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La plegaria del Señor: orar y amar


 



Para el día de hoy (23/02/21):  

Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Con el correr de los años vamos madurando, incorporando conocimientos y vivencias, y quizás también volviéndonos día a día más complejos. No está mal, claro está, se trata de el lógico proceso de crecimiento de todos, desde los balbuceos iniciales de los bebés hacia el discurso más elaborado del adulto.


El problema es que en medio de esos ápices, se nos vá diluyendo la confianza primordial, y una maraña de palabras nos oculta la Palabra.


Cuando Jesús enseña a los suyos a orar -a los Doce, a sus seguidores, a mujeres y hombres de toda la historia de la humanidad- revela a un Dios que no es tan lejano ni tan inaccesible como muchos creen... o como nos han hecho creer.

Él lo descubre en las honduras de su corazón sagrado, y nos descubrimos hijas e hijos capaces de llamar a Dios Abbá! -Papá!- porque, precisamente, Jesús de Nazareth es su hijo. Somos hijos por ese Hijo, y con la maravillosa alegría de sabernos hijos nos dirigimos a Él con sencillez y confianza inquebrantables.


Es una cuestión filial, de Padre a hijos, y por ello mismo se torna una cuestión familiar plena de realidad y lejana de cualquier asomo declamatorio. Por ello la causa de Dios está intrínseca e inseparablemente unida a la causa de los hermanos.


Así nos dirigimos a ese Padre que está en los cielos, que es el Totalmente Otro pero que sin embargo está cerca, muy cerca, palpitando en cada corazón. 


Así suplicamos que se santifique su Nombre, que Él se siga revelando como Padre Redentor, como horizonte personal de plenitud y humanidad.


Así suplicamos que el Reino venga, que se haga tiempo, que se haga historia, que se haga aquí y ahora la vida, la libertad, la felicidad.


Así reconocemos que ese Padre jamás se desentiende de sus hijos ni de lo que les sucede, por eso rogamos que la voluntad de Dios -la vida en plenitud- acontezca en sus ámbitos que no son solamente celestiales, sino que acampan en estos arrabales que somos.


Así suplicamos por el pan, el pan que se comparte y reparte, que alcanza para todos y aún queda más, pan de mesa grande compartida, pan de justicia para que nadie más pase hambre, el pan de Dios que es el pan de todos, Jesús de Nazareth haciéndose pan para los demás.


Así rogamos que perdone nuestras ofensas, nuestras miserias, porque el perdón libera y sana, el perdón es la expresión más cabal de ese rostro bondadoso y paterno de ese Dios revelado por el Hijo, un perdón que se vuelca hacia los demás porque nos sabemos perdonados incondicionalmente, y rogamos también -como antaño- que se perdonen nuestras deudas, porque es menester hacer presente el jubileo de liberación de ese Cristo hermano y compañero, superando toda desigualdad que anula gentes, que deshumaniza, que agobia corazones, que insulta trabajo, que aniquila esfuerzos, que ofende honestidad.


Así imploramos que no nos deje caer en la tentación del olvido y la omisión, pues cuando olvidamos al hermano renegamos de ese Dios que nos reune y nos busca sin descanso, la peligrosa tentación de no reconocernos frágiles, de buscar atajos milagreros y desandar caminos fecundos, y decimos con esperanza que palpita que nos libre del mal, de mal que nos hacen y del mal que hacemos, del egoísmo que separa y mata, del la soberbia de creermos más que otros, de la simulación constante sin compromiso.


La mejor de las noticias es que Dios nos ama, que somos hijas e hijos y que podemos superar cualquier espiritualidad de trueque piadoso o de religión repetitiva porque en cada rostro podemos encontrar las huellas filiales de Aquél que resplandece en cada ser humano.


Paz y Bien

Padre Nuestro, súplica y destino de salvación

















Para el día de hoy (18/06/20):  

 
Evangelio según San Mateo 6, 7-15







La inmensa y asombrosa revelación que Jesús de Nazareth nos regala a través de todo su ministerio es que Dios no es una deidad lejana e inaccesible, escondida en un trasmundo de nubes y glorias celestiales.
La mayor revelación en la historia de la humanidad es que el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios cercano, un Dios Abba, un Dios Papá -mucho más que una simple y torpe cuestión de género- que se desvive por sus hijas e hijos, por su bien, por su plenitud, por que todos y cada uno de ellos tenga vida y vida en abundancia.

Por ello cuando las hijas y los hijos de Dios oran no repiten fórmulas mágicas, ni palabras arcanas o esotéricas destinadas a conseguir, mediante su acumulación, los favores divinos.
Las hijas y los hijos de Dios cuando oran lo hacen como tales, niños conversando y escuchando a su Padre que siempre está atento y dispuesto, niños que tal vez apenas sepan balbucear pero que inevitablemente son escuchados y comprendidos con infinita paciencia e inexpresable ternura.

Abba Dios les confiere gratuitamente una identidad única, imborrable e irremplazable, un lazo familiar y filial eterno. Por eso cuando los hijos conversan, superan cualquier individualidad mezquina pues saben que ese Abba -que también es Mamá- es Abba de todos, buenos y malos, grandes y pequeños, creyentes e incrédulos, santos y pecadores, y así se expande el nosotros, tan distinto a la ajenidad del ellos, porque ese Abba es todos.

Ellos ruegan que se santifique su Nombre, que sea conocido para que esta familia asombrosa se expanda generosa como la lluvia fresca sobre el campo yerto. Ellos también quieren que el Reino venga, que venga la liberación, que venga la justicia, que venga a compasión, que venga el pan para todos y el Pan vivo de mesa inmensa, y que su voluntad se realice en la eternidad y en este tiempo que se nos suele presentar tan escaso y corto. Por que la voluntad de Dios es que el hombre viva, y más aún, que el pobre viva en plenitud.
 
