Mesa de celebración y gratitud

 

 

 

Para el día de hoy (31/10/20):  

Evangelio según San Lucas 14, 1. 7-11

 

 

 

 

El Maestro era un observador magnífico, miraba y veía en profundidad, más allá de las apariencias, y más aún, mirar y ver los hechos y las personas a las que hacían referencia. Ello implicaba una cuestión primordial que era conocer bien a los suyos. El amor parte de su fundamento en el conocimiento del otro.

En esta ocasión, Jesús de Nazareth ha sido invitado a una cena en casa farisea y en pleno Shabbath, con toda su carga ritual, sus exactas prescripciones, su código y su etiqueta inamovibles, y allí también mira y vé en profundidad.

En las mesas de las gentes importantes los lugares en que se acomodaban los invitados denotaba importancia e influencia, toda vez que en esos banquetes se conjugaban influencias comerciales y políticas: mejor lugar, más influencia, de suerte que la cena se convertía en una danza laica de búsqueda de intereses y de poder, tal como es la mesa de los opresores, en donde se apisona la suerte de los débiles, se mastica la libertad y la dignidad de los pobres, se humilla a los que carecen de poder, mesas escasas y muy pero muy acotadas.
En esas mesas son más a los que se les impide acceder que los que se sientan a comer. Peor aún, son mesas de opresores caballerosos, que oprimen guardando estrictas normas de urbanidad, pero que en el fondo y sin ambages sigue siendo mesa de miserables, pues se propala miseria sin esfuerzo.

Pero en la mesa de Cristo las cosas son muy distintas, completamente distintas.
Contrariamente a la búsqueda falaz de convidar a los que tienen algo que ofrecer, mesa angosta de interesados, se invita al que no cuenta, al que se deja de lado, al olvidado, al descartado.
En su mesa se comparte la vida, penas y alegrías, dolores y angustias, el hambre de justicia y las tormentas de resignación que suelen asolarnos, y por ello, con Su presencia en el pan y el vino y su Palabra, se renueva la esperanza y siempre hay un lugar más preparado para el hermano que ha de llegar, mesa grande de fraternidad, mesa en la que se espera solamente la presencia del otro y, cuando ésta acontece, se descubre un motivo más para celebrar y agradecer.

Paz y Bien

Mesa de Cristo, mesa de hermanos y gratitud compartidas

 


 

 

 

 

 

Para el día de hoy (30/10/20) 

Evangelio según San Lucas 14, 1-6

 

 

 

La tradición del Shabbat indicaba que luego del culto y la enseñanza sinagogales, seguía a continuación un banquete importante y específico en cada hogar de Israel, al modo de culminación celebratoria del día sagrado. Esta cena también tenía sus normas estrictas: su preparación se realizaba en días previos y las familias pudientes tenían a esclavos o servidores no judíos por las rigurosas prohibiciones de acción y movimiento prescriptas para ese día.

La liturgia de hoy nos sitúa en ese ámbito. Lo que es significativo es que el Maestro es invitado a la mesa de un fariseo importante: por sus estrictas prescripciones religiosas de pureza y pertenencia, a la mesa de un fariseo no se sentaría cualquier persona, sólo pares o dignos de participar. Que a esa mesa pueda acudir Jesús de Nazareth implica, ante todo, que a pesar de todas las desavenencias y enconos, allí se le consideraba un rabbí: de cualquier otro modo, sólo sería un campesino provocador galileo, y por ende indigno de participar. Y es dable suponer que hay también la siempre presente desconfianza hacia su persona, y por eso lo observan con suma atención, con el detector de heterodoxias y errores encendido a pleno...aunque no por ello está ausente esas humanas y naturales ganas de mirar y ver de cerca a ese predicador y taumaturgo ambulante del que tanto se habla.

Allí se encontraba un hombre enfermo de hidropesía, quizás un término algo anticuado a la ciencia médica actual. Se trata de una patología que, a grandes rasgos, puede provocar edemas e inflamación en el abdomen y también en las articulaciones, siendo su etiología multicausal; si vamos a sus consecuencias, ese hombre tendría su forma física -la percepción de sí mismo y por parte de los demás- deformada, y además se encontraría con serios problemas de movilidad por los edemas articulares. Un hombre borroso y casi paralizado.
A todo ello, y de acuerdo a los criterios imperantes en la época, su enfermedad es consecuencia directa de los pecados cometidos, por sí o por sus padres. Una enfermedad, entonces, es producto de la justicia divina, toda vez que es el castigo justo que, según esas mentalidades, Dios propina de acuerdo a las faltas.
Además del sufrimiento físico, toda enfermedad implicaba también -por su naturaleza de pecado- que el enfermo es un impuro, un indigno de participar en la vida religiosa y comunitaria, condenado a cierto ostracismo social, y que esa impureza no debía tomarse a la ligera: quien se atreviera a entrar en contacto con un impuro a su vez adoptaba la misma condición, al modo de cierta virulencia moral contagiosa.

Pero así como la mesa de los fariseos es estricta y restrictiva en su puntillosidad solemne, la mesa de Jesús de Nazareth tiene el sagrado descaro de ser tan humana que en ella, las miradas límpidas y transparentes pueden advertir la inefable presencia de Dios. Porque en la mesa de Cristo se celebra la vida plena, y la invitación es tan amplia y generosa que nadie, por ningún motivo, puede faltar.
Como el horizonte no posee un ceño fruncido sino la amplia y sonriente bendición de Padre, no hay nada ni nadie que impida el festejo compartido. No hay excusa alguna para el socorro y la compasión, no hay riesgo que detenga la acción salvadora del Señor.
Por eso mismo Jesús de Nazareth se inclina sin temores ni reservas a ese hombre doliente, para que su cuerpo y más aún, su corazón, sea el de un hombre libre y pleno, íntegro, recreado por el perdón y la bondad de Dios que es misericordia viva entre su pueblo, y no vacilará en transgredir esas normas que de tan rígidas son inhumanas, y han olvidado a ese Dios que les dá sentido, normas que son medios y que se establecieron como fines, rito sin corazón ni existencia transformada.

Que nuestras mesas sean amplias, mesas de Cristo, mesas de hermanos y gratitud compartidas.

Paz y Bien

Un DIos encarnado inaugura el tiempo santo de Dios y el hombre

 


 

 

 

 Para el día de hoy (29/10/20) 

Evangelio según San Lucas 13, 31-35

 

 

 

Jesús de Nazareth continúa tenaz y decidido su peregrinar a Jerusalem, en donde le espera la cruz, la Pasión, la muerte. Pero su fidelidad y su libertad es mayor a cualquier amenaza y a cualquier miedo.

Algunos fariseos se acercan a Él, curiosamente sin intenciones ocultas: lo anotician y le advierten que Herodes está buscando matarle.
Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, gobernaba con poder omnímodo y despótico sus dominios; a su vez, su poder era vasallo del César, y eran las legiones romanas quienes garantizaban en cierto modo su trono. Antipas es hijo de Herodes el Grande, aquel rey que intentó -siendo un bebé- acabar con la vida de Cristo en Belén; en una siniestra coincidencia, parece una tradición familiar el querer matar al Mesías.
El asesinato de Juan el Bautista es otra muestra explícita de la brutalidad sin límites de este reyezuelo infame, para el que la violencia es una herramienta política fundamental para perpetuarse en el poder, y es dable suponer que la figura ominosa de Herodes proyecte terror sobre todo el pueblo y la misma dirigencia, incluidos allí los fariseos.

Pero el Maestro no se deja amedrentar. Siguiendo la tradición de los profetas, se mantiene incólume, firme en su fidelidad, constante en su misión, el fuego del Espíritu que lo anima no puede apagarse. Porque los profetas anuncian las cosas de Dios, y con la misma voz fuerte y clara denuncian todo aquello que se le opone y es contrario a la voluntad divina, a la vida misma.

