Para el día de hoy (16/11/19)
Evangelio según Lucas 18, 1-8
Dejando de lado cualquier ligera pretensión sexista o neoideológica -pues las ideologías de género tienen hoy gran relevancia y son pesadamente tramposas- es menester ubicarnos en el contexto o paisaje sociocomunitario en el que Jesús de Nazareth refiere la parábola.
Durante varios siglos y por numerosas causas, la mujer judía carecía de derechos religiosos y jurídicos, siendo los únicos que podía en cierto y limitado modo esgrimir los que derivaban de su esposo. Es decir, dependía toda su existencia de la protección de los varones - de su padre, de su esposo, de su hijo mayor- y a su vez estaba sometida a sus deseos y limitada por la influencia que su cónyuge pudiera tener.
En el caso de viudez, esto se lleva a un epítome doloroso.
Una viuda es alguien que carece de derechos reconocidos ni de respaldo y apoyo. Una viuda es, en este contexto, el símbolo de todos aquellos que apenas sobreviven en su condición de vulnerabilidad. Su tenacidad en la petición, que se hace cargosa, molesta, martilleante, nos hace suponer sin demasiada dificultad que la intensidad de su reclamo está directamente relacionada a su sustento y, por lo tanto, a su supervivencia. Su vida misma está en juego, colgando apenas de un hilo el derecho que implora sin desmayos.
Del otro lado, quien debía escucharle y respaldarla, hace todo lo contrario. Es una imagen demasiado habitual, la de aquellos a los que fuera de sí mismos nada les importa, ni Dios ni el prójimo, lo que se agrava cuando dichas personas han de impartir justicia. Ello requiere ajustarse a derecho y mirar y ver, en primer lugar, a aquellos a los que no tienen nadie quien los proteja, viudas y huérfanos, y quizás por ello antes que una imponente estatua de una diosa de ojos vendados con una balanza equilibrada, preferiríamos simbolizar a la justicia como una madre de familia...con una escoba en su mano, y con los ojos bien abiertos.
Este juez de la injusticia, de la justicia denegada, de la no-justicia explícita, decide reivindicar el derecho de la viuda porque ya comienza a importunarle la insistencia de la mujer. Quizás se nos pase por alto algo muy elemental, y es que la persistencia del ruego deja en evidencia flagrante la inconducta del funcionario, quebrantando el tempo constante de indiferencia, la rítmica acomodaticia y corrupta de los que permiten y toleran que todo siga igual.
Entre nosotros, gracias a Dios, tenemos muchas viudas que no solemos ver, y que sustentan nuestras vidas merced a su plegaria constante. No necesariamente han perdido a sus esposos, pero son y se reconocen pequeñas y vulnerables, pero las distingue una confianza inquebrantable en ese Dios al que sin descanso se dirigen y suplican.
Su plegaria es peligrosa, pues quien tenga una vida orante vive la vida misma de Dios, y por ende su existencia refleja una luz que no puede extinguirse, una luz que pone en evidencia tantas sombras, tantas opacidades, tantas tinieblas. Esas plegarias constantes sostienen nuestros pasos, y es la plegaria que quizás nos siga permanenciendo en la columna del debe.
No tenemos excusas, debemos orar sin desfallecer.Durante varios siglos y por numerosas causas, la mujer judía carecía de derechos religiosos y jurídicos, siendo los únicos que podía en cierto y limitado modo esgrimir los que derivaban de su esposo. Es decir, dependía toda su existencia de la protección de los varones - de su padre, de su esposo, de su hijo mayor- y a su vez estaba sometida a sus deseos y limitada por la influencia que su cónyuge pudiera tener.
En el caso de viudez, esto se lleva a un epítome doloroso.
Una viuda es alguien que carece de derechos reconocidos ni de respaldo y apoyo. Una viuda es, en este contexto, el símbolo de todos aquellos que apenas sobreviven en su condición de vulnerabilidad. Su tenacidad en la petición, que se hace cargosa, molesta, martilleante, nos hace suponer sin demasiada dificultad que la intensidad de su reclamo está directamente relacionada a su sustento y, por lo tanto, a su supervivencia. Su vida misma está en juego, colgando apenas de un hilo el derecho que implora sin desmayos.
Del otro lado, quien debía escucharle y respaldarla, hace todo lo contrario. Es una imagen demasiado habitual, la de aquellos a los que fuera de sí mismos nada les importa, ni Dios ni el prójimo, lo que se agrava cuando dichas personas han de impartir justicia. Ello requiere ajustarse a derecho y mirar y ver, en primer lugar, a aquellos a los que no tienen nadie quien los proteja, viudas y huérfanos, y quizás por ello antes que una imponente estatua de una diosa de ojos vendados con una balanza equilibrada, preferiríamos simbolizar a la justicia como una madre de familia...con una escoba en su mano, y con los ojos bien abiertos.
Este juez de la injusticia, de la justicia denegada, de la no-justicia explícita, decide reivindicar el derecho de la viuda porque ya comienza a importunarle la insistencia de la mujer. Quizás se nos pase por alto algo muy elemental, y es que la persistencia del ruego deja en evidencia flagrante la inconducta del funcionario, quebrantando el tempo constante de indiferencia, la rítmica acomodaticia y corrupta de los que permiten y toleran que todo siga igual.
Entre nosotros, gracias a Dios, tenemos muchas viudas que no solemos ver, y que sustentan nuestras vidas merced a su plegaria constante. No necesariamente han perdido a sus esposos, pero son y se reconocen pequeñas y vulnerables, pero las distingue una confianza inquebrantable en ese Dios al que sin descanso se dirigen y suplican.
Su plegaria es peligrosa, pues quien tenga una vida orante vive la vida misma de Dios, y por ende su existencia refleja una luz que no puede extinguirse, una luz que pone en evidencia tantas sombras, tantas opacidades, tantas tinieblas. Esas plegarias constantes sostienen nuestros pasos, y es la plegaria que quizás nos siga permanenciendo en la columna del debe.
Paz y Bien
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