Miércoles Santo: la amistad no tiene precio

 





Miércoles Santo

Para el día de hoy (31/03/21):  

Evangelio según San Mateo 26, 14-25



Mucho se ha escrito, estudiado y analizado acerca de Judas Iscariote, las circunstancias históricas, sus motivaciones, los juicios morales lógicos, la condena por su traición -porque en él se reflejarán todos los traidores-; razones todas ellas válidas, todas ellas importantes, todas ellas necesarias.

Aún así, y sin presentar oposición, junto a todas esas razones es menester -por un momento- aunar co-razones.


La ira y el dolor pueden enceguecernos la mirada lejana, y hay cuestiones que no podemos pasar por alto.

El Maestro no tiene para con Judas una sola palabra de reproche o condena; por el contrario, el mayor quebranto de la historia se decidirá con convites a la amistad y al compartir hasta el último instante.

Y Jesús de Nazareth será vendido por treinta shekels o monedas de plata, el precio de un esclavo; y será comprado con dinero que estaba destinado al sostenimiento del culto en el Templo de Jerusalem -las monedas las entregan los sumos sacerdotes-. Qué terribles que son las cosas que pueden llegar a hacerse en nombre de Dios o de la religión que se profesa, siempre en contrario a la vida, siempre en detrimento del manso, del pacífico, del pobre, del servidor.


Sin embargo, con todo y a pesar de todo, Jesús de Nazareth quiere celebrar la Pascua con sus amigos, festejar a ese Dios que es libertad para su pueblo. Él no tiene casa propia; se ha criado en la casa de sus padres en Nazareth, ha vivido de prestado en Cafarnaúm y en casas de amigos como Pedro, como Lázaro en Betania. El hogar del Señor estará en la calidez de la casa de sus amigos. Allí se lo puede encontrar.


Por ello mismo, en la noche de sus fidelidad traicionada, de su amistad negada, en el dolor de la incomprensión y el abandono de los suyos, sigue queriendo celebrar la vida, porque Dios se empecina en nuestra liberación. No se identifica a quien se le pide el espacio de celebración, porque allí van nuestros nombres, todos.

Eso es lo que no tiene precio, ni por más que se intente se podrá malvender, la tenacidad de Jesús, Cristo de Dios, a celebrar la vida con todos y cada uno de nosotros.


Paz y Bien


Martes Santo: ninguna noche es definitiva


 



Martes Santo

Para el día de hoy (30/03/21):  
Evangelio según San Juan 13, 21-33. 36-38


Es una tarea ímproba describir con precisión las cosas que se agolpaban en el corazón del Maestro esa noche, en esa última cena junto a sus amigos. Es un hombre solo, en esa Ciudad grande que hace poco lo ha recibido entre vítores y algarabía, y ahora se cierra en una noche de dolor y muerte, de espanto y humillación.


Es un hombre solo a pesar de que está rodeado de amigos.


Se ha reflexionado y escrito mucho acerca de la traición de Judas, y en la mayoría de los casos con palabras sabias y con una profundidad de la que aquí se carece.  Por ello, nos detendremos en algunas cuestiones evidentes.

Por un lado, lo obvio que tan a menudo se nos escapa: la traición sucede siempre en y a partir de quienes confiamos, en quienes creemos. No nos traiciona un desconocido, un ajeno: la traición surge a partir de lo propio, a menudo de quien amamos. Ese quebranto es lo que la hace más dolorosa.

El Maestro había compartido cada segundo del día durante tres años, y más aún: se había brindado a esos hombres por entero, sin reservas, con una paciencia inconmensurable. Sin embargo, todos ellos no llegaron a comprenderlo, y deberían hacer su propio éxodo con la Resurrección de Jesús.


En ese horizonte acontece la primer traición -nadie como el Maestro para leer los corazones-. Judas Iscariote era depositario de una enorme confianza, como discípulo y como ecónomo del grupo. Él guardaba los recursos y repartía las limosnas en nombre de todos, y así y todo lo entregará al Sanedrín.

Quizás sea oportuno otro momento en el cual ahondar en las treinta monedas de su entrega: los amores no se venden, no tienen precio. Él tampoco había aceptado en el fondo de su alma a un Mesías pobre y humilde, un hombre de paz que llama a Dios su Padre, un hombre que reniega de cualquier violencia, un hombre al que no le interesan fama y poder, un hombre que habla de una liberación muy distinta a la que ansían sus paisanos judíos, un hombre que se lleva por delante la Ley y los preceptos en nombre de una Buena Noticia que no llega a aceptar del todo, un hombre que quebranta todas las tradiciones de sus ancestros, tan férreamente instauradas a través de siglos.

Había que tener coraje para andar con ese hombre, y en parte, es razonable que Judas se presente al Sanedrín para venderle: el Sanedrín representa lo establecido, la ortodoxia, lo conocido, la tradición que conlleva seguridades.

Jesús de Nazareth es como un mar sin orillas.


No obstante, el Maestro -aunque conoce sus intenciones- no ha de quemarlo frente a los otros once. Aún con ese quebranto infernal, le sigue brindando su amistad y su vida misma, y por eso le ofrece su pan, su existencia. Pero no hay modo: el Iscariote elige libremente la contraria, y por eso se sumerge en la noche. Toda traición ensombrece cualquier alma, la del que traiciona y la del traicionado.


En esa noche cerrada, precisamente allí se manifestará la gloria de Dios, que es la fidelidad eterna a ese amor que tiene por toda la humanidad, por todas sus hijas e hijos, por los leales y los traidores, por buenos y malos, Dios fiel más allá de toda razón, y su gloria será morir crucificado para que el hombre viva.


Ahora bien, Judas no será el único que ha de traicionarlo.

Simón Pedro, siempre ostentoso y voluble, se declara presto a seguirle y a dar su vida por Él. Allí está su quebranto, pues monologa: en su discurso -es decir, en su pensamiento- no hay lugar para sus hermanos, para el Reino, para ese Cristo que es su Señor y su amigo. Él también será rápido a la hora de negarlo.


Los otros se dispersarán, fugitivos del miedo, acosados por el espanto y la derrota. Ellos también traicionan, ellos también lo dejarán morir en soledad.


Nosotros también solemos actuar así. Frente a la radicalidad del Reino, gustamos de ofrecer a ese Cristo Redentor a los tentadores tribunales de esquemas e ideologías en donde impera la injusticia, en donde no hay lugar para la compasión, en donde toda noticia, necesariamente, jamás ha de ser buena ni nueva.

Nosotros también nos desgañitamos afirmando lealtades y pertenencias, pero somos gallos veloces cuando los temores se asoman.

Nosotros no solemos mostrarnos como ese Jesús de la paz, de la humildad, del servicio, de la vida ofrecida incondicionalmente por y para los demás.


Con todo, Él nos sigue llamando amigos, hijos, hermanos. Siempre hay tiempo para el regreso, para la mesa compartida, para el pan que se nos brinda abundante e ilimitado, la vida renovada y plena, para salir de la noche, para que venga clareando -aunque sea a duras penas- el horizonte santo de nuestra Salvación.


Paz y Bien


Lunes Santo: amor y servicio

 





Lunes Santo

Para el día de hoy (29/03/21):  

Evangelio según San Juan 12, 1-11



Nos encontramos a las puertas de la Pasión, y cada palabra y gesto de Jesús de Nazareth adquiere significado pleno a la luz de la Cruz.


