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El inagotable misterio de Cristo



Para el día de hoy (07/06/14) 

Evangelio según San Juan 21, 19-25



Sobre la identidad del autor del cuarto Evangelio -tradicionalmente atribuido a San Juan- se han escrito innumerables obras por parte de importantes estudiosos y exégetas, estudios que al día de hoy continúan, muchos de ellos con singular piedad y sabiduría.

Desde estas limitadas y magras líneas, nos atreveremos a señalar un aspecto: quien ha dejado por escrito el testimonio de la Buena Noticia de Jesús siempre estuvo muy cercano y vinculado en la profundidad de los afectos al Maestro. Esa imagen del Discípulo Amado inclinado sobre el pecho del Señor en la Última Cena es símbolo y señal certeros de las maravillas de las que somos capaces de lograr si permanecemos unidos a su corazón sagrado.
Porque la fé cristiana, antes que la adhesión a una doctrina, es el vínculo inquebrantable que nos re-liga a Alguien, el Crucificado que es el Resucitado.

El Discípulo Amado es Juan, es también Pedro, tu y yo, la comunidad cristiana, la Iglesia, pues las primacías de amor entrañable son siempre de Dios. Es Dios quien se acerca, es Dios quien dá el primer paso, es Dios quien se desvive por todos, por toda la humanidad.

Los últimos versículos son de una gran belleza literaria, y a la vez son importantísimos, pues nos recuerdan a perpetuidad que los Evangelios no son una crónica ni una narración sino más bien relatos teológicos -espirituales-, don y misterio suficiente para la Salvación.
Y que el misterio de Cristo es enorme, inagotable; no hay modo de escribir y describir todo lo que hizo Jesús de Nazareth durante su ministerio y todo lo que ha hecho y sigue haciendo a través de los siglos, la luz de su Espíritu alumbrando y vivificando a cada mujer y cada hombre.

Paz y Bien

Oficio de pescador, misión de pastor




Para el día de hoy (06/06/14) 

Evangelio según San Juan 21, 15-19




Quizás por cierta modalidad formativa, o tal vez por cierta tendencia imperante en la Iglesia durante mucho tiempo, nos cuesta imaginarnos a un Cristo capaz de sonreír, de alguna broma amistosa, de unas buenas carcajadas. La importancia decisiva de su misión, su gravedad fundamental para la salvación de la humanidad no implica necesariamente un rostro permanentemente severo, de ceño fruncido, de acartonamiento pomposo.
El Señor es Dios hecho hombre, enteramente Dios y enteramente hombre, el más humano de todos, y nos solemos olvidar que el buen humor -aún en los momentos más difíciles- es una señal exacta de salud, de alma en paz.

La liturgia hoy nos ofrece el personalísimo diálogo entre el Maestro y Simón Pedro.
En el alma de Pedro seguramente aún hay un torbellino de imágenes y emociones yuxtapuestas, un Mesías derrotado en la ignominia de la cruz que ahora está vivo nuevamente, aunque con una diafanidad distinta a la que supo conocer, que comparte con ellos la comida, que aconseja y escucha. Pero especialmente porta la carga de esa triple culpa que lo demuele: él mismo, a pesar de sus encendidos juramentos, la noche de la detención de Jesús lo negó y renegó de de Él con la velocidad de un gallo del amanecer. Esa traición lo sojuzga y carcome por dentro.

Tal vez por eso Jesús quiere llevarlo paso a paso de regreso al perdón que es sanación y liberación. En parte por ello le hace tres preguntas similares, que se corresponden con esas tres negativas de Pedro. Más aún, comienza nombrándolo con su antiguo nombre -Simón- como sugiriéndole que ha regresado a lo viejo, a lo antiguo, a lo que ya no se es.
Pedro se entristece pues infiere una reconvención culposa. Pero el Maestro sólo le pregunta acerca de su capacidad de amarle, porque es ése y no otro el fundamento de la fé cristiana, el amor y el amor a Cristo que se expresa en el cuidado de los hermanos.

Aquí hagamos un alto: es dable imaginarse un brillo de maravillosa picardía en la mirada de Jesús, pues a cada pregunta hay escondida una respuesta tácita: ¿me amas? se corresponde a un ¡pues ahora tú también!.

Simón ben Jonás era galileo, pescador de oficio que es invitado por Jesúis de Nazareth a realizar un viaje de confianza mar adentro de las aguas turbulentas y oscuras del mundo. En esa confianza, en esa fé naciente, Simón tendrá un oficio nuevo, transformado, el de pescador de hombres. Porque la vocación comienza a partir de lo que somos y se dirige hacia lo que podemos ser y hacer con el auxilio de Dios. Y así entonces Simón será un hombre nuevo con un nombre nuevo también, Pedro, piedra o roca sobre la cual se fundamentará la fé de sus hermanos, se edificará la comunidad naciente y creciente que es la Iglesia.

Pedro confirmará a sus hermanos en la fé, es un hombre peligroso pues es un hombre que tiene horizonte y misión, una misión de paz, de rescate, de cuidado, de servicio que no tiene otra lógica santa que la del amor que aprendió de Jesús, su amigo y Señor.

