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Pastores de Nochebuena











Misa del Gallo

Para el día de hoy (24/12/16):  

Evangelio según San Lucas 2, 1-14





En el siglo I y en Palestina los pastores estaban muy mal vistos. Sindicados habitualmente como amigos de lo ajeno, era rechazados por todas partes.

Los campesinos y labradores, sumados a esa creencia general de que eran pequeños rateros, le tenían encono pues solían llevar los rebaños que cuidaban a pastar a campos que le estaban vedados, y esos campos sufrían las consecuencias.

Los religiosos de observancia estricta los tenían a menos, pues no se destacaban por el estricto cumplimiento de la Ley. Viviendo al pairo del frío y la noche, el cuidado de los rebaños implicaba que estuvieran en contacto con las heces de los mismos, y a veces con corderos que se les morían, todos causales de impureza ritual. Ni hablar de sus obligaciones sabáticas, y acontecía una dura paradoja: esos hombres debían vigilar los rebaños a su cuidado día y noche, de lunes a lunes, incluso los sábados, rompiéndose la espalda apenas por el pan, mientras los dueños del ganado participaban activamente en las celebraciones sinagogales.

Como sea, se ubicaban bien abajo en la consideración social y religiosa, y nadie en su sano juicio los invitaría a su mesa. 

Esa noche, en humildad y silencio, la historia humana cambia de rumbo. Dios interviene personalmente para que todo cambie, para que se santifique el tiempo. Dios se amanece en la vecindad misma de los hombres como uno más, un Bebé Santo que llora frío y hambre y que se adormece en los brazos de su Madre.

Precisamente a ellos, a los innominados e impresentables de siempre, se dirige el Mensajero de Dios para anunciarles en primer lugar y antes que nadie es noticia maravillosa del Dios con nosotros, del Mesías tan cercano.

Ellos nada tienen, ellos son pobres de toda pobreza, de ellos nada se espera y nadie confía en ellos y por eso mismo el anuncio glorioso transforma la dura cotidianeidad nocturna en Noche Buena, un aviso asombroso, una enorme alegría para todo el pueblo, para todos los pueblos comenzando por los más pobres.

Nadie los tiene en cuenta, sus vidas transcurren como un tosco accidente del terreno, y nadie los había anoticiado de ese misterio de infinita ternura: Dios los quiere y los busca, los convoca a ese pueblito perdido en Judá, a un refugio de animales, un Dios envuelto en pañales.

En cierto modo, tenemos mucho de esos pastores. Las fatigas cotidianas nos hacen perder de vista la Gracia de Dios presente por el Cristo que nos nace. Nos anda faltando escuchar a los Mensajeros que ese Dios bondadoso nos envía para despejarnos los miedos y renovarnos de esperanza.

Y en gloria de compromiso, volvernos también mensajeros de ese amor y esa ternura de Dios que se encarna para nuestra Salvación.

Feliz Navidad para todos

Paz y Bien





El sol que nace de lo alto








Misa del día

Para el día de hoy (24/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 67-79



Por todo lo que había pasado, y por todo lo que no les había pasado, parecía que todo estaba cerrado y sellado para Isabel y Zacarías. Aún así, y a pesar de todas las razones y todas las obviedades, no morirían de viejos sino que por la bondad de Dios se convertirían en noveles padres.

Al recibir la asombrosa noticia de parte de un Mensajero, Zacarías enmudece. Lo que le anuncia Gabriel excede los las posibilidades de su razón y vulnera sus esquemas. Por eso mismo enmudece, pues su respuesta no es una respuesta de fé. 
A veces el silencio, por doloroso que fuera, es más que necesario. Callar para oír y escuchar, callar hasta que se recupere la Palabra, tiempo de maduración, de crecimiento, de humilde reencuentro. 

Pero cuando llega el hijo, ese bebé de sus sueños, el viejo sacerdote parece despertar de su vejez y canta con voz fuerte y rejuvenecida al Dios bendito que ha hecho misericordia con sus vidas y con su pueblo.

Zacarías, en plenitud del Espíritu, se vuelve capaz de releer la historia de Israel, su propia historia, el paso de Dios por sus existencias.
El sabe bien -su maravilloso hijo adormeciéndose en sus brazos es la señal exacta- que su Dios no se ha desentendido de la suerte de Israel. Dios siempre es nuestra suerte y nuestro destino.

Su Dios interviene abiertamente en la historia a favor de los suyos. No se queda en tren espectador lejano y celestial, sino que se entreteje con su fidelidad en las cosas de los hombres. Es un  Dios liberador que no abandona a su pueblo.
El Dios que suscita una fuerza de Salvación en sus mismas entrañas, desde la casa de David.
Los antiguos profetas, hombres de mirada profunda, lo han anunciado con certeza de siglos. Y Dios cumple siempre con la palabra que empeña, y paga al contado sus compromisos. Palabra empeñada, Dios mismo se hace Palabra para nuestra Salvación. Dios que nos salva de nuestros enemigos, Dios que nos espanta los odios, Dios que nos reviste de coraje y esperanza. Dios infinitamente fiel. Dios que teje amor y salvación a través de los siglos, desde el pastor de Ur hasta nuestros días, libres del temor, felices por creer, libres para comprometernos y servir. La verdadera liberación es el paso del al servidumbre al servicio.

Ese niño que acuna en sus brazos será un enorme y frondoso profeta para su pueblo, luz en las sombras, señal de auxilio para los que ya no aguantan más.

Porque el Dios que lo bendice con ese hijo maravilloso -todos los hijos son una bendición infinita- allanará caminos y almas para El esperado.

Su Dios es misericordia entrañable que suscita un nuevo amanecer, un amanecer definitivo de Salvación para todas las naciones, el sol que nace de lo alto, Dios con nosotros, un Niño en brazos de su Madre.

Paz y Bien

Niño santo








Para el día de hoy (23/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 57-66



No hay calendarios ni tabulaciones para las cosas profundamente humanas. Cada persona es un universo único, y todo tiene un tiempo particular de crecimiento, de maduración, de paciente espera de frutos; cuando se plantean soluciones instantáneas o sanidades mágicas, es más que saludable desconfiar.

El anciano sacerdote Zacarías había enmudecido frente al anuncio del Ángel, que le comunicaba una noticia maravillosa, una bendición de Dios: a pesar de la avanzada edad de la esposa y la suya propia, serían -contra toda lógica- papás de un niño luminoso, señal de esperanza para su pueblo.

Isabel se oculta en su hogar varios meses; la joven María de Nazareth sale a los caminos con otro embarazo asombroso, sin esconderse. El tiempo propicio de Dios, kairós, parece que se decide con las mujeres y los niños.

