Para el día de hoy (31/08/11):
Evangelio según San Lucas 4, 38-44
En el principio, la comunidad y el servicio
Sin condiciones previas
Para el día de hoy (30/08/11):
Evangelio según San Mateo 13, 44-46
Molesto y peligroso como un hombre veraz
Evangelio según San Marcos 6, 17-29
Sin embargo, en las sombras de ese calabozo había más luz que en todo el palacio del tetrarca, reyezuelo sometido graciosamente al poder imperial romano.
No, nuestros caminos no son los tuyos
Para el día de hoy (28/08/11):
Evangelio según San Mateo 16, 21-27
La única riqueza sorprendente
Para el día de hoy (27/08/11):
Evangelio según San Mateo 25, 14-30
Encendidos
Para el día de hoy (26/08/11):
Evangelio según San Mateo 25, 1-13
Viniendo
Para el día de hoy (25/08/11):
Evangelio según San Mateo 24, 42-51
(La literalidad suele ser madre de fundamentalismos tanto crueles como estériles.
Así pensar en un regreso final del Señor como algo posible pero distante -a menudo post mortem- conduce necesariamente a una religiosidad escindida de la cotidianeidad, y a menudo esta postura está íntimamente asociada a la de un dios que castigará en el día final, un dios de juicio, premios y recompensas que nada tiene que ver con Abbá Padre de Jesús y Padre Nuestro.
Sabemos que Él regresará de manera definitiva en el día final; sin embargo, Él está viniendo hoy mismo, y de un modo real y concreto se lo puede encontrar en el rostro de los pobres, en una comunidad orante, en el servicio desinteresado, en el pan compartido, en la mesa de todos.
Quizás en ese encuentro personal y comunitario de un Cristo vivo y presente, podamos comenzar a mirar la existencia desde otra perspectiva más profunda.
Ya no se trata de una ruleta en donde hemos de estar prestos a apostar buenos actos con el fin de acertarle con nuestras mínimas fichas a una eternidad que se gana.
Es el tiempo del Reino, año de Gracia y Misericordia, tiempo de la felicidad humilde de los que no se duermen en sus comodidades porque a ese Jesús lo ven viniendo con ellos y por eso mismo no desesperan.
Porque Él está viniendo y está presente, vivo en medio de su pueblo, son posibles una fidelidad a toda prueba que descree con fervor de esa ética espúrea del éxito, y palpita la esperanza increíble de que otra vida es mejor, y de que la felicidad comienza en la vida diaria y no tendrá límites ni final)
Paz y Bien
Un Cristo inesperado, un Mesías sorprendente
Evangelio según San Juan 1, 45-51
(En el transcurrir de nuestras existencias, seguramente hemos de encontrarnos con Felipes que aparecen y nos llevan a Jesús, invitándonos a ver que hay más -siempre hay más- que otra vida es posible, que junto a otros podemos encontrar a quien es nuestra liberación y nuestra alegría.
Elegías de ayer y hoy
Para el día de hoy (23/08/11):
Evangelio según San Mateo 23, 23-26
(Los ayes del Maestro son duros, contundentes, y se requiere de un esfuerzo ímprobo -teñido de imposible- para no asociarlos a hechos que conocemos y nos golpean y nos desangran.
El abuso de niños, la connivencia con el poder, el autoritarismo, el aferrarse a la pura forma vacía de corazón, el culto de una imagen externa que a menudo esconde gravosas tinieblas y cierto sectarismo militante y arraigado que pretende diferenciar y separar a algunos que cumplen funciones pastorales -que son vocaciones del Espíritu- del resto del pueblo de Dios.
La denuncia de Jesús vá contra escribas y fariseos de ayer y de hoy también.
Todo esto nos viste de tristeza y, con frecuencia, nos enciende de rabia e impotencia.
Aún así, no podemos permitirnos desesperar. Y no está mal de vez en cuando -¿acaso siempre?- volvernos simples como niños, desterrando todas esas complejidades que nos agobian y nos hacen perder el sentido.
En esa sencillez que habitual y torpemente se la suele clasificar de ingenuidad, no está de más volver a plantearnos ciertas cuestiones que damos por supuestas e irrevocables: la fuerza y la novedad de la Buena Noticia no pueden ser alambradas ni reducidas a criterios preestablecidos, ni circunscriptas a preconceptos esquemáticos.
Ante todo, no se trata de oponer institucionalidad a espiritualidad: es una trampa peligrosa, pues la primera debería ser consecuencia natural de la segunda.
Quizás por ello deberíamos sumergirnos corazón adentro, y con la luz del Espíritu que sostiene y alienta la vida, volver a descubrir con ojos plenos de asombro que religión significa principal y especialmente re-ligar, re-unir, congregar a los dispersos desde la fraternidad que nos ha sido dada.
Eso que entendemos por religión entonces se expresará primero en justicia, en compasión, en sinceridad. Y desde allí sí, el culto y la liturgia se erigirán como consecuencias necesarias de esa misericordia palpitada a diario.
El culto verdadero comienza en el socorro al necesitado, y el Reino acontece cuando se sienta en la cabecera de nuestra mesa aquel que nadie invita, aquel que languidece a nuestro lado, aquel que sólo es importante para un Dios que es un Padre que nos quiere y una Madre que nos cuida, no un juez severo, no un verdugo implacable, no un rigorista empedernido.
Nos congrega sin límites, a buenos y malos, a grandes y pequeños, a consagrados y laicos un Dios que es sonrisa y abrazo, ternura y comprensión, compasión y tolerancia, felicidad y liberación.
El Dios del Universo, el Todopoderoso que no ha dudado en hacerse un Niño frágil en brazos de su Madre, servidor de todos, un Dios hermano y compañero de mujeres y hombres capaces de amar.)
Paz y Bien
María Reina, un corazón viviendo para los otros
Santa María, Reina
Para el día de hoy (22/08/11):
Evangelio según San Lucas 1, 26-38
(Cuando hablamos de monarcas y reyes, suponemos a quienes tienen primacías, es decir, aquellos que por determinados motivos -origen noble, dinástico, bélico- encabeza a un pueblo o una raza; luego sí podemos inferir poder y gobierno, soberanía y prebendas.
¿Cómo conjugamos esta idea básica con esta celebración de Santa María Reina?
A través de los siglos hemos hecho uso y abuso de ornamentos, vestidos lujosos, joyas y coronas; sin lugar a dudas, en muchos de los casos su fundamento es el afecto y la piedad.
Sin embargo, si nos adentramos en el misterio de la Anunciación y Encarnación de Jesús, todo ello se nos hace ajeno a Ella: tantas ornamentaciones nos la han escondido en su eterna sencillez y humildad.
El Mensajero no se dirige a la Jerusalem del Templo y el poder. Su derrotero expresamente pasa de largo por la clase sacerdotal, por el status religioso instituido y previsible para las cosas de Dios.