El clima cada vez se enrarecía más, la orden de búsqueda y captura -porque el decreto de muerte se había efectivizado- estaba vigente. Jerusalem era más que hostil, lo aguardaba revestida de horror y muerte, y hubiera sido razonable que el Maestro partiera hacia geografías más amistosas, con menos riesgos.

Sin embargo, decide quedarse en Betania, a escasos kilómetros de la Ciudad Santa, en casa de Lázaro.

Allí le preparan una cena, anticipando la última cena de la fraternidad y el servicio que compartirá con sus discípulos; a pesar de la inminencia ominosa que oscurece cualquier futuro, en esa mesa acontece una manso ambiente de amistad, de pan y vida compartidas, signo y profecía de lo que deberían ser nuestras Eucaristías.


En esa mesa de amigos sucederá algo extraordinario, asombroso en su sencillez, y junto a Jesús la protagonista será María de Betania, hermana de Lázaro y de Marta, la misma María que bebía a los pies del Maestro la Palabra, la María que se queda con la mejor parte.


Históricamente, a los reyes de la tierra se los ungía vertiendo aceites finos y perfumes sobre sus cabellos y su rostros, y esta tarea se encomendaba a los sacerdotes principales, sea cual fuere la cultura y la religión.

María de Betania, en una acción profundamente sacerdotal, unge los pies del Maestro con un carísimo perfume y los seca con sus cabellos. Ese gesto de amor sólo puede entenderse en la ilógica del Reino y de la Gracia, bajo la luz de la Pasión. Es la unción de quien se hace libremente esclavo y servidor del otro, de quien venera en el cuerpo del prójimo toda su existencia, desde el cuidado, el respeto y el afecto.

María de Betania tiene una acción sacerdotal pero también profética: anticipa el servicio del Maestro, preanuncia otra unción de amor, la de María de Magdala, al alba de la vida renovada, de la Resurrección.


Simplemente por ser mujer y por hacer esas cosas, María podría ser pasible de una crítica severa en tren de moralina, pues esa acción la asemejaría a una mujer de dudosa reputación; el Maestro, sabedor de esos criterios, no debería permitirlo.

Sin embargo, no sólo lo permite sino que alaba lo que esa mujer ha hecho.


Es claro que la lógica y la razón que asisten a Judas dictan otra cosa: hubiera sido preferible vender ese caro perfume y entregar el dinero producido a los pobres. Es la lógica de los preceptos cumplidos, de las conciencias tranquilizadas y adormecidas, son los celos torpes de quienes se han vuelto incapaces de cualquier caridad, es el rictus severo de aquellos que suponen la manipulación de Dios mediante la acumulación de actos piadosos y dejan de lado la mediación salvadora de Jesús de Nazareth. En realidad, aquí los pobres no cuentan como preferidos del amor de Dios, sino como lectura instrumental o ideológica de almas tan estratificadas que impiden y reniegan de cualquier novedad.


María de Betania se despoja de cualquier signo de dignidad externa para lo que verdaderamente cuenta -la parte importante- el servicio a los demás, el culto al prójimo en donde resplandece el rostro de Aquel que es la Resurrección y la vida, más allá de todas las cruces que solemos portar.


Paz y Bien

Domingo de Ramos: viene el Señor de la paz

 






Domingo de Ramos de la Pasión del Señor

Para el día de hoy (28/03/21):  

Procesión de los Ramos
Evangelio según San Marcos 11, 1-10

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Evangelio según San Marcos 14, 1-15, 47



La ruta desde Jericó a Jerusalem pasa por Betania -hogar de Lázaro, Marta y María- y por Beftagé; desde las alturas del Monte de los Olivos se avizora el esplendor de la Ciudad Santa. Nosotros también, con el Maestro y sus amigos, contemplamos la luminosa cercanía de la Pasión y Resurrección del Señor.


Beftagé es prácticamente un barrio de extramuros, un suburbio de Jerusalem, y allí se realizaban las abluciones y purificaciones de los peregrinos llegados de toda la Diáspora, en preparación a la Pascua.

Pero el Monte de los Olivos, en la memoria de Israel y de la mirada profunda de los Profetas, es el sitio preciso en donde aparecería el Mesías y resucitarían los muertos. Las escuelas rabínicas enseñaban que si Israel se mantenía fiel a la Ley y puro en su obrar, el Mesías vendría sobre las nubes; en cambio, si ésto no hubiera ocurrido, el Mesías llegaría montado en un burrito, un asno.


Extraño rey. No viene rodeado de ejércitos imponentes ni se rodea de cohortes gloriosas, en un carro de guerra enjaezado para mil victorias. Él llega rodeado de pescadores de hombres, de publicanos conversos, de pobres, de enfermos y lo recibe el pueblo. Los grandes señores lo desprecian, lo detestan, procuran la muerte de este príncipe humilde que viene montado en burrito, burrito prístino como corresponde a lo divino, burrito prestado de un Dios pobre que regala a Israel y a todos los pueblos un príncipe muy distinto.


Las gentes ponen a sus pies sus mantos y ramas de palma.

Los mantos representan la vida misma, pues cualquier varón sin el manto se sentiría irremisiblemente desnudo, desamparado. Las ramas conmemoran la victoria de los macabeos, fiesta de liberación y de reafirmación de los derechos santos de Dios.


Hay júbilo y algarabía. Sin embargo hay euforia en muchos que no han comprendido la realeza de Cristo, y que depositan en Él la medida de sus ansias, de sus dolores y frustraciones. El peligro de la euforia es su volatilidad, esas mismas gentes que lo aclaman se dispersarán frente a los hechos de la Pasión, y tal vez muchos de ellos gritarán que se libere a Barrabás.


Con todo y a pesar de todo, celebramos la llegada del Rey, del Príncipe de paz que llega humilde, pobre y servidor a esta ciudad que somos, allí donde nuestra vida transcurre, y ponemos nuestros corazones a sus pies celebrando su llegada, porque es nuestra liberación, nuestra vida, nuestra alegría de pan abundante, de amistad incondicional, de fraterna justicia, del perdón que nos restaura y levanta.


Levantamos nuestras palmas y nuestras almas porque llega el Señor y se queda para siempre.


Hosanna!


Paz y Bien

Uno por todo el pueblo

 



Para el día de hoy (27/03/21):  

Evangelio según San Juan 11, 45-57



Si bien las Escrituras no son crónicas en el sentido histórico -son relatos espirituales, teológicos-, el conocimiento de las circunstancias históricas que en ellas se mencionan pueden ser muy útiles a la hora de la reflexión.


En la Palestina del siglo I la dominación imperial romana sucedía en todos los ámbitos, y se afirmaba de un modo contundente mediante la fuerza brutal de las legiones estacionadas en Cesarea y en Siria; los pretores y cónsules romanos no vacilaban en reprimir con letal eficacia cualquier atisbo subversivo o cualquier conato de rebelión.

Por aquel entonces, la figura y el renombre del humilde rabbí galileo crecían sin parar. Sea a través de sus signos, sea a través de su Palabra nueva, cada vez más gente le prestaba atención, y muchos lo seguían de modo creciente.


Todo ello provocaba las furias y las angustias de los poderosos locales, representados en la lectura de hoy por Caifás y el Sanedrín. A pesar de la dominación romana, ellos dominaban las almas, los corazones y las mentes de todo el pueblo judío, y junto a ello, ostentaban posiciones de privilegio y poder económico.

Por ello es dable y razonable que reunan al Consejo de notables para decidir qué hacer con ese nazareno tan peligroso; arguyen -no sin razón- que si Él sigue creciendo se pondrá en peligro a la nación entera y al Templo.