Paz y Bien


Aspectos de unidad



Para el día de hoy (05/06/14) 

Evangelio según San Juan 17, 20-26


La unidad de los cristianos debería ser reflejo de la Trinidad, es decir, vínculos indisolubles e inquebrantables de amor que implican el conocimiento y reconocimiento del otro y la reciprocidad en el cuidado, el respeto y el afecto, el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro sin reservas.

Sin embargo, a través de la historia hemos truncado, a menudo con violencia y resentimientos perdurables, ese sueño primordial del Creador. A veces con palpables y explícitas razones doctrinarias, a veces con una soberbia militante, a veces por celos y por ansias tóxicas de poder y dominio.
Pero por más fundamentos que puedan argumentarse, el Maestro encomienda a los suyos a su Padre desde otros aspectos.

Esos aspectos tienen que ver con la esencia de Dios, el amor, de cómo guardamos en nuestras profundidades la Palabra y la ponemos en práctica, de cuanta caridad somos capaces de sembrar, pero también y muy especialmente de volvernos capaces de descubrir a Dios en el rostro y en la existencia del hermano.

Ese Dios que resplandece en el otro -tan hijo y tan amado como el que más- nos conduce también a la fé.

Es menester volver a creer en el hermano, con la misma intensidad que profesamos nuestra fé en Dios
Porque el signo de la Buena Noticia es la comunidad de los creyentes, familia creciente, ámbito de paz y de justicia que llamamos Iglesia.

Paz y Bien


Consagrados en la verdad



Para el día de hoy (04/06/14) 

Evangelio según San Juan 17, 6a. 11b-19




La vehemencia y el fervor de la plegaria de Jesús de Nazareth por los suyos -por los Once, por la Iglesia, por todos nosotros- revela su preocupación primordial ante la inminencia de la Pasión y su partida. Pero es una partida extraña, pues Él, yéndose, se quedará con los suyos de manera más plena.

Como reflejo mismo de su amada Trinidad, son tres los aspectos de un único sentido en los que insiste: implora que los suyos permanezcan en la verdad, permanezcan unidos y, especialmente, que permaneciendo en el mundo no sean mundanos, no le pertenezcan más que a Dios.

Permanecer y vivir en la verdad es la fidelidad a la Palabra de Dios que se escucha con atención y se pone en práctica, una Palabra que es el Logos eterno de Dios revelado por Jesucristo, la eternidad vivida en la día a día, el infinito como don y bendición que se entreteje en la cotidianeidad. Esa verdad encierra el absoluto de que Dios es amor, es Padre y Madre que nos ama hasta extremos asombrosos, más allá de cualquier mérito, es vivir la plenitud y transmitirla, y reflejar esa luz primordial.

Esa verdad no es cosa de individualismos, de esoterismos a escondidas. Como reflejo de ese Dios que es familia amorosa, los discípulos han de vivir en la unidad, alrededor de Cristo, fundamentados en su amor. Porque cuando la unidad se quebranta, cuando la familia se dispersa, la verdad se vá pues no encuentra hogar ni cobijo cálido.

La santificación que es el horizonte de los seguidores del Maestro acontece en el mundo, en el aquí y el ahora cotidianos. Sin embargo, bajo una aparente paradoja que es la santa ilógica del Reino, los discípulos están en el mundo sin pertenecer al mismo pues pertenecen a Dios y esa pertenencia es mucho más que una simple propiedad, pues es un vínculo filial que nada ni nadie puede borrar ni eliminar. Podrán haber hijos perdidos o hijos renegados, pero nunca ese Padre reniega de la ansiosa espera del regreso.

No es fácil, nada sencillo y sin embargo es simple. Permaneceremos consagrados en la verdad si permitimos que el Espíritu Santo obre en nosotros y nos transforme de raíz.

Paz y Bien

Gloria de Cristo, gloria del mundo



Para el día de hoy (03/06/14) 

Evangelio según San Juan 17, 1-11a



La liturgia nos regala hoy la llamada oración sacerdotal de Jesús. El Maestro, a las puertas de su Pasión, es un hombre a punto de morir que suplica por los suyos, porque prevalezca en Él y en los que son de Él -los Once, todos nosotros- la gloria de Dios.

Contrariamente a lo que se supone, la gloria de Dios no implica una alteridad tal que se pueda inferir al resplandor de un cielo inaccesible para nuestra limitadísima humanidad. Más bien la plegaria de Jesús tiene que ver con la acción bondadosa de Dios en la historia de la humanidad, ese Dios desconocido que se revela y manifiesta en Jesús de Nazareth, en todas sus enseñanzas, en sus gestos, en sus acciones y, por sobre todo, en su modo de amar hasta las últimas consecuencias. Paradójicamente, esa glorificación está asociada a la muerte en tanto que ofrenda libre de su propia vida, amor supremo.

La gloria de Dios se explicita en la eternidad que se vuelca generosa y abundante en la finitud de la vida humana. Es el misterio amoroso de la Encarnación -urdimbre santa de Dios y el hombre- ratificado en la Cruz y hecho definitivo en la Resurrección.

Por eso, cada vez que se ama sin reservas, que se ofrece la vida por el bien de los otros, que se vive en cada latido la Buena Noticia, se alaba y glorifica a Dios, y recíprocamente, como es siempre el carácter dialógico de ese amor que es Dios, Dios glorifica al mundo, y renueva la faz de la tierra.