Para asombro y alegría de los pequeños -y escándalo de unos cuantos-, Dios se comporta de una manera muy extraña.
Parece que en esa Galilea de la periferia y la sospecha permanente -nada bueno puede salir de allí, según decían- habría de suceder algo extraordinario.
No conforme con ello, la bendición para la humanidad de todos los tiempos florecería en una aldea ignota y polvorienta, conocida sólo por los paisanos del lugar, Nazareth de los milagros.
Allí, una muchachita judía y pobre de pies descalzos es saludada de parte de Dios por ese mensajero. Sus ojos inmensos -la misma mirada del Hijo- se agigantarían en la sorpresa: parece que el Dios del Universo le pide permiso...
Aún así, Ella no retrocede en el temor: se reconoce infinitamente feliz porque el Todopoderoso ha puesto su mirada en Ella, en su pequeñez, en su nada.
Ella se descubre transformada por un Dios enamorado que la cubre con su ternura, sin fijarse en los méritos porque el amor es don incondicional y gratuito, Gracia según dicen.
Esa Gracia expresa la fidelidad y la misericordia de Dios para con los pobres y los sencillos, los que saben como María que Él sostiene y protege a los anawin de toda la historia.
El Hijo que se crece al calor de su alma y se gesta en sus entrañas se encendería de elogios ante su Madre: felices los que escuchan la Palabra y la guardan.
María de la escucha atenta, de la Palabra que se encarna y hace vida, María de la confianza y la esperanza, María la que canta con voz clara a ese Dios que enaltece a los humildes, que libera a los oprimidos, que jamás se olvida de su pueblo, que Dios es justicia expresada en pura misericordia, María la discípula fiel, la que guarda las cosas atesorándolas en su corazón, la que se mantiene firme al pié de esa cruz del dolor intolerable, la que se hace Madre de todos viendo morir al Hijo.
María Reina porque encabeza y tiene las primacías de un pueblo que espera y confía en la misericordia de ese Dios que siempre está presente, aún en donde menos se lo espera, un Dios que se hace uno de nosotros, un Dios tejido en la historia por el Sí! infinito de la más pequeña de todos)
Paz y Bien
Reconocerse
Para el día de hoy (21/08/11):
Evangelio según San Mateo 16, 13-20
(Se trata de una cuestión de identidad, y como tal, una cuestión fundante.
El modo en que los otros nos designan no es tema menor: la manera en que nos reconocemos tiene consecuencias directas en lo que nos hacemos o -también- en lo que omitimos, en lo que dejamos de hacer, y será clave también para el reconocido y para quien es desconocido o rotulado de un modo falaz, pretencioso y a menudo discriminador, porque no hablamos del otro tal como es sino que más bien nos hacemos una conveniente caricatura.
De allí que la pregunta de hoy -quién es Jesús para nosotros- adquiera un sesgo cotidiano y decisivo: siempre hay más que ir descubriendo, es manantial inagotable de agua viva.
La situación no nos es desconocida.
A la primera pregunta, los discípulos se agolpan e interrumpen para dar cada uno su versión: de ese Cristo las gentes dicen muchas cosas, y cada uno de ellos le vá adjudicando sus propios esquemas y preconceptos, sus mezquindades y conveniencias. Por ello ese nazareno para algunos será el Bautista, los profetas Elías o Jeremías, alguna figura atractiva como Gandhi, un revolucionario demasiado inmanente, una figura inaccesible y convenientemente oculta por mantos de doctrinas y férreamente encerrado en el mármol de los altares.
En cambio, cuando Él pregunta qué es verdaderamente para cada uno de ellos -y cada uno de nosotros- todos enmudecen, y sólo Pedro contesta.
Es claro: ninguna identidad es monocromática, unívoca, sin matices. Según los corazones y la situación será un Jesús amigo, un hermano, un esposo, un Dios con nosotros, un compañero de caminos, refugio donde nos ponemos a salvo, el crucificado, el resucitado. El acento estará en cada situación existencial sin por ello confundirlo o minimizarlo.
Pero ha de ser Pedro el que hablará con verdad, pues supera esas cuestiones de la carne/existencia y habla desde el Espíritu que sostiene la vida, y es la vida misma.
Es el Cristo, el Redentor, el Liberador, el Dios de la Vida entre nosotros.
Desde esa verdad Jesús edifica la comunidad que conocemos como iglesia, y que a menudo confundimos con sólo uno de sus aspectos, el institucional.
Ese Pedro negará a su Maestro en momentos de miedo; ese Pedro tratará de torcer los pasos de Jesús porque no soporta la ilógica y el escándalo de la cruz; ese Pedro empuñará la espada para defender al Manso de las naciones, suponiendo que la violencia tiene espacio en las cosas del Reino.
Aún así, desde Pedro y con Pedro se transforma el presente para que haya futuro pleno, re-ligando a las gentes y desatando tantos nudos de odio y resentimiento.
Pedro tiene su misión, su vocación y destino porque descubre a Cristo en su realidad total y, a la vez, es reconocido totalmente en su humanidad, con sus luces y sombras. Quizás porque es mirado con esa mirada de Dios -ojos de Padre y Madre- que ven la realidad de lo que somos y todo aquello que podemos llegar a ser.
Tal vez sea mandato pendiente el descubrirnos entre nosotros y volver a plantearnos sin miedo quién es Él para nosotros en nuestra cotidianeidad, a menudo soslayada por la rutina. Y desde allí sabernos conocidos y reconocidos en nuestra realidad total y trascendente, desde un presente que puede transformarse, y que es promesa cierta de futuro que se construye desde el aquí y ahora, sabedores que no estamos solos y que la muerte no ha de prevalecer)
Paz y Bien
Antisignos y disvalores
Para el día de hoy (20/08/11):
Evangelio según San Mateo 23, 1-12
(No se puede dejar de expresar: esta Iglesia en la que somos, en la que vivimos y amamos y en la que queremos crecer con los hermanos, a menudo nos duele hasta los huesos y nos viste de tristeza.
Porque es innegable que muchos hermanos nuestros sacerdotes, obispos y cardenales están nítidamente descritos en las palabras del Maestro. Vestidos lujosos que separan y segregan, títulos identificatorios para diferenciarse del resto del Pueblo de Dios, el ejercicio fiero y rápido de un magisterio empeñado en detectar las desviaciones de la ortodoxia pero que a menudo olvida la compasión y tiene por consigna el ustedes antes que el nosotros, la no escucha y el ninguneo de quienes carecen de formación...pero a menudo resplandecen de bondad y fé diarias.
Son antisignos y disvalores que nada tienen que ver con la Buena Noticia de Jesús de Nazareth, y que con dolorosa frecuencia son causa de opresión, de dispersión de los hermanos y de escándalo y confusión entre los más pequeños.