En realidad, el peligro primero estriba en ellos mismos, en sus posiciones y status, y por ello no dudan en condenarlo a muerte.


Como siempre sucede, a veces decimos cosas trascendentes sin quererlo y sin darnos cuenta.

Caifás argumenta que es bueno que muera un solo hombre por todo el pueblo, y a pesar de sus aviesas intenciones, sus palabras son pura profecía.


Ese hombre solo, ese Cristo pobre y humilde morirá en la cruz porque nadie más debe morir, porque nadie más debe ser sometido a cualquier violencia, porque nadie más debe merecer la cruz.

Para esos hombres, la vida de un hombre no tiene importancia ni valor y es una simple moneda de cambio.


Ese hombre morirá por todo el pueblo, por todos los pueblos, para reunir a los dispersos, para que todos vivan, y no será un hecho fortuito ni un incidente buscado por Dios.

Es una cuestión de poderosos que se transforma en santa merced al amor que se palpita.


Paz y Bien

Un Dios que se despoja de todo para nuestra salvación

 




Para el día de hoy (26/03/21):  

Evangelio según San Juan 10, 31-42


A las puertas de la Semana Santa, se comienza a comprender -desde el lado de escribas y fariseos- el motivo y la condena a muerte de Jesús de Nazareth. Tragedia, horror y odio se entrelazan para aplastar al rabbí galileo.


A esos hombres furiosos nada les importa excepto sus ideas, y así niegan y reniegan de lo evidente. Se han instalado en un cúmulo de normas rígidas, y nada ni nadie podrá sacarlos de esa obcecación violenta; lo peor es que ellos mismos no quieren salir.

Siguiendo lo prescrito por esa Ley que han deificado, buscan piedras para ejecutar al Maestro: consideran que por hablar de Dios como Padre, y considerarse Él mismo Hijo, está cometiendo blasfemia, y por ello debe morir al uso de sus costumbres, lapidarlo hasta la muerte.


Han visto todo el bien que ha hecho, han escuchado su Palabra viva, lo descubrieron manso y pacífico, pero no les importa. Están sedientos de sangre, y en realidad, no sólo lo quieren lapidar. Ellos dilapidan todo ese tesoro que se crece ante sus ojos, el tesoro escondido que Jesús les revela.


Ellos se aferran a un dios lejano y poderoso, que impone premios y castigos de acuerdo a las conductas, un dios al que sólo se puede acceder mediante el cumplimiento férreo del culto y de los preceptos religiosos -sin corazón y sin sonrisa-.


Las posturas no han de ser más opuestas.


Jesús de Nazareth les ha revelado a un Dios cercano, que se ha llegado hasta ellos, un Dios al que descubre Padre y, por el cual, cada mujer y cada hombre son hijos e hijas amados, un Dios que vuelca manantiales de bondad más allá de cualquier mérito, un Cristo que todo lo que hace lo hace desde ese amor primordial.


Un Dios pobre de toda pobreza, un Dios que se despoja de su divinidad para acampar entre nosotros, un Dios que se brinda por entero, un Dios que se entrega a la muerte en la cruz para que nadie más muera.


Paz y Bien



El amor y la fé todo lo pueden

 





Anunciación del Señor

Para el día de hoy (25/03/21):  

Evangelio según San Lucas 1, 26-38


A María de Nazareth gustamos cubrirla de joyas y coronas, de impresionantes vestidos y ubicar sus imágenes en templos enormes. Esto responde en la mayoría de los casos a un amor entrañable que despierta en muchos de nosotros Theotokos, la Madre de Dios.


Sin embargo y en cierto modo, trastocamos así el profundo mensaje de la Anunciación del Señor, el afecto y las preferencias de Dios que allí se transparentan. Pues no se trata de volvernos rigurosamente exactos en exégesis, sino más bien de la atenta escucha de la Palabra que nos vuelve fieles y fecundos como María.


Ante todo, el Mensajero. Gabriel, en su raíz hebrea, significa Fuerza de Dios. Esa Fuerza de Dios -que Jesús de Nazareth revelará como amor infinito- hace cosas asombrosas e impensadas, e interviene humildemente -de manera silenciosa, casi clandestina- en la historia humana.


El Dios de María de Nazareth es un Dios que se aleja de los centros del poder, que no elige guerreros de renombre ni reyes gloriosos, sino que se decide por una mujer, una que no cuenta, una muchachita ignota de aldea campesina y polvorienta en medio de la nada. 

De un modo deliberado, el anuncio de un tiempo nuevo y definitivo se desplaza de la grandiosa fastuosidad del Templo de Jerusalem a la periferia aldeana de esa Galilea siempre bajo sospecha de heterodoxia, de ser menos, de no tener relevancia.


Es que en el tiempo nuevo -y el Hijo de María lo habría de enseñar- Dios ya no habitaría en templos de piedra, sino que tabernáculos y sagrarios serán para Él los templos vivos y latientes de cada hombre y cada mujer, un tiempo que inaugura María de Nazareth a partir de esa manifestación enamorada del Dios de la Vida.


La Anunciación del Señor -Anunciación a María- enciende la llama perenne de Dios con nosotros, el tiempo santo de Dios y el hombre.


Todo sucede a partir de un amor entrañable.

Será desde ese amor que el tiempo florecerá en la gratuidad de quien se entrega incondicionalmente. 

Es la Gracia de Dios que pide permiso, que no se impone, que allí en donde se hace presente la vida se expande y florece.

Así en la mínima existencia de la mayor de todos, la Llena de Gracia, con esa vida que se le crece en su interior, vida que es promesa cumplida y esperanza de que ya no haya imposibles, porque el amor y la fé todo lo pueden.


Paz y Bien


Los hijos de Dios son verdaderamente libres

 




Para el día de hoy (24/03/21):  

Evangelio según San Juan 8, 31-42



Este mundo en el que vivimos es un eficiente productor de esclavos. Esclavos de la miseria, esclavos del dinero, esclavos del egoísmo, esclavos del hedonismo, esclavos de ideologías, múltiples esclavos del desorden férreamente establecido.


No hay reducto, nacionalidad, religión o grupo que, por pertenencia, garantice libertad de esta esclavitud. Las credenciales de adhesión son sólo sucedáneos calmantes que perpetúan y prolongan la vida suprimida, las cadenas impuestas o, lo que es peor, las cadenas aceptadas por resignación o costumbre.


La propuesta de Jesús de Nazareth está lejos de ser una opción, una elección más.

La invitación de Jesús de Nazareth es que con Él y a través de Él, descubrimos el insondable misterio de que cada mujer y cada hombre somos hijas e hijos amados de Dios, y por ello mismo somos hermanos.


Le experiencia de descubrirse hijo es la verdadera libertad, y es un principio de identidad irrevocable.

Dios es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, muy lejano a un Soberano distante que todo impone.

Dios es pobre entre pobres, un Dios despojado de su divinidad para llegarse hasta nosotros y ser uno más, un Dios que se desvive por nuestra felicidad, un Dios capaz de morirse para que no haya más crucificados.


Sólo las hijas y los hijos pueden ser realmente libres.

Más aún, desde esa identidad primordial hasta son capaces de volverse alegremente esclavos en el servicio y la generosidad, en el desinterés y la compasión para que otro hermano rompa sus cadenas y no permanezca en las sombras, con la fidelidad de Abraham, con la confianza de José y María de Nazareth.