Jesús de Nazareth no es un provocador ni alguien que se toma con ligereza todas las cuestiones. Sin embargo, su fidelidad está revestida -como los profetas- de valentía, una valentía que se vuelve explícita en la respuesta a ese consejo de unos fariseos: con algo de ironía y humor, pide que le transmitan al tetrarca su horario, y las cosas que hará; el calificativo de zorro a Herodes sólo tiende a relativizar el aparente poder arrollador de Herodes.
Antipas no es tan importante ni todopoderoso: quien cuenta y quien en verdad decide la historia es su Dios.
Pero a pesar de su ácida ironía, hay una carga simbólica importante: en el hoy, mañana y tercer día se condensan su existencia, su Resurrección, su misión inclaudicables.

Jesús es un fiel hijo de su pueblo, y lleva a su patria en los huesos. Por eso llorará al divisar a Jerusalem cerca de los días de su Pascua, por eso eleva sus ayes.
Jerusalem es santa por el Dios que la ha bendecido y que le confiere sentido eterno, y nó por las impresionantes construcciones y por su historia. Lo que cuenta es el presente, y en ese presente los que deciden y rigen los destinos son los fariseos, los escribas, Herodes, los romanos, y todos ellos han desplazado a Dios.

Hay sitios -y la tierra entera- que devienen sagrados porque la Encarnación de Dios inaugura el tiempo santo de Dios y el hombre, y el anuncio de la Buena Noticia bendice a toda la creación.

Quiera Dios que por todos los profetas fieles que siguen estando entre nosotros, nos demos cuenta que a pesar de todas las amenazas no pueden avasallar corazones si Dios está presente.
Y más aún, que cada vez con mayor frecuencia descubramos la necesidad de descalzarnos frente a la presencia sagrada de Dios en el pan de la Eucaristía, en el rostro del hermano.

Paz y Bien

Cristo nos elige

 

 


 

 

 

 

 

 

 Para el día de hoy (28/10/20) 

Evangelio según San Lucas 6, 12-19

 

 

A la hora de tomar decisiones, Jesús de Nazareth jamás vacilaba. Pero ante cada una de esas decisiones trascendentes, lo encontraremos aferrado con todo su ser a la oración, unido sin fisuras a su Padre. La noche oscura del huerto de los Olivos, la sanación de los enfermos, la misión de los suyos. Su corazón sagrado busca luz y verdad en el Espíritu que lo unge.

Así también en la noche previa a la elección de los Doce apóstoles, horas y horas de escucha y plegaria, de diálogo fecundo, de revestirse del amor de Dios.

Multitudes seguían fervorosas al Maestro. Pero Él, de entre todos, elige a Doce de ellos, y esa elección no es una cualificación discriminatoria. Por el contrario, es una cuestión de asombrosa confianza. Esos Doce -símbolo de continuidad con las Doce tribus de Israel- serán enviados a todas las naciones a proclamar y hacer presente la Buena Noticia del Reino, el amor de Dios aquí y ahora.
Es la confianza que deposita el Señor en esos hombres lo decisivo. Pues esos hombres son muy distintos entre sí, falibles, limitados, algunos de carácter fuerte y arrebatado, otros se dejarán ganar por el miedo, otro traicionará, y todos ellos no entenderán la razón primordial del Mesías hasta la Resurrección.

Hay una cuestión tan obvia que puede escaparse a nuestra percepción: esos hombres se convierten en apóstoles por la decisión de Jesús de Nazareth, pero primero han sido discípulos. En cierto modo, ellos han aprendido del Maestro las cosas que Él enseña, y especialmente a vivir como Él, a amar como Él, a no resignarse jamás, a la humildad y la mansedumbre.

Todos y cada uno de nosotros tenemos una vocación apostólica y misionera. Todos, en esa asombrosa misericordia confiada de Dios, hemos sido elegidos para ser sus manos y su Palabra en el mundo. Y hemos sido elegidos concienzudamente, a pura bondad y certeza de que a pesar de todas nuestras miserias y nuestros quebrantos, podemos lograr todos los imposibles desde el servicio, desde la compasión.

Y es menester recordar y tener presente esa necesidad de estar en sintonía, de permanecer atentos a la Gracia, a la voluntad infinita de vida plena y amor de Aquel que nos amó primero y que encontraremos siempre en la oración.

Paz y Bien

La fuerza de la semilla radica en su propia debilidad

 

 


 

 

 

Para el día de hoy (27/10/20): 

Evangelio según San Lucas 13, 18-21

 

 

 

 La semilla de mostaza parece perderse en la palma de la mano, de tan pequeña e insignificante que es su apariencia. Nadie daría mucho por ella, y más aún, nadie se detendría un instante a observarla con detenimiento.
Pero esa ínfima semilla, tan pequeña, esconde en su interior una vida insospechada, al punto de germinar en las entrañas de la tierra, romper los terrones apretados del suelo y brotar de cara al sol, hasta convertirse en un arbusto frondoso, cobijo para tantos pájaros sin nido.

Contrariamente a los parámetros mundanos usuales, la fuerza de la semilla está en su propia debilidad. Cuando cae en tierra, se parte y germina y crece sin parar.
Así es el Reino de Dios: una realidad humana mínima, insignificante, sin relevancia aparente, que conoce sus limitaciones pero que sabe también no confía en su propia fuerza, sino en el amor de Dios que todo lo transforma.

Lo que no cuenta a los ojos del mundo es importantísimo a los ojos de Cristo, y es a través de la pequeñez por donde irrumpe la Salvación, por donde florece la vida.

Aún con esa fuerza imparable, hay un convite inesperado: el Dueño del campo nos invita a ser labriegos, campesinos que siembran sin cesar confiados en las bondades de esa semilla que tiene por destino el crecimiento, el florecer, el ir hacia arriba. No se trata tanto de ser imprescindibles o nó, sino de la confianza que se ha depositado en nuestras manos, de la grata tarea de seguro buen final, de la comunión asombrosa entre Dios y el hombre, el milagro de la Encarnación.

Porque toda semilla de bondad, sea cual fuere su origen, vá a florecer con la savia eterna que se nos ha concedido.

Paz y Bien

Cristo, nuestra última oportunidad

 

 


 

 

 

 

 

 

Para el día de hoy (24/10/20):  

Evangelio según San Lucas 13, 1-9

 

 

 

 A Jesús le mencionan un hecho horrible, y es el homicidio de unos galileos por parte de Pilato y sus tropas, con toda probabilidad en el mismo Templo, pues se indica que su sangre se mezcló con aquella reservada al culto y los sacrificios. Al día de hoy, no hay registros históricos que lo refrenden, pero no es improbable: el pretor romano, además de garantizar mediante la fuerza el dominio imperial de Roma, era un conocido antisemita, que no dejaba pasar la oportunidad de humillar a los judíos, a menudo de manera violenta.
Ahora bien, lo implícito que quizás debemos considerar es el porqué le recuerdan al Maestro este hecho espantoso, y ello puede deberse a varias cuestiones.
La primordial, es que Jesús de Nazareth es alguien que en verdad sabe escuchar, y de ello pueden dar fé sus discípulos y sus mismos enemigos. Es un hecho que angustia y es un hecho afrentoso, y cuando no se habla el dolor vá carcomiendo por dentro.

Por otra parte, están muy vigentes los criterios religiosos imperantes: las desgracias ocurren a causa de pecados propios o de los padres, y en una casuística cuantitativa, a mayor desgracia mayor pecado. Es una teología retributiva y terrenal, conceptos de justicia divina articulados con mensuras mundanas. Es la dialéctica del por algo será, del algo habrán hecho para que les suceda lo que les sucedió, transformando impiadosamente a las víctimas en victimarios.
Además, claro está, flota en el ambiente la cuestión nacionalista: algunos pretenden que Jesús tome partida frente a los atropellos del tirano opresor, que injuria la Tierra Santa.

