Subir a la plenitud divina, bajar a la plenitud de la caridad

 







Domingo Segundo de Cuaresma

Para el día de hoy (28/02/21) 

Evangelio según San Marcos 9, 2-10



Jesús se lleva con Él al monte a Santiago, a Pedro y a Juan, sus amigos íntimos, y esto tiene una importancia eclesiológica fundamental como símbolo de la totalidad de la Iglesia naciente creciente. Pero también ha de tener otro significado profundo para nosotros: sólo en amistad y cercanía con el Maestro podemos atrevernos a ascender a esos planos en donde descubrimos asombrados la eternidad que en Él refulge y palpita.


En las cumbres de ese monte sucede lo impensado: ese rabbí galileo que tanta huella ha compartido con ellos, que ha comido, caminado y respirado el mismo aire se transfigura, se viste de un blanco que no es de este mundo, se lo descubre en la plenitud de su divinidad.

No es un simple cambio de vestido, ni una metamorfosis banal de sesgo carnavalesco, es la mirada de fé capaz de descubrir la dignidad y la gloria de Dios en el cuerpo de Jesús de Nazareth, un cuerpo que será entregado a la tortura, a la humillación y a la muerte, una humanidad que a pesar de todo dolor se nos muestra eterna, una eternidad tejida en lo humano, un Dios que se hace historia.


Por eso mismo a los tres discípulos se les aparecen Elías y Moisés en diálogo con Jesús; la imagen no es sólo de subordinación, es señal de que la ley y los profetas anticipaban sus pasos, es signo de que la historia de los pueblos cobra verdadero significado cuando se entrelaza en diálogo franco con la infinitud expresada en Jesús, Cristo de Dios.


Aquí podemos correr el riesgo de quedarnos en el hecho espléndido e increíble de la Transfiguración; sin embargo, como orbitando alrededor de ese sol sin final, el núcleo del relato está en la voz que nos despierta de todo sopor, y que nos recuerda que Jesús es el Hijo Amado de Dios al que hay que escuchar.

Nuestro Tabor acontece en la meditación y la encarnación personal y comunitaria de la Palabra de ese Hijo por el que todos nos hacemos también hijas e hijos amadísimos del Dios de la Vida.


Entonces, nos volvemos cada vez más cercanos a ellos tres.

Como Pedro, solemos ansiar quedarnos en la quietud de una conciencia a veces adormecida luego de la plegaria y el retiro, cabañas de comodidad y conformismo. Pero la Buena Noticia exige despertares, no acomodarse, bajar al llano en donde sólo hay malas noticias y nada resplandece, enormes campamentos de oscuridad, de soledad y de dolor.


Como ellos, a menudo Jesús se nos hace un Mesías intolerable, un Cristo inaceptable, no tiene lugar en nuestras acotadas razones la derrota aparente a mano de sus enemigos, el escándalo de la Pasión, la locura de la cruz.

Nos atrae más un Salvador glorioso que se impone victorioso a cualquier afrenta, que elimina eficaz cualquier amenaza. Pero el amor transita por otras sendas, y el Maestro ofrendará su vida para que nadie más muera, para que todos vivan -incluidos aquellos que lo odian-: Jesús de Nazareth se sacrificará en la cruz para que nadie más sea crucificado en todo cadalso político, religioso y social.


Quizás entonces la Transfiguración sea don y misterio más también un llamado desde su corazón sagrado a subir con Él a la plenitud humana, para emprender el regreso allí en donde la vida no impera, tiempo santo de Dios y el hombre.


Paz y Bien

Que en la caridad se nos vaya la vida

 





Para el día de hoy (27/02/21):  

Evangelio según San Mateo 5, 43-48



El mandato de Jesús de Nazareth de amar a los enemigos quizás sea, de toda su enseñanza, el más difícil de hacer vida, de encarnarlo en el tiempo.

Es claro que a la hora de las declamaciones, es fácil embarcarse en ampulosos discursos teñidos de romanticismo algunas veces, y de autojustificaciones otras. Pero en lo profundo de nuestros corazones sabemos que la verdad es bien distinta, y que amar al que nos hace daño y desea fervientemente nuestro mal no es para nada fácil e implica una decisión extrema que nos resulta demasiado costosa a nuestros planteos. Como un ejemplo de ello, el ámbito de la violencia que se infringe o, también, el compromiso nacional cuando se tiene la obligación de participar en una guerra, aún cuando ésta implique la justicia y la liberación, no dejan lugar a dudas, y es que el Reino no anda por las mismas veredas que nosotros.


Así podemos encontrarnos con un mundo organizado en tanto sociedad comercial, en donde sus participantes se asocian, colaboran y entre sí alcanzan el éxito económico, pero es un mundo para beneficio de pocos y miseria de muchos.

Podemos hallar también el mundo de los que buscan con afán hacer triunfar su proyecto ideológico no sólo en su ámbito sino con proyecciones totales, en donde su núcleo primordial siempre se protege a sí mismo y tiene el rótulo prebendario y protector de la pertenencia.

También podemos encontrar el mundo religioso, ése mismo que combina pertenencia nacional y religiosa para asegurar instauración de su universo de creencias, y en donde el participar de ese credo asegura, de algún modo, la asistencia y protección de los otros participantes. 

Así son a grandes rasgos los diversos mundos posibles que pueden combinarse entre sí, y que acentúan algunos de sus rasgos a través de los tiempos, pero todos ellos tienen algo en común, y es que se agotan en sí mismos, reafirmando el nosotros y execrando el ellos.


El Reino, en estas verdades, surge como otra alternativa a menudo impracticable. 

Sin embargo, y aunque su aplicabilidad parezca lejana o en algunos casos escatológica, su misma reflexión nos obliga a conceder su posibilidad. El Reino no es una abstracción simpática o difícil, y el amor a los enemigos es el desafío de Jesús de Nazareth no sólo para los creyentes, sino para toda la humanidad, la posibilidad de concretar un mundo cada vez más amplio e integrador a pesar de todas las diferencias que portamos, una fé que no se acota a la práctica piadosa o la adhesión a dogmas y creencias, sino más bien el acento redentor en buscar la plenitud del otro, aún cuando en ello se nos vaya la vida.


Paz y Bien

La Salvación es regalo infinito que Dios nos ofrece a través de su Hijo Jesús


 



Para el día de hoy (26/02/21):  

Evangelio según San Mateo 5, 20-26



Seamos sinceros: sean cualesquiera los motivos que lo impliquen, los fariseos han tenido a través de los tiempos una espantosa fama que los precede, asociando su rótulo a los enemigos de Cristo. Si a eso añadimos cierto antisemitismo que sigue vigente, la combinación no puede ser más escabrosa.


Motivos para el prejuicio hay: muchas de las reconvenciones del Maestro se dirigen especialmente a ellos. Sin embargo, quizás el modo más acertado de reflexión es el de pensar que Jesús de Nazareth critica esas modalidades religiosas. La Salvación es don que se ofrece generosamente a todos, y notorios fariseos han integrado la comunidad cristiana: aquí no podemos dejar de mencionar a Saulo de Tarsus, San Pablo, de formación farisea y discípulo del rabbí Gamaliel.


Es que los fariseos eran una rama del judaísmo de aquella época profundamente religiosa y piadosa. En ellos no estaba ausente la oración diaria y constante, ni tampoco la asistencia estricta al culto en el Templo, como el estudio puntilloso de la Torah. Y sin lugar a dudas, su seguimiento estricto de la Ley de Moisés obedecía a una recta conciencia y a un recto proceder subjetivos.


