Para el día de hoy (11/08/18):
Evangelio según San Mateo 17, 14-20
El Maestro se enoja y se fastidia, y en ese enojo hay un rasgo tan humano que nos acerca y nos hermana, y que denota también que Jesús poseía un carácter fuerte, que no se reprimía a la hora de expresarse.
Pero en ese enojo hay más pesar por el dolor y los sufrimientos causados por el mal en el mundo -y por la resignación-, que por ese hombre que suplica por su hijo.
Es menester recordar que en el tiempo del ministerio de Jesús de Nazareth, las enfermedades eran consideradas consecuencia directa de los pecados propios o de los padres, y ello a su vez refiere a la idea de un Dios severo y punitivo, juez y verdugo. Así, la enfermedad como consecuencia del pecado implicaba adquirir la condición de impuro ritual y excluido.
Más aún, la situación se agravaba en el caso de las patologías psiquiátricas o de índole neurológica como la referida en la lectura del día: a los duros criterios religiosos se debía añadir cierto grado de superstición, y así un enfermo no es una persona que sufre, sino un endemoniado incontrolable que es mejor mirar de lejos.
Parecería que tras el reproche, Jesús de Nazareth nada más hará allí. Porque Él, Dios con nosotros, jamás descansa en pos del bien para todos sus hermanos.
Sucede que allí hay más de un demonio que oprime, hay gentes que son parte de una generación incrédula y perversa.
Incrédula por persistir en no creer en el amor de Dios que expresa Cristo.
Per-versa por permanecer tozudamente en las sombras y en la muerte, en la mediocridad, en el fango. Per-versa por no querer la Pascua, por no ser con-versa.
Los discípulos no han podido curar al niño. A pesar del mandato que Jesús les ha conferido, se han descubierto inútiles frente a la enfermedad.
A veces la creencia abstracta, o la pertenencia sin conciencia es casi lo mismo que nada, pues nada cambia, nada transforma. Creencia no es sinónimo de fé, porque creencia es la aceptación racional de una idea.
Y la fé es la confianza en Alguien antes que en algo, en la persona de Cristo.
La fé de los discípulos está presente, pero aún es débil e incipiente. Debe germinar, madurar, crecer, dar frutos milagrosos, y allí sí, se descubre que el amor de Dios todo lo puede para quien se atreve a creer, un maravilloso desfile de improbables montañas en movimiento.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario