La humildad de la sal, el sabor de la existencia














Para el día de hoy (28/02/19):  

Evangelio según San Marcos 9, 41-50









La lectura que hoy nos convoca tiene que ver con la reciprocidad, con la concordia, con el cuidado del otro y que otra manera de vivir y otro mundo son posibles, lejos de cualquier utopía pues se trata de una fé que se encarna en la cotidianeidad.

El Maestro se identifica plena y absolutamente con los suyos, de tal modo que quien reciba a uno de los suyos en su nombre a Él le recibe, y si le rechaza y desprecia, a Él le rechaza. En los ojos del hermano encontramos la mirada del Señor.

En esa propedéutica de presencia y cuidado tienen un lugar destacado y fundamental los pequeños: con ello no se refiere específicamente a los niños, sino a los que son como ellos. En aquel tiempo, un niño carecía de voz propia y derechos, era poco menos que un humano incompleto y en todo dependía de los demás. Por ello, los pequeños son los débiles, los humildes, aquellos que fé incipiente, un pequeño brote del que se espera a su tiempo propicio buenos frutos.
Él se vale de una hipérbole, que es una figura literaria exagerada tendiente a destacar en el que escucha la idea principal, merced a una imagen fortísima. Sin embargo, la misma hipérbole resalta la importancia de su afirmación: el cuidado de los pequeños implica el evitar convertirse en escándalo -skándalon- piedra de tropiezo para ellos. Mejor es morir ignominiosamente que menoscabar una vida así.

Tal vez no sepamos mensurar las consecuencias del pecado. Lejos de cualquier ánimo punitivo -Dios es un Padre que nos ama-, pecado es quebranto, ruptura, muerte, negación de Dios y del prójimo. De allí el énfasis que Cristo pone para regir nuestras vidas por la Gracia y en la Gracia de Dios.

Aún con las consecuencias gravísimas del pecado, las buenas acciones también tienen consecuencias, a menudo inadvertidas. A veces en los gestos más simples, en las acciones más sencillas resplandece el amor de Dios y brota el Reino.

Ésa es la sal de la vida. Brindarle sabor a la existencia, que dé gusto vivirla en plenitud, y guardarla con afán de toda corrupción, cuidándonos desde el servicio para mayor gloria de Dios.

Paz y Bien

Círculos cordiales de caridad














Para el día de hoy (27/02/19):  
 
Evangelio según San Marcos 9, 38-40










Juan, al igual que su hermano Santiago -hijos de Zebedeo, pescadores de profesión- eran hombres de caracteres bravos, personalidades volcánicas, muy dados a las pasiones extremas. De allí que llevaran el apodo de Boanerges, que significa hijos del trueno.
Los caracteres así suelen requerir de mucha disciplina interior, tan dados a las emociones fuertes, tan proclives a actuar irreflexivamente, de un modo violento, precipitado y a veces excluyente.

En el acontecimiento que el Evangelista nos brinda en el día de hoy, tiene como uno de sus protagonistas al mismo Juan. En su peregrinar se han encontrado con un exorcista que expulsa demonios en el nombre de Jesús, pero que sin embargo no pertenece al círculo de los discípulos; es un sanador que hace el bien a partir de su confianza en ese Jesús que pasa, y que no es parte -aparentemente- de la iglesia naciente.
Basta saber ello para que Juan se incendie de indignación, y que junto a los demás trate de impedir el obrar de ese hombre, aunque la redacción del Evangelio sugiere que fué un intento nada más, un intento sin consecuencias.

Quizás la clave radique en la misma expresión de Juan: ese exorcista/sanador no está con ellos -el grupo que conforman los discípulos y Jesús de Nazareth- antes que afirmar que ese hombre no sigue al Maestro.
Juan ha puesto en un mismo plano ontológico el seguimiento a los discípulos que el seguimiento a Cristo, y en realidad, lo que expresa de modo tácito es una mentalidad sectaria que divide aguas entre unos pocos -escasos- nosotros y una miríada de ellos.
Juan es uno de los tres discípulos privilegiados -junto con Santiago y Pedro- que han sido testigo directo de la resurrección de la hija de Jairo y de la Transfiguración de su Maestro.
Pero ninguno de los tres, obcecadamente, acepta ni alcanza a comprender el abismal panorama que Jesús les refiere respecto de su Pasión; por ello, en cierto momento su madre intercederá ante Jesús para que ambos, Santiago y Juan, obtengan una posición prebendaria y privilegiada en cuanto se establezca el reino que ellos, en su mundana mentalidad, imaginan.

Esos exclusivismos tristemente perduran hasta nuestros días.

Suele ser muy atractiva la idea de una Iglesia pequeña, de unos pocos elegidos, un círculo de cristianos certificados y oficiales que separa las aguas respecto del resto, que se reivindica como especial, como pura, como mejor por lo que profesa antes que por el Espíritu que la congrega. Y así, muchos otros discípulos del Señor a los que no conocemos pero están alli, haciendo silenciosamente el bien sin pedir permiso, quedan en un afuera falaz.

Pero Cristo ha trazado para los suyos -para toda la humanidad- un círculo cordial, amplio, tan grande como la red de los pescadores que no se rompe, el árbol que cobija a todos los pájaros del cielo, la mesa para todos, a pesar de las diferencias, aún con nuestras mezquindades y la saña que nos gusta enarbolar a la hora de diferenciarnos.

Pues lo que cuenta es el bien que se ofrece, y ese Dios que es el que nos congrega a un nosotros del que Él mismo es centro y parte.

Paz y Bien

En los pequeños resplandece el rostro de Dios















Para el día de hoy (26/02/19):  

Evangelio según San Marcos 9, 30-37







La reserva que impone el Maestro a los suyos se corresponde con las otras expectativas mesiánicas que tenían las gentes de su tiempo: la idea de un Mesías sufriente, derrotado, sometido a escarnio por sus enemigos era escandalosa, incomprensible e inaceptable.
Los discípulos no eran ajenos a esos esquemas, e implicó un duro camino cuesta arriba desprenderse de ese lastre que impedía que su fé creciera y madurase.

Aún hoy, la imagen de un Dios que se nos muere como un criminal es causa de desprecio e incomprensión para el mundo...pero para nosotros también, afanosos como a veces nos descubrimos, entendiendo el poder como fuerza que aplasta.

Más que un contrapunto, es como un anti-eco la postura de los discípulos. Él les enseña acerca de su misión y de lo que acontecerá en su Pasión, mientras que ellos se afanan por determinar primacías, disputas de poder interno, de prebendas, de dominio.
Advierten que algo no está bien, y ante la pregunta del Maestro callan, quizás avergonzados por reconocer que no querían entender, que los caminos de Cristo no son los suyos.

Aún así, Él no los reprende ni descalifica. A veces, la enseñanza y el aprendizaje consiste en abrir las ventanas luminosas de una perspectiva nueva y distinta.
Una cuestión crucial es que esto sucede en la casa de Cafarnaúm, casa que es hogar de amigos, imagen de Iglesia y comunidad: allí es el ámbito propicio para aprender, para crecer, para conocer y re-conocerse corazón adentro.

No se trata, pues, de determinar quien es el primero, sino en el cómo de llegarse a ese sitial, tácito indicativo de trabajo y esfuerzo. Es imperioso desandar toda tentación e ínfula de privilegios, pues en la sintonía del Reino, grandeza significa servicio y generosidad incondicional al prójimo, un prójimo que es par e impar, un prójimo al cual edifico porque me aprojimo/aproximo.