Aún así, y a pesar de que podríamos seguir enumerando una nutrida lista de consecuencias muy dolorosas, estamos hablando de nuestros hermanos, y como comunidad debe primar el servicio y la fraternidad arraigados con firmeza en la oración.
Quizás de nada sirva la crítica feroz que también olvida la consigna santa del nosotros, de mujeres y hombres que -sean lo que sean, buenos y malos, cumplan la función que cumplan- somos ante todo y por sobre todo hijas e hijos de un Dios que es Padre y Madre de todos.
Desde vidas orantes y humildes, la vida se transforma y el Reino crece firme y sin pausa, en nuestros corazones y en los de todos por pura gratuidad, bondad de Aquél que nos cuida y nos quiere con todo y a pesar de todo)
Paz y Bien
La cruz, superación de toda ley
Para el día de hoy (19/08/11):
Evangelio según San Mateo 22, 34-40
(El ánimo de fariseos era buscar la controversia para detectar la heterodoxia en el Maestro, y así poder denunciarlo como blasfemo.
Elementos no le faltaban: regulaban la vida del pueblo desde el estricto cumplimiento de 365 prohibiciones y 248 preceptos de carácter positivo. Lo fundamentaban en una lectura literal de la Palabra, pero esa religiosidad severa -puro cumplimiento de normas y culto- nada tiene que ver con Abbá Padre revelado por Cristo.
Nuestra fé sostiene la sacralidad de una Palabra revelada -escrita por hombres a quienes el Espíritu alumbra e inspira-; sin embargo, no debemos confundirnos ni volver a ese laberinto de literalidad que es fundamentalismo.
Creemos en una Palabra que es mucho más que un Libro: esa Palabra es Alguien eterno que se ha tejido en la historia, Jesús de Nazareth nuestro hermano y Señor.
De manera más sencilla, no creemos en un cúmulo de afirmaciones, dogmas e historias sagradas: creemos en Alguien.
Es curioso y maravillosamente sorprendente: cada vez que le pedimos algo al Maestro -y hay que saber pedir- Él siempre nos dá más.
Así con el fariseo, que le pide a Jesús que se expida en cuanto a cual es el primer mandamiento entre aquellas 613 normas. Se le pide por un mandamiento, y el refiere a dos.
Quizás ello sea signo de que nunca -por el motivo que fuere- a la Buena Noticia puede cercársela, limitarla a conveniencias. Jesús es santamente rebelde, y se escapa a toda idea o razón mezquina sostenida impunemente por nuevos fariseos, por instituciones que oprimen o -tristemente nos duele- por la misma Iglesia.
La cruz, símbolo del amor mayor, tiene dos maderos inseparables: uno que señala a las alturas, el otro que extiende sus brazos a los lados.
El amor mayor de la Pasión de Jesús lo expresa con diáfana nitidez: la relación con lo alto -con Dios- está íntimamente unida con la relación hacia los costados -el prójimo-.
Por ello que el amor verdadero tiene una dimensión eterna que debe expresarse en el amor a los hermanos: como los brazos de la cruz, son vertientes del mismo río de la vida, y la falta de uno desvirtúa el todo.
Por ello mismo el culto verdadero jamás puede escindirse de atender y socorrer a quien pasa necesidad, y el amor que revela Jesús de Nazareth es el que fundamenta toda fraternidad: amar al prójimo como a uno mismo es la superación de cualquier romanticismo torpe, es compromiso y es también conocimiento de uno mismo para re-conocer al otro y así andar juntos.
Tal vez vaya siendo hora de dejar de lado tantas regulaciones que nos asfixian, tanto olvido del que sufre y regresar a la Buena Noticia de Jesús, y dejar que la vida fluya nuevamente, libre como un río caudaloso e imparable)
Paz y Bien
La mesa de los ningunos
Para el día de hoy (18/08/11):
Evangelio según San Mateo 20, 1-16
(Esta parábola es, cuanto menos, polémica y es dable desear que desate ciertos espantos en almas enquilosadas. Y que a nosotros también nos despierte ciertos fuegos hoy dormidos.
Vá más allá incluso de cualquier interpretación razonable de justicia social. Revela la locura santa del Reino, que hace un convite universal a celebrar un gran banquete en donde ninguno falte y que estén todos, buenos y malos, especialmente aquellos que vagan por el mundo abandonados a su suerte, los que están a la vera de la vida, los que languidecen en encrucijadas de miseria, soledad y olvido, aquellos que nadie sentaría habitualmente a su mesa.
Hay que reconocerlo: no es para nada infrecuente encontrarnos con algunos que deciden apropiarse de ese espacio -a menudo en nombre de Dios- dejando sin lugar a tantos por estar clasificados duramente como réprobos, pecadores, distintos, heterodoxos y varios crueles etcéteras.
Sin embargo la consecuencia es inversa: al negar a muchos un lugar en el banquete, esos mismos que rechazan a tantos se autoexcluyen de la mesa de la Salvación.
Más aún: con sólo rechazo a nuestras mesas, también corremos igual destino.
Quizás hemos de ansiar humildemente volvernos mensajeros de esa fantástica e increíble invitación, a pesar de tantos riesgos que están allí como sombras ominosas.
Tal es la radicalidad del Reino, y se expresa en el infinito misterio de ternura de la Eucaristía.)
Paz y Bien
Meritocracia
Para el día de hoy (17/08/11):
Evangelio según San Mateo 20, 1-16
(Luego de leer una vez el Evangelio para el día de hoy podríamos concluir en razonables parámetros de justicia social y en la reivindicación de tantos que trabajan como esclavos de lo que pueden o encuentran.
No está mal, es claro, pero una rumia confiada conduce nuestra mirada más allá de lo aparente, hacia serenos campos de sinceridad y humildad.
Nuestra imagen de Dios es a menudo sólo una caricatura sometida a nuestras conveniencias y estados de ánimo, y ello concluye en una fé condicionada al cumplimiento estricto de normas y preceptos, de asistencia al culto, de repetición mecánica y numerosa de oraciones.
Entonces la fé se reduce a una meritocracia, es decir, exigir a Dios salarios, premios y recompensas directamente proporcionales a nuestros esfuerzos.
No está mal, es claro, pero ello esconde unas ganas terribles de construirnos un ídolo a nuestra imagen y semejanza, un Dios manipulable y almas que se rigen con espíritu comercial.
Pero la gran revelación de Jesús es que Dios es un Padre que nos ama y una Madre que nos cuida, y toda idea utilitarista queda fantásticamente derribada.
Dios es Abbá, nó un patrón pagador y no se rige por nuestros acotados conceptos de justicia -aún cuando a menudo le hagamos reclamos de tipo gremial-.
En su corazón infinito de bondad y misericordia, no prevalecen los beneficios para algunos pocos, sino el bien de todos.
