Señor, que nunca nos falte tu pan













18º Domingo durante el año

Para el día de hoy (05/08/18):  

Evangelio según San Juan 6, 24-35







Hay momentos que son trascendentes, fundantes, y sin embargo, por estar atrapados en la locura cotidiana -esa vorágine de lo inmediato- y por preocuparnos por lo que en verdad no tiene sentido ni valor, los pasamos por alto, sin darnos cuenta que algo decisivo y muy valioso nos ha acontecido.

Eso, precisamente, es lo que les había pasado a esas gentes. El Maestro, con el milagro de la multiplicación de los panes y los pescados, les inauguraba nuevos ojos, nueva mirada capaz de advertir al Reino de Dios que ya estaba entre ellos, los asombros de la Gracia.
Pero ellos se quedaron con la falsa imagen de un Cristo sorprendente y fantástico, que les solucionaba los problemas inmediatos, en ese caso el hambre de tantos. Quizás buscaban a un proveedor justo y nada más.
Pero Cristo es más que un bienhechor, más que un revolucionario, más que un caudillo, más que un rey al modo del criterio mundano.

Se opera un silencioso desplazamiento, un humilde éxodo. La Pascua ya no se celebrará dentro de la pompa imponente del Templo, sino en la persona de Cristo, donde Él se encuentre con los suyos.

Aún así, esas gentes seguían aferrados a lo pequeño, a la circunstancia, a la superficie que no se anima a sumergirse en las honduras de lo simbólico y en la directriz cordial de los signos, signos que el Maestro realiza para dirigirnos la vida hacia Dios.
Por eso, ansiosos, lo buscan en esos menesteres, y su búsqueda es interesada, egoísta. Buscan el beneficio propio y nada más, y cuando Jesús se los señala sin ambages, se escudan en sus tradiciones perimidas, que por no estar vivas devienen de tradiciones en traiciones.

A ellos les enseñaron que el pueblo ha de alimentarse de la Ley tal como sus antepasados comieron el maná en el desierto; pero el maná saciaba las urgencias de un momento determinado, merced a la bondad de su Dios. Era una cuestión propia del momento que atravesaban.

De ese modo la Ley es maná, porque un tiempo nuevo se ha inaugurado.
Cuando le interrogan ¿cuando llegaste?, la respuesta exacta e infinita es la misma Encarnación de ese Dios que se llega a los hombres, que acampa entre nosotros como un vecino, un hermano, un amigo.

El Pan de Vida nos dá la vida eterna, y sacia el hambre más profunda. El Pan de vida no es una cosa u objeto como el maná, sino una persona, Jesús de Nazareth el Cristo.
Desde la fé, ese encuentro personal es tan definitivo que todo los transforma de raíz.

Que nunca nos falte ese pan.

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba