Encuentro en Cristo

 






Para el día de hoy (31/12/20): 

Evangelio según San Juan 1, 1-18




Los ex esclavos, liberados de Egipto, peregrinaron por cuarenta años por el desierto antes de llegar a la tierra que su Dios les había prometido. Ese peregrinar es proceso y crecimiento de liberación, y cáliz de pueblo nuevo, de tribus que se acrisolan como nación al calor de las arenas. Por eso quizás los cuarenta años: han de llegar generaciones de hombres libres, nacidos en libertad -corazones y mentes libres-.


No fué un camino fácil, por lo inclemente del clima y los rigores del desierto; pero también, porque a veces uno se tienta con los guisos de Faraón antes que atreverse a la libertad de los peregrinos. Y las infidelidades y quebrantos: algunos hasta se inventaron un dios menor -un ídolo, un becerro de oro- para que caminara delante de ellos sin exigencias, la falsa ilusión de vivir sin Ley.

Así Moisés planta en las afueras del campamento, donde éste se encontrara, la llamada Tienda del Encuentro, producto de la maravillosa confianza de ese Moisés en su Dios y en su pueblo, y de la misericordia de ese Dios que a pesar de los delitos cometidos por los suyos, no los abandona. En esa Tienda, ámbito sacratísimo, templo móvil en donde resplandecía la gloria de Dios, alianza perpetua del Creador de generación en generación.

Posteriormente, la Tienda del Encuentro será el núcleo del centro mismo de la fé judía, el Templo de Jerusalem, Tabernáculo o SanctaSantórum.


Con el riesgo del simplismo, quizás allí comenzaron los problemas. La fé es peregrinar, es movimiento, y cuando la Tienda del Encuentro queda fija a un espacio puntual -accesible a unos pocos elegidos- sugiere que se acota la gloria de Dios a una élite restricta en desmedro de todo el pueblo, y que a Dios se le encuentra solamente allí, en ese recinto exacto.


Pero una tienda del desierto, aún con las implicaciones teológicas o espirituales, es en el fondo una tienda hecha de pieles, frágil, precaria, a merced de tormentas de arena, del frío terrible de la noche o del sol calcinante del día.


Tienda del Encuentro, Templo de Jerusalem... la ratificación definitiva de la alianza perpetua de Dios con su pueblo, del amor de Dios con la humanidad es Él mismo acampando nuevamente entre los hombres, en una tienda viva, presencia real de Dios en medio de los suyos en Jesús de Nazareth, que desde su existencia -totalmente humano, totalmente divino- asume todas nuestra fragilidades, nuestra condición precaria desde la pequeñez del Niño de Belén, Verbo que se hace carne, Palabra divina que se hace humana para recuperar la capacidad de hablar y escuchar.


Pero muy especialmente, recuperar nuestra identidad de peregrinos, de mujeres y hombres libres que caminan al encuentro de la tierra prometida de la vida eterna.


Paz y Bien

Abuelas de fé y servicio


 




Para el día de hoy (30/12/20) 

Evangelio según San Lucas 2, 36-40



Ayer escuchábamos la Palabra que nos hablaba acerca de Simeón, ese abuelo cordial de Jesús, y su indómita e inquebrantable esperanza. Hoy, la misma Palabra Viva nos presenta a Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser.


Muchos datos para una pequeña anciana: pareciera como si el Evangelista quisiera presentarnos la credencial de identidad de Ana: más en realidad, se trata de acentuar que el llamado de Dios, la vocación, siempre es enteramente personal, siempre las cosas de Dios refieren a mujeres y hombres de carne y hueso, concretos en tiempo y espacio, decidiendo la historia, y tiene también que ver con cada una de nuestras existencias. No hay un llamado genérico ni cuestiones abstractas en la sintonía de la Buena Noticia.


Ayer Simeón, hoy Ana. Dos testigos que ratifican, según la ley mosaica, una verdad incoercible.

Para las realidades de la época, una mujer de ochenta y cuatro años de edad es un hecho asombroso; pero esa abuela tiene de extraordinario otras cuestiones más profundas que superan la acumulación cronológica de años vividos.

Esa abuela es profeta. Tiene cosas para decir de parte de Dios, y a su vez tiene una capacidad de ir más allá de cualquier apariencia. Sabe mirar y ver. Confía y espera, pues toda su vida es un huerto cuidado por la oración y el ayuno, vive en presencia humilde frente a su Dios, pequeña anawin del Señor.


Su fidelidad refleja la imperecedera e infinita fidelidad del Dios que la sostiene. Por ello descubre por entre la multitud que discurre por el Templo enorme a ese Niño pobre y pequeñísimo en brazos de su Madre, y sabe sin dudas en las profundidades de su alma grande que ese bebé es el Salvador de su pueblo, Aquél tan esperado, el que rescatará al pueblo de todas sus opresiones. 

La alegría germinada al calor de su fé le florece, y agradece a su Dios por el encuentro, y no para de contar a todo aquel que quiera escucharle esa novedad magnífica. Porque las buenas noticias son realmente buenas y nuevas si se comunican y comparten.


Ana, esa abuela de fé y de servicio, a pesar de su edad tan avanzada sigue creciendo como un árbol frondoso, con flores fragantes, con frutos maravillosos. Al igual que ese Bebé Santo, ella sigue creciendo en sabiduría y Gracia, como crecen aquellos que permiten a Dios ser Dios en sus existencias, aquellos que tienen ojos profundos capaces de descubrir al Salvador en la debilidad de un Niño, aquellos que nunca se resignan ni abdican en la esperanza, aquellos que florecen en oración y en piedad, todo un proyecto de vida para un año que se asoma incierto y que es menester edificarlo con esfuerzo y mucha, mucha confianza.


Paz y Bien

Quiera Dios concedernos profundidad en la mirada y tenacidad sin fisuras en nuestra esperanza

 






Para el día de hoy (29/12/20) 

Evangelio según San Lucas 2, 22-35



El Evangelista Lucas nos presenta nuevamente a la Sagrada Familia, nombre que nosotros utilizamos desde la fé y la devoción. Sin embargo, para una mirada casual, se trata de una joven pareja con un niño pequeño en brazos que se dirigen al Templo de Jerusalem a cumplir con sus obligaciones religiosas. Son muy pobres -sus vestimentas así lo indican- y son provincianos de la Galilea de la periferia -el acento los delata-.

Pero con todo y a pesar de todo son judíos hasta los huesos, y además de los preceptos obligatorios, hacen partícipe a su bebé de las tradiciones de su pueblo.


Han de cumplir con rituales rígidos. Respecto de la madre reciente, debe ofrecer un sacrificio en las cercanías del Patio de las Mujeres como purificación de la parturienta. Respecto del niño, han de consagrarlo para el servicio del Templo y, a su vez, pagar un tributo o rescate, pues todos los primogénitos de Israel pertenecen a Dios, y esto tendrá mayor sentido luego de la predicación de ese Cristo que está en brazos de su Madre: todos los niños son sagrados.


Extraño tiempo acontece: la más pura acude mansamente a purificarse, el Redentor del mundo paga una ofrenda de pobre como rescate de sí mismo.


Todo ello no obsta para que sigan siendo una familia de gente pobre, invisible, circunstancial.


A ese Templo acudían durante todo el año -y mucho más durante las fiestas de guardar- miles de personas de toda Judea y de  la Diáspora. El Templo es el centro de la vida religiosa y núcleo de la identidad nacional, y es como un faro sagrado que irradia sentido a todo Israel; pero por sobre todo, el Templo es el sitio por excelencia en donde su Dios habita y en donde se manifiesta.