Este tiempo es ideal para descubrir a tantas mujeres y tantos hombres que son libres de verdad aunque no profesen la misma fé que nosotros o, siquiera, alguna fé, hombres y mujeres que expresan en lo cotidiano esa misericordia que sostiene al universo.


Paz y Bien

El mundo tiene el color del presente y un destino de eternidad

 





Para el día de hoy (23/04/21):

Evangelio según San Juan 8, 21-30



La gran tentación, y el gran error que suele acompañarnos tiene un cariz fariseo: es aquel que nos conjura y compele a pensar que las cosas de Jesús pertenecen al más allá, al "cielo", bien escindidas de los aconteceres del aquí abajo, del más acá.

En esa tentación caemos asiduamente, pues nos hemos encerrado en esquemas y estructuras que nos transforman en verdaderos discapacitados, inútiles descubriendo a Dios en cada gesto, incapaces de acercarnos al hermano.

Así entonces, suceden los escándalos: unos, que se escandalizaban de que el Maestro curara a un enfermo en sábado. Otros, que hoy mismo se rasgan los vestidos de su alma cuando se transgreden ciertas normas por ejercer lo verdaderamente santo, la compasión y la misericordia, aún cuando no se pida permiso, aún cuando no sea de acuerdo a las normas impuestas.


Son dos mundos: el de las normas rígidamente estériles, el de la liturgia vacía de corazón, el de los preceptos y el olvido del hermano puntillosamente observados.

Y está también el otro mundo: el del sacrificio para que al menos un hermano viva, el del culto genuino traducido en el socorro al caído y la protección del más débil, en el pan que se comparte y reparte y alcanza para todos y aún hay más, mucho más para los que vendrán, el mundo de la solidaridad y la esperanza militante.


El pueblo de Israel miraba el estandarte de serpiente levantado por Moisés para salvarse de la ponzoña, de la acción mortal del veneno.

Este pueblo se salva con la vista y el corazón puestos en la cruz como amor mayor.

Pues la cruz no es tanto cadalso y horror mortal, sino salvación a partir de la ofrenda santa de entregar la vida por los demás.


El otro mundo entonces tiene el color del presente y un destino de eternidad, y el idioma del aquí y ahora mirando a ese Cristo levantado en los maderos cruzados, hombre quebrantado de dolores, Dios aquí abajo muriéndose para que todos vivan.


Tanto ama Dios al mundo que Jesús, muriendo y resucitando, permanece entre nosotros, y resplandece en la solidaridad, la compasión y la generosidad.


Paz y Bien

Dios ama y perdona, y desde allí se comienza a escribir con letras que no se borran la vida nueva

 





Para el día de hoy (22/03/21)

Evangelio según San Juan 8, 1-11




Conocemos a los pertinaces custodios y jueces de la virtud... ajena. Entre ellos, es claro, podemos estar a veces.


Esta actitud que busca consuetudinariamente el rigor del cumplimiento de códigos y normas por sobre la vida misma no conoce el significado de la misericordia. Y cuando se la desconoce, se desconoce a Dios.


La autosuficiencia y soberbia de erigirse en jueces del hermano conduce a la hipocresía y a extremos de violencia, pues se trata ante todo de fanatismos crueles y no de actos piadosos.


En los tiempos de Jesús, la mujer era menos que nada: quedaba relegada a las tareas hogareñas, a la reproducción y era legalmente considerada propiedad del esposo. Carecía de derechos tanto sociales, legales y religiosos.


Sin embargo, el Dios de la Vida venía tejiendo la historia de la Salvación a través de mujeres, arbol cuya flor primordial es María, madre de Jesús hermano y Señor nuestro.


El Hijo se identifica totalmente con el Padre; el Hijo actúa como vé actuar al Padre.

Por eso cuando un grupo de escribas y fariseos le traen a los empujones a una mujer sorprendida in fraganti en adulterio, no deja de seguir el sendero aprendido de su Padre.


Según la Ley mosaica, el hombre y la mujer sorprendidos en adulterio debían ser conducidos fuera de la ciudad y lapidados hasta la muerte. Las primeras piedras debían ser arrojadas por los testigos de ese pecado.


Pero la la Palabra nos trae un hecho que no debe sorprendernos demasiado: traen al Maestro a la mujer acusada... más no al hombre copartícipe del delito que le imputaban. Torcían sus propias normas según sus sustratos ideológicos, por eso la candidata a morir debía ser invariablemente la mujer -ya encontrarían motivo para disculpar y/o absolver al hombre adúltero-.


La historia de aquel entonces sigue vigente, traduciéndose en otras actitudes de igual desprecio y violencia.


En realidad, la mujer bien podía haber sido masacrada tranquilamente sin que Jesús lo supiera; pero estos jueces falaces sostenían la doble pretensión de matar a la mujer y trampear a Jesús. Una respuesta inadecuada por parte suya lo habría hecho también alimento de esas piedras hambrientas de sangre, tan voraces como las almas de quienes las empuñaban.


Y el Maestro sorprende a todos, a los escribas y fariseos y a nosotros también.

Los rostros desencajados de rabia que lo interpelaban, se encontraban con un Jesús que se inclina y se pone a escribir con el dedo en el suelo.


Esta imagen ha tenido muchas interpretaciones: una de ellas, sostenida por estupendos exégetas de la Palabra, sostiene que el Señor iba escribiendo en el suelo los nombres y los pecados de todos y cada uno de los acusadores.


Pero también es dable y agradable pensar desde el corazón que el Maestro escribía en la tierra los pecados de la mujer adúltera y los de sus acusadores y verdugos...un viento leve o una lluvia fina borrarán lo escrito con facilidad.

Así son los pecados de todos, de ellos y de cada uno de nosotros para el corazón Misericordioso de ese Dios Padre y Madre: en su infinita bondad, los males no tienen futuro.


Quizás también el Maestro quería escribir los nombres de los verdugos y de la mujer representando la Misericordia de ese Dios que quiere que todos tengan sus nombres y apellidos inscritos en el gran libro de la Vida.


Y la respuesta del Señor es sencilla y muy, muy valiente: a esas almas iracundas al borde del homicidio, les dice: -Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra-.

Nos lo dice a nosotros, a veces testigos, jueces y verdugos de las miserias ajenas -no de las propias- antes que almas satisfechas y agradecidas por el bien y la bondad que se encuentran en el hermano.


En el -Yo tampoco te condeno- que Jesús en su ternura le brinda a la mujer rescatada de la muerte que parecía inevitable, está llave -clave- de la restauración y reconstrucción de la vida derrumbada por el mal.


Dios ama y perdona, y desde allí se comienza a escribir con letras que no se borran el cartel de bienvenida al Reino que gozo y dicha, justicia y compasión.


Para esta Cuaresma que vá finalizando, un deseo que que las manos suelten las piedras de la discriminación, la acusación y la muerte, y se abran para estrechar otras tantas manos en talante de justicia, en abrazo fraterno, en ayuda a levantarse al caído.


Paz y Bien


El Cristo viviente que todos deben reconocer en nuestros gestos

 








Domingo Quinto de Cuaresma

Para el día de hoy (21/03/21) 

Evangelio según San Juan 12, 20-33


Han llegado a Jerusalem para las fiestas de la Pascua un grupo de griegos, -seguramente prosélitos -, es decir judíos conversos que van a cumplir con los preceptos de la Ley, aunque con mayor exactitud debería hablarse de judíos adherentes pues pesaba demasiado la raza y la nacionalidad. En el Templo tenían un patio exclusivo, señal de pertenencia parcial, hijos de Israel pero no tanto.