Pero el Maestro les responde con otro suceso: el derrumbe de una torre que se cobra la vida de varios vecinos de Jerusalem. Allí también hay muertes tempranas, vidas sesgadas inútilmente.

¿Cuál será la respuesta que esperan? ¿Acaso esos jerosolimitanos también cargaban con culpas pecaminosas que les habían acarreado esa desgracia? ¿Es su Dios el propalador de esos castigos, o es el brutal Pilato y la desidia de algunos gobernantes los victimarios directos?
Quizás nosotros también agregaríamos nuestra porción supersticiosa de destinos inscritos vaya a saberse en donde, de azares adversos.

En la santa ilógica del Reino, en Dios está nuestra suerte y somos un destino a edificar.

Pues aunque es importante el modo en que se muere, más decisivo es porqué se muere, para qué y para quien. Y más aún, lo que cuenta es cómo se ha vivido.

A través de toda nuestra existencia -limitada, corta, escasa- se nos invita de continuo a la conversión, es decir, a la metanoia, a ser cada día un poco más humanos, compasivos, solidarios, trascendentes, desertores del egoísmo, con la mansa ferocidad que implica -en estos tiempos- reivindicar un destino universal de felicidad, de plenitud. Esa universalidad es la que busca y encuentra hermanas y hermanos antes que propios y ajenos, esa universalidad es el color primero de esa catolicidad que declamamos y poco practicamos.

La invitación a la conversión es don y es misterio antes que imposición y obligación. Es la paciencia inquebrantable de un Dios siempre fiel, que se desvive por todas sus hijas e hijos.
Siempre hay tiempo para el regreso, siempre.
Siempre se puede crecer en humanidad, corazón adentro, por más ímprobo que aparezca el desafío, el propio y el de los demás. Siempre se puede, no hay que resignarse jamás.

Se nos ha ganado un tiempo precioso para ello -pagado definitivamente a precio de sangre inocente-. Porque la paciencia es, precisamente, la ciencia cordial de la paz.
Ese tiempo ganado es esta vida que somos, y que nos amanece, con todo y a pesar de todo, como bendición y posibilidad.

Paz y Bien

Cielos cordiales de justicia y reconciliación

 


 

 

 

 

Para el día de hoy (23/10/20):  
Evangelio según San Lucas 12, 54-59

 

 

Las palabras de Jesús se dirigen a la multitud congregada, y esa multitud supera por lejos al nutrido grupo de gentes de la Palestina del siglo I. Sus palabras llegan con fuerza y actualidad a esta multitud que somos.

Porque Jesús de Nazareth ha inaugurado con su presencia el kairos, el tiempo santo, el año de la Gracia y la Misericordia, tiempo bendito entretejido por Dios y el hombre.
Las señales -los signos- de ese tiempo están allí, bien visibles y ciertas, y no hay excusa para no verlos ni leerlos. Más aún, muchos de esos signos viven en nuestros corazones y palpitan en nuestras almas.

Así como somos capaces de descubrir con un alto grado de certeza los cambios climáticos diarios -inclusive en el propio cuerpo- y nos volvemos ávidos detectores de tendencias irrelevantes, las reconvenciones del Maestro han de despertarnos y, mejor aún, dolernos.

Se trata de recuperar la vista y la capacidad de lectura. Los signos y antisignos, los valores y disvalores están allí, lo que es justo y santo y lo que se le opone con fiereza.
Porque lo peor que podemos hacer es actuar por inercia, y no hay mayor causa de tristeza y desarraigo que no ser capaces de ver las huellas que vá dejando la mano bondadosa del Dios de la Vida en toda la historia humana y a través de esta pequeña historia personal que llamamos existencia.

Es claro que no es cuestión puramente individual: antes bien, es cuestión personal y por tanto comunitaria.
Así los seguidores de Jesús siguen sus pasos, así la Iglesia se mantiene fiel.

Con la vida eterna y definitiva por horizonte, el sendero a caminar es el de la reconciliación y la justicia.

Paz y Bien

Para que ardan los corazones con el fuego santo del Espíritu

 


 

 

 

Para el día de hoy (22/10/20):  

Evangelio según San Lucas 12, 49-53

 

 

 

 

Puede resultarnos complicada y hasta muy difícil de aceptar esta imagen bravía de Jesús de Nazareth hablando de manera tan apasionada, con su corazón sagrado en llamas, hablándonos de fuego, de crisis, de divisiones. Tan lejano está de esa fotografía que nos hemos hecho a medida, de un Cristo a veces ingenuo, inocuo, pura dulzura sin conflictos.
Porque Cristo es nuestra paz, pero no es nuestro sedante. Nos mueve y con-mueve sin resignarse jamás pero a la vez sin ceder a la tentación de la violencia.

En tanto que seguidores, amigos y hermanos de Cristo, nuestra vocación y nuestro horizonte es el Reino de Dios y la búsqueda incansable e insaciable de la justicia. Y ello apareja choques y riesgos a menudo extremos con los poderes del mundo.

La búsqueda del Reino es entrañable, nace desde las mismas honduras, no admite medias tintas ni tibiezas, fuego puro del Espíritu que nos enciende estas vidas que tanto se nos adormecen.
Como los dolores de parto, que preanuncian la vida nueva en ciernes, han de existir fricciones y dolores y hasta separaciones, claro que sí. No es que se deseen, quizás se trate de consecuencias necesarias toda vez que nuestros pasos se encaminan a una vida nueva, que implica también relacionarnos con el prójimo de un modo novedoso y santo.

La fidelidad a la Buena Noticia es como una pequeña llama en medio de la oscuridad: pone en evidencia incuestionable el sitio en donde habitan las sombras. Allí está la división primera, que no es acusatoria, sino que es evidencia de quien se pone del lado de la vida y el amor y de todo aquel que supone a los demás como objetos a utilizar en provecho propio, escalones a pisar para ascender, materiales descartables por los que Dios no pasa.

En la Escritura, el fuego es el símbolo de la presencia sagrada.
Quiera Dios que toda la tierra se encienda de estos fuegos. Y que felizmente debamos descalzarnos más a menudo, ante la presencia de Aquél que nunca deja de buscarnos y cuyo rostro resplandece en los más pequeños.

Paz y Bien 

Desde la Gracia de Dios y transformados por ella, como María de Nazareth, todo es posible

 




Para el día de hoy (21/10/20): 

Evangelio según San Lucas 12, 39-48




En los tiempos de las primeras comunidades cristianas se vivía la inminencia de la Parusía de un modo, digamos, natural. Ellos tenían la certeza de que el Señor regresaría en cualquier momento, y esa certeza caracterizaba el modo radical que tenían de vivir el Evangelio.

Es razonable imaginar que los creyentes de aquel tiempo, en pos de la escatología que era parte de su cotidianeidad, reflexionaran constantemente acerca de sus responsabilidades pues estaba a sus puertas una etapa de rendición de cuentas pero también de reencuentro.


Con el transcurrir de los siglos, esa percepción se fué desdibujando, en parte claro está, por la propia acumulación de años que ponían cierta distancia de la Resurrección y de la inminencia del regreso. No obstante ello, es frecuente encontrar en la historia de los pueblos momentos en los que vuelve a estar en la palestra esa urgencia espiritual, a veces impulsada por las angustias y los sufrimientos -que el Señor vuelva para que se terminen este infierno terrenal-, y también a causa de los desvíos de la fé: el miedo en ámbitos religiosos es una eficaz herramienta de dominio para agobiar a los pequeños.


A nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, el regreso del Señor quizás se nos ha hecho abstracto, teologal sin encarnar, como si no tuviera incidencia en el tiempo que nos toque vivir. O en el mejor de los casos, refiera a una condición post mortem.

Pero en verdad, el retorno definitivo de Cristo debería ser para nosotros motivo de alegre esperanza y de horizonte que nos revista de significado y  trascendencia.


Así entonces la pregunta que Pedro le realiza al Maestro acerca del destino de su enseñanza -¿a nosotros o a todos?- cobra para todos el pueblo de Dios una trascendente relevancia.

Mucho se nos ha confiado, y más que considerar cosas, bienes o posesiones, antecede la confianza que Dios ha depositado en cada uno de nosotros, sin merecerlo siquiera, a pura generosidad, en los asombros absolutos del amor de Dios.


Deberíamos despejarnos todos los miedos y las potenciales amenazas, y adquirir plenas responsabilidades en el cuidado del hermano y de la tierra en la única sintonía agradable, ese amor infinito, generoso e incondicional que Dios nos tiene.

Desde la Gracia de Dios y transformados por ella, como María de Nazareth, todo es posible, la justicia, la fraternidad, la alegría, pues aunque nada nos pertenece, todo está en nuestras manos, y el Señor está de regreso a cada instante, amigo y compañero fiel.


Paz y Bien

Luz de compasión y misericordia

 









Para el día de hoy (20/10/20) 

Evangelio según San Lucas 12, 35-38



Para ahondar en la enseñanza del Maestro, es preciso remontarnos a los tiempos de su ministerio; en la Palestina del siglo I -y antes también- la vestimenta usual se componía de una túnica principal que se pasaba por la cabeza y que, a su vez, tenía sendos orificios para los brazos, llegando hasta las rodillas o más abajo. Entonces, esos ropajes cuasi talares habían de ceñirse al cuerpo mediante una tela, un cinturón o un cíngulo de cuerda para permitir la libertad de movimientos, para moverse sin dificultades. Y las lámparas de aceite eran imprescindibles para poder andar en la noche, para no tropezar en la oscuridad.


Pero además de estas simples consideraciones prácticas, para sus oyentes judíos tenía también un significado simbólico muy especial, pues remitía la memoria colectiva a la noche de la Pascua primera, del comienzo del éxodo, del inicio de la liberación de la esclavitud.


La bienaventuranza que expresa Jesús de Nazareth es bendición de Dios para la felicidad: felices los despiertos, felices los atentos, felices los que esperan en Dios y a Dios. Siempre listos y dispuestos, porque estamos de paso, peregrinos confiados en un horizonte irrevocable de eternidad y liberación.


Porque Cristo regresará a consumar la historia, llevándola de su mano a la plenitud. Y Cristo ya está regresando, ahora mismo, habitando gustoso los corazones de los que se atreven a amar, esos mismos que mantienen encendidas sus lámparas a pesar de todas las noches cerradas, con el aceite de la compasión y la misericordia.


Paz y Bien

Sólo nos llevaremos la caridad

 







Para el día de hoy (19/10/20) 

Evangelio según San Lucas 12, 13-21





En los tiempos de la predicación de Jesús de Nazareth, lo que nosotros consideramos religioso y secular no estaba tan claramente diferenciado y más aún, las cuestiones religiosas influían directamente sobre la vida cotidiana, sobre el derecho a aplicarse, sobre la resolución legal de conflictos; y en ese orden de ideas, toda autoridad religiosa, además de ocuparse puntualmente de temas de culto y exégesis, también actuaban como jueces o árbitros en cuestiones específicamente sociales.

Por eso mismo, es que acude al Maestro un hombre con el requerimiento de que actúe de ese modo descrito, como juez y como árbitro frente a un conflicto de intereses hereditarios con su propio hermano, toda vez que Jesús era reconocido por las multitudes como un rabbí, como un maestro de las cuestiones de la fé y por tal apto a la hora de dirimir ese tipo de conflictos.


El Maestro se niega a aceptar intervenir en la querella. No le gustaba ese rol que solían adjudicarle.

Pero además en esa situación contenciosa no se discuten las cuestiones principales, que son la codicia y la fraternidad. No se trata aquí de cosas o bienes a poseer, sino más bien de cosas o posesiones que se han apoderado de los corazones.

Porque el materialismo es causa de sacrificios humanos, pues en el ara del egoísmo se sacrifica al prójimo.


Cuando el otro no es mi hermano, directamente se resiente y lesiona el vínculo filial con Dios, aún cuando el rico de la parábola ofrecida haga gala de cierta pátina e cautela, prudencia y previsión.

Sólo es rico quien busca sin descanso el Reino de Dios y su justicia. A la hora de irnos de estos campos, ninguna cosa nos llevaremos.


A la hora de partir, lo único que contará será la caridad que hemos sido capaces de encarnar en nuestras existencias y en lo cotidiano.


Paz y Bien


Las cosas del César nunca son de Dios

 







Domingo 29º durante el año

Para el día de hoy (18/10/20) 

Evangelio según San Mateo 22, 15-21



Tiberius Caesar Divi Avgvsti Fenix Avgvstvs / Pontifex Maximus. Tal era el anverso y reverso de la moneda de uso corriente -denario- en los tiempos de la predicación de Jesús.

Estas inscripciones no eran menores: referían al César como Pontífice Máximo, deificado como Divino Augusto. Los denarios circulaban por todas las latitudes romanas, y era la moneda con que se pagaba el tributo de cosechas y ganados al ocupante imperial.


No era un dato menor en la Palestina sometida: ese denario representaba la miseria de muchos campesinos, décadas de sometimiento y vasallaje, el reconocimiento tácito del César como Sumo Sacerdote y dios. A la vez, el no pago del tributo debido era la peor de las subversiones -en la misma categoría de un acto de guerra-, y de ello se encargaban concienzudamente y con mortal eficiencia las legiones estacionadas en la vecina siria, y los destacamentos que se paseaban impunes por toda la Tierra Santa.


El odio a veces monta alianzas extrañas: en este caso, los pretendidamente puros fariseos se unen a los helenizados y sometidos herodianos para tenderle una emboscada dialéctica al Maestro, en ese afán que tan bien conocemos y que implica la difamación y el desprecio público.

La trampa era evidente: si Jesús aceptaba el pago del tributo, sería repudiado con fervor por ese pueblo hambriento de liberación que bebía con avidez esas Palabras nuevas que Él regalaba. En sentido opuesto, negarse públicamente al pago del impuesto, significaba un arresto inmediato y unas prolongadas vacaciones en las mazmorras romanas, cuando no una ejecución sumaria.


Aún cuando el argumento de fariseos y herodianos parece sólido, es esencialmente falaz.

El Maestro no sólo actúa con astucia, sino que es más que grato suponer que también esgrime cierta picardía campesina que, a menudo, podemos intuir entre nuestra gente más sencilla. En el gesto de pedir un denario -muéstrenme la moneda con que pagan el impuesto- está significando que el dinero es cosa de fariseos y herodianos, es su preocupación y no la suya.

En su hipocresía habían olvidado las palabras de Él que hablaban claramente de que no se podía servir a dos señores, a Dios y al Dinero.


El Reino es innegociable, no puede adquirirse por méritos, comprarse con piedades codificadas o al que puede accederse pagando el debido tributo a un dios severo y calculador, juez y verdugo. Ése no es el Dios de Jesús de Nazareth, un Dios que es Padre y Madre y que regala la vida plena del Reino a todas sus hijas e hijos sin condiciones en el amor y la gratuidad; eso que llamamos Gracia es su perfume y su color.


Del César, quizás, sean el materialismo, el dinero, el mercado, la deificación de lo perecedero, la mercantilización de la vida, el tributo que se rinde a ideologías y a instituciones, los imperialismos, los sometimientos y esclavitudes.