Finalmente, llegó el tiempo del parto y por todo el contexto, se realza el simbolismo del término alumbramiento. Ese niño es una bendición y una alegría para sus padres que se contagia a sus parientes y vecinos.
Todo niño que nace debería ser motivo de serena celebración y gratitud: es importantísima la defensa de los no nacidos, tan importante como la protección de la vida que asoma, su crecimiento sano y en paz.

Esa alegría contagiosa se extiende a los vecinos y a la parentela. Con cierta picardía, quieren imponer sus criterios acerca del nombre que ese niño asombroso e inesperado debe llevar, quizás Zacarías como su padre.
Isabel los detiene: su nombre es Juan, que significa Dios es misericordia. En silente comunión, ella lo sabe por Zacarías, nombre que le ha revelado el Mensajero del Altísimo.

Por cierto, en el cordial ánimo de esas personas hay también una tácita valoración de lo antiguo, del aferrarse a lo conocido, a lo viejo. Además, un hijo no es una prolongación de sus padres, ni quien deba superar las frustraciones paternas. Un hijo es una bendita vida nueva que debe tener vuelo propio.

Nombrar a un hijo, ponerle el nombre que habrá de llevar es crucial, a pesar de las tendencias a adaptarse a modas y a banalidades. Un nombre revela carácter y denota misión vital. Por ello la decisión que se está por tomar allí es tan importante. 
Zacarías lo reafirma, escribiéndolo en una tabla: su nombre es Juan. No habla, pero no ha perdido la Palabra.

El tiempo se había cumplido para Isabel pero también para Zacarías. Había madurado desde el silencio. El hijo que les ha llegado es un niño santo, un niño que asombra e interpela al pueblo, pues la mano de Dios está con él.

Niño santo que revela la misericordia de Dios en su gestación, en su nacimiento, en su nombre y en toda su vida. Niño santo que será profeta y precursor del Mesías. Niño que llamará a los fieles al regreso a los caminos de bondad y justicia.

Otro Niño, en poco tiempo, viene a convocarnos a la Salvación.

Paz y Bien

 
 

El Dios de María de Nazareth








Para el día de hoy (22/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 46-55



El Magnificat, canción de María de Nazareth que hoy contemplamos en la Palabra del día, posee profundas reminiscencias veterotestamentarias. Con relativa facilidad podemos rastrear el cántico de Ana, la madre de Samuel -que el pueblo judío rezaba con frecuencia- y que alaba a un Dios que nunca se desentiende de las cosas que le pasan a los suyos, un Dios involucrado con su pueblo, un Dios que cumple sin vacilaciones lo que promete.

Aún así, aún cuando la Antigua Alianza le aporte toda su poesía, la música es completamente nueva, novísima, música de la Gracia. En el gozoso canto de María ya percibimos las Bienaventuranzas del Hijo y unavisión de la historia que estremece y sacude preconceptos, producto de la profunda vivencia de su Dios, un Dios que crece y madura en su seno y que se ha hecho realidad primero en su corazón inmaculado.

Esa alegría tan maravillosamente contagiosa expresa, ante todo, la emoción de su alma y el motivo de ese gozo, su magnífico Dios que ha inclinado su rostro hacia su pequeñez, su humildad y su pobreza, un Dios que dá y se dá, un Dios que plenifica, un Dios que acrecienta la vida. Un Dios asombrosamente parcial para con los pequeños.

Por ello y por creer aunque todo diga lo contrario, todas las generaciones la reconocerán feliz, bienaventurada, mujer creyente, Madre, hermana y discípula, con una alegría trascendente que viene del Altísimo y se dirige a Él, pues no se agota en resoluciones de problemas mundanos. Santo y alabado sea el nombre de Dios.

Ella lo sabe bien: en su interior crece el Hijo de sus amores, carne de su carne y motivo de su fé, hacia quien se ordena toda la historia de la Salvación. La historia y el universo convergen hacia el Hijo que crece en su interior, Cristo, un Hijo que es rey del universo. Pero su reino no es de este mundo.

El Reino del Hijo tra señales inequívocas del amor de un Dios profundamente enamorado de su creación y que jamás se desentiende de sus hijas e hijos, de las cosas que le pasan, un Dios que exalta a los humildes, que dispersa a los soberbios y a los arrogantes, Dios defensor de los pobres que derriba a los poderosos de sus tronos, un Dios que colma de bienes a los hambrientos y despoja a los ricos, porque el Dios de María de Nazareth es justicia para con los anawin que sólo confían en su misericordia, un Dios que es motivo de todas las esperanzas, impulso para nuestras cobardías, compromiso para nuestras omisiones.

El Dios de María de Nazareth es un Dios de amor, de misericordia y ternura que inaugura el tiempo santo entre Él y la humanidad. Ella lo vive en su fé y lo siente crecer en su interior y con Ella atesoramos Su Presencia en la nuestras existencias para que retrocedan todas las miserias y se santifiquen la tierra y los tiempos, tenaces y humildes obreros de la Gracia y del Reino del Hijo.

Paz y Bien




Arca de la Nueva Alianza









Para el día de hoy (21/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-45



Siempre es necesario animarse a ir más allá de la pura letra e internarse mar adentro de lo simbólico, de la trascendencia que nos ofrece la Palabra, ventanas al infinito.

Los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas tienen profundas reminiscencias veterotestamentarias, y es menester no pasar por alto esas señales.

En los tiempos antiguos, el rey David desplaza por Judá el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas de la Ley -señal inequívoca de la alianza de Dios con su pueblo-. Quiere llevarla a Jerusalem para hacer sagrada la Ciudad y para reafirmar su corona. En ese viaje, ha de pasar primero por la casa de Obededón, quien vive en el cerro.

María parte presurosa de Nazareth -en los llanos galileos- hacia la región montañosa de Judá, donde según la tradición se ubica la casa familiar de Zacarías e Isabel, en Ain Karem.

David se estremece frente a ese Arca que tanto representa para su pueblo y sobre la que él descubre la presencia de lo sagrado. Isabel también se conturba frente a la presencia de la joven muchachita nazarena, pues se sabe frente al Señor que palpita en el reciente embarazo de la joven galilea.

Frente al Arca, David salta y danza alegre, en alabanza al Dios que permanece fiel a la promesa. Frente a María de Nazareth, el hijo de Isabel -Juan- salta de gozo en su seno, frente a la presencia de su Dios que se crece en María de Nazareth.

En casa de Obededón el Arca permanece tres meses, derramando bendiciones a toda la familia. En casa de Isabel, María de Nazareth permanece, también, tres meses hasta que se cumplan los tiempos del nacimiento, de la nueva vida que bendice asombrosamente la esterilidad y la ancianidad de los dos venerables esposos.