Ellos quieren que no falte el pan en ninguna mesa, en la mesa común en donde los hijos comparten sueños y vida, en la mesa mínima de los excluidos y olvidados, el pan vivo que se parte, comparte, reparte y aún así alcanza y rebasa cualquier cálculo, pan para todos los que están y pan para los que vendrán, pan para vivir por siempre.
 
Ellos quieren respirar perdón porque se descubren incodicionalmente perdonados, sanados en sus miserias y egoísmos, en sus torpezas y mezquindades.
 
Ellos suplican ser llevados de la mano, como criaturas que recién aprenden a dar los primeros pasos vacilantes; demasiados abismos se han construido concienzudamente, demasiadas rocas y muros es menester sortear para seguir con vida, y solos no se puede.
 
Ellos andan voraces de victoria, una victoria extraña en donde no hay derrotados, porque cuando el mal se disipa florece la vida, porque a pesar de toda cruz nos amanece la Resurrección y toda tumba deviene vacía.

Paz y Bien

Dime cómo rezas y te diré quien eres














Para el día de hoy (09/10/19) 

Evangelio según San Lucas 11, 1-4










Dime como rezas y te diré quien eres.

En la Palestina del siglo I, cada grupo religioso poseía una plegaria propia que actuaba como distingo de los demás, como identidad que definía conceptos y pertenencias. Así los discípulos del Bautista, los fariseos, los esenios y muchos más rezaban de un modo único, y quizás a los discípulos les extrañaba que Jesús no los hubiera entrenado en tal sentido.

Pero ellos en parte -como nos suele suceder a nosotros- le tenían temor al silencio, y así la escucha se les hacía gravosa, casi imposible, y por eso la necesidad de encontrar una fórmula propia para repetir en el momento que fuere necesario, y en especial en las situaciones críticas.
Y es imprescindible suplicarle al Maestro que nos vuelva a enseñar.

Aprender a orar, en el tiempo de la Gracia, es ponerse en la perspectiva de los hijos, de niños pequeños, de confianza y abandono sin temor.
Aprender a orar es redescubrir y afirmar sin ambages que Dios no es una deidad lejana e inaccesible sino un Padre cercano, un Padre que nos busca, un Padre que nos ama, un Padre que no descansa por nuestro bien.
Es poner manos a la obra y corazón en rumbo hacia el horizonte maravilloso de la santificación de la tierra por el Nombre que todo lo hace posible.
Es rogar que acontezca aquí y ahora, ya mismo y sin demoras, el Reino de Dios que es justicia y paz, perdón y misericordia, amor y Salvación.
Porque sabemos que ese cielo no es tan lejano y que no hay imposibles porque somos hermanos del Resucitado, bregamos para que la voluntad de Dios que es la vida -y vida plena- se cumpla en todos los ámbitos.
Y no queremos que falte el Pan de vida ni el pan del sustento, para cada hija y cada hijo de Dios, allí en donde se encuentren.
Y sabemos que tenemos tantas miserias que abren heridas saladas, y que sólo por el perdón sanan los corazones, suplicamos con confianza. Para no caernos, para no abandonarnos, para no ceder a los miedos.

Que el Maestro nos conceda aprender a orar nuevamente, cada día, todos los días.

Paz y Bien


Padre Nuestro: orar con Cristo, participar en el misterio de la Trinidad















Para el día de hoy (20/06/19) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15








La Palabra de Dios desciende sobre la creación, sobre la tierra como lluvia bienhechora que todo lo fecunda, y nuestras existencias germinan al paso de la vida que se despierta tras la bendición. Esos renuevos que florecen son plegarias, nuestra oración que sube hacia la inmensidad del Creador como expresión segunda y respuesta, pues de Él son todas las primacías.

Dios es el Totalmente Otro, y su misterio es tan insondable que en nuestra pequeñez deberíamos permanecer mudos totales sin remisión. Aún así y a pesar de todo y de todos, Dios se hace Palabra para que recuperemos el habla, Verbo que se encarna, Cristo, Dios con nosotros.

Cristo nos revela la verdad que transforma la totalidad de la historia, que Dios es Padre y más aún, Abbá.
Padre que se brinda sin reservas, Padre por el que todos somos hermanos, Padre bondadoso, tenaz e incansable.

Él nos brinda su oración que es el compendio del Evangelio y la Salvación.
Cristo es el puente con la eternidad, y el Padre Nuestro nos introduce en el misterio infinito de Dios, en alabanza a su Nombre, en súplica por su Reino y su voluntad aquí y ahora, causa de Dios que también es causa de los hermanos por el pan, el perdón, la justicia, la reconciliación.

Orar el Padre Nuestro es orar con Cristo, participar desde las raíces mismas de la existencia en el amor trinitario, decir con Él -Padre- transformarlo todo desde esa identidad única e inquebrantable, la vocación infinita de se sus hijos.

Paz y Bien

La causa de Dios, la causa del prójimo


















Para el día de hoy (12/03/19) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15








Por Cristo, sabemos que la vida cristiana en plenitud se fundamenta en el devenir cotidiano a partir de dos pilares, dos aspectos o ramas de un único tronco frutal, la Gracia de Dios.

Esos dos fundamentos son el amor y la oración.

El amor que se explicita en la abnegación, en el servicio incondicional al prójimo.

La oración, que antes de dicción tenaz y exacta de fórmulas, es escucha cordial del susurro primordial de un Dios que jamás deja de buscarnos, de ese Espíritu que nos hace decir Abbá!.

La cruz de Cristo ya no es señal de muerte y horror, sino signo cierto del amor mayor, de la vida ofrecida para que todos vivan. Y también es un profundo símbolo en su constitución misma: a una cruz la constituyen dos maderos cruzados, uno elevado hacia el cielo, el otro que se expande horizontalmente hacia los lados, así la Buena Noticia también se constituye -indisolublemente- de ese vínculo hacia el Dios del universo y hacia los hermanos.

Por ello mismo, por la oración en la que nos identificamos y que es la oración misma de Cristo, la plegaria es por la causa de Dios y por la causa de los hermanos, sarmientos frutales de la misma savia.

