maneras de la muerte, de todo lo que se opone a la vida. Estrecha es la puerta de la generosidad y la solidaridad, de la compasión y la misericordia, de la vida que se hace plena en comunidad, en el conocimiento y reconocimiento de la identidad única del otro.
Y mucho más estrecha es la puerta de la Salvación, esa misma que es preciso atravesar para vivir plenos, asumiendo la cruz desde el amor y la esperanza, sabiendo que el dolor no es definitivo y que la muerte no tiene la última palabra.

Paz y Bien

Vivir la Buena Noticia no admite tibiezas ni términos medios

























Para el día de hoy (22/06/20):

Evangelio según San Mateo 7, 1-5









Vivir la Buena Noticia no admite tibiezas ni términos medios. 

Es lo totalmente distinto a lo que presuponemos y a los esquemas que nos establecemos, una propuesta y exigencia de radicalidad de vida, una transformación total de la existencia.

Sin embargo, el Maestro hoy nos plantea mirar desde otra luz el centro de nuestra propia existencia, el saber qué somos y cómo somos con nosotros mismos y con los demás.

Es que -lo sabemos aunque no lo admitamos- nos resulta muy conveniente volvernos jueces y fiscales de los demás, señaladores consecuentes de faltas y pecados ajenos. En cierto modo, en los altares de nuestros egos sacrificamos al prójimo, porque prevalece nuestro interés como único y valedero.

Quizás, se trata una ruptura de la fraternidad; cuando juzgamos al otro -por buenas que aparezcan las razones que nos motiven a ello- ese otro deja de ser hermano, y renegamos como hija o hijo de Dios. Nos ponemos en un escalón jerárquico superior, y en realidad no vemos al otro tal cual es, sino a través del cristal empañado de nuestros ojos escasos.

Aún no tenemos la mirada de Jesús de Nazareth, que vé y mira a todos como hermanas y hermanos, todos hijos del mismo Padre, así hayan cometido acciones abyectas, la misma mirada bondadosa que mira la realidad presente e imagina la posibilidad de lo que podemos llegar a ser

Paz y Bien


Somos valiosísimos en la mirada del Creador






















Domingo 12° durante el año

Para el día de hoy (21/06/20):  

Evangelio según San Mateo 10, 26-33













Jesús de Nazareth puso gran parte de su empeño docente en preparar a sus amigos, pues tendrán que afrontar tiempos durísimos de persecuciones, de descréditos, de infamias y calumnias, todo a causa de su Nombre.

Sin duda, los discípulos algo intuían: en la medida en que se profundizaba y crecía el ministerio del Maestro, eran cada vez más virulentos los ataques que sufría por parte de escribas y fariseos, es decir, por parte de las autoridades religiosas, de la ortodoxia oficial, con la mirada cada vez más preocupada del pretor romano, siempre veloz a la hora de reprimir díscolos y subversivos.

Porque Jesús sabía bien que esos doce hombres que le acompañaban, y los discípulos de todos los tiempos serían pasibles de los mismos castigos, de similares persecuciones, de afanosos esfuerzos por socavar honras y de violencia cruel ilimitada. La fidelidad al sueño de Dios, el Reino, la entrega de la vida en favor de los hermanos, la proclamación veraz de la Buena Noticia acarrean esas graves consecuencias, porque el Evangelio que se vive y palpita es un manso y humilde desafío a los poderosos de todo tiempo y lugar.

Aún así, no hay que bajar los brazos ni resignarse. El temor es más que razonable, pero el miedo paraliza, congela, demuele confianzas.

Quizás el primer paso sea desertar de esa imagen judicial y espantosa de Dios que suelen imponernos y que asumimos sin más. El Dios de Jesús de Nazareth, nuestro Dios, es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, tan valiosos que somos a sus ojos infinitos. Mucho más valiosos de lo que nosotros mismos nos consideramos y tenemos por tales a nuestros hermanos, la asombrosa bendición de ser amados hijas e hijos.

En un mundo tan inhóspito y tan violento, nuestra fragilidad se vuelve más evidente. No asumirla es mentirnos, internarnos en fangales nada veraces, presos de imágenes falsas.
Pero con todo y a pesar de todo, hay que perseverar en la fidelidad porque todo lo podemos en Aquél que se ha despojado de todo, de sí mismo, de su propio Hijo, para que todos vivan.

