El Verbo se hace carne, historia, tiempo, uno más entre nosotros para que la humanidad recupere la voz.
















Para el día de hoy (31/12/19):  

Evangelio según San Juan 1, 1-18






Dios es Palabra, Verbo que crea.

Como Palabra, siempre se expresa y ha buscado desde el comienzo mismo de los tiempos el diálogo con las creaturas. Los amores se crecen en la cercanía, cuando se dialoga, cuando se dicen cosas, cuando se escucha.

El primer paso de ese diálogo cordial es la creación misma. Dios se expresa amorosamente a través de la belleza insondable de la naturaleza, de los misterios inmensos del universo, de la vida que brota pujante. Aún así, no hemos sabido ni querido escuchar. Peor todavía, en nuestra soberbia hemos embestido sin piedad con descuido agresivo contra esa naturaleza que es don, es regalo, es casa común.

Pero ese Dios Palabra jamás bajó los brazos.

Así entonces lo intentó sin descanso a través de hombres cercanos a Él, los profetas. De ellos, el último y el más grande fué Juan, llamado el Bautista, hijo de Zacarías e Isabel. Era sólo un hombre pero todo un hombre, resplandeciente de integridad, pleno de verdad, a tal punto de reclamar disminuirse a sí mismo para que ese Dios del cual era fiel portavoz y testigo creciera a los ojos del pueblo.
A Juan y a los que fueron como Juan nos encargamos de regalarles nuestro desprecio, de brindarle oídos sordos, de ejercer todo tipo de violencias y supresiones.

Pero contra toda previsión o lógica, Dios seguía confiando.

Es imposible hablar acerca de Dios, hay un abismo ontológico entre la eternidad y nuestras pequeñísimas y acotadas existencias. Es nada lo que podamos decir o aseverar, ni por lejos nos acercamos.
Pero era menester de su bondad que abandonáramos los mutismos que impiden comunicarse, descubrir y ser descubiertos.

Ese Dios Palabra de Vida y Palabra Viva persistió en su tenacidad.
La Palabra se hace carne, historia, tiempo, uno más entre nosotros para que la humanidad recupere la voz.

Dios se hace asombrosamente cercano, un vecino, un Padre que nos ama, una Madre que nos cuida, un Hermano siempre disponible, un Hijo que se nos adormece en nuestros brazos.

Paz y Bien

La profetisa Ana, la bendición de una abuela santa y cordial
















Para el día de hoy (30/12/19)  

Evangelio según San Lucas 2, 22. 36-40








El Templo es enorme, y los grupos de peregrinos muy nutridos. El humo del incienso y de la grasa animal que se quema en los holocaustos del culto desvían un poco más cualquier mirada.

Allí, dos jóvenes esposos con un bebé en brazos se confunden entre la multitud. Se les nota la pobreza en las ropas y en las ofrendas humildes, se les adivina el origen en el acento galileo que portan. Son bien judíos, fieles a la fé de Israel que les han legado sus mayores. 
Aún así, entre el gentío pasan inadvertidos -los sacerdotes son los primeros en ignorarlos con exactitud- y es el mismo Dios que se llega de incógnito, sin estridencias ni aspavientos.

Así las multitudes distraídas en sus preocupaciones no lo ven. Los sacerdotes, aferrados a la exactitud litúrgica, tampoco; debe ser que olvidaron a Aquel que daba sustento y sentido y hacia quien se dirige el culto.
Sin embargo, una abuela de ochenta y cuatro años de edad que pasaba sus días en oración y ayuno, no los pierde de vista. Especialmente a ese niño muy pequeño que llora de a ratos.

Hay un encuentro profundo entre una vida que comienza en ese Niño y otra que en apariencia está llegando a su fin. A pesar de todas las convenciones, esa Ana cargada de años está más viva y plena que muchos de los que acudían al Templo. En apariencia no tiene hijos, pero no obstante ello se convierte en abuela de ese Cristo nacido, del mismo modo que Él, en la plenitud de su ministerio, enseñaría que hay raíces mucho más hondas que los simples lazos sanguíneos.
Y como toda abuela orgullosa, cuenta las maravillas de ese Niño pobre a todos los que no han resignado sus esperanzas, y quizás la evangelización se exprese de ese modo.

El corazón de Ana desmiente todas las previsiones de mortalidad cercana, de descarte de los viejos. Todos somos importantes y valiosos y útiles. Más aún, no es arriesgado afirmar que sin muchas Anas de la oración constante y servicial, hace un buen rato que todo se nos hubiera derrumbado, tan empeñados que andamos en tonterías, tan olvidadizos en el cuidado de los extremos de la existencia misma, los niños y los abuelos.
Anas maravillosas que nos vuelven a recordar que a Dios se le puede encontrar a pesar de la bulla y de la masa tan inhumana, en la sencillez y en el silencio, humildemente presente, un Niño a cobijar en nuestros brazos y en nuestros corazones.

El Evangelista Lucas nos regala también una imagen que no podemos pasar por alto: luego de cumplir con sus deberes religiosos, la Sagrada Familia regresa a su querencia galilea. Allí en Nazareth el Niño crecerá y se fortalecerá en familia y en sabiduría. La Gracia de Dios está con Él y en Él.
Dios se ha hecho uno de nosotros en el seno de una familia que lo ama, de un pueblo con su historia, su religión, sus problemas, un signo exacto de su plena humanidad asumida por amor y bondad infinitas.

Paz y Bien

Sagrada Familia: Nazareth, allí donde el Niño crece a la sombra hermosa de sus padres















La Sagrada Familia de Jseús, María y José

Para el día de hoy (29/12/19):  

Evangelio según San Mateo 2, 13-15. 19-23





La respuesta de José de Nazareth tiene un distingo muy específico, y es su prontitud, su urgencia que excede el peligro inminente que se cierne sobre su Niño. 

El ángel lo anoticia en un plano de sueños, ámbito bíblico de revelaciones, pero también carácter primordial de los hombres que se aferran a la vida, que tienen proyectos, los hombres que por ningún motivo dejan de soñar.

Pero José no vacila ni se demora. En su humilde corazón servidor y fiel la vida halla refugio, en su constancia la Madre y el Niño estarán seguros, en su constancia Dios se explaya y se cumplen las promesas, tiempo santo de Dios y el hombre.

Se han tenido que ir a toda prisa por los celos de poder de un gobernante inescrupuloso. Es un títere de Roma que a su vez es bruto e infame, rápido para matar y para justificar cualquier muerte en pos de ese poder que detenta sin menoscabos. 
José, su esposa y el Niño emprenden el camino del exilio egipcio, aún cuando él no sepa ni tenga en claro cuanto tiempo deberá quedarse allí.

Egipto está al sur de Israel; más allá de los ladrillos y la esclavitud de las tribus, fué un refugio afable para los perseguidos de Israel a través de los siglos, y hay en esas tierras una colonia judía importante. Seguramente allí es atendida la Sagrada Familia, pero ello no exime la dureza de la patria que se abandona por motivos políticos, una cultura ajena, otro idioma, ganarse el sustento como sea trabajando de cualquier cosa. Hay algo de morirse al emigrar a la fuerza, pero hay también un Dios absolutamente solidario con las cosas de los hombres, y especialmente de los perseguidos, asumiendo en sus huesos esos dolores, urgencias y pesares. Ese Dios nunca se desentenderá de la historia humana, siempre serán lo humano parte de su corazón sagrado.