El Señor toma un niño, lo abraza y lo ubica en medio de ellos. El abrazo de Cristo es vocación y bendición a todo destino, pero es menester comprender el porqué de ese niño allí, al centro de la atención de los discípulos.
En el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, un niño carecía de voz y derechos, considerado un humano incompleto al que cuidaban las mujeres, al que prácticamente no se tenía en cuenta hasta su ingreso en la edad adulta, del todo dependiente de los demás.

Precisamente ése es centro de todos los afanes de la comunidad cristiana, el servicio y la recepción fraterna de aquellos que nadie vé, que no tienen voz, que no pueden valerse por sí mismos. En ellos resplandece el rostro mismo de Dios.

Paz y Bien

Orando nos ponemos en la misma sintonía y trascendencia de ese Dios que nos habla















Para el día de hoy (25/02/19):  

Evangelio según San Marcos 9, 14-29






Al llano nuevamente.
Jesús de Nazareth se ha transfigurado frente a sus discípulos en la cima del monte Tabor; lo han visto resplandeciente, conversando con Moisés y con Elías, y la voz de Dios les ha dicho que es el Hijo amado al que deben escuchar. Pedro quiere perpetuar ese momento armando unas tiendas, pero el Maestro se niega. Es menester regresar al llano, descender de la montaña allí en donde la luz no abunda, donde campea el dolor, donde tanta falta hace la esperanza.

Allí mismo -destino inmediato de la misión- se encuentran al resto de sus discípulos en franca y encendida discusión con algunos escribas. El motivo: la incapacidad de esos discípulos de sanar a un niño que sufría los terribles golpes de lo que se consideraba posesión por un espíritu maligno, y que hoy -de acuerdo a la precisa descripción del Evangelista- identificaríamos como epilepsia en alguna de sus duras variantes.
En cuanto a la cualificación médica, quizás no sea tan importante: lo que cuenta, ante todo, es el que sufre. Pero la carga es aún mayor si nos ubicamos en la perspectiva de un concepto religioso que justificaba la enfermedad como causa directa del pecado -propio o de los padres- y a su vez desemboca en una condición de impureza ritual, de exclusión absoluta. En esa mentalidad todo está dicho y no hay retorno, y el doliente ha de quedar relegado a su suerte y su penar, y es por ello que los escribas discuten con varios de los discípulos.

Unos, enojados porque las fórmulas empeñadas no le han servido esta vez, a diferencia de los éxitos pretendidos de la misión anterior. Se descubren impotentes frente a la posesión del niño, y es una gran verdad que no terminan de entender ni de aceptar: de Dios proviene el bien, la salud, la Salvación. Ellos son mensajeros, pero el mensaje no les pertenece, y apenas confían en sí mismos, cuando en realidad deben fiarse de Otro.
Los otros, con otra clase de enojo. Escribas rigurosos que no pueden tolerar que no se les solicite autorización, que haya gentuza galilea -kelpers judíos-actuando en nombre de Dios, que no aceptan que pueda trastocarse ese orden cruel que ellos imponen y que creen de origen divino.

El Maestro se enoja. Es un enojo magnífico, porque la mansedumbre no es cobardía ni una reducción temerosa. Su enojo no se debe solamente a la falta de fé, a esa incredulidad que puede respirarse en ese sitio, sino también a la compasión que está ausente. Y es un enojo frutal, pues no se queda en la pura crítica abstracta, sino que pone manos y corazón a la obra: para el amor de Dios que se revela en Jesús de Nazareth -que se revela y se rebela- nada ni nadie puede anteponerse al que sufre.

El papá de ese niño vacila en su confianza en Jesús, pero aún así le suplica su auxilio. Porque es mucho el dolor -es dolor de un hijo, es un sufrir doble- y es de larga data. Pero esa vacilación no es una mancha, sino es signo de un alma que busca y no se resigna, y de nuestro peregrinar de fé esas dudas son bendición y crecimiento.
Porque la fé es don y misterio, y todo es posible desde esa fé que es totalmente personal. Porque no se trata de adoptar una religión, ni adherir a un sistema de ideas, sino y ante todo, de confiar en Alguien, en Jesús de Nazareth. Si queremos y confiamos, los imposibles ya no serán tales.

Y la oración opera milagros, desaloja demonios, es río santo de salud y liberación. Porque orando no repetimos fórmulas, orando nos ponemos en la misma sintonía y trascendencia de ese Dios que nos habla, y que es Todopoderoso porque ama sin límites ni condiciones.

Paz y Bien

La misericordia divina, sustento del universo















Domingo 7º durante el año

Para el día de hoy (24/02/19) 

Evangelio según San Lucas 6, 27-38







En el ámbito de la justicia penal, impera como base la idea de reciprocidad. Aplicado esto a la praxis, implica la moderación de cualquier ímpetu de venganza, y adecuar las penas proporcionalmente a las ofensas conferidas. La influencia social de estas cuestiones es muy importante, pues regula las acciones, lo que está permitido y lo que nó a la vez que desalienta cualquier acción punible bajo cuerda; en cierto modo, en la reciprocidad podemos indagar los rastros primeros de todo pacto social.

Habiendo escuchado del Maestro los santos augurios de las Bienaventuranzas, los discípulos intuyen que ellos están en un plano muy distinto, inusual e ilógico. Porque si fuera por ellos, la razón indica que amar a los enemigos es una locura, y que en su vida diaria han de vérselas con mil y un problemas, con el azote de mezquindades, egoísmos, crueldades y destratos, y es muy difícil no reaccionar, no defenderse. No somos de piedra ni inmunes a lo que sucede a nuestro alrededor.

Pero esos hombres y los discípulos de todos los tiempos sólo comprenderán esta ilógica del Reino porque han sido invitados y situados allí por la Gracia, merced a la bondad entrañable de Dios. Sólo desde la gracia, sólo desde la luz del Espíritu del Resucitado es posible que ese Reino, esa vida plena, ese nuevo orden de los corazones se encarne en sus existencias.

Ahora bien, vivir las enseñanzas de Jesús de Nazareth no significa en devenir espectadores pasivos, ni tampoco esgrimir actitudes cobardes disfrazadas de prudencia. Se trata de que palpite la misma iniciativa de ese Dios que sale al encuentro de la humanidad, de todas sus hijas e hijos. Se trata del reconocimiento del otro, del prójimo, desde la caridad. Más aún, aproximarse/aprojimarse, hacerse prójimo.

La santa locura del amor a los enemigos no es una bella utopía, sino una realidad bien concreta de ese Reino que aquí y ahora, en silencio y humildad, crece entre nosotros. 
Es la misericordia que es la única revolución verdadera, la misma misericordia que sustenta al universo, la misma misericordia que supera a nuestra justicia en gratuidad e incondicionalidad.

Paz y Bien

La escucha atenta al Hijo de Dios


















Para el día de hoy (23/02/19):  

Evangelio según San Marcos 9, 2-13








La montaña es, simbólicamente, el ámbito propicio para las grandes revelaciones y las teofanías, el encuentro profundo con Dios, y es precisamente en un marco así que nos encontramos a Jesús de Nazareth y sus amigos Pedro, Juan y Santiago.

Él les había revelado su vocación e identidad mesiánicas, aunque ellos no llegan a captarlo en toda su dimensión: la ruptura con las autoridades religiosas era total, y Él, aún sabiendo lo que le espera en Jerusalem, se dirige con decisión encendido de fidelidad y amor al Padre .

El lo alto de los montes acontecen las cosas de Dios.
En lo alto de ese monte el Maestro se transfigura y sus vestidos se vuelven tan blancos y resplandecientes que noy hay manera en el mundo de lograr ello, tal como su Reino no es de este mundo, tal como esas vestiduras son signo inequívoco de la presencia divina.