Paz y Bien


Inmaculado Corazón de María: donde está la Madre, está el Hijo



















El Inmaculado Corazón de María

Para el día de hoy (20/06/20):  

Evangelio según San Lucas 2, 41-51







Ellos, humildes galileos -familia pobre de Nazareth- van a Jerusalem como todos los años para la Pascua. Su hijo querido ya está abandonando la niñez, tal es la cultura de su tiempo, y se está convirtiendo en hombre, en un varón con todos los derechos y deberes frente a la Ley. Tiene doce años, tiempo del Bar Mitzvah, que significa literalmente convertirse en hijo de los mandamientos.
Ellos van sin falta, cumplen al pié de la letra sus obligaciones religiosas que son también tradiciones nacionales. Es decir, van a cumplir con Dios y con su patria.

Como la Sagrada Familia, entre nosotros hay gentes así, tan necesarias, gentes humildes que nunca se detienen, presencia humilde y sagrada de Dios entre nosotros, tenaces y silentes en su fé, que a pesar de todo permanecen firmes y fieles y que no conciben la vida solos, encerrados en sí mismos. La caravana del viaje peligroso entre la provincia galilea y la capital jerosolimitana es símbolo también de esas gentes que se afanan sin desmayos por compartir con los demás la caravana de la fé, que es la caravana de la existencia vivida juntos al amparo de Dios.

El Templo es enorme, deslumbrante. El humo del incienso y de los sacrificios ofrecidos confunde quizás un poco los sentidos, y usualmente hay mucha gente de paso, peregrinos de todo Israel. Pero para la Pascua hay un mar de gentes de Israel y de la Diáspora, una multitud abigarrada en la que es frecuente que se desencuentren las familias, y especialmente los niños se extravíen.
Y a Jesús no lo encuentran. Él sabe desde jovencito que su misión es ocuparse de las cosas de su Padre.

Cuando todo parece nebuloso, cuando se nos enturbia la mirada, hay que volver a encontrarse con Cristo, precisamente, en las cosas de Dios. La vida. El amor. La justicia. La libertad. La compasión. La misericordia.

María de Nazareth es la creyente perfecta que nunca se rinde, que siempre busca, aún cuando a veces parece que todo es angustia y desesperación, María de la confianza.
Y es también signo cierto de ese Dios que no descansa en la búsqueda de los hijos extraviados, que se desvive por ellos, Dios que sale al encuentro, Dios que se deja encontrar.

Ella es, a la vez, madre, hermana y discípula de su Hijo, y su Hijo es su Dios. Bienaventurada por creer, bienaventurada por la cercanía de nombrar a su Dios desde sus entrañas, Hijito.
En esos menesteres y en muchas ocasiones, ese Hijo descolocaba su razón. Tal vez era demasiado para una mujer sencilla como ella.
Aún así, no abdicó a los devaneos limitados de la razón, y se aferró a su co-razón, y es precisamente el corazón el centro mismo de la persona, lo que expresa la totalidad de la esencia y refleja por ello la existencia.

Ella prolonga a través de la historia la luz de Belén, cobijando en las cálidas honduras de su alma la Palabra que escucha, que la nutre, que la re-crea.
En la era definitiva de la Gracia, su corazón transparente alberga a Dios, y ese Dios que hace de su alma su hogar la transforma y la florece.

En la mirada de la Madre intuímos los ojos del Hijo, porque allí en donde está la Madre, el Hijo amado se reencuentra.

Paz y Bien

Sagrado Corazón del Señor, manantial inagotable
























Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

Para el día de hoy (19/06/20) 

Evangelio según San Mateo 11, 25-30





Cuando hablamos de corazón, lejos de los límites biológicos, nos remitimos simbólicamente a la esencia misma del ser, a la fuente primordial de cada persona, a aquello que define y decide su obrar y su existir.

En esta Solemnidad, nos detenemos del diario trajín para contemplar en silencio, con devoción y una mirada capaz de asombros al corazón sagrado de Jesús, a su intimidad primordial, a lo que lo constituye y que, por eso mismo, decide nuestra pertenencia, nuestra misión y nuestro destino.

Y desde el vamos el asombro comienza: en este corazón no hay visos de abstracciones ni de vanas declamaciones. Este corazón es inmenso, pues nos contiene a todos -buenos y malos, justos y pecadores- pero se inclina decididamente en favor de los pequeños, un corazón escandalosamente parcial, y esa parcialidad tiene sus raíces en el amor, esencia del Dios del universo. 