Cuando el peligro parece haber menguado, la familia emprende el regreso a su querencia. Sin embargo, en Judea -provincia en donde está Belén, tierra natal de José- reina ahora uno de los hijos de Herodes -Arquelao-. Éste es tanto o más brutal que el padre, y ni siquiera es rey: su título correcto, dado por los romanos, es el de etnarca. Sus atrocidades acumuladas llevan a los pocos años a que el emperador lo derroque e imponga un gobernador o pretor romano para Judea, tal como Poncio Pilatos. De ese modo, la sagrada familia no se queda en Judea sino en Nazareth de Galilea.

Se cumplen antiguas profecías, pero también hay un símbolo silencioso: Galilea es la tierra sospechada de impureza perpetua, de heterodoxia intolerable, del mestizaje inadmisible, el lugar de la periferia de donde nada bueno puede esperarse.
Precisamente allí se establece José, María y el Niño Jesús.

Es necesario y hasta impostergable regresar a Nazareth, al calor manso que expresa la esencia amorosa de un Dios que también es familia. Allí donde todo es amor y servicio. Allí donde se protege la vida, se cultiva la esperanza y se celebra como una asombrosa bendición el estar juntos. Volver a Nazareth en donde todo comienza, en donde fructifican las flores primeras del Evangelio.

El Niño Santo ha nacido en Belén, en parte, por capricho político del emperador Augusto. Emigra a causa de la voracidad de Herodes. Regresa a Judea pero tampoco allí puede afincarse, pues el etnarca reinante es otra bestia sedienta de sangre. Finalmente, se establece en Nazareth en donde nada se espera, un pueblito perdido en medio de la nada.

Con todo y a pesar de todo, el Dios de Jesús, de José y de María de Nazareth cumple siempre con sus promesas y teje la Salvación aún en las horas crueles y tormentosas de la existencia.
Nos reencontraremos con la Gracia en Nazareth, allí donde el Niño crece a la sombra hermosa de sus padres.

Paz y Bien

Cristo, nuestro hermano emigrante













Los Santos Inocentes, mártires 

Para el día de hoy (28/12/19):  

Evangelio según San Mateo 2, 13-18






Muchas discusiones y estudios se han planteado acerca de la exactitud histórica de la matanza de los Santos Inocentes. 
Por un lado, muchos estudiosos lo niegan pues no hay mención alguna en las obras de Flavio Josefo, testigo privilegiado de aquella época y profuso cronista de todo lo relacionado con Herodes; sin embargo, así como es prolífico en muchos detalles, sospechosamente guarda silencio frente al surgimiento de Cristo y las primeras comunidades cristianas, al menos por su impacto social.
A su vez, otros eruditos hablan de una construcción literaria que apunta a una épica pero que poco tiene de historicidad.
Por otro lado, la brutalidad habitual de Herodes justifica ampliamente la posibilidad de hechos tan espantosos como los que el Evangelio menciona.

Es necesario también tener en cuenta que en ese tiempo -siglo I- Belén es un villorio de aproximadamente mil habitantes, por lo cual los niños afectados por el edicto mortal herodiano han debido ser veinte o treinta niños. Más allá del número, un horror y una tragedia insoslayable.

Aún así, no hemos de perder de vista que los Evangelios no son crónicas históricas sino teológicas, es decir, espirituales. 

En ese plano cordial, podemos contemplar la brutalidad de ese rey vasallo de los romanos, que supone en un pequeño niño una amenaza a su corona; la información que le brindan esos extraños sabios llegados de tan lejos fué contrastada con un repaso de las Escrituras y las profecías, y la certeza se hizo patente. El Niño nacido en Belén se correspondía con el Mesías anunciado por los profetas de Israel.
Más allá de esta certeza, hay un dato incontrastable, y es la de los expertos religiosos brindando elementos a un poder político omnímodo y paranoico, la Palabra de Dios utilizada para la masacre de los niños belenitas.

La Sagrada Familia debe emigrar rápidamente. El destino es Egipto, no tan distante al sur y habitualmente frontera permeable y tierra amistosa con los exiliados por razones políticas y religiosas.
En esa decisión inmediata que no admitía demoras -el anuncio del Ángel es perentorio- destaca la figura de José de Nazareth. 
El carpintero nazareno es obediente: escucha con atención y actúa en consecuencia. No ha debido ser nada fácil, aún cuando Egipto tenga cierta pátina afable para con los extranjeros. Se trata de dejar atrás y de golpe lo conocido, irse a otra cultura y otro idioma, una travesía difícil para una madre reciente y un bebé por el desierto, trabajador golondrina de cualquier cosa para ganar el sustento de los suyos.

Bendito y santo José: Dios le confía el cuidado y la bondadosa custodia de su Hijo, y él, en silencio y humildad, resguarda al Niño Santo en esa nueva comunión que es la urdimbre de Dios y el hombre, los gratos tiempos de la Salvación. Quizás no mensuramos la figira de José en toda su dimensión.

El Cristo que emigra también asume los caminos de su pueblo como un nuevo Moisés: el primero es salvado del exterminio merced a un truco con canastas en el río. El nuestro, por la acción decidida de su padre carpintero, y desde tierras egipcias, a orillas del Nilo, regresará a Nazareth para iniciar su ministerio de Salvación. La tierra prometida de Cristo es la Gracia asombrosa e infinita del amor de Dios.

Pero también el Cristo emigrante es el Cristo que asume en carne propia todo lo que nos pasa, especialmente las cosas más dolorosas, las que nos desdibujan la personalidad y nos quitan identidad propia, un Cristo que prevalecerá sobre los prepotentes, los cultores de la muerte, las miserias y el exilio, y que regresa siempre trayendo liberación para todos los pueblos.

Paz y Bien

Todos somos discípulos amados de Cristo













San Juan , Apóstol y Evangelista

Para el día de hoy (27/12/19):  

 
Evangelio según San Juan 20, 1-8







Los hechos brindados en el Evangelio para el día de hoy se desarrollan en la mañana e la Resurrección, y ello responde no solamente a una condición espacio-temporal. Se trata especialmente y ante todo de descubrir las coordenadas espirituales que están allí, al alcance de nuestros corazones.

Porque la comunidad que no tiene fé, invariablemente se sumerge en la noche del desánimo, del desconsuelo y de la muerte.

Pero esa noche cerrada ha de ceder paso a la mejor de las noticias y a la experiencia de la fé que se comparte, en donde se asume desde las raíces mismas de la existencia el asombro mayor de Cristo Resucitado, de tumba vacía, de signos mortuorios inútiles porque la vida nuevamente florece.

A pesar de ciertas ideologías de género -inevitablemente perniciosas-, a pesar de las a veces enormes diferencias entre los miembros de la comunidad o el carácter propio y distintivo de las diversas confesiones, aún cuando los roles y la personalización de los ministerios tenga colores puntuales y específicos, lo que cuenta, lo que verdaderamente decide todo destino y horizonte de unidad es la confesión común de fé en el Resucitado, el mismo que ha nacido en Belén como el más humilde de los bebés, el mismo que sostiene a Esteban en su martirio, el que se queda entre nosotros y a favor de toda la humanidad hasta el fin de los tiempos.