Es el tiempo nuevo de la Gracia)
Paz y Bien
Nosotros los camellos
Para el día de hoy (16/08/11):
Evangelio según San Mateo 19, 23-30
(Dos tentaciones pueden acosarnos luego de sumergirnos en las aguas buenas de esta lectura: una, la de cierta tendencia al ascetismo y a la austeridad individuales. La otra, la de imaginar que el acceso al Reino es una cuestión post mortem.
En ambos casos, la frescura y la perpetua novedad de la Buena Noticia nos despejan de toda nube de mezquindad y conformismo pseudoreligioso.
En el corazón humano se enraizan esos males que nos aquejan: es claro que no se trata de realizar un juicio de valor sobre interpretaciones psicológicas, lecturas ideológicas o cuestionamientos morales. Sin embargo, hay un logos innegable y es que la riqueza y la opulencia de algunos es causa de la miseria de muchos.
Eso se traduce en el plano espiritual con el culto a ese falso ídolo que premia a ciertos elegidos con la prosperidad; de allí se concluye que nuestros hermanos sumidos en la pobreza sufren las consecuencias de una ignota maldición divina.
Pero todo es una cuestión de justicia expresada en la misericordia: no hay excusa válida para que las hijas y los hijos de Dios, la humanidad misma, pase hambre y sucumba a la falta de sustento y condiciones dignas de vida. Y debería dolernos hasta lo indecible.
Nada de esto nos es desconocido a quienes hemos sido bendecidos naciendo en estas tierras latinoamericanas que tanto amamos; más aún, cuando descubrimos estos dolores en esta Iglesia que a veces nos duele en los huesos.
En nuestros quebrantos y vaivenes -eso que solemos llamar pecado- también vemos con dolor este apego malsano a ese capitalismo espiritual de los disvalores, ese querer comprar con plegarias, fórmulas y promesas el favor divino.
Pero Aquél que jamás dejará de buscarnos vale mucho más que las treinta monedas de plata conque a menudo intentamos venderlo, y la noche absurda del desconsuelo se nos cierne en el horizonte de la existencia.
Entonces sí, con auxilio del Espíritu, quizás nos descubramos camellos felices pasando por increíbles ojos de aguja; la maravilla de salir a flote y navegar a pesar de todos los lastres que gustamos de ponernos torpemente al hombro, y que nos hunden.
Habrá que animarse a pasar por ese ojo que parece muy estrecho al Reino que está creciendo humilde y en silencio en el más acá del aquí y ahora.
Nada es imposible para Aquél que nos ama sin restricciones ni condiciones)
Paz y Bien
Asunción de María, estrella de nuestra esperanza
La Asunción de la Virgen María
Para el día de hoy (15/08/11):
Evangelio según San Lucas 1, 39-56
(Nos cuesta y se nos hace dificultoso pensar y encontrar a María de Nazareth fuera de altares esplendorosos, despojada de coronas y joyas que refulgen. Tal vez -sólo tal vez- utilizamos todo ello en parte por afecto y homenaje pero muy especialmente por cierta incapacidad que tenemos de aceptar su sencillez infinita y su pequeñez enorme y eterna de mujer y madre, de esposa y compañera, de hermana y discípula.
Hoy celebramos la Solemnidad de la Asunción de María, y ha de ser para nosotros una fiesta de júbilo manso e incontenible, la celebración de la ternura siempre en camino al encuentro del necesitado y del amor que prevalece más allá de toda muerte.
Es increíble. El Dios del Universo le ha pedido permiso a esta ignota muchachita judía de aldea polvorienta para venir al rescate de la humanidad, para que sea madre de su Hijo.
La Salvación es don y viene desde un sí de mujer; tal vez por ello Dios se nos revele como Padre y Madre también. Esa Salvación se nos vá entretejiendo en nuestra historia desde esa Galilea periférica y sospechosa entre pañales caseros y pechos de madre que alimentan a ese Dios Niño y nutren a las generaciones futuras desde aquella que cree más allá de todo, que es feliz desde su pequeñez.
Ella sigue diciendo que la alegría es posible a pesar de nuestras limitaciones, porque Dios ha puesto su mirada en ella y en cada uno de nosotros.
Ella canta con certeza que Dios se declara abiertamente del lado de los pobres, de los humildes, de los hambrientos, de los oprimidos. Que los poderosos son derribados de sus tronos, que los opresores son dispersados, que los soberbios no tienen destino.
Ella es la mejor señal que en la solidaridad y el socorro del necesitado palpita el Dios de la Vida y hace saltar de gozo a la vida en ciernes, a una vida que se crece humilde en sus entrañas cálidas de mujer leal y fiel.
Ella es compañía y escucha, madre de los que no pueden más, compañera de los que sólo saben de agobios y tristezas, señora de la ternura urgente, reina de una creación que se renueva cotidiana desde la misericordia.
En los ojos de la Madre descubrimos la mirada del Hijo, y festejamos entonces -contra toda lógica, a pesar de toda razón- que nosotros no moriremos.
María ya vivía la eternidad en el día a día de Nazareth, y es la madrugada del nuevo día de la Resurrección de Jesús.
Ella es la estrella que brilla en nuestras noches más cerradas, y en Ella y con Ella crece nuestra esperanza y se hace pan, como ese pan que el Hijo compartió y repartió para que todos se sacien, para que a nadie le falte, para que todos vivan desde este momento, aquí y ahora y para siempre en los brazos de ese Dios que nunca nos abandona)
Paz y Bien
El sabor perdido del pan
Para el día de hoy (14/08/11):
Evangelio según San Mateo 15, 21-28
(En nuestra cultura, el término perro no tiene resonancias peyorativas; sin embargo, en los tiempos de la predicación de Jesús poseía un significado referido a lo abyecto y despreciable. En un parangón algo banal podríamos reemplazar ese término por rata o hiena.
En en caso de hoy, se trata de los cananeos, enemigos jurados de Israel, depreciados como enemigos, como extranjeros, como idólatras. Peor es el caso de la mujer que reclama: al hecho de ser cananea se le suma la cuestión de pertenecer al grupo social sin relevancia, derechos ni voz.
Mas allá de todo, es una madre angustiada por una hija enferma, y quizás no haya una fuerza en el mundo tan grande. El amor la vuelve tenaz e incansable, y e intuye desde ese corazón grande de madre que en ese rabbí galileo -tan ajeno a ella- puede hallar la liberación del mal que agobia a su niña.
Es claro: su presencia de por sí provoca rechazo -mujer y cananea-; mucho peor por su insistencia in crescendo, súplica que vá desde el murmullo a la voz en cuello. Por ello los discípulos le piden a un Jesús en apariencia desentendido que la atienda, para que no moleste, para que se calle.
La respuesta del Maestro es durísima, y nos puede producir cierto escozor: le dice que nó, que el auxilio y la Salvación es para los hijos de Israel, no para los perros, las ratas, la hienas cananeas...
