Cristo nuestro hermano y Señor, Cristo nuestro Rey, Cristo nuestro Dios


















Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo 

Para el día de hoy (24/11/19):  

Evangelio según San Lucas 23, 35-43 





En la Fiesta que hoy celebramos nunca faltan las imágenes imponentes de Christus Rex, Christus Imperator, corona con diademas y cetro de poder. Seguramente, en esas imágenes hay mucho de afectos y piadosa devoción; pero justo es decir que no se condice con la profunda realeza de Cristo, que no es de este mundo, que no se adapta a los criterios y razones mundanas. Sin irnos demasiado lejos, ello también expresaba los deseos de poder temporal de ciertos sectores de la Iglesia.

Pero en el siglo I, la cruz era el preciso y estudiado castigo, la pena capital que imponían los romanos sobre los delitos más graves; a su vez, la tradición judía infería que un crucificado era un maldecido, un abandonado por Dios a causa del pecado.
Es decir, decir crucificado es decir criminal abyecto y maldito.

La liturgia tiene cosas extrañas, y a menudo nos embiste alegremente en nuestras comodidades: con el tempo propio del tiempo ordinario, y asomándonos a la luminosa ventana del Adviento, la contemplación de la lectura de la crucifixión nos desestabiliza, alabado sea Dios, pues aparenta estar totalmente fuera de lugar.

Así también un rey crucificado, una desubicación imposible de conjugar. Un rey que se precie muere en combate, o en su lecho rodeado de sus cortesanos luego de una extensa vida.

Este pretenso rey tiene por corte a ciegos, a leprosos, a lisiados, a publicanos penitentes, a descastados y descartados, a los irrecuperables e impresentables de siempre. Sus huestes no se imponen a la fuerza aplastando a sus enemigos; los suyos se revisten de esperanza y sólo están armados con la fé en Aquél que los envía y no los abandona, misión de liberación desde la vida ofrecida cada día.

El procurador romano pone un rótulo en su patíbulo, que es identificatorio pero también una provocación para con los dirigentes judíos: allí se lee Jesús Nazareno Rey de los Judíos. 
Rey de los judíos es burla pero también amenaza velada, como aseverando el opresor que éste es el destino horrible de cualquier asomo de soberanía judía, de corona restaurada.
Pero al destacar nombre y gentilicio, reafirma sin saberlo el núcleo de la historia de la Salvación, un Dios que se encarna, que se hace hombre y vecino desde la periferia galilea. 

Hay burlas y afrentas para con ese rey quebrantado y derrotado.
Muchos, plenos espectadores inmóviles; no hacen nada pero esa omisión los vuelve partícipes del crimen.
Otros se burlan con un -sálvate a ti mismo-, la injuria del egoísmo mayor, de abandonar al inocente a su suerte, de regodearse con la miseria y el sufrimiento del otro.

El Gólgota parece enmarcarse con las dos personas que crucifican junto al Maestro, dos malhechores -dos hombres habituales en el mal antes que dos ladrones-. Uno de ellos, agonizando, advierte en su corazón la terrible injusticia de ejecutar a un inocente, y que en ese Cristo que muere a su lado hay algo más que un simple galileo enemistado con las autoridades, o que un rabbí itinerante, y en ese reconocimiento hay conversión.
Como señal inequívoca, la misericordia no se demora aún en los tiempos más duros y difíciles. La Salvación acontece aquí y ahora, en tiempo presente.

Como felices malhechores salvados por la entrañable bondad de Aquél que ha vencido a la muerte. nosotros celebramos y rendimos humildes honores al rey crucificado.
Rey por servir, por entregar su vida sin medida ni reservas, Dios parcial que se hace hermano fiel de todos los crucificados de toda la historia, Todopoderoso porque ama y seguirá amando con todo y a pesar de todo.

Cristo nuestro hermano y Señor, Cristo nuestro Rey, Cristo nuestro Dios.

Paz y Bien

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