Sus problemas estribaban en varios factores: por un lado, su literalidad en la interpretación de las Escrituras -causa habitual de cualquier fundamentalismo-, que ignora el Espíritu que las ha inspirado. Por otro lado, no había manera de que aceptaran la Buena Noticia y la Gracia; para ellos las bondades divinas eran el premio a una vida plena de ortodoxia, observancia estricta de los preceptos y actos de piedad. Esto también era causa de durísimas condiciones opresivas y asfixias legalistas, pues salían rápidas las condenas para los infractores de lo preceptuado -que era prácticamente imposible de cumplir-. Así entonces conformaban una élite de unos pocos autorreferenciados como puros y el resto, abandonado a su suerte.


Es claro que ese legalismo en la fé -en cualquier religión- no está acotado al siglo I en Palestina, sino que tiene cierto carácter perenne y llega hasta nuestros días.


En síntesis: defendían hasta el absurdo todo lo que ellos hacían por Dios como único modo de bendición e identificación de los justos.


Pero la justicia del Reino es bien distinta, totalmente opuesta: se trata, antes de lo que nosotros seamos capaces de hacer por Dios, de todo lo que Él hace por nosotros, confiriéndonos bondadosamente una nueva identidad que nos hace quebrar el cascarón de cualquier egoísmo, y es precisamente el ser sus hijas y sus hijos, hermanos entre nosotros.


Así adquieren un significado trascendente y profundo los mandamientos, no tanto como simples prohibiciones grabadas en piedra, sino como sendero nuevo tallado en los corazones. 

La justicia comenzará entonces por ajustar la voluntad propia a la voluntad de Dios, que es en todos los aspectos de la existencia la vida, vida plena, vida abundante que se comparte y se ofrece incondicionalmente.


La Salvación no se gana.

La Salvación es regalo infinito que Dios nos ofrece a través de su Hijo Jesús, nuestro hermano y Señor.


Paz y Bien


Oramos porque nos reconocemos hijos


 




Para el día de hoy (25/02/21):  

Evangelio según San Mateo 7, 7-12



La llamada Regla de Oro tiene muchos siglos de antigüedad, inclusive persiste en numerosas culturas desde mucho antes del nacimiento de Cristo: refiere a principios éticos y morales de reciprocidad que propenden a la convivencia pacífica y justa entre las personas.


Sin embargo, en su gran mayoría prima su enunciación negativa, al modo de no hacer a los otros lo que no quieres que te hagan a tí mismo. Se trata de una cuestión básica y fundamental, propia del sentido común... aún cuando éste sea el menos común de los sentidos.

Pero el Maestro invierte la negatividad expresada, y esta regla de oro se transforma en una afirmación positiva y, por tal, proactiva, pues supone un salto enorme desde la pasividad de no hacer algo malo -primum non nocere, primero no hacer daño- a vincularse con el prójimo haciendo el bien, y ese camino que Jesús define como la Ley y los profetas es el modo de abrir las puertas a la fraternidad, a la justicia, a la comunidad, a la convivencia pacífica y fructífera que conocemos como comunión.


Aún así, es menester despejarnos de toda tentación de abstracciones. Se trata de acciones concretas y de realidades tangibles que surgen del asombroso acontecimiento mismo de la Encarnación, Dios-con-nosotros.

Es ese Dios que se hace hombre y que se queda con nosotros, Jesucristo, el que no se ha quedado quieto ni observa lo que nos pasa a una distancia insalvable, sino que se pone en movimiento, toma la iniciativa y se acerca en cordialidad salvadora.


De Dios son todas las primacías, los pasos primordiales, la primera palabra.

Es ese Dios el que nos habla con bondad de Padre y afecto de Madre, y por ello mismo la oración, antes que nada, es respuesta a su llamado primero.


Orar es ponerse en la misma sintonía eterna de Dios, una eternidad que comienza en el aquí y el ahora.

Orar es descubrirnos mendigos de la misericordia, mínimos y vulnerables -todos, sin excepción- heridos de angustia, lastimados de pecado, dependientes de todo.


El Dios de Jesús de Nazareth es un Dios de pan y peces, de tinajas llenas de vino para que la vida sea una fiesta.

Por eso oramos verazmente abandonando pretensiones egoístas y de satisfacción de deseos menores. Oramos porque se hace posible el encuentro definitivo que ese Dios ha propiciado bondadosamente, por amor paternal, que siempre escucha, que prodiga el bien, que no tiene horarios ni condiciones.


Suplicamos y pedimos porque nos reconocemos carentes y necesitados. Buscamos porque estamos incompletos y tenemos hambre de luz y verdad. Llamamos porque sabemos que toda puerta ha de abrirse, aún la más trabada, aún la que parece infranqueable.


Oramos porque nos reconocemos hijas e hijos.


Paz y Bien

Signos de solidaridad y compasión

 





Para el día de hoy (24/02/21):  
 
Evangelio según San Lucas 11, 29-32




Las palabras del Maestro son duras, muy duras: le exigen una señal ratificatoria de la voluntad divina, un artificio deslumbrante y mágico, que esté revestida de espectacularidad. Esa señal sería fedataria de que Jesús era el Mesías que venían anunciando de antaño la Ley y los profetas.


En sí, la exigencia es denunciada por Jesús como propia de una generación per-versa, y debemos entender el término en contraposición a generación con-versa.


Hasta la inauguración del tiempo de la Gracia y la Misericordia, las señales conocidas eran señales de llamada a la conversión bajo amenaza de divinos castigos y amenazas establecidas.

Pero Jesús de Nazareth ha revelado el rostro bondadoso de Dios Abbá , y sus signos definitivos serán vida, esperanza, liberación expresados en la señal mayor, la resurrección, el amor que derrota toda muerte.


Tal vez por ello no hay que buscar signos torvos hechos a medida de nuestras mentalidades escasas, signos de resignación o de una religiosidad que se acota al cumplimiento de preceptos, de culto sin corazón, de templo de piedra sin alma.


Están allí: los que no saben más que, humildemente, ofrendarse por el bien de los otros. Los hambrientos de justicia. Los sedientos de liberación. Esas almas nobles con las que siempre contamos -a veces si darnos cuenta- porque están silenciosamente presentes, disponibles a la mano compañera, al auxilio generoso, a la solidaridad incondicional.


Aquí hay uno más que Jonás, y uno más que Salomón dicta la justicia que se expresa en la Misericordia de Dios, en Jesús de Nazareth. Y sus hermanas y hermanos, hijas e hijos dilectos de su Padre, continúan sin estridencias siendo signo y presencia en todas nuestras noches para que lleguemos a buen puerto)


Paz y Bien


La plegaria del Señor: orar y amar


 



Para el día de hoy (23/02/21):  

Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Con el correr de los años vamos madurando, incorporando conocimientos y vivencias, y quizás también volviéndonos día a día más complejos. No está mal, claro está, se trata de el lógico proceso de crecimiento de todos, desde los balbuceos iniciales de los bebés hacia el discurso más elaborado del adulto.


El problema es que en medio de esos ápices, se nos vá diluyendo la confianza primordial, y una maraña de palabras nos oculta la Palabra.


Cuando Jesús enseña a los suyos a orar -a los Doce, a sus seguidores, a mujeres y hombres de toda la historia de la humanidad- revela a un Dios que no es tan lejano ni tan inaccesible como muchos creen... o como nos han hecho creer.

Él lo descubre en las honduras de su corazón sagrado, y nos descubrimos hijas e hijos capaces de llamar a Dios Abbá! -Papá!- porque, precisamente, Jesús de Nazareth es su hijo. Somos hijos por ese Hijo, y con la maravillosa alegría de sabernos hijos nos dirigimos a Él con sencillez y confianza inquebrantables.


Es una cuestión filial, de Padre a hijos, y por ello mismo se torna una cuestión familiar plena de realidad y lejana de cualquier asomo declamatorio. Por ello la causa de Dios está intrínseca e inseparablemente unida a la causa de los hermanos.


Así nos dirigimos a ese Padre que está en los cielos, que es el Totalmente Otro pero que sin embargo está cerca, muy cerca, palpitando en cada corazón. 


Así suplicamos que se santifique su Nombre, que Él se siga revelando como Padre Redentor, como horizonte personal de plenitud y humanidad.


Así suplicamos que el Reino venga, que se haga tiempo, que se haga historia, que se haga aquí y ahora la vida, la libertad, la felicidad.


Así reconocemos que ese Padre jamás se desentiende de sus hijos ni de lo que les sucede, por eso rogamos que la voluntad de Dios -la vida en plenitud- acontezca en sus ámbitos que no son solamente celestiales, sino que acampan en estos arrabales que somos.


Así suplicamos por el pan, el pan que se comparte y reparte, que alcanza para todos y aún queda más, pan de mesa grande compartida, pan de justicia para que nadie más pase hambre, el pan de Dios que es el pan de todos, Jesús de Nazareth haciéndose pan para los demás.


Así rogamos que perdone nuestras ofensas, nuestras miserias, porque el perdón libera y sana, el perdón es la expresión más cabal de ese rostro bondadoso y paterno de ese Dios revelado por el Hijo, un perdón que se vuelca hacia los demás porque nos sabemos perdonados incondicionalmente, y rogamos también -como antaño- que se perdonen nuestras deudas, porque es menester hacer presente el jubileo de liberación de ese Cristo hermano y compañero, superando toda desigualdad que anula gentes, que deshumaniza, que agobia corazones, que insulta trabajo, que aniquila esfuerzos, que ofende honestidad.


Así imploramos que no nos deje caer en la tentación del olvido y la omisión, pues cuando olvidamos al hermano renegamos de ese Dios que nos reune y nos busca sin descanso, la peligrosa tentación de no reconocernos frágiles, de buscar atajos milagreros y desandar caminos fecundos, y decimos con esperanza que palpita que nos libre del mal, de mal que nos hacen y del mal que hacemos, del egoísmo que separa y mata, del la soberbia de creermos más que otros, de la simulación constante sin compromiso.


La mejor de las noticias es que Dios nos ama, que somos hijas e hijos y que podemos superar cualquier espiritualidad de trueque piadoso o de religión repetitiva porque en cada rostro podemos encontrar las huellas filiales de Aquél que resplandece en cada ser humano.


Paz y Bien

Pedro, vocación desde la caridad y el servicio

 






Cátedra de San Pedro, Apóstol

Para el día de hoy (22/02/21):  

Evangelio según San Mateo 16, 13-19



Como una invitación a ir por surcos más profundos, la Palabra de Dios nos ofrece una coordenada a partir de la cual podemos indagar contextos históricos que nos amplíen el horizonte espiritual.

Cesarea de Filipo es la antigua ciudad helenística de Panias o Banias. En ella, Herodes el Grande, en su tiempo, construyó un templo en homenaje al César de Roma; previamente a ello, durante mucho tiempo alojó también el culto al dios Pan, y era un centro pagano de preregrinación y comercio de renombre. a la muerte de Herodes el Grande, éste divide su reino en tres partes -una para cada hijo- y esta ciudad era la capital de los dominios de uno de ellos, Herodes Filipo, tetrarca de Iturea y Traconítida, hermano de Herodes Antipas. Es un centro pagano que está fuera de los límites de la Tierra Prometida, y el nombre lo dice todo: se le rinde honores y culto al emperador que domina desde Roma y sostiene con sus legiones a los vasallos como Filipo y Antipas. El César está endiosado, y a la fuerza se subordina al pueblo al opresor que los subyuga. (hay otra Cesarea -Marítima-, en la costa mediterránea, que tiene un afán similar de honra al emperador).

Es decir, el Señor elige precisamente un sitio ajeno a Tierra Santa donde prevalece el imperio y se honra a otros dioses para una grandísima revelación. A veces, en nuestras pequeñas existencias, los sitios y circunstancias en donde se nos revela la presencia sagrada de Dios no están prefijados en ninguna bitácora vivencial previa. Aún así, es menester estar dispuestos a descalzar el alma, zarza ardiente de un Dios presente en el rostro del hermano.

Quizás haya a su vez una necesaria toma de distancia frente a un ambiente enrarecido que no permite mirar y ver con claridad; tal vez, un manso y libérrimo desafío que dice que la soberanía y el amor de Dios no están acotadas a determinadas fronteras.

La pregunta que el Maestro les realiza a los discípulos está ajena de inquietudes propias. Tiene la propedéutica propia de aquel que quiere guiar a los suyos hacia los campos luminosos de la verdad. Porque en la respuesta de los discípulos se esconden también sus ansias, sus preconceptos, sus errores. que es Juan redivivo, que es Elías u otro profeta de Israel. 

Nos interpela a nosotros también, aquí y ahora. Es un revolucionario. Es un Dios inaccesible escondido en los templos. Es una cómoda figura estampada en las imágenes religiosas y tantos moldes como ansias y frustraciones y necesidades seamos capaces de adjudicarle.

En nuestro propio anacronismo no nos sorprende demasiado quizás la respuesta de Simón Pedro: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo-. No es una afirmación menor ni el producto de un fervor momentáneo.

Con toda la historia de su pueblo a cuestas, Simón reconoce que Jesús de Nazareth es el Mesías que Israel espera hace siglos, el Hijo de Dios vivo, del Dios viviente.

-Mesías es la expresión aramea que en griego se pronuncia Cristo.-

Pero la contundencia raigal de esa afirmación no es el producto de un esfuerzo intelectual de Simón. es la acción del Espíritu que lo enciende de fé para reconocer al Salvador. La fé es don y misterio, y estpa en nosotros fructificar y cuidar esa llama siempre viva que Dios pone en las honduras de nuestros corazones.

Conocemos a Simón Pedro. Era bastante voluble, de emociones fuertes, de varias idas y vueltas, hasta de renegar de Cristo por miedo en las horas terribles de la Pasión. Pero ante todo, era un amigo del Maestro. Amigo primero, luego discípulo, y hay todo un plan de vida allí.

Por confesarlo sin ambages, Simón recibirá un nuevo nombre que se corresponde a su vocación definitiva: Pedro -Cefas, Petrus, Pietro- pues sobre esa roca Cristo edificará su Iglesia. Pedro tendrá el poder de atar y desatar en la tierra y en el cielo, y el poder del infierno no prevalecerá contra ella.

A través de los tiempos, y hasta nuestros días, esto ha traído bravos desencuentros y críticas feroces. Para algunos, no es necesaria la sucesión de Pedro. Para otros, se busca un Pedro monárquico e imperial que sojuzgue, llave en mano, al pueblo creyente. Pero Pedro, primus inter pares, lleva esa primacía -y ese calvario- desde la caridad y el servicio, siendo amigo del Señor, sabiendo que Él es la cabeza y quien nos sostiene, y desde el amor y la humildad ha de confirmar a sus hermanos, prenda de comunión aún a riesgo de vida.

Atar a los hombres entre sí, con tanto quebranto y desunión que se impone. Desatar los nudos que oprimen y que impiden la vida en plenitud. Sostener a los caídos. Renovar la esperanza.

En cierto modo, la vocación petrina nos involucra también a cada uno de los creyentes en esa búsqueda y esa ofrenda de paz y justicia.