Essa savia nutricia es el amor de Dios, que se revela y nos rebela de toda rutina y acomodamiento cuando descubrimos a Dios como Padre, y nos sabemos hijas e hijos amadísimos que no buscan demasiadas palabras, sino que se aferran a la Palabra.

Paz y Bien

Padre Nuestro: la causa de Dios es la causa del hermano













Para el día de hoy (21/06/18) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15











Durante el surgimiento de las primeras comunidades cristianas, la Iglesia primitiva solamente enseñaba la oración de Jesús de Nazareth a las mujeres y los hombres de fé madura y probada. Sólo rezaban el Padre Nuestro aquellos en los que la fé hubiera echado raíces firmes y brindado frutos buenos.

Lejos de cualquier arcano esotérico o iniciático, el Padre Nuestro era el distingo de la comunidad de los creyentes, de la comunidad misionera dispuesta al testimonio perenne, incluso si ello desembocaba en los horrores del martirio.
 
Descenso y ascenso.
 
Un Dios que se inclina hacia la humanidad, un Dios graciosamente miope que sólo puede distinguir hijas e hijos, un Dios que no se encierra en la lejanía, un Dios cercano, un Dios que se comunica, se hace Palabra, Verbo encarnado de nuestra salvación.
 
Y suben hacia su amorosa eternidad como ofrenda la respuesta de los hijos. Porque orar es adentrarse en el misterio infinito de Dios, a pura bondad suya, sin condiciones.
 
La causa de ese Dios es indisolublemente la causa de los hermanos, ambos brazos de la santa cruz.
 
El Maestro nos revela el misterio mayor, que Dios es tan cercano y dador de vida como un Padre, y más aún, como Abbá, Papá nuestro, por el que todos recibimos como rocío bendito el bautismo filial de ser sus hijos, y por ello hermanos entre nosotros, hermanos que suplicamos por un Reino que es puerto y destino de nuestro peregrinar, hambre feliz de nuestras almas, un Reino que acontece aquí y ahora y que es la plenitud para toda la creación. Porque la voluntad de Dios es la vida que prevalece, que no se acota al tiempo ni a la muerte, cielos abiertos iluminando estos arrabales a veces tan agostados.
 
Pan de la Vida es el cuerpo de Cristo ofrecido, pan del sustento en la mesa de los pobres es nuestra confianza en una justicia que es preciso edificar.
 
Perdón que descubrimos redentor, que libera prisiones autoimpuestas que nos alejan de Dios y del otro, perdón que cura, que sana, que salva, que vuelve a conciliar los corazones opuestos por todos los odios.
 
Y que la tentación del olvido se aleje de nosotros, la desmemoria de esa identidad única de las hijas y los hijos que quieren desertar de todo mal, para celebrar el ágape maravilloso de la vida compartida por Dios y en Dios.
 
Paz y Bien

Padre Nuestro, la causa de Dios es la causa del hermano











Para el día de hoy (20/02/18) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15






Durante el surgimiento de las primeras comunidades cristianas, la Iglesia primitiva solamente enseñaba la oración de Jesús de Nazareth a las mujeres y los hombres de fé madura y probada. Sólo rezaban el Padre Nuestro aquellos en los que la fé hubiera echado raíces firmes y brindado frutos buenos.
Lejos de cualquier arcano esotérico o iniciático, el Padre Nuestro era el distingo de la comunidad de los creyentes, de la comunidad misionera dispuesta al testimonio perenne, incluso si ello desembocaba en los horrores del martirio.

Descenso y ascenso.
Un Dios que se inclina hacia la humanidad, un Dios graciosamente miope que sólo puede distinguir hijas e hijos, un Dios que no se encierra en la lejanía, un Dios cercano, un Dios que se comunica, se hace Palabra, Verbo encarnado de nuestra salvación.
Y suben hacia su amorosa eternidad como ofrenda la respuesta de los hijos. Porque orar es adentrarse en el misterio infinito de Dios, a pura bondad suya, sin condiciones.

La causa de ese Dios es indisolublemente la causa de los hermanos, ambos brazos de la santa cruz.

El Maestro nos revela el misterio mayor, que Dios es tan cercano y dador de vida como un Padre, y más aún, como Abbá, Papá nuestro, por el que todos recibimos como rocío bendito el bautismo filial de ser sus hijos, y por ello hermanos entre nosotros, hermanos que suplicamos por un Reino que es puerto y destino de nuestro peregrinar, hambre feliz de nuestras almas, un Reino que acontece aquí y ahora y que es la plenitud para toda la creación. Porque la voluntad de Dios es la vida que prevalece, que no se acota al tiempo ni a la muerte, cielos abiertos iluminando estos arrabales a veces tan agostados.

Pan de la Vida es el cuerpo de Cristo ofrecido, pan del sustento en la mesa de los pobres es nuestra confianza en una justicia que es preciso edificar.

Perdón que descubrimos redentor, que libera prisiones autoimpuestas que nos alejan de Dios y del otro, perdón que cura, que sana, que salva, que vuelve a conciliar los corazones opuestos por todos los odios.

Y que la tentación del olvido se aleje de nosotros, la desmemoria de esa identidad única de las hijas y los hijos que quieren desertar de todo mal, para celebrar el ágape maravilloso de la vida compartida por Dios y en Dios.

Paz y Bien

Aprender a orar con Cristo











Para el día de hoy (11/10/17) 

Evangelio según San Lucas 11, 1-4






Dime como rezas y te diré quien eres.

En la Palestina del siglo I, cada grupo religioso poseía una plegaria propia que actuaba como distingo de los demás, como identidad que definía conceptos y pertenencias. Así los discípulos del Bautista, los fariseos, los esenios y muchos más rezaban de un modo único, y quizás a los discípulos les extrañaba que Jesús no los hubiera entrenado en tal sentido.