Porque eso que llamamos cielo es don y es misterio, pero comienza aquí y ahora y por ese afecto y esa confianza incondicional que se nos ha brindado, se nos invita a edificarlo en el día a día, a cada instante, en todos los rincones de la tierra y el universo.

La gloria de Dios es que el hombre viva en plenitud, una vida que no tenga fin, y comienza humilde y fiel cuando el pobre se yergue como un hombre digno e íntegro, más allá de la mera supervivencia, con el rostro vuelto al sol de la vida, Cristo, Señor de la historia y hermano nuestro.

Paz y Bien



Vencer al mundo




Para el día de hoy (02/06/14) 

Evangelio según San Juan 16, 29-33



En el ambiente cargado de sentimientos de la Última Cena confluyen varias posturas.

Por un lado, el miedo, la confusión y la tristeza que ya sienten los discípulos. Ellos no suponían de ningún modo que el Mesías esperado fuera como su Maestro, un hombre pobre y humilde que, contra todas sus expectativas, se iba a entregar voluntariamente a las manos de sus enemigos, al horror y a la abyección de la cruz, un Mesías derrotado y muerto, un Maestro que les enseña a amar y amarse por sobre todo, en la locura imposible de amar también a esos enemigos que buscan su mal y su destrucción.

Pareciera que en estas contradicciones -extremándolas, agudizándolas con esas ansias deshumanizantes que tantos esgrimen- se ubicaría Jesús de Nazareth. Él predica un reino que no es de este mundo porque sólo acepta al poder como servicio, y por ello mismo cualquier ansia de dominio,de prebendas y glorias nada tienen que ver con la Buena Noticia que respira y que es su horizonte fiel. 

Él les afirma con su misma existencia en ese suplicio inminente que morirse por lo demás está bien, que es bueno, que es necesario para que todos vivan, que no hay que desanimarse ni abdicar de cualquier esperanza porque Él, aún antes de los espantos de la Pasión, ya ha vencido al mundo.

Porque vencer al mundo es confiarse en ese Cristo, en espejo a esa confianza desmedida e inusitada que Dios ha puesto en cada uno de nosotros, mujeres y hombres poco fiables y quebradizos en nuestras miserias. 
Vencer al mundo es afirmar cada día que morirse para que otros vivan y pervivan no es derrota por la muerte sino afirmación tenaz del amor, dar la vida de una vez, dar vida a cada día, con paciencia, con obstinación solidaria, con generosidad que no busca otro salario que el deber cumplido.

Vencer al mundo es permitirse la esperanza, con todo y a pesar de todo.

Paz y Bien

Ascensión del Señor: don, misterio y misión



La Ascensión del Señor

Para el día de hoy (01/06/14) 

Evangelio según San Mateo 28, 16-20



Ellos son Once discípulos, y ese número preciso señala el paso abyecto de la traición por esa comunidad incipiente. Es símbolo exacto de una Iglesia quebradiza e imperfecta que aún así, con esas limitaciones y miserias, de la mano de Cristo cumplirá con su destino misionero y será capaz de todos los imposibles, de acciones humildemente maravillosas.

El punto de encuentro entre el Resucitado y los suyos es el monte, y es en Galilea.

Del monte no sabemos el nombre y quizás la importancia no es cartográfica, pues responde a una geografía teológica, a un punto concretamente espiritual: el monte como sitio en donde Dios se revela y manifiesta, en donde la altura representa a esa divinidad que es el Totalmente Otro.

Pero han de encontrarse en Galilea, y esto es clave y decisivo: en Galilea todo comienza, en la Galilea sospechosa y marginal, teñida de contaminación heterodoxa, en esos bordes mismos de la existencia comienza el ministerio y misterio de la Salvación, y es por ello mismo que es imperioso que todos regresemos a todas las Galileas de los bordes, para que la vida amanezca de una vez por todas.

Los Once oscilan entre el asombro, la fé y las vacilaciones de sus dudas. Es comprensible, pues a sus razones -tan limitadas como las nuestras- se les presenta este Cristo Resucitado de un modo novedoso, liberado definitivamente del abrazo oscuro de la muerte. Son hombres sencillos -varios de ellos rudos pescadores- y ninguna experiencia los ha preparado para lo que están viviendo. 
Sin embargo, sean sus dudas también las nuestras y a la vez motivo de todas nuestras esperanzas: Dios no ha confiado la misión primordial a los ángeles o a hombres perfectos, sino que se confía, con todo y a pesar de todo, de mujeres y hombres capaces de alabar pero también que a menudo se tambalean en sus inseguridades.

La bendición ha de llegar a todos los rincones del universo desde una comunidad imperfecta que está en marcha por la fé que la congrega y el Espíritu que la anima.

Cristo asciende a los cielos y la naturaleza humana asumida por Dios en Él se plenifica hasta el infinito, a pesar de la muerte.
Es don inmenso que se ofrece generoso e incondicional a toda la humanidad, y es un misterio insondable de amor, de un Dios que al suplicio, al sufrimiento y a todos los desprecios responde con vida plena y perdurablemente eterna.

Pero también es misión. Cristo asciende para que todos podamos llegar a esa plenitud, pero no se vá. Se queda presente a través de los suyos, de todos nosotros, y la misión es precisamente ésa, anunciar que el cielo está aquí y ahora entre nosotros, volvernos docentes en el servicio, obreros en la bondad, compañeros en todos los caminos pues no tenemos otro mandato que el amor, que edifica la Iglesia, que transforma toda la tierra, con la fuerza y la constancia que brinda el saber que nunca jamás iremos ni estaremos solos.

