Para el día de hoy (21/07/20):
Evangelio según San Mateo 12, 46-50
La Encarnación es el asombroso hito en la historia de la humanidad por el cual el Dios del Universo -inmenso, infinito, inaccesible- se despoja de su divinidad y baja a estos arrabales humanos, asumiendo nuestra limitadísima condición humana, acampando por aquí, Dios-con-nosotros, Dios-por-nosotros, Dios-en-nosotros, y todo ello por el principio fundante de todo el universo, su esencia amorosa que se expresa en la misericordia.
Es la gran revelación que realiza Jesús de Nazareth, estableciendo nuevos e impensables vínculos, unos lazos perdurables desde el presente y hacia la eternidad, superando por lejos los patrones genéticos, las herencias culturales, las razones biológicas, los límites de tribu, de clan.
El Dios de Jesucristo -el de María y José de Nazareth- es un Dios que tiene todas las primacías, Dios que toma siempre la iniciativa y sale al encuentro del hombre, varones y mujeres, en un maravilloso y real tenor familiar. Porque este Dios reúne a los dispersos, este Dios es papá, es mamá, es hermano y es hermana.
De tal palo tal astilla dice el saber popular, y a sus parientes se los reconoce por tener rasgos en común.
Rasgos de justicia, de compasión, de solidaridad, de mansedumbre, de egoísmos desterrados, de buen humor, de tolerancia, de servicio, de generosidad.
Quizás la Iglesia no sea más ni menos que ello, familia de Dios que respira y palpita Evangelio, y que reconoce familia en las mujeres y los hombres de buena voluntad de todas partes, aún cuando no hayan realizado el éxodo de la fé.
Esta familia es siempre creciente, porque está congregada por Aquél que no quiere que ni uno se pierda.
Paz y Bien
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