Pero ellos en parte -como nos suele suceder a nosotros- le tenían temor al silencio, y así la escucha se les hacía gravosa, casi imposible, y por eso la necesidad de encontrar una fórmula propia para repetir en el momento que fuere necesario, y en especial en las situaciones críticas.
Y es imprescindible suplicarle al Maestro que nos vuelva a enseñar.

Aprender a orar, en el tiempo de la Gracia, es ponerse en la perspectiva de los hijos, de niños pequeños, de confianza y abandono sin temor.
 
Aprender a orar es redescubrir y afirmar sin ambages que Dios no es una deidad lejana e inaccesible sino un Padre cercano, un Padre que nos busca, un Padre que nos ama, un Padre que no descansa por nuestro bien.
 
Es poner manos a la obra y corazón en rumbo hacia el horizonte maravilloso de la santificación de la tierra por el Nombre que todo lo hace posible.
 
Es rogar que acontezca aquí y ahora, ya mismo y sin demoras, el Reino de Dios que es justicia y paz, perdón y misericordia, amor y Salvación.
 
Porque sabemos que ese cielo no es tan lejano y que no hay imposibles porque somos hermanos del Resucitado, bregamos para que la voluntad de Dios que es la vida -y vida plena- se cumpla en todos los ámbitos.
 
Y no queremos que falte el Pan de vida ni el pan del sustento, para cada hija y cada hijo de Dios, allí en donde se encuentren.
 
Y sabemos que tenemos tantas miserias que abren heridas saladas, y que sólo por el perdón sanan los corazones, suplicamos con confianza. Para no caernos, para no abandonarnos, para no ceder a los miedos.

Que el Maestro nos conceda aprender a orar nuevamente, cada día, todos los días.

Paz y Bien
 

Orar con Cristo








Para el día de hoy (07/03/17) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15




La Palabra de Dios desciende sobre la creación, sobre la tierra como lluvia bienhechora que todo lo fecunda, y nuestras existencias germinan al paso de la vida que se despierta tras la bendición. Esos renuevos que florecen son plegarias, nuestra oración que sube hacia la inmensidad del Creador como expresión segunda y respuesta, pues de Él son todas las primacías.

Dios es el Totalmente Otro, y su misterio es tan insondable que en nuestra pequeñez deberíamos permanecer mudos totales sin remisión. Aún así y a pesar de todo y de todos, Dios se hace Palabra para que recuperemos el habla, Verbo que se encarna, Cristo, Dios con nosotros.

Cristo nos revela la verdad que transforma la totalidad de la historia, que Dios es Padre y más aún, Abbá.
Padre que se brinda sin reservas, Padre por el que todos somos hermanos, Padre bondadoso, tenaz e incansable.

Él nos brinda su oración que es el compendio del Evangelio y la Salvación. 
Cristo es el puente con la eternidad, y el Padre Nuestro nos introduce en el misterio infinito de Dios, en alabanza a su Nombre, en súplica por su Reino y su voluntad aquí y ahora, causa de Dios que también es causa de los hermanos por el pan, el perdón, la justicia, la reconciliación.

Orar el Padre Nuestro es orar con Cristo, participar desde las raíces mismas de la existencia en el amor trinitario, decir con Él -Padre- transformarlo todo desde esa identidad única e inquebrantable, la vocación infinita de se sus hijos.

Paz y Bien

Pan y perdón







Para el día de hoy (05/10/16):  

Evangelio según San Lucas 11, 1-4



El pedido que le hacen los discípulos al Maestro no responde tanto a la necesidad de aprender a orar sino más bien a una cuestión identitaria de grupo religioso. Ello así pues en la antigüedad cada religión, secta o vertiente religiosa solía identificarse, entre otras cosas, por el modo único y diferente de sus plegarias. Tal vez, dentro de ese panorama y respetando las distancias a veces abismales, podemos descubrir el Shema Ysrael para la fé de Israel, las oraciones secretas de los esenios o acaso también las plegarias particulares que el Bautista enseñaba a sus discípulos tal como lo solicitan Pedro y los otros.

Pero es menester no perder de vista el contexto: el pedido de los discípulos acontece a continuación de la escena en que Cristo se encontraba orando en cierto lugar. Seguramente es casi imposible expresar vivencias y emociones con exactitud y amplitud; aquí sólo mencionaremos el impacto que debe haber causado en los suyos, en los discípulos, el modo en que Jesús oraba. Quizás ello también quieren ir hacia Dios de esa manera.

Es el tiempo de la Gracia, un tiempo nuevo, totalmente distinto que es mucho más que una alternativa, una opción frente a lo viejo, y por ello la oración cristiana hace centro en un Dios Abbá, Dios Padre que a todos nos hermana.
El Padre Nuestro no es una fórmula que se reserva y restringe a los iniciados en misterios específicos, sino que expresa, con amor y confianza, la santa urdimbre en el aquí y el ahora de la eternidad y la historia.

Venga tu Reino, que el Reino sea, que la vida se expanda entre estos arrabales tan oscuros y hacia la eternidad que se nos ofrece.

Hacer propia, cordialmente, la causa de Dios y la causa de los hermanos.

Suplicar el pan del sustento, el pan de Vida, el pan del perdón que restaura y sana. Seguir confiando en la mano bondadosa de Dios que nos libera de todos los males, los que elegimos y los que nos infringen.

El Padre nunca nos abandona.

Paz y Bien

Padre Nuestro, compendio de vida






Para el día de hoy (16/06/16):  

Evangelio según San Mateo 6, 7-15





Los discípulos de Jesús de Nazareth eran, en su gran mayoría, hombres sencillos y rústicos cuya única formación religiosa provenía de lo que aprendido en sus hogares y de las lecciones sabáticas en la sinagoga. No eran hombres demasiado versados, pero no estaban exentos de portar ciertos esquemas y moldes ideológicos propios de su tiempo; por ello le piden al Maestro que les enseñe a orar.
Es que cada grupo religioso tenía su oración característica, a menudo revestida de secretismo al cual accedían solamente los iniciados. Así los discípulos del Bautista, los esenios, los mismos fariseos y tantos otros grupos tenían su plegaria que los identificaba, y con ese criterio se dirigen al Señor; demasiado tiempo habían andado junto a Él los caminos y suponían que debían identificarse de una manera especial, diferenciarse del resto.