Esos pequeños no son exactamente los niños, por quien Jesús tenía y tiene un especial cuidado y dedicación: los pequeños aquí refiere a los humildes, a los mansos, a los que por lo general no cuentan pero que sin ellos la vida no sería posible pues en su confianza, en su fé salan e iluminan estos páramos desolados. Los pequeños son los pobres, los marginados, los que nadie escucha pero tienen a Dios de su parte, y otro corazón inmenso, el de María de Nazareth, lo supo cantar con palabras imborrables.

En el Sagrado Corazón del Señor es el amor lo que prevalece y sobreabunda como pan bueno y santo, perdón y misericordia, redención y liberación, compasión y socorro.

Nada ni nadie le es ajeno, y en esa bondad se funda nuestra esperanza. Porque Cristo estuvo, está y estará junto a nosotros y en nosotros, con todo y a pesar de todo, celebración de todos los regresos, rescate de los extraviados, consuelo de los afligidos, serena alegría que permanece para siempre porque no hay cruz ni muerte que sean definitivas, tesoro escondido que se multiplica cuando, como Él, se ofrece la vida, la existencia toda en las manos, corazones transparentes a pura Gracia de Dios.

Paz y Bien

Padre Nuestro, súplica y destino de salvación

















Para el día de hoy (18/06/20):  

 
Evangelio según San Mateo 6, 7-15







La inmensa y asombrosa revelación que Jesús de Nazareth nos regala a través de todo su ministerio es que Dios no es una deidad lejana e inaccesible, escondida en un trasmundo de nubes y glorias celestiales.
La mayor revelación en la historia de la humanidad es que el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios cercano, un Dios Abba, un Dios Papá -mucho más que una simple y torpe cuestión de género- que se desvive por sus hijas e hijos, por su bien, por su plenitud, por que todos y cada uno de ellos tenga vida y vida en abundancia.

Por ello cuando las hijas y los hijos de Dios oran no repiten fórmulas mágicas, ni palabras arcanas o esotéricas destinadas a conseguir, mediante su acumulación, los favores divinos.
Las hijas y los hijos de Dios cuando oran lo hacen como tales, niños conversando y escuchando a su Padre que siempre está atento y dispuesto, niños que tal vez apenas sepan balbucear pero que inevitablemente son escuchados y comprendidos con infinita paciencia e inexpresable ternura.

Abba Dios les confiere gratuitamente una identidad única, imborrable e irremplazable, un lazo familiar y filial eterno. Por eso cuando los hijos conversan, superan cualquier individualidad mezquina pues saben que ese Abba -que también es Mamá- es Abba de todos, buenos y malos, grandes y pequeños, creyentes e incrédulos, santos y pecadores, y así se expande el nosotros, tan distinto a la ajenidad del ellos, porque ese Abba es todos.

Ellos ruegan que se santifique su Nombre, que sea conocido para que esta familia asombrosa se expanda generosa como la lluvia fresca sobre el campo yerto. Ellos también quieren que el Reino venga, que venga la liberación, que venga la justicia, que venga a compasión, que venga el pan para todos y el Pan vivo de mesa inmensa, y que su voluntad se realice en la eternidad y en este tiempo que se nos suele presentar tan escaso y corto. Por que la voluntad de Dios es que el hombre viva, y más aún, que el pobre viva en plenitud.
 
Ellos quieren que no falte el pan en ninguna mesa, en la mesa común en donde los hijos comparten sueños y vida, en la mesa mínima de los excluidos y olvidados, el pan vivo que se parte, comparte, reparte y aún así alcanza y rebasa cualquier cálculo, pan para todos los que están y pan para los que vendrán, pan para vivir por siempre.
 
Ellos quieren respirar perdón porque se descubren incodicionalmente perdonados, sanados en sus miserias y egoísmos, en sus torpezas y mezquindades.
 
Ellos suplican ser llevados de la mano, como criaturas que recién aprenden a dar los primeros pasos vacilantes; demasiados abismos se han construido concienzudamente, demasiadas rocas y muros es menester sortear para seguir con vida, y solos no se puede.
 
Ellos andan voraces de victoria, una victoria extraña en donde no hay derrotados, porque cuando el mal se disipa florece la vida, porque a pesar de toda cruz nos amanece la Resurrección y toda tumba deviene vacía.

