Para el día de hoy (31/08/18):
Evangelio según San Mateo 25, 1-13
A nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI, sobresaturados de información y recargados de imágenes, la idea de las diez vírgenes esperando al esposo se nos haga, quizás, demasiado ajena, esquiva. Pero en los tiempos del ministerio de Jesús de Nazareth se comprendía con facilidad, aún cuando el oyente careciera de la formación de los escribas, un simple labrador, un humilde pescador.
Pero también hay otra perspectiva, la simbólica, la que trasciende la pura letra y se adentra en el significado y la profundidad de la enseñanza del Maestro.
Volviendo al siglo I, la vida era dura y escasa en distracciones y esparcimiento, especialmente en los pueblos pequeños, a lo que debía añadirse la severa rigurosidad religiosa que no admitía demasiadas sonrisas. Sin embargo, había ocasiones en que el tedio se podía romper, como nacimientos, bodas, el paso a la vida adulta -bar mitzvah- o eventualmente funerales, pero de entre esas ocasiones destacaban las bodas, que podían durar varios días. El día de bodas era el más importante de sus existencias para los contrayentes, y motivo de alegría, baile y brindis impostergables para todo el pueblo.
Precisamente, en esa perspectiva se inscribe la enseñanza de hoy, lo crucial para la vida, el destino de fiesta soñado por Dios, el matrimonio inquebrantable entre Dios y la humanidad.
Tal vez, cierta tendencia bondadosamente ligera nos lleve a imaginarnos los habría y los hubiera, es decir, qué hubiera pasado si las vírgenes prudentes le hubieran prestado un poco de aceite a las insensatas?... Aún así, y a pesar de que en numerosas ocasiones el Maestro nos conmina a la fraternidad del compartir, en esta ocasión no sólo no lo menciona, sino que es terminante al respecto. Ello destaca sin ambages la importancia decisiva de aquello que se procura merced al esfuerzo, y que de no ser así es imposible tener.
El aceite, la luz propia, se enraiza inseparablemente a esto que somos y nos define, y que por ello es único e intransferible.
Pero hay más, siempre hay más. El encomio de mantenerse en vela, con la propia luz encendida, implica una invitación a descubrir que la historia humana no es solamente lo que vemos y que tan a menudo nos agobia. La historia está fecundada por el Espíritu de Aquél que se ha hecho uno de nosotros, un vecino, un amigo, un Hijo queridísimo, y ese valor trascendente sólo puede percibirlo y gratificarse con ello todos aquellos que se mantengan atentos, con la lucidez propia de la esperanza.
Paz y Bien
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