Moisés y Elías aparecen conversando con Cristo. Hay allí una respetuosa subordinación, y es la Ley y los Profetas que encuentran su real significado en Él.
Pero también Dios salva a su pueblo de la esclavitud en Egipto por medio de Moisés y a Elías de las garras de la muerte.
Cristo es vida y liberación para su pueblo aún cuando la sombra ominosa de la cruz se asome en el horizonte.

Frente a una experiencia tan profunda, es mejor callar, vivir el momento, nutrirse de esa bendición.

La clave de todo destino es la escucha atenta al Hijo de Dios, Hijo amado de Dios por el cual todos nos descubrimos queridísimos hijos de Dios, hermanos a pura gracia, herederos de vida y libertad.

Una escucha atenta que es madurar corazón adentro su Palabra y su vida, para volver a la llanura en donde los hermanos padecen oscuridad y dolor, con Buenas Noticias de amor, de liberación, de todo es posible, para mayor Gloria y alabanza de Dios.

Paz y Bien

Pedro, primus inter pares desde la caridad














La Cátedra de San Pedro apóstol

Para el día de hoy (22/02/19):  

Evangelio según San Mateo 16, 13-19








En cada ocasión que los Evangelistas nos sitúan en una locación específica, hemos de prestar especial atención, pues se nos están brindando coordenadas teológicas, espirituales; así, la lectura del día nos ubica en Cesarea de Filipo, una ciudad que contiene un templo en donde se venera al César como un dios, una zona ubicada al norte de Galilea que no es puramente judía, sino entrecruzada por vetas gentiles, tal vez señal de que el ámbito de la misión propia de la Iglesia siempre sea mestizo, mezclado, controversial, lejos de atisbos de purezas varias pues sólo Cristo en verdad purifica.

Allí Cristo interpela a los suyos pues son diversas las opiniones que boyan alrededor de su persona, opiniones erróneas que se quedan en la superficie mayormente según intereses, y que no ahondan en el misterio e identidad. Frente a esos devaneos y confusiones, precisamente allí en donde a los poderosos se los deifica, Pedro realiza un reconocimiento y confesión de fé tan contundente que conmueve y definirá su toda su existencia: -Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo-. Tal es la trascendencia de esa confesión que expresa que su vida ha sido renovada y recreada, y ya no se llamará Simón hijo de Jonás, sino Pedro -Cephas- Un nuevo nombre que contiene identidad y misión.

Sobre Pedro, sobre su fé, Cristo edificará la Iglesia, y por ello la Iglesia será una casa edificada sobre roca, pues su fundamento es Cristo aún cuando descanse en la fragilidad de los hombres. Abunda el pecado pero sobreabunda la Gracia, y por eso Pedro tiene plena autoridad para atar y desatar, atar con vínculos cordiales a los hombres que se han separado por odios y egoísmos -de allí que se lo reconozca como pontífice, hacedor de puentes-, desatar los nudos que oprimen, las cadenas del pecado, misión de liberación.

Pedro será primero entre sus hermanos desde la caridad y el servicio, pues ha sido elegido a pura misericordia y sostenido por la Gracia, más allá de cualquier mérito, bendición de un Cristo que no lo abandonará nunca.

Dios guarde a Francisco.

Paz y Bien


Ministerio de Cristo, plenitud de cruz















Para el día de hoy (21/02/19):  

Evangelio según San Marcos 8, 27-33






Detengámonos un momento y observemos: lo que sucederá a continuación está signado por el Cristo que camina con los discípulos, certeza que la fé es camino que se hace junto al Maestro, que también es camino, verdad y vida. Pero también nos ubica en las inmediaciones de Cesarea de Filipo.
Filipo era hijo del rey Herodes y hermano de Herodes Antipas, tetrarca de la zona en donde ellos se encontraban; Cesarea era una ciudad que se había edificado en honor de César Augusto sobre una antigua ciudad dedicada al dios Pan griego. Inclusive poseía un templo en el que se rendía culto al César como a un dios. Edificada por Herodes padre, había sido ampliada y embellecida por Filipo, y de allí el nombre que la distingue de otra homónima situada a las orillas del Mediterráneo.

Justamente, en ese ámbito en donde antes se rendía culto a las fuerzas de la naturaleza -el dios Pan- y ahora se postran frente al emperador como si fuera un dios, allí mismo el Maestro pregunta a los suyos qué piensan y dicen las gentes acerca de Él. Más aún, que es en verdad lo que ellos piensan y creen de Su persona.

Ellos expresan los diversos criterios que surgían en ese tiempo, es decir, que Jesús de Nazareth es el Bautista redivivo, Elías u otro de los profetas. Sin embargo lo importante es lo que piensan ellos, nosotros, todos.
Pedro toma la palabra en la primacía cordial de sus hermanos, y confiesa con una contundencia estremecedora que Jesús de Nazareth es el Mesías.

Aún así, como en la lectura que contemplábamos ayer, Pedro y los otros no tienen clara la mirada y su fé es incipiente. Ellos ven las cosas a medias, hombres como árboles que caminan, y no pueden tolerar a un Cristo que imaginaban glorioso, revestido de poder, a éste que se les anuncia servidor manso, que se encamina decidido pero no resignado a su encuentro con la cruz.

Pedro se enoja y reprende, pues no entiende las razones de cruz, y éstas razones son el puro amor de Dios en Cristo, un Dios que sale por completo de sí mismo y se ofrece sin medida a los demás, un Cristo que se entrega como prenda de salvación y cordero pascual para que no haya más chivos expiatorios ni crucificados, un Dios todopoderoso porque ama, un Cristo que salva porque es capaz de morir por ellos, por tí, por mí.

El ministerio de salvación de Cristo sólo puede comprenderse en su plenitud a la luz de la cruz.

Paz y Bien

El Maestro nos devuelve esa capacidad de ver al hermano, de recuperar la mirada plena



















Para el día de hoy (20/02/19):  
 
Evangelio según San Marcos 8, 22-26









Ese hombre estaba aquejado de una ceguera total, pero también de un acostumbrarse cotidiano, de una resignación y pasividad que lo paraliza. Sin embargo, hay otros de los que no sabemos sus nombres, pero están allí, los desconocidos del Reino, los que sin vacilaciones llevan a los oprimidos de toda cautividad a la presencia de Cristo, fuente de toda liberación, salud, Salvación.

Porque cuando hay un hermano impedido en su agobio, no puede haber demoras ni excusas.

Como siempre lo ha hecho, y movido por su inmensa compasión, el Maestro pone la totalidad de su existencia a favor del doliente, del que sufre, del que no puede más.
Antes que acciones de asombroso taumaturgo, de un poder descollante, de milagrero rutilante, priman en Jesús de Nazareth la ternura y el cuidado. Por ello el contacto respetuoso y pleno de afecto, y es ese contacto el primer paso de la sanación.

En aquellos tiempos, era imperioso no tocar a ningún enfermo por las normas de pureza ritual, bajo el riesgo de impurificarse y de volverse no apto para la vida religiosa en comunidad. Maravillosamente, el Maestro quebranta ese precepto absolutizado, con la santidad que implica rebelarse contra todo lo que deshumaniza.
Así toma de la mano al ciego y lo aleja de la muchedumbre, a las afueras del pueblo.
Las cosas de Dios son bien personales, y no deben ser sometidas al escrutinio masivo, a mesuras de espectacularidad, pues los milagros no son un show de representaciones mágicas. Estamos demasiado esclavizados a una cultura de lo inmediato, a la cruel mecanicidad de lo instantáneo que niega cualquier proceso de crecimiento y desarrollo.

