Para el día de hoy (13/08/18):
Evangelio según San Mateo 17, 22-27
El Maestro y los suyos están de camino, en ruta hacia Cafarnaúm; en cierto modo, el caminar los congrega nuevamente a todos, pues sólo tres de ellos han estado con Él en la transfiguración.
Hay una constante tenacidad en Cristo, en pos de que los suyos aprendan, aprehendan y comprendan. A pesar de todo lo que les ha dicho, a pesar de que ellos a menudo se han demostrado cerrados y obtusos, Él insiste, y así realiza el segundo anuncio de su Pasión: Él será entregado a manos de sus enemigos, será asesinado pero resucitará al tercer día.
Ellos se quedan en vanos umbrales de tristeza y desazón. Un Mesías así, derrotado, no se condice con sus imágenes de gloria y poder terrenal del que aspiran ser parte, y de ese modo -con horizontes estrechos- pasan por alto la cuestión raigal que es profesión de fé y esperanza: al tercer día resucitará.
Pero siguen caminando, y tal vez en el andar se esconda una voluntad de éxodo, de emigrar hacia la tierra prometida de la Gracia.
En las afueras de Cafarnaúm les salen al cruce los cobradores de los tributos del Templo. Este impuesto se había instituido luego del exilio babilónico -en época de Nehemías- e implicaba que cada varón judío mayor de edad debía pagar, anualmente, dos dracmas para el sostenimiento del Templo y del culto: estaban obligados tanto los judíos de Tierra Santa como los de la Diáspora. Invariablemente, debía cancelarse antes del mes de Nisán -abril- pues por esas fechas se celebrara Seder Pesaj, la Pascua, y en nada tenía que ver con los tributos que se pagaban al ocupante imperial y que recaudaban los publicanos. Este gravamen revestía cierto carácter de sacralidad.
Por ello, la interpelación de los cobradores de los impuestos ubica a Cristo y a los suyos frente a una disyuntiva que debe despejarse, pues de no hacerlo quedará como un rebelde provocador que reniega de las tradiciones de sus mayores. Sin embargo, en general su enseñanza relativiza ciertas cuestiones normalmente consideradas inamovibles -por ejemplo el Sábado- y pone por centro el bien del hombre.
Pedro, en esa sintonía, se apresura a afirmar que Él cumplirá con el pago, no es hombre dado a rupturas violentas de las que no se regresa.
Pero con Cristo hay demasiadas cosas que damos por fijas sin pensar demasiado. En realidad, Cristo -como Hijo del Padre- no debería pagar tributo alguno por el sostenimiento de su casa.
Pero se trata de mucho más que eso. Se trata de la libertad de Cristo y el Evangelio frente a las imposiciones humanas.
El pez con dos dracmas en su boca habla del oficio de Pedro, y tal vez sea una sencilla señal de buen humor: no es tan importante el tema.
Lo clave es mantener la independencia y la libertad propia de los hijos. Y desde allí, pagar tributos de concordia, aportes al bien común antes que rupturas sin sentido, poner por delante lo que verdaderamente cuenta e importa, el infinito amor de Dios.
Paz y Bien
Hay una constante tenacidad en Cristo, en pos de que los suyos aprendan, aprehendan y comprendan. A pesar de todo lo que les ha dicho, a pesar de que ellos a menudo se han demostrado cerrados y obtusos, Él insiste, y así realiza el segundo anuncio de su Pasión: Él será entregado a manos de sus enemigos, será asesinado pero resucitará al tercer día.
Ellos se quedan en vanos umbrales de tristeza y desazón. Un Mesías así, derrotado, no se condice con sus imágenes de gloria y poder terrenal del que aspiran ser parte, y de ese modo -con horizontes estrechos- pasan por alto la cuestión raigal que es profesión de fé y esperanza: al tercer día resucitará.
Pero siguen caminando, y tal vez en el andar se esconda una voluntad de éxodo, de emigrar hacia la tierra prometida de la Gracia.
En las afueras de Cafarnaúm les salen al cruce los cobradores de los tributos del Templo. Este impuesto se había instituido luego del exilio babilónico -en época de Nehemías- e implicaba que cada varón judío mayor de edad debía pagar, anualmente, dos dracmas para el sostenimiento del Templo y del culto: estaban obligados tanto los judíos de Tierra Santa como los de la Diáspora. Invariablemente, debía cancelarse antes del mes de Nisán -abril- pues por esas fechas se celebrara Seder Pesaj, la Pascua, y en nada tenía que ver con los tributos que se pagaban al ocupante imperial y que recaudaban los publicanos. Este gravamen revestía cierto carácter de sacralidad.
Por ello, la interpelación de los cobradores de los impuestos ubica a Cristo y a los suyos frente a una disyuntiva que debe despejarse, pues de no hacerlo quedará como un rebelde provocador que reniega de las tradiciones de sus mayores. Sin embargo, en general su enseñanza relativiza ciertas cuestiones normalmente consideradas inamovibles -por ejemplo el Sábado- y pone por centro el bien del hombre.
Pedro, en esa sintonía, se apresura a afirmar que Él cumplirá con el pago, no es hombre dado a rupturas violentas de las que no se regresa.
Pero con Cristo hay demasiadas cosas que damos por fijas sin pensar demasiado. En realidad, Cristo -como Hijo del Padre- no debería pagar tributo alguno por el sostenimiento de su casa.
Pero se trata de mucho más que eso. Se trata de la libertad de Cristo y el Evangelio frente a las imposiciones humanas.
El pez con dos dracmas en su boca habla del oficio de Pedro, y tal vez sea una sencilla señal de buen humor: no es tan importante el tema.
Lo clave es mantener la independencia y la libertad propia de los hijos. Y desde allí, pagar tributos de concordia, aportes al bien común antes que rupturas sin sentido, poner por delante lo que verdaderamente cuenta e importa, el infinito amor de Dios.
Paz y Bien
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