María de Nazareth, madre y hermana, amiga y discípula fiel, la más feliz por haber creído en las promesas, ha recorrido un peregrinar de amor que sólo pueden encarar aquellos que calzan sandalias de humildad.
Ella es el Arca de la Nueva Alianza, porque lleva en sí a ese Dios que se hace Palabra para que el mundo recupere el habla, para que el mundo se salve, señal definitiva de un Dios que paga al contado lo que ha prometido, signo de una fidelidad sin mella, fidelidad cordial que se hace alegría, presencia, compañía perpetua en el tiempo santo de Dios y el hombre.

Nosotros también portamos en nuestros corazones y en nuestras procesiones a María de Nazareth, porque Ella nos conduce a la liberación que trae su Hijo, porque Ella abre todas las aguas cerradas, porque el camino de la Gracia es el camino del nuevo tiempo, de Dios con nosotros.

Paz y Bien 



El saludo de Dios a la humanidad








Para el día de hoy (20/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 26-38



El estilo redaccional de San Lucas nos lo advierte desde un comienzo: Nazareth es una ciudad galilea, un villorio perdido de provincias. No trae reminiscencias bíblicas, no se encuentra en el centro geográfico de Judá -como por ejemplo Ain Karem, en donde viven Zacarías e Isabel- ni tampoco en el centro religioso y político de Israel, Jerusalem. Muchos de los eruditos declaman con seriedad que nada bueno puede salir de allí, zona sospechosa de impureza, el borde mismo de la periferia.

Como en un contrapunto, la anunciación a Zacarías acontece entre la sagrada imponencia del Templo de Jerusalem, mientras que la Anunciación a María se desplaza a una aldea polvorienta que casi nadie conoce, y ese desplazamiento nos despierta cierta intuición: parece que lo sagrado -representado por el Ángel- está dejando el ámbito esplendoroso del Templo hacia la humildad de esa muchacha galilea, niña que es un templo vivo y latiente de la Gracia de Dios.

El Ángel llega a Nazareth y llega a su casa: el detalle es muy importante. En aquel tiempo, las mujeres no tenían otro derecho que el que les llegaba por los varones de la familia. Realmente, su hogar debía ser la casa paterna, y sin embargo el Evangelista señala con precisión que el Mensajero llega a su casa, signo ineludible de un Dios que llega y se hace morada en los corazones de los creyentes.

María de Nazareth es una pequeñísima flor del campo, silvestre, que casi ni se vé, por ser pobre, provinciana y mujer. Ella es transparente de tan pura y es tan hermosa en su humildad que un Dios asombroso se enamora de ella con la misma intensidad conque ama a su creación.
La esposa primera, Israel, ha sido tenazmente infiel y obstinada en su esterilidad. En María y con María, Dios celebra esponsales definitivos con la humanidad.

Ella se conmueve y seguramente se ruboriza. Es una niña que ingresa al mundo de los adultos con rapidez, y ese saludo cordial la conturba como lo hacen los humildes frente a la presencia de Dios. 
Agraciada -plena de Gracia- se descubrirá feliz porque el Todopoderoso la ama y porque ha puesto su mirada y su ternura en su pequeñez.

La entonación del Ángel trasunta un tenor de respeto y cordialidad que es infrecuente, que no se condice con nuestras ganas de creer en un Dios que impone deseos sin preguntar.
Con todo y a pesar de todo, Ella dirá Sí! desde un corazón inmaculado, desde un alma sin mancha, desde su pequeñez que se completa y magnifica por el amor de Dios, el mismo amor que le hace crecer un Bebé santo en su seno.

El Hijo que vendrá se llamará Jesús -Dios salva-. Por su padre legal, José, será descenciente de David y por ello reinará sobre la casa de David, corona judía; a su vez reinará también sobre la casa de Jacob, el reino del Norte, y ello es fundamental: unificará en su reinado al pueblo elegido, quebrantado por las guerras y por luchas intestinas, y desde allí proyectará su luz a todos los pueblos y todas las naciones en un Reino sin fin.

La Anunciación del Señor, Anunciación a María, es el saludo cordial de Dios a toda la humanidad. De un Dios que se inclina decididamente a favor de los pequeños, que exalta a los humildes, que se hace tiempo, historia, vecino, Hijo queridísimo en nuestros brazos para la Salvación, merced al Sí1 confiado y creyente de esa muchacha de sol.

Paz y Bien

Anunciación a Zacarías








Para el día de hoy (19/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 5-25



En los Evangelios suele haber ciertos signos, no tan evidentes, a los que es menester prestarle atención para contemplar toda la riqueza de la Palabra: así, cuando los Evangelistas abundan en detalles precisos, están marcando la relevancia de lo que comunican y una carga simbólica que se revelará decisiva.

El marco de referencia parece ser el gobierno de Herodes: recordemos que era un rey de origen griego -repudiado por muchos de sus súbditos- y cuya corona dependía por entero del respaldo de la potencia imperial romana que ocupaba Palestina y la sometía a un vasallaje sin límites. En ese entorno opresivo, las esperanzas de redención del pueblo se magnifican pero también se confunden en ilusiones y construcciones parciales.
Zacarías pertenece a la clase sacerdotal de Abías, e Isabel es descendiente de Aarón, por lo cual el niño que nacerá, Juan, tendrá todos los derechos y el carácter de sacerdote de Dios según Moisés. Será puente / pontífice entre Dios y los hombres, y señal de auxilio de Dios para su pueblo.

En el Templo de Jerusalem, en donde Zacarías prestaba servicio, había dos altares, el del incienso y el de los holocaustos. Ante el Santuario y en ese altar, Zacarías quema incienso, señal de que nos encontramos frente a lo sagrado, en presencia de Dios, de un Dios al que se le rinde culto en espíritu y en verdad. Misericordia quiero, que no sacrificios.

Zacarías e Isabel son justos y viven según la Ley: según los criterios bíblicos, justo es aquel que ajusta su voluntad a la de Dios. Ambos son de avanzada edad pero no han podido tener hijos, porque Isabel era estéril, símbolo del resto del antiguo pueblo que permanece fiel pero que ya no puede dar frutos, porque nadie dá frutos por sí mismo. 
En aquellos tiempos en que la enfermedad solía asociarse al pecado como consecuencia de éste, la esterilidad era, en el mejor de los casos, deshonrosa, ignominiosa. Isabel y Zacarías eran justos, pero esa esterilidad los humilla frente a los demás, y expresa que la estirpe de Zacarías desaparecerá tras su muerte cercana, y que Israel se achicará porque no habrá renuevos jóvenes.

El pueblo aguarda en oración mientras el sacerdote ofrece el incienso. Pueblo que reza, pueblo que no abdica nunca de sus esperanzas. En el ámbito sagrado del Templo, un Mensajero le lleva a Zacarías una noticia asombrosa: a pesar de ser casi un abuelo, a pesar de que todo diga que nó, finalmente serán junto con Isabel padres de un hijo maravilloso. Ese hijo será grande, restaurará las familias y preparará los caminos a Aquél que todos esperan. Ese hijo será pleno en el Espíritu de Dios. Ese hijo se llamará Juan, que significa Dios es misericordia.