Paz y Bien

Peregrinos de la caridad












Para el día de hoy (17/06/20) 

Evangelio según San Mateo 6, 1-6. 16-18








En la tradición del pueblo de Israel, tres eran las prácticas básicas piadosas, la limosna, la oración y el ayuno. Más aún, con un profundo sentido metafísico, la limosna era a menudo llamada también justicia.

Jesús las asume como propias, y a la vez las hace extensivas a todos los suyos en principio, fundamento de una nueva humanidad. No está demás pensar que el Señor también soñaba con un mundo mejor, más justo y fraterno a partir de la irrupción del Reino aquí y ahora entre nosotros, y de cómo Él podía contribuir a ese mundo para su humanización.
No obstante ello, la perspectiva es nueva, es distinta y, si se quiere, humildemente revolucionaria.

Se trata de un éxodo cordial, de un peregrinar de los corazones que abandonan los lúgubres desiertos del oportunismo y la conveniencia, de una espiritualidad mercantilizada que supone la acumulación de méritos piadosos para la consecución de bendiciones y cielo, negando tácitamente la asombrosa dinámica de amor de la Gracia de Dios.
Se trata de arribar a la tierra santa de la caridad, de la abnegación, del servicio desinteresado, de la fraternidad.

Porque, siguiendo una antigua pero vigente idea, los justos de las Escrituras son los que ajustan su voluntad a la voluntad de Dios. Así entonces limosna, oración y ayuno son nítidas y evidentes acciones de justicia.

La limosna que socorre sin demoras al necesitado, porque todos somos hijas e hijos de Dios, brindándonos ante todo a nosotros mismos y no tanto lo que viene sobrando.
La oración que es escucha y es diálogo filial, que nos ubica en la misma sintonía eterna de un Dios encarnado, uno más entre nosotros.
El ayuno que nos disciplina deseos, y que por amor implica privarse de alimentos para que otros no pasen privaciones, no adolezcan de dolosos platos vacíos.

La caridad no busca reconocimientos ni esgrime alardes vanos.
EL deber ser, desde Cristo, es fruto necesario del descubrirse amadísimos hijas e hijos de ese Dios que se desvive por nosotros.

Paz y Bien

La cruz no es fácil, el amor no tiene cautela






















Para el día de hoy (16/06/20):  

Evangelio según San Mateo 5, 43-48



La utopía del Reino puede resultar una expresión muy grata, pues expresa -en gran medida- el sueño eterno de plenitud de Dios que revela Jesús de Nazareth. Sin embargo, si nos detenemos por un momento en la precisión del término, la raíz griega de utopía -u topos- significa literalmente no-lugar, es decir, quiere reflejar una situación ideal que por tal está bastante lejos de realizarse.

Sin embargo, el Reino propuesto e inaugurado por Jesús de Nazareth tiene el color primordial del aquí y el ahora, y toda realidad puede ser transformada a partir de esa luz nueva y definitiva, la luz asombrosa de la Gracia, y es a través de esa mirada agraciada, agradecida, que el Maestro identifica todo lo bueno que hay en el mundo, un mundo que con todo y a pesar de todo sobreabunda de amor de Dios, ese Dios que brinda sol y brinda lluvia bondadosos sobre todos, sobre buenos y malos, pues todos son sus hijas e hijos.

Este camino no es una alternativa religiosa más, ni tampoco se acota al culto encerrado en templos determinados, bajo normas estrictas de piedad. Este camino se inscribe en el día a día, en cada respirar, rindiendo culto a Dios ante todo en el hermano y edificando al prójimo. Más allá de las existencias objetivas, Jesús se acerca al semejante del mismo modo que Dios sale al encuentro del hombre, se aproxima sin condiciones -pura generosidad-, descubre al otro en tanto que tal, en su identidad primordial que es filial, una identidad que no se disuelve aún cuando pueda enfrascarse en miserias y horrores mayores.

Desde aquí todo puede transformarse. No es fácil, la cruz no es fácil, el amor no tiene cautela. Pero esta locura es el único modo de romper esos cercos con los que solemos aislarnos en grupos cerrados, tribus ideológicas, tribus raciales, tribus religiosas, en pié de guerra unos contra otros.
Otra vida muy distinta es posible.