La aparición y las enseñanzas de Jesús de Nazareth no pasan desapercibidas, y trascienden por lejos las pequeñas fronteras de Israel; su voz repercute en todas partes, su siembra llega a lugares impensados. Por ello mismos esos hombres -extraños a la fé judía a pesar de su cumplimiento ritual- quieren verlo, necesitan conocerlo en su propia impresión, abunda su curiosidad y sus ganas de saber más.

En esas intenciones, tratan de acercarse al Maestro a través de uno de los discípulos, Felipe de Betsaida. Felipe y Andrés son, de los Doce, los únicos cuyos nombres tienen reminiscencias griegas, y por ellos se dirigen a Jesús a través de ellos. Probablemente también porque nos acercamos a Dios a partir de lo que nos es habitual y conocido, de lo que no nos es desconocido, y esto es algo a lo que hemos renunciado en pos de faraónicos planes evangelizadores.


Las palabras de Jesús como respuesta a sus requerimientos pueden aparecerse como extemporáneas, duras, inexplicables. Uno podría suponer que les daría palabras de bienvenida, una recepción fraterna, y sin embargo se expresa con la contundencia de un profeta, con la fuerza de la voz de Dios. Jesús siempre nos sorprende, se esapa a nuestros esquemas, y a menudo no es ni hace lo que solemos esperar de Él.


Es que para los que esperamos a un Jesús solamente sanador, milagrero, o tal vez un revolucionario, o un Cristo celestial y lejano, la Palabra nos lleva de regreso al núcleo central de la Buena Noticia, y es que la vida se magnifica, se expande y difunde cuando se entrega generosa, incondicional, sin limitaciones y a pesar de angustias y miedos, cuando la muerte se hace ofrenda para que otro viva.

No se trata, claro está, de un dios voraz en su apetito de sangre, en sus condicionamientos sacrificiales. El Dios de Jesús de Nazareth es Abbá, un Padre que ama y como tal, sólo quiere la vida plena para todas sus hijas e hijos.

Jesús morirá en soledad, en el horror de la cruz para que nadie más sea chivo expiatorio ni víctima necesaria. Nadie debe tener destino prescrito de martirio y dolor.

Hay todo un mundo de desprecio, de rechazo de la vida, de miseria y exclusión del que no hay que evadirse ni escaparse mediante subterfugios religiosos. Es un mundo que debe cambiarse, santificarse y allí sí vale el término sacrificio, es decir, hacer sagrado lo que no lo es.


Esa es la declaración del Maestro, expresión que ratificará en su entrega mansa a ese patíbulo cruel de los maderos cruzados, grano de trigo que sólo se pierde en apariencia, grano pequeño que se convertirá en espiga fuerte, harina purísima del pan que abunda para todos.


La ofrenda mayor de la cruz debe reencaminar nuestros pasos hacia el extranjero para que no haya más extraños, hacia el distinto para que seamos cada día más hermanos, hacia el que está agonizando en soledad para que viva en plenitud.

Ése es el Dios que anunciaremos, ese es el Cristo viviente que todos deben reconocer en nuestros gestos.


Paz y Bien

Rechazar a un profeta es rechazar a Dios

 





Para el día de hoy (20/03/21):

Evangelio según San Juan 7, 40-53


La controversia se ha instalado con toda su crudeza y separa aguas, incluso entre los mismos enemigos de Jesús.

Su vida es totalmente coherente entre lo que enseña y las cosas que hace, nadie ha hablado como Él. El pueblo -aún cuando a menudo se equivoca- sabe que en ese rabbí galileo hay algo más que un simple hombre; Él les habla de un modo distinto, el Espíritu lo impulsa, Él habla desde Dios y Dios se expresa en Jesús.


Estaban también los rechazadores de siempre, esos mismos que reaccionan con violencia a lo que no pueden encasillar y que se escapa de sus torpes esquemas. Son los mismos que en aquel tiempo -y ahora también- al que habla en nombre de Dios lo vituperan, lo repudian con fervor y lo minusvaloran por origen, por pertenencia, porque no es como ellos.

Son los que se encumbran en la torre de castillos de arena, y miran con desprecio a los que consideran que están por debajo de esa pirámide falaz de poder y dominio -los que no conocen la Ley son unos malditos, dirán convencidos-.


Hasta los enviados a detenerle regresan con las manos vacías, confundidos entre las órdenes brutales que han recibido y la luz que han encontrado en ese Hombre y que los encandila de novedad. Nadie habla como Él.


Es menester detenerse en Nicodemo: su postura es sincera y leal, busca la justicia desde lo que sabe y conoce. Todos debemos buscar ansiosos la justicia a partir de lo que conocemos y siempre desde los hechos tal como son.

Sin embargo, Nicodemo aún debe dar un paso más para que su hambre de justicia y verdad sea plena, así como nosotros mismos: hay que nacer de nuevo, hay que renacer desde el Espíritu.


Hoy, aquí mismo entre nosotros, hay mujeres y hombres magníficos que continúan actuando y hablando en nombre y a causa de ese Espíritu que los impulsa, profetas de barrio y profetisas del campo que solemos ignorar y hasta despreciar por su acento, por lo que dice y por como lo dice, y allí hay un gran peligro, el mismo que transitaron los que renegaban del Maestro.


Es que cuando se rechaza al mensaje y se desecha al mensajero, se repudia a Aquél que envía el mensaje, y quizás éste sea el mejor momento para volver a escuchar lo que verdaderamente importa y a quienes no solemos tener en cuenta.


Paz y Bien

Queridísimo José de Nazareth, ruega por nosotros


 





San José, esposo de Santa María, Virgen

Para el día de hoy (19/03/21): 

Evangelio según San Mateo 1, 16. 18-21. 24a




La liturgia de este día nos convoca al grato memorial de San José, Esposo de la Virgen María y Patrono de la Iglesia universal. 

Las Escrituras son módicas a la hora de mencionar al carpintero nazareno y, más aún, los Evangelios no reflejan una sola palabra o línea de diálogo de José, hermanado así al silencio.

Pero es un silencio profundo, pródigo, estridente, conmovedor.

Si el Evangelio según San Lucas tiene un perfil netamente mariano, el Evangelio según San Mateo lo tiene de modo predominantemente josiano. Ello no es fortuito ni casual: a través de María el Mesías se hace uno de nosotros en el ámbito infinito de la Gracia, resplandor de humanidad asumida por Dios, mientras que a través de José, descendiente del rey David, todas las promesas realizadas durante siglos al pueblo de Israel respecto del Mesías encuentran resolución, efectivo cumplimiento.


La lectura que hoy leemos ha tenido una somera interpretación lineal, de tal manera que José decide repudiar en secreto a su prometida en vista de su embarazo sospechoso, y ese repudio -en el mejor de los casos- responde a la profunda justicia del carpintero, que de ese modo protege la vida de María la cual se encontraría inerme frente a las exigencias legales imperantes y a los castigos calculados, que en el caso que nos ocupa concluiría en la ejecución de María de Nazareth por un presunto adulterio. Tiene su lógica, máxime frente a una religiosidad tan cerrada y aferrada a los códigos como la que prepondera en esa época. 

Seguramente mucho de ello se enhebra el el corazón de ese varón justo, y su justicia responde a que ajusta su corazón y voluntad a la voluntad de Dios. Pero hay que animarse a ir más allá porque hay más, siempre hay más. 