Por eso, quizás, este signo del Señor nos llame la atención. No hay nada en él que denote una espectacularidad supuesta.
Sin embargo, el milagro comienza en el preciso instante en que almas nobles se preocupan y ocupan del hombre relegado a las sombras constantes.

Todo tiene su tiempo de crecimiento, y a veces -siempre- es menester permitirnos la paciencia de la semilla, que por pequeña no deja de ser eficaz.

La primer respuesta de ese hombre de Betsaida es espiritualmente consecuente: vé a los hombres como árboles que caminan. Es el reflejo fiel de estas cegueras que a menudo gustamos llevar, tanto las multitudes como los seres queridos, los vecinos, los cercanos que atraviesan nuestra vida no como una bendición, no como un ser único -reflejo del Dios de la vida- sino como cosas, árboles en movimiento.

No queremos mirar, y mucho menos ver.

Pero ese hombre dá un paso fundamental en su éxodo a la Salvación, a la salud: reconoce que aún no puede ver bien. En el ámbito médico, en el ámbito psicológico, en todos los órdenes de la vida es imperioso reconocer que algo no está bien para poder enfrentarlo y superarlo. Reconocernos enfermos y necesitados de ser sanados.

Y allí sí, el Maestro nos devuelve esa capacidad de ver al hermano, de recuperar la mirada plena, unos ojos capaces de asimilar la verdad que resplandece en las honduras de los corazones y que se expresa en el prójimo.
Entonces será tiempo del regreso al hogar. No hay que detenerse en la aldea de los subterfugios y los escapes fáciles, de la rutina y las comodidades.

Esas patrias que ansiamos reivindicar comienzan en el hogar que compartimos.

Paz y Bien

Cristo, Pan de Vida para los hambrientos de todos los tiempos















Para el día de hoy (19/02/19):  

Evangelio según San Marcos 8, 13-21









La escena parece contradecirse en sí misma, pues el Evangelista sostiene que los discípulos, habiéndose embarcado, olvidaron llevar pan y no tenían más que un pan en la barca.
En realidad, en afanes menores y distracciones banales dejaron de lado y perdieron la mirada en su verdadero centro, Cristo, el Pan de vida.

Aún en mares encrespados, aún cuando imperen confusiones y falta de identidad, el Maestro no baja los brazos y enseña las cosas del Reino, un Reino que no puede cernirse nunca a los vaivenes del mundo.

Los discípulos han de cuidarse de la levadura de los fariseos y de la levadura de Herodes.
En la tradición ancestral judía, el pan perfecto ha de ser matzah, es decir, pan ázimo, sin levadura, toda vez que se entiende que la levadura y su acción de fermento es un proceso de corrupción interna de la masa.
Así entonces y ante todo, ambas levaduras -la farisea y la herodiana- indican corrupción de los corazones y señalan las respectivas esperanzas mesiánicas.

La levadura farisea es la que impone una religiosidad aferrada a las formas exteriores pero que olvida lo que subyace, lo que importa y cuenta. De allí que supone que la acumulación de gestos piadosos normados acarrea indefectiblemente la bendición divina, una fé para unos pocos puros que deja a tantos fuera, abandonados a su suerte, ovejas sin pastor. Levadura de una masa que no alimenta pues no hay espacios para la Gracia.

La levadura herodiana es la levadura del poder, de la política sin ética, del todo vale, del fin que justifica los medios, pero es también la teología de la prosperidad y la importancia del más acá. Los ricos son ricos porque Dios asi lo quiso, los pobres también.

Ellos deben volver sus corazones, mirar y ver lo que Él ha hecho: cuando multiplicó los panes en tierras judías, todos se saciaron y quedaron doce canastas llenas de pan. Cuando multiplicó los panes en tierras gentiles, también todos se saciaron y quedaron siete cestos repletos de pan.
La Salvación es don del amor de Dios que se ofrece a los hijos de Israel y a todos los pueblos, y las canastas y los cestos llenos es el pan de la vida, Cristo mismo que aguarda la llegada de los hambrientos de todos los tiempos.

Paz y Bien

La compasión, signo del cielo















Para el día de hoy (18/02/19)  

Evangelio según San Marcos 8, 11-13 







Él recibía a todos por igual, sin excepciones. Curaba a los enfermos, tendía su mano a los descastados e intocables, a todos los excluidos, a los impuros rituales. Les hablaba a las gentes de un Dios bondadoso, Padre cercano lento a la cólera, rico en misericordia. Como epítome decisivo, alimenta milagrosamente a la multitud en el desierto, y de ese modo se erige como el nuevo Moisés.

La situación se vá tornando cada vez más densa entre Jesús y aquellos que detentan el poder religioso, la ortodoxia oficial. Él es un joven rabbí de la periferia galilea sin pergaminos que acrediten sus conocimientos, sin eruditos que respalden su enseñanza, y aún así es un profeta de voz clarísima y potente cuya influencia sobre el pueblo crece día a día, momento a momento. En Él hay una autoridad asombrosa que no logran determinar de donde proviene, pero que sin dudas han de cercenar. Es menester acallar de cualquier modo a ese peligroso carpintero galileo itinerante.

Por eso mismo discuten con Él cuestiones doctrinarias, para provocar un equívoco condenatorio, o bien para que esa autoridad quede en entredicho frente al pueblo. Es una práctica usual entre los poderosos de todos los tiempos históricos, el menoscabo y la difamación de quien se opone, sin importar la verdad que pueda soslayarse.

En la ocasión que hoy nos relata el Evangelista, la acción es sutilmente insidiosa. Le requieren y exigen un signo del cielo, y ello implica que desprecian todo lo que Él ha hecho, señales del amor de Dios.
Pero al requerirle un signo del cielo, a su vez, tácitamente declaran que Él es demasiado terrenal, absolutamente humano y con ello, ajeno a cualquier voluntad de Dios.

El profundo suspiro del Maestro expresa el dolor de su alma. Esos hombres -religiosos profesionales, expertos en la Ley- no aceptarían nada que no se adaptara a sus esquemas preestablecidos. Miradas opacas que se deducen de corazones pétreos jamás se rendirían ante la evidencia de Dios con nosotros, la sagrada humanidad de Cristo -totalmente humano, totalmente Dios- cuya señal mayor será la cruz, para algunos horror y muerte, para las mujeres y hombres de fé el amor mayor y la vida que prevalece sobre la muerte.

Paz y Bien

Bienaventuranzas: llamados a ser felices














Domingo 6º durante el año

Para el día de hoy (17/02/19) 

Evangelio según San Lucas 6, 12-13. 17. 20-26







La expresión nuevo orden es, en el mejor de los casos, controversial. Por lo general, refiere a cuestiones de índole política o ideológica, y en muchos casos es la excusa para implantar regímenes brutales, autoritarios, o sencillamente crueles bajo una pátina revolucionaria. Por desgracia, ejemplos sobran.

Sin embargo, el Reino de Dios inaugurado y predicado por Jesús de Nazareth implica un nuevo orden, pero un nuevo orden de los corazones: es en el corazón humano en donde todo se resuelve.
Porque la bienaventuranza es proyecto y propuesta universal de felicidad, de humanidad plena, de mesa grande de fraternidad comenzando por los que están sumidos en la tristeza, el dolor, la miseria impuesta. Pero debemos estar en guardia contra todo intento de premiaciones postreras, que suelen esconder voluntades de resignación: felices los pobres porque el Reino les pertenece hoy, aquí y ahora. Y el hambre que agobia, y el dolor que persiste no son deseados ni queridos por Dios.