En la comunidad eclesial que cree y empuja los amaneceres, las mujeres son escuchadas con atención, testigos primeras y evangelizadoras de todos. Otros llegan con mayor velocidad al puerto de la salvación que es Cristo vivo, mientras que otros tarden quizás un poco más, y haya que cederles el paso. Todos somos importantes, todos contamos, todos somos amados hasta el fin.

La comunidad cristiana es ese Discípulo Amado que se atreve a asumir en cada instante de su existencia el don y misterio de la fé, y la hace tiempo, historia, y la comunica a los demás. La alegría verdadera se expande cuando se comparte, el Niño de Belén está allí oculto en los mantos de la noche esperando calor, el mismo Cristo ha quebrado el cerco de la muerte y nos espera.

Paz y Bien

Del Niño de Belén a San Esteban: el mismo amor, la misma fidelidad















San Esteban, protomártir

Para el día de hoy (26/12/19):  

 
Evangelio según San Mateo 10, 17-22








Con un solemne contrapunto, y en principio muy desconcertante, la Liturgia nos conduce desde la humilde y mansa profundidad de Belén, del Niño recién nacido, de los ángeles que cantan la Gloria de Dios, de los pobres que celebran su llegada, al Calvario de Esteban el primer mártir, su muerte terrible, espantosa, injusta.

Por eso mismo estos extremos pueden aparecerse como opuestos y contradictorios. Sin embargo, con notas graves y agudas en conjunto -o blancas y negras- se compone la música, y el Evangelio para el día de hoy nos ofrece en ese carácter una sinfonía majestuosa, la de la fidelidad.

Esteban es juzgado y ajusticiado por hombres profundamente religiosos, que se encienden de rabia y odio en nombre de Dios; él se había vuelto un hombre peligroso y detestable pues no podían, ni siquiera entre todos, hacerle torcer su testimonio, su entereza, su honestidad de testigo de Alguien que es muchísimo más grande que sí mismo, Alguien que lo alienta, lo sostiene e ilumina. Por eso mismo y a las puertas del horror, Esteban sólo descubre a su Dios y lo manifiesta en su perdón incoercible.
Esteban, al igual que todos los testigos fieles, no se rinde ni baja los brazos.

El Niño de Belén y el primer mártir expresan la misma realidad, el amor incondicional y tenaz de ese Dios que nunca nos abandona, que permanece contra todas las nubes negras de los apropiadores de mentes y corazones, que en plena noche resplandece con la misma verdad.

Quizás por ello nuestras vidas oscilen entre esos extremos, pues se trata del mismo amor, la misma promesa, la Buena Noticia que prevalece.

Paz y Bien   

Navidad: la historia humana está fecunda de Dios













La Natividad del Señor

Para el día de hoy (25/12/19)  

Evangelio según San Juan 1, 1-18










Todo pasa, todo se desvanece, sólo Dios permanece.

La humanidad andaba a los tumbos, en torpes pasos porque campeaban las tinieblas y abundaban las miserias. Y las miserias no son azarosas, son causadas por hombres miserables.
La verdad, nos caímos del paraíso, rompimos todo lo que no se debía, renegamos amistades, nos comió el corazón la soberbia y el egoísmo.

Aún así, el Creador no nos abandona a pesar de sumergirnos en las aguas amargas de la muerte.

Un largo camino recorrimos, idas y vueltas y rotundos extravíos. La promesa de rescate nunca se quebrantó, y aún cuando aconteció un peregrinar de siglos,  el tenaz amor de Dios persistía en indicarnos en rumbo a tierras mejores, tierra buena, tierra sin mal, la tierra prometida de la Gracia.

Balbuceantes y llorosos, ´habíamos perdido la capacidad de expresarnos, de hacernos entender y de comprender al otro y al Totalmente Otro.

Desde siempre y para siempre, Dios es y Dios está.
Dios se hace Palabra para que recuperemos el habla, para salir del silencio mortal, para la Salvación.
Dios se hace ternura, Verbo que se encarna, Niño que se adormece en los brazos de su Madre.

Cristo, el hijo de María de Nazareth, verdadero Dios y verdadero hombre es la señal definitiva del amor que Dios nos tiene. Que la historia ha cobrado un nuevo rumbo a pesar de todos los esforzados dispensadores de dolor y los concienzudos proveedores de penas.

La historia está fecunda de Dios y es menester volver la mirada al cielo, buscando una estrella amiga que nos reencuentre con el Bebé Santo de Belén.

Muy Feliz Navidad para todos.

Paz y Bien

Nochebuena: Dios en pañales, Dios frágil como un Niño, Dios que asume nuestras debilidades














Vigilia de Navidad - Misa del Gallo

Para el día de hoy (24/12/19)  

Evangelio según San Lucas 2, 1-14









Esta es la noche, la noche primordial, la noche definitiva pues todo se inicia, y todo puede recomenzar.

Noche extraña. 

El trasfondo es un pequeño poblado judío llamado Belén, cuyo nombre -Beth Lehem- significa literalmente casa del pan. 
Como a veces hacen los poderosos, hay un censo obligatorio para contar cuantos se subordinan al emperador, cuantos son los obligados al pago de los tributos, cuantas legiones harán falta para mantener el orden. 
Un joven matrimonio de Nazareth -él carpintero y artesano, ella casi niña y campesina- casi no cuentan en ese censo puntilloso. Son galileos, es decir, son de la periferia, y son muy pobres. El acento los identifica, y quizás en parte por ello no hay lugar para ellos en la posada del lugar, a pesar de que los apuros de un parto inminente requieren urgencia u atención -es preciso no estar nunca en los huesos de ese posadero, jamás-.

Finalmente, esa muchachita nazarena dá a luz en un refugio de animales, y acuesta al Bebé en el pesebre.
La expresión no puede ser más certera: Ella dá a luz. Ella dá luz.

Con el cielo por cobija, en la zona había unos pastores cuidando sus rebaños. No tienen buena fama: por la tarea que realizan, se vuelven impuros rituales para los rigores religiosos imperantes. Pero además, habitualmente se los mira con mirada torcida, vindicados como amigos de lo ajeno. 
Quizás su pobreza y su marginalidad los vuelve partícipes imprescindibles de esa noche: el Dios que se manifiesta es un Dios parcial, que se inclina cordialmente hacia los pequeños, hacia los que no cuentan, hacia los descartados.

Un Mensajero, voz y presencia de Dios, les trae una noticia asombrosa. Los ángeles siempre portan buenas noticias. Y el notición es que ha nacido un Salvador, el Mesías esperado, una enorme alegría para todo el pueblo, y no sólo para ellos.

La señal es exacta, y se trata de un Niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.

Dios en pañales, Dios frágil como un Niño, Dios que asume nuestras debilidades y miserias para que todo el pueblo ascienda a la vida plena, a la divina.

Un Niño que expresa la Gloria de Dios, Niño de la paz, Niño de esperanzas y luces para los que no pueden más, para los caídos a la vera de todos los caminos, para los que languidecen en soledad, para los doblegados de miseria y abandono, para los que creen sin resignaciones, para los que se mantienen fieles, con todo y a pesar de todo.

Un gallo muy distinto al de la Pasión nos convoca al alba, gallito de la fidelidad y las sonrisas que se contagian. En esta noche se disipan las sombras. El Pesebre, más que un refugio, es una amable invitación plena de ternura para todas las mujeres y todos los hombres de buena voluntad, para edificar la vida misma desde los mismos comienzos, de parte de un Dios que nunca nos olvida ni nos deja librados a nuestra suerte.

