Para el día de hoy (16/07/20):
Evangelio según San Mateo 11, 28-30
El texto que contemplamos hoy sigue una misma línea que pasa por el rechazo de las ciudades a los signos del Señor, el repudio manifiesto de escribas y fariseos a cualquier novedad que Él enseñara, y su reivindicación de los pequeños, los que no cuentan, los humildes.
Precisamente aquí vuelve su rostro hacia ellos. Son los que en verdad sufren la imposición de una Ley que hace tiempo ha dejado de ser camino de liberación, doblegados por un legalismo sin contemplaciones que a menudo menosprecia al pueblo por fuera de las élites que detentan la ortodoxia religiosa.
Los doctores y eruditos de ese tiempo imponían un legalismo alimentado por una casuística en donde la piedad hacía tiempo que no estaba. Al grato decir de Benedicto XVI, toda teología auténtica es una teología de rodillas, y en esos hombres sobreabundaba un pietismo acumulativo y calculador sin amor ni compasión.
En aquel entonces -y ahora también- se trata de la moral que se impone sin misericordia y que, por lo tanto, deja de ser ética pues no hay atisbos de bondad. A menudo ello se maquilla con aparentes buenas formas, persecuciones de guante blanco, compromisos políticamente correctos del templo hacia adentro, una religión de domingos sin encarnación que escupe esclavos a granel pues priva al mundo de la luz y de la sal.
Los pequeños, los humildes, aquellos hacia quienes Dios inclina su rostro paternal, son los que más sufren la imposición, pues no han perdido el corazón. Una religiosidad impositiva de la obligación perpetua, del miedo mórbido a un dios punitivo les quita el resuello y les aniquila las esperanzas.
El yugo era el pesado elemento que se utilizaba para doblegar la cerviz de los bueyes y hacer que andaran en yunta por los surcos y caminos, sin desvíos. En el plano humano es terrible, pues se doblega voluntad y conciencia en pos de una obediencia que no es tal, sino sumisión que no respeta libertad ni reconoce identidad.
El yugo de Cristo es suave y su carga liviana, pues no se trata de un cúmulo de normas que vienen a reemplazar a otras, sino de algo radicalmente nuevo y distinto, la unión a Su Persona que es justicia, liberación y paz desde el servicio alegre por los rumbos del amor, esencia misma de Dios.
Él es nuestra alegría, nuestra paz, la feliz carga que debemos encontrar en cada despertar.
Paz y Bien
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