A veces hay que saber qué se pide. 
Ellos buscaban una fórmula propia y acotada a su grupo, y el Maestro les brinda todo un resumen del Evangelio que los compromete.

La perspectiva es novedosa y única: la oración ya no será una fórmula puntual que se esgrime con el objeto de procurar los favores divinos, sino el hombre que se pone bajo la luz de Dios para reconocerse tal cual es y descubrir a ese Dios que es Abbá. No un Dios lejano e inaccesible, sino tan cercano como un Papá que nos ama incondicionalmente, diálogo filial que comienza por el llamado del Espíritu que nos hace reconocerle. 
La oración pone las cosas en su sitio, los hijos se descubren tales y por ello mismo hermanos, y se crece en brazos de ese Padre bondadoso. 
Como un extraño tesoro que se acrecienta en tanto se brinda a los demás con generosidad, suplicamos a ese Padre que el Reino sea, que se conjuguen el cielo y la tierra, que la eternidad se expanda por estos andurriales, que el Verbo se haga carne en nuestros días.

Que se haga su voluntad, que es la vida.
Que no falte el pan en la mesa del hermano, y que tampoco falte el pan de la Palabra y del cuerpo de Cristo.
Que florezca el perdón.
Porque la causa de Dios es también la causa de los hermanos.

Tertuliano lo enseñaba bien: el Padre Nuestro es un compendio del Evangelio. Es una escuela de oración y de vida porque no se puede orar así si la vida no es reflejo de lo que se expresa; no se puede desear sinceramente la llegada del Reino y vivir al margen de él.

Paz y Bien 

Palabra que desciende, palabras que ascienden




Para el día de hoy (16/02/16): 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15




La Palabra de Dios es eficaz, siempre se cumple, siempre realiza lo que promete. La Palabra de Dios es Palabra de Vida y Palabra viva, y es Dios quien tiene todas las primacías, la primera Palabra creadora y fundante, Palabra que desciende de lo alto como lluvia bienhechora y todo lo fecunda, puente infinito que se tiende al hombre, alianza que se teje en las honduras de los corazones.

Palabra que se hace carne, tiempo, historia, un Hijo amado, y habita entre nosotros.

A esa Palabra que desciende se le corresponden palabras que ascienden, las que integran nuestra plegaria, la oración y súplica del hombre a su Dios. Como un eco santo, así entonces la oración será respuesta a la interpelación primera de ese Dios que nos habla a todos y a cada uno de nosotros, vínculo que nos mantiene en sintonía de eternidad, el latido de las almas.

Todos los grupos religiosos tienen una oración característica, y en muchas ocasiones ésta tiene un carácter arcano o reservado a los iniciados, quizás para destacar la importancia y la identidad.
Por la iniciativa de los discípulos -algunos de ellos se habían formado con el Bautista- el Maestro les enseña a orar; en ellos podemos detectar la necesidad de poseer una plegaria única que los identifique, que los distinga de los demás, y la naciente comunidad cristiana no es ajena a ello.
Pero aquí surgirá lo nuevo, lo que florece por el amor de Dios, por la Gracia que santifica. Ellos y nosotros tendremos una oración que nos congregará y distinguirá como una identidad única e irrepetible, más esa identidad no radica en la fórmula que se pronuncie con exacta precisión, sino en el Dios que le confiere sentido, el mismo Dios que habla hoy, el Dios que se revela como Padre sempiterno y bondadoso de toda la humanidad.

Por eso oramos confiados el Padre Nuestro en comunión con toda la Iglesia, y hacemos nuestras la causa de Dios y la causa de los hermanos, el Reino y el pan, la alabanza y el perdón, la súplica por su voluntad plena siempre, y que su mano nos libre del mal que a menudo parece no terminar nunca, y sin embargo, no nos resignamos pues siempre volvemos al Padre que nos ha llamado primero.

Paz y Bien

Padre Nuestro, las cosas de Dios, las cosas de los hermanos




Para el día de hoy (18/06/15):  

Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Su Santo Nombre, el Reino y la Voluntad por las cosas de Dios. Plegaria por el pan y el perdón, victoria y liberación por las cosas de los hermanos.

No son dos planos opuestos, ni posturas escindidas. Todo brota de la misma raíz increíble y maravillosa de la Gracia, de un Dios que nos sale al encuentro, de un Dios tan cercano que se revela Padre y, más aún, Papá.

Esoterismos, intermediaciones legalistas y arcanos secretos se desvanecen.
Con el impulso de quien descubre la vida, con la mirada de niños abriendo los ojos a la existencia, llamamos a Dios con la primera de las palabras, Abbá!, Papá!, y esa revelación que nos regala Jesús de Nazareth abre todas las puertas y derriba todos los muros.
Por ello mismo decimos Padre Nuestro, porque no es de unos pocos selectos, sino Abbá de todos, corazón infinito poblado de hijas e hijos, Dios del universo que es el Totalmente Otro y que, sin embargo, lo sabemos cercano, tan cercano como está afectuosamente entregado incondicionalmente en Jesucristo, su sagrado corazón en la mano.

Y pedimos que sea santificado el Nombre de Aquél que es y está, no como magia ni como auxilio en nuestros mezquinos caprichos, sino reivindicando la eternidad que surge en cada existencia, que nos florece en el aquí y ahora.
Y pedimos que sea el Reino, que venga a nosotros, que acontezca en nuestra cotidianeidad, que todo el mundo se realice en plenitud según el sueño eterno del Creador, porque su voluntad es que el hombre crezca en total humanidad, en plenitud, y su Gloria es que el pobre viva.