Acaso porque está atado a los dictámenes de la razón, tal vez porque sus horizontes sean tan estrechos como el tiempo que le quede por vivir, por esas causas la fé de Zacarías vacila. Y con la vacilación, llega el enmudecimiento.

Como en una sinfonía con hermosos contrapuntos, la abuela Isabel se contrasta frente a la jovencísima María de Nazareth. Ella sale presurosa, mientras que su parienta se oculta varios meses, tal vez con ciertos pruritos moralistas -una abuela embarazada!-. El sacerdote calla, y la muchacha del campo canta jubilosa la grandeza de su Dios.

Siempre Dios, el Dios de Jesús y María de Nazareth, tiene buenas noticias para nosotros que nos llegan a través de sus mensajeros y de los profetas. A veces, doblegados por las durezas cotidianas, esas noticias no nos parecen tan buenas ni tan nuevas.

Como Zacarías, a veces es necesario guardar silencio, aguardando que las cosas maduren, que haya espacios en los corazones para la misericordia que nos llega. A veces es menester callar hasta que nos volvamos capaces de alabar y agradecer con palabras claras y desde la Palabra que está entre nosotros.

Paz y Bien

Dios en la historia










4° Domingo de Adviento

Para el día de hoy (18/12/16):  

Evangelio según San Mateo 1, 18-24




El Evangelio de Mateo tienen un carácter especialmente josiano, en contraste con el Evangelio de Lucas cuyo talante es preponderantemente mariano. Ello así porque San Mateo escribe, en primer lugar, para los cristianos provenientes del judaísmo, para quienes la ascendencia davídica del Mesías es esencial.

Por eso la lectura que hoy nos convoca debe ser reconocida, con toda exactitud, como la Anunciación de San José teniendo en cuenta la importancia decisiva que tendrá el carpintero de Nazareth en el plan de Salvación.

José es descendiente directo del rey David, y esa descendencia que le otorga José al niño que vendrá es fundamental: Jesús seerá también -según la antigua forma de expresarse- hijo de David y por ello legítimo heredero de la corona de Israel, tal como sería el Mesías prometido. Más aún, por el vínculo de José de Nazareth, en Jesús se cumplirán acabadamente todas las profecías de su pueblo.

La lectura tiene un planteo extraño, desacostumbrado pues nos refiere acerca de las dudas de José, pero sobre el embarazo santo de María no quedan dudas pendientes. Ella espera un bebé, y lo hace por obra del Espíritu Santo.
Por aquellos días, los esponsales judíos constaban de dos etapas: una, la celebración propiamente dicha que implicaba legalmente que un hombre y una mujer -según nuestros criterios actuales, una niña- estaban formalmente casados, y la otra, que luego de transcurrido un año de los esponsales el esposo conducía de manera solemne a la esposa al hogar familiar, inaugurando la convivencia y la consumación. Así pues el embarazo de María acontece, justamente, en ese lapso en el que los esposos aún no conviven.
Según los rígidos criterios imperantes en ese entonces, un embarazo que se gestara antes de la convivencia de manera casi indefectible conduciría a inferir adulterio, y la pena para ese pecado era capital, la lapidacón a las afueras de la ciudad. Pero hay más, siempre hay más.

San Mateo lo advierte: José de Nazareth era justo, y esa justicia implica a un varón que observa la Ley -o sea, que vive según su Dios-, pero más todavía, que ajusta su voluntad a la voluntad de Dios. Se trata de un tiempo nuevo, y en José hay una superación de la Ley que sólo sucede en el ámbito de la caridad y la compasión. Esa necesidad de un repudio silencioso responde, en parte, al amor a su esposa y a sus ansias de no provocarle un daño irreparable o una injuria pública.
Pero el hijo que se crece en María de Nazareth viene de Dios, y José está ante un misterio divino que lo excede y lo sobrepasa. Los justos actúan ai, sienten de esa manera, no soy digno de que entres en mi casa, quién soy yo para que me visites, apártate de mi que soy un pecador.

José duda, pero esas dudas no son por María, sino sobre sí mismo, y por ello quiere irse. 

La voz de un Mensajero -voz misma de Dios- le aclara el horizonte durante el sueño. Nunca, jamás y por ningún motivo hay qye dejar de soñar.

Por José de Nazareth Jesús será descendiente de David y en Él encontrarán razón y ratificación todas las profecías. Por José de Nazareth Jesús tendrá una clara identidad como hijo de su pueblo y heredero de la fé de sus mayores, y nó un oscuro niño sin padre ni historia. 
Nosotros tal vez hemos perdido la real dimensión, pero otorgarle el nombre a un hijo es importantísimo: un nombre revela carácter, identidad y misión y proyecto en la vida. El niño que se está gestando y que llegará en breve revela su trascendencia desde el nombre que su padre le otorga, Jesús: Dios Salva.

Por José de Nazareth Dios ingresa a la historia humana en urdimbre milagrosa, tiempo santo de Dios y el hombre. 
Dios prodigará salvación con la fiel participación de los hombres que esperan y confían.

Paz y Bien

Genealogía espiritual








Para el día de hoy (17/12/16):  

Evangelio según San Mateo 1, 1-17



Un acercamiento historiográfico a las dos genealogías de Cristo presentes en los Evangelios pueden llevar a confusión. Mientras la de Lucas es ascendente hasta Adán, la de Mateo desciende hasta Abraham; ambas difieren especialmente en la cantidad de generaciones y en algunos nombres. Bajo el mismo criterio de aproximación, podría inferirse que se trata de una construcción poética o literaria que intenta justificar en ambos casos el origen real de Jesús de Nazareth y, por ende, su derecho natural a reclamar la corona de Israel.

Ése, precisamente, es el primer error. Los Evangelios no pretenden en ningún momento exhibir rigor de crónica histórica, sino que son más bien crónicas teológicas, es decir, espirituales. Por ello su acercamiento veraz es a través de la fé.

En el caso que nos ofrece la liturgia del día, la genealogía de Mateo es aúm más extraña. En aquella época, los árboles familiares se definían por los varones de la familia, quedando las mujeres relegadas a sus vínculos con ellos.
Aquí nos encontramos con cinco mujeres que son un hito fundamental en esta paciente urdimbre de siglos: Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, que como ríos caudalosos desembocan en María de Nazareth.

Asombroso dibujo de Dios. La historia parece que no la deciden los reyes y guerreros, y sí en cambio las mujeres y los niños.

Tamar engaña a Judá, y concibe un hijo de esa relación ilegítima. Ese hijo portará la promesa de su Dios para con su pueblo.

Rahab, la prostituta de Jericó, sin la cual las fuerzas judías no podrían haber ingresado a la tierra prometida.