Esa madre sabe su ubicación social, comprende lo que puede esperar: a pesar de todo y con todo, no se resigna. No pide sentarse a la mesa de los elegidos, sólo unas migajas que se caigan de la mesa principal. Esas migajas -lo sabe- también son pan bueno.
Como bellamente nos cuentan los Evangelios de la infancia del Señor, Jesús crecía en Gracia y Sabiduría, y aquí también: su misión -el sueño de Abbá Padre- no conoce de fronteras ni rótulos, y se conmueve su corazón sagrado e inmenso, se estremecen sus entrañas de misericordia por esa mujer que le habla con su corazón en la mano.
De algún modo, la conversión -converger- acontece en el alma del Maestro: su corazón se vuelca por completo en ella y ya no es extranjera y lejana, antes bien, la hace prójimo, la aproxima. Y en la conjunción de la fé y la ternura sucede el milagro.
No podemos negarlo: muchos de nosotros hemos perdido el sabor del pan santo, ese pan que se parte, comparte y reparte y alcanza para todos y más también.
La mesa del Dios de la Vida tiene sitio para toda la humanidad, no está reservada para unos pocos individuos selectos y exclusivos -tal vez sea uno de los aspectos primordiales de esa catolicidad/universalidad que con tanta ligereza solemos enarbolar-.
Tal vez, para recuperar el sabor del pan verdadero, del pan de vida, debamos volver a degustar las migajas de misericordia que tantos reclaman a diario, y a las que a menudo hacemos oídos sordos, por venir de quien vienen y porque molestan.
Es preciso darnos cuenta que el Reino es desmesura de compasión y perdón: nuestras pequeñas súplicas -directamente proporcionales a lo pequeños que cada uno de nosotros somos- son siempre colmadas por torrentes de misericordia, canastas inesperadas y llenas de pan que siempre nos sacia y sostiene)
Paz y Bien
Del hacerse niños
Para el día de hoy (13/08/11):
Evangelio según San Mateo 19, 13-15
(Seguramente, esos niños que traían ante Jesús eran llevados por sus madres.
Y la reprensión y la queja por parte de los discípulos no se correspondía solamente por el probable bullicio de los más chicos -al fin y al cabo, aún siendo pescadores, eran hombres muy acartonados-: el rechazo provenía porque tanto los niños como las mujeres no contaban, estaban ínfimamente ubicados más allá de todo margen.
Las cosas importantes -el Reino de Dios, el Mesías- eran cosas que sólo habían de tratar los hombres serios; seres periféricos e insignificantes como niños sólo estorbarían la implantación de las leyes divinas.
Y entonces el Maestro -que a nadie impide que se acerque a Él- hace brotar dos manantiales de agua viva, y trastoca aquellos preconceptos y condicionamientos sociales gravosos y trágicos, y se vuelve sorprendentemente revolucionario.
Los grandes señores, hombres demasiado adultos que sólo saben vestirse de seriedad y poder, han hecho pedazos este mundo que se nos ha regalado, la vida la han vuelto insostenible, injusta, floreciente en opresiones y carente de horizontes
Por ello, no se trata de invertir los sitiales de poder -los pequeños en lugar de los grandes- sino más bien de que los grandes se vuelvan pequeños, de que los que no cuentan ni a nadie importan se vuelvan el centro de toda comunidad.
¿Cómo volverse niños?
Seguramente no es una apuesta a la ingenuidad ni a la involución psicológica.
En la música del Reino, hacerse niños trae unas melodías maravillosas que nos hablan de recuperar la capacidad de asombro, la sencillez, la sonrisa.
Ojos plenos de asombro y felicidad al descubrir los regalos, esos regalos que a diario se nos entregan sin condiciones -por pura ternura y gratuidad- y que nos orientan la mirada al regalo mayor, la vida que se renueva en cada despertar)
Paz y Bien
Ley y misericordia
Evangelio según San Mateo 19, 3-12
(Pensar que desde esta lectura de la Palabra el Maestro sólo define canónicamente la indisolubilidad matrimonio es leer la Palabra de manera literal, y ésto conduce necesariamente a un fundamentalismo que nada tiene que ver con la Buena Noticia.
Jesús habla de la infinita trascendencia del amor expresada en el matrimonio, conjunción amorosa de los cónyuges/conjugados.
Les dice con palabras claras a almas poco generosas que el Padre Dios ama a sus hijas e hijos desde siempre y para siempre: ese amor que colma la tierra jamás justifica que se tenga a menos a la mujer ni a ninguno de sus hijos.
Es claro que no ha venido a abolir la ley sino a darle pleno cumplimiento, es decir, que sea camino de plenitud y no devoción absurda a normas que a menudo oprimen, separan y hacen daño...todo ello muy alejado de Abbá Padre y Madre que sólo quiere la felicidad de todas sus hijas e hijos.
Quizás no sea arriesgado afirmar que la única ley es el amor y que se expresa en la Misericordia)
Paz y Bien
Desmesura
Para el día de hoy (11/08/11):
Evangelio según San Mateo 18,21-19,1
(A menudo suele ser útil ubicarnos cada uno de nosotros en cada situación en que el Maestro enseñaba, descubriendo los diversos matices y colores de esos momentos únicos, momentos que pueden acontecer nuevamente pues la Palabra es Palabra de Vida y Palabra Viva.
Hay un distingo fundamental en la pregunta de Pedro que no nos es para nada ajena: el pescador -y nosotros también- tiene una necesidad imperiosa de que Jesús legitime su interés en clasificar a los demás en buenos, malos o adjudicarles cualquier otra adjetivación limitativa. De allí sus ansias de medir con precisión la aritmética del perdón, que no es más que una línea demarcatoria entre las gentes.
Es claro que por entonces y aún perdura la idea principal de la ley de Talión: a determinado delito, determinada pena en ánimo de morigerar cualquier espíritu de venganza.
Sin embargo, es el tiempo de la Gracia y la Misericordia, y no hay modo de contener la fuerza increíble del amor de Dios en reglamentos, cánones o mezquinos cálculos ornados de racionalidad.
Y como Pedro, se nos complica la cuestión cuando debemos hacer nuestra Pascua, el paso del que perdona a la vivencia del perdonado: es probable que, sumergidos en aguas de la sinceridad y la verdad, setenta veces siete se nos hagan muy pocas, mínimas, escasas.
Desde el lugar del deudor, en verdad debemos suplicar por tanto a Dios y a los hermanos, por todo el mal que hemos hecho y por todo lo que no quisimos hacer. Por tanto olvido y destrato, por tanto egoísmo y avaricia, por tanta necesidad inútil y torpe de preponderar por sobre el otro, por tantos hermanos que aún siguen sumidos en el fango, por los que agonizan en silencio y soledad, por los que sólo saben de malas noticias y no tienen otro horizonte que una noche cerrada.