A las multitudes que van y vienen, hay que añadirle los sacrificios que ofrecen los sacerdotes y los diversos rituales: el humo es espeso, producto de la grasa que se quema de los animales ofrecidos en sacrificio, y también se combina con el incienso del Tabernáculo.


Esa pequeña familia pasa inadvertida por entre el gentío, que mira y vé lo que quiere, pero nunca más allá de las apariencias.


Había en Jerusalem un hombre anciano llamado Simeón. Lo sabemos un hombre justo, y por ello entendemos que ajusta su voluntad a la voluntad de Dios. Hombre piadoso -hombre de oración frondosa- esperaba sin desmayos, firme en la esperanza a pesar de todos sus años, el consuelo de Israel de todos sus pesares. Es un hombre de Dios, hombre del Espíritu que sustenta esa esperanza que destella sin apagones, y es ese mismo Espíritu el que lo conduce al Templo.


Un pequeño alto: el Espíritu lo conduce, pero Simeón se deja conducir, santa obediencia de los que escuchan atentamente la voz de Dios en las honduras de su alma y actúan en consecuencia.


No hay casualidades, hay causalidades tejidas santamente entre Dios y el hombre, y en el Templo se encuentran el anciano Simeón y la familia de Nazareth.

Eso es posible porque Simeón es hombre de mirada profunda y transparente, y sabe mirar y ver por entre el gentío en quien vale la pena depositar la mirada y la vida misma. Ese Bebé que sostiene con amor de abuelo y piedad de discípulo es el culmen de todas sus esperanzas, es quien completa lo que faltaba a su existencia para ser plena.


Simeón no llega hasta el Templo para cumplir con un precepto ni para efectivizar un rito. Desde el Espíritu que lo conduce, se vuelve profeta que anuncia un tiempo nuevo, un desplazamiento que es éxodo: Dios no está acotado a un ámbito exclusivo, Dios está ahora en ese Niño que se duerme en sus brazos viejos.

Simeón es un profeta porque habla desde Dios, y con sus ojos gratos puede ver a través de los velos del tiempo: sabe que ese Niño es el Mesías, el Salvador que a su vez será signo taxativo de contradicción para muchos, pero que por sobre todo será luz de las naciones y gloria de Israel. En el corazón agradecido de ese hombre ya germina la universalidad de la Buena Noticia que acuna en ese Bebé Santo, cuya Madre jovencísima de ojos grandes no deja de asombrarse, pues Ella también será parte fundamental de ese tiempo nuevo, creciendo con el Hijo, aprendiendo del Hijo, sufriendo con el Hijo.


Quiera Dios concedernos profundidad en la mirada y tenacidad sin fisuras en nuestra esperanza.


Paz y Bien

Un Niño como una amenaza

 





Los Santos Inocentes, mártires

Para el día de hoy (28/12/20) 

Evangelio según San Mateo 2, 13-18



Cuando llega esta fecha vuelve a plantearse la antigua discusión de la exactitud histórica del pasaje que la liturgia de este día nos presenta, y que trata la huida a Egipto de la Sagrada Familia. Razones a favor y en contra podremos encontrar con sólidos sustentos y argumentaciones, y con toda seguridad se trate de investigaciones que realicen mentes y plumas sabias que verdaderamente conozcan el tema en cuestión, lejos de las limitaciones de estas pobres líneas.


No obstante ello, es menester dejar constancia y recordar siempre que los Evangelios no son crónicas históricas sino teológicas, es decir, espirituales, por lo cual ciertas vetas historiográficas -si bien importantes- quedan en un segundo plano. El primero es la Palabra, ámbito de los corazones, de las almas de los creyentes.


Aún así, podemos destacar algunos puntos con cierto grado de certeza; en primer lugar, el brutal ejercicio del poder que realizaba Herodes el Grande. Cualquier disidencia, cualquier asomo de menoscabo a su poder omnímodo era aplastado con violencia extrema y un grado de paranoia elevadísimo, el que incluyó el homicidio de esposas e hijos. Por ello es más que razonable que se sindique al monarca como el autor de la masacre de los niños belenitas.

Por otro lado, Egipto era el destino usual elegido para todos aquellos que debían exiliarse por motivos políticos; al sur de Judea, era la frontera más amistosa de la zona.


Pero lo verdaderamente importante se encuentra más allá de la superficie, en el plano simbólico.


En Jerusalem, los eruditos realizan una exégesis de las Escrituras, validando lo expresado por esos magos llegados de tan lejos. Es la autoridad religiosa sustentando el poder político, fedatarios de acciones horribles que, sin embargo, hallan su raíz en la Torah. La verdad se deja encontrar hasta por las almas más oscuras, y esos hombres determinan que en el anuncio de los magos se cumplen antiguas promesas, antiguas profecías.

La partida hacia el país egipcio se vincula con el regreso en tiempos mejores, y representa a Jesús como el nuevo y definitivo Moisés, el que llevará al pueblo, desde Egipto, a su verdadera liberación.


En todos estos trajines, destaca como una zarza ardiendo en la noche la figura de José de Nazareth.


Los sueños son, en la tradición bíblica, el ámbito de trascendencia, del encuentro pleno con lo divino, quizás porque la absoluta alteridad de Dios desborda la estrechez de la razón. Y José de Nazareth es un hombre que, aún en los momentos de mayores dudas o dificultades, no deja de soñar: el Dios de la vida brinda una sonrisa amable a todos aquellos que no abdican de sus sueños.

Y es en los sueños de José en donde un Mensajero deja un mensaje urgente, noticias de Dios: es imperioso que tome al Niño y a su madre, y parta sin demoras hacia Egipto, un exilio que le brindará seguridad, lejos de los puñales crueles de Herodes.


No ha debido ser una decisión fácil. Dejar todo atrás, morir un poco por abandonar su patria, lo poco que se tenga ganado a costa de inenarrables esfuerzos, el extraño parto tan reciente, el Niño tan pequeño para una travesía riesgosa a través de un desierto que parece interminable. Partir de modo clandestino, como un delincuente que huye de las autoridades en plena noche, justo él, un hombre bueno como el pan.

Pero José de Nazareth es obediente, y obediente en el sentido primigenio del término: ob audire, escucha atenta, y José, en su fructífero silencio, sabe escuchar y actuar en consecuencia, sin demoras ni excusas.


No es tan complicado imaginarse la escena que compone la Sagrada Familia exiliada. Vivir en un país que no es su patria, idioma y cultura distintos. Ellos son galileos y pobres, y sus ropas y el acento los delatan, y hasta quizás tengan que aguantar unas cuantas miradas de soslayo. Como en toda nación grande que se precie de tal, Egipto tiene memoria y seguramente recuerda a los antiguos esclavos hebreos, a la mano de obra sin costo de Faraón que un día, por designo de su Dios, partieron hacia la libertad.

En ese cuadro, no estará ausente el joven carpintero de Nazareth trabajando de lo que fuera, peón golondrina que se agotará con tal de que a los suyos nada les falte.


Una Sagrada Familia que se hermana para siempre a todos los desplazados de todos los pueblos.


Hoy realizamos memorial de la matanza de los Santos Inocentes, y junto con ellos tal vez también el grato recuerdo vivo de San José protector, sombra bienhechora frente al sol calcinante de todos los desiertos de la existencia, esos hombres y mujeres de Dios que cuando todo parece disolverse en el horror y la muerte permanecen firmes como robles santos, protectores silenciosos de la vida, de una vida que siempre es amenazada por los poderosos, las bestias que se llevan por delante la vida de los pequeños e indefensos.