Rut la moabita, la extranjera que ama y es fiel, y merced a la ley de Levirato se convertirá en abuela del Rey David.

Betsabé, la esposa de un alto oficial del ejército judío, seducida brutalmente por David. Aún así, será la madre del rey Salomón.

Deliberadamente Mateo se olvida de las grandes y gloriosas matriarcas de su pueblo como Esther, Sara y Rebeca, sugiriéndonos una tendencia extraña en la voluntad de Dios.

La Madre del Señor, descendiente de David -rama del tronco de Jesé- es una muchachita, casi una niña, de aldea polvorienta a la que casi nadie vé. Pero el Dios del universo de ha enamorado de ella, y Ella con su sí inaugura los tiempos definitivos, los tiempos de la Gracia, los tiempos de la Salvación.

El Redentor llega a la historia humana por caminos extraños, por caminos muy humanos, tan humanos que a menudo están teñidos de sombras, senderos desviados por el pecado y las miserias.

Desde los mismos márgenes de la existencia, la vida de Dios se abre paso tenaz, obstinada, amorosa y fiel.

Paz y Bien


La lámpara que resplandece








Para el día de hoy (16/12/16):  

Evangelio según San Juan 5, 33-36



Las autoridades religiosas habían enviado a sacerdotes y levitas desde Jerusalem para estudiar e indagar a Juan, su encendida prédica a la conversión, su bautismo prodigado a tantos que en verdad querían regresar a Dios. 
Envían expertos e inspectores con un único cometido, que es determinar la posible patología o tal vez la blasfemia del Bautista. Se estaba volviendo demasiado influyente y  por eso mismo peligroso, y esa inspacción buscaba silenciarle mediante la imposición de rótulos de locura o de heterodoxia. No debe de extrañarnos, pues a menudo, frente a la fresca irrupción de un profeta, se despachan veloces tamizadores de ortodoxias que suelen esgrimir la espada del silencio pero nunca el abrazo de la misericordia. Detectores feroces de todos los errores, las apostasías y los dogmas vulnerados, soberbios defensores de Dios.

La diferencia es demoledora. La misión de Juan es iluminar en medio de las sombras, resplandecer para que las miradas se enfoquen en el Cristo, y la misión de Cristo es la salvación de todos los hombres y todos los pueblos. La misión de esos hombres es suprimir a los profetas y censurar las voces jóvenes, buenas y nuevas.

El Maestro insiste en ello reiterando el término testimonio: esto es crucial. Para la legislación judía vigente en su tiempo, la veracidad de un testimonio había de sustentarse mediante el concurso de dos testigos. 
La verdad de la misión redentora del Señor, para esa mentalidad, se sustenta mediante el testimonio de Juan el Bautista y del mismo Cristo mediante sus obras, que hablan por sí mismas del amor de Dios. De allí la afirmación del Maestro: su misión no requiere -para nada!- de la argumentación de apólogos o abogados, pero en este caso se trata de la salvación de esos hombres severos y presos en sus esquemas mezquinos. Son sin dudas el enemigo, pero el corazón sagrado del Señor sangra por ellos también, por su redención.

Juan era una lampara resplandeciente en medio de tantas sombras, de tantas angustias, de tantas esperanzas resignadas, manteniéndose como señal de auxilio para el pueblo que anda en sombras.
Hoy también otros tantos, humilde y tenazmente, se encienden de fidelidad y servicio. Hoy también se desconfía de ellos, se los desprecia, se los censura con inusitada rapidez por romper los moldes, porque la humildad molesta, porque la verdad lastima ciertos oídos rígidos e incomoda a los poderosos. Profetisas de cocinas para los pobres, sacerdotes del humilde y paciente servicio, religiosas de  la oración cotidiana, profetas de barrio, todos los mensajeros que nos sostienen en la esperanza. Un hermano queridísimo que hoy lleva las sandalias de Pedro.

Que Dios nos siga encendiendo testigos fieles y obstinados.

Paz y Bien

Elogio del Bautista








Para el día de hoy (15/12/16):  

Evangelio según San Lucas 7, 24-30




Estamos en los umbrales de la Navidad. Es tiempo propicio y urgente, y la Palabra nos ubica en una disyuntiva tal que no queda otra que hacer opciones fuertes, definirse, ubicarnos del lado de aquellos que se saben pecadores y necesitados de conversión y de regreso a Dios o bien en la vereda de aquellos que por ciertas prácticas religiosas o por mera pertenencia eclesial se consideran exclusivos adjudicatarios de las bondades divinas, y así -autosatisfechos con sus existencias- no se consideran necesitados de nada, frustrando el plan de salvación que Dios sueña para cada uno de nosotros, para todos.

El elogio del Bautista que expresa Jesús de Nazareth tiene que ver con su vocación profética, con su fidelidad sin mella, con su inquebrantable estatura ética, con su talante humilde, con su voz clara que hoy mismo sigue allanando corazones, preparando la llegada del Salvador.

Una caña era el símbolo del poder herodiano que se reflejaba en las monedas que en su época se acuñaban; a su vez, una caña oscilante refleja las veleidades torpes de los que se aferran al poder temporal, los que acumulan dominio y oprimen al prójimo, el poder a cualquier costo y de cualquier manera, los que se doblegan ante las vanas tentaciones del mundo, que apabullan pero que suelen diluirse con rapidez, lo que no permanece y perece.
Juan es firme como un roble y no se inclina ni aún en las mazmorras herodianas, mientras se trama su homicidio. Juan sólo se inclina ante su Dios y en Él está su seguridad y su fortaleza.

Juan no se deja esclavizar por las apariencias ni es devoto de la pompa y el boato de los poderosos. Juan es pobre de medios, pues el tesoro de su corazón está en otro lado.

Juan es fiel y coherente con su fé hasta las últimas consecuencias. Un profeta y más que un profeta, el Precursor que prepara los caminos del Señor, la voz de Dios que clama en el desierto que es encuentro y profecía.

Juan es humilde. Su fuerza, su alimento y sus certezas están en Dios, y aún cuando vacile su razón, no abandona su misión ni se resigna.

Es menester, en este tiempo santo, volver al contemplar el bautismo en su vertiente de muerte y renacimiento a una vida nueva, converger hacia Dios y hacia el hermano en la ternura de un Niño que es nuestra Salvación.

Paz y Bien

Preguntas de Adviento









Para el día de hoy (14/12/16):  

Evangelio según San Lucas 7, 19-23




Bravo momento el de Juan. Languidecía su inocencia en la mazmorra herodiana, y en los salones de palacio -como en una ruleta cruel y sangrienta- se decidía su muerte de manera caprichosa. 
En los momentos críticos salen a la superficie defectos y virtudes, opacidades y luces, y la fé se pone en entredicho. Más aún, la real dimensión de la fé expresa su talla en esas instancias, cuando todo parece hundirse, cuando el horizonte se desdibuja cerrado o inexistente.