El Padre de Jesús de Nazareth ama sin límites a todas sus hijas e hijos, y ese amor se traduce en trastocar todo lo que deshumaniza, que humilla, que pretende socavar la dignidad única de cada hombre y de cada mujer. Y más aún, es un Dios que se pone abierta y escandalosamente del lado de los pobres, de los que lloran, de los que sufren, de los que nada tienen. Su plenitud y su esperanza está en el mismo Dios.

El Señor ha inaugurado el año infinito de la Gracia, de la Misericordia, tiempo santo de Dios y el hombre.

Pero muchos otros se sentirán satisfechos con lo que tienen, y que no es solamente una cuestión de bienes o posesiones. Nuevamente, se trata de lo que se hunde en las raíces del alma. Almas que se nutren de dinero, de poder, de elogios, de conformismo y resignación. Ahí se afincan las lágrimas porque no hay espacio para la Gracia, porque el prójimo ha sido desterrado.

La invitación a ser felices es un mandato y una vocación tenaz e irrenunciable que ese Dios nos ofrece aquí y ahora.

Paz y Bien

De mano en mano, corazón a corazón, el Pan de la Palabra y los alimentos de la subsistencia

















Para el día de hoy (16/02/19):  

Evangelio según San Marcos 8, 1-10







Nos encontramos nuevamente con el Maestro y sus discípulos en tierras gentiles, paganas, extrañas a los hijos de Israel. Acontece allí la segunda multiplicación de los panes, y se nos ofrece en el texto una gran carga simbólica a la cual hemos de prestar especial atención.

En la primer multilpicación de los panes, las canastas son doce, símbolo de las doce tribus, imagen del pueblo de Dios. Aquí, tanto los panes como los cestos eran siete, en velada alusión a la idea veterotestamentaria de que la totalidad de las naciones paganas son setenta. Pero siete son los días de la creación, la acción creadora de Dios que llega a todos los pueblos por su infinita misericordia.

En esta ocasión, no hay canastas sino cestos, típicos de la cultura helenística -la Escritura nos ubica en la zona de la Decápolis-. El pan de vida no se restringe a los pretendidamente propios, sino que se ofrece por igual a todos, sin distinción.

Las personas que se alimentan son cuatro mil, referencia inequívoca a los cuatro puntos cardinales, la universalidad de la Salvación que trae Cristo.

El Maestro actúa movido por la compasión, y es esa compasión el amor entrañable de Dios por su creación que sólo reconoce hijos a pesar de las fronteras y divisiones que nos esforzamos en colocar, la catolicidad que declamamos y no encarnamos.

Suele suceder. Frente a las necesidades más urgentes y básicas, los discípulos reaccionan lo la visión de una razón que se acota a las propias posibilidades que se muestran escasas e insuficientes frente a la enormidad del desafío. Una tarea tan grande como pequeña la capacidad de brindar respuestas.

El Maestro eleva los ojos al cielo, bendiciendo los panes, la acción de gracias que se hace eterna -Eucaristía-, pero esa bendición se transforma también en el pan que sacia las necesidades de las personas, el corazón vacío, los estómagos que duelen, el abandono que golpea. Desalojar el hambre es también una bendición.

La tarea de los discípulos es pasar de mano en mano el pan que se ha multiplicado por el amor de Dios. Poner manos a la obra sin resignarse ni bajar los brazos, que lo poco que se tenga se hace asombrosamente inmenso cuando se comparte, cuando la vida se ofrece, cuando se confía en la bondad de un Cristo que se conmueve frente a los que no tienen auxilio y están abandonados a su suerte en un mundo que razona miserias y muerte.
Los discípulos han de pasar mano en mano, corazón a corazón, el pan de la Palabra y los alimentos que hacen justicia con los pobres, señales de justicia y de misericordia, de un Dios que nunca abandona a sus hijas e hijos.

Paz y Bien

Recuperar con Cristo la capacidad de escuchar al otro















Para el día de hoy (15/02/19):  

Evangelio según San Marcos 7, 31-37









Jesús de Nazareth ha regresado de su viaje misionero por tierras paganas, extranjeras -Tiro- y atraviesa en su periplo Sidón y la Decápolis. Estamos nuevamente en tierras judías, en donde el Evangelista nos sitúa de manera difusa: en embargo, nos envía coordenadas teológicas -espirituales- para no extraviarnos.

Porque la realidad del Reino de Dios, la Buena Noticia se brinda aquí y ahora para todos los pueblos. Las multitudes se acercan allí al Maestro, inmenso rebaño sin pastor, pequeños peces a la deriva, ávidos de liberación, hambrientos de verdad. Aunque muchos de ellos lo hacen también por intereses personales: su fama de taumaturgo le precede, y son muchos los que lo buscan afanosamente sólo por ello, y es un signo de lo superficial, de lo interesado aún cuando el motivo sea legítimo.
Para muchos, Cristo es un personaje de poderes mágicos, un solucionador instantáneo de problemas que agobian y para los que no tienen solución.

Tal vez esa sea la causa del dolor cordial que le duele al Maestro, cuyos ojos se elevan al cielo, y que como súplica de sus entrañas exhala un suspiro. A ese hombre lo aparta de la multitud: la snación no ha de ser un show, una exhibición impúdica que no tenga en cuenta al doliente. La sanación es un profundo encuentro con el Dios de amor de Jesús de Nazareth, un Dios que no es un feroz vengador punitivo de los pecados, que castiga infidelidades con enfermedad, como dicen los expertos religiosos. Tampoco los enfermos son impuros, rotulados como indignos, excluidos de todo.
De allí que adquiera mayor relevancia el inmenso gesto de ternura de tocar las orejas de ese hombre con sus dedos, y su lengua con saliva. La impureza que se contagia cuéntensela e impóngansela a otros, amigos, no es cosa del Reino. Ese gesto remite bondadosamente a la creación, al barro fecundo que se pone en pié por el Espíritu creador, barro en el que se insufla la vida nueva.

Pero hay otra cuestión que no es menor: el Maestro no dedica ni un instante a hacer prosélitos o a incrementar el número de seguidores, ni tampoco en este caso impulsa conversiones. Todo en Él habla del amor de Dios que sólo vé hijas e hijos a los que quiere restaurar en humanidad plena.

Posiblemente el sordomudo era ese hombre al que el Señor devuelve la capacidad de oir, de escuchar, de comunicarse.
Los verdaderos sordos quedamos alrededor, pues hemos perdido la capacidad de oír y escuchar a Dios en la Palabra y en el hermano, la realidad universal de la Salvación.

Que la bondad de Dios nos regrese la salud de los corazones.

Paz y Bien

Migajas de misericordia para un nuevo día
















Para el día de hoy (14/02/19):  

Evangelio según San Marcos 7, 24-30









La lectura del día nos ubica, nuevamente, fuera de las fronteras de Israel; probablemente, el Maestro buscara un lugar un poco más reservado en el que pasando de incógnito pudiera descansar, retirarse con sus amigos para orar y restablecer fuerzas. Quizás sea ése el motivo antes que el de un viaje netamente misionero, pues la misma Escritura nos señala que Él no quería que nadie se enterara de su presencia.

Estamos en las cercanías de la ciudad de Tiro, traspasando la frontera norte de Galilea, territorio netamente pagano en el que se ubican numerosas familias campesinas de origen galileo, es decir, judías, y tal vez en uno de esos hogares el Maestro busca hospitalidad.
Los campesinos galileos de esa zona eran de origen muy humilde y, con frecuencia, despreciados enconadamente por la clase rica y sofisticada de la zona. Los tirios, históricamente, desprecian a los judíos, y su esplendor económico y cultural es una zona de activo comercio- los lleva a mirar de arriba hacia abajo a esos granjeros pobres que hablan otro idioma y tienen una religión extraña y cerrada.