Dios es nuestra suerte y nuestro destino, nuestro Dios en pañales, comienzo compartido de Dios y el hombre, tiempo santo de magnífica urdimbre entre la eternidad y el tiempo.

Muy Feliz Navidad.

Paz y Bien

Cada niño es una bendición, un regalo de Dios, un milagro asombroso
















Para el día de hoy (23/12/19): 

Evangelio según San Lucas 1, 57-66






El Evangelista Lucas, con la maestría literaria a la que nos tiene acostumbrados, nos vuelve a situar en las montañas de Judea, en casa de Zacarías e Isabel: ciertas tradiciones antiguas vindican el sitio como Ain Karem, a unos siete kilómetros de Jerusalem. 
Se trata de un pequeño poblado, casi una aldea; en la estructura social de la época, sin dudas tenía su gravitación la tribu, su conceoción gregaria que confería identidad, de tal modo que se conoce más a las personas por su lugar de origen que por el apellido o patronímico -el primer ejemplo es Jesús de Nazareth-. Pero también, como podemos encontrar en algunos de nuestros pueblitos más pequeños, la cercanía de los vecinos implica una familiaridad vital, de la vida compartida con todos sus vaivenes.

Zacarías e Isabel estaban entrados en años. No habían podido tener hijos, y esa esterilidad, además de significar que el árbol familiar moría con ellos, implicaba además una desgracia, una maldición punitiva causada por pecados cometidos, por ellos o por sus padres. En el polo opuesto, todo hijo es una bendición.

No hay imposibles para Dios.

La que era casi abuela sin hijos ni nietos está con una panza que provoca estupor. Será madre, y madre primeriza a sus años. Llegado el tiempo del parto, se desata una serena alegría entre el pueblo: los vecinos festejan la gran misericordia que Dios ha tenido para con ese matrimonio piadoso, transformando la maldición en una asombrosa bendición, un regalo infinito. Ese hijo es un poco hijo de todos esos paisanos judíos de las montañas de Judea, porque en ese niño de maravillas también se reafirma su vocación por la vida.
Con cierto celo afable y amistoso, se arrogan alegremente ciertos derechos sobre el niño. Como decíamos, es un poco hijo de todos ellos. Por ello quieren terciar en el nombre que ha de llevar, debe llamarse Zacarías como el papá, deben seguirse las tradiciones, qué es eso de andar cambiando costumbres.
Pero Isabel no ceja en una tenacidad propia del amor materno y del Espíritu que la anima: el niño ha de llamarse Juan, que significa Dios es misericordia.

El padre, Zacarías, ratifica la decisión de la esposa, y recupera el habla que había perdido a comienzos del embarazo. Ha pasado su tiempo de silencio, y vuelve a hablar porque se ha reencontrado con la Palabra.

Esos vecinos no se enojan, claro que no. Importa el niño, que haya salido todo bien, que la mamá esté bien, imaginar juntos un futuro manso y venturoso. Sin embargo, hay cosas que no cuadran con este niño: ellos intuyen que hay algo más que un simple nacimiento. La mano de Dios está con él, y por eso se preguntan sin rechazos, que llegará a ser ese bebé que es bendición y asombro en sus ojos campesinos.

Ese niño abrirá caminos para Aquél que será, Él mismo, camino, verdad y vida.

Cada niño es una bendición, un regalo de Dios. Por el Dios que se hace niño, todos los niños son sagrados, y no deberían ser motivo de especulaciones, sino de gratitud por la vida que se renueva en cada vida que se nos regala.

Nosotros celebramos el nacimiento del Precursor, niño santo que anticipa la inminencia de otro Niño Santo, Dios con nosotros, que será todo en todos.

Paz y Bien

José de Nazareth: la certeza que para Dios no hay imposibles














4° Domingo de Adviento

Para el día de hoy (21/12/19):  

Evangelio según San Mateo 1, 18-24










Durante mucho tiempo, desde la reflexión teológica y desde la catequesis, se nos ha hablado acerca de las angustias de José de Nazareth que nos hace presente la lectura de hoy desde una perspectiva legalista, es decir, desde la óptica del cumplimiento de la Ley, para allí inferir los fundamentos de su decisión de repudiar a María en secreto.
Quizás ello actúe en desmedro de la importantísima y enorme figura del carpintero belenita como hombre de una fé frutal, hombre justo porque su voluntad -todo su ser- se ajusta a la voluntad de Dios.

Hay algo que solemos pasar por alto, como si no fuera posible en el ámbito de la Sagrada Familia, y es que María y José de Nazareth estuvieran profundamente enamorados, y que como tales no pudieran esperar el encontarse y compartirlo todo, aún cuando no fuera el tiempo de la convivencia marital.
Por eso mismo las dudas: al enterarse del embarazo milagroso de la mujer que amaba, un niño que vendría producto de la intervención divina, José de Nazareth vacila y teme, pero no por su esposa. José duda de sí mismo, se descubre menor, mínimo, indigno de estar junto a esa mujer bendita a la que le crece una vida nueva en su seno a puro amor de Dios. La santidad y el amor que le profesa a María lo hacen buscar una salida, una fuga silenciosa y sin escándalos, porque él no puede estar allí.
Humildad es raíz de justicia.

José de Nazareth se adormece. Es el cansancio del cuerpo demolido luego de una dura jornada de trabajo, en donde procuró el sustento familiar, en donde se acrecentó su dignidad desde la integridad, la honradez y el esfuerzo. Pero ese adormecerse es también símbolo de todos aquellos que no se rinden, que no se resignan, que frente a un cerco de sombras presentes no dejan de imaginar, esperanzados, un futuro diferente. Porque Dios acompaña con buenas noticias a todos los soñadores.

Un Mensajero -voz y presencia sagradas- le ordena las ideas, le clarifica las angustias, lo pone en marcha hacia su misión que es un destino que deberá edificar con la ayuda de Dios.
Su tarea no es menor: al convertirse en padre legal -no padre adoptivo- del Niño que habrá de nacer, José de Nazareth posibilitará que el Bebé Santo tenga historia y familia, que no sea un bastardo sin arraigos, que en el árbol frondoso de Israel puedan seguirse sus raíces hasta David y Abraham.

Más aún: será José quien le ponga un nombre al Niño. Un nombre es mucho más que un capricho o una moda pasajera: un nombre revela carácter y destino, y el Niño se llamará Jesús -Yehoshua-, que significa Dios Salva, porque ese Niño salvará a su pueblo de todos los pecados.

Magnífico padre,y padre con todas las letras José de Nazareth. Seguramente el Niño que ya hombre se convertirá en Maestro, te llamaba de pequeño abbá, y desde tu silente y frondosa figura reveló a las naciones el rostro amable de un Dios que es Padre. Y a tu Dios le llamabas con ternura y confianza hijito.

La Anunciación de San José es llamada para aclararnos las cosas a cada uno de nosotros. Para Dios no hay imposibles, pero es tiempo de la Gracia, del milagro eterno de la Encarnación, Dios con nosotros, tiempo santo de Dios y el hombre. Y ese Dios nos busca, pequeño y frágil, para hacerse tiempo, historia, un Hijo amado que duerma en nuestros brazos, que crezca ante nuestros ojos, que se haga Salvación para todas las gentes.