Desde estas tierras del fin del mundo, oramos confiados por nuestro Pedro, tan vapuleado y sin embargo tan amigo de Cristo y servidor de su pueblo. 

Dios guarde a su Santidad Francisco.


Paz y Bien



Dios nunca nos dejará caer

 





Domingo Primero de Cuaresma

Para el día de hoy (21/02/21) 

Evangelio según San Marcos 1, 12-15


Jesús ha sido bautizado por Juan a la vera y en las aguas del Jordán, un río con una historia cara la memoria de Israel, el río que se atraviesa para llegar a la tierra prometida de la liberación, tierra santa de Dios en donde nadie será más un esclavo.

Allí, la lógica indicaría que asumiría el liderazgo de su pueblo para que se instaure sin demoras el Reino de Dios tal como suponían Pedro y los otros, un Dios que derrota a todos sus enemigos y hace gala de un poder avasallador, el Dios de Israel pero de ningún otro pueblo.

Pero sus caminos transitan otros senderos insospechados; Jesús es empujado, llevado de la mano al desierto.


El desierto no es grato ni amistoso. No se sobrevive cargado de equipaje inútil, sólo es posible salir andando ligero y confiando en alguien que brinde auxilio seguro y agua fresca.

Son cuarenta días, y no es un dato menor: en la memoria colectiva, es la referencia directa a los cuarenta años de peregrinación y crisol de pueblo, de liberación de la esclavitud egipcia, de barro moldeado en las manos bondadosas de Dios para hacerse mujeres y hombres libres en tierras renovadas.


Son cuarenta días de sostén absoluto en el Espíritu de Vida.

En pocas palabras, el Evangelista nos regala a un Salvador tan nuestro, un Cristo tan cercano que es golpeado una y otra vez por las tentaciones y flaquezas, humano hasta los huesos como cada uno de nosotros.


En ese desierto, Satanás -cuya etimología refiere a adversario- está allí molestándolo, pero es sólo una presencia simbólica: en realidad, a través de toda su vida Jesús será tentado por las mieles engañosas del poder, del éxito, de la violencia. Serán Satanás aquellos fariseos que lo excluyen y lo tratan de blasfemo, será Satanás el mismo Pedro que lo reprende pues no tolera un Mesías sacrificado y en apariencia derrotado, serán sus parientes diciendo que no estaba en sus cabales, serán aquellos que prefieren una piara de cerdos a un enfermo sanado, serán también los que suponen la primacía de Israel en la salvación y el dejar fuera a todos los otros pueblos, réprobos y condenados por extranjeros.


El mensaje es claro: no se trata de un dios opuesto, o de una fuerza paranormal que anda confundiendo a las gentes y que es menester alejar por intermedio de ciertos expertos por la vía del exorcismo. Se trata de esas falencias, mezquindades, limitaciones enraizadas en el egoísmo y el temor que impiden la realización plena, que reniegan la instauración de la vida plena del Reino del Dios de Jesús de Nazareth.

Lo diabólico es todo lo que se opone a la vida, y contra ello pondrá el pecho el Maestro sin vacilar, y su victoria es la nuestra.


A pesar de todos los embates, de todas esas tentaciones que golpean con fiera determinación y suponen una amenaza insalvable, prevalece la mano de Aquél que nos cuida, significado aquí en aquellos ángeles que sirven a Jesús en medio del asedio de las fieras.

No estamos ni estaremos solos nunca, y a pesar de esas fieras que suelen mordernos los tobillos diarios, ese Dios que es Padre y es Madre no quiere que nos perdamos ni que caigamos en las arenas de la soledad.


El Maestro atravesará esos que moldearán su corazón. Y ese Espíritu que lo lleva al desierto lo impulsará a la Galilea de su querencia, esa Galilea de la periferia constante y la sospecha permanente, Galilea de los pobres y marginales que sólo saben de resignación, dolor y tristezas.

Allí, en donde nadie espera nada, allí anunciará la Buena Noticia del Reino de Dios, la mejor de las novedades.


Estamos en un tiempo litúrgico en donde durante cuarenta días nos vamos adentrando en las honduras de nuestros corazones, para redescubrir al amor mayor expresado en la Pasión de Jesús.

Pero no es sólo una etapa importante del año en la que volcamos nuestro fervor religioso, es mucho más que eso. La cuaresma, esos cuarenta días de golpes y esperanza, del enemigo que quiere socavarnos pero de ese Dios que nunca nos deja caer, es la metáfora de la vida misma.


Sólo desde existencias cuaresmales podemos anunciar Buenas Noticias, descubriendo que a pesar de los embates de las fieras del egoísmo, el individualismo y el poder no estamos solos, nos impulsa y sostiene el Espíritu de Aquél que nunca nos abandonará y que nos espera desde siempre en la plenitud que es nuestro horizonte.


Paz y Bien

Lo definitivo es el amor de Dios

 






Para el día de hoy (20/02/21):  

Evangelio según San Lucas 5, 27-32

 




Los publicanos era quienes, con respaldo legal, recaudaban impuestos para el Imperio Romano. Amparados en esa ley, abusaban de su status, cobrando no sólo los tributos debidos -los que ya eran de por sí harto gravosos- añadían montos que iban a parar a sus bolsillos. En varios casos -lo podemos identificar en el pasaje evangélico en donde se relata la historia de Zaqueo- muchos de ellos amasaron cuantiosas fortunas, producto de esos abusos. Por ello mismo eran tan temidos como odiados.


Los publicanos como Leví no era tenidos en alta estima tampoco, toda vez que eran visto por sus paisanos como serviles al invasor extranjero que profanaba la tierra Santa de Israel, además de ser el ejemplo claro de abuso y corrupción. Estaban considerados a la misma estatura moral de las prostitutas, y por tales se encontraban excluidos de la vida comunitaria y religiosa.

En la mesa de impuestos de Leví abunda el dinero pero sobreabunda la soledad; justificadamente o nó, Leví sólo puede juntarse con otros como él, pues el pueblo repudia su condición de pecador.


Pero el Maestro vé mucho más allá de la realidad aparente, con una mirada capaz de trascender y confiar hasta sus huesos en que otra vida es posible.

Porque Dios tiene muchísima más fé en todos y cada uno de nosotros que la escasa confianza que a menudo depositamos en Él.

Jesús de Nazareth se acerca a Leví, pues son de Él todas las primacías, es Él quien dá el primer paso, es Él quien nos busca sin desmayos, y no le importa, en su corazón sagrado e inmenso, la actualidad de Leví sino todo lo que puede llegar a ser junto a Él. Por eso Leví se pone de pié, deja todo y lo sigue, signo cierto de que el ingreso del Maestro en su existencia ha desalojado mansamente esa oscura vida anterior.


Luego nos encontramos con un banquete celebrado en su casa: la vida transformada es motivo de festejo.

Allí podemos comprobar que los asistentes son en su gran mayoría publicanos, y ello suscita las críticas. Almas puntillosas no toleran que el Maestro se siente a comer y brindar con esos pecadores miserables.


Sin embargo, precisamente ésa es la gran señal de Salvación: Él ha venido en rescate de los que estaban perdidos, sanando a los cuerpos enfermos y a las almas corrompidas, para que todos puedan volver a una existencia plenamente humana.


Así sean también las mesas de la Iglesia, mesas en donde todos nos reconocemos pecadores, a menudo abrumados por nuestras miserias, pero convidados por Aquél que desborda perdón y misericordia. Y en su mismo camino, convidar a compartir el pan y la vida a todos aquellos a quien nadie invitaría a comer.

