Para el día de hoy (16/08/18):
Evangelio según San Mateo 18, 21-19, 1
El perdón es difícil, doloroso y no es cuestión que se acote, solamente, a conceptos razonados. En esa lógica se ubica Pedro, que a pesar de todo tiene un impulso muy generoso, toda vez que quiere en cierto modo emular -a su modo- la magnanimidad que descubre en su Maestro.
Para los criterios de la época y las enseñanzas rabínicas, tres era el máximo aceptado. Probablemente en la mente del pescador se encuentre la enseñanza del Génesis, la marca de Caín por la cual todo aquel que vengara la muerte de Abel en su homicida debía pagarlo siete veces.
Pero el error de Pedro estriba, precisamente, en suponer que el perdón pueda cuantificarse. El registro detallado del perdón tiene cierta similitud con los registros de algunas corporaciones bancarias que se llevan para perpetuar hasta límites absurdos -y crueles- el pago legal de deudas, intereses sobre interés, la usura deificada y tolerada.
Nada de eso. La paciente respuesta de Cristo trata de que Pedro y todos nosotros ingresemos en otro plano, la dinámica de la Gracia, la santa aritmética de la Salvación.
Por ello la parábola. Diez mil talentos es una suma exorbitante, descomunal, impensada -como, quizás, la deuda nacional de un país quebrado-, aproximadamente 125 toneladas de oro. En comparación, cien denarios pueden ser una suma importante y significativa para los pobres o asalariados, pero cuya diferencia fundamental es que puede pagarse.
Lo verdaderamente grave es que el servidor deudor de los diez mil talentos, habiendo recibido un perdón, una misericordia que en verdad no merece, se muestra incapaz de ejercerla en referencia a un par suyo, otro empleado cuya deuda, comparada, es prácticamente insignificante.
Aún así, es menester diferenciar dos ámbitos que pueden a menudo coincidir pero que no van juntos necesariamente, el de la justicia humana y el de la justicia divina que es la misericordia.
La capacidad del perdón debería ser el distingo familiar de los hijos respecto del Padre, de todos nosotros expresando en lo cotidiano que hemos sido perdonados, elegidos con infinita misericordia aunque todo diga que nó, que es una locura, que es imposible.
El perdón transforma los vínculos, pues cierra las heridas, hace mejor al que perdona y restituye en humanidad al ofensor. Quizás el perdón signifique también, a pesar de ofensas y dolores, volver a reconocer al otro como hermano, siempre en esa misma santa ilógica y reciprocidad de un Dios que es Padre y que nos ama sin descanso ni condiciones.
Paz y Bien
Para los criterios de la época y las enseñanzas rabínicas, tres era el máximo aceptado. Probablemente en la mente del pescador se encuentre la enseñanza del Génesis, la marca de Caín por la cual todo aquel que vengara la muerte de Abel en su homicida debía pagarlo siete veces.
Pero el error de Pedro estriba, precisamente, en suponer que el perdón pueda cuantificarse. El registro detallado del perdón tiene cierta similitud con los registros de algunas corporaciones bancarias que se llevan para perpetuar hasta límites absurdos -y crueles- el pago legal de deudas, intereses sobre interés, la usura deificada y tolerada.
Nada de eso. La paciente respuesta de Cristo trata de que Pedro y todos nosotros ingresemos en otro plano, la dinámica de la Gracia, la santa aritmética de la Salvación.
Por ello la parábola. Diez mil talentos es una suma exorbitante, descomunal, impensada -como, quizás, la deuda nacional de un país quebrado-, aproximadamente 125 toneladas de oro. En comparación, cien denarios pueden ser una suma importante y significativa para los pobres o asalariados, pero cuya diferencia fundamental es que puede pagarse.
Lo verdaderamente grave es que el servidor deudor de los diez mil talentos, habiendo recibido un perdón, una misericordia que en verdad no merece, se muestra incapaz de ejercerla en referencia a un par suyo, otro empleado cuya deuda, comparada, es prácticamente insignificante.
Aún así, es menester diferenciar dos ámbitos que pueden a menudo coincidir pero que no van juntos necesariamente, el de la justicia humana y el de la justicia divina que es la misericordia.
La capacidad del perdón debería ser el distingo familiar de los hijos respecto del Padre, de todos nosotros expresando en lo cotidiano que hemos sido perdonados, elegidos con infinita misericordia aunque todo diga que nó, que es una locura, que es imposible.
El perdón transforma los vínculos, pues cierra las heridas, hace mejor al que perdona y restituye en humanidad al ofensor. Quizás el perdón signifique también, a pesar de ofensas y dolores, volver a reconocer al otro como hermano, siempre en esa misma santa ilógica y reciprocidad de un Dios que es Padre y que nos ama sin descanso ni condiciones.
Paz y Bien
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