19º Domingo durante el año
Para el día de hoy (12/08/18):
Evangelio según San Juan 6, 41-51
En todas las culturas, el pan es el símbolo por excelencia del alimento y del sustento y de lo que de ninguna manera puede faltar. Sin pan, hay hambre, y si hay hambre no es posible sobrevivir.
Israel es un pueblo con una identidad fuerte y única. Luego de un largo tiempo como tribus dispersas y esclavas -mano de obra barata- de Faraón, fueron liberados por su Dios y peregrinaron cuarenta años al duro calor del desierto, que sería crisol de pueblo y nación.
No es un paseo la vida en el desierto. Así, en los momentos de necesidad extrema, su Dios los proveía de alimento, el maná, que descendía del cielo cual lluvia bienhechora que los mantenía con vida un día mas. Debían consumir el maná cada día, sin acumularlo ni guardar para otro día, en pura confianza para con la bondad de su Dios.
Por ello se consideraban especialísimos, únicos. Sus padres habían sido alimentados por el propio Dios con el maná, y no habría pan mejor que ése.
De ningún modo podría atravesar el espeso muro de sus preconceptos lo que Jesús de Nazareth les afirmaba, que Él era el Pan vivo, bajado del cielo. Mucho menos pues conocían a su familia, su origen, su historia y, a partir de allí, entendían que no mucho más debían esperar. Más aún, se escandalizaban ante la perspectiva que involucraba la sangre de ese hombre, comerse a un galileo, por favor.
Sin embargo para nosotros, por la fé, el Espíritu de Dios nos susurra en las honduras del alma que es Cristo ese pan definitivo para la vida del mundo, pan de vida, pan que vive siempre, pan abundante para todos los pueblos y naciones, pan para el universo.
Y precisamente por ser el hijo del carpintero José y de María de Nazareth, estremecidos de certeza seguimos confiando. Él pasó privaciones, exilio, pobreza. Él conoció bien la dignidad de ganarse a diario con esfuerzo el sustento, sin que nadie le dé ninguna dádiva o lo condicione con dinero. Pan vivo, pan de la familia, pan que es ofrenda de la propia existencia para los demás.
Cada vez que nos reunimos en su Nombre, agradecemos en mansa alegría ese pan vivo que se comparte, reparte y alcanza para todos y para muchos más.
Y aunque nos llegue el turno del camposanto, seguimos confiando. Porque ese pan nos alimenta de eternidad, aquí y ahora. Nosotros nunca moriremos.
Paz y Bien
1 comentarios:
En la celebración eucarística la adoración llega a ser unión. Dios no solamente está frente a nosotros, como el totalmente otro. Está dentro de nosotros, y nosotros estamos en él, gracias.
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