Embarrarse en el fango de la historia con la certeza de que se dan los pasos ciertos del Reino
















Para el día de hoy (01/09/18):  


Evangelio según San Mateo 25, 14-30








A lo largo del tiempo ha sido usual, en la reflexión acerca de esta parábola, identificar a los talentos con las capacidades individuales de cada persona, y de allí la necesidad de hacerlas fructificar. Sin embargo, más allá de las apariencias, establecer una reflexión teológica que justifique la desigualdad humana implica, de suyo, razonar que unos puedan dominar a otros por cierta clase de fructífera superioridad, una espiritualidad que iguala para abajo, que se resigna frente a las injusticias y que, en el fondo, tolera una fraternidad formal pero no cordial.

Pero el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios Abbá y no un capitalista especulador, ni tampoco un verdugo punitivo que ejerce venganza con presteza.

En los tiempos del ministerio del Maestro, un trabajador ganaba un denario como jornal diario. Con ese denario debía sostenerse toda su familia.
Pero un talento equivalía a seis mil denarios, con lo cual estamos frente a algo normalmente inalcanzable, una fortuna. Y esa fortuna inmensa es la que ha confiado el Señor a los servidores.

Se trata de la infinita confianza que se nos ha brindado, a menudo no correspondida. Se trata de ir contra corriente, porque lo seguro, lo razonable es enterrar ese tesoro, a salvo de ladrones y salteadores.
Se trata de involucrarse, de embarrarse en el fango de la historia con la certeza de que se dan los pasos ciertos del Reino, romper el cascarón de todos los miedos y las infidelidades disfrazadas de prudencia.

Los talentos no son tanto las capacidades individuales, sino la Gracia de Dios que se nos ha confiado como comunidad y en el ámbito personal, algo tan valioso que por ella vale correr alegremente todos los riesgos habidos y por haber, y cuando llegue el tiempo propicio, presentarnos ante Aquél que está regresando, cumpliendo con este magnífico mandato de comprometernos y fructificar, a pesar de que a menudo nos descubramos mínimos, apenas un par de escasas monedas.

Paz y Bien

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