Pero la fama sanadora y de apertura -Él recibía a todos- de Jesús de Nazareth lo precede y excede largamente las fronteras de Israel, y nada de pasar inadvertido. Una mujer se entera de su presencia, y corre a postrarse a sus pies.
El Evangelista destaca que se trata de una mujer pagana de origen sirofenicio; ello es importantísimo, pues indica tanto su condición religiosa -no es judía.- como su origen, que para los hijos de Israel es el epítome del enemigo acérrimo. Pero hay una tercera condición, y precisamente es que se trata de una mujer que se dirige abiertamente, quizás a los gritos, a un hombre que no es de su familia, ni de su cultura Para colmo este hombre es un rabbí judío, no tirio, no similar a sus vecinos.
Con todo eso en contra, ella se atreve y confía pues su pequeña hija sufre y no puede encontrar una cura al mal que le aqueja, confía en ese joven rabbí galileo que a nadie rechaza. La fé atraviesa todas las fronteras que se imponen, especialmente aquellas férreamente instaladas en las honduras de los corazones y las mentes.

La respuesta del Maestro sorprende por su dureza. En un primer momento nada contesta a las súplicas de la mujer, quizás manteniendo distancia por el atrevimiento y deseoso de no generar escándalos en ese lugar en donde le han recibido. Pero luego expresa su negativa a ayudarla con un tono despectivo: los perros es el término para el desprecio hacia lo distinto, lo impuro, lo que se execra -al día de hoy lo seguimos utilizando como insulto-. Tal vez -sólo tal vez- en el criterio de Jesús de Nazareth persistieran ciertos criterio tradicionales de nacionalidad, etnia, religión de sus mayores, la preferencia de su ministerio en primer lugar para los hijos de Israel.
Aún así, ella no se resigna. Su razonamiento es maravillosamente tenaz, profundamente piadoso y revestido de fé. Ella no está pidiendo nada para sí sino para su hijita enferma, pero en su voz encuentran ecos valientes todos los descartados, todos los que se ha encasillado como indignos o perros a la hora de la bendición y la salvación.

La fé de esa mujer suplica migajas de misericordia y esa súplica amorosa, confiada, es la que conmueve el corazón sagrado del Señor. Y allí se inaugura un nuevo y asombroso día de vida y milagros.

Paz y Bien

Que el Dios de la vida y la paz nos purifique de todo mal















Para el día de hoy (13/02/19):  

Evangelio según San Marcos 7, 14-23








La lectura que nos presenta la liturgia del día no versa exclusivamente sobre los alimentos aptos o permitidos, ni tampoco sobre los criterios de pureza e impureza a aplicar en nuestras vidas y a utilizar como parámetros para juzgar a los demás.

Expresa, ante todo, la miopía espiritual de la dirigencia religiosa del tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, que adjudicaban a causales y circunstancias externas todos los problemas que suceden y el pecado de manera exclusiva, y a partir de allí estructurar toda una serie de ritos vanos para eliminar las potenciales contaminaciones.

La raíz del mal, de lo impuro, de la injusticia ha de hallarse primero en las honduras del corazón humano, y cuando ello se invierte, se corre el riesgo de cierta autosuficiencia religiosa en donde Dios es un ídolo distante que se manipula mediante la acumulación de actos piadosos regulados.

Es menester creer, confiar y trabajar.

En la dinámica asombrosa de la Gracia, tiempo del Reino, es Cristo quien purifica y libera los corazones con su infinita misericordia, un Cristo que sana y salva.
Por él y para Él todo adquiere un nuevo sentido profundo pues todo se orienta hacia Dios y al hermano desde la caridad, donde el rito primordial es la compasión.

Que el Dios de la vida y la paz nos purifique de todo mal.

Paz y Bien

Es Cristo quien purifica y libera



















Para el día de hoy (12/02/19):  

Evangelio según San Marcos 7, 1-13








La discusión que refleja la lectura del día tiene que ver con las abluciones rituales que se realizaban antes de las comidas, estrictas y cuidadosamente reguladas, y que se hacían extensivas a los objetos de uso cotidiano, vasos, copas, vajillas. Esas abluciones implicaban purificarse de todo contacto con lo impuro y más aún, una tajante diferenciación entre lo que ellos suponían sagrado y lo profano.

Allí está el centro de la disputa: los discípulos, a instancias del Maestro, no se preocupaban en demasía con estas cuestiones, cuando según los criterios imperantes debían empeñarse en los ritos con inusual severidad dado su contacto con impuros rituales evidentes como los enfermos, y profanos totales como los gentiles.
Seguramente subyace la acusación de que el Maestro y sus amigos no saben distinguir las cosas de Dios de las que no lo son.

Las consecuencias son graves, pues tras esos criterios se esconde una mirada que infiere unos pocos puros y una miríada creciente de impuros e indignos de acceder a las bendiciones divinas.

Porque Cristo era observante y respetuoso de las tradiciones de sus mayores pero descreía de esa tendencia rígida que implicaba el rigor de los gestos y apariencias que han perdido sentido pues olvidan tanto el bien del hombre como al Dios que le otorga sentido.

Es un tiempo distinto el tiempo de la Gracia, todo es nuevo, todo se re-crea. Los ritos son importantes, pero no serán estos ritos los que purifican ni indican sacralidades sino que es Cristo quien purifica y libera y donde está Él acontece lo sagrado, pues el templo principal es el corazón del hombre en donde Dios hace morada. Cada vida es sagrada, única, irrepetible.

Paz y Bien

Prendidos del borde de su manto, aferrados al Nombre de Dios

















Nuestra Señora de Lourdes

Para el día de hoy (11/02/19):  

Evangelio según San Marcos 6, 53-56









Jesús de Nazareth y sus amigos regresando de tierra extranjera, desembarcan en Genesaret, que es una planicie fértil que se extiende entre Cafarnaúm y la fastuosa Tiberiades -ciudad construida por Herodes en homenaje al emperador romano-. Es decir, nos situamos nuevamente en territorio judío; esto será muy significativo en referencia a los versículos posteriores.

La escena es sobrecogedora en la extraña mixtura de horror y de confianza en ese Cristo que pasa: de toda la región comienzan a llevar al lugar en donde Él se encontraba un río incontable de enfermos, llevados por los suyos en las camillas en donde languidecen sus vidas. 
Esas camillas no son angarillas al modo convencional ni tampoco se ajustan a la idea contemporánea del traslado de enfermos, en donde puede hallarse cierta comodidad y eficacia en la movilidad; en realidad, se trataba de los colchones utilizados por los pobres -krabattois-, que en estos casos se toman de los cuatro extremos por familiares o amigos para llevar a los dolientes donde el Señor.

Hay aquí dos cuestiones que no es posible pasar por alto; por un lado, son principalmente los pobres los más receptivos y sensibles a la presencia del Salvador. Por otro lado, las rígidas normas religiosas imperantes consideraban a las enfermedades como causal de contagiosa impureza ritual, y a menudo se entendían como consecuencias directas de los propios pecados o de los padres. Por ello estremece aún más que esa multitud que lleva a todos sus enfermos se componga de excluidos, de impuros, de aquellos que nadie quiere cerca, que nadie acepta, que usualmente se rechaza y deja de lado.

La fé redescubre valentía, y hay mucho coraje en esas gentes, un coraje que es producto de la confianza que ponen en ese Cristo caminante. La impureza ritual es contagiosa, y por eso el impuro no debe entrar en contacto con quien no lo es, bajo apercibimiento de transferir tal condición al otro: el Maestro a nadie rechaza, y aunque sólo intenten tocar el borde de su manto, lo tocan a Él, le confieren -multiplicado por miles- ese rótulo que deviene a su vez en un Cristo impuro y excluido también.

En los tiempos del ministerio del Señor, la vestimenta también se ajustaba a la Ley y por ello poseía características simbólicas importantísimas. Un varón judío normalmente se vestía con una túnica larga -jalut-, confeccionada en lana o lino, que le cubría el torso, los brazos, las piernas; su cabeza se cubría con un paño o con un turbante que además protegería la nuca y la parte posterior de la cabeza. Finalmente, utilizaban un manto o talit/tallit, que era una pieza de tela cuadrada y sin costuras, que se colocaba sobre la túnica. En los cuatro extremos del talit se anudaban flecos o borlas que representaban el sagrado e impronunciable Nombre de Dios -YHWH-.
Algunos hombres, especialmente los fariseos, solían extender la longitud de esos flecos como señal de una piedad profunda, pura exterioridad.

Pero las gentes sabían bien que significaban los bordes del manto de Jesús. El Evangelista es taxativo al respecto: todos los que tocaban esos flecos quedaban sanos.
Ello implica, a simple vista y contra toda crítica feroz que se le realizaba por su pretendida heterodoxia religiosa, que Jesús de Nazareth era un varón judío observante de las tradiciones y la fé de sus mayores.

Esas personas que ansiaban tocar esos flecos no realizan una acción teñida de superstición, pues superstición es la fé que se corrompe y por ello se deposita el corazón en ciertos objetos, una idolatría encubierta. Nada de eso, y quizás bastaría observar la fé de los más pobres, de hoy y de siempre.
Esas personas tocan los flecos porque se aferran al Nombre de Dios, que es Salvación, que es salud.

Nosotros también, con nuestras miserias a cuestas, deberíamos emprender el mismo camino. Confiar, confiar aunque todo diga lo contrario. El Cristo de los caminos a nadie rechaza, a todos acepta, y es menester aferrarnos al borde de su manto, a su Nombre Santo para recibir la inmensa bendición de su Gracia, sol de justicia en toda nuestra existencia, alba perpetua de Salvación para todas las naciones.

Paz y Bien

Renovar a diario las redes de confianza y fé

















Domingo 5º durante el año

Para el día de hoy (10/02/19):  

Evangelio según San Lucas 5, 1-11








Plano y contexto, contexto y plano.

En el plano simbólico, el mar representa para numerosas culturas de la antigüedad -especialmente la judía- el caos, las fuerzas nefastas que se oponen a Dios, que todo se tragan en terribles remolinos sin control. De ese modo, la presencia de Cristo y su impulso a navegar mar adentro posee el profundo significado que Él está aquí para rescatar a los hombres de las fauces del mal, de la perdición, e invita y define la misión de sus discípulos -la Iglesia- como misión de rescate, de salvamento/salvación.

En el contexto, varios de los discípulos de Jesús de Nazareth era pescadores avezados; su oficio, del cual dependía su vida y la de sus familias era, precisamente, la pesca. Por ello, que un campesino nazareno les indique lo que hay que hacer, en un horario intempestivo pues se pesca de noche, es cuanto menos descabellado. Justamente allí está el núcleo cordial de la lectura que nos ofrece la liturgia del día, confiar, confiar en Su Palabra -si Tú lo dices-.
Seguir confiando en Cristo aunque todo indique lo contrario, confiar a pesar de que nos tilden de locos, confiar aunque el mundo señale otros destinos. Confiar y actuar.

Esa confianza fructifica la vida, desaloja la muerte, hace que una inmensa cantidad de pequeños peces librados a su suerte permanezcan con vida. Asombrosos pescadores de hombres que se reconocen indignos de tal compañía, pues los pescadores son ante todo pecadores que no merecen estar en presencia de ese Cristo que siempre estará junto a ellos.

Navegar mar adentro de mares de confianza para que las redes crezcan jubilosas en servicio de paz, de justicia, de compasión.

Paz y Bien

Compasión, expresión humilde de la caridad, fruto del Evangelio

















Para el día de hoy (09/02/19):  

Evangelio según San Marcos 6, 30-34








La compasión era el motor fundamental que animaba el ministerio de Jesús de Nazareth. El miraba con un amor entrañable a las multitudes abandonadas a su suerte y se comprometía con ellos, ponía manos a la obra aún cuando a Él mismo el cansancio y el agotamiento pareciera ganarle la partida: Él nunca postergaba ni razonaba la demora en el socorro, en ponerse en el lugar del otro y así cambiar las cosas.

Ello nacía de sus entrañas, es decir, conmovía las honduras de su ser, y por la fé comprendemos que se trata de un profundo compromiso de amor y ternura de Dios para con los pobres, los humildes, los olvidados.
Desde esa misma fé, desandamos activismos vanos y proselitismos de carácter ideológico, y la compasión se nos vuelve a nosotros también motor y centro de la misión cristiana.

Pero así como se ocupaba de las ansias y el abandono de las multitudes, también se preocupaba por los suyos, por los discípulos, por los amigos.
Que no cayeran en las tóxicas mieles del éxito, en la fútil dialéctica del éxito y el fracaso. Que no se descentren. Que el cansancio no les nuble el horizonte.

Más aú: Él estaba atento a los pequeños detalles, la necesidad de un lugar tranquilo y apacible en donde pudieran comer y descansar.
Esto es importantísimo y es parte de nuestra misión: a menudo nos gana la ambición de los grandes proyectos, pero la compasión comienza por dedicarse con todo el corazón a las necesidades del hermano que está a nuestro lado, su hambre, su salud, su cansancio, su paz. Su bienestar.

Matices de compasión que son expresiones humildes de la caridad que nos enriquecen los días y edifican el Reino.

Paz y Bien

La luz inagotable de los profetas y los mártires














Para el día de hoy (08/02/19) 

Evangelio según San Marcos 6, 14-29








Un profeta es una persona que tiene cosas de Dios para decir, cuestiones de parte de Dios que se dicen claras, fuertes, sin ambivalencias ni sofismas. Un profeta anuncia ese mensaje de Dios pero también denuncia todo lo que se opone a Dios, es decir, todo lo que es contrario a la vida, proyecto infinito de Dios.

Juan, hijo de Isabel y Zacarías era un profeta. Su integridad era humildemente incandescente e incuestionable, de tal modo que su sola presencia pone en evidencia a las gentes y ámbitos sombríos, tenebrosos.
Pero Juan no se callaba. Las mujeres y los hombres del Espíritu no deben callar, no pueden callar, es un fuego intenso y es una cuestión de destino. Los profetas son mujeres y hombres de palabra y de la Palabra.

El pueblo judío escuchaba con creciente agrado la voz rotunda del Bautista, aún cuando su lenguaje solía ser durísimo, a veces amenazador. Él siempre fué fiel, pero no había ingresado al espacio infinito de la Gracia, y persistía en su corazón la imagen de un Dios severo y punitivo.
Aún así, ello no impidió que reconociera al Salvador que se acercaba por entre la multitud, ese galileo joven y humilde que es el Mesías esperado por su pueblo.