Temeroso Juan, poblado de incertidumbre y aún así enorme en su integridad y firme en su fé. Ni el miedo ni la tiniebla que lo circundan pueden con su corazón de profeta ni con su fidelidad a la verdad.

Él imaginaba y sostenía a un Mesías durísimo, terrible, un Mesías de azufre y fuego que impartiría venganza a aquellos que no se convirtieran a tiempo. Pero Cristo, el Servidor manso y sufriente, no se adaptaba a las viejas molduras. 
Príncipe de Paz, Dios con nosotros, desplegaba sin excepciones una bondad asombrosa, el santo designio de un Dios que es salud y luz, palabra y liberación, Buena Noticia que se anuncia a los pobres, vida que se prodiga en alegre detrimento de una muerte que no tiene la última palabra.

Juan lo había reconocido como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, a impulsos infinitos del Espíritu de Dios. Él tiene sus dudas, y la razón no le brindas las respuestas suficientes, pero es ante todo un hombre de fé, un hombre que quiere seguir creyendo, un hombre que contempla y venera la verdad.

Adviento es un tiempo santo, una bendición que se nos ofrece para volver a preguntarnos si Cristo es en verdad Señor de nuestros corazones o si andamos buscando algo o alguien más.
Ni regresión a pasados confusos ni fugas a futuros imaginarios, sino fecundar el presente, tiempo propicio de Dios y el hombre, con el Dios que nos llega humilde, pequeño y pobre, un Niño en nuestros brazos.

Paz y Bien

Construcciones morales








Para el día de hoy (13/12/16):  

Evangelio según San Mateo 21, 28-32





Una clave para la contemplación del Evangelio para este día es el espacio, el ámbito en donde acontece lo que expresa la lectura: Jesús de Nazareth se encuentra en el Templo de Jerusalem y allí, precisamente allí, les habla a la dirigencia religiosa, los sumos sacerdotes, y a los ancianos/notables del pueblo judío, una suerte de nobleza laica y relevante por su influencia y poder. La política y la religión conjugadas bajo el poder.

No deja de impresionar: la omisión a la mención de los discípulos colocan al Maestro sólo frente a todos esos hombres que, en el mejor de los casos, le profesaban un encono encendido y feroz.
En la escena anterior, que hoy no leemos, esos mismos hombres habían cuestionado las palabras y el proceder de Cristo, desconociéndole cualquier tipo de autoridad santa o de origen divino, clasificación muy peligrosa en la ortodoxa Jerusalem.

La parábola del Maestro es magnífica, inteligentísima. Esos hombres doctos y eruditos son versados en muchos temas; a veces, cierta jactancia intelectual se vuelve una trampa en sí misma, pues carece del marco de la humildad que pone las cosas en su lugar, en justicia, y así ellos tropiezan en con propia respuesta que no tiene hambre de verdad, sino ínfulas de soberbia y dominio.

En aquella época las prostitutas y los publicanos pertenecen al escalón moral más bajo en la consideración de valores y bajo los criterios de moralidad imperantes. Es decir, era muy difícil encontrar alguien más bajo que un publicano o que una prostituta. 
Ellos precederán a todos esos hombres piadosos y extremadamente religiosos por los senderos del Reino de Dios, pues aunque en su vida anterior parecieran decirle no a Dios en su proceder habitual y cotidiano, escucharon en Juan al llamado de Dios a la conversión y a la justicia y ahora siguen los pasos de Cristo, en espíritu y en verdad, con frutos tangibles que se viven pero que no se declaman. 

En cambio, esos sumos sacerdotes y esos ancianos, que se siente autorizados a discriminar hacia quienes llegarán los favores divinos y quienes quedan fuera, esos hombres que parecen actuar según su Dios porque todas las apariencias así lo indican, son apenas una higuera vistosa que no dá frutos. No escucharon al Bautista y por eso no se con-virtieron, y así permanecen en su per-versión. En su obstinada soberbia tampoco reconocen en Jesús de Nazareth al Mesías de Dios.

Al igual que en muchas instancias históricas, se suelen levantar construcciones morales que pretenden filtrar el acceso del pueblo a las bondades y bendiciones divinas, como si unos tuvieran más méritos que otros, construcciones escasas y restrictas que sólo hacen daño y execran gentes, aplastando corazones. El Dios Abbá de Jesús de Nazareth no hace acepciones de personas ni tampoco excepciones, Dios de amor y liberación.

Habría que indagar, corazón adentro, si gustamos atrincherarnos en esas construcciones. O, mejor aún, con cual de los dos hermanos nos identificamos.

Pero el Adviento también nos recuerda y hace presente que con todo y a pesar de todo, ambos pertenecen a las entrañas de misericordia de Dios. Ambos son hijos.

Paz y Bien

María de Guadalupe








Nuestra Señora de Guadalupe, Patrona de América

Para el día de hoy (12/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-48



Aconteció una mañana hace más de cuatro siglos. En estas tierras, periféricas de un enorme imperio, recibíamos la visita de la Madre de Dios con temor y temblor, con ternura entrañable. 

Visita incómoda, visita de una Buena Noticia asombrosa. No hay palacios ni notables: allí está Juan Diego, al que casi nadie vé.

Pero el Dios de María de Nazareth -Abbá de Cristo- se inclina con alegre parcialidad a favor de los pobres y los pequeños, el Dios que derriba a los poderosos de sus tronos, que dispersa a los soberbios, que exalta a los humildes, el Dios magnífico que inspira su existencia y se hace canción de liberación.

Día de gozo, para que el corazón salte y baile. Día de oración y memoria, que no estamos solos.

Día de preguntarnos como aquella mañana y junto a Isabel, ¿quienes somos para que la Madre del Señor venga a visitarnos?
La más feliz tiene una felicidad que comparte y contagia. Visita santa de la que se ha quedado entre nosotros. Y donde está la Madre, está el Hijo.

Huey Tonantzin!
Salve Madre de Dios!

Dios guarde a México, a Latinoamérica, a toda la Iglesia, a todos los pueblos.

Paz y Bien

Señales del cielo








3er Domingo de Adviento

Para el día de hoy (11/12/16):  

Evangelio según San Mateo 11, 2-11



La pregunta que le hace Juan al Maestro a través de sus discípulos es sorprendente y puede aparejar cierta clase de desconcierto: -¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?-

Representémonos por un momento la escena: el Bautista languidece en las mazmorras de Herodes, encerrado como un loco o un criminal peligroso. Sin está confundido con las palabras y las actitudes del joven rabbí galileo al que él, sin vacilaciones, ha señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
A pesar del encierro y de la torpe acción de los poderosos, aún cuando no entiende del todo lo que está sucediendo, actúa con franca nobleza: del modo que puede - a través de discípulos suyos- manda a preguntar al Maestro aquello que le causa profundas dudas y que cuestiona su confianza y su misión.