Paz y Bien

Visitación de María, presencia del Señor



Visitación de la Virgen María

Para el día de hoy (31/05/14) 

Evangelio según San Lucas 1, 39-56



Hay que ponerse en el lugar del otro.

Es una muchacha muy joven, casi una niña con un embarazo extraño y sospechoso que se larga de su pequeña aldea polvorienta con las prisas de la solidaridad, de esa caridad que es socorro, compasión, que no admite demoras en la búsqueda del otro.
Ella vá de Nazareth hacia Ain Karem, es decir, recorre sola la tierra de Israel de norte a sur por rutas a menudo muy peligrosas. Pero la impulsa la Gracia, la misma Gracia que la ha colmado y fecundado, y nada puede detenerla: lleva en su seno la Salvación al Hijo de Dios, causa primordial de todas las alegrías.

La lógica indica que los cambios han de venir por príncipes, guerreros e importantes sacerdotes. Pero la Salvación y la historia se ha de resolver por las mujeres y los niños, dos niños santos y maravillosos.

El encuentro entre esas dos mujeres, tan distintas entre sí, es motivo de júbilo. Cuando nos juntamos y reconocemos como somos pueden suceder cosas asombrosas. Cuando María visita a los suyos, el Señor se hace presente y un tiempo de gozo y gratitud nos nace y no tiene fin, con la tenaz persistencia del amor.

María sabe conoce como nadie el misterio de la Redención que ha transformado su vida y que renovará la faz de la tierra. Porque su Dios -el Dios de José y Jesús de Nazareth- no es lejano ni difuso. Tiene un rostro concreto y está cerca, muy cerca, inclinado abiertamente del lado de los pobres, los pequeños, los humildes, un Dios que se brinda como lluvia fresca que nos vivifica, que derriba a los poderosos de sus tronos, que siempre cumple sus promesas, y que nunca, por ningún motivo, nos abandonará.

Paz y Bien


Acerca del dolor



Para el día de hoy (30/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 20-23a





Abordar la cuestión del dolor y del sufrimiento humano en unas líneas tan escasas y limitadas como éstas tendría un cariz limitante y fraccionado, toda vez que requiere una profunda reflexión, máxime si lo que intentamos es su comprensión a la luz del Evangelio.

Sin embargo, podemos acercarnos a algunos aspectos que nos sirvan para orientar la mirada. 
Es preciso, no obstante, establecer que el sufrimiento no es grato ni deseable, ni es del agrado del Dios de la Vida; en un sentido opuesto, la cruz de Cristo no sería ya la ofrenda inmensamente generosa de su vida sino más bien el precio a pagar a un dios absurdamente cruel. Y ése no es el Dios de Jesús de Nazareth.

Pero este Cristo, sabedor cabal de los horrores que le esperaban, no rehúye a la Pasión. Con entera libertad asume la aparente victoria de sus enemigos, el aplastamiento de una muerte ignominiosa.
Porque Él tiene la capacidad de mirar y ver más allá de lo inmediato y de las apariencias, y en su horizonte -que es el mismo de Dios- hay una vida que no perece. Esa esperanza lo sostiene y lo alimenta, y en sintonía amorosa su sacrificio, sus pesares y sus dolores padecidos cobran nuevo sentido, con todo y a pesar de todo.

En Cristo todo es enseñanza, para los discípulos de los inicios y para los discípulos de todas las épocas entre los que estamos nosotros mismos. Él sabe que su sacrificio no será en vano porque, por intolerables que fueran, esos dolores preanuncian una vida que viene pujando por nacernos, una vida plena, una vida definitiva.

Por eso cuando el dolor se hace ofrenda y se reviste -aún en medio de lágrimas y lamentos- de una humilde esperanza, todo puede cambiar y volverse santo en el aquí y el ahora.
Porque por Cristo sabemos que ninguna tristeza ni ninguna ausencia son definitivas.

Paz y Bien
 

Tres aspectos de la cruz



Para el día de hoy (29/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 16-20



La cruz, como hecho concreto y como símbolo, puede verse de tres modos o aspectos distintos.

Uno es el externo, el del horror y el espanto, el del patíbulo, el de la ignominia, el de la abyecta maldición, el del Mesías derrotado que torna insoportable a los conceptos portados o imaginados.

Otro, es el de las connotaciones interiores de aquellos cercanos al Maestro. Aún cuando la gran mayoría se dispersará presa del miedo, todos ellos -frente a la muerte de Jesús- vestirán sus almas de tristeza. Es muy humano llorar, quebrarse en la pérdida, suspirar ausencias que a menudo se hacen tan patentes en los platos vacíos de la mesa común. Y esa tristeza parece, sombríamente, volverse definitiva, quiere quedarse de modo permanente.

Pero hay un tercer aspecto que deja muy atrás a todos los demás, y que escapa a toda racionalización. Posee la misma ilógica santa del amor. Ese aspecto es el de la cruz que esconde el germen de la alegría perpetua, infinita, eterna, dolores de parto que preanuncian una vida nueva.
El error quizás estribe en aferrarse a la necesariedad, es decir, a que resulte imprescindible el crisol del dolor y el sufrimiento para que haya brotes nuevos, existencias renovadas. Ello tiene poco y nada que ver con la Buena Noticia.