Más aún: San José protector es signo para toda la Iglesia de quien nos acompañará desde su frondoso silencio, compañero fiel, amigo imperecedero, y signo también de que el Dios Todopoderoso se ha hecho un niño pequeño y frágil, que ha puesto la vida a nuestro cuidado, un Mesías que no lo logrará si no nos involucramos.


San José de Nazareth, ruega por nosotros.


Paz y Bien

Sagrada Familia: señal trinitaria

 






La Sagrada Familia

Para el día de hoy (27/12/20):
Evangelio según San Lucas 2, 22-40



Lo que sabemos y lo que suponemos.

Son un matrimonio de galileos muy jóvenes - de Nazareth - y muy pobres. 

Probablemente esto cause resquemores e inquietud, pero el Redentor creció en el seno de una familia judía pobre, provinciana de periferias y que acataba los preceptos religiosos de su pueblo.

Lucas señala que había llegado el tiempo de la purificación, y que también sus padre llevan al Niño Jesús a Jerusalem para presentarlo al Señor. Hablamos aquí de dos rituales y preceptos distintos:

- La purificación de la parturienta - Korban Iodelet -: se presentaba al sacerdote del Templo un cordero de un año para sacrificio y un pichó de paloma como expiación. Los pobres podían ofrecer dos tórtolas o dos pichones;

- La consagración de los primogénitos a Dios - Kidush Bejorot -: memorial de Aquél que rescató a los hijos de Israel en Egipto.

Las más pura acude mansamente a purificarse.

El que es tres veces Santo es llevado en brazos para ser presentado a Dios. Por el que toda la humanidad es rescatada, se realiza una ofrenda de pobre como rescate y oblación.

Las parturientas debían acudir al Templo luego de cuarenta días del parto. Terrible conteo para nuestros días, y quizás una señal. Una cuarentena monstruosa nos empuja a purificarnos de tanta muerte y a reencontrarnos con Aquél que hace santas todas las cosas.

Porque no es el ritual el que purifica y santifica, sino es Dios quien le confiere el poder de su Gracia. 

Podemos suponer la imagen de esa joven familia galilea: el Templo es enorme, y habitualmente discurren por sus recintos multitudes de Israel y de toda la Diáspora. Son humildes, y como suele pasar con los pobres, son casi invisibles. Solemos mirar sin ver, y de ese modo se nos desdibuja el rostro del hermano y, más aún, el rostro del Altísimo.

La multitud, ocupada en sus cosas. Los sacerdotes, con los ojos nublados por el humo del incienso y la grasa que se quema por los holocaustos. El Señor acude de incógnito -casi confidencial- a una cita que es impostergable.

Por entre ese mar oscilante de gentes que vienen y van, las miradas atentas de dos abuelos los descubren. Ellos sí miran y ven, y entre los dos extremos frágiles de la existencia -un bebé pequeño, dos ancianos de edad avanzada- parece decidirse todo. Mejor dicho, Dios elige esos extremos para manifestarse, para reencontrarse con el pueblo, para prodigar amor y salvación.

Simeón es un abuelo que ha vivido toda su vida sin resignarse, sin ceder un ápice a cualquier desengaño, un hombre de fé, un corazón revestido de esperanza aún cuando todo indique que esa esperanza no procede, que es una tontería, ya está, basta.

Simeón profeta, pues es capaz de mirar y ver más allá de la apariencia y rasgando los velos del tiempo.

Para Simeón y para Israel el encuentro con ese Jesús niño es una contundente ratificación de que todo no ha sido en vano, de que con todo y a pesar de todo hay promesas que se cumplen y que todo puede renovarse y florecer. 

Ese Niño trae Salvación y gloria para Israel y para todos los pueblos, pero también contradicción entre los corazones endurecidos. Cristo interpela a todos sin excepción, y será también una molestia gravosa para otros tantos. la Madre no será ajena: acompañará hasta el Calvario todo el ministerio del Hijo, y es señal de una Iglesia que cuando es fiel cuestiona e interpela, profecía que anuncia y denuncia.

La otra abuela es Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Son credenciales espirituales que nos indican su realidad y su pertenencia, y que la devoción del ayuno y la oración son también servicio, como muchas de nuestras abuelas que vemos, día a día, en el rezo cotidiano del rosario, en la asistencia a misa, en el rezo por los hijos y nietos. A menudo parece que ellas solas sostienen al universo a fuerza de plegaria cuando todo parece derrumbarse. Esa mujer canta y cuenta las maravillas de un Dios que está presente en medio de su pueblo, es precisamente ese Niño, es liberación.

Son dos abuelos y dos testigos: siguiendo la tradición legal de Israel, se requieren al menos dos testigos para garantizar la veracidad de un testimonio, y por ello la presentación del Niño Jesús en el Templo reviste la condición de verdad absoluta.

Luego será el tiempo del regreso al hogar nazareno, y allí el Niño crecerá junto a sus padres robustecido en gracia y sabiduría. 

Dios comparte el acontecer humano. Ha elegido una familia humilde para manifestarse, y quizás sea una señal trinitaria. Se ha encarnado en una Mujer, se ha encarnado en la historia de un pueblo, se ha encarnado en la historia de la humanidad y se presenta ante estos templos andantes que somos humilde y silencioso, un Niño frágil en brazos de su Madre que espera nuestras miradas claras para reconocerlo y agradecer que toda vida vale, que jamás hay que resignarse, que la esperanza se renueva, que la liberación acontece aquí y ahora para mayor gloria de Dios.


Paz y Bien




San Esteban, fiel al pesebre, fiel al Dios que es camino, verdad y vida

 





San Esteban, protomártir - Memorial

Para el día de hoy (26/12/20) 

Evangelio según San Mateo 10, 17-22




La liturgia nos sorprende con el memorial de San Esteban, primer mártir, todavía inmersos en la alegría de la Navidad.

Como nos sucede con la realidad, su sufrimiento nos demuele y es una nota grave y triste que parece polizón clandestino en la agradable sinfonía navideña. Pero en realidad, se trata del mismo amor, de la misma raíz, de la misma verdad.


Creer en el Niño de Belén, en el Emmanuel, y vivir de acuerdo a ello es despreciable, inconveniente y hasta peligroso a los intereses y poderes de este mundo.

El Dios que nos nace en el pesebre es un Dios que elude templos y palacios, y que elige y se solaza revelándose en la sencillez y la humildad.

El Dios que se hace hijo de María de Nazareth es un Dios del despojo, de la entrega absoluta e incondicional, de la palabra empeñada y cumplida.

Es el Dios que se inclina decididamente y se lo encuentra -y se halla a gusto, como uno más- entre los pobres, los descastados y descartados, los que no cuentan.


Para algunos, es una simpática tontería que deberá quedar confinada al culto dominical, pues la realidad corre por otros andariveles. Para algunos también es motivo de desprecio, de consuetudinaria descalificación, pues en la ilógica santa de la Buena Noticia el poder es servicio, jamás dominio, jamás opresión.


Y para otros se trata de un peligro, un severo inconveniente, pues los que aman al Niño de Belén en toda su insondable verdad, desde sus entrañas y sin medir consecuencias van en sentido contrario a toda lógica mundana de poder, de prebendas, y sobre todo, es ajeno a todo egoísmo, principio rector de un mundo floreciente en dolores y negador tenaz de cualquier indicio de fraternidad, que desprecia con fervor la debilidad y la sencilla eternidad del Dios de nuestras esperanzas 


En ese Dios de la verdad, la mansedumbre y la justicia creía Esteban, y por ese Dios muere como el Maestro, como un criminal despreciado. 


