Para el día de hoy (05/01/19):
Evangelio según San Juan 1, 43-51
Natanael era de Caná, cercana a Nazareth a escasos kilómetros, y como sucede en