Que el Dios de la Vida y la Misericordia haga vivir a los nuestros para siempre













Conmemoración de todos los fieles difuntos 

Para el día de hoy (02/11/19):  

Evangelio según San Lucas 24, 1-8








No se puede permanecer neutral frente a la muerte, no. Tarde o temprano nos golpea con su dura realidad, con la pérdida de un ser querido, con la certeza de la propia finitud.
Aunque, es claro, mil y una cosas nos hemos inventado para su elusión, maquillajes vanos para prolongar lo improrrogable, cosas e ideas que adormecen la realidad. Sin embargo, también hay toda una estructura que tiende a resaltar y maximizar el dolor, la exacerbación de los signos mortuorios, del comercio funerario que desnaturaliza su final.

Muchos afirman -a menudo con cierto grado de certidumbre- que la humanidad se ha brindado a través de la historia construcciones religiosas para, precisamente, escapar de ese miedo primordial, e imaginar que hay una vida postrera.
Otros, que no hay más nada. En ambos casos, cada postura condiciona en cierto modo lo que hay en medio, nada más ni nada menos que la existencia. Porque ante todo, la propia muerte se re-significa de acuerdo a como se ha vivido.

Algunos intentarán la acumulación de méritos temporales, por suponer que luego del final nos presentamos ante un tribunal de balanzas exactas que sopesa bondades y maldades y que, de acuerdo a ese resultado, accederemos a una vida postrera. Otros, tratan de aferrarse a la instantaneidad, porque avizoran que la vida es corta y que no hay demasiado tiempo para los placeres y el disfrute. Otros sojuzgan, se aferran al poder, al dinero y a los bienes y optan por disfraces religiosos que justiprecian lo que se intenta esconder.

Pero las ausencias siguen alí, con mayor o menor fuerza, y también nosotros pasaremos por ese éxodo.

Por ese Cristo Crucificado que resucita y despoja a la muerte de su infalible contundencia, sabemos que hay más que sólo un fin dolorosamente cierto.. 
Y sabemos también que el vivió fiel a su destino y a su misión, aún cuando sabía con seguridad que le esperaba la muerte más horrorosa, en soledad y abandono.

Por eso, y sin un mínimo atisbo de minimizar las lágrimas -de amores y culpas añejas-, lo que cuenta es vivir como Él vivió. Porque la muerte no es propiedad exclusiva de las necrópolis, sino que campea a diario entre nosotros, en los sufrimientos, en el dolor, en la miseria, en la mentira, en la opresión, en la resignación, en el olvido de los demás, en el egoísmo.

Lo importante es que ese umbral no es final sino, apenas, un comienzo. Y no importa tanto lo que haya tras esas puertas sino más bien Quien nos espera.

La Resurrección de Cristo es la profecía final del reencuentro con Él y con todos, en la vida para siempre.

Que el Dios de la Vida y la Misericordia haga vivir a los nuestros para siempre, y que consuele toda lágrima con abrazos de esperanza.

Paz y Bien

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