El amor de Dios refulgente en el pesebre y la pacífica fidelidad de Esteban, vivida hasta las últimas consecuencias, son expresiones de la misma agradable sinfonía, la Gracia de Dios.


Paz y Bien 


Pesebre y pañales

 







Vigilia de Navidad - Misa del Gallo

Para el día de hoy (24/12/20)  

Evangelio según San Lucas 2, 1-14





Los Evangelios no son crónicas históricas, sino antes bien relatos o crónicas teológicas / espirituales.

Así entonces es menester rumiar la palabra y ahondar en el mensaje profundo que está más allá de lo lineal, lo aparente.

Por ello, cuando los Evangelistas nos ofrecen datos precisos están haciendo sonar alertas para nuestros corazones, para despejarnos el sopor cotidiano, para encender la mirada interior.

Lucas nos sitúa en un contexto puntual en la historia del pueblo de Israel, y en la historia humana: gobierna el mundo conocido el emperador romano Augusto. Cirino – Publio Sulpicio Quirino o Cirino- es gobernador de Siria, y Judea había sido anexionada a ésta como parte de una provincia romana. Para el pueblo judío, tan rabiosamente aferrado a sus tradiciones y a su identidad nacional, la bota romana que impone su ley y sus tributos es intolerable. No obstante, están estacionadas en la zona las legiones romanas, presencia militar experta dispuesta a aplastar violentamente cualquier conato de rebelión.

Así se ordena un censo: no debe, quizás, pensarse un censo con los criterios contables actuales. Es mucho más simple: se trata del conteo de cápitas, de cabezas que han de rendir tributos al emperador.

Regresando al comienzo de estas líneas son muchas las señales que nos sitúan a cada uno de nosotros en una encrucijada específica de la historia. 

Son muchas también las señales que a menudo que el Espíritu deja a nuestro paso y quizás, solo quizás, se nos ha menguado la capacidad de mirar y ver.

Como en el acercamiento de una lente de campo amplio enfocamos sobre una aldea en Galilea, Nazareth. El nombre, para todos nosotros, es ampliamente conocido y mencionado. En el tiempo en que nos sitúa San Lucas Nazareth no figura en los mapas oficiales. No llega a ser una aldea, es un villorio de algunas casas agrupadas por tribus familiares judías. Pero la región galilea también generaba miradas hoscas y despreciativas: es el extramuros, la provincia venida a menos y degradada de las rígidas normas religiosas imperantes. Nada bueno puede venir de Galilea, nada puede esperarse de un sitio que casi no existe, que ni vale la pena anotar su nombre en la cartografía oficial.

Argumento desoladamente usual: nada bueno se espera de ciertos países, de ciertas regiones, de ciertos barrios, de las villas. 

Precisamente desde allí, del sitio que genera menos expectativas, de donde menos se espera algo valioso, se comienza a tejer aquello que ha de transformar de una vez y para siempre la historia.

Un censo, en aquel entonces, implicaba ir a cumplir con las obligaciones –¿imposiciones?- en el pueblo natal. Y José era oriundo de Belén de Judea.

No es poca cosa y no está nada cerca: de Nazareth a Belén había – en las rutas de la época- un recorrido de 190 km por senderos pedregosos, por rutas de montañas en donde solía haber salteadores de caminos. Todo un padecimiento para la esposa de este hombre, María, que cursa un embarazo avanzado. Ella es su esposa, y para nuestros criterios de veinte siglos posteriores, es casi una niña.

Vienen de esa aldea minúscula, y por ello inferimos que son muy pobres. Ninguna familia de buena posición viviría en Galilea y menos en medio da la nada.

Otra señal para colocar los ojos y el corazón: Belén es la ciudad del rey David, del más grande en la historia de su pueblo, pero además su nombre original –Bethlehem- significa, literalmente, “Casa del Pan”.

El censo moviliza a miles de personas de un lado para otro, y las posadas u hostales de viajeros deben estar colmados.

A ese matrimonio de jóvenes los delatan las ropas y el acento. Ni siquiera los apuros del parto inminente le habilitan siquiera un rincón mínimo. 

El Bebé llega. No es, quizás, una ocasión cómoda, pero no tengamos ninguna duda de que es el momento preciso. 

Más señales: pañales y pesebre.

Los pañales de tela refulgen en la oscuridad nocturna, y quizás no haya señal tan humana ni plena de ternura. Un pesebre es cuna prestada, una cuna de apuros, un mínimo reducto para una vida frágil en ciernes. Pero pesebre y pañales, pañales y pesebre son las señales exactas para reconocer al Salvador del universo, al rey de reyes, al Señor de la historia, que por palacio tiene un refugio de animales y por trono los brazos de su Madre.

Inmediatamente se nos dirige la mirada hacia otras personas, unos pastores que cuidaban sus rebaños abrigados sólo por la noche.

Alto aquí: desde hace bastante tiempo tenemos una imagen bucólica y algo ingenua de los pastores –vamos pastorcitos, vamos a Belén, nenitos vestidos de campesinos-, y la realidad era completamente antagónica a esa estampita. En aquellos tiempos los pastores estaban por debajo del último escalón en la consideración social.

Trabajan día y noche, de lunes a lunes y no cumple con el descanso rigurosamente establecido del Shabbat. Su mismo oficio les impone convivir con la suciedad, cuidando rebaños que no les pertenecen, mano de obra baratísima que se contrata por pocas monedas, labor en donde se deja invariablemente la salud. Como si ello no bastara, se los miraba con extrema desconfianza por considerarlos aviesos amigos de lo ajeno.

A los que nadie quiere ni nadie en su sano juicio invitaría a su casa y compartiría su mesa, a ellos les llega la noticia más inmensa, más asombrosa, más determinante.

Quizás por ellos especialmente llamamos a esta noche Nochebuena, en donde se despejan todos los temores, en donde hay expresa y abierta preferencia de Dios por los que no cuentan, por los despreciados, para los que hay siempre malas noticias, y quienes son los primeros destinatarios de la buenísima novedad.

Para ellos, para cada uno de nosotros, para los nuestros, para todos. El Salvador es un Niño frágil e indefenso que se adormece en el frío de la noche al amparo de su Madre, el Rey es tan pobre que no tiene trono ni palacio, el Mesías es Dios nacido de mujer tan pero tan parecido a nosotros que estremece.

De tan cercano lo hemos alejado deliberadamente entre figuras opacas y oropeles vacíos. Pero está allí a tu puerta, a mi puerta, pidiendo permiso, tan frágil que sin nuestra ayuda no vá a lograrlo, tan pariente como el que más de los que no cuentan para nadie. 

Esa noche, en humildad y silencio, la historia humana cambia de rumbo. Dios interviene personalmente para que todo cambie, para que se santifique el tiempo. Dios se amanece en la vecindad misma de los hombres como uno más.

Dios empuja la vida desde lo pequeño, desde lo inadvertido, desde la frontera de la existencia, desde allí de donde nada puede esperarse.

Pesebre y pañales.

Dios con nosotros.


Que pase lo que pase, nunca bajes los brazos, nunca dejes de buscar. Dios siempre tiene una estrella inquieta y movediza para sus amigos, para hacerles encontrar el sendero perdido.


Dios nos nace, una esperanza en pañales que hay que acompañar, proteger y abrigar. 

Dios empuja la Salvación desde la fragilidad de un Bebé Santo para que nadie más esté solo, abandonado, resignado a miserias e injusticias.


Dios se hace tiempo, historia, hermano, hijo querido, uno entre nosotros para que renazcan todas las alegrías en todos los pueblos.