Paz y Bien

Testigos de la misericordia y la justicia de Dios













Para el día de hoy (15/06/20) 

Evangelio según San Mateo 5, 38-42








Acerca de la llamada Ley de Talión, es menester no pasar por alto un detalle, y es que en las Escrituras nunca es mencionado con ese nombre el corpus legal adoptado por numerosos pueblos de la antigüedad, quizás comenzando por los babilonios en la dinastía de Hammurabi, y asumido también por el reino de Israel.
Se la llama así por la expresión latina lex talis, es decir, ley del tal como. Su importancia no es menor: implicaba en primer lugar moderar los efectos de la venganza, igualar los derechos entre el ofensor y el ofendido y, especialmente, establecer normas de derecho -aquí derecho penal- aplicables a toda una nación.

En la ley del talión o del ojo por ojo y diente por diente encontramos los orígenes de todo orden social en tanto reglas explícitas de convivencia, y a la vez los fundamentos del derecho que hoy conocemos en todas sus variantes. El derecho actual presupone, en cierto modo, el cariz de talión pues es un derecho y una justicia retributivas, que adjudica una pena proporcional al delito o infracción cometidos.

Jesús de Nazareth no embiste contra ello. Nosotros podemos encontrar visos censurables o críticas profundas a sistemas que nos imponen o que nos pertenecen; sin embargo el Maestro propone e invita a ir más allá, a trascender porque otro mundo y otra vida es posible.

Probablemente los ejemplos que Él nos brinda en la Palabra nos sean muy gravosos. Pero la vida cristiana implica decisiones definitivas, la radicalidad del Reino que no tiene otro sentido que el insondable amor de Dios.

Cristo propone superar la ley del talión por su experiencia absoluta de Dios como Padre, y de cada mujer y cada hombre reconocidos como hermanos por ese único y asombroso vínculo filial que es Gracia y salvación. 

Más allá de cualquier proyecto ideológico, el Señor convida al atrevimiento de pasar de sociedades inmanentes a la comunidad, a la común unión en donde sucede una de las cosas más difíciles para nuestros egoísmos, el reconocimiento del otro, la edificación del prójimo, el Reino aquí y ahora.

Paz y Bien

Corpus: Cristo ofrecido para la vida del mundo
















Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Para el día de hoy (14/06/20) 

Evangelio según San Juan 6, 51-58







Él ha estado poco tiempo entre la gente, si se piensa en términos históricos: algo más de treinta años, tres de ellos plenos.
Sin embargo, antes de partir se ha quedado para siempre.

Escondido a los ojos, resplandece ante una mirada de fé. Sin espectacularidad, sin gestos mágicos, está presente en la sencillez del pan que es sustento de la vida y en el vino que es la fiesta perpetua soñada por Dios para la humanidad; en su corazón Sagrado no hay justificación para el dolor impuesto ni para rictus de amargura.

Ese pan que se parte, reparte y comparte, Jesús mismo dándose al mundo, es mesa grande que vincula a todos en sintonía de igualdad y fraternidad, sin distinciones ni excepciones.
Ese vino es sangre que supera por lejos lo biológico, es sangre que establece nuevos lazos de parentesco de mujeres y hombres entre sí y con ese Dios que se nos revela en Jesús de Nazareth como Padre y Madre.

En este profundo misterio de amor y bondad, queda explícita la ilógica de Dios, un Dios que se hace historia, tiempo, humanidad, vida. Un Dios que no arrolla ni embiste con poder violento, sino que interviene desde la fragilidad de un Niño en brazos de su Madre, que asume la vergüenza, la locura y la aparente derrota de la cruz, que prefiere morir para que nadie más muera, que opta por el pan sencillo y la copa compartida para darse, que se pone abiertamente del lado de los derrotados, de los crucificados, de los hambrientos.

El milagro cotidiano de la Eucaristía ha de sorprendernos por su infinita gratuidad: sinceramente, no somos buenos y nada hemos hecho para merecerla.
La Eucaristía contradice maravillosamente nuestros quebrantos y traiciones, nuestras miserias y omisiones, nuestros silencios deliberados y nuestras declamaciones estériles.

Por ello mismo, la Eucaristía en su sencillez y profundidad insondables, ha de cuestionarnos e interpelarnos la existencia.

Hemos de preguntarnos si nuestras vidas son eucarísticas, es decir, si en toda palabra, todo gesto, en cada respirar agradecemos la vida que se nos ha dado, vida que perece sin el sustento del pan Santo, muerte que prevalece si no corre por nuestro interior la sangre que vivifica.

Vidas que carecen de sentido en lo individual, vidas que se plenifican cuando se dan y comparten, en mesas de hermanos, en comunidades donde todos son importantes y cuidados, espacios de comunión y liberación, vida para el mundo.