Paz y Bien

María de Nazareth, arca de la Nueva Alianza















Para el día de hoy (21/12/19):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-45









Siempre es necesario animarse a ir más allá de la pura letra e internarse mar adentro de lo simbólico, de la trascendencia que nos ofrece la Palabra, ventanas al infinito.

Los dos primeros capítulos del Evangelio de Lucas tienen profundas reminiscencias veterotestamentarias, y es menester no pasar por alto esas señales.

En los tiempos antiguos, el rey David desplaza por Judá el Arca de la Alianza, que contenía las Tablas de la Ley -señal inequívoca de la alianza de Dios con su pueblo-. Quiere llevarla a Jerusalem para hacer sagrada la Ciudad y para reafirmar su corona. En ese viaje, ha de pasar primero por la casa de Obededón, quien vive en el cerro.

María parte presurosa de Nazareth -en los llanos galileos- hacia la región montañosa de Judá, donde según la tradición se ubica la casa familiar de Zacarías e Isabel, en Ain Karem.

David se estremece frente a ese Arca que tanto representa para su pueblo y sobre la que él descubre la presencia de lo sagrado. Isabel también se conturba frente a la presencia de la joven muchachita nazarena, pues se sabe frente al Señor que palpita en el reciente embarazo de la joven galilea.

Frente al Arca, David salta y danza alegre, en alabanza al Dios que permanece fiel a la promesa. Frente a María de Nazareth, el hijo de Isabel -Juan- salta de gozo en su seno, frente a la presencia de su Dios que se crece en María de Nazareth.

En casa de Obededón el Arca permanece tres meses, derramando bendiciones a toda la familia. En casa de Isabel, María de Nazareth permanece, también, tres meses hasta que se cumplan los tiempos del nacimiento, de la nueva vida que bendice asombrosamente la esterilidad y la ancianidad de los dos venerables esposos.

María de Nazareth, madre y hermana, amiga y discípula fiel, la más feliz por haber creído en las promesas, ha recorrido un peregrinar de amor que sólo pueden encarar aquellos que calzan sandalias de humildad.
Ella es el Arca de la Nueva Alianza, porque lleva en sí a ese Dios que se hace Palabra para que el mundo recupere el habla, para que el mundo se salve, señal definitiva de un Dios que paga al contado lo que ha prometido, signo de una fidelidad sin mella, fidelidad cordial que se hace alegría, presencia, compañía perpetua en el tiempo santo de Dios y el hombre.

Nosotros también portamos en nuestros corazones y en nuestras procesiones a María de Nazareth, porque Ella nos conduce a la liberación que trae su Hijo, porque Ella abre todas las aguas cerradas, porque el camino de la Gracia es el camino del nuevo tiempo, de Dios con nosotros.

Paz y Bien 

El saludo cordial de un Dios que se hace pariente
















Para el día de hoy (20/12/19) 

Evangelio según San Lucas 1, 26-38








En ciertos afanes teológicos -sin duda, muy eruditos-se suele dejar de lado el aspecto intensamente humano de la Anunciación a María de Nazareth. Ello quizás se deba a sus intrincadas vías de ortodoxia y exactitud, que a fuer de rigor suelen devenir en deslumbrantes abstracciones. O también, a que desde hace bastante tiempo muchas teologías han dejado su postura fundamental que es la piedad, porque la teología más veraz y fiel es la teología de rodillas, con el corazón hincado ante el infinito de Dios.

En estas escasas líneas -escasas especialmente por las limitaciones flagrantes de quien escribe- sólo se trata de contemplar la mirada de María de Nazareth.

En la borrosa frontera de su tiempo, es una niña, una adolescente ante quien el mundo recién se descubre demasiado grande y tan violento. Los juegos que solía jugar no están tan lejos, pero a su vez, los mandatos de su cultura dicen que su cuerpo ha entrado en la etapa de la capacidad de concebir, y por ello no debe perderse tiempo. A la muchachita la disponen a ser útil a su pueblo como madre, y por ello la prometen en matrimonio, y con toda probabilidad no requirieron su opinión ni indagaron en sus sentimientos a la hora de decidir entregarla a un varón. 

Esta niña no es originaria de la deslumbrante Jerusalem, con ese Templo tan grande, ni tampoco de las ciudades importantes de Judea. Ella es una flor silvestre de una aldea galilea, un caserío que se pierde en los mapas: por ese origen y por mujer, es casi invisible. Las voces de los sabihondos indican que de esos parajes nada bueno puede venir.

Ella es tan pequeña e invisible que nadie la tiene en cuenta, más estando al borde exterior de la periferia sin destino.

Pero esa muchacha es, ante todo, humilde. Si la humildad es la justa medida de todas las cosas, esa muchacha se sabe tan pequeña como un grano de la arena que es tan abundante por esos rincones palestinos. Y en su humildad, no ha perdido una feliz capacidad de asombrarse, con sus ojos grandes, frente a todos los misterios que superan su razón.

Allí, en medio de la nada, en su pequeñez sin adornos y en su demoledora juventud, ella sabe que de su Dios sólo pueden venir cosas buenas.
Que su Dios se inclina con flagrante y amorosa parcialidad hacia los pequeños y los humildes.
Que su Dios cumple siempre las promesas que realiza, sin excusas ni dilaciones.
Que su Dios escapa de las estanterías esquivas en que pretenden ubicarlo los soberbios.
Que su Dios es esperanza para los pobres.
Que su Dios derriba a los poderosos, y que cuando se hace presente es motivo de fiesta y no de miedo pavoroso.

El amor tiene dos aspectos fundamentales. Uno, que es el salir totalmente de uno mismo dándose en el otro, celebrando la existencia en el nosotros, una vida nueva que es mucho más que una adición simple de individualidades. El otro, la reciprocidad absoluta. Nos descubrimos plenamente vivos cuando nos sabemos amados, y por ello también amamos.

El Dios de María de Nazareth la ama profundamente, y ella ama a su Dios. 
Un amor tan grande como la misma eternidad de ese Dios, que confía en su Amada los destinos de la humanidad toda. 
El Dios del Universo que mira a la creación por la que se desvive con la misma mirada de María.

Por los mandatos de una biología que tiene mucho de sagrada, los ojos del rabbí nazareno serán iguales a los de la Virgen.

Y en la mirada de María de Nazareth, en su confianza sin límites, en su humildad de hija, de mujer y de madre, adivinamos una Salvación que está muy cerca, tan cerca que el Salvador será un hermano, un pariente, un vecino, un amigo, Dios con nosotros.

Paz y Bien

Zacarías: a veces hay que guardar silencio y esperar que las cosas maduren














Para el día de hoy (19/12/19):  

Evangelio según San Lucas 1, 5-25









En los Evangelios suele haber ciertos signos, no tan evidentes, a los que es menester prestarle atención para contemplar toda la riqueza de la Palabra: así, cuando los Evangelistas abundan en detalles precisos, están marcando la relevancia de lo que comunican y una carga simbólica que se revelará decisiva.

El marco de referencia parece ser el gobierno de Herodes: recordemos que era un rey de origen griego -repudiado por muchos de sus súbditos- y cuya corona dependía por entero del respaldo de la potencia imperial romana que ocupaba Palestina y la sometía a un vasallaje sin límites. En ese entorno opresivo, las esperanzas de redención del pueblo se magnifican pero también se confunden en ilusiones y construcciones parciales.
Zacarías pertenece a la clase sacerdotal de Abías, e Isabel es descendiente de Aarón, por lo cual el niño que nacerá, Juan, tendrá todos los derechos y el carácter de sacerdote de Dios según Moisés. Será puente / pontífice entre Dios y los hombres, y señal de auxilio de Dios para su pueblo.

