Para el día de hoy (02/01/19):
Evangelio según San Juan 1, 19-28
La lectura que nos presenta la liturgia del día posee ciertas distinciones a las que es menester prestarle atención.
Hay una delegación que llega desde el centro mismo del poder político y religioso de Israel -Jerusalem- que llega hasta Betania, al otro lado del Jordán, en donde Juan el Bautista predica y bautiza. Esa delegación se compone de sacerdotes y levitas, es decir, expertos religiosos consagrados y laicos cuya misión es la de dirimir las graves cuestiones que suscita la persona del Bautista.
Esos hombres representan la ortodoxia religiosa, y como tales son celosos guardianes de una religiosidad de la que se infieren excluyentes depositarios: por eso van en talante inquisidor, para determinar con precisión si se observan los preceptos sin desvíos. Además de la influencia magistral del Bautista, que enseñaba a un número creciente de discípulos, el hijo de Zacarías e Isabel bautizaba y esa tarea solía estar acotada a los sacerdotes, a los especialistas en el tema, por lo cual se puede suponer cierto estupor celoso de ese hombre que parece arrogarse cosas que le son propias de ellos, y porque el bautismo supone también un carácter mesiánico.
Pero además el Bautista era escuchado con atención por muchos y cada vez más, no sólo discípulos suyos sino el pueblo más sencillo. La voz de Juan crecía en influencia restauradora que es un motivo de grave preocupación para los que son la voz única e incuestionable.
De allí el interrogatorio en el que se juega muchísimo, la vida misma del Bautista. Aún así, su triple negativa es clara, taxativa, sin ambages. No es el Mesías. No es Elías. No es el profeta. Sólo una voz que clama en el desierto, allanando los caminos del Señor.
Juan descree de protagonismos exacerbados y reniega de escasos mundos autorreferenciales acotados al ego. Juan convoca al pueblo a la honestidad, a la honradez y aser partícipes activos de la Salvación que les llega desde la conversión, el regreso a Dios y al hermano.
Su vida austera e íntegra estremece y molesta a muchos, pues demasiadas cosas quedan en evidencia.
Juan, desde su humilde compromiso definitivo, es heraldo de Aquél que ha de venir, portavoz de un mensaje que no le pertenece y del cual es sólo un servidor fiel, un profeta que siempre nos recuerda, a través de los tiempos que es necesario regresar siempre al camino de la virtud, de abandono del pecado, de prepararse para la Gracia que nos acontece por el Cristo que precede.
Paz y Bien
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