De Dios son la vida y la libertad, la vida humana considerada sagrada, la compasión y la misericordia, la amistad y la solidaridad, la cruz como amor mayor, y tal vez debamos volver a preguntarnos ante quién nos inclinamos, si ante ese César-dios de muerte o ante el Dios de la Vida que está vivo y presente aquí y ahora entre nosotros, resplandeciendo en el rostro del hermano.


Paz y Bien

El Espíritu del Resucitado fecunda todo el universo

 

 


 

 

 

 

 Para el día de hoy (17/10/20):  

Evangelio según San Lucas 12, 8-12

 

 

 

Con el correr de los siglos se nos ha establecido y hemos aceptado una brecha infranqueable entre cielo y tierra, lo divino y lo humano, y a partir de ello será el modo de nuestro obrar, muy preocupados por el más allá pero consuetudinariamente olvidadizos del más acá.

Pero creemos en este Dios, el Dios de Jesús de Nazareth.
Este Dios es, sin dudas, el totalmente Otro. Hay una inmensidad indescriptible entre su eternidad y nuestro minúsculo lapso de vivir, que llamamos existencia. Pero este Dios es Amor, es un Dios que nada se reserva para sí, que no se aisla en cielos infinitos e inaccesibles. Es un Dios que se hace instante, se hace historia, se hace hombre, se hace uno de nosotros, en santa urdimbre de tiempo y eternidad, y por el que la tierra puede a su vez ser santa también.
Ha quedado tendido un puente para que nadie más quede aislado, y es un puente que late, Jesucristo, Dios que revela su rostro y se dá a conocer, Dios que sale al encuentro de la humanidad, Dios de la búsqueda tenaz y el reencuentro siempre feliz.

Frente a esto, es imperioso preguntarnos -corazón adentro, allí mismo en donde germina la verdad- a que Dios confesamos. Y más aún, si por esa confesión somos reconocidos como suyos, su gente, sus padres, madres, hermanos, en esta familia creciente que llamamos Iglesia.

Quizás nos aferramos a ciertas seguridades del culto y las normas religiosas. Es claro que esto es muy importante.
Pero seremos juzgados en el amor.
Por ello confesamos a este Cristo en el servicio abnegado, en la compasión para con el doliente, el caído, el que agoniza, la fraternidad con los pequeños y los que no cuentan, la protección denodada de todo aquel que no puede defenderse. Y todo por Él, y todo en su Nombre.

De seguro que nos descubriremos cada vez más mínimos, irrelevantes, carentes de palabras. Más no debemos preocuparnos, pues lo que diremos, porque Él habla por nosotros, en nosotros y se expresa en verbos y en gestos concretos.

El Espíritu del Resucitado fecunda todo el universo para que no haya más silencios, para que la humanidad recupere la Palabra de Salvación.

Paz y Bien

Transparentes por la Gracia, sin máscara alguna

 


 

 

 

 

 

 Para el día de hoy (16/10/20): 

Evangelio según San Lucas 12, 1-7


 

 

El término hipocresía proviene del vocablo griego hypokrisis que significa, literaltemente, responder con máscaras -hypo, máscara, y crytes, respuesta-, aunque se utilizaba en la Grecia clásica para designar a los actores, los cuales se colocaban las máscaras que hoy conocemos como símbolo universal del teatro y así re-presentaban un personaje. En cierto modo, la tarea actoral implica un grado de fingimiento, de aparentar ser lo que no se es frente al público.

Cuando se traslada este concepto al campo ético, se denota una persistencia del criterio original, es decir, un hipócrita es aquel que actúa o simula un papel, escondiendo tras esa máscara lo que en verdad se es, a menudo engrandeciendo valores que no se tienen ni se practican.
Por ello, cuando Jesús de Nazareth declara que los fariseos son hipócritas, establece un durísimo juicio.    

Lo que esos hombres -profundamente piadosos, y religiosos profesionales- demostraban al pueblo era una máscara de ortodoxia religiosa, de corrección política, modelo de varones santos y veraces, de valores a imitarse, cuando en realidad imponían cargas insoportables sobre el pueblo, obligaciones insostenibles sin Dios, pues delante de todo, en realidad, estaban ellos mismos, su soberbia y su egoísmo.

En su enseñanza, el Maestro insistía a sus discípulos su vocación de levadura, de fermento en la masa, de cómo ellos, siendo mínimos y pequeños, podían con la fuerza del Evangelio transformarlo todo, así como las amas de casa preparaban el pan.
Pero a su vez también advertía severamente sobre la levadura farisea, que es esa doctrina a veces imperceptible y persistente de una fé reducida a lo cultual sin corazón ni compasión, al mercantilismo religioso que establece el intercambio de méritos piadosos a cambio de la obtención de bondades divinas, todo ello opuesto a la insondable y asombrosa Gracia de Dios, de un Dios que se brinda amorosamente por entero y sin reservas.

Aferrarse a tradiciones que en realidad son traiciones pues nos hacen descender en humanidad. La prontitud en detectar impuros y herejes, y la inexistencia de la compasión, la misericordia y la fraternidad. El elevarse por encima del hermano, el creerse más y mejor que el otro, cuando en realidad todos somos únicos, valiosísimos, exclusivamente, por la mirada bondadosa de un Dios que es Padre y para el que todos -aún los más abyectos, creyentes o incrédulos- somos sus hijas e hijos amados.

Sea entonces nuestra levadura la Gracia de Dios. Y que nos convierta en mujeres y hombres de pan santo que se ofrece para la vida de los demás. Y para mayor Gloria de Dios.

Paz y Bien

Dios está escondido entre los que no cuentan

 


 

 

 

 

 Para el día de hoy (15/10/20):  

Evangelio según San Mateo 11, 25-30

 

 

No se trata de realizar comparaciones, muy pocas veces tienen validez o legitimidad.
Pero mientras que muchos buscaban a sus dioses en construcciones imponentes, en rituales arcanos y exactos, en una trascendencia inaccesible -lógica alteridad-, el Dios de Jesús de Nazareth es, cuanto menos, un Dios extraño.
Porque ante todo, es un Dios que sale al encuentro de la humanidad, aún antes de que lo busquen.

Este Dios se despoja de todo, al extremo de dar hasta lo último de sí mismo, su Hijo, y se hace hombre, se hace historia, se hace tiempo.
La Encarnación es un milagro insondable de bondad, un puente definitivo al que aún no nos atrevemos a cruzar.

Un Dios que se hace historia y tiempo es un Dios al que se lo encuentra decididamente en lo humano, y al que allí mismo se le rinde culto y veneración.

Sin embargo, para escándalo de muchos y confusión de otros tantos, este Dios es un Dios parcial, para nada un aséptico portador invisible de balanzas, un ídolo de ojos vendados. Este Dios se pone abiertamente del lado de los pequeños, y en ellos se manifiesta.
Estos pequeños no son solamente una idea que remite a la primera infancia, a los niños: los pequeños son los pobres, los que siempre sufren los yugos de cualquier signo, los que soportan todas las cargas, los que agonizan en silencio porque hasta la voz le han quitado, los que nada son ni son tenidos en cuenta -sólo apenas un voto, alguna limosna populista y mil y una imposiciones y desprecios-, los que no pueden defenderse, los más débiles, los desamparados.

Por ello la caridad que se expresa en la compasión y en la solidaridad es culto, es plegaria, es liturgia.
Dios está escondido entre los que no cuentan, su Rostro está allí, en cada esquina, en cada encrucijada que por varios motivos solemos eludir, y el Reino por el cual suplicamos en la oración amanece allí mismo, en donde parece que sobreabunda la noche.