En el Templo de Jerusalem, en donde Zacarías prestaba servicio, había dos altares, el del incienso y el de los holocaustos. Ante el Santuario y en ese altar, Zacarías quema incienso, señal de que nos encontramos frente a lo sagrado, en presencia de Dios, de un Dios al que se le rinde culto en espíritu y en verdad. Misericordia quiero, que no sacrificios.

Zacarías e Isabel son justos y viven según la Ley: según los criterios bíblicos, justo es aquel que ajusta su voluntad a la de Dios. Ambos son de avanzada edad pero no han podido tener hijos, porque Isabel era estéril, símbolo del resto del antiguo pueblo que permanece fiel pero que ya no puede dar frutos, porque nadie dá frutos por sí mismo.
En aquellos tiempos en que la enfermedad solía asociarse al pecado como consecuencia de éste, la esterilidad era, en el mejor de los casos, deshonrosa, ignominiosa. Isabel y Zacarías eran justos, pero esa esterilidad los humilla frente a los demás, y expresa que la estirpe de Zacarías desaparecerá tras su muerte cercana, y que Israel se achicará porque no habrá renuevos jóvenes.

El pueblo aguarda en oración mientras el sacerdote ofrece el incienso. Pueblo que reza, pueblo que no abdica nunca de sus esperanzas. En el ámbito sagrado del Templo, un Mensajero le lleva a Zacarías una noticia asombrosa: a pesar de ser casi un abuelo, a pesar de que todo diga que nó, finalmente serán junto con Isabel padres de un hijo maravilloso. Ese hijo será grande, restaurará las familias y preparará los caminos a Aquél que todos esperan. Ese hijo será pleno en el Espíritu de Dios. Ese hijo se llamará Juan, que significa Dios es misericordia.

Acaso porque está atado a los dictámenes de la razón, tal vez porque sus horizontes sean tan estrechos como el tiempo que le quede por vivir, por esas causas la fé de Zacarías vacila. Y con la vacilación, llega el enmudecimiento.

Como en una sinfonía con hermosos contrapuntos, la abuela Isabel se contrasta frente a la jovencísima María de Nazareth. Ella sale presurosa, mientras que su parienta se oculta varios meses, tal vez con ciertos pruritos moralistas -una abuela embarazada!-. El sacerdote calla, y la muchacha del campo canta jubilosa la grandeza de su Dios.

Siempre Dios, el Dios de Jesús y María de Nazareth, tiene buenas noticias para nosotros que nos llegan a través de sus mensajeros y de los profetas. A veces, doblegados por las durezas cotidianas, esas noticias no nos parecen tan buenas ni tan nuevas.

Como Zacarías, a veces es necesario guardar silencio, aguardando que las cosas maduren, que haya espacios en los corazones para la misericordia que nos llega. A veces es menester callar hasta que nos volvamos capaces de alabar y agradecer con palabras claras y desde la Palabra que está entre nosotros.

Paz y Bien

Dios prodigará salvación con la fiel participación de los hombres que esperan y confían















Para el día de hoy (18/12/19):  

Evangelio según San Mateo 1, 18-24








El Evangelio de Mateo tienen un carácter especialmente josiano, en contraste con el Evangelio de Lucas cuyo talante es preponderantemente mariano. Ello así porque San Mateo escribe, en primer lugar, para los cristianos provenientes del judaísmo, para quienes la ascendencia davídica del Mesías es esencial.

Por eso la lectura que hoy nos convoca debe ser reconocida, con toda exactitud, como la Anunciación de San José teniendo en cuenta la importancia decisiva que tendrá el carpintero de Nazareth en el plan de Salvación.

José es descendiente directo del rey David, y esa descendencia que le otorga José al niño que vendrá es fundamental: Jesús seerá también -según la antigua forma de expresarse- hijo de David y por ello legítimo heredero de la corona de Israel, tal como sería el Mesías prometido. Más aún, por el vínculo de José de Nazareth, en Jesús se cumplirán acabadamente todas las profecías de su pueblo.

La lectura tiene un planteo extraño, desacostumbrado pues nos refiere acerca de las dudas de José, pero sobre el embarazo santo de María no quedan dudas pendientes. Ella espera un bebé, y lo hace por obra del Espíritu Santo.
Por aquellos días, los esponsales judíos constaban de dos etapas: una, la celebración propiamente dicha que implicaba legalmente que un hombre y una mujer -según nuestros criterios actuales, una niña- estaban formalmente casados, y la otra, que luego de transcurrido un año de los esponsales el esposo conducía de manera solemne a la esposa al hogar familiar, inaugurando la convivencia y la consumación. Así pues el embarazo de María acontece, justamente, en ese lapso en el que los esposos aún no conviven.
Según los rígidos criterios imperantes en ese entonces, un embarazo que se gestara antes de la convivencia de manera casi indefectible conduciría a inferir adulterio, y la pena para ese pecado era capital, la lapidacón a las afueras de la ciudad. Pero hay más, siempre hay más.

San Mateo lo advierte: José de Nazareth era justo, y esa justicia implica a un varón que observa la Ley -o sea, que vive según su Dios-, pero más todavía, que ajusta su voluntad a la voluntad de Dios. Se trata de un tiempo nuevo, y en José hay una superación de la Ley que sólo sucede en el ámbito de la caridad y la compasión. Esa necesidad de un repudio silencioso responde, en parte, al amor a su esposa y a sus ansias de no provocarle un daño irreparable o una injuria pública.
Pero el hijo que se crece en María de Nazareth viene de Dios, y José está ante un misterio divino que lo excede y lo sobrepasa. Los justos actúan ai, sienten de esa manera, no soy digno de que entres en mi casa, quién soy yo para que me visites, apártate de mi que soy un pecador.

José duda, pero esas dudas no son por María, sino sobre sí mismo, y por ello quiere irse.

La voz de un Mensajero -voz misma de Dios- le aclara el horizonte durante el sueño. Nunca, jamás y por ningún motivo hay qye dejar de soñar.

Por José de Nazareth Jesús será descendiente de David y en Él encontrarán razón y ratificación todas las profecías. Por José de Nazareth Jesús tendrá una clara identidad como hijo de su pueblo y heredero de la fé de sus mayores, y nó un oscuro niño sin padre ni historia.
Nosotros tal vez hemos perdido la real dimensión, pero otorgarle el nombre a un hijo es importantísimo: un nombre revela carácter, identidad y misión y proyecto en la vida. El niño que se está gestando y que llegará en breve revela su trascendencia desde el nombre que su padre le otorga, Jesús: Dios Salva.

Por José de Nazareth Dios ingresa a la historia humana en urdimbre milagrosa, tiempo santo de Dios y el hombre.
Dios prodigará salvación con la fiel participación de los hombres que esperan y confían.