Ésa es la misión que se nos ha encomendado, y todo lo demás es importante pero viene detrás: lo que cuenta es la inclusión que se practica desde una compasión originada en corazones agradecidos por el perdón de Dios que excede por lejos cualquier cálculo, que desborda las canastas con su pan, que nos renueva y recrea cuando todo parece definitivo


Paz y Bien

La Gracia de Dios tiene todas las primacías

 






Viernes de Ceniza

Para el día de hoy (19/02/21): 

Evangelio según San Mateo 9, 14-15



Luego de la ejecución del Bautista ordenada por Herodes, los discípulos de Juan se suman a los discípulos de Jesús de Nazareth, con todas sus enseñanzas y tradiciones a cuestas.

Por ello no es de extrañar la pregunta que le hacen al Maestro: ellos y los fariseos ayunan a menudo, en ciclos específicos, mientras que los discípulos del Señor no lo hacen. Ello no refiere a una laxitud en el cumplimiento de las normas religiosas, sino a cuestiones más profundas.

La frase, en cierto modo, equipara a los fariseos con los discípulos del Bautista. Se rigen por las mismas normas, quizás con criterios similares. Quizás, los discípulos del Bautista tienen un corazón más ligero por la tenaz llamada a la conversión de Juan, pero su mentalidad es la misma de los fariseos.

No se trata de un juicio de valor: se trata, más bien, de ubicarnos en la tierra fértil de la Gracia.

Por ello Cristo alabará a Juan como el más grande entre los hombres, pero aún así será el más pequeño en el Reino.

La Gracia de Dios confiere la nueva perspectiva de la Buena Nueva.

Las tradiciones carecen de valor por sí mismas: en la vida cristiana, la tradición -del latín tradere, traer- es eminentemente valiosa por Aquél que le otorga sentido y la nutre de eternidad.

Tradiciones, gestos y rituales repetidos, olvidando el hacia quien y el desde quien, deben ser historia. Nunca presente. 

Jesús de Nazareth no desprecia el ayuno. Desoye, más bien, los llamados a la repetición sin sentido.

Un tiempo nuevo se inaugura, y toda la vida ha de orientarse a esa luz y esa fuerza que todo lo transforma, la Gracia de Dios que tiene las primacías por sobre toda tristeza, sobre todo dolor, sobre tantos sufrimientos impuestos.

Paz y Bien


De nada sirven títulos y posesiones si el alma se pierde

 




Jueves de Ceniza

Para el día de hoy (18/02/21): 

Evangelio según San Lucas 9, 22-25


Situarse en el contexto de cada escena evangélica ayuda en mucho a la reflexión. Y el marco del siglo I de nuestra era, Tierra Santa era una provincia romana cuya pax estaba garantizada por las legiones estacionadas en la zona. Tenían un reyezuelo vasallo de Roma, brutal y paranoico.

No debemos perder de vista que Jesús de Nazareth es un hijo fiel de su pueblo y heredero de sus mayores. No es un desquiciado que ha venido a abolir la Ley de Moisés, sino a darle pleno cumplimiento, a partir de Aquél por el cual todo adquiere sentido y eternidad. 

La situación política no es un dato menor: para un pueblo orgulloso como el judío, la infamia de la bota romana era intolerable. Hollaban la tierra que el mismo Dios les había dado. Y como suele suceder en ocasiones históricas similares -además de los atisbos violentos- los pueblos cierran filas alrededor de sus líderes y jefes, aún con las limitaciones y quebrantos de éstos; obviamente, por su propia historia toda la vida de Israel estaba centrada alrededor de su religión. Por ello los líderes y jefes de Israel, aún con determinante influencia social y política son, ante todo, líderes y jefes religiosos que mantienen en foco la identidad de ese pueblo amenazado por el imperio opresor.

Los ancianos representaban la aristocracia, la nobleza laica que garantiza el respeto a las tradiciones y ejercen, por su poder e influencia política y económica, la pervivencia de la nación judía.

Los escribas o doctores de la Ley, por sus conocimientos, era los exégetas oficiales de la Ley de Moisés y de las Escrituras - la Torah-. Eran casi todos fariseos, y por su función determinaban todos los aspectos de la vida cotidiana, cuidadosamente regulada por la Ley.

Los Sumos Sacerdotes -que se alternaban entre cuatro familias- eran los superiores del Templo de Jerusalem, centro y cúspide de la vida judía en Tierra Santa y en la Diáspora. En cierto modo, el Sumo Sacerdote es el vínculo entre el pueblo y el Dios de Israel.

El impacto es terrible: el Maestro le explica a los suyos que quienes custodian la historia, la identidad y la fé de Israel iban a desechar sus enseñanzas y su misma existencia, al punto que los asoma a un futuro cercano que es más que incierto. Él morirá como un criminal. Será ejecutado, será ajusticiado.

Aún así, y a pesar del horror, quizás no advierten lo decisivo: la muerte no tendrá la última palabra, Él resucitará al tercer día, sueño eterno de un Padre que quiere vida y vida en abundancia para todos sus hijos.

La introducción, con todo el espanto y la ruptura que supone, prefigura la invitación siguiente, que es la visceral vocación cristiana, el seguimiento de Cristo.

Seguir a Cristo implica, invariablemente, cargar la cruz de cada día y negarse a sí mismo. 

Negarse a sí mismo es derrotar las ansias de egoísmo, quebrantar esas corazas que impiden que en nuestros espacios cordiales pueda estar el otro. más aún, ofrecer la vida para que el otro viva.

Cargar la cruz es ponerse al hombro todas las miserias y quebrantos que nos impiden caminar, claro está. Pero es mucho más, más profundo, más determinante.

En los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth la crucifixión era la pena capital que se imponía para los criminales más abyectos, y no nos equivoquemos, la cruz es ejecución romana. Tenía, como toda pena de muerte, un efecto ejemplificador: esto te va a pasar si seguís haciendo lo que hacés. A ello es menester añadir que para los intérpretes oficiales de la fé judía -los escribas- la cruz era señal de maldición.

Nada más ni nada menos.

Cuaresma, desde esta nada que somos, nos plantea corazón adentro que seguir a Cristo en plenitud implica atreverse a volverse un marginal, un criminal despreciable, un maldito. ofreciendo la existencia -por pequeña que sea y que nos parezca- para que no haya más marginales, ni despreciables ni maldecidos por el mero hecho de vivir. Que todos somos hijos del mismo Padre. 

Que de nada sirven títulos y posesiones si el alma se pierde.

Paz y Bien




Miércoles de Ceniza y Cuaresma: Practicar la justicia

 




Miércoles de Ceniza

Para el día de hoy (17/02/21): 

Evangelio según San Marcos 6, 1-6. 16-18



Para muchos de nosotros, pareciera que nuestra vida de fé ha oscilado entre quienes propugnan el rictus de la amargura durante la Cuaresma y aquellos para quienes este tiempo santo es más de lo mismo, un registro a cumplir que no varía en nada, que no transforma, un ciclo más que debe cumplirse como pauta obligatoria.

Viviendo estos tiempos de ruptura, de desasosiego, de angustias y vínculos quebrantados, de soledades impuestas con brutalidad, quizás sea menester volver a una escucha atenta. Oír y escuchar lo que Cristo tiene para decirnos, aquí y ahora.

La Palabra de Dios es Palabra de vida y Palabra viva en el hoy de la Salvación.

Como una brisa fresca que nos despeja todos los adormecimientos, el Maestro nos llama la atención, ante todo, acerca de nuestra justicia. Y todos esos castillos de naipes, todas las figuritas de colores sin incidencia profunda, toda esa superficialidad espiritual con edulcorante, felizmente se derrumba.

Justicia. Practicar la justicia. 