Paz y Bien

Fé sin conversión se transforma en creencia común, sin trascendencia

 

 


 

 

 

 

Para el día de hoy (14/10/20) 

Evangelio según San Lucas 11, 42-46

 

 

 

Si dejamos en suspenso por un momento las circunstancias históricas y religiosas del surgimiento de los fariseos y su particular influencia en el siglo I en la Palestina del ministerio de Jesús de Nazareth, nos queda para nuestra reflexión su ética y su religiosidad.
Y tristemente podemos percibir que no es una corriente o actitud religiosa acotada a una época determinada, sino más bien que persiste y que tiene raíces en nuestros corazones, a menudo con una conformidad feroz.

Es que ese fariseo que nos persiste es la minuciosidad en el cumplimiento de los preceptos y normativas, cierta puntillosidad ritual y una rigurosa adhesión dogmática. Todo ello, claro está, no está mal: en un tiempo como el nuestro, oscilante entre lo banal y lo relativista, afirmarse en esas cuestiones puede ser necesario y útil. Los problemas comienzan cuando esas actitudes y posturas devienen en lo único a ser tenido en cuenta, y así la fé traduce en la creencia en un Dios de premios y castigos, un Dios punitivo con la gran mayoría y premiador de unos pocos, un Dios alejado cuya voluntad se manipula mediante las prácticas piadosas.
Junto a ello, y en esos afanes fundamentalistas, surgen también las mentes críticas. Pero no se trata de un espíritu crítico, en el esfuerzo fraternal de buscar la verdad que libera, sino antes bien de señalar las briznas en todos los ojos ajenos. Jamás las vigas en los propios.
Es el vayan y hagan, es la declamación de lo que deben hacer los otros, es la fé sometida solamente el domingo, templo adentro, fé sin conversión que por ello se transforma en creencia común, sin trascendencia.
Es la religiosidad que reniega del prójimo pues sólo es capaz de encontrar algunos pares.
Es un corazón en donde está ausente lo que cuenta y decide, la compasión, la misericordia, la justicia, frutos mejores de la Palabra.

La postura del Maestro hacia fariseos y otros dirigentes religiosos siempre fué demoledoramente crítica. Pero es menester no perder de vista que no se trataba solamente de una tala que derriba, sino la angustia de ese Cristo que suplicaba la conversión de esos hombres de corazones petrificados.

Es imprescindible que el Maestro vuelva a repetir con voz fuerte esos ayes. Para despertarnos, y que nos duela, nos moleste, nos conmueva, para regresar y converger -convertirnos- a Dios y al hermano.

Paz y Bien

El rito primero es la compasión

 







Para el día de hoy (13/10/20) 

Evangelio según San Lucas 11, 37-41




Uno de los grandes motivos de controversia entre Jesús de Nazareth y los fariseos radicaba en la estricta observancia que realizaban estos últimos acerca de las normas y preceptos religiosos, establecidos por tradiciones y, muy a menudo, definidos por ellos mismos.

Esto implicaba la repetición a ultranza de gestos y ritos con exactitud y precisión, sin reflexionar demasiado -o nada- por su sentido o trascendencia: había que hacerlo y punto, cada uno era un rito reconocido y establecido que se cumplía a rajatabla.


En realidad, escondían tras de esa rigurosidad la creencia de que la Salvación, la bendición de Dios, era algo a obtenerse por los méritos acumulados, por las acciones piadosas. Y no está mal, claro está, llevar una vida piadosa en todos los ámbitos de la existencia.

El grave problema es suponer que la Salvación se obtiene a través de una matemática religiosa, y eso conlleva a afincarse en la pura exterioridad, descuidando la tierra fértil de los corazones.


Porque con Cristo se ha inaugurado el tiempo de la Gracia, de lo gratuito, de lo dado a pura generosidad y bondad, tiempo de amores, tiempo de la Salvación sin fronteras.


El conflicto entre el Maestro y el fariseo extrañado porque Él no realiza las abluciones previas a la cena habla de ello, y refiere a las formas perimidas, formas agotadas no tanto por antiguas sino porque se quedan en la superficie y no involucran un cambio profundo.

Porque el rito primero es la compasión.


Lo que cuenta y decide es todo lo que se hace con el fin de purificar el corazón de las cizañas del egoísmo, del yo antes, yo primero, yo sin prójimo. El modo es a través de la limosna, es decir, del darse a sí mismo, y no dispensar lo que sobra.


Pero más aún, no preocuparse demasiado por todo lo que suponemos que hacemos por Dios, sino antes bien, descubrir agradecidos todo el bien que Dios hace y hará por nuestras existencias.


Paz y Bien

Felices por creer

 








Para el día de hoy (12/10/20): 
Evangelio según San Lucas 11,27-28




La voz de la mujer se alza por sobre la multitud, admirada por las acciones y palabras de ese rabbí galileo, y como es razonable, bendice sus orígenes, alaba a su madre.
Pero en cambio, Jesús redobla la bendición de un modo inesperado: la clave de felicidad de su nueva familia naciente es la escucha atenta y la puesta en práctica de la Palabra de Dios.

No es que el Maestro reniegue de su familia, especialmente de su Madre: por el contrario, María de Nazareth es especialmente elogiada, pues ella -como nadie- ha escuchado la Palabra y la hecho vida, ella es la más feliz por esa Pälabra que se le crece en su alma antes que en su seno.

Allí está nuestro horizonte, aquello para lo que toda la humanidad está predestinada: la alegría, sueño perpetuo de Dios para todas sus hijas e hijos.

Quizás se trate de mucho más que doctrina o cumplimiento sincero de preceptos propios de la pertenencia: es más bien dejarse transformar por esa Palabra de Vida y Palabra Viva que se ha atrevido a acampar entre nosotros.
Se trata de volverse cada día eternamente más y más humanos.

Paz y Bien


Mesa del Señor, faro que ilumina a todos los pueblos

 







Domingo 28º durante el año

Para el día de hoy (11/10/20):  

Evangelio según San Mateo  22, 1-14



En la cultura del tiempo en que surge el ministerio de Jesús de Nazareth, cuando una familia celebraba la boda de su hijo mayor se carneaban los mejores animales y se preparaban a las brasas con cuidado especial; se llenaban las tinajas con el mejor vino y se tendían las mesas para esos festejos que duraban varios días. El dueño de casa solía cursar dos invitaciones, una previa que preparaba a los invitados para una fecha determinada, y la otra para avisar que ya estaba lista la cena, que no hubiera demoras. 

La dos llamadas implicaban, en cierto modo, la delicadeza y el gesto de atención del dueño de casa para con los invitados, pero también y especialmente frente a la segunda invitación, no había modo de excusarse.

Pero también la ausencia y las excusas engloban una descortesía rayana en el insulto y en el desprecio a esa invitación a celebrar la vida que se prolonga en el hijo.


A pesar de los que desertan, lo importante es la fiesta ofrecida. Mucho más que la costumbre usual, el Dueño no realiza dos invitaciones sino tres, algo impensado, asombroso. Aunque los invitados originales no participen, serán partícipes con pleno derecho y plenos honores muchos que estaban a la vera de los caminos, en todas las encrucijadas de la vida, quizás aquellos que nadie en su sano juicio invitaría.


La fiesta de bodas -fiesta de la vida, fiesta del amor- es un ofrecimiento infinitamente generoso del Dueño que realiza por el Hijo, y que quiere que muchos, tantos como quieran, participen en esa alegría.


Era costumbre también que el dueño de casa proveyera de ropajes a los asistentes, toda vez que a menudo sufrían los embates de los caminos polvorientos. El vestido significaba ser parte de la familia, la identidad de huésped de honor, y no ponerse el traje ofrecido es una injuria intolerable, cuyo mensaje supone creerse uno mismo más importante que la celebración.


La Mesa del Señor está tendida y se ofrece luminosa, como un faro entre tantas tinieblas, a todos los pueblos, especialmente a los que tantos otros nunca invitan a nada, los que no suelen tener motivos para el festejo.

Para la mesa del Señor es menester ponerse vestidos acorde a la ocasión, revestirse de justicia como parte de la familia y en honor y homenaje al generoso Dueño que nos invita a pura bondad.


Paz y Bien


Elogio a la Madre, alabanza al Hijo

 


 

 

 

 

 

 

 

Para el día de hoy (10/10/20):  

Evangelio según San Lucas 11, 27-28

 

 

 

Jesús de Nazareth sorprendía a propios y a ajenos y suscitaba reacciones encontradas, a menudo destempladas, pero nunca pasaba inadvertido.
Entre las gentes más sencillas, el pueblo raso que no tenía distinciones para los poderosos, no dejaban de asombrarse: Él sanaba a todos, se sentaba a la mesa con los excluidos y olvidados, hablaba de un Dios de amor, un Dios Abbá.
Ese Cristo era tan pero tan parecido a ellos que también era motivo de alegre orgullo.

Precisamente ese sentimiento es expresado por una mujer, levantando su voz por sobre la bulla de la multitud, profundo elogio femenino -de una madre a otra-, una mujer que se regocija por el hijo magnífico de otra. Los varones, claro está, apenas podemos ser meros cronistas ajenos de un hecho así; sólo las mujeres pueden comprenderlo y vivirlo en su plenitud.
Aún así, aún con el gozo genuino que enarbola esa mujer, se trata de un ámbito que se agota en la cercanía física, en la biología.

El Maestro no desaira ese clamor cordial, pero invita a ir más allá, a las tierras fértiles de la fé, ámbito de Dios, espacio de la salvación. Los benditos, los felices, los plenos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica, Evangelios vivos y palpitantes: ésa es la condición filial que identifica a la nueva familia y al nuevo pueblo que se congrega en torno al Señor de la Historia.

Elogio a la Madre, feliz por creer, bienaventurada por rumiar la Palabra en las honduras de su alma y encarnarla en su existencia, fecunda como madre, hermana y discípula.

Paz y Bien

La verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio

 


 

 

 

Para el día de hoy (09/10/20) 

Evangelio según San Lucas 11, 15-26

 

 

 En el ámbito de la lógica clásica, las falacias son argumentos que tienen apariencia de validez pero que de ella carecen, a la vez de ser razonamientos que inducen -deliberadamente en muchos casos- a error.
Dentro de las distintas falacias, una de las más distintivas y usuales es la llamada argumentum ad hominem, en donde se cuestiona  la veracidad de una afirmación o postulado o enseñanza atacando moralmente a quien sostenga tal postulado. Su trampa estriba en no verificar la veracidad primordial o su evidencia, y es una constante en los submundos políticos y religiosos.
Para muchos, desacreditar a una persona es un pingüe negocio y una herramienta cabal, hasta necesaria, sin importar el bien que haga o pronuncie.

Jesús de Nazareth no fué ajeno a estas manipulaciones crueles. Escribas, fariseos y doctores de la Ley preferían endilgarle todo tipo de rótulos terribles antes que inclinar sus corazones ante la evidencia del bien que brindaba en abundancia, y así buscaban dos objetivos: desacreditarlo ante el pueblo e instalar un argumento necesario y suficiente para condenarle. De ese modo lograrían que el Maestro estuviera aislado y pudiera ser suprimida su voz profética, su voz nueva de Salvación.

Pero en general las falacias no son tan sutiles, y alcanza con tener la mirada atenta para derribar esas edificaciones fútiles y estériles. Es lo que hace el Maestro con el carácter demoníaco que le adjudican a su ministerio salvador.

Quizás, más grave aún es la telaraña que se enquista en los corazones de esos hombres falazmente juiciosos. Pues sólo la verdad nos hace libres, y en el nuevo tiempo de la Gracia, no importa tanto ser libre de como más bien ser libre para.
Porque la verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio.

Paz y Bien

Oración, escucha atenta a ese Dios que nos habla

 


 

 

 

 

Para el día de hoy (08/10/20): 

Evangelio según San Lucas 11, 5-13

 

 

 La Palabra de Dios requiere de nosotros una escucha atenta, una disposición cordial, y la capacidad de ir más allá de la letra, hacia el centro del corazón sagrado que la inspira. Es por ello que nunca nuestra lectura debe ser lineal: toda literalidad afecta esa escucha fundamental, y peor aún, es causa primera de todos los fundamentalismos, de cualquier laya o tendencia.
Es por ello que un acercamiento ligero nos indicaría que, al modo del personaje de la parábola, Dios atiende por cansancio o hartazgo. O solamente a los que insisten.

Nada de eso. Dios atiende porque es bueno, porque ama con cuidado de Padre y ternura de Madre.
El Dios de Jesús de Nazareth no actúa ni obra de acuerdo a que ha llegado a estar harto, o a egoísmos específicos, para quitarse los problemas o las molestias. El Dios de Jesús de Nazareth a nadie se quita de encima.

Este Dios siempre está en nuestras antípodas.
Nosotros solemos hacer cosas forzados por las coyunturas y las conveniencias individuales. Este Dios es infinitamente generoso, de modo incondicional.
Nosotros cuidamos a nuestros hijos del mejor modo posible; este Dios cuida a todos los niños, a todos los seres vivientes, sin límites ni exclusiones.
Este Dios es amor, donación perpetua, comunicación perfecta. Este Dios de continuo está amando, se está brindando, nos llama sin cesar.

Así entonces la oración cristiana será eficaz no tanto por las cosas o sucesos que obtenga, sino más bien por la tenacidad y el coraje en responder. Porque el paso primero, las primacías son siempre de ese Dios que nos llama, y el fruto es Espíritu Santo, persona y plenitud, la eternidad que se nos entreteje en nuestra historia, nuestras existencias fecundas por la presencia de Aquél que hace nuevas todas las cosas.

Paz y Bien

Santo Rosario, salterio de los pobres

 


 

 

 

 

 

Nuestra Señora del Rosario

Para el día de hoy (07/10/20): 

Evangelio según San Lucas 11, 1-4

 

 

 Suele suceder como en el ejemplo de Marta de Betania: la vorágine cotidiana, las múltiples ocupaciones, los devaneos de las batallas perdidas contra el propio ego, hacen que nos descentremos, y así dispersos perdamos de vista lo verdaderamente importante, lo que permanece y no perece.

El Santo Rosario, con su humilde cadencia nos restituye el andar hacia el centro valioso de la existencia, misterio cordial de una Palabra que se escucha, se reflexiona y se reza.

Salterio de los pobres al que los pequeños se aferran con tenaz esperanza, y que se corresponde con ese aferrarse a la memoria materna aún siendo viejos, porque desde la Madre nos reencontramos con el niño primordial que anida en nuestro corazón, que nos hace entrar al Reino, que nos recupera con asombrosa bondad de las heridas que la cotidianeidad nos impone, y que a menudo aceptamos con resignación.

En las pequeñas cuentas que se desgranan paso a paso por nuestras manos, se deshacen viejos odios y nuevas cadenas, y se produce el reencuentro con los misterios de la Salvación, la alegría insondable de Cristo encarnado, de Dios con nosotros, los dolores de la Pasión que no disminuyen la infinita intensidad de la vida ofrecida en clave de amor mayor, la certeza de que la muerte no tiene la última palabra sino el Resucitado, la luz que prevalece por sobre cualquier sombra.

Tan necesario e imprescindible como el respirar, el Santo Rosario es un grato pronunciar eternas palabras de ternura a una Madre que permanece de pié ante todas nuestras cruces, que jamás nos abandona -rostro materno de Dios-.