Que la Gloria de Dios cubra toda tu vida y la de los tuyos 


Que te colme su paz, esa paz que nada ni nadie puede quebrantar, la paz que es fruto de la más grata de las noticias: que Dios nos quiere sin condiciones y para siempre.

Que haya paz y justicia para nuestra gente, desde ese Niño muy pequeño que se hace pan.

Que este Niño que nos nace traiga paz a todas las mujeres y hombres de buena voluntad.


Feliz Navidad


Paz y Bien 


La tenacidad de una vida que no baja los brazos

 







Para el día de hoy (23/12/20):  

Evangelio según San Lucas 1, 57-66




Todo tiene un tiempo de maduración. de crecimiento. Las soluciones mágicas, instantáneas, automáticas suelen ser deseables pero poco humanas y muy ajenas. 


Ese tiempo a menudo no es mensurable con facilidad, ni suele haber tablas preestablecidas.Y cuando hablamos de kairos, el tiempo propicio de Dios, hablamos del momento oportuno para que sucedan las cosas, en contraposición a kronos, el tiempo sucesivo, secuencial, cronológico.


A Isabel le había sucedido así. En el transcurrir de su existencia todo parecía resuelto y definitivo; imposibilitada de concebir y cercana a la ancianidad, es más una abuela próxima a la muerte que una mujer floreciente de maternidad. 

Toda su vida había deseado ese hijo improbable, y contra toda previsión ahora lo que parecía imposible al fin acontecía. Un embarazo maduro la encendía y le renovaba toda su existencia.


Porque cuando un niño nace, es la vida misma la que se renueva y recrea.

Ese bebé nacido en las montañas de Judea es plenitud para Isabel, que se vuelve mujer plena en su maternidad.

Es esperanza y palabra recuperada en las esperanzas del viejo sacerdote Zacarías, su padre.

Es alegría que se comparte con parientes y vecinos, alegría que hacen suya los demás. Con esos mansos fervores campesinos, con sereno festejo barrial, está la picardía de apropiarse de ciertas cuestiones.


No hay malicia en ello. Aunque haya algo de error, es cuestión de afectos, y vecinos y parientes quieren opinar sobre el nombre que se ha de imponer al bebé reciente. Debe llamarse como su papá, debe mantenerse la tradición. Es un cálido ambiente comunitario donde todos son valiosos, donde la vida se expande y puede crecer pacíficamente cuidada, albergada por muchos corazones. En todo eso, hoy estamos en un serio y persistente default.


En cierto modo también, ciertos empecinamientos respecto de los niños implica el proyectar en los hijos las ansias propias, los propios sueños truncos, lo que imaginamos para ellos. Pero los hijos no son nuestra propiedad absoluta ni prolongaciones de nuestras menguadas existencias. Ellos tienen vida propia que ha de crecer, una identidad a desplegarse, un destino único e irrepetible a edificar.


Juan es bendito desde el mismo seno materno por el amor misericordioso de Dios con su gestación asombrosa e imprevista, con la visita temprana del Salvador, con el respetuoso amor inquebrantable de sus padres. Juan es su nombre declara Zacarías e Isabel tampoco retrocede.

Ese hijo que Dios -la vida misma- les ha regalado como una indescriptible bendición ha de tener alas propias, un horizonte muy personal, un nombre que lo distinga. Ese hijo será para muchos una luz en medio de tantas sombras por su integridad, por su fé, por el compromiso que respira y la verdad que trasluce.


Ese hijo es asombroso y la mano de Dios está con él, y la mano de Dios está en cada niño que llega, símbolo y señal de ese Niño que será de todos -todo en todos-, Bebé Santo por el que todos los niños son sagrados, por el que todos los bebés reafirman la tenacidad de una vida que no baja los brazos.


Paz y Bien

Dios exalta a los pequeños

 






Para el día de hoy (22/12/20):  

Evangelio según San Lucas 1, 46-55



Producto de los afectos y de una religiosidad que a menudo se abstrae, solemos encaramar la imagen de María de Nazareth en imponentes altares, revestirla de lujosos vestidos, coronas refulgentes, reina del universo. Y lo es, claro está, pero ese modo devocional se extravía en abstracciones, y así perdemos de vista el inmenso valor de María como joven mujer judía de aldea menor, como mujer de fé, plena y feliz por creer. 

Porque es la Madre del Señor en su cuerpo, pero ante todo la Palabra se ha encarnado definitivamente en las honduras de su enorme corazón, tierra sin mal.


Los estudiosos mencionan que, probablemente, el Magnificat sea una construcción piadosa, una plegaria de las primeras comunidades cristianas. Pero sin dudas, expresa con carácter único su fé sin quebrantos, su esperanza cimentada en su Dios, su amor que no se resigna, y muy especialmente la profunda experiencia del paso salvador de Dios en su existencia, en la de su pueblo, en la historia humana.


María de Nazareth canta a ese Magnífico Dios, y al hacerlo, retrata de manera única al Dios Padre de Jesucristo, su Hijo y Señor.


Un Dios Salvador a partir de su experiencia personal, y sabiendo mirar sus huellas en la historia de su pueblo. Una Salvación que es concreta como es concreto el amor, porque ante todo y por sobre todo, María de Nazareth es una mujer que ama.


Un Dios que hace maravillas, dador infinitamente generoso de felicidad, de vida, de liberación.


Un Dios magníficamente parcial, cuyo rostro se inclina hacia los pobres, los pequeños, los humildes, los que no cuentan.


Un Dios que dispersa a los que piensan que son algo, que desarma los planes de los arrogantes, y que llegado el caso derriba a los poderosos de sus tronos, Dios que es amor, Dios que es justicia y derecho, Dios que es misericordia que se extiende de generación en generación.


Un Dios que que siempre cumple lo que prometió.


Un Dios que florece la vida, como ella comienza a experimentarlo en su propio cuerpo luego de conocerlo en las honduras de su alma.


En el Magníficat oramos alegres y confiados a un Dios que nunca se desentiende de la historia de sus hijas e hijos, que se hace tiempo, que se hace tan cercano como ese Niño que acunaremos en el silencio de nuestros corazones.


Magnífico el Dios de María de Nazareth que ratifica para siempre el amor con su pueblo en ese Cristo que nos está llegando a través de la Madre.


Paz y Bien

Visitación: La fé en el Salvador es motivo de felicidad

 






Para el día de hoy (21/12/20):  

Evangelio según San Lucas 1, 39-45



No parece una situación muy cercana a la razón y a la realidad. Sabios y reyes, bravos soldados heroicos y caudillos han debido dar un paso a un costado. Hasta los sacerdotes, como Zacarías, han sido llamados a silencio.


Sin embargo, todas las ansias de un pueblo y la historia misma de la humanidad es puesta por Dios en manos de dos mujeres y de sus hijos, niños que aún no han nacido pero que ya se manifiestan con plena vitalidad en el seno de sus madres.


Porque la Visitación supone una ruptura profunda respecto de la estructura patriarcal pero más especialmente de los modos que se suelen imaginar para los hitos históricos. Y para colmo de males, esa ruptura es propiciada y amada por el Dios del Universo.


No son dos mujeres notables.

Una es descendiente de Aarón, hermano de Moisés, y está casada con un sacerdote del Templo de Jerusalem. A pesar de sus credenciales, es casi una anciana, por lo cual se la infiere más próxima a la muerte que cercana a una vida nueva.

La otra es una muchachita campesina, apenas prometida a un ignoto carpintero galileo, que luce un embarazo extrañamente sospechoso, pues ella misma se reconoce virgen. Ella no es tenida normalmente en cuenta de tan pequeña e insignificante que parece.