El tenor de la pregunta es acorde a las expectativas mesiánicas del Bautista. Aferrado a los criterios veterotestamentarios, esperaba un Mesías de fuego, bravo y terrible que entre nubes de azufre purificara violentamente a su pueblo, restaurándolo a su pureza primigenia. Pero este Cristo bendice a los enfermos, manda amar a sus enemigos a sus amigos, anuncia la paz y en todo expresa la misericordia de Dios como un servidor sufriente. Por todo eso, sus dudas son legítimas, y quizás la virtud esté precisamente en no quedarse en la oscuridad que lo embarga.

Juan y los demás deben prestar atención a los signos mesiánicos: los ciegos ven, los lisiados caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia. Todo ello responde a los interrogantes que se plantean acerca de la persona del Señor, de la presencia de Dios con nosotros. Porque el Creador no llega hasta nuestras existencias con el cadalso listo, sino con cantidades infinitas de amor, de justicia y de bondad.

Aún con todas sus dudas, Juan es un enorme profeta. Más todavía, es el creyente más grande, al que hay que prestar atención como Precursor de Cristo. Los poderosos como Herodes son como cañas que oscilan por el viento, poderes efímeros que se desvanecen en el tiempo. Los profetas no se acomodan en palacios ni se revisten con lujos o símbolos de prestigio. A los profetas verdaderos se los encuentra invariablemente en las afueras, en las periferias, en todos los desiertos. Allí será el ámbito propicio para el reencuentro con Dios.

Juan es el más grande, pero el más pequeño del Reino es mayor que él, porque el Reino sucede en la dinámica santa de la Gracia, y Juan se queda en sus umbrales.

Nosotros también nos confundimos y dudamos cuando campean las sombras, cuando se nos cierra la razón por los oscuros devaneos de la cotidianeidad, cuando el poder parece volverse omnímodo y ferozmente brutal, tan fuerte que no hay nada que se le oponga.
Cuando esas dudas nos aquejen, cuando nos duela el desconcierto, hay que orar, orar sin descanso, seguir confiando. Y estar atentos a las señales del cielo, señales de amor, de justicia, de paz, de compasión, de misericordia. Esas señales que acontecen con humilde tenacidad, son el signo cierto del obstinado amor que Dios nos tiene, de su presencia, del tiempo santo de Dios y el hombre.

Paz y Bien

Precursor









Para el día de hoy (10/12/16):  

Evangelio según San Mateo 17, 10-13



Es menester, ante todo, situarnos en el contexto previo al desarrollo de esta lectura: el Maestro, junto a tres de sus discípulos, se habían transfigurado en la cima del monte Tabor. Ellos lo habían visto conversar con Elías -los profetas- y Moisés -la Ley. Precisamente en ese asombro y ese interés surge la pregunta acerca de Elías.

Elías era una figura entrañable y ansiada para el pueblo judío. Los estudiosos de las Escrituras -los escribas- aseveraban, basándose en las profecías de Malaquías, que Elías regresaría en las postrimerías de la llegada del Mesías, renovando los lazos familiares y restaurando en Dios las tribus judías. Por lo tanto, la presencia de Elías implicaba la inminencia del Mesías.

La erudición no es sinónimo de sabiduría. Los escribas caían en el terrible error usual que es la lectura superficial de los signos y los hechos de la historia, la banalización de las señales, el no querer aceptar lo evidente. Hoy esa ceguera probablemente -además de la soberbia- se alimente con la ideología y la propaganda.
La conclusión es inevitable: Jesús de Nazareth no es el Mesías porque en verdad Elías no ha llegado.

Para el Maestro, Elías ya se ha hecho presente en la misión de Juan el Bautista. Sus gestos, sus palabras y la integridad de su vida dan fé de la trascendencia de su misión. Sin embargo, no le reconocieron y lo despreciaron, e hicieron con él lo que sus caprichos e intereses les dictaban. 
No es un dato trágico más, y se trata de un gravísimo error y un infame pecado. Desconocer al precursor es desconocer al mismo Dios, y desoír el santo llamado a bendecir la familia por la reconciliación y procurar el bien para el pueblo.

El Adviento viene a recordarnos que sigue habiendo precursores, mujeres y hombres de Dios que humilde y tenazmente siguen encendidos, como señales de auxilio para nuestra gente y para todas las naciones, señales firmes y tenaces de un Dios que es y está, un Dios que nunca se desentiende de la historia, un Dios que siempre está a las puertas de nuestras existencias, Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.

Paz y Bien

Caprichos









Para el día de hoy (09/12/16):  

Evangelio según San Mateo 11, 16-19



En la lectura que nos brinda la liturgia del día, el Maestro se vale de una imagen de juegos infantiles para expresar su crítica a ciertos sectores que le oyen pero no le escuchan. El término generación quizás resulte demasiado abarcativo, y su significado primero refiere a los dirigentes religiosos de esa época, escribas, fariseos y saduceos.
Esos hombres eran profundamente religiosos, pero a su vez estaban atrapados por el entramado legalista de la religiosidad que representaban y conducían. Primaban sus esquemas pero nó su Dios, aunque declamaran piedad y devoción; de ese modo, todo aquello que no se amoldara a sus criterios se execraba con críticas impiadosas y brutales.

Era una actitud caprichosa, la misma de aquellos a los que nada satisface ni conviene. Cuando crece demasiado el ego, no hay sitio ni para Dios ni para el prójimo. Nada les conforma y no se trata de elogiar actitudes antiacomodaticias. Se trata de la crítica porque sí, la expansión de los chismes, los murmullos que socavan, el rostro en rictus amargo que revela una vida des-graciada.
En realidad, si ahondamos un poco, esta actitud es conveniente a todos aquellos que exhalan críticas de continuo pues de ese modo nada vá a cambiar. Criticar para que todo permanezca igual.

De esa manera, el Bautista -profeta en el desierto, ascético e íntegro- es quizás demasiado religioso, un loco místico demasiado sagrado. Pero lo que dicen el Maestro es muy peligroso, aunque sólo apareciera como una expresión de desprecio dedicada a menoscabarlo ante el pueblo.
Esa actitud es conocida en nuestros tiempos, tantas personas ajusticiadas en los medios sin justicia y sin poder defenderse.

El Maestro compartía afablemente la mesa con pecadores, con fariseos, con publicanos. De allí se valían para sindicarlo como un glorón y un borracho: la acusación es grave, pues en Dt.21 esa actitud implica, lisa y llanamente, la pena capital. 
Igualmente, encontrarían mil maneras de expresar su desagrado porque el Maestro era nazareno, galileo, pobre, blasfemo. O los de este tiempo porque el pontífice anterior era alemán y frío y este -Dios nos libre- es sudaca y habla como un curita de pueblo, o porque muchos profetas contemporáneos no tengan pergaminos, o porque se ha preclasificado al prójimo en alguna insomne categoría de desprecio caprichoso.