Mujeres y hombres que en silencio y humildad se hacen pan para el hermano, vidas bien humanas, tan humanas como el más humano de todos, Jesús de Nazareth nuestro hermano y Señor.

Paz y Bien

Jugarse la vida en cada palabra empeñada

























Para el día de hoy (13/06/20):  

 
Evangelio según San Mateo 5, 33-37






En el Evangelio para el día de hoy, el Maestro interpreta de una manera muy distinta a la de sus contemporáneos -y de los nuestros también- del mandato de no jurar en falso, y su lectura siempre vá allá de la letra, a partir del Espíritu que inspira ese precepto.

Es menester que nosotros también comencemos a acercarnos a esta Palabra Viva con ojos proféticos y desde esa infinita voluntad de Dios de que la vida se inscriba, siembre y germine desde cada corazón antes que desde piedras lajas talladas con diez mandamientos. Todo ello supera por lejos lo procesal, lo jurídico, y no se trata de que ello sea repudiable, sino que el Reino está lejos, muy lejos de cualquier legalismo.

¿Qué significa jurar por? Implica poner en juego a algo o alguien que es mayor que uno mismo, y en muchos casos se presupone que el quebrantar lo prometido o no decir la verdad implica un castigo o sufrimiento a quien se pone como diana apuntada en el juramento. Ello no escapaba de lo religioso, llegando a nuestra época el jurar por Dios, por los Evangelios, por lo que fuere.

Pero Jesús de Nazareth lo enseñó con una claridad meridiana, y es que la verdad nos hace libres.

Por ello, tal vez -sólo tal vez- sea necesario retirarnos por un momento al desierto de la sinceridad y la humildad. Porque el trasfondo de todo esto es la minimización de lo que se dice, del valor de los propios dichos, del compromiso perdido de la palabra que se empeña.

Porque somos nuestras palabras, las que decimos y las que callamos, y también -en este tiempo tan informatizado- somos las palabras que escribimos.

En el maravilloso vértigo de la verdad, en cada palabra nos jugamos la vida.

Por eso la afirmación de Jesús de Nazareth de acotarnos a un sí o a un nó: se trata de honradez y transparencia, de ser reconocidos a través de la veracidad y la fidelidad en lo dicho.

La palabra empeñada es el verdadero tesoro perdido de estos tiempos.

Paz y Bien

Nada menos que la perfección, nada menos que la compasión, nada menos que el amor














Para el día de hoy (12/06/20):  

Evangelio según San Mateo 5, 27-32








Mucho se ha escrito, debatido, dicho e impuesto a partir de esta lectura del Evangelio para el día de hoy: es que el Maestro hace una reinterpretación del mandamiento de no cometer adulterio y con ello, resignifica también el sentido pleno del matrimonio.

Como hemos leído los días pasados, para Jesús de Nazareth la Ley -las Escrituras- deben ser leídas con espíritu profético, es decir, en la misma sintonía y con el mismo Espíritu con que han sido inspiradas. De cualquier otro modo, sólo resta atenerse a la pura letra, o sea, al cumplimiento de normas y preceptos sin trascendencia ni significado.

Por ello, lo importante no es solamente abstenerse de cometer de facto adulterio, sino desterrar del corazón todo lo que nos enturbia y nos aleja de quien amamos. Vá mucho más allá de una mera prohibición sexual, y expande la fidelidad marital a una lealtad que se desenvuelve en la cotidianeidad, en buenas y malas, el amor que se edifica en común con todo y a pesar de todo.
El matrimonio perdura y se crece en eternidad si ambos cónyuges -como su mismo nombre lo señala- se conjugan en la mirada, en los gestos, en las acciones, en los cuerpos y en los sentimientos para que la vida se expanda. Se trata de tener por horizonte la perfección, nunca menos, y aunque se haga tan distante e inaccesible, no podemos dejar de navegar juntos hacia allí, ser perfectos como el Padre es perfecto desde ese amor que es su misma esencia, y que nuestra humanidad reconstruida en común se amplifique y florezca en los hijos.

También el Maestro hace otra aseveración que no podemos pasar por alto: en los tiempos de su ministerio, sólo al hombre le era permitido dar carta de divorcio a la mujer. Aún así, Él afirma no tanto los derechos comunes al repudio, sino la igualdad de amadas hijas e hijos a Dios y entre nosotros hermanos, más allá de cualquier situación, y es por ello que podemos afirmar que toda exclusión o limitación acotada al género, en cualquier sentido, poco tiene que ver con la Gracia y la Buena Noticia.