Una ser recluye a las sombras de las habitaciones hogareñas en su vergüenza en abuela/madre próxima.

La otra ni se contiene ni tiene nada de lo que avergonzarse, y se larga a los caminos extensos, sola sólo en apariencia. Vá con todas las prisas en su alma encendida, porque el amor y la solidaridad no admiten demoras ni excusas. Siempre empujan.

Son dos mujeres que, por tales, no tienen mínima relevancia.


Y se encuentran y se reconocen, y son sus cuerpos benditos -embarazos crecientes, vidas en ciernes, vidas multiplicadas- los que dan la primer señal. La presencia de uno de los bebés desata la alegría saltarina en el otro. Cuando nos encontramos de verdad, cuando salimos en la búsqueda del otro es posible el encuentro, la alegría, la profecía, los asombros de cada descubrir.


Isabel reconoce en plenitud a María. Se lo dice el Espíritu que la anima, se lo dice el hijo maravilloso que vendrá en breve. 

Bienaventurada. Dichosa. María es feliz por la plenitud de su confianza, por su escucha atenta, por permitir que el amor de Dios la transforme, por descubrirse -aún tan pequeña- capaz de realizar todos los imposibles, de que la vida se le crezca porque Dios está con Ella.


Porque la fé, señoras y señores, nos vuelve felices.


No es euforia pasajera ni explosión que se impone a otros. Es la mansa alegría que permanece contra viento y marea, a pesar de toda cruz. La sostiene la roca más firme.


Esas dos mujeres son hijas fieles de Sion, y concitan y resumen las promesas de su pueblo.

Pero maravillosamente todas las naciones de la tierra, creyentes o incrédulos, son bendecidas por ellas. 

El hijo de Isabel sigue siendo la voz clara que llama sin descanso a desertar de cualquier corrupción y al regreso a la solidaridad y a la bondad.

El hijo de María de Nazareth es Dios con nosotros, la eternidad que se hace historia, un Dios que se hace tiempo, se hace momentos, gestos, humanidad, un Niño, la vida que acunamos en nuestros brazos.


Paz y Bien

Dios se inclina ante los pequeños con amor y salvación

 





Domingo 4º de Adviento

Para el día de hoy (20/12/20):  

Evangelio según San Lucas 1, 26-38



El estilo redaccional de San Lucas nos lo advierte desde un comienzo: Nazareth es una ciudad galilea, un villorio perdido de provincias. No trae reminiscencias bíblicas, no se encuentra en el centro geográfico de Judá -como por ejemplo Ain Karem, en donde viven Zacarías e Isabel- ni tampoco en el centro religioso y político de Israel, Jerusalem. Muchos de los eruditos declaman con seriedad que nada bueno puede salir de allí, zona sospechosa de impureza, el borde mismo de la periferia.


Como en un contrapunto, la anunciación a Zacarías acontece entre la sagrada imponencia del Templo de Jerusalem, mientras que la Anunciación a María se desplaza a una aldea polvorienta que casi nadie conoce, y ese desplazamiento nos despierta cierta intuición: parece que lo sagrado -representado por el Ángel- está dejando el ámbito esplendoroso del Templo hacia la humildad de esa muchacha galilea, niña que es un templo vivo y latiente de la Gracia de Dios.


El Ángel llega a Nazareth y llega a su casa: el detalle es muy importante. En aquel tiempo, las mujeres no tenían otro derecho que el que les llegaba por los varones de la familia. Realmente, su hogar debía ser la casa paterna, y sin embargo el Evangelista señala con precisión que el Mensajero llega a su casa, signo ineludible de un Dios que llega y se hace morada en los corazones de los creyentes.


María de Nazareth es una pequeñísima flor del campo, silvestre, que casi ni se vé, por ser pobre, provinciana y mujer. Ella es transparente de tan pura y es tan hermosa en su humildad que un Dios asombroso se enamora de ella con la misma intensidad conque ama a su creación.

La esposa primera, Israel, ha sido tenazmente infiel y obstinada en su esterilidad. En María y con María, Dios celebra esponsales definitivos con la humanidad.


Ella se conmueve y seguramente se ruboriza. Es una niña que ingresa al mundo de los adultos con rapidez, y ese saludo cordial la conturba como lo hacen los humildes frente a la presencia de Dios. 

Agraciada -plena de Gracia- se descubrirá feliz porque el Todopoderoso la ama y porque ha puesto su mirada y su ternura en su pequeñez.


La entonación del Ángel trasunta un tenor de respeto y cordialidad que es infrecuente, que no se condice con nuestras ganas de creer en un Dios que impone deseos sin preguntar.

Con todo y a pesar de todo, Ella dirá Sí! desde un corazón inmaculado, desde un alma sin mancha, desde su pequeñez que se completa y magnifica por el amor de Dios, el mismo amor que le hace crecer un Bebé santo en su seno.


El Hijo que vendrá se llamará Jesús -Dios salva-. Por su padre legal, José, será descenciente de David y por ello reinará sobre la casa de David, corona judía; a su vez reinará también sobre la casa de Jacob, el reino del Norte, y ello es fundamental: unificará en su reinado al pueblo elegido, quebrantado por las guerras y por luchas intestinas, y desde allí proyectará su luz a todos los pueblos y todas las naciones en un Reino sin fin.


La Anunciación del Señor, Anunciación a María, es el saludo cordial de Dios a toda la humanidad. De un Dios que se inclina decididamente a favor de los pequeños, que exalta a los humildes, que se hace tiempo, historia, vecino, Hijo queridísimo en nuestros brazos para la Salvación, merced al Sí1 confiado y creyente de esa muchacha de sol.


Paz y Bien

Dios con nosotros, y San José a nuestro lado

 




Para el día de hoy (18/12/20): 

Evangelio según San Mateo 1, 18-24




Durante mucho tiempo, desde la reflexión teológica y desde la catequesis, se nos ha hablado acerca de las angustias de José de Nazareth que nos hace presente la lectura de hoy desde una perspectiva legalista, es decir, desde la óptica del cumplimiento de la Ley, para allí inferir los fundamentos de su decisión de repudiar a María en secreto.

Quizás ello actúe en desmedro de la importantísima y enorme figura del carpintero belenita como hombre de una fé frutal, hombre justo porque su voluntad -todo su ser- se ajusta a la voluntad de Dios.


Hay algo que solemos pasar por alto, como si no fuera posible en el ámbito de la Sagrada Familia, y es que María y José de Nazareth estuvieran profundamente enamorados, y que como tales no pudieran esperar el encontarse y compartirlo todo, aún cuando no fuera el tiempo de la convivencia marital.

Por eso mismo las dudas: al enterarse del embarazo milagroso de la mujer que amaba, un niño que vendría producto de la intervención divina, José de Nazareth vacila y teme, pero no por su esposa. José duda de sí mismo, se descubre menor, mínimo, indigno de estar junto a esa mujer bendita a la que le crece una vida nueva en su seno a puro amor de Dios. La santidad y el amor que le profesa a María lo hacen buscar una salida, una fuga silenciosa y sin escándalos, porque él no puede estar allí.

Humildad es raíz de justicia.


José de Nazareth se adormece. Es el cansancio del cuerpo demolido luego de una dura jornada de trabajo, en donde procuró el sustento familiar, en donde se acrecentó su dignidad desde la integridad, la honradez y el esfuerzo. Pero ese adormecerse es también símbolo de todos aquellos que no se rinden, que no se resignan, que frente a un cerco de sombras presentes no dejan de imaginar, esperanzados, un futuro diferente. Porque Dios acompaña con buenas noticias a todos los soñadores.