Abandonar las costumbres, lo habitual, no es sencillo. Requiere un gran esfuerzo cordial, y más aún si esa mansa rebelión implica compromisos y muy especialmente conversión.
El Adviento, tiempo santo y bendito que se nos ofrece, es el llamado a desandar esos pantanos y encaminarnos por la huella del Evangelio, en justicia y verdad, en caridad y compasión, en humildad y servicio.

Paz y Bien

El Sí de María, el Sí de Dios








La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María

Para el día de hoy (08/12/16):  

Evangelio según San Lucas 1, 26-38




Nos caímos del paraíso.

El hombre y la mujer se esconden, y hay una vergüenza que los hace ocultarse. No se trata tanto de una desnudez física sino, tal vez, los despojos vanos que le quedan a una vida que abandona con soberbia la presencia de Dios. Y por ese pecado ingresó la muerte, tan brutal la ruptura de una eternidad cotidiana y natural.

Aún así, con todo y a pesar de todo y cuando la contundencia de la muerte pareciera definitiva, el Creador es un Dios tenaz que no abandona su creación. Con paciencia infinita fué tejiendo en la historia el rescate de esa humanidad caída, Él mismo interviniendo en la historia haciéndose salvación que se llega a nuestra cercanía, un pariente, un amigo, un hermano, un Hijo de nuestro corazón.

Una muchachita judía de aldea ignota será, merced a ese amor inquebrantable de Dios, quien inauguraría los tiempos definitivos y plenos, la nueva Eva, madre de todos los vivientes.

La vida plena se abre paso desde los márgenes, desde donde nada bueno ni nuevo se espera. Dios exalta a los pequeños, Dios hace plena a la más pequeña, y Ella es feliz por creer, por hacer carne la Palabra que ha escuchado con atención y que ha atesorado en las honduras de su ser.

Su Sí! transforma la historia de la humanidad. Desde María de Nazareth acontece un giro maravilloso, pleno de bendición y grávido de alegrías porque ante todo, su Dios y el nuestro ha dicho Sí! a todas sus hijas e hijos, Sí a la vida, Sí al perdón, Sí a la salvación, Dios todopoderoso porque ama sin medidas.

María de Nazareth, Madre Inmaculada del Adviento no es una excepción única en el género humano sino más bien una promesa y una vocación para todos los pueblos y todas las gentes, vocación de santidad para recibir humildes, felices y esperanzados al Hijo que es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.

Salve, Madre de Dios!

Paz y Bien

Yugo









Para el día de hoy (07/12/16):  

Evangelio según San Mateo 11, 28-30




Para los oyentes del Señor, el yugo era un elemento conocido, casi cotidiano. Mediante ese pesado arnés de madera se uncían los bueyes -el animal de trabajo y potencia por excelencia- para doblegar su cerviz y hacer que anduvieran por el surco que labraban o por la ruta que debían seguir; de allí quizás el mote de bestia de carga, el animal que no piensa y que carece de iniciativa propia, sólo se limita a que lo lleven de aquí para allá según la utilidad del dueño.

En aquel tiempo, esas gentes padecían yugos que les imponían con dura crudeza. El yugo de una religiosidad severa, que se expandía en múltiples reglamentos sin corazón ni misericordia imposibles de cumplir, cierto modo de imperialismo espiritual, de sometimiento demoledor. Pero también debían afrontar a varios opresores: el yugo romano y el yugo de Herodes, sus impuestos intolerables, sus voces acalladas, su dignidad aplastada.

¿Cómo no iban a renacerles las esperanzas? El Maestro los invitaba a llevar su yugo leve y bondadoso, un yugo liberador, la señal decisiva del amor de un Dios que los busca, de un Dios que se desvive por su bien.
Ese yugo compromete la totalidad de la existencia. Nos volvemos libres para y no libres de. La verdadera liberación es el paso de la servidumbre al servicio, desde la humildad y la mansedumbre, una humildad que nos ubica en el plano de Cristo y, por ello mismo, en la realidad de nuestras existencias, humildad que no es sumisión sino más bien el vivir con la responsabilidad y el compromiso de las hijas y los hijos de Dios.

Maravillosa noticia para los que están agobiados, para los doblegados por todos los cansancios. Misión también para toda la Iglesia el servicio desde la mansedumbre, desde la humildad, desde la generosidad incondicional y sin estridencias.

Como un silencioso signo de esa vocación, nuestros sacerdotes utilizan la estola, tal vez símbolo también de ese yugo que sana, salva y libera.

Paz y Bien

Dios sale al encuentro








Para el día de hoy (06/12/16):  

Evangelio según San Mateo 18, 12-14




Demasiados reglamentos religiosos estaban vigentes en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth -¿sólo en esos tiempos?-. Esas normas rigurosas delimitaban el acceso a las celebraciones sagradas y a la vida piadosa a un número creciente de publicanos y pecadores públicos; a su vez, es necesario tener en cuenta que la colonización de mentes y corazones no es un fenómeno reciente, y en esa inteligencia otros tantos se autoexcluían de los beneficios divinos por resultarles imposible encontrarse entre el reducido número de los aptos, los puros, los reverenciables, los religiosamente correctos.

No es cosa de espantarse, claro está. Como siempre, se trata de hombres severos y profundamente religiosos que creen portar atribuciones suficientes para condicionar en los demás el acceso al amor de Dios, reglamentando el culto y la plegaria, una espiritualidad de ceño fruncido, un Dios severo y distante aislado en un cielo exceptuado de sonrisas. Nunca Abbá.
Como siempre, hay que regresar al Padre bondadoso de Jesús de Nazareth.

En la asombrosa dinámica de la Gracia, no cuentan tanto los méritos que se acumulan como la insondable ternura de un Padre que sale de sí mismo al encuentro de lo que está perdido, de lo que nadie busca, de lo que se razona y justifica su extravío y su pérdida. Un Dios que alegremente nos disuelve los no se puede, los nunca, los jamás. 
No hay miseria mayor que, siquiera, se arrime a los umbrales de la misericordia.
Con todo y a pesar de todo, a este Dios le duelen las hijas y los hijos abandonados y descartados. Todos cuentan, todos, sin excepción, y el reencuentro con los perdidos siempre es motivo de celebración.

El Adviento -tiempo santo de Dios que sale al encuentro- nos vuelve a ubicar en perspectiva santa, en esa misericordia que rescata, transforma y compromete. Está en nuestras manos dejarse encontrar por ese Dios incansable, que nunca baja los brazos, que no conoce resignaciones ni deserta en su profundo afecto.

Paz y Bien

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