Domingo 15º durante el año
Para el día de hoy (12/07/20):
Evangelio según San Mateo 13, 1-23
En apariencia, la actitud del sembrador es en extremo despreocupada, quizás indolente. Arroja aquí y allá las semillas con una confianza inusitada, sin fijarse demasiado en donde ha de caer esa simiente tan valiosa: es que sabe que lo que siembra tiene un poder escondido asombroso, tiene esa certeza campesina de que ha de crecer por su propia fuerza, por ese empuje oculto, y su esfuerzo jamás ha de ser de balde.
El tiempo inaugurado por Jesús de Nazareth es la era maravillosa de la Gracia, de la historia fecunda, esa Encarnación que implica una cercanía total de Dios-con-nosotros, y es precisamente la Encarnación el tiempo urdido en urdimbre santa entre Dios y el hombre. Las iniciativas son siempre primacías amorosas de ese Dios que sale al encuentro hecho hijo, hecho pan, hecho semilla, pero la humanidad no está desconectada de la bendición ni tiene por ello una actitud pasiva, aguardando que Otro resuelva por ella sus miserias y problemas. Nada de eso. La esperanza cristiana -señal de fidelidad y confianza- siempre es activa, la vida en el Espíritu siempre es movimiento, corazones peregrinos.
De algún modo la simbología del Génesis es algo más que alegórica: somos tierra que anda, tierra moldeada entre manos bondadosas, tierra con aliento de vida.
Esta tierra viva que somos tiene destino de fecundidad inscrito en sus honduras, pero también posee un color de libertad, aún cuando esa libertad la lleve a traicionar su mejor horizonte. Es por ello que esa semilla de fuerza imparable a veces es rechazada, a veces germina pero no crece, a veces crece a medias -puro asomo-, y otras veces produce un rinde extraordinario. Está en nosotros.
María de Nazareth -tierra sin mal, tierra fiel- es la que mejor comprendió este camino y en su pequeñez se creció la eternidad de ese Dios enamorado de su creación.
Paz y Bien
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