La parábola que nos regala el Maestro acaso pueda iluminar nuestras oscuridades: ese sirviente -vos y yo, tú y ella- sólo suplica al Rey un poco más de tiempo para sobrevivir, para escapar un tiempo a una deuda insoportable.
No desconocemos nada de esto, así como no nos es ajena la obscenidad de deudas impagables que son causa de miseria y opresión de tantos...
Sin embargo, aún cuando no se le requiere, aún cuando sólo se le suplica unas migajas de compasión, ese Rey de un modo inesperado y asombroso, no sólo libra del acoso de plazos al sirviente sino que además le perdona la totalidad de su deuda.
Ese Rey, ese Dios Abbá es quien toma la iniciativa siempre, la desmesura maravillosa de la Gracia que se escapa a cualquier idea preconcebida y a todo cálculo que hagamos.
Nos llueve su perdón, es agua fresca su Misericordia que sana, que cura, que reune a los dispersos.
Quizás sea más que necesario invertir la inquietud de Pedro y preguntar si se nos vá a perdonar tanto, tantas veces.
Y allí sí, como niños pequeños, volver con ojos plenos de asombro a alegrarnos la existencia por tantos regalos, desde un corazón que se despoje de cualquier orgullo y sea capaz de arrodillarse frente a sus hermanos heridos, en donde palpita ese Dios de la Vida que es Padre y Madre)
Paz y Bien
Misterio de fecundidad
Para el día de hoy (10/08/11):
Evangelio según San Juan 12, 24-26
(Jesús entrega su vida sin reservas y en total libertad. A pesar de la angustia que sobrevendrá, de los dolores atroces y de la soledad con la que se encontrará, no duda en hacer de su vida una ofrenda para la Salvación
No es hombre de andar reservándose nada para sí: su misión será también la de los suyos, y allí en donde sus amigos vivan como Él, allí lo encontraremos.
La metáfora del grano de trigo no puede ser más diáfana para los ojos que de verdad tienen hambre de ver más allá de las apariencias: en lo profundo del corazón humano anida una energía vital insospechada, increíble, maravillosa. Y el modo de que esa vida se libere y expanda es desde la donación de la propia existencia.
El grano de trigo cae a tierra y muere, y ya hay fruto en promesa que será abundante.
En la ilógica del Reino, es imprescindible y apetecible morir.
Morir a todo egoísmo, morir a toda búsqueda exclusiva de uno mismo,morir a cualquier avaricia, morir a tanto juicio y malhumor, morir al propio interés, morir a toda seguridad, que se nos muera toda conformidad y toda conveniencia.
La vida se multiplica y y disemina inclaudicable cuando mujeres y hombres en nombre de Jesús, por Jesús y con Jesús se vuelven ofrendas santas por la liberación de sus hermanos, por la alegría del prójimo, para que el otro viva y viva en plenitud)
Paz y Bien
Tiempo anawin, hora de niños
Para el día de hoy (09/08/11):
Evangelio según San Mateo 18, 1-5.10, 12-14
(Al igual que los discípulos, estamos demasiados preocupados por sitios y privilegios, rangos y ascendencia, títulos y prebendas. No hemos de engañarnos y manda una necesaria sinceridad, aún cuando la respuesta nos golpee el orgullo tan enquistado en nuestros egos.
Pero a la vez, es menester ponerle el pecho a la respuesta que nos sale al encuentro: a menudo le hacemos a Dios preguntas de las que ya imaginamos que respuesta queremos escuchar.
Sin embargo, Dios siempre nos sorprende y lo que nos contesta puede ser contundente y revolucionario pues no nos habla de teorías o conceptos, sino de la vida que florece a diario, de una vida que puede y debe ser mejor, plena, increíble.
La escena no puede ofrecer un contraste mayor: en medio de esos hombres adultos y fornidos, seguros en sus ambiciones, Jesús ubica a un niño, una criatura asustada que se pierde entre esos extraños, tal vez un gorrión de la calle que sólo quiere escaparse de ese entorno que lo agobia y angustia.
Y el Maestro abre las aguas: si esos hombres prudentes y firmes en sus razones no tuercen el rumbo, no llegarán a buen puerto, no tendrán destino, no entrarán en el Reino de los cielos.
Y si eso significa desandar todo un trayecto de décadas, bienvenido sea.
La hora del Reino significa que es tiempo de anawin y niños, un aquí y ahora en el que nos vamos descubriendo deficientes y necesitados de auxilio, frágiles y muy a menudo quebradizos que sólo encuentran el amparo en los brazos de un Dios que es Padre y Madre.
Aún así, esto no implica el cómo nos paramos delante de Dios, sino también y especialmente como somos y actuamos para con los demás: sólo el que se hace ínfimo será el mayor entre todos y así y todo no lo reconocerá, pues su sol está en otro cielo.
Una comunidad que no tenga a los niños por centro, no es comunidad; como mucho será un club social con pretensiones religiosas.
Mujeres y hombres incapaces de volverse niñas y niños en sus corazones, se resignan a vivir en las sombras de sus apetitos personales, alejados de Dios y de los otros.
Es claro que no es fácil, pues toda conversión es dolorosa. Pero sin esa Pascua, Jesús seguirá siendo una figura históricamente atractiva y emocionante... pero nó nuestro hermano y Señor, compañero y Maestro.
Tiempo anawin, hora de niños que navega hacia el horizonte de los brazos de Dios desde un aquí y ahora transformado, con la confianza de los que todo esperan de Aquél que jamás nos abandona)
Paz y Bien
Tributos y exenciones
Para el día de hoy (08/08/11):
Evangelio según San Mateo 17, 22-27
(En la rumia de la palabra, nos encontramos con mucha frecuencia -o siempre- con causalidades, no con situaciones azarosas o casualidades.
Por ello mismo, hay una causalidad profunda entre el anuncio de la Pasión de Jesús y la cuestión de los tributos debidos: en ambos casos hablamos de libertad, la libertad de asumir el sacrificio espantoso de la cruz para que otros vivan y la libertad de no rendir tributos a ningún poder por una cuestión filial, el ser hijas e hijos de Dios.
El Maestro ingresaba con Pedro a Cafarnaúm: le salen al paso los cobradores del impuesto del Templo, tributo que todo judío varón debía pagar anualmente -desde los tiempos de Nehemías, dos dracmas- para el sostenimiento del culto y de los sacerdotes, fuera un judío habitante de la Tierra Santa o de la Diáspora. Sin embargo, algunos sacerdotes y rabinos se consideraban exentos de pagar dicho impuesto: de allí la pregunta del recaudador, sabía que a Jesús solía llamársele rabbí.
La respuesta de Pedro es rápida e inequívoca: Jesús pagará el tributo demostrando que Mesías y todo, respeta y continúa las tradiciones e instituciones de Israel.