En la tradición veterotestamentaria se venera a los justos. Justo es aquel que ajusta su voluntad a la voluntad de Dios, y tal vez el ejemplo por excelencia sea José de Nazareth. En ese plano de reflexión, cabe preguntarnos ¿cual es para mí, para nosotros hoy, ahora mismo, la voluntad de Dios?

Limosna, oración y ayuno como mapa y ruta para este tiempo.

Se trata de prácticas concretas; no obstante, volvemos al postulado anterior. Es ajustarse a la voluntad de Dios, de agradar a Dios, de desandar todos los alardes, la hipocresía de figurar, la colorida apariencia sin sustancia, la beneficencia sin caridad. Pero también desanima los afanes que solemos esgrimir del ritual por el ritual mismo, por la forma sin sentido y olvidamos y negamos a Aquél que da sentido y trascendencia a los gestos y acciones santas. Los sacramentos son signos sensibles y eficaces de la Gracia de Dios, no  mecánica ampulosa circunscrita a los templos.

De manera llamativa, el llamado de Cristo que es urgente, imperativo, hasta ineludible, refiere a lo que agrada a Dios pero a su vez refiere y tiene consecuencias directas con el hermano, con el semejante al que nos aprojimamos.

La limosna es un profundo acto de conversión, y por lo tanto, de justicia. No se trata de poner algún que otro billete en la alcancía, o monedas sueltas en los bolsillos al que pide en la calle. No es dar lo que sobra para sentirse mejor. Es darse uno mismo, humildemente, sin esperar retribución ni gratitudes. Es restablecer desde las honduras cordiales lo que el mundo ha quebrantado, la miseria de tantos, la pobreza impuesta y no elegida, el sojuzgamiento de los trabajadores. Puede parecer poco y hasta nada. Pero como aquella viuda en el Templo, estas dos mínimas monedas que somos, valga la redundancia, no son poca cosa. Es el primer paso fundamental que debemos dar en el grato regreso a prójimo olvidado y caído a la vera del camino

La oración como escucha atenta, diálogo confiado, un Padre que nos habla, un Espíritu que siempre sopla, vivifica e impulsa. La oración nos pone nuevamente en el plano de hijos, en la sinfonía del Altísimo que ha venido a acampar entre nosotros. La oración no es repetición de fórmulas precisas, sino súplica confiada a Aquél que es Padre mío, Padre tuyo, Padre nuestro. Sin oración no hay vida cristiana. Sin oración no hay vida, apenas supervivencia.

El ayuno es un ejercicio imprescindible de disciplina espiritual, En estos tiempos crueles y laxos, no suena bien pero ello no tiene importancia. Las privaciones del ayuno restablecen prioridades corazón adentro, privaciones que no sólo remiten a la abstención de ingerir alimentos. Ayuno es deliberadamente privarse de todo aquello que nos brinda comodidades en las que nos disipamos y olvidamos lo que verdaderamente perdura. Ayuno es también el pequeñísimo y fundamental esfuerzo que debemos hacer para que no haya tantos con ayunos obligatorios, las aves negras del hambre que se impone y razona. Ayuno es hacer tiempo nuestro la enseñanza de Jesús de Nazareth: donde está nuestro tesoro, allí está también nuestro corazón.

Cuaresma entonces es tiempo de humilde silencio para comenzar a hacer justicia. Para disipar los ruidos, y volver -desde nuestra fragilidad, desde nuestras miserias- a escuchar a Dios y a reencontrarlo en el rostro del hermano, del prójimo pobre, del semejante doliente.

Volver al hermano es volver a Dios. Y es santa justica.


Paz y Bien






Hacerse pan para el otro, la vida que se comparte

 





Para el día de hoy (16/02/21):

Evangelio según San Marcos 8, 14-21




Las levaduras no estaban aceptadas en la rigidez de la ley de Moisés: implicaban, como fermento, cierto principio de corrupción, de tal modo que si la masa no pasa en el justo término por el horno, se echa a perder totalmente.


Aún así, Jesús se ha asombrado desde niño -ojos plenos de asombro en la sencillez cotidiana- por los efectos de un pequeño puñado de levadura que fermenta una cantidad inverosímil de harina. Sabe que para cambiar las cosas no hacen falta proyectos faraónicos ni imposiciones multitudinarias: el Reino de su Padre crece imparable desde la humildad y la sencillez con fuerza inusitada.


Desde estos supuestos parecería plantearse una antinomia insalvable, y está bien que esto suceda: las cosas del Reino transcurren a través de una ilógica magnífica e insospechada.


Porque ayer y hoy campean las carencias, faltan el pan del sustento diario y el pan que quita el agobio de la soledad y el olvido.

Todo pasa por hacerse pan para el otro, y no es un recurso literario menor, o una mera declamación de deseos: se trata de una realidad concreta, de la vida que se hace abundante y se multiplica a partir del milagro de la solidaridad, desde lo sagrado del compartir.


El Maestro lo había dejado en claro: con pocos panes y pescados alimentó a miles, tanto en Israel como en tierras paganas. La abundancia de la Salvación no se limita a rituales, a geografías ni a pertenencias.


Sin embargo, a pesar de lo contundente de los hechos, los discípulos no terminan de entender, y al igual que ellos seguimos corruptos por ciertas levaduras que nos demuelen.

La levadura de los fariseos, la de la figuración perpetua, la de un dios manipulable a partir de ciertas prácticas piadosas estrictas, la del aferrarse a crueles normas de pureza e impureza en donde el corazón ha sido desterrado.

La levadura de Herodes, la del poder, la de la vida que se lleva por delante, la del fin que justifica los medios, la de la imposición que repudia todo servicio.


Cuando andamos con Él, un sólo pan que se comparte es más que suficiente para desalojar ese hambre que anda agobiando a tantos.


Paz y Bien


Dios está, camina y cuida de nosotros


 


Para el día de hoy (15/02/21):

Evangelio según San Marcos 8, 11-13



Los fariseos eran un grupo de carácter religioso con una gran influencia política en Israel: encontraban su fundamento en el estudio exhaustivo de la Ley mosaica, en la práctica rigurosa de una piedad predeterminada y en el cumplimiento exacto de las normas de pureza moral y ritual.

Este último aspecto supone, a la vez, una teología de la gloria -un Dios muy lejano y decididamente celestial- y una espiritualidad de los méritos y la retribución, un Dios manipulable por la acumulación de actos piadosos, un Dios de premios y castigos. La conclusión necesaria es que habrá un reducido grupo de gentes más cercana a Dios que el resto, los más puros, los religiosamente correctos.


El corazón quedaba relegado al olvido, y es claro que su dios no era el Dios de Jesús de Nazareth.


Abbá es Padre y es Madre que ama por igual a todas sus hijas e hijos, y no está lejos. Por el contrario, sale al encuentro y en búsqueda tenaz del hombre, es un Dios amable que se deja encontrar en las cercanas honduras de cada corazón, en el prójimo, en los ojos de los niños, en el rostro de los pobres.


Este galileo irreverente se atrevía a decir cosas nuevas, y a cuestionar abiertamente todo lo que sus tradiciones estratificadas sostenían; para colmo de males, los parámetros que sostenía no eran mesurables, pues no tienen medida el amor, la libertad, la ternura, la salvación, la increíble y maravillosa acción de la Gracia.


Por ello mismo le piden una señal divina; no obstante, aunque se cayeran los cielos, lo seguirían rechazando. En su repudio predeterminado, en su prejuicio militante se habían vuelto ciegos y sordos a toda novedad.

Le piden ese signo como criterio y credencial de que todo lo que hace y dice es legítimo, es auténtico y está autorizado. Buscan la señal de ese dios lejano en el que creen, no pueden ni quieren aceptar al Dios que Jesús revela y que ya está entre nosotros, manifestándose en cada acto de bondad, en cada gesto de vida.