Eso que llamamos pecado fractura todo lazo de fraternidad y separa a las gentes en islotes de injusticia y soledad, abriendo las puertas par que el mal se estacione en el mundo
Pero nuestro Dios es ante todo Abbá que nos ama, y por eso la causa de los hermanos es su causa, y por eso pedimos por el hermano y junto al hermano que no falte el sustento, que reconstruyamos la vida desde el perdón y la dignidad y que salgamos victoriosos en la lucha diaria contra el egoísmo.

No debe haber demasiadas palabras, sólo la confianza que levanta al sol a las hijas y los hijos, hermanos de Jesús de Nazareth

Paz y Bien

La oración de los hermanos




Para el día de hoy (24/02/15) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Durante el surgimiento de las primeras comunidades cristianas, la Iglesia primitiva solamente enseñaba la oración de Jesús de Nazareth a las mujeres y los hombres de fé madura y probada. Sólo rezaban el Padre Nuestro aquellos en los que la fé hubiera echado raíces firmes y brindado frutos buenos.
Lejos de cualquier arcano esotérico o iniciático, el Padre Nuestro era el distingo de la comunidad de los creyentes, de la comunidad misionera dispuesta al testimonio perenne, incluso si ello desembocaba en los horrores del martirio.

Descenso y ascenso.
Un Dios que se inclina hacia la humanidad, un Dios graciosamente miope que sólo puede distinguir hijas e hijos, un Dios que no se encierra en la lejanía, un Dios cercano, un Dios que se comunica, se hace Palabra, Verbo encarnado de nuestra salvación.
Y suben hacia su amorosa eternidad como ofrenda la respuesta de los hijos. Porque orar es adentrarse en el misterio infinito de Dios, a pura bondad suya, sin condiciones.

La causa de ese Dios es indisolublemente la causa de los hermanos, ambos brazos de la santa cruz.

El Maestro nos revela el misterio mayor, que Dios es tan cercano y dador de vida como un Padre, y más aún, como Abbá, Papá nuestro, por el que todos recibimos como rocío bendito el bautismo filial de ser sus hijos, y por ello hermanos entre nosotros, hermanos que suplicamos por un Reino que es puerto y destino de nuestro peregrinar, hambre feliz de nuestras almas, un Reino que acontece aquí y ahora y que es la plenitud para toda la creación. Porque la voluntad de Dios es la vida que prevalece, que no se acota al tiempo ni a la muerte, cielos abiertos iluminando estos arrabales a veces tan agostados.

Pan de la Vida es el cuerpo de Cristo ofrecido, pan del sustento en la mesa de los pobres es nuestra confianza en una justicia que es preciso edificar.

Perdón que descubrimos redentor, que libera prisiones autoimpuestas que nos alejan de Dios y del otro, perdón que cura, que sana, que salva, que vuelve a conciliar los corazones opuestos por todos los odios.

Y que la tentación del olvido se aleje de nosotros, la desmemoria de esa identidad única de las hijas y los hijos que quieren desertar de todo mal, para celebrar el ágape maravilloso de la vida compartida por Dios y en Dios.

Paz y Bien


Aprender a orar



Para el día de hoy (08/10/14) 

Evangelio según San Lucas 11, 1-4




Dime como rezas y te diré quien eres. 

En la Palestina del siglo I, cada grupo religioso poseía una plegaria propia que actuaba como distingo de los demás, como identidad que definía conceptos y pertenencias. Así los discípulos del Bautista, los fariseos, los esenios y muchos más rezaban de un modo único, y quizás a los discípulos les extrañaba que Jesús no los hubiera entrenado en tal sentido. 

Pero ellos en parte -como nos suele suceder a nosotros- le tenían temor al silencio, y así la escucha se les hacía gravosa, casi imposible, y por eso la necesidad de encontrar una fórmula propia para repetir en el momento que fuere necesario, y en especial en las situaciones críticas. 
Y es imprescindible suplicarle al Maestro que nos vuelva a enseñar.

Aprender a orar, en el tiempo de la Gracia, es ponerse en la perspectiva de los hijos, de niños pequeños, de confianza y abandono sin temor.
Aprender a orar es redescubrir y afirmar sin ambages que Dios no es una deidad lejana e inaccesible sino un Padre cercano, un Padre que nos busca, un Padre que nos ama, un Padre que no descansa por nuestro bien. 
Es poner manos a la obra y corazón en rumbo hacia el horizonte maravilloso de la santificación de la tierra por el Nombre que todo lo hace posible.
Es rogar que acontezca aquí y ahora, ya mismo y sin demoras, el Reino de Dios que es justicia y paz, perdón y misericordia, amor y Salvación.
Porque sabemos que ese cielo no es tan lejano y que no hay imposibles porque somos hermanos del Resucitado, bregamos para que la voluntad de Dios que es la vida -y vida plena- se cumpla en todos los ámbitos.
Y no queremos que falte el Pan de vida ni el pan del sustento, para cada hija y cada hijo de Dios, allí en donde se encuentren.
Y sabemos que tenemos tantas miserias que abren heridas saladas, y que sólo por el perdón sanan los corazones, suplicamos con confianza. Para no caernos, para no abandonarnos, para no ceder a los miedos.

Que el Maestro nos conceda aprender a orar nuevamente, cada día, todos los días.

Paz y Bien
 


Por la causa de Dios, por la causa de los hermanos








Para el día de hoy (19/06/14) 

Evangelio según San Mateo 6, 7-15




Por Cristo, sabemos que la vida cristiana en plenitud se fundamenta en el devenir cotidiano a partir de dos pilares, dos aspectos o ramas de un único tronco frutal, la Gracia de Dios.

Esos dos fundamentos son el amor y la oración.

El amor que se explicita en la abnegación, en el servicio incondicional al prójimo.

La oración, que antes de dicción tenaz y exacta de fórmulas, es escucha cordial del susurro primordial de un Dios que jamás deja de buscarnos, de ese Espíritu que nos hace decir Abbá!.