Paz y Bien

Desde los mismos márgenes de la existencia, la vida de Dios se abre paso tenaz, obstinada, amorosa y fiel
















Para el día de hoy (17/12/16):  

Evangelio según San Mateo 1, 1-17








Un acercamiento historiográfico a las dos genealogías de Cristo presentes en los Evangelios pueden llevar a confusión. Mientras la de Lucas es ascendente hasta Adán, la de Mateo desciende hasta Abraham; ambas difieren especialmente en la cantidad de generaciones y en algunos nombres. Bajo el mismo criterio de aproximación, podría inferirse que se trata de una construcción poética o literaria que intenta justificar en ambos casos el origen real de Jesús de Nazareth y, por ende, su derecho natural a reclamar la corona de Israel.

Ése, precisamente, es el primer error. Los Evangelios no pretenden en ningún momento exhibir rigor de crónica histórica, sino que son más bien crónicas teológicas, es decir, espirituales. Por ello su acercamiento veraz es a través de la fé.

En el caso que nos ofrece la liturgia del día, la genealogía de Mateo es aúm más extraña. En aquella época, los árboles familiares se definían por los varones de la familia, quedando las mujeres relegadas a sus vínculos con ellos.
Aquí nos encontramos con cinco mujeres que son un hito fundamental en esta paciente urdimbre de siglos: Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, que como ríos caudalosos desembocan en María de Nazareth.

Asombroso dibujo de Dios. La historia parece que no la deciden los reyes y guerreros, y sí en cambio las mujeres y los niños.

Tamar engaña a Judá, y concibe un hijo de esa relación ilegítima. Ese hijo portará la promesa de su Dios para con su pueblo.

Rahab, la prostituta de Jericó, sin la cual las fuerzas judías no podrían haber ingresado a la tierra prometida.

Rut la moabita, la extranjera que ama y es fiel, y merced a la ley de Levirato se convertirá en abuela del Rey David.

Betsabé, la esposa de un alto oficial del ejército judío, seducida brutalmente por David. Aún así, será la madre del rey Salomón.

Deliberadamente Mateo se olvida de las grandes y gloriosas matriarcas de su pueblo como Esther, Sara y Rebeca, sugiriéndonos una tendencia extraña en la voluntad de Dios.

La Madre del Señor, descendiente de David -rama del tronco de Jesé- es una muchachita, casi una niña, de aldea polvorienta a la que casi nadie vé. Pero el Dios del universo de ha enamorado de ella, y Ella con su sí inaugura los tiempos definitivos, los tiempos de la Gracia, los tiempos de la Salvación.

El Redentor llega a la historia humana por caminos extraños, por caminos muy humanos, tan humanos que a menudo están teñidos de sombras, senderos desviados por el pecado y las miserias.

Desde los mismos márgenes de la existencia, la vida de Dios se abre paso tenaz, obstinada, amorosa y fiel.

Paz y Bien

Para hacer el bien no hay que pedir permiso















Para el día de hoy (16/12/19) 

Evangelio según San Mateo 21, 23-27





Esta escena que nos brinda el Evangelio para el día de hoy sucede a continuación de la llamada Purificación del Templo: Jesús de Nazareth había expulsado a los mercaderes y volteado las mesas de los cambistas en los atrios del Templo, y declarado sin ambages que la casa de su Padre sería casa de oración, y no la cueva de bandidos en que se había convertido. 
Ello suscitó un escándalo en las autoridades religiosas, pues como consecuencia directa el culto se había paralizado ante la carencia de animales puros para los sacrificios y de monedas autorizadas para el tributo. Pero lo que marca un punto de inflexión es que la autoridad de esos hombres -religiosos profesionales- queda cuestionada, pues obviamente los mercaderes y cambistas están allí autorizados por ellos, y seguramente son partícipes de un pingüe negocio, pero además, cualquier pátina de sacralidad queda derogada frente a la rotunda afirmación del Maestro de que allí, en el corazón mismo de Israel, sólo se encuentran bandidos y delincuentes, y nó hombres santos y respetables como era de esperarse.

Su entrada triunfal en Jerusalem sin asumir el título de Hijo de David los ponía nerviosos y a su vez los confundía; además, no les eran desconocidas todas las acciones de este rabbí galileo, el socorro a los dolientes, la acogida a los pecadores, la bondad que prodigaba sin reservas ni condiciones, la salud que brindaba cordialmente.
Su origen galileo, de periferia casi marginal, los enoja: es un campesino sin estudios ni erudición, no pertenece ni a los rabinos ordenados ni a los escribas formados y reconocidos, carece de permisos y credenciales...que ellos mismos son los encargados de extender y conferir.
Jesús de Nazareth enseñaba las cosas de Dios con una autoridad evidente pero muy distinta a la de los escribas y fariseos: Él hacía crecer cosas nuevas, no oprimía mentes y corazones con un cúmulo insoportable de normas y exégesis que intoxicaban las almas y enturbiaban las miradas, anteponiendo legislación y doctrinas al Dios que les brindaba autenticidad, sentido y trascendencia. Él pasaba haciendo el bien sin requerir credencial de bienhechor oficial.

Allí estaba la raíz del enojo desatado, porque para hacer el bien no hay que pedir permiso, porque Dios ama a los pequeños y a los pobres con asombrosa preferencia, y porque la Encarnación de Dios es en verdad escandalosa. Es un maravilloso y santo escándalo que debemos suplicar nos vuelva a cuestionar criterios elusivos y exclusivistas, para recuperar mirada y corazón capaces de encontrar al Redentor entre nosotros, un Bebé santo en brazos de su Madre.

Paz y Bien

Gaudete: estar atentos a las señales del cielo, señales de amor, de justicia, de paz, de compasión, de misericordia















3er Domingo de Adviento 

Para el día de hoy (15/12/19):  

Evangelio según San Mateo 11, 2-11






La pregunta que le hace Juan al Maestro a través de sus discípulos es sorprendente y puede aparejar cierta clase de desconcierto: -¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?-

Representémonos por un momento la escena: el Bautista languidece en las mazmorras de Herodes, encerrado como un loco o un criminal peligroso. Sin está confundido con las palabras y las actitudes del joven rabbí galileo al que él, sin vacilaciones, ha señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
A pesar del encierro y de la torpe acción de los poderosos, aún cuando no entiende del todo lo que está sucediendo, actúa con franca nobleza: del modo que puede - a través de discípulos suyos- manda a preguntar al Maestro aquello que le causa profundas dudas y que cuestiona su confianza y su misión.

El tenor de la pregunta es acorde a las expectativas mesiánicas del Bautista. Aferrado a los criterios veterotestamentarios, esperaba un Mesías de fuego, bravo y terrible que entre nubes de azufre purificara violentamente a su pueblo, restaurándolo a su pureza primigenia. Pero este Cristo bendice a los enfermos, manda amar a sus enemigos a sus amigos, anuncia la paz y en todo expresa la misericordia de Dios como un servidor sufriente. Por todo eso, sus dudas son legítimas, y quizás la virtud esté precisamente en no quedarse en la oscuridad que lo embarga.

Juan y los demás deben prestar atención a los signos mesiánicos: los ciegos ven, los lisiados caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia. Todo ello responde a los interrogantes que se plantean acerca de la persona del Señor, de la presencia de Dios con nosotros. Porque el Creador no llega hasta nuestras existencias con el cadalso listo, sino con cantidades infinitas de amor, de justicia y de bondad.