Pedro aún no es capaz de hacer suya la idea de un Mesías universal, imposible de acotar con cualquier preconcepto, un Salvador que será aparentemente derrotado, que será piedra de escándalo al morir como un delincuente en el cadalso cruz.
El gran problema es que Pedro rinde tributo a su ideología y a su universo religioso preexistente; los pagos que ambos exigen son altísimos. Sin embargo, la ilógica de la Buena Noticia implica hacerse esclavo por el otro para la liberación, y no resignarse ni someterse a esquemas preconcebidos. Se rinde culto al Dios de la Vida cuidando la vida en todas sus formas, antes que a las formas que ahogan la vida.
No hay excusa que justifique la sumisión a lo gravosamente inhumano, tributando lo que en apariencia es legítimamente institucional. No siempre lo religiosamente establecido es motivo de libertad; antes bien, es causa de opresión, y exige costos gravosos, agobiantes, totalmente ajenos a esa libertad primera de ser hijas e hijos.
Todo ha sido pagado con el sacrificio inmenso de Jesús. El rescate de todos ya está sobradamente cumplido.
Aún así, a menudo es necesario traer alguna otra moneda mansa, dracmas de paciencia y esperanza. El Reino crece humilde pero sin pausa, pero no se impone jamás a la fuerza ni desata escándalos ni estridencias inútiles. Por eso esas monedas son importantes.
¿Dónde las hallaremos?
Pedro es pescador de toda la vida: la moneda de la paciencia la encuentra en la boca de un pez.
Nosotros también hemos de encontrarla en nuestra cotidianeidad, en lo que somos a diario, monedas santas de paciencia y esperanza que usaremos en su Nombre y por todos nosotros)
Paz y Bien
Santos hundimientos
Para el día de hoy (07/08/11):
Evangelio según San Mateo 14, 22-33
(Es tristemente usual: nos aferramos a imágenes y esquemas de Dios que suelen resultarnos muy convenientes. Es decir, suele prevalecer en nosotros esa fotografía de un Dios creado a nuestra imagen y semejanza, a favor de nuestras comodidad y que alimenta falsas seguridades y egos hambrientos.
Pero el Dios del Universo no se circunscribe a ningún molde, y predomina libremente por sobre cualquier presunción: sucede lo maravilloso e inimaginable, y entonces ese Cristo al que nos gustaría dejar acotado a los altares o a un romanticismo vano se nos hace fantasma.
Más aún: a menudo, las trivialidades cotidianas y esos egoísmos habituales se mancomunan en tormentas bravas, tan recias que parece que todo se hunde, especialmente cuando nos alejamos de la costa de las apariencias seguras.
Allí sobreviene la angustia que nos ahoga, y que es la certeza de que esa barca que llamamos existencia es frágil, muy frágil, y que puede fácilmente venirse a pique.
Sinceramente, a veces es más que necesario hundirse para recuperar la capacidad de la plegaria y el grito suplicante.
Allí, con el agua el cuello y a punto de zozobrar, aparece la mano salvadora de Aquél que nunca permitirá que perezcamos. Esa mano amiga siempre está dispuesta; podrá haber reconvenciones por nuestra falta de fé...pero primero y seguramente, estaremos a salvo.
Bendito sea Dios por la turbulencia de nuestras aguas)
Paz y Bien
Espacios sagrados
Transfiguración del Señor
Para el día de hoy (06/08/11):
Evangelio según San Mateo 17, 1-9
(Jesús se lleva a tres de sus discípulos primeros -Pedro, Santiago y Juan- a un monte elevado; no ha elegido Sion, aquella montaña sagrada de la historia oficial, y parece descreer de acontecimientos espectaculares y multitudinarios.
En ese Tabor de poco prestigio, de la periferia, se manifiesta en Jesús de Nazareth la gloria de Dios frente a tres pescadores, Shimón bar Jonás y los bravos hijos de Zebedeo.
Lo humano y lo divino se han conjugado en comunión plena en ese galileo que resplandece rodeado de Elías -los profetas- y Moisés -la ley-, y ése es precisamente el signo que indica que la totalidad de la historia sólo puede cobrar sentido en ese Cristo que está brillando y que morirá en una cruz espantosa, cruz de criminales y soledad, cruz de la aparente derrota y el escándalo.
La situación sin dudas conmueve, y Pedro tiene muchas ganas de conservar para siempre en ese momento como una fotografía que congele los instantes; propone armar tres tiendas, las tiendas de Sukkot, las de las falsas seguridades, las tiendas de encerrarse algunos pocos para disfrutar el momento.
Pero no es así.
Hay que bajar desde el monte al llano, allí precisamente en donde campea la oscuridad y parece no haber más que sombras. La luz infinita de Jesús de Nazareth no ha de guardarse para unos pocos privilegiados, sino que ha de llevarse para que no haya más tinieblas.
Por la Pasión y la Resurrección, toda la tierra se ha vuelto santa y hemos de descubrir al Resucitado brillando en donde menos nos imaginamos, en las Galileas de la periferia y la sospecha perpetua, en los Tabores desprestigiados e inimaginados.
Con la confianza y la tenacidad del campesino que confía en las bondades de la semilla, habrá que ir arando estos campos desolados para que se abran espacios sagrados, para que nadie languidezca en sombras de muerte, para que en medio de tantas cruces de agonía se encienda la esperanza.
Y entonces sí, descalzarnos el alma: estamos pisando suelos santos, terreno de la trascencencia aún cuando sólo nos grite y agobie la rutina. Al Maestro no se lo busca primero en libros y dogmas: es preciso escucharlo.
Ahora mismo el Hijo Amado nos está hablando, y quizás nos ande faltando esa Pascua que vá desde el oyente convencional y desatento a la plena escucha del Resucitado.
Toda la tierra grita su nombre)
Paz y Bien
Con la cruz al hombro
Para el día de hoy (05/08/11):
Evangelio según San Mateo 16, 24-28
(A través de los siglos y hasta nuestros días, se ha ido filtrando cierta espiritualidad malsana que se deleita con el sufrimiento, con la resignación y con el dolor; en cierta medida, todo esto se fundamenta en una imagen de un Dios al que le place que sus hijas e hijos sufran y que se regodea con rostros demacrados y rictus tristes, un Dios que es un tirano perverso y un consuetudinario juez, verdugo y eficaz castigador.
Pero el Dios de Jesús no es así; Abbá es un Dios Padre y Madre que ama a sus hijas e hijos por igual, que se des-vive por ellos, que ansía alegría y plenitud para todos.
Por otra parte, hemos de recordar un dato específico: la cruz era el eficaz método imperial para ejecutar a los criminales más abyectos, cadalso y signo inequívoco de desprecio y marginación.
¿Cómo conjugamos todo esto con ese Dios que se expresa en Jesús abriéndonos las puertas del Reino aquí y ahora, en el espíritu maravilloso de las Bienaventuranzas?