Las dudas de José no obstan sobre la mujer que ama sin condiciones -el amor de su vida-, sino sobre sí mismo. En su justicia que florece en la verdad, José intuye un abismo insalvable entre sí mismo y la acción de Dios, el plan divino que involucra a su prometida, entre su persona -un humilde y pobre artesano galileo- y la presencia de su Dios que se crece en el seno de su mujer. Por eso quiere irse, por una cuestión de ajenidad, él se considera fuera de lugar y extraño para todo lo asombroso que está sucediendo.

Así, la presencia de un Mensajero, voz amistosa de Dios, no se constituye en su corazón para aclarar la situación de María sino para despejar toda duda acerca de sí y, a la vez, confiarle una misión que será decisiva.


Nosotros, mujeres y hombres en el siglo XXI, quizás no lo sepamos o lo hayamos perdido de vista, tan enfrascados en modas o en cierta tendencia a ponerse uno mismo como centro de importancia, cuando en realidad deberíamos salir de nosotros mismo y orbitar en amor y servicio alrededor de la vida que crece, se ratifica y expande en los hijos: en ese orden de ideas, un nombre es una cuestión fundamental, pues el nombre es reflejo de la personalidad y la vocación de un hijo, espejo fiel de lo que será su existencia. Nombrar a un hijo no debería atarse a caprichos ni a la banalidad cómoda de lo usual. Nombrar a un hijo es decirle al mundo lo que ese niño será, lo que se espera de Él, y tras de ese alegre proyecto ofrecer la propia vida en ofrenda y apoyo.


Por otro lado, los sueños son el ámbito simbólico en donde se propicia el encuentro con Dios, espacio inmarcable en donde las cosas demasiado grandes para asumirlas en la vigilia se pueden explicitar y resolver.

José sueña, y en el sueño encuentra la voluntad de Dios que le indica el rumbo correcto para su alma confundida.

José entonces nombrará a su hijo de acuerdo a las indicaciones del Ángel, y lo llamará según las antiguas tradiciones de su pueblo. Jesús -Yehoshua, Dios Salva- era un nombre bastante corriente en aquella época, principalmente por enraizarse con Josué, quien conduce al pueblo de Israel cuando ingresa a la Tierra Prometida tras cuarenta años de peregrinar en los rigores del desierto. En el nombre del Hijo, se expresa que la misión del Niño será conducir a su pueblo, a todos los pueblos a la tierra definitiva de la Gracia, de la eternidad.

Ese nombre confiado a José esconde gran misterio, el Emmanuel, Dios con nosotros, presencia constante de Dios al lado de los suyos como un pariente, un vecino, un Hijo amado.


Por José, en el Mesías se cumplen todas las promesas mesiánicas. Por José, Cristo nacerá y crecerá al calor afectuoso de una familia que le brindará protección y abrigo, revelando otro misterio de amor y es que Dios nos busca y nos convoca para que la Salvación llegue a todas las gentes, urdimbre santa de Dios y el hombre. Por José, el Niño que nacerá tendrá una identidad, ascendencia real, raíces profundas que lo vinculan a su pueblo: un repudio legal de María por parte del carpintero hubiera significado que el Mesías fuera un descastado, un hijo natural -un bastardo- sin derechos ni relevancia, máxime en una sociedad duramente patriarcal y bastante misógina.


Por eso, hacer memoria de la gratísima presencia de San José es también reivindicar a todos aquellos que no reniegan de tener sueños. Que a pesar de catástrofes, dudas y miserias, siguen soñando tiempos mejores y vida plena para los suyos. Que se hacen amigos de los ángeles. Que se mantienen firmes como robles, humildes, silenciosos e imprescindibles a la hora de cuidar y proteger la vida. Que no buscan reconocimientos sino que están más que satisfechos por hacer lo que deben, y luego retirarse sin estridencias, plenos de haber realizado su vocación. Que se comprometen cordialmente con la historia desde la infinita trascendencia de una familia. Que no se extravían en los momentos críticos, cimentados en la justicia y en el servicio.


Queridísimo José de Nazareth, ruega por nosotros.


Paz y Bien

Dios es Palabra que crea, que re-crea y libera

 





Para el día de hoy (18/03/21):

Evangelio según San Juan 5, 31-47




Jesús de Nazareth fue sometido a varios juicios, aunque en la práctica a un sólo proceso judicial -el del Sanedrín-, más allá aún de la condena del pretor romano.


Esos juicios anticipados iban señalando y anticipando un derrotero de rechazos y odios que lo conducirían a las horas decisivas de la Pasión. En todos esos hechos y sucesos podemos descubrir y rastrear ciertas actitudes que atraviesan toda la historia y persisten hasta nuestros días: es el rechazo a Dios y a los signos de Dios porque no se condicen ni adaptan a las imágenes y esquemas que de Él nos hemos creado.


También se juegan otros intereses, prebendas, prestigio y poder; en la escala de valores se ubica en la cumbre normas, ritos y preceptos a cumplir, que necesariamente han de tener por consecuencia el rechazo a ese Dios al que se pretende -torpemente y con cierta soberbia- defender, y así con violencia específica rechazar a su Enviado...y a todos las hermanas y hermanos del Enviado que a través de los tiempos se vuelven testigos y signos vivos del Dios de la Vida.


Puede ser que duela, decididamente ha de molestar y desestabilizará más de una mente. Bendito sea Dios por ello.

Él se escapa de nuestros moldes, y es muy distinto de los dibujos que solemos inventarnos por nuestra comodidad y a favor de nuestra conveniencia.


Un Dios así, tan Padre y tan generoso, desinteresado de todo aquello que no sea el bien y la plenitud de la humanidad, un Dios que se hace presente en cada hecho de liberación, en cada gesto de bondad, en cada acto compasivo, es un Dios muy inconveniente.


Ese Dios inconveniente es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, el mismo que prefiere levantar a los caídos, sanar a los enfermos, restablecer a los excluidos, liberar a los oprimidos antes que llenarse de palabras que nada digan.

Dios es Palabra que crea, que re-crea y libera.


Paz y Bien

Nuestro juicio no está en manos de un Dios severo sino de un Padre que aguarda siempre nuestro regreso

 




Para el día de hoy (17/03/21):  

Evangelio según San Juan 5, 17-30



Las posiciones estaban totalmente enfrentadas por su misma concepción primera. Jesús de Nazareth había curado a un hombre paralizado en sábado y las furias de los severos ortodoxos se desataron: ese campesino galileo osaba quebrantar la tradición más sagrada, y lo hizo reivindicando a Dios como su Padre, un Padre preocupado y ocupado por el bien del hombre, a toda hora, en todo tiempo.


Unos -escribas y fariseos- puntillosamente invocan a la Ley como expresión máxima de la voluntad divina.

El Maestro opone que el amor de Dios es lo que constituye y define al universo, y que ese amor se expresa en la búsqueda constante e incansable de la vida plena para toda la humanidad. Él es la expresión más cabal de ese amor por su identidad plena con ese Dios al que llama Abbá! -Papá!-, y un odio arrollador no se detendrá hasta la Cruz.


Es que Jesús de Nazareth derriba cualquier absolutización institucional -la divinización de las construcciones puramente humanas- manifestando ese amor liberador en movimiento y expansión constantes que busca la liberación de toda opresión, la salud de toda enfermedad, la felicidad y la plenitud para todas las mujeres y los hombres.


Se trata de una creación abierta.

