Un Dios Abbá que ama sin descanso, obstinado en la plenitud de sus hijos



















32° Domingo durante el año 

Para el día de hoy (10/11/19):  

Evangelio según San Lucas 20, 27-38










El hipotético escenario planteado por los saduceos al Maestro es tan improbable como ridículo, una exacerbación en la interpretación de las Escrituras en pos de sustentar sus intenciones, que en este caso es menoscabar la figura de Jesús de Nazareth.

Los saduceos integraban la nobleza laica y, a su vez, desde sus filas salían varios Sumos sacerdotes como Anás y Caifás. Poseían las fortunas más importantes de Israel, y por ello una gram influencia política que se sustentaba por sus pactos y su amistad con el opresor romano. 
Los fariseos, a pesar de todo, gozaban de una alta estima por el pueblo; por el contrario, los saduceos solían ser despreciados precisamente por su talante colaboracionista, cuasi traidor de las tradiciones.

Otro aspecto a tener en cuenta era su religiosidad: sostenían que la prosperidad era el producto de la bendición divina, y la pobreza originada en el justo castigo impuesto por pretéritos pecados. Desde allí, la consecuencia indirecta es su no creencia en la Resurrección.
Es claro: la opulencia en la que viven les hace desdeñar cualquier más allá. Sólo cuenta su confortable más acá.

La tergiversación a niveles absurdos de la antigua Ley de Levirato -por la cual una mujer que enviudara sin descendencia debía casarse con su cuñado- reafirma esos criterios, y manifiesta el desprecio que sienten por ese rabbí galileo, humilde y pobre. Viven su bienestar como si Dios dispensara prosperidad a algunos y miserias a muchos, viven como si el futuro no contara, viven sin pensar que un día morirán y han de presentarse a rendir cuentas al Creador. Un horrible mundo en donde los ricos festejan su opulencia y los pobres han de resignarse y languidecer en su miseria porque todo está así establecido, el siniestro determinismo en donde no hay espacio para la conversión, en donde la Gracia no echa raíces.

Pero Abbá, Padre de nuestro Señor Jesucristo es el Dios de la vida, un Dios que ama sin descanso, obstinado en la plenitud de sus hijas e hijos, el Dios que fecunda la historia y los tiempos con su amor entrañable, que ha abierto los cielos aquí y ahora, que edifica el Reino junto al hombre, y que asombrosamente nos ofrece una vida que no se termina, que no se acota por la muerte, una esperanza en esa Resurrección que no se encuentra en la rítmica opaca de los reglamentos, sino en un profundo encuentro personal con el Señor Resucitado, en cada calle, en cada esquina de la existencia en donde Él nos sale al paso.

Paz y Bien

1 comentarios:

Walter Fernández dijo...

Adonde iremos Señor! Tu tienes Palabras de Vida Eterna! Buen Domingo, Paz y Bien 🙏

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