Pero ante todo, el Santo Rosario es una divina ofrenda que se nos ofrece a todos y cada uno de nosotros para volver a descubrir la mirada de María de Nazareth en nuestras pobres e ínfimas y existencias, para recordar que donde está la Madre, está el Hijo.

Paz y Bien

El Señor no tiene casa, su hogar está precisamente en la casa de sus amigos

 

 


 

 

 

 

 

Para el día de hoy (06/10/20) 

Evangelio según San Lucas 10, 38-42

 

 

 

 Jesús de Nazareth no tuvo casa propia: de niño su hogar era el de José de Nazareth. Ya hombre e inmerso en su misión, su hogar estaba en Cafarnaúm, la vivienda familiar de Pedro y Andrés, adonde regresaba con sus amigos en busca de reposo, calidez, volver a enfocarse, aunque a menudo las multitudes suplicantes de consuelo y auxilio no lo dejaban ni comer.

En otras ocasiones a sus anchas en sitios insospechados, mesa de publicano y fariseo, pan compartido con miles en el campo.
La escena que nos ofrece el Evangelio para este día sigue esa tonalidad: nos encontramos en Betania, en la casa familiar de Lázaro, Marta y María. No debemos perder de vista que el Maestro está camino a Jerusalem, a su Pasión, a la cruz, y que Betania es prácticamente un arrabal de la Ciudad Santa dada su cercanía, unos pocos kilómetros.
El Evangelista Lucas omite la mención a Lázaro, quizás en aras de destacar que al Maestro no le importaban demasiado ciertas convenciones férreamene instaladas, como aquella que definía que ningún rabbí entablaría diálogo con mujeres, ni mucho menos ingresaría a una estancia en donde sólo estuvieran ellas.

Parece mentira que veinte siglos después sigamos discutiendo estas cuestiones.

Pero allí, en casa de Marta y de María el Maestro se encontraba a gusto, en casa, y es sorprendente la familaridad en el trato.

María, sentada a los pies del Señor, representa al discípulo de Cristo que escucha atentamente su Palabra, que medita y guarda sus cosas en su corazón, lo que prevalece y no perece. Por eso nada ni nadie podrá quitárselo. Cristo es Palabra que llega a las honduras de cada corazón para quedarse.

Marta se afana en las tareas de la casa, en el servicio generoso y amplísimo al recién llegado, en trascendente clave de hospitalidad. Esa hospitalidad es clave: hace al viajero sentirse en casa, al caminante le descubre hogar cordial desde la caridad, desde un amor afectuoso, incondicional.
Marta no se equivoca -para nada!-, su servicio es imprescindible, pero a menudo hay que suplicarle que se detenga un rato, que haga una pausa en donde ese amor no falte, que beba nuevamente la Palabra, el verdadero reposo, el auténtico descanso. No hay reproche en el Maestro, sólo palabras afectuosas a una amiga entrañable que se ha dispersado en pos de los demás.

Hospitalidad es la clave. El Señor no tiene casa, su hogar está precisamente en la casa de sus amigos que le reciben con afecto y atención.

La Iglesia es hogar de Cristo, hogar del servicio y de la escucha que recibe al Señor y, por eso mismo, tiende una mesa grande para todos los viajeros de la vida.

Paz y Bien

Oración. siempre hay Alguien que escucha y responde

 







Para el día de hoy (05/10/20):  

Evangelio según San Mateo 7, 7-12




Este pasaje del Evangelio según San Mateo ha sido caratulado, por sobradas razones, con el nombre de la eficacia de la oración; es siempre imprescindible tener presente y hacer vida que todo lo podemos de la mano de Aquél que nos ama sin límites, y ese amor se nos acrecienta -como todos los amores- en la medida que madura y se profundiza la escucha y el diálogo con la persona que amamos, en este caso la oración con la que nos confiamos a Dios. Desde la fé y por esa Gracia inconmensurable y asombrosa no quedaremos abandonados a nuestra suerte.


Pero hay más -siempre hay más- y quizás otro aspecto fundamental de la palabra para el día de hoy sea su carácter decididamente personal.

Jesús de Nazareth revela el rostro bondadoso de un Dios trascendente e infinito pero que no es lejano e inaccesible; Él nos habla de un Dios cercano a cada mujer y cada hombre, preocupado y ocupado en todas sus necesidades, aún en las que puedan aparecerse como nimias o irrelevantes. A este Dios todo le interesa, para este Dios todas las cuestiones de sus hijas e hijos cuentan.


Por ello, cuando pedimos nuestros ruegos no devienen en una fórmula abstracta y repetitiva: siempre hay Alguien que escucha y responde, la búsqueda sincera jamás es estéril, y cuando con confianza llamamos a una puerta, es Él mismo quien sale a recibirnos. 


Tal vez, entonces, nuestra oración se vuelve verdaderamente eficaz cuando redescubrimos la mejor de las noticias: que Dios es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida y más aún, jamás se olvida de nosotros a pesar de nuestros quebrantos y nuestras miserias.


Paz y Bien 

Humildes y felices servidores del Cristo que nos congrega y de los hermanos con que se nos bendice

 






Domingo 27° durante el año

Para el día de hoy (08/10/17) 

Evangelio según San Mateo 21, 33-43




Es menester hacernos una pequeña semblanza del ambiente socioeconómico del siglo I en Medio Oriente, y especialmente en Israel. Existían enormes latifundios en manos de unos pocos, los cuales solían vivir en el extranjero, especialmente en las grandes ciudades romanas; de esa manera, una inmensa cantidad de campesinos y labriegos no poseían tierras sino que las arrendaban a precios inverosímiles, deslomándose para apenas ganar el pan, y esa desigualdad palmaria era también causa de resentimientos profundos y persistentes.


A su vez, la viña era el símbolo de Israel, y su Dios el dueño que la cuidaba y hacía fructificar a través de su historia.


Los que escuchaban al Maestro no necesitaban sumergirse en intrincada palabrería ni en fárragos discursivos. Todos los comprendían claramente, pues en sus palabras fluía lo que conocían, lo que aprendieron de niños, lo que vivían a diario, y ello valía tanto para los más humildes como para los dirigentes religiosos de Israel.


Las parábolas de Jesús de Nazareth revelan los misterios del Reino de Dios pero también interpelan. Interpelan sobre el ser y el hacer, sobre derechos y obligaciones, nos hacen sincerarnos, y ese espejo de la realidad que somos puede ser muy doloroso. 

Esta parábola, en principio, parecería dirigida a aquellos que tienen responsabilidades pastorales sobre el pueblo de Dios. Aún así, nadie escapa a su fulgor ni está exento de lo que se inquiere.


La viña, mis hermanos, esta tierra que se nos ha legado, esta Iglesia con la que se nos bendice, el prójimo que nos rodea, los que están lejos aunque anden cerca, nada nos pertenece. 

Quizás sean bien nuestros los pecados, los quebrantos, las miserias que portamos.


Una señal de alerta para los que se erigen en defensores de los derechos de Dios. Nada de eso. Sólo somos servidores, sea cual fuere el lugar que nos ocupe tocar. Como decía Agustín, involucrados como si todo dependiera de nuestras manos pero orando de modo que todo dependa de Dios.


Y las arrogancias, sutiles o nó, de llevarse por delante a los demás. Todo lo que se siembra tiene su cosecha, tarde o temprano.

No es cosa de venganza, sino de fidelidades y caridad.


El Reino seguirá floreciendo, a pura Gracia de Dios. Queda en nosotros ubicarnos como humildes y felices servidores del Cristo que nos congrega y de los hermanos con que se nos bendice, nos agraden o nó.

O fieros apropiadores de aquello que no nos pertenece.


Paz y Bien

ir arriba