El Bautismo del Señor, los cielos se han abierto para siempre















El Bautismo del Señor

Para el día de hoy (13/01/19):  

Evangelio según San Lucas 3, 15-16. 21-22








El clima de los tiempos del surgimiento de Cristo en Israel no era sencillo, estaba espeso, confuso, violento como sucede cuando no hay respuestas ni horizontes a la vista. 
Un pueblo humillado por la bota imperial romana, sojuzgado por una dirigencia religiosa preocupada por las formas pero no por las almas, agobiado por impuestos exactivos que demolían los esfuerzos, especialmente de los más pobres. Cuatro siglos sin un profeta que les despertara las conciencias y la esperanza.

Siempre hacen falta profetas.

Todo hambre es peligroso, pone en riesgo vidas y claridades. Así entonces, la voz clara y fuerte, plena de integridad, de Juan el Bautista despierta viejos anhelos y el pueblo se pregunta si ese profeta -porque es claro que lo es- no sería el Mesías prometido y esperado con ansias.
Es dable imaginarnos los rostros plenos de asombro cuando el Bautista, claramente, les señala que no lo es y más aún, que deben esperar a Alguien más fuerte que él, que los bautizaría en Espíritu Santo y fuego.

Él no se considera digno de desatar la correa de sus sandalias: esto es importantísimo, es crucial en cuanto a la misión del propio Juan y del Mesías.
Era tradición en Israel que las familias/tribus designaran a un varón fuerte -el Go'El- que se encargaba de rescatar a los hermanos y parientes en problemas serios, agobiados por la pobreza y la miseria, y en especial rescatar a aquellos que caían en la esclavitud a causa de las deudas contraídas. El gesto simbólico de su autoridad era, precisamente, calzar sus sandalias asumiendo su responsabilidad.
Por ello, esta declaración excede por lejos una afirmación de humildad y refiere a que el Mesías que llega es tan cercano, es de la familia, y viene en misión de justicia y liberación.

El pueblo acudía en gran número a orillas del río Jordán a bautizarse por Juan, un bautismo que implicaba conversión y perdón de los pecados.
La escena estremece: por entre el pueblo atribulado camina, como uno más, el Cristo esperando su propio bautismo.

Un horror para las almas vacías de misericordia, un escándalo para los corazones robustos de puras formalidades sin caridad: Jesús de Nazareth se ubica y encuentra entre los pecadores.

Él comparte el destino de su pueblo, el destino de la humanidad misma, nuestra torpe fragilidad, nuestros quebrantos. En todo se hace uno de nosotros menos en ese pecado del que nos libera.

Un bautismo no es un mero ritual. Un bautismo es sumergirse y, en cierto modo, morir para renacer a una vida nueva. Por su fuego que purifica y por el Espíritu Santo, los bautizados participamos de la vida divina.

Cristo se encontraba orando al momento de su bautismo, y es la señal exacta de orando se nos vuelven a abrir los cielos que tan a menudo se nos cierran.

Epifanía de la Santísima Trinidad, el bautismo del Señor nos dice que el redentor camina entre nosotros, y que por Él somos todos queridísimos y predilectos hijos del Dios Abbá, Padre Nuestro.

Paz y Bien

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