Dios es rico y desborda asombrosamente misericordia, amor incondicional.
Como comunidad de fé, esta familia que llamamos Iglesia, nos hemos afirmado demasiado en lo jurídico y legalista antes que en la caridad que nos sostiene, y solemos limitar y excluir a aquellos que han fallado en su matrimonio.

Pero la mesa del Señor se distingue por ser inmensa, por no rechazar a nadie, por invitar a todos.

Nada menos que la perfección, nada menos que la compasión, nada menos que el amor

Paz y Bien

Hacerse Buena Noticia

























Para el día de hoy (11/06/20):  

Evangelio según San Mateo 10, 7-13









Mucho más que discursos y declamaciones. Se trata de proclamar la Buena Noticia, el Reino de Dios está aquí y ahora entre nosotros.

Esa proclamación no abunda en palabras grandilocuentes, sino que se reviste y expresa con gestos y acciones concretas, señales ciertas de inclusión, de convite a mesa inmensa, de propuesta de familia grande, luchando por la salud integral, desterrando el espíritu maligno del egoísmo, quitando toda llaga de exclusión, purificando la mirada para que la luz se transparente, liberando la vida de todo signo de muerte, porque la voluntad de Dios es que la humanidad y, especialmente los más pobres. vivan y vivan en plenitud.

A nada ni a nadie hay que atarse, pues un camino que se recorre andando ligeros, libres de cualquier lastre inútil.

Es una tarea de locos, salto al vacío sin redes, confiando que esa asombrosa Providencia que se expresa en la solidaridad, en el milagro del compartir, en la hospitalidad que se respira. Para vivir plenos es menester con-vivir.

Todo puede edificarse a través de las mujeres y hombres de buena voluntad de todos los pueblos, razas, culturas y religiones que se atrevan a la paz.

Muchos de ellos, aún en estos tiempos en que hay cataratas de información, jamás accederán a las Escrituras. El único Evangelio que conocerán será el que lean en cada instante de nuestras existencias.

Se trata de hacer de esta vida que se nos ha prestado y concedido una Buena Noticia inquebrantable.

Paz y Bien

Tu Palabra no pasará


















Para el día de hoy (10/06/20):  

Evangelio según San Mateo 5, 17-19







En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la observación de los preceptos legales había tomado ribetes insoportables para la gran mayoría del pueblo; los eruditos y dirigentes religiosos, en una interpretación lineal y fundamentalista, absolutizaron su cumplimiento, olvidando así su origen santo y al Dios que la inspiraba. Nada más horroroso que una moral sin corazón, sin bondad.

La Ley era un regalo divino a un grupo de esclavos libertos que trajinaban el desierto, y que se convertirían en pueblo y nación: esas normas tenían que ver con la convivencia, con los vínculos con Dios y con el prójimo. De ese modo, quedaban atrás caprichos y arrebatos y se reafirmaba el sueño familiar, el derecho a la tierra y a la libertad, los principios de justicia y de respeto, la santificación de la vida. En ese aspecto, la Ley verdaderamente conducía a esas gentes a la libertad pues le confería cohesión, identidad y pautas comunitarias.

Pero escribas y fariseos parecían haber olvidado ese carácter de bendición de Dios, un sueño santo sembrado en los corazones de Israel, y se aferraban a los reglamentos por los reglamentos mismos. Quizás sólo se tratara de cuestiones de dominio, de poder en desmedro de la fé. No obstante ello, esa perspectiva absolutista implicaba un yugo intolerable que se traducía en miedo a la infracción en cambio de manso respeto, la Ley como principio rector de la vida del pueblo pero también como culto a Dios y al hermano.

Sin embargo, la Ley era santa por Aquél que la inspiraba.

Por eso mismo el Maestro afirmaba sin ambages que Él no venía a derribar la Ley, despejando cualquier duda, pues el sostenido enfrentamiento con las autoridades se debía a la obcecada y soberbia postura de éstos y no a los fundamentos que habían olvidado.
Él venía a darle pleno cumplimiento: cuando el Reino acontece, el fundamento de toda la existencia -y del universo- es la caridad, verdadera Ley suprema que confiere sentido a la vida y que refleja la esencia misma de Dios.

Paz y Bien

ir arriba