Hoy mismo los signos están allí, para todo el que sea capaz de mirar y ver, señales de que el Reino está creciendo humilde y sin pausa entre nosotros, que no es necesario buscar la receta mágica o la determinación milagrera.

Dios está, camina y cuida de nosotros.


Paz y Bien

Al rescate de todas las lepras del mundo

 









Domingo 6º durante el año

Para el día de hoy (14/02/21):

Evangelio según San Marcos 1, 40-45




La lepra es de origen infeccioso -se propaga a través de una bacteria conocida como el bacilo de Hansen-; tiene una acción progresiva y degenerativa, con una modalidad a nivel dérmico que produce máculas y nódulos bien visibles, y un estadío posterior que afecta las terminales nerviosas, produciendo también necrosis, es decir, la destrucción de tejidos.
No obstante ser una enfermedad conocida desde la antigüedad, los avances para su tratamiento y cura son muy recientes.
Si por un momento nos detenemos en el fenómeno tal como se presenta, quizás podríamos atrevernos a decir que la exclusión del leproso del tejido social responde al espanto de las huellas que deja en su piel la enfermedad, y el consiguiente miedo al contagio, y es precisamente el miedo una fuente permanente de muchos dolores y horrores antes que cualquier patología.
El distinto, el diferente, el extraño y el enfermo nos siguen espantando.

Todo se agrava cuando esa aversión se motoriza desde lo religioso, es decir, cuando la lepra es considerada consecuencia del pecado -castigo necesario de un dios severo y cruel-, y el leproso un impuro peligroso al que se le impedía la vida en pueblos y ciudades, la participación religiosa, el contacto con los demás. Como si eso no bastara, estaba obligado a mantener e indicar su condición vistiendo harapos y proclamando a los gritos su condición de impuro para que nadie se acerque.
Es claro que en tiempos de la predicación de Jesús se consideraba como leproso a cualquier persona que portara diversas afecciones en la piel -dermatitis, psoriasis, etc- y no sólo la lepra misma. Era necesario excluir de la vida diaria al leproso no como una medida profiláctica, sino como acción espiritual: el contacto con el impuro, a su vez, impurifica al que se acerca, vuelve impuro y leproso al atrevido y transgresor.

Por ello mismo, en la Palabra para el día de hoy el leproso que se pone a los pies del Maestro no pide por su curación: él suplica ser limpiado, ser purificado, implora humildemente ser readmitido a la vida comunitaria y religiosa desde donde ha sido expulsado concienzudamente.
La actitud decidida de quien se moviliza y confía desde la fé nacida en las honduras de su alma siempre es transgresora, revolucionaria y gestora de milagros.

El Maestro se conmueve, y Él también transgrede, se atreve, rompe con toda precaución y falsa prudencia: Jesús de Nazareth expresa el amor y la Gracia magnífica e increíble del Dios de la Vida que no conoce límites, ni tolera argumentos de exclusión, un Dios que abraza y cura desde el perdón y la bondad, la liberación total como fruto primero de la Misericordia.

Esa acercarse y tocar al leproso lo vuelve a Él mismo leproso e impuro.
Ha enviado a ese hombre re-creado y re-novado a presentarse al sacerdote para ser readmitido como puro y sano, con el imperativo de no contar nada de lo sucedido. No es tiempo aún, Jesús prefiere dejarse de lado y poner como asunto primordial el reconocimiento como persona del olvidado, del rechazado, del excluido. Sin embargo ¿qué puede hacerse?: la liberación y la ternura desatan la alegría reprimida, y no hay modo de contener que se cuente a otros esta novedad impresionante.
No hay manera de menguar ni de silenciar el anuncio de la Buena Noticia.

Por ello mismo, a pesar de que lo busquen multitudes, Jesús no podrá entrar en ningún pueblo ni ciudad: es el que ha tocado a un leproso, es el que se ha vuelto impuro por voluntad propia, y debe a su vez ser expulsado de la vida de Israel bajo la rigidez de normas y ley.

De algún modo, esa lógica de exclusión se mantiene firme y militante hasta nuestros días. Al distinto, al diferente, al que no nos simpatiza o nos genera rechazo lo expulsamos, lo rechazamos por portar una piel diferente, un rostro lastimado, una nacionalidad extraña, una cultura peculiar y no propia, la lepra del extranjero, del extraño, del impuro evidente a nuestros ojos mezquinos.

Y ahí está Jesús de Nazareth, paciente en su tenacidad de salud/salvación, indiferente al que dirán, obstinado en las cosas de su Padre.
Y ahí está el leproso recuperado en su dignidad, incontenible a la hora de transmitir la mejor de las noticias que acontece en cada presente.

Quizás la Iglesia sea en principio un gran peregrinar imparable de leprosos rescatados, mujeres y hombres tocados por la mano bondadosa de Dios sin miedo a volverse impuros con el olvidado, sin temor a ser expulsados de todo sitio por embarcarse en la misión mansa y humilde de la Salvación.

Paz y Bien


¡Efatá!, amor tenaz y persistente

 





Para el día de hoy (12/02/21):

Evangelio según San Marcos 7, 31-37



Los milagros son acontecimientos de fé, urdimbre santa entre Dios y el hombre, el paso salvador del Creador Eterno por nuestra historia.

En los milagros de Jesús, es necesario prestar especial atención a sus palabras y sus gestos, para no quedarnos en una limitada mirada sobre un hecho aparentemente espectacular, casi mágico.


Nos encontramos en la Decápolis -literalmente diez ciudades- zona pagana de importante influencia helenística ubicada al sudeste de Galilea. No es tierra judía, y por ello mismo es objeto de desprecio en consonancia con la mentalidad religiosa y social imperante.

Trasladando esta situación a lo concreto, es inconcebible encontrar la acción de Dios entre esas gentes...excepto en una expedición de castigo y venganza.


Aún así, la fama de sanador del Maestro trasciende las fronteras de Israel, y traen a su presencia a un sordomudo, rogándole que le imponga las manos, esas manos que confundían mágicas y milagrosas a la vez. Seguramente quieren la salud de ese hombre, pero también quieren la exhibición de ese mago nazareno.

Sin embargo, Jesús de Nazareth siempre avanza a pasos inesperados, asombrosos, y no se deja amoldar a la medida de nuestras mezquinas aspiraciones. Por eso lleva -con infinita delicadeza- a ese hombre a un sitio apartado de la multitud ansiosa de espectáculo, a un ámbito más manso y silencioso que sea propicio para el encuentro con Dios.


El hombre es sordomudo: no puede expresarse, no puede decir lo que piensa y siente, no puede dirigirse a Dios, y sólo puede hacerse entender a medias mediante algunos gestos menores. A la vez, posee oídos inútiles, estériles. Es incapaz de oír y de escuchar, y por ello mismo su capacidad de comprensión es limitada, su acceso a la verdad es mínimo. Por ello, aunque no esté limitado en sus movimientos, es un hombre preso, pues sólo la verdad nos hace libres.


El milagro comienza a acontecer cuando el Señor lo lleva consigo, distinguiéndolo de una masa de gentes que se desdibujan. No le interesa que sea pagano, no le importa que oficialmente se considere a su dolencia como consecuencia de pretéritos pecados y como impureza contaminante.

Allí hay un hijo de Dios que sufre.


El Maestro dirige sus ojos al cielo, a su Padre, y suspira. Es signo de comunión de su corazón sagrado con Aquél que está totalmente identificado, Jesús es Dios y Dios es Jesús.