Quizás comenzando a asumir -desde la certeza de que no estamos solos- nuestras fragilidades, nuestros quebrantos, nuestras miserias habituales en serena alegría cotidiana que no se resigne al sometimiento, a la corrupción, al egoísmo sistematizado.
Cargar la cruz de cada día supone saberse quebradizo -el más duro y la más brava también- y dependiente de Dios y del otro, y desde allí, edificar la solidaridad y volverse militante tenaz de la compasión.
Y decir, tal vez sin palabras y sin estridencias, que es fantástico y santo perder la vida para que otro viva, entregar concienzudamente esta pequeña porción de tierra andante que somos para que florezca el trigo y que nadie, por ningún motivo, pase hambre de sustento, de inclusión, de comunidad.
Esa es la vida ganada, allí acontece el Reino y la eternidad aquí y ahora)
Paz y Bien
Monseñor Angelelli, un mártir prohibido
padre obispo Enrique Angelelli - +4 de agosto de 1976
Cada vez que recordamos a quien ha muerto como Jesús
y por Jesús y los hermanos, la memoria se nos vuelve oración
y el Espíritu nos enciende el rescoldo del alma
para recordarnos que nadie se vá del todo y que la vida prevalece.
Hoy es dia de memoria y oración,
aniversario de la Pascua de nuestro hermano
el Padre Obispo Enrique Angelelli.
Pastor nuestro, Pelado querido, los violentos no tienen destino
a pesar de tanto dolor y de tanta sangre derramada que clama al cielo.
Sólo los capaces de amar hasta las últimas consecuencias
vivirán para siempre, y vos lo sabías bien:
se trata ante todo y por sobre todo, de ser mujeres y hombres buenos.
Vá un hermoso poema del Padre Obispo
Dom Pedro Casaldáliga como memorial y agradecimiento al Dios de la Vida
Paz y Bien
Ricardo
Monseñor Angelelli, un mártir prohibido
Caíste en el camino, desabrochando el Llano,
con los brazos abiertos en asumida cruz.
(Mientras agosto calcinaba el odio, chapado en las
guerreras.
Mientras la Iglesia echaba sus cerrojos prudentes,
negándose a la Muerte y a la Resurrección.
Mientras sobre la Pampa quebraban sus relinchos los
mil potros domados, hijos del viento indómito,
y el gaucho Martín Fierro
lloraba
de vergüenza...
Patria de San Martín, libertadora un día,
triste llama celeste, ¡tu bandera arriada!).
Caíste en el camino, santiguando la marcha. Enrique,
pastor bueno.
Precediendo tu Paso, Chamical destacaba sus diáconos
pascuales,
también sobre el camino.
(«Hay que seguir nomás»,
por el camino
de Emaús, en la tarde.
Por «la tierra preñada de vida» prohibida.
Con el pueblo que anda, noche adentro, callado,
detrás del alba nueva...).
«Con un oído puesto al Evangelio
y el otro al Pueblo», fiel entre los fíeles,
caminabas llanero, en catequesis viva.
Empapadas tus páginas de rocío y sudor y padrenuestros.
Leídas, letra a letra, por los ojos del pueblo acompañado.
«Pelado» como un cerro, claro como un arroyo, libre
como Jesús
Quemados en el fuego del servicio todos los oropeles.
Pelado como el pueblo de los pobres.
Como el cardón
hirsuto de silencio y escucha,
rebelde de esperanza
sin otras concesiones
que la raíz primera
y los desnudos brazos:
¡fibra y vigía de la Patria Grande!
«Sólo se es poeta cuando se muere»
(el ave deshoja en el ocaso toda su antología).
Sólo se es profeta cuando se muere, hermano.
La «chaya» que te canta
—«trenzado» de las voces de tu pueblo—
no callará jamás tu profecía, Enrique.
Los cerros de Anillaco y de Calmayo
repetirán tu confinado nombre
a toque de campanas, entre el viento y la estrella.
Cada niño que nazca en La Rioja
sentirá, con el agua del bautismo,
el tacto luminoso de tu sangre apostólica.
Tu cruz, la cruz de Cristo, la piedra consagrada de tu
pueblo,
no cederá a las bombas sacrilegas del odio.
Las ruedas que cortaron tus pies agonizantes
levantaban tu vuelo, para siempre,
sobre el llano del corazón de América...
Tú vives, nos precedes, tu sangre nos convoca.
La Rioja, argentina, la Patria Grande entera
necesitan sentirte presente en la calzada.
Queremos rescatar, con tu memoria, Enrique,
la memoria de Pascua, camuflada de ritos reticentes.
Queremos desnudar, a pleno testimonio, al aire del
Domingo
la tumba que sellaron el Templo y el Pretorio.
Queremos que la Iglesia del miedo recupere la voz y
la andadura
—vestida con la estola de tu sangre, vestida
con los ríos de sangre y de sollozos
y ausencias
de tantos hijos suyos...—.
Para «desenterrarle la luz» que esconde, omisa.
Que «los del Puerto» nunca más ahoguen
la voz de la Quebrada, verdad de tierra adentro.
Que no se diga más que «en Buenos Aires
(casi) todo es mentira».
Que no se niegue a ser latinoamericano Buenos Aires:
hijo que debe ser de tierra adentro, ese lobo de mar
cosmopolita.
(Los buenos aires, fuertes, de la sierra,
más que los buenos aires, ambiguos, de la mar...).
Que las Madres fecundas de la Plaza de Mayo
—alaridos de América en dolores de parto—
consigan dar a luz
el Hombre Nuevo,
el nuevo Pueblo Libre,
¡la gran Patria amerindia, negra, criolla, ella!
Adolfo tallará la paz de la justicia
con el cincel de su sonrisa larga,
con todos los cinceles anónimos del pueblo.
Y haremos, aquel día, el grande Tinkunaco,
rebosando cantares el corazón de América.
Toda la Mama Tierra se encontrará con Dios y con el
hombre
en el Niño «vestido con la carne del pueblo»;
¡el único Alcalde que reconoceremos!
¡el único Alcalde que reconoceremos!
¡el único Alcalde que reconoceremos!
(Es bueno que lo sepan
los señores del Norte,
los virreyes de turno,
los lacayos del juego).
Entre tanto, Enrique, pastor de tierras adentro,
testigo interceptado,
«hay que seguir andando nomás», por el camino de
Emaús, en la tarde.
Con el pueblo que anda, noche adentro, obstinado,
detrás del alba nueva;
Presente a nuestros ojos el Desaparecido
(los desaparecidos);
abierta la posada del Encuentro, quizás en la penumbra;
cantando en nuestras bocas el vino de la Sangre,
nutriendo nuestras vidas el pan de la Promesa.
(«Hay que seguir nomás» por el reguero de tanta
sangre, Enrique...).
Dom Pedro Casaldáliga, cmf
Obispo Emérito de Sao Félix de Araguaia, Brasil