Pero cuando llega el dolor, cuando se hace tan duramente presente, hay que abrazarlo. Hay que hermanarse al dolor, hay que asumirlo como esa cruz que por el misterio insondable de la bondad divina deviene en símbolo y signo de paz y de bien aún cuando su intención primera y su sentido inicial sea cruel.

Con su Resurrección, Jesús de Nazareth dá el primer paso rotundo para que todos y cada uno de nosotros nos volvamos audazmente capaces de realizar nuestra Pascua. Pues nunca, jamás, estaremos librados a nuestras limitaciones ni sometidos a los azares.

Paz y Bien

Hacia la verdad en plenitud


Para el día de hoy (28/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 12-15





A pesar de haber compartido tanto con Jesús, casi todo su ministerio, conviviendo con Él por los caminos durante tres años, los discípulos no alcanzaban a comprender la real dimensión de su Maestro, la Salvación ofrecida, el rostro de Dios que en Él resplandecía.
Están en el cenáculo, la cruz está demasiado cerca y no queda casi tiempo; Jesús de Nazareth es un hombre que se sabe próximo a la muerte -una muerte horrorosa- y no quiere dejar a sus amigos librados a su suerte, con tantas dudas y tanto por aprender y aprehender en las honduras de sus corazones.

En Jesús todo es darse, expresión total de la esencia de Dios, un Dios que es comunidad, que es familia, que es movimiento y donación amorosa perpetua y eterna. Por eso, para no dejarlos solos les dejará el Paráclito, Espíritu Santo que es la vida que no se apaga.
Por el Espíritu se llega a la verdad en plenitud, los primeros discípulos y los de todos los tiempos y todas las épocas. Pues la verdad en plenitud es el conocimiento profundo de Cristo y su seguimiento, pues la verdad ya ha dejado de ser un concepto que se internaliza, una abstracción inteligida, un categorema adoptado.

La verdad, en este tiempo nuevo y asombroso, es una persona, Jesús el Cristo, hombre y Dios.

Esa esencia amorosa de Dios es el salir siempre de sí mismo y donarse incondicionalmente, a pura generosidad, y por el Espíritu del Resucitado podemos ser capaces de conocer plenamente al Redentor, su misión y la Salvación ofrecida a toda la humanidad.

El Espíritu es movimiento, viento divino que sopla en todas partes, que enciende lo que se ha apagado, que moviliza lo que se ha quedado paralizado, que despierta los corazones adormecidos.
Por el Espíritu todo puede cambiar, y esa verdad que seremos capaces de hacer nuestra, de encarnarla en el día a día nos volveremos enteramente libres, seres transformados que siguen los pasos de Aquel que encabeza la gran caravana de la vida que jamás finalizará.

Paz y Bien

El legado de Cristo



Para el día de hoy (27/05/14) 

Evangelio según San Juan 16, 5-11




Afirmación y don generoso e incondicional, pagado a precio de sangre, el Espíritu Santo es el legado más precioso que Cristo ha dejado para toda la humanidad. 

Luz para los pueblos, consciencia plena, Padre de los pobres, consuelo de los afligidos, fuente de todas las esperanzas, defensor de los perseguidos, palabra recuperada, vida divina que se dona sin reservas.

Con todo y a pesar de todo, no podemos ser esclavos del temor, aún cuando ese temor refiera al Maligno: la Resurrección es la victoria definitiva sobre la muerte, sobre todas las muertes amargas que nos toca beber, que nos imponen y que en nuestras miserias elegimos.

La Salvación como don y misterio se expande en mujeres y hombres con corazón de hijos y alma de prismas, que en su transparencia multiplican los destellos de esa vida nueva y definitiva que sopla sin cesar por todo el universo y especialmente sobre la superficie de la tierra, en la tierra fértil de los corazones haciendo que nazcan cosas nuevas y buenas.

Con tanta generosidad que se desborda inconmensurablemente -como el pan en doce canastas, como las tinajas repletas de vino bueno- el eco que hemos de producir no ha de tener los sonidos disfónicos y aturdidores del egoísmo y el individualismo. El Espíritu resplandece y se hace presencia en aquellos que se hacen vida para los otros, y cuando la comunidad se reune como familia, como imagen de ese Dios que sale de sí de continuo porque ama, sin reservarse nada, des-viviendose por los demás.

Todo es promesa y horizonte si nos animamos a confiar que no estamos solos, que Él se ha ido para quedarse definitivamente.

Paz y Bien

Paráclito



Para el día de hoy (26/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 26-16, 4




La fidelidad a Cristo y a su Buena Noticia no es un proceso abstracto ni aséptico, sin consecuencias. Más aún, vivir el Evangelio necesariamente tendrá sus consecuencias, consecuencias graves, durísimas, violentas: ninguna fidelidad, desde la mirada obtusa del poder, quedará impune.

Esto lo sabían bien los discípulos y las primeras comunidades: serían expulsados ignominiosamente de su espacio religioso de siempre, excomulgados sin más trámites de las sinagogas, y serían perseguidos hasta la muerte -previo juicio- por los poderes políticos, especialmente por la Roma imperial.
Los cristianos de hoy en día tampoco están exentos de las persecuciones, las que se han refinado en sus modos pero siguen teniendo su carga de odio y su dosis de crueldad, y no es aventurado afirmar también que la medida de las persecuciones y repudios sufridos es también la medida de la fidelidad practicada.