Pero también suspira porque, si bien ese hombre es el doliente, los sordos y los mudos están entre esa multitud expectante y por todas partes, negando la vida plena a quien no es su igual, despreciando al distinto o al ajeno, abandonando por cualquier motivo al que sufre.


En esa saliva impuesta con delicadeza ese hombre es recreado, y esta tierra andante que somos también ha de ser vuelta a moldear por las manos bondadosas de Dios. Nos hemos hecho demasiado daño, y es necesario que Él nos recupere primero la capacidad de la escucha, para poder pronunciar palabras que sean eco de la Palabra que sustenta al universo.


¡Efatá! vuelve a exclamar para que se disipe todo lo que nos separa, lo que nos encierra, lo que nos impide la comunión fraterna a partir del diálogo fecundo.

¡Efatá! con amor tenaz y persistente, para que tantos corazones cerrados vuelvan abrirse al hermano y a la vida.


Paz y Bien

En ofrenda permanente al cuidado de los demás


 




Nuestra Señora de Lourdes

Para el día de hoy (11/02/21):  

Evangelio según San Marcos 7, 24-30



En parte porque el ambiente se había sobrecargado y podían desatarse violencias que iban mucho más allá de la mera agresión verbal, en parte por cansancio y, tal vez, para encontrar un poco de sosiego junto a sus amigos, el Maestro se retira a la región de Tiro y de Sidón, en territorio netamente pagano y que para el acervo cultural judío se corresponde con enconados enemigos. Probablemente esperaba encontrar allí algo de anonimato que le brindara alivio, pero ya es demasiada la fama bondadosa que le precede, y los extranjeros saben bien que a nadie rechaza.

El gesto supera por lejos un simple viaje: es un éxodo interior que amplia al universo el anuncio y misión de la Buena Noticia, pues la primer frontera que ha de cruzarse es la del propio corazón.


Allí se encuentra con una mujer que, además de tal, es madre, y que con humildad e insistencia suplica por su hija enferma. Y como madre, sufre lo indecible pues no hay dolor mayor que ver sufrir a un hijo y descubrirse impotente de brindar alivio. De allí su insistencia, de allí esa extraña confianza al rabbí judío que dicen, tanto bien prodiga.


Pero la primer respuesta del Maestro sorprende, y se nos hace durísima: primero deben saciarse los hijos, y no está bien tomar el pan de los hijos para echarlo a los cachorros. No se trata de una figura simpática, nada de ello: el extranjero, y el extranjero enemigo era considerado y llamado injuriosamente un perro -y hoy es un epíteto insultante que seguimos utilizando-. Y Jesús, como judío íntegro, piensa desde las tradiciones de su pueblo, y así primero hay que llevar la Buena Nueva a los hijos, es decir, a lo propio, a lo conocido, a Israel. Y luego, si algo queda, las sobras a los perros, a los cachorros.


Pero esa mujer está impulsada por un amor entrañable a su hija y por una confianza imbatible en la bondad de ese extraño sanador judío, y por ello insiste, tenaz y sin doblez ni resignación. 

Muy lejos de cualquier silogismo, desde sus entrañas, quiere ser partícipe de esa mesa en la que han de comer los hijos pero también pueden participar conjuntamente los cachorros, aunque sea con las migas. Esa mujer intuye de manera formidable que la mesa de Dios es mesa de vida y mesa enorme, mesa para todos sin excepción, y lleva de su parte el mejor de los platos: no pedir nada para sí misma, sólo la total preocupación por la hija, por el otro, por el bien del prójimo.


El corazón de Jesús de Nazareth dá un vuelco, y por su amor y por la fé de esa mujer acontece el milagro de la salud, de la Salvación, de la misión universal de Cristo y la Iglesia.


Entre nosotros hay muchas mujeres sirofenicias, en apariencia ajenas y extranjeras a nuestros moderados y escasos ojos. Pero ellas, con su tenacidad y su ofrenda perpetua del cuidado de los demás, están allí humildes, enteras, sin bajar los brazos, para recordarnos que la mesa/vida ha de tener asientos para todos, que no hay tanto propios y ajenos sino hijas e hijos de Dios que comparten dolores y penas y que, a pesar de todo, quieren vivir felices.


Paz y Bien

Indefectiblemente se cosecha lo que se siembra

 








Para el día de hoy (10/02/21):

Evangelio según San Marcos 7, 14-23




Jesús llama a las gentes, a los discípulos, a todos los que estaban allí. Quizás la falta de nombres propios en esta lectura nos invita a poner los nuestros, como espectadores atentos y expectantes de lo que Él nos está diciendo.


En nuestro aquí y en nuestro ahora -kairos, tiempo de Dios, Palabra de Vida y Palabra Viva- seguimos incurriendo a repetición en el mismo error grosero de los escribas y fariseos de aquellos tiempos: nos aferramos a normas, preceptos y criterios básicos a cumplir, en la idea de que a partir de ello accederemos a la Salvación y seremos portadores de la bendición de Dios.


Pero así olvidamos que es el año infinito de la Gracia, de lo dado en pura gratuidad y por amor del Dios de Jesús de Nazareth antes de la acumulación voraz de méritos piadosos. Y la bendición de Dios también es don, toda la humanidad ha sido bendita pues Dios se ha hecho uno de nosotros, el más humano de todos, Jesús el hijo de Dios vivo.


En estas costumbres se vuelven imprescindibles los expertos en estas cuestiones, almas puntillosas que nos señalen y codifiquen qué es lo que debemos cumplir y qué es anatema, o si se quiere, qué es lo puro y cristiano y qué no lo es.


La propuesta del Maestro es propuesta de liberación y plenitud integrales, y el camino es el amor que se expresa en lo que hacemos y dejamos de hacer con el otro. Lo que nos ata y lo que oprime a tantos es la mala cizaña que viene de lo profundo del corazón, en todos los casos con el color opaco y apagado del egoísmo.


Indefectiblemente se cosecha lo que se siembra, y tal vez -además de los cuidados médicos que todos necesitamos- debamos comenzar a cuidar con esmero qué cosas son las que nos nacen en las honduras del alma: ésas y no otras son las que llegarán al centro cordial de nuestros hermanos.


Paz y Bien

El culto verdadero comienza en la compasión

 







Para el día de hoy (09/02/21):

Evangelio según San Marcos 7, 1-13



El valor trascendente de la Tradición no es opinable: es aquello que se "trae" -tradere- de generación en generación por impulso del Espíritu, desde los apóstoles a nuestros días.


Podemos entrever en la Tradición la mano bondadosa del Dios de Jesús: la misma Palabra, los libros santos de la revelación, los Evangelios son la tradición primera, el testimonio de la acción liberadora de Dios susurrado por las tribus del desierto, el anuncio de la Buena Noticia hecho memoria y presencia por las primeras comunidades para todos nosotros.


Sin embargo, al igual que en los tiempos de la predicación del Maestro, demasiadas costumbres se han instalado -y hasta sacralizado- cuando en realidad han sido fruto de circunstancias históricas determinadas que se perpetuaron en el tiempo. A esa absolutización de situaciones y cuestiones que es su momento han sido importantes también se la suele denominar erróneamente tradición, y como en esa espiritualidad sinagogal -rígida de exclusiones, estigmas e impureza- es causa de separación, agobio y soledad.


Todo ello, claro está, tiene su traducción litúrgica. El culto acartonado, ferozmente puntilloso en exactitudes formales pero en donde el corazón y la compasión están ausentes.


Quizás hemos olvidado que el culto verdadero comienza en la compasión y el socorro hacia el necesitado, y la liturgia es expresión comunitaria y frutal de liberación y amor.


Paz y Bien

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