Dios constantemente crea y re-crea a esa humanidad que tanto daño sufre y que tanto daño se ha hecho, desde ese amor infinito y sin detenerse en abstracciones, sino en mujeres y hombres concretos que están doblegados de dolor, heridos de pecado, sumergidos en la miseria, y es Jesús de Nazareth la expresión perfecta y cabal de ese amor, de tal modo que Jesús es Dios y Dios es Jesús.


Queda decidirnos a seguir esos pasos que por nada pueden detenerse.

Nuestro juicio no está en manos de un Dios severo -verdugo y rápido y eficaz- sino de un Padre que aguarda siempre nuestro regreso. Seguir al Hijo y a su paso liberador implica liberarse también de toda condena.

Nuestra sentencia está en nuestras manos, hoy, aquí y ahora, y se decide por seguir o nó el caminar redentor de Dios a través de toda la historia junto a Jesús, nuestro hermano y Señor.


Paz y Bien

El desamor, la desidia, el olvido y las omisiones son causa y magnifican todo dolor

 




Para el día de hoy (16/03/21):  

Evangelio según San Juan 5, 1-3.5-16




El Templo de Jerusalem, además de imponente era enorme, y cientos de peregrinos lo visitaban a diario; este número se multiplicaba para las festividades más importantes. En sus altares, de continuo, se sacrificaban animales de acuerdo a la Ley mosaica: todo ello implicaba que hubiera una notoria necesidad de agua para abluciones, purificaciones o mera limpieza.


Los miles de litros de aguas que recorrían su entramado provenían de varias cisternas; a una de ellas en particular -llamada Betzatá- eran llevados los enfermos, pues se le adjudicaban a esas aguas poderes curativos. Ahora bien, nos encontramos en el mismo centro de la ortodoxia judía, y por ello cada enfermo es un impuro que sufre su dolencia a consecuencia misma del pecado, por lo cual es preferible evitarle para así no quedar impurificado para los ritos y para la vida social. Por ello mismo, los enfermos dependían del auxilio escasos de los que pasaban por allí, para sumergirse en la piscina y, tal vez, encontrar un remedio cuasi mágico a sus penas.


Demoledora paradoja: a pasos nomás se rendía culto a Dios, y al lado se abandonaba a los que sufrían. Los miles de litros de agua probablemente purificaban el Templo, más nó los corazones de esas gentes.


El extremo está en ese hombre: treinta y ocho años intentando conseguir sumergirse primero -cierta tradición o superstición sindicaba que el primero en la inmersión, en un momento especifico, quedaría curado-, treinta y ocho años sin una mano amiga, ni un gesto compasivo. No es un artilugio literario imaginar que su postración fuera causada también por el abandono al que está sometido.


Porque lo terrible es el conformismo, que es la peor de las expresiones de la resignación, en donde el que sufre es una parte más -habitual e infaltable- del paisaje. El desamor, la desidia, el olvido y las omisiones son causa y magnifican todo dolor. Y nada -nada- tienen que ver con el Dios Abba de Jesús de Nazareth.


A la vera de nuestras piscinas/calles sigue habiendo muchos postrados, derrumbados por una existencia que no ha tenido demasiadas contemplaciones.

Y es tiempo de opciones fuertes, definitivas, sin medias tintas. Para que el que sufre se ponga de pié, para que se vuelva a enarbolar lo humano como algo habitual, con el desprendimiento y la generosidad propias de esa Misericordia que sostiene al universo.


Paz y Bien

Milagros, la profunda realidad del amor de Dios entre nosotros


 




Para el día de hoy (15/03/21):  

Evangelio según San Juan 4, 43-54



Todos los pueblos y culturas tienen sus taumaturgos y sanadores, mujeres y hombres a los que se acude en caso de enfermedad severa, especialmente en aquellos casos en los que la medicina conocida nada más puede hacer.

Cada uno de ellos tendrá sus métodos, sus modos. Unos harán rituales específicos, otros sacrificios, otros impondrán las manos, otros apelarán a fórmulas arcanas y secretas, y tal vez algunos de ellos exijan de manera primordial adhesión a sus principios y creencias. En todos los casos, se supone una espectacularidad e instantaneidad en la sanación, un hecho descollante y extra-ordinario que será calificado como milagro.


Jesús de Nazareth regresa a Galilea desde Jerusalem. Tiempo atrás había sido rechazado por los nazarenos, y hasta habían intentado despeñarlo en un arranque de furia.

Sin embargo, ha tenido un paso arrollador por la Ciudad Santa durante la Pascua, un paso pleno de milagros, y ahora es recibido con otra mirada; se trata del paisano exitoso que regresa, y la recepción es muy distinta. La fama de sanador le precede.


Así sucede lo que hoy nos brinda la Palabra: un funcionario real -probablemente un hombre pagano, burócrata del poder herodiano- acude a Él desesperado, pues su hijo está enfermo en Cafarnaúm. ¿Qué no se hace por un hijo?. Este hombre se desplaza desde Cafarnaúm a Caná en busca del Maestro, pues no encuentra más posibilidades de vida para su vástago.

Es claro que el funcionario sigue la mentalidad imperante, y por eso suplica que Jesús lo acompañe a su casa, hasta el lecho del hijo, pues para curarlo infiere que debe hacer lo que hace un sanador, sus gestos, sus fórmulas, sus milagros, sus prodigios.


Poco tiene que ver Jesús de Nazareth con todo esto. Sus milagros -señales o signos dirá el Evangelista Juan- quieren conducir la mirada a otra realidad viva, mucho más profunda, el amor de Dios entre nosotros, ese Reino que acontece en el aquí y ahora. 

Con todo, el funcionario cree y confía en la palabra de Jesús, y regresa a su casa. Sus servidores le salen al encuentro anoticiándolo de que su hijo se ha sanado, y el hombre confirma que ello ha sucedido al tiempo en que el Maestro lo ha devuelto al hogar. Así creen en él el funcionario y toda su familia.


En realidad, los signos ciertos son varios.

Ha sido arrancado del dolor ese hijo sometido por la fiebre. Ha de crecer y vivir, su vida no será cercenada tan pronto, la vida debe ser vivida en plenitud.

El padre, aún cuando sea pagano, aún cuando piense de manera errónea -busca al sanador famoso-, cree en la Palabra de Jesús, y así sucede la salud, y así sucede su propia conversión y la de los suyos.


Son varios los que se curan. Hay un mal que oprime un cuerpo, hay ideas que ensombrecen las mentes, y no hay fórmulas mágicas ni soluciones espectaculares.

Vida y salud, felicidad y plenitud no se resuelven por pertenencias o adhesiones religiosas, dogmáticas o ideológicas.

Todo se decide en la confianza puesta en la Palabra, Palabra que se hace camino, Palabra que no es tinta inmóvil sino Alguien que nos busca y que se desvive por nuestras existencias.


Paz y Bien

Cristo de nuestra Salvación que también ha renunciado a su propia vida en la cruz para que todos vivan

 





Domingo Cuarto de Cuaresma

Para el día de hoy (14/03/21) 

Evangelio según San Juan 3, 14-21



Dios no se adecua a lo que esperamos de Él, no se condice con nuestros esquemas, contradice cualquier imagen que nos hayamos forjado por comodidad o necesidad y reniega de esa ideología enquistada del éxito -cruel ética de winners y losers-. Así se hace difícil cualquier religión, porque de continuo Él quebranta alegremente los cánones y preceptos que hemos inventado en nuestra necesidad de estructurarnos e imponernos jerarquías y escalas de importancia.