El Maestro promete sin ambages el Paráclito -Parakletos en su origen griego, o alguien llamado en su traducción literal. Es Aquel a quien se clamará por ayuda, es el Espíritu Santo de Dios que acudirá como Abogado, Consejero, Consolador e Intercesor.

Abogado que nos defenderá en principio de nosotros mismos, de todo el mal que hemos hecho -Espíritu de misericordia y perdón.
Consejero que nos dará las palabras justas para que nuestro testimonio sea veraz, aún en los momentos más difíciles.
Consuelo en nuestras horas más bravas, en las noches que se hacen perpetuas, en las angustias y en las lágrimas.
Intercesor de nuestra pequeñez y limitación frente al misterio eterno de Dios, fuerza de la vida, vida plena, alegría y profecía.

No hay precio porque no hay condiciones, porque todo se decide por la Gracia de Dios.
Por ello, en feliz reniego de una religiosidad retributiva o de obligaciones tabuladas, roguemos que nuestra obediencia sea sencillamente que nos reconocemos hombres y mujeres que hacemos lo que debemos porque Alguien, a costo de su propia vida, nos ha comprado tiempo, tiempo eterno para crecer y dar frutos.

Paz y Bien

Más allá de la supervivencia




Domingo Sexto de Pascua


Para el día de hoy (25/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 15-21

Nadie dice que es fácil. Menos aún en las ambigüedades, durezas e indiferencias crueles e inhumanas de estos tiempos que corren, en donde se oscila desde un materialismo burguesmente torpe y consumista a los embates de la miseria y el desempleo, todo teñido de violencia.
Pero el horizonte de la existencia debería ser el vivir, el vivir en la plenitud de nuestra humanidad, transponiendo ágilmente los límites escasos de la mera supervivencia.

Sobrevivir es quedarse nomás en los afanes del sustento, pero olvidarse del hambre de justicia y de aquello que alimenta para siempre, que no perece. Sobrevivir es volverse estricto para con la letra y el reglamento, y olvidar a su sentido primordial y al Espíritu que todo anima y significa. Sobrevivir es hacer que todo sea pasado siempre sea presente -lo malo y lo bueno- e impedir que haya novedades, que el hoy florezca y soñar con un futuro. Sobrevivir es devenir en esclavos del ritmo de la rutina y de los estereotipos, de la declamación antes que de la proclamación, el ego primero antes que el nosotros.

Nadie dice que sea fácil, peor aún cuando agonizan en silencio y no conocen otra cosa que espanto y dolor.
Y a menudo son tantos los embates de la realidad, que la soledad es sutilmente tentadora.
Pero ni vivimos ni sobrevivimos solos y sin esperanzas.

Quizás el rasgo primordial de los cristianos sea precisamente ése, el de una familia que no abdica jamás en sus ansias por vivir, con todo y a pesar de todo. Y que no todo es producto de esfuerzos desencarnados, pues no estamos solos, y porque no conocemos otra ley ni otra norma que la reciprocidad y la infinita trascendencia del amor.

Porque nos descubrimos amados para siempre y desde siempre, y como rescoldo que nunca se apaga y mantiene perennes los mejores fuegos, el Espíritu del Resucitado nos vá alimentando esta vida que a veces se nos apaga, vino que se nos consume y que nos llega por los ruegos de María de Nazareth.

Paz y Bien


María, auxilio de los cristianos




María, Auxilio de los cristianos


Para el día de hoy (24/05/14) 

Evangelio según San Juan 1, 1-11



Don Bosco lo sabía bien, con esa certeza que nace en las profundidades de los corazones cálidos de fé.

María, la que se ocupa y preocupa de que a todos los hijos no le falte nunca el vino bueno y nuevo, el vino de la alegría, el vino que vuelve a encender la vida que se está apagando, Madre a la que el Hijo nada le niega. Porque en donde está la Madre, indefectiblemente está el Hijo.

Hija luminosa y santa de Israel, es la más pequeña de todos y Ella misma lo sabe, y sabe de todas las maravillas que Dios hace en su vida. De tan pequeña es tan grande, Reina de toda la creación desde su corazón enorme.

Madre y esposa, es la imagen perfecta de la justicia. Ama de casa incansable, atenta a las necesidades de todos, negándose a sí misma para darse por entero sin reservarse nada, para que a nadie nada le falte, para que cada hogar tenga calidez para crecer, para que cada uno tenga lo suyo -guisos y pucheros que se agrandan con la fuerza maravillosa de la ternura-, heroína que mantiene todos los hambres a raya.

Consuelo de los afligidos, siempre firme al pié de nuestras cruces, compañera de los humillados, muchacha de pies descalzos que no se demora jamás frente a las angustias de los necesitados.

Nuestra flor más bella, nuestro árbol más frutal, perpetuo socorro en todo lo que hacemos, como mujer de la Palabra es hija, es madre y es discípula junto a nuestros pasos vacilantes.

Madre del Señor, Madre de la Iglesia, auxilio cierto de todos los cristianos que acuden a ella con confianza en las amenazas que nos acosan, y que es baluarte de nuestras esperanzas.