Aún con todas sus dudas, Juan es un enorme profeta. Más todavía, es el creyente más grande, al que hay que prestar atención como Precursor de Cristo. Los poderosos como Herodes son como cañas que oscilan por el viento, poderes efímeros que se desvanecen en el tiempo. Los profetas no se acomodan en palacios ni se revisten con lujos o símbolos de prestigio. A los profetas verdaderos se los encuentra invariablemente en las afueras, en las periferias, en todos los desiertos. Allí será el ámbito propicio para el reencuentro con Dios.

Juan es el más grande, pero el más pequeño del Reino es mayor que él, porque el Reino sucede en la dinámica santa de la Gracia, y Juan se queda en sus umbrales.

Nosotros también nos confundimos y dudamos cuando campean las sombras, cuando se nos cierra la razón por los oscuros devaneos de la cotidianeidad, cuando el poder parece volverse omnímodo y ferozmente brutal, tan fuerte que no hay nada que se le oponga.
Cuando esas dudas nos aquejen, cuando nos duela el desconcierto, hay que orar, orar sin descanso, seguir confiando. Y estar atentos a las señales del cielo, señales de amor, de justicia, de paz, de compasión, de misericordia. Esas señales que acontecen con humilde tenacidad, son el signo cierto del obstinado amor que Dios nos tiene, de su presencia, del tiempo santo de Dios y el hombre.

Paz y Bien

Adviento: tiempo de restauración de lazos quebrados

















Para el día de hoy (14/12/19):  

Evangelio según San Mateo 17, 10-13






Los discípulos, que habían visto transfigurarse al Señor y conversar en la cima de ese monte con Moisés y con Elías, se preguntaban especialmente por este último. Mientras que Moisés representaba para el universo religioso de Israel la libertad que les otorgaba la observancia de la Ley, Elías era el profeta por excelencia, aquél mismo que había sido llevado a los cielos y que regresaría rodeado de fuegos espectaculares prefijando la inminente llegada del Mesías.

La misión de Elías no era menor: su cometido era el de la reconciliación entre padres e hijos, la restauración de la concordia, del arrepentimiento y del perdón, con el fin de que no campeara la maldición, y esta maldición no debe entenderse como un castigo divino.

Porque la auténtica maldición de pueblos y naciones acontece cuando se quebranta la familia, cuando desaparece el respeto, cuando no se cuida a los viejos, cuando rezuman rencores y escasean reconciliaciones.

Para Jesús de Nazareth no había que buscar ni esperar la espectacularidad: el profeta ya había regresado, y no se le había escuchado, no se le había prestado atención, y se lo maltrató sin conmiseración. A pesar de todo, la entereza cabal del Bautista es la señal cierta del tiempo maduro, del tiempo del Salvador.

Por ello quizás Adviento también sea tiempo de restauración de lazos quebrados, de sanar viejas heridas, de recuperar las ganas de cuidarnos y el humilde servicio de proteger a los que no pueden defenderse. 
Eso es profecía, eso acelera el alba, eso es regalo y honra para el Niño Santo de nuestras alegrías.

Paz y Bien

En cada gesto de Cristo se revela el plan de Dios















Para el día de hoy (13/12/19): 

Evangelio según San Mateo 11, 16-19 






Tener presente el contexto en donde el Maestro predica siempre ayuda a la reflexión, a la meditación: Él se dirige a la multitud pero no habla de esas gentes, habla de terceros, habla de la dirigencia religiosa, de la élite de escribas y fariseos que le perseguían con encono.

Esos hombres, profundamente religiosos, son profusos dispensadores de críticas despiadadas. Rechazan con el mismo encono tanto al Bautista como al Maestro, y no vacilan en difamarles, creyendo que así serían eficaces en la destrucción de aquellos que edifican como enemigos.
La enorme integridad del Bautista los pone en evidencia, y es una constante: la luz de los hombres probos y santos hace destacar las sombras que sobreabundan en las almas ajenas por simple contraposición. Por eso mismo, se valen de su austeridad, de su vida solitaria en el desierto para vindicarlo como un loco desquiciado que es menester evitar.
La realidad indica otra cosa más grave: el llamado a la conversión que hace Juan, necesariamente aleja al pueblo de la mediación institucional que se afinca en Jerusalem, precisamente en esos hombres cuyo poder e influencia dominante se vé amenazada.

Por otro lado, el joven rabbí galileo, de mirada amable y palabras de misericordia, que no discrimina a los que habitualmente se excluye y desprecia, que gusta compartir el pan y el vino con los demás como símbolo y anticipación del ágape de Dios, es tildado como glotón y borracho.
Este Cristo derriba los terribles esquemas de impureza ritual que apisonan corazones y esperanzas, y abre mentes y almas a un vínculo cordial y confiado con un Dios cuyo rostro es el de un Padre, y no el de un verdugo severo y vengativo.

En los dos casos, parecería subyacer una actitud caprichosa por parte de esos hombres, un carácter pueril que nada tiene de transparente. Lo que en verdad esconden es que tanto el Bautista como Jesús son graves amenazas a su propio poder.

Así el Maestro se descubre e identifica como Hijo del Hombre: ello tiene una trascendencia enorme. Implica que la fidelidad a su misión, al proyecto del Padre, conduce a una humanización plena de todos los hijos, sin desmedros ni condiciones, Dios que asume nuestras miserias y limitaciones.

La sabiduría de Dios irá revelando en cada gesto de Cristo el sagrado plan de Dios, plan de amor y Salvación, de fidelidad hasta el fin, la Buena Noticia de nuestra liberación.

Paz y Bien

Nuestra Señora de Guadalupe: Dios exalta a los pequeños














Nuestra Señora de Guadalupe - Patrona de América Latina 

Para el día de hoy (12/12/19) 

Evangelio según San Lucas 1, 39-48








Eran tiempos en que apenas éramos una periferia de un imperio grande y poderoso, tiempo de espada y cruz, tiempo de conquista y colonia, y los sueños de patria ni siquiera asomaban.
Pero ya estabas por estos lares, con la vida pujante en tu interior, grávida de Cristo y de todas las alegrías.

Tu rostro moreno nos revela una cercanía familiar, hermana amadísima. Tu ternura nos ampara bajo tu manto de Madre también, y en tu presencia temprana todas estas tierras, estos pueblos se renuevan a diario porque acontece desde siempre tu Visitación que es milagro de bondad, encuentro, servicio, fraternidad.

Y porque allí en donde estés, está tu Hijo.

Y porque sabemos que en tu corazón inmenso hay sitio para todos, pero especialmente los pequeños son motivo de tus cuidados y tus desvelos, rostro materno de un Dios que no nos abandona.

Tonantzin, Juan Diego lleva con humilde fulgor tu certeza en su tilma. Muchos de nuestros hermanos no pueden vivir sin una imagen tuya en sus hogares.
Pero todos te llevamos con amor indeleble grabada en nuestros corazones.

Que nos florezcan tu rosas de esperanza.

Que todos nosotros, con tu compañía, nos volvamos felices mujeres y hombres en Adviento perpetuo, firmes en la justicia, humildemente revestidos de honradez, mansamente tenaces en la compasión, y como vos, nunca resignarnos, nunca bajar los brazos, nunca abandonar a los hermanos que no cuentan ni nadie mira.

Que el Salvador que late en tu seno también nos nazca en las honduras de nuestros corazones.

Huey, Tonantzin!

Salve, Madre de Dios!

Y que viva México y toda Latinoamérica

Paz y Bien

ir arriba