Un Mensajero -voz y presencia sagradas- le ordena las ideas, le clarifica las angustias, lo pone en marcha hacia su misión que es un destino que deberá edificar con la ayuda de Dios.

Su tarea no es menor: al convertirse en padre legal -no padre adoptivo- del Niño que habrá de nacer, José de Nazareth posibilitará que el Bebé Santo tenga historia y familia, que no sea un bastardo sin arraigos, que en el árbol frondoso de Israel puedan seguirse sus raíces hasta David y Abraham.


Más aún: será José quien le ponga un nombre al Niño. Un nombre es mucho más que un capricho o una moda pasajera: un nombre revela carácter y destino, y el Niño se llamará Jesús -Yehoshua-, que significa Dios Salva, porque ese Niño salvará a su pueblo de todos los pecados.


Magnífico padre,y padre con todas las letras José de Nazareth. Seguramente el Niño que ya hombre se convertirá en Maestro, te llamaba de pequeño abbá, y desde tu silente y frondosa figura reveló a las naciones el rostro amable de un Dios que es Padre. Y a tu Dios le llamabas con ternura y confianza hijito.


La Anunciación de San José es llamada para aclararnos las cosas a cada uno de nosotros. Para Dios no hay imposibles, pero es tiempo de la Gracia, del milagro eterno de la Encarnación, Dios con nosotros, tiempo santo de Dios y el hombre. Y ese Dios nos busca, pequeño y frágil, para hacerse tiempo, historia, un Hijo amado que duerma en nuestros brazos, que crezca ante nuestros ojos, que se haga Salvación para todas las gentes.


Paz y Bien

Un árbol frondoso de raíces divinas

 





Para el día de hoy (17/12/20):  

Evangelio según San Mateo 1, 1-17





Un acercamiento historiográfico a las dos genealogías de Cristo presentes en los Evangelios pueden llevar a confusión. Mientras la de Lucas es ascendente hasta Adán, la de Mateo desciende hasta Abraham; ambas difieren especialmente en la cantidad de generaciones y en algunos nombres. Bajo el mismo criterio de aproximación, podría inferirse que se trata de una construcción poética o literaria que intenta justificar en ambos casos el origen real de Jesús de Nazareth y, por ende, su derecho natural a reclamar la corona de Israel.


Ése, precisamente, es el primer error. Los Evangelios no pretenden en ningún momento exhibir rigor de crónica histórica, sino que son más bien crónicas teológicas, es decir, espirituales. Por ello su acercamiento veraz es a través de la fé.


En el caso que nos ofrece la liturgia del día, la genealogía de Mateo es aúm más extraña. En aquella época, los árboles familiares se definían por los varones de la familia, quedando las mujeres relegadas a sus vínculos con ellos.

Aquí nos encontramos con cinco mujeres que son un hito fundamental en esta paciente urdimbre de siglos: Tamar, Rahab, Rut y Betsabé, que como ríos caudalosos desembocan en María de Nazareth.


Asombroso dibujo de Dios. La historia parece que no la deciden los reyes y guerreros, y sí en cambio las mujeres y los niños.


Tamar engaña a Judá, y concibe un hijo de esa relación ilegítima. Ese hijo portará la promesa de su Dios para con su pueblo.


Rahab, la prostituta de Jericó, sin la cual las fuerzas judías no podrían haber ingresado a la tierra prometida.


Rut la moabita, la extranjera que ama y es fiel, y merced a la ley de Levirato se convertirá en abuela del Rey David.


Betsabé, la esposa de un alto oficial del ejército judío, seducida brutalmente por David. Aún así, será la madre del rey Salomón.


Deliberadamente Mateo se olvida de las grandes y gloriosas matriarcas de su pueblo como Esther, Sara y Rebeca, sugiriéndonos una tendencia extraña en la voluntad de Dios.


La Madre del Señor, descendiente de David -rama del tronco de Jesé- es una muchachita, casi una niña, de aldea polvorienta a la que casi nadie vé. Pero el Dios del universo de ha enamorado de ella, y Ella con su sí inaugura los tiempos definitivos, los tiempos de la Gracia, los tiempos de la Salvación.


El Redentor llega a la historia humana por caminos extraños, por caminos muy humanos, tan humanos que a menudo están teñidos de sombras, senderos desviados por el pecado y las miserias.


Desde los mismos márgenes de la existencia, la vida de Dios se abre paso tenaz, obstinada, amorosa y fiel.


Paz y Bien

Dios se hace vecino y pariente

 






Para el día de hoy (15/12/20)

Evangelio según San Mateo 21, 28-32




La lectura del Evangelio para el día de hoy nos interpela, nos desafía, nos provoca, y Dios quiera que siempre sea así, Palabra de Vida y Palabra Viva capaz de despertarnos de todos los letargos.


Es menester ubicarnos en lugar y situación: el Maestro se encuentra en Jerusalem y más precisamente en el Templo, espacio que debería ser sagrado y casa de oración pero que Él revela como cueva de bandidos y ladrones. A esos usurpadores tan afectos a la violencia y que con la brutalidad de la cruz intentarán acallar la Buena Noticia les sigue enseñando, y es señal cierta de que las cosas han de decirse como son, que las denuncias que se silencian son complicidades y que la injusticia tolerada -a pesar de los riesgos- es aceptada. 

Pero también es señal inefable de un Dios que no se rinde ni descansa jamás buscando a los perdidos, a los que están sumidos en marasmos de pecado, inclusive a aquellos a los que lógicamente se los supone insalvables. Siempre hay tiempo para la conversión y el regreso, siempre hay un Dios dispuesto con bondad al perdón. 


Y esos hombres, que eran muy versados en religión, muy piadosos y creían defender las cosas de Dios, aún llegando a una conclusión veraz en la parábola de los dos hijos, se niegan a permitir renovarse en espíritu y en verdad.


Tristemente, seguimos siendo tenaces en esas miserias.

Adherimos con fervor a los moldes religiosos, al cumplimiento de las formas sin corazón ni contenido, al legalismo cegador que impide ver a Dios y al hermano. Porque esos moldes son eficaces a la hora de discriminar entre propios y ajenos, entre los que pertenecen y los que están fuera, y es descripción exacta de aquellos que son exquisitos observantes de dogmas y preceptos pero a su vez, extremos negadores del prójimo.

Quien se cree habilitado a decidir quién es hermano, quién es hijo y quién nó anda por veredas que no son las de Jesús de Nazareth.


Por el contrario, en el tiempo definitivo de la Gracia, en el año sin final de la Misericordia, tienen primacía de acceso al amor de Dios los marginados, los que nadie quiere, los descartados de antemano, los despreciados de siempre. 


La fidelidad a esa bondad indescriptible será entonces convertirse, es decir, converger hacia Dios y hacia el hermano, en especial hacia el último, hacia el que nadie quiere ni nadie invitaría a su mesa.


Todos somos pecadores. Todos. 

Pero todos somos, sin mérito alguno pero por causa de amores inquebrantables, hijas e hijos de un Dios que es Padre, que se hace vecino, que se hace pariente, que se hace hijo de todos para acunarlo en nuestros corazones.


Paz y Bien


En un horizonte de Navidad

 





Para el día de hoy (14/12/20): 

Evangelio según San Mateo 21, 23-27




En las lecturas que nos van nutriendo estos días, es menester tener siempre por horizonte una Navidad cada vez más cercana. Ello le brinda un nivel de profundidad inusual, y claves de lectura muy útiles a nuestra reflexión.


