Para el día de hoy (11/11/19):
Evangelio según San Lucas 17, 1-6
No es cosa fácil ni sencilla el perdón.
A menudo, las heridas que se infringen se realizan en unos pocos instantes... pero las heridas tardan muchísimo tiempo en cerrar, en finalizar el doloroso sangrado. Ello en lo interpersonal. En las naciones es peor aún, odios y rencores son herramientas usuales a la hora de ciertas concepciones espúreas de la política; y muchos pueblos cometen el crimen imperdonable -para los poderosos- de tener memoria larga.
Frente a esas heridas, nada volverá a ser igual. Hay que sincerarse, pues a menudo se cruzan puentes hacia territorios de odio y resentimiento de los que es muy difícil regresar. Y cuando se arriba a esos sitios tenebrosos -a veces, necesariamente equitativos, que nó justos- quien impera es el espíritu de venganza. Ni siquiera el de Talión, de la devolución del golpe proporcionado, sino el abismo del ansia de aniquilar a quien nos ha malherido. Esa actitud no es sólo violencia física, sino también la disolución del otro como tal, su borrado en el horizonte de la propia existencia.
Por ello el perdón se confunde a veces como ingenua debilidad, con resignación frente a la fuerza del otro, con estupidez y militante masoquismo.
Nada de eso. El ejercicio del perdón es para mujeres y hombres hechos y derechos, hombres y mujeres con todas las letras, los que con todo y a pesar de todo se animan a emprender nuevos rumbos y exiliarse de la oscura tierra del golpe devuelto, del rencor persistente, de las mandíbulas crujiendo de rabia e impotencia.
El perdón es cosa de atrevidos, de locos, de revolucionarios, de mujeres y hombres que se saben perdonados a diario y de continuo por un Dios que es misericordia, y que saben que ese perdón que propone Jesús de Nazareth -ilimitado e incondicional- no es imposible, y renueva y recrea a uno mismo y al que nos ha hecho daño. Pues todo puede cambiar aún cuando insuma mucho tiempo a nuestros ojos escasos.
Pero el perdón, para ser legítimo, trascendente y eficaz exige un salto de fé que se nos muestra sin ninguna garantía.
Sólo la fé en Jesucristo, en la acción asombrosa del Espíritu del Resucitado que todo lo renueva puede sanar, tender puentes inauditos, con el empuje de un grano de mostaza y transladar montañas con sólo el fuego cordial de quienes quieren volverse cada día más humanos.
Paz y Bien
1 comentarios:
Enseñanos a perdonar...a tener puentes, en lugar de construir muros. Te pido Señor, por los Pueblos Hermanos de Chile y Bolivia. Paz y Bien
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