Paz y Bien

Ser para los demás



Para el día de hoy (23/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 12-17



Un mandato no es necesariamente una orden que ha de obedecerse ciegamente, sin pensárselo dos veces. 

Un mandato implica que se ha confiado en alguien para un cometido determinado, y en el confiar reposa también la certeza de que el mandatario posee las cualidades o capacidades necesarias para lo que se le ha encomendado. Por eso quizás se nos ha desdibujado este sentido básico cuando aplicamos estos conceptos a nuestros gobernantes, en el país que fuere. Y esa confianza brindada implica una responsabilidad, una ética, es decir, un modo de actuar en el mundo y para con los demás.

El mandato de Jesús de Nazareth no es un la obligación de cumplir un número predeterminado de normas específicas, y el Maestro lo ha enseñado del mejor de los modos posibles, viviéndolo Él mismo en cada momento de su existencia, y haciéndose ofrenda infinitamente generosa para el bien de toda la humanidad.
Ese mandato es el amor, y antes que arribar a definiciones que delimitan trascendencias, es menester contemplar al mismo Cristo, al modo en que Él amaba, y cómo Él traducía en nuestro rudimentario lenguaje humano el corazón eterno de Dios que es ese amor infinito.

Amar, en la sintonía de Cristo, es ser para los demás. Y ser para los demás porque primero y ante todo nos descubrimos hijas e hijos amados por Dios, cuyo amor se expresa y explicita en ese Cristo que se desvive por los otros, buenos y malos, justos y pecadores.
No es, como podría inferirse, una progresiva aniquilación del yo y una disolución de la voluntad y la personalidad; antes bien, es una decisión enteramente libre y voluntaria que se fundamenta en que nos ha amado primero, y que no hay otro modo de trascender que el romper caparazones de egoísmo y soberbia, y salir al sol, al encuentro del otro.
Más aún, salir en la afanosa búsqueda del otro porque en verdad, al prójimo se lo edifica toda vez que nos aprojimamos/aproximamos.

Tan intoxicados por los medios de comunicación como estamos, y portadores de criterios tan banales, solemos confundir lo heroico con lo espectacular o con lo eminentemente trágico. Sin embargo, lo heroico es mantenerse en ese principio primordial de ser para los otros, y no transigir jamás.
Y por sobre todo, animarnos y atrevernos así, dando la vida y dando vida, a ser felices.

Paz y Bien

La alegría como síntoma y señal



Para el día de hoy (22/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 9-11




Contrariamente a lo que se estila caracterizar, la alegría no es euforia ni un sentimiento pasajero de bienestar.
La alegría verdadera es duradera, perdurable y no es una emoción individual: es más bien fruto del encuentro, y muy especialmente de eso que llamamos concordia, es decir, la puesta en común de los corazones aún con todas las disimilitudes que solemos portar. 

No es tarea sencilla pues no es nada fácil el conocimiento y re-conocimiento del otro como tal, y es una situación que se torna álgida y primordial cuando ese otro ha sido preclasificado como adversario o, peor aún, como enemigo.

En la comunidad cristiana, la alegría debería ser síntoma y a la vez señal, aunque quizás estos dos términos sean muy parecidos, que no sinónimos.

Síntoma pues denota salud en las almas que se reunen en torno a Cristo, congregadas por su Espíritu, y en las cuales prevalece el servicio, el cuidado, el amor generoso y desinteresado que es la misma esencia de Dios.

Señal pues la comunidad cristiana que es fiel al Maestro -sarmiento firmemente unido a la vid verdadera- arroja destello de luz y auxilio en un mundo en donde son tristemente habituales los odios y las sombras de la discordia, el olvido y los rechazos.

Hablamos de reciprocidad, una reciprocidad que excede la obligación tabulada y que es el producto grato de la amistad, de salir en búsqueda del otro, de propiciar el encuentro porque en el otro adivinamos y descubrimos el rostro de Dios.

Y cuando en comunidad esa alegría trasciende las limitaciones espacio temporales deviene en plenitud, en felicidad, pues lleva el germen santo del amor de Dios y la redención de Cristo.

Paz y Bien

La vid verdadera, la savia vital




Para el día de hoy (21/05/14) 

Evangelio según San Juan 15, 1-8


La vitivinicultura es milenaria; a través de los siglos, aún cuando hubo muchos cambios por los avances tecnológicos, la raíz sigue siendo la misma, y es la calidad de la uva, fruto de la vid.

Los oyentes de Jesús lo sabían bien: las mejores uvas son las que surgen de las ramas o sarmientos más cercanos al tronco, a la vid, toda vez que reciben plena la savia nutricia que las vivifica y florece. Las más alejadas son, por lo general, desechadas para la fermentación del mosto primario. 
Y sucede lo mismo con las ramas: cuando se alejan demasiado de la vid, se resecan y no dan fruto, y la única utilidad o destino de esos sarmientos es el ser utilizadas como leña, y también han de ser podadas del cuerpo principal de la vid para que ésta genere brazos nuevos y fructíferos.