La cruz de Cristo ya no es señal de muerte y horror, sino signo cierto del amor mayor, de la vida ofrecida para que todos vivan. Y también es un profundo símbolo en su constitución misma: a una cruz la constituyen dos maderos cruzados, uno elevado hacia el cielo, el otro que se expande horizontalmente hacia los lados, así la Buena Noticia también se constituye -indisolublemente- de ese vínculo hacia el Dios del universo y hacia los hermanos.

Por ello mismo, por la oración en la que nos identificamos y que es la oración misma de Cristo, la plegaria es por la causa de Dios y por la causa de los hermanos, sarmientos frutales de la misma savia.

Essa savia nutricia es el amor de Dios, que se revela y nos rebela de toda rutina y acomodamiento cuando descubrimos a Dios como Padre, y nos sabemos hijas e hijos amadísimos que no buscan demasiadas palabras, sino que se aferran a la Palabra.

Paz y Bien

Padre Nuestro: oración del Señor, oración del discípulo




Para el día de hoy (11/03/14):  
Evangelio según San Mateo 6, 7-15



Ante todo, la eficacia de la oración. Jesús de Nazareth nos pone en guardia contra esa extendida costumbre de la repetición de fórmulas predeterminadas en tono de plegaria, que suponen que así se obtienen los favores divinos. Es un mecanicismo falaz, y una espiritualidad basada en la retribución mágica, en la que una pretensa elocuencia logra torcer a su favor los designios de Dios por la acumulación piadosa.

Con una figura plena de simbología, el profeta Isaías lo anticipa con gran belleza: la Palabra de Dios es lluvia fresca que desciende del cielo y no regresa sin antes haber regado y fecundado la tierra. Así entonces el Maestro entiende que la oración es respuesta, es devolución al susurro bondadoso de un Dios que ama y que no se impone a los gritos, que hace fecundar la vida en los corazones que permiten que la semilla germine. 
La primera Palabra, las primacías siempre son de Dios. Por ello la oración cristiana es siempre respuesta a ese llamado primordial de un Dios que Jesús reconoce tan cercano que lo llama Padre, y más aún, Abbá, Papá, Dios de nuestras cercanías, Dios desde los afectos.

Cuando la Palabra se nos hace carne, vida fecunda como María de Nazareth, allí el Evangelio se respira a diario como aire renovado.
Y así, en una asombrosa añoranza, suplicamos a ese Dios que es Padre y es Madre, que es el Totalmente Otro pero que sin embargo habita entre nosotros, que venga su Reino, que la tierra se santifique con su Nombre vivido. Porque no hay que relegar al más allá lo que comienza aquí y ahora en el más acá.
Queremos que se haga su voluntad, y que se manifieste su gloria, y con San Ireneo, esa gloria es que el hombre viva, y viva en plenitud.

Por eso la causa de Dios es también la causa de los hermanos, en los que nos reconocemos y espejamos pues tenemos un mismo origen cordial, un destino infinitamente bondadoso de hijas e hijos por los que ansiamos justicia, paz y pan, pan del sustento y pan de la Palabra.
Entre tantas rupturas y sobreabundancia de violencias, reafirmamos la locura de la fraternidad desde el milagro del perdón recíproco, pues es la misericordia la que sostiene al universo.
Y a pesar de nuestros quebrantos, nuestras infidelidades y limitaciones, suplicamos no abandonarnos a la tentación del yo, del egoísmo, de un mundo escaso y limitado a unos pocos.
Dios de nuestra Pascua y nuestra liberación, no permitirá desde nuestra confianza que el mal campee, porque la Gracia desborda toda mesura.

La oración del Señor, replicada a lo largo de tantos siglos, es también la oración de los discípulos que han encontrado en Cristo al Salvador, al amigo, al hermano.

Paz y Bien


Un idioma nuevo



Para el día de hoy (09/10/13):  
Evangelio según San Lucas 11, 1-4


(Los discípulos le ruegan al Maestro que les enseñe a orar. Muchos estudiosos entienden que, principalmente, ellos quieren una oración que los distinga como grupo religioso, y que a su vez los distinga de los demás, a diferencia de los discípulos del Bautista, de los fariseos, de los esenios y de tantos otros.
Ello, además de razonable, encierra cierta profundidad que también nos alcanza: los cristianos hemos de distinguirnos, entre varias cosas, por la forma en que nos dirigimos a Dios.

Aún así, es dable suponer e imaginar que hay otro motivo más elemental, más básico, pero no por ello menos profundo.

Ellos lo han visto a Jesús, y han descubierto que hay una dimensión que no conocían, la de un Dios asombrosamente cercano y bondadoso. Por ello son insuficientes esas palabras que conocen y que les han impuesto, fórmulas viejas que se repiten pero que no son más que eso, fórmulas vacuas.

Es claro que no quieren intermediarios; ellos intuyen que hay un idioma nuevo propuesto por Jesús de Nazareth, y vige la máxima traduttore/tradittore. Para hablar un idioma nuevo no sirven los intérpretes, sino a propia experiencia de palabras nuevas que se aprenden y, como niños, transmitir verazmente y desde el corazón los deseos y necesidades más elementales.

Por ello Jesús les dá el impulso inicial. Padre. Cielo y tierra. Pan. Perdón. Bendición y liberación. Esas son las primeras palabras de ese idioma nuevo, las palabras fundamentales.
Los discípulos tendrán, desde esa experiencia fundante, todo un camino por recorrer, para conocer y re-conocer a un Dios al que encontrarán en todo momento y en cada esquina, y así -desde la sencillez y la humildad- su léxico se crecerá con palabras de eternidad)

Paz y Bien

Cielos cercanos



Para el día de hoy (28/07/13):  
Evangelio según San Lucas 11, 1-13


(La comunicación siempre es decisiva en todos los ámbitos, y su ausencia y su deficiencia es motivo de un sinfín de problemas. Si este postulado por un momento lo aplicamos al ámbito interpersonal, podríamos inferir, sinceramente, que una comunicación ausente o una comunicación deficiente entre las personas causa conflictos, desconocimientos, parcializaciones y aislacionismos. Si no nos comunicamos, difícilmente podamos conocernos. Si nos comunicamos mal, obtenemos sólo una imagen desdibujada y falaz del otro y por ello, de nosotros mismos: aunque nos cueste reconocerlo, nos descubrimos en la mirada del otro cuando nos aprojimamos. Sin comunicación, enfermamos y vamos muriendo.