El ha renunciado a su status celestial de Dios lejano e inaccesible, oculto tras las nubes. Es el Dios increíble que es capaz de ir a cualquier lado con tal de rescatar a ese hijo que ha renegado de Él y que se ha extraviado en su disipación en la extranjería de su amor familiar, el mismo Dios que se arriesga en los riscos y precipicios buscando a una pequeña oveja perdida, el que se detiene invariablemente a auxiliar al caído a un costado del camino, sin importarle pertenencias u orígenes.


Es un Dios que está enamorado apasionadamente de la humanidad, de toda la humanidad, de todos los pueblos y naciones, de todos y cada uno de nosotros, y que en esos amores no se escatima nada para sí.


Ha renunciado a su derecho a juzgar y condenar a los que se apartan de Él y de sus mandatos. No quiere ser juez ni mucho menos verdugo. Eso ha quedado en nuestras manos, Él se ha acercado con bondad y salvación para todos, sin excepciones.


En esos descensos desde su infinitud, la salvación entendida como plenitud y vida ilimitada no ha quedado relegada a un futuro incierto, en donde una divina balanza decidirá la pertinencia de méritos acumulados como pasaporte al Edén de las promesas. La salvación tiene perfume de presente, acontece en nuestro aquí y ahora y ha sido puesta en nuestras manos, porque ese extraño Dios tiene una fé ilimitada en todos nosotros, en contraposición a lo poco que confiamos en Él.


Y como la Salvación sucede ahora, tiempo santo de Dios y el hombre en el hoy de la Redención, toda la vida se transforma a partir de esas ganas de liberación. Toda la vida puede y debe transformarse.


¿En donde nos reuniremos para no estar tan solos, para que todo no sea una poética iniciativa individual sin mucho destino?. La sombra ominosa del dolor y la violencia siempre está amenazando a los hambrientos desaforados de paz y de justicia.


Nosotros seguimos una bandera izada como señal de auxilio para nuestra gente y para todos los que andan en tinieblas y en sombras de muerte y desolación.

Nosotros seguimos a Jesús de Nazareth, hijo de Dios y hermano nuestro, Cristo de nuestra Salvación que también ha renunciado a su propia vida en la cruz para que todos vivan, para que ya no haya chivos expiatorios, para que no se siga derramando sangre bajo cualquier pretexto, para que la vida se acreciente donándola con generosidad y desinterés.


Paz y Bien

La Gracia no es mesurable, y la medida de todo destino pasa por la humildad

 






Para el día de hoy (13/03/21):

Evangelio según San Lucas 18, 9-14



Una de las situaciones que es causa principal de excluir y de alejar al prójimo es aquel sentimiento de superioridad de unos por sobre otros.

En nuestros ámbitos religiosos, no se enraiza solamente en una malsana soberbia, ideología que subyace en creernos superiores a otros por pertenencia, nacimiento, raza, nacionalidad, sino también por una cuestión mucho más crítica, y es ella la postura frente a la Gracia y a la Salvación.


Así, tristemente hemos de encontrar a través de la historia, en la actualidad y en nuestras propias existencias ese cariz de la Salvación como meta a lograr, objetivo que se adquiere mediante el cumplimiento puntilloso de normas, preceptos y acciones medianamente piadosas. Esta postura es la que desaloja la acción increíble y maravillosa de la Gracia en nuestras vidas, Gracia que nos llega a través de Jesús, Cristo y Señor, y que deifica por sobre todo a los cánones y normas.


Podría suponerse que las "buenas" acciones son causa meritoria de la Salvación; pero el anuncio de la Buena Noticia nos enseña lo opuesto, actuamos de modo diferente y con bondad al descubrir el paso salvador de Dios por nuestras vidas.


Así los dos hombres en el Templo: uno que se cree mejor, superior al publicano y a los demás, erguido de orgullo. No puede criticarse su sinceridad, ni ponerse en duda su carácter piadoso ni sus acciones de acuerdo a la Ley. Sin embargo, él no está elevando una plegaria de gratitud sino que desde su fé de compraventa, de su espiritualidad mercantil, hace un monólogo en donde se vanagloria de sí mismo.


El otro, el publicano -considerado réprobo por sus paisanos, en la misma estatura moral de las prostitutas- apenas alcanza a balbucear una súplica de perdón, deudor moroso de toda la misericordia disponible. Ni siquiera se siente digno de elevar su mirada.

De él no sabemos si ha cumplido la Ley y los preceptos, si a diario ha sido justo o se ha portado justamente con los demás; pero tenemos la certeza que la Salvación llega a su vida por lo que nos enseña el Maestro.


Es que la Gracia no es mesurable, y la medida de todo destino pasa por la humildad. Somos muy pequeños, indigentes perpetuos, mendigos de la Misericordia, que nos salvamos con la confianza en la bondad de Dios y en su Pascua, éxodo de liberación diario en nuestras existencias.


Paz y Bien

Un madero que señala al cielo y otro madero que apunta hacia los lados

 






Para el día de hoy (12/03/21):

Evangelio según San Marcos 12, 28b-34




El interrogante que le plantea el escriba al Maestro no era menor: la vida judía estaba regulada por 613 normas o mandamientos de estricto cumplimiento, 365 de ellos de carácter negativo-prohibitivo y 248 de carácter positivo. Por ello tanto rabinos como doctores de la Ley solían verse en situaciones complicadas en el esfuerzo de encontrar principios unificantes a la hora de enseñar y transmitir al pueblo este canon de normas que regulaban todos los aspectos, el social, el religioso, el político.


En general, muchos tomaron parte por absolutizar el sábado como expresión del Shema Israel -Escucha Israel, el Señor tu Dios es único-. Así, se llegaba a límites absurdos y opresivos, y hasta el no cumplimiento de este mandato sabatino acarreaba serios problemas; por ello Jesús de Nazareth, al subordinar el Sabbath al bien y a las necesidades humanas, será considerado blasfemo y así excomulgado de la sinagoga, espacio en donde gustaba enseñar la Buena Noticia.


En ese orden de ideas, el escriba espera que Jesús le plantee una lógica lista categorizada y estatutaria que le facilite el cumplimiento de la Ley. Es una estrategia de reemplazos, de sábados más llevaderos que siempre conducen a falsas seguridades, y a la clasificación del otro en donde lo que cuenta no es tanto lo bueno o lo malo sino que no hay lugar para el nosotros.


Sin embargo, es el tiempo de la Gracia y de la asombrosa ilógica del Reino de Dios. Así Jesús de Nazareth se vale de las Escrituras pero no hace una cita estratificada de los mandamientos. Su enseñanza es reveladora y desafiante, y anticipa esa cruz de dolor y amor total que tiene dos brazos inseparables.


Un madero que señala al cielo y otro madero que apunta hacia los lados.


Su sábado no es una sustitución alternativa, sino algo novedoso, nuevo y bueno: el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo, un amor absoluto hacia el Creador que tiene como consecuencia necesaria el amor al otro en un plano que está en las antípodas de cualquier teoría, y que se expresa en el culto verdadero que no es otro que el ejercicio cotidiano de la compasión, del socorro, de la justicia y la misericordia.


Como ese escriba, no estamos lejos del Reino de Dios si hacemos nuestra la enseñanza liberadora de Jesús de Nazareth.

No estamos lejos porque aún tenemos pendiente el éxodo de todo egoísmo y formalidad estéril, esclavos de faraónicos yo y tú que van impulsados por el Espíritu al encuentro del nosotros.


Paz y Bien

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