En esta oportunidad, nos situamos en Jerusalem, precisamente en el Templo, y con el Maestro enseñando: ello brinda a todo el texto un aura de solemnidad que no podemos pasar por alto.

Se acercan a Jesús los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo, y no se trata solamente de una identificación positiva por parte del Evangelista: los sumos sacerdotes y los ancianos/senadores -la nobleza laica- pertenecían a la secta saducea, y detentaban tanto el poder religioso como el económico, y eso, en una sociedad como la judía del siglo I, implicaba también el poder político.


Ellos se perciben a sí mismos como depositarios de la confianza y el poder divinos. Por ello, el surgimiento de ese joven rabbí galileo los descoloca, los reviste de pánico que se convierte en acciones concretas para tratar de reducirle, de suprimirlo, de acallarlo de una buena vez. Su influencia sobre el pueblo crece día a día, y para colmo se mueve por los bordes, por la periferia y por fuera de los estratos de poder habituales.

Se puede simplificar de modo veraz afirmando que esos hombres esbozan preconceptos descalificadores porque sienten bajo amenaza directa toda una vida de honras y privilegios a la que se creen con derecho por sobre los demás, las cabezas y corazones de los otros como escalones para ascender.


El preconcepto queda evidenciado en requerirle a Cristo que indique de dónde le surge esa autoridad -exousía- que ejerce sin vacilaciones a favor de los pobres, dolientes y pequeños. Es claro. Ellos mismos son los que libran cédulas, otorgan pergaminos y reconocen solamente una fracción de autoridad por ellos delegada o autorizada. La pregunta es falaz, tramposa. La pregunta correcta -aún cínica- debería ser quién te autorizó a hacer y decir lo que dices y haces. 


Más en ellos no hay casuística, ni búsqueda de la verdad. Sólo un juego dialéctico que esconde desprecio, y por eso también rechazaron la autoridad del Bautista.


Es el tiempo ideal si ciertos privilegios e intereses propios obstan una apertura cordial frente a la Gracia de Dios. Si nos enredamos en absurdos juegos de palabras para no escuchar la Palabra. Pero muy especialmente, a no reconocer la evidencia del paso salvador de Cristo por nuestras vidas.


Paz y Bien

Gaudete: El Señor está ahí, a un paso, entre la multitud

 






Tercer Domingo de Adviento - Domingo de Gaudete

Para el día de hoy (13/12/20)

Evangelio según San Juan 1, 6-8. 19-28




Juan, hijo de Zacarías e Isabel, es un profeta con todas las letras, pleno de su identidad judía, totalmente un hombre de Dios y de su pueblo.


Es el último de una larga tradición de hombres de mirada lejana, pacientemente insertos en la historia por Dios para restablecer el sendero veraz para la humanidad extraviada. Se trata de hombres fieles y veraces, y entre ellos, Juan es el último, el que se ubica al final de esa extensa y sinuosa caminata cierta de tantos siglos, un final que no es clausura sino que es inicio definitivo.


Juan hereda todas las tradiciones, y en él perdura la teología / espiritualidad de su gente. El Mesías está por venir en cualquier momento, su llegada es inminente, y la mirada preponderante era la de un rey glorioso que traería liberación mediante una imponente victoria militar; sin embargo, hemos de reconocer que varios de os profetas también señalaban al Mesías con una imagen contrapuesta, la del Servidor sufriente, la del príncipe de la paz y la misericordia.

Pero Juan es un hombre de fuego, y su clamor a la conversión es bélico, conminatorio. Es imposible no estremecerse frente a las miserias humanas que la integridad del Bautista expone, y así sucederá siempre con las mujeres y hombres de Dios.


Porque el Bautista es una llama firme de integridad que jamás vacilará ni oscilará según conveniencias, tal como suelen hacer muchos como cañas sibilantes por los vientos.

Porque el Bautista se ha abandonado totalmente a las manos de Dios -un hombre del desierto y la naturaleza- porque sabe que los entresijos del poder que oprime se afinca en los palacios, se reviste de pompa, se rodea de lujos. Y la profecía florece en el desierto, bien lejos del poder, los poderosos, de la corrupción.


Por todo ello es más que razonable que, encontrándose detenido en las mazmorras herodianas, envíe a dos de sus discípulos con una pregunta crucial para Jesús de Nazareth. Juan sabe que el tiempo está maduro, pero la imagen que encuentra en el Maestro no se condice con la que él posee acerca del Mesías, y quiere saber si debe seguir esperando a otro tan bravo como él mismo.

La respuesta de Jesús no es reprobatoria. Los mensajeros de Juan han de regresar donde éste y contar lo que han visto: los ciegos ven, los lisiados caminan, los leprosos son purificados, los muertos son regresados a a vida y se anuncia la mejor de las noticias a los más pequeños y a los pobres.Quizás allí esté la síntesis perfecta de toda misión, contar y hacer presente que el tiempo de todas las bondades ha llegado y está entre nosotros.


Así entonces Juan es enorme, el más grande de entre los nacidos de mujer por ser tan cabal, tan de Dios y de su pueblo, experto lector de los signos del tiempo -a los que en verdad hay que prestarle atención-y especialmente por allanar los caminos para Aquél que está llegando, Aquél que todos esperan.

Sin embargo, es el más grande pero paradójicamente el más pequeño. Sus ojos y su corazón perciben al Cristo de Dios, pero Juan se quedará en las fronteras inmediatas del universo de la Gracia.

Por ello la mayor de toda la humanidad, la más plena y feliz será María de Nazareth, Llena de Gracia, Madre de Dios.


Hoy es Domingo, y más aún, Domingo de Gaudete -es decir ¡Regocíjense!-, porque el Salvador ya llega, está a un sólo paso, ya viene. Y porque muchas mujeres y muchos hombres íntegros siguen señalando desde su entereza, desde su justicia, desde su fidelidad cual es el camino ha seguir, los que permanecen fieles a pesar de todos los Herodes violentos y corruptos de este mundo.


Paz y Bien

Madre bendita, Madre generosa, Madre milagrosa, Mujer morena revestida de sol, María de Guadalupe

 











Nuestra Señora de Guadalupe - Patrona de América Latina 

Para el día de hoy (12/12/20) 

Evangelio según San Lucas 1, 39-48



Dios exalta a los pequeños. María lo sabía en las honduras de su alma.


Dios nunca abandona a su pueblo, especialmente a los más débiles.


Las rosas que San Juan Diego lleva en su ayate son promesas del Altísimo, son certezas de amor de Madre, son tesoros que se guardan corazón adentro y que a menudo olvidamos que Dios los ha puesto allí.

Suele pasar que a muchos mensajeros, por ser humildes, por no "pertenecer" a algún círculo escaso, por ser subestimados o despreciados, se les hace hacer fila. Sacar turno. Espere ahí callado.

Pero la fé es tenaz. La fé no se doblega.Y si impulsa la Madre del Señor no hay fuerza en el mundo que pueda hacer callar a nadie.

- el Señor pone tesoros en las honduras de nuestro corazón que hay que hacerlos florecer y multiplicar. No se deben dispendiar en tonterías ni malgastarlos con estúpidos-


San Juan Diego lleva en su tilma humilde esperanza para todos nuestro pueblos. Pueblos mestizos en su piel y en sus almas asombrosas, porque lleva a la Madre del Señor, Tonantzin. 


Y donde está la Madre está el Hijo.

Madre bendita, Madre generosa, Madre milagrosa, Mujer morena revestida de sol.

Salve Madre de Dios!

Y que Viva México y toda América


Paz y Bien






ir arriba