Contra todo pronóstico de pervivencia fundado sólo en el sustento que se adquiere desde fuera, la enseñanza del Maestro remite a una interioridad total entre Él y el creyente, dador generoso de la savia que nos hace vivir. 
En su cercanía nos volvemos madera verde que brinda buenas uvas, uvas que han de pisarse y fermentarse para transformarse en vino bueno.
En cambio, cuanto más nos alejamos nos resecamos y nuestra existencia deviene inútil, sin horizonte, estériles en todos los aspectos. Y aquí es menester derogar esa imagen de un Dios que entrega como pasto de las llamas a las ramas secas. El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre y una Madre que ama y cuida, es el Viñador que a veces nos poda para que nos crezcan cosas nuevas, es Aquél único conducto por el cual nos viene la vida.

Porque tenemos un destino de vino bueno, y María de Nazareth lo sabía bien pidiéndolo para nosotros, y el Maestro se funde en nuestro devenir transformando cada día, en la mesa de los hermanos, a ese vino en su sangre para la Redención.

Paz y Bien

Paz de Cristo, paz del mundo



Para el día de hoy (20/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 27-31a



La sociedad actual ofrece un menú variopinto y múltiple de la cuestión de la paz.

Una paz que implica la ausencia de conflictos, y esto procurando evitar las situaciones conflictivas, las crisis, el repliegue sobre sí mismo evitando a los que la pasan mal.
Una paz química, que puede ser la medicación -a menudo necesaria- que adormece los sentidos de las almas agobiadas, y en casos extremos, las drogas que subyugan con su cruel adicción a las personas.
Una pax del tipo romano, es decir, la paz que se impone mediante el uso explícito de la fuerza; sus variantes pueden ser la acumulación de poder bélico con el fin de persuadir al enemigo de una destrucción mutua o de una guerra encarnizada, la paz obtenida luego de sangrientas batallas.
La paz de los cementerios, de la que todos guarden silencios, la paz de la comodidad, del miedo, del mirar para otro lado, y otras tantas modalidades parciales e inmanentes, sin futuro ni trascendencia.

Pero la paz que Cristo regala y ofrece de modo generoso e incondicional es muy distinta.
Abarca sí todos los aspectos de la vida humana, genera bienestar y calma, pero no practica escapismos ni rehuye de los problemas. La paz de Cristo, se apoya en la verdad absoluta del amor total de Dios para con la humanidad. Y es una paz que compromete, y que se edifica en este mundo cuando florece la justicia, cuando se reniega de la violencia, cuando servicio y mansedumbre son las ilógicas armas de los que se atreven y tienen coraje de vivir y propagar esa paz.

La paz de Cristo es don, es regalo, y acaso no se limite a ello. Su paz moviliza, su paz impulsa a salir en la búsqueda de los demás, su paz es la certeza de que aunque nuestras mínimas barcas estén sometidas a las tormentas más bravas, si Él viene a bordo, hemos de llegar a buen puerto y no pereceremos.

La paz de Cristo es señal de que a pesar de todas las cruces, la vida nos amanece en la Resurrección.

Paz y Bien

Santuarios



Para el día de hoy (19/05/14) 

Evangelio según San Juan 14, 21-26



Quien más, quien menos, todos tenemos uno o más sitios a los que nos sentimos ligados por los afectos, por devoción, por espiritualidad; en fin, por cuestiones de Dios. 

Humildes capillas, pequeñísimas ermitas o imponentes basílicas son esos lugares en donde expresamos la fé, nos reunimos como familia de Dios, elevamos súplicas de perdón y de petición y realizamos ofrendas y promesas de gratitud. En muchos lugares las peregrinaciones a esos santuarios son conmovedoramente multitudinarias, pueblo de Dios en marcha.
Todo ello es bueno, es salud para nuestras almas pues hay fé y hay oración de la comunidad y por eso mismo Cristo está presente, aunque hemos de tener cuidado con ciertas desmesuras, ciertas tendencias escondidas a vindicar las construcciones y no honrar a Aquél que les otorga pleno sentido, y también la tentación de la masividad como exhibición -a veces obscena- de un poder desprendido de los números y las masas.

Más allá de todo ello, la revelación de la Buena Noticia de Jesús de Nazareth establece de modo definitivo un asombroso misterio de identidad, ajeno a cualquier parámetro de razón mundana, inasible con cualquier tipo de molde o esquema.

Así, la identidad cristiana ya no surgirá de la aceptación de conceptos abstractos, de la adhesión a doctrinas o de la simple pertenencia, sino antes bien de vivir y respirar ese único mandamiento que es también nuestra herencia infinita, el amor, esencia misma de Dios.

Nuestra identidad cristiana quedará en evidencia si amamos como nos ha amado Cristo y del mismo modo en que Él, con toda su vida, nos ha enseñado a amar. Por eso mismo una fé sin frutos de justicia, de misericordia, de fraternidad no es verdaderamente una fé sino una mera creencia menor declamada.

Y si nos mantenemos fieles a su Palabra, en todos esos variados rebaños y con destino a un hogar para todos con múltiples habitaciones, hemos de descubrir que Dios no está para nada lejos, sino que habita los corazones de las mujeres y los hombres que tengan el coraje y la locura de atreverse a amar, a reconocerse entre sí como hijos y por tanto, hermanos.

La presencia real de Dios está en el hermano, y es ese prójimo que debemos edificar y descubrir el verdadero santuario, templo santo y latiente del Dios de la Vida, y el culto primero es la compasión.

Paz y Bien

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