Para el día de hoy (23/07/20)
Evangelio según San Juan 15, 1-8
Para los que somos de orígenes citadinos y vivimos en sitios en donde no hayan parras, la enseñanza del Maestro que hoy nos hace presente el Evangelio de Juan puede quedársenos en lo meramente anecdótico, o en una lectura abstracta despojada de sus signos más profundos.
Los sarmientos de la vid están tan intrínsecamente unidos a la cepa, que esa simbiosis es imprescindible para que crezcan, y para que tenga sentido su existencia misma; los sarmientos son los mismos brazos de la cepa, brazos que crecen año a año y que suelen dar algunas yemas. De esas yemas brotarán luego los racimos que tienen destino de vino bueno.
Hay tres tipos de yemas: la principal -que trae consigo la producción añorada por la vendimia-, la anticipada -que a menudo trae frutos pero inservibles para el vino, de muy baja calidad- y la latente, yema que es pura vegetación y no suele traer ningún racimo.
Las tres clases de yemas tienen una constante: cuanto más cerca estén del tronco, es decir, de la cepa/vid, mejores uvas brindan.
Aún así, es menester ir podando los sarmientos para que antes de cada vendimia haya buenas yemas; si no hay poda, difícilmente pueda haber ni yemas ni racimos, y la vid se pierde en puras ramas inútiles y secas de deshecho.
Sin embargo, la nobleza del vino en promesa no surge de modo independiente de esos sarmientos que se renuevan en cada poda, sino más bien de la savia que recorre nutricia la cepa y sus brazos.
La alegoría tiene un significado definitivo: el Dios de Jesús de Nazareth, nuestro Dios, no es un Dios alejado que cada tanto empuña el hacha para cortar aquello que en nosotros no sirve, desde fuera, ajeno y distinto.
El Dios de Jesús de Nazareth nos recorre vital y fructífero por todo nuestro ser, venas y alma, para que esta mínimas ramas que somos florezcan en vino santo.
Por ello vivir la Buena Noticia del Reino no implica adherir a doctrinas, o pertenecer a un grupo religioso; es, decididamente, permanecer unidos indisolublemente a Alguien, Jesús nuestro hermano y Señor, vid verdadera, cepa infinita por la que nos llega la cepa eterna de la plenitud.
Somos sus brazos, su presencia y su permanencia: el sueño y la gloria de Dios es que nos florezcan racimos de justicia, de verdad, de liberación para que brinden los hermanos en la mesa inmensa del Reino.
Paz y Bien
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