Para el día de hoy (14/11/19):
Evangelio según San Lucas 17, 20-25
Lo rezamos a diario, y suplicamos ¡Venga a nosotros tu Reino!, la oración que el mismo Cristo nos enseñó, rostro bondadoso de un Dios que es Padre.
Pero ese Reino a veces es, para muchos, una circunstancia post mortem, un ideal o utopía a realizarse siempre en el más allá de la vida terrena, que no en el más acá.
Para otros, anquilosados en viejos conceptos mundanos, reino equivale a poder que se impone, a gobiernos, a jerarquías, a una Iglesia en desmesura de poder, directamente proporcional a la ausencia de corazón.
Otros tantos levantan banderas de miedo, de escenarios terriblemente apocalípticos de fines demoledores, especulando a veces fechas, señales en el calendario y escenarios propicios, confundiendo una Parusía gloriosamente ampulosa como poder definitivo y no como un supremo acto de amor, el regreso definitivo de Cristo, la plenitud de los tiempos y el cosmos.
Mientras tanto, en ciertas veredas intermedias se vincula exclusivamente al Reino con la interioridad, relegándolo a un plano espiritualista, quizás abstracto en una piedad que no se encarna.
Sin embargo, para Jesús de Nazareth el Reino de Dios es una realidad palpable, perceptible en el aquí y el ahora, como el rocío bienhechor que renueva la vida al alba, bendición asombrosa e inconmensurable, milagro constante del amor que Dios nos tiene.
Dios sigue interviniendo el la historia humana a través de Cristo salvando, liberando, sanándonos de pecados y dolencias, redimiéndonos de todas las cadenas, haciéndonos plenos. Allí precisamente está el Reino de Dios entre nosotros.
Y cuando los seguidores y discípulos de Jesús -la comunidad cristiana- en su Nombre ofrece la vida en sintonía evangélica, allí también florece el Reino.
Que el Espíritu del Resucitado nos conceda restituirnos una mirada profunda para advertir, descubrir y agradecer este don, esta Gracia, esta Salvación que se nos ha dado y se nos ofrece generosa en cada instante de nuestras existencias, Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.
Paz y Bien
Pero ese Reino a veces es, para muchos, una circunstancia post mortem, un ideal o utopía a realizarse siempre en el más allá de la vida terrena, que no en el más acá.
Para otros, anquilosados en viejos conceptos mundanos, reino equivale a poder que se impone, a gobiernos, a jerarquías, a una Iglesia en desmesura de poder, directamente proporcional a la ausencia de corazón.
Otros tantos levantan banderas de miedo, de escenarios terriblemente apocalípticos de fines demoledores, especulando a veces fechas, señales en el calendario y escenarios propicios, confundiendo una Parusía gloriosamente ampulosa como poder definitivo y no como un supremo acto de amor, el regreso definitivo de Cristo, la plenitud de los tiempos y el cosmos.
Mientras tanto, en ciertas veredas intermedias se vincula exclusivamente al Reino con la interioridad, relegándolo a un plano espiritualista, quizás abstracto en una piedad que no se encarna.
Sin embargo, para Jesús de Nazareth el Reino de Dios es una realidad palpable, perceptible en el aquí y el ahora, como el rocío bienhechor que renueva la vida al alba, bendición asombrosa e inconmensurable, milagro constante del amor que Dios nos tiene.
Dios sigue interviniendo el la historia humana a través de Cristo salvando, liberando, sanándonos de pecados y dolencias, redimiéndonos de todas las cadenas, haciéndonos plenos. Allí precisamente está el Reino de Dios entre nosotros.
Y cuando los seguidores y discípulos de Jesús -la comunidad cristiana- en su Nombre ofrece la vida en sintonía evangélica, allí también florece el Reino.
Que el Espíritu del Resucitado nos conceda restituirnos una mirada profunda para advertir, descubrir y agradecer este don, esta Gracia, esta Salvación que se nos ha dado y se nos ofrece generosa en cada instante de nuestras existencias, Dios con nosotros, Dios por nosotros, Dios en nosotros.
Paz y Bien
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