Un hombre íntegro, un profeta que no se calla es mucho más que un incordio para los poderosos: un hombre íntegro es una peligrosa amenaza pues no puede ser comprado ni corrompido ni lo amilanará la prisión, la tortura o cualquier violencia.
Por eso es tan opuesta la figura del Bautista encerrado en la mazmorra del palacio y su ejecución sin proceso ni defensa frente a la torpe brutalidad del tetrarca Herodes, de sus mujeres y del corifeo de poderosos y notables que lo acompañan en una mesa que nada tiene de ágape, que es pura ansia de poder, corrupción, superstición.

Aún con los riesgos que son consecuentes a la vocación, hemos de suplicar que el Espíritu de Dios nos siga suscitando profetas, mujeres y hombres que no se callen, que sin otro interés que el ser fieles a la voluntad de Dios digan lo que nadie se anima a decir, hablen con claridad, anuncien buenas noticias y denuncien sin vueltas ni eufemismos todo aquello que no debe ser tolerado ni asumido con tanta naturalidad.

Paz y Bien

Misión de la Iglesia, solidaridad y comunión en pos de la Salvación















Para el día de hoy (07/02/19): 

Evangelio según San Marcos 6, 7-13








El envío de los discípulos en carácter misionero no es un envío cualquiera, ni una campaña que busca ganar adeptos o acrecentar número de fieles. Ante todo, ellos llevan consigo la confianza de Cristo, y serán otros Cristos por los caminos del mundo. Por eso la misión ha de tener rasgos únicos de identidad que se expresarán en signos/señales que brindarán en esa misión que también es servicio.

Irán de dos en dos porque la misión no es individual sino comunitaria, apoyo mutuo que forma familia espiritual. Pero además, siguiendo la tradición judicial judía en la que se establece que un testimonio es veraz por el aporte de dos testigos, tendrán una misión veraz, de verdad que libera.

Tienen poder, claro que sí, pero deben tener en claro que ese poder no les pertenece en lo absoluto, y que afecta a los espíritus malignos, poder sobre las dolencias y no sobre las personas. Su único poder será el servicio, salud y salvación.

Andarán ligeros con sandalias y bastón, pues no hay que aferrarse a nada ni a nadie -sólo a Dios- y junto a Cristo hacerse y hacer caminos.

Quizás el llamado a la escasez de medios parezca contradictorio. En numerosas ocasiones, el Maestro señaló la abundancia del amor de Dios multiplicando vino, peces, panes. Sin embargo aquí no se trata de un tonto pobrismo, sino de poner las cosas en su sitio, que Dios es lo más importante y que por ello jamás se olvidarán de sus hermanos más pobres.

Porque ese andar ligeros abre paso, libera caminos, expresa entre las gentes señales de cercanía y fraternidad, de la cercanía asombrosa de Dios con su pueblo, de su alegre ansia de que sus hijos no estén dispersos, sino reunidos en la mesa fraternal de la existencia celebrada.

Paz y Bien

El Hijo de María de Nazareth, nuestro orgullo y nuestra esperanza












Para el día de hoy (06/02/19):  

Evangelio según San Marcos 6, 1-6






La lectura que hoy nos presenta la liturgia manifiesta el fin de un ciclo en el ministerio de Jesús de Nazareth: hasta ese momento, el fervor de las multitudes y las puertas abiertas en las sinagogas. A partir de allí, seguirá fiel a su misión hasta el final, pero ha de cambiar los métodos.

Curiosamente, la controversia surge de entre sus propios paisanos y nó como era usual entre las autoridades religiosas. Ellos se asombraban del modo en que Él enseñaba y de la autoridad nueva y vital como les hablaba -a diferencia de los escribas-. En cierto modo, estaban cautivados con su predicación, pero a la vez se cierran a aceptar que esa sabiduría y esa autoridad provengan de Dios.

A ese Jesús lo han visto crecer y jugar, trabajar como carpintero, el hijo de María. Tan cercano y parecido a ellos está muy lejos de los esplendores sabios de un Salomón, la magnificencia de los maestros notables, completamente distinto a la idea de lo divino que portaban.

Por ese descreimiento, por esa falta de fé, entre sus paisanos realizará pocos milagros, pues éstos son signos del amor de Dios que se conjugan en tiempo santo con el corazón del hombre. Aún así, sana a varios enfermos imponiéndoles sus manos, acabada señal de las preferencias de Dios.

A nosotros también se nos abre el cuestionamiento. Porque Cristo, Dios con nosotros, tiene la humildad de la vecindad, la cercanía de nuestra pobreza, el parentesco de asumir nuestra cotidianeidad.

El hijo de María, la encarnación de Dios, es el motivo de nuevos asombros y gratitudes por este Dios que se ha llegado a esto que somos y vivimos.

Paz y Bien

Talita Kum, despertar de todos los letargos













Para el día de hoy (05/02/19):  

Evangelio según San Marcos 5, 21-43







Ayer contemplábamos la acción liberadora del Señor en la región de los gerasenos, tierras extrañas, tierras gentiles en donde purifica y sana a un hombre agobiado por un espíritu inmundo, pues la bendición de Dios ha de llegar a todos los pueblos.

Hoy, el Maestro y sus amigos han cruzado nuevamente a la otra orilla, a tierras de Israel. Hay una intensa carga simbólica a la cual hemos de prestar atención: los doce años de la hija de Jairo y los doce años de enfermedad de la mujer hemorroísa refieren a los padecimientos sin remisión que sufría el pueblo judío.
Los médicos -los escribas y fariseos- habían consumido los bienes de la mujer sin sanarla, médicos infructuosos que ya no pueden sanar al pueblo, un pueblo que se apretuja alrededor de Cristo pues intuye que sólo en Él está la liberación que ansía y que no hallan.

Esa mujer, normalmente, estaría condenada al ostracismo debido a las rígidas normas de pureza ritual. Pero en sus hemorragias la vida se le escapa, y a pesar de todo intenta, entremezclada con ese mar de gentes, llegar a las cercanías de Cristo con una tenacidad asombrosa. Ella confía en que sólo tocando el borde de su manto quedará sanada, la confianza en ese Cristo del cual brotan fuentes de vida, y al solo contacto con su manto cesan de inmediato las hemorragias.

El Maestro advierte que algo ha pasado. Los discípulos brindan una respuesta razonable, la multitud que se agolpa es la causante de probables roces. Pero es una multitud que se vuelve masa informe, en donde todo se confunde, y para el Señor cada rostro, cada persona cuenta. Por ello y a pesar de que esa mujer se revista de miedo, temerosa de haber cometido una infracción, puede irse en paz pues por sobre todo prevalece la fé en Cristo, en ese Cristo que todo lo puede y es nuestra salud y nuestra paz.

En el otro extremo, la hija de Jairo. Es una niña que apenas se asoma a la vida, y aún así parece perderse en el marasmo de una muerte temprana. Jairo es el jefe laico de la sinagoga, y ello es la señal de que allí tampoco hay respuestas ni salud: la purificación y la santidad, la vida plena no será ya cuestión de reglamentos ni de ritos tabulados, sino del encuentro profundo con la persona del Señor, fuente de toda gracia.

Los comedidos de siempre tratan de imponer resignación y fatalismo irreversibles, justificadores de los pesares, y duele más cuando ello proviene de los discípulos.
Pero con Cristo finalizan los no se puede, los nunca, los imposibles. Basta creer para cambiar la historia.

¡Talitá kum! es la llamada del Maestro para que la niña despierte del letargo definitivo y regrese a la vida. Él manda a sus papás que la alimenten, signo cierto de que Cristo es el Pan de vida.

Él también nos dice a nosotros con voz fuerte Talitá kum para despertarnos de todas las muertes, para desertar felices de todos los adormecimientos, para volver a creer y espantar a una muerte que ya no tiene la última palabra.

Paz y Bien

ir arriba