En estos tiempos hipertecnologizados sobreabunda la información aunque no es garantía de la existencia de comunicación: ella es tan fundamental, que se caracteriza cualitativamente, es decir, hay comunicación eficaz o no la hay, antes que un mayor o menor volumen de la misma.

Es claro que la comunicación es dialógica, y el sentido común -el menos común de los sentidos- nos señala que se basa, ante todo, en la escucha. Oír antes que escuchar. Cuando prevalecen los monólogos, se obstruye al tú y no puede crecer el nosotros.

Jesús de Nazareth lo sabía bien, y su motor primero era la oración, una oración que era mucho más que una repetición sistémica de fórmulas preestablecidas, de arcanos religiosos expelidos rítmicamente. Toda su vida era oración, su existencia misma era una existencia orante, y por ello mismo se mantiene fiel, obediente hasta el fin. Obediente, de ob audire, es decir, de escucha atenta. Él escuchaba la voz de su Padre, escuchaba a sus discípulos, escuchaba a los dolientes y relegados con la misma atención y el mismo fervor amoroso, pues sabía que por allí la vida se restauraba.

Él nos redime de todo silencio y de esa mudez a la que solemos escapar como refugio escuálido. Él enseña que los cielos no son horizonte lejano y post mortem, de consecución incierta, sino que los cielos tienen puertas abiertas y están bien cerca, y es a través de la oración que se franquean todas sus puertas, por mandato asombroso de ternura paterna.

Esos cielos están cercanos porque el Dios del Universo ha venido a quedarse para siempre entre nosotros. Es un Dios que es Papá, un Dios que nos busca desde su inmensidad, un Dios que reina en los corazones con el poder insondable del amor, un Dios al que le suplicamos que se haga realidad su sueño eterno de justicia, de paz, de dicha y liberación, ese Dios que nos atiende a toda hora -a horas destempladas- y que abriga nuestros ruegos de pan que nos sustente, y que jamás nos falte el hambre de eternidad y trascendencia ayer, hoy y mañana, un Dios que nos llueve misericordia y perdón sin límites para que nosotros cambiemos tanto odio en compasión, un Dios que nos sostiene de las manos para no caer al vacío del sinsentido, un Dios que guarda nuestros pasos vacilantes pidiendo permiso, si lo dejamos, pues nada impone, el Dios que nunca se aburre de nosotros ni se cansa de nuestras miserias, un Dios al que poco escuchamos y nos susurra tantas cosas, el Dios de María y José de Nazareth, el Dios Abba de nuestro hermano y Señor Jesucristo)

Paz y Bien

Abba Dios



                                                        (Abba en hebreo)


Para el día de hoy (20/06/13):  
Evangelio según San Mateo 6, 7-15


(La inmensa y asombrosa revelación que Jesús de Nazareth nos regala a través de todo su ministerio es que Dios no es una deidad lejana e inaccesible, escondida en un trasmundo de nubes y glorias celestiales. 
La mayor revelación en la historia de la humanidad es que el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios cercano, un Dios Abba, un Dios Papá -mucho más que una simple y torpe cuestión de género- que se desvive por sus hijas e hijos, por su bien, por su plenitud, por que todos y cada uno de ellos tenga vida y vida en abundancia.

Por ello cuando las hijas y los hijos de Dios oran no repiten fórmulas mágicas, ni palabras arcanas o esotéricas destinadas a conseguir, mediante su acumulación, los favores divinos.
Las hijas y los hijos de Dios cuando oran lo hacen como tales, niños conversando y escuchando a su Padre que siempre está atento y dispuesto, niños que tal vez apenas sepan balbucear pero que inevitablemente son escuchados y comprendidos con infinita paciencia e inexpresable ternura.

Abba Dios les confiere gratuitamente una identidad única, imborrable e irremplazable, un lazo familiar y filial eterno. Por eso cuando los hijos conversan, superan cualquier individualidad mezquina pues saben que ese Abba -que también es Mamá- es Abba de todos, buenos y malos, grandes y pequeños, creyentes e incrédulos, santos y pecadores, y así se expande el nosotros, tan distinto a la ajenidad del ellos, porque ese Abba es todos.

Ellos ruegan que se santifique su Nombre, que sea conocido para que esta familia asombrosa se expanda generosa como la lluvia fresca sobre el campo yerto. Ellos también quieren que el Reino venga, que venga la liberación, que venga la justicia, que venga a compasión, que venga el pan para todos y el Pan vivo de mesa inmensa, y que su voluntad se realice en la eternidad y en este tiempo que se nos suele presentar tan escaso y corto. Por que la voluntad de Dios es que el hombre viva, y más aún, que el pobre viva en plenitud.
Ellos quieren que no falte el pan en ninguna mesa, en la mesa común en donde los hijos comparten sueños y vida, en la mesa mínima de los excluidos y olvidados, el pan vivo que se parte, comparte, reparte y aún así alcanza y rebasa cualquier cálculo, pan para todos los que están y pan para los que vendrán, pan para vivir por siempre.
Ellos quieren respirar perdón porque se descubren incodicionalmente perdonados, sanados en sus miserias y egoísmos, en sus torpezas y mezquindades.
Ellos suplican ser llevados de la mano, como criaturas que recién aprenden a dar los primeros pasos vacilantes; demasiados abismos se han construido concienzudamente, demasiadas rocas y muros es menester sortear para seguir con vida, y solos no se puede.
Ellos andan voraces de victoria, una victoria extraña en donde no hay derrotados, porque cuando el mal se disipa florece la vida, porque a pesar de toda cruz nos amanece la Resurrección y toda tumba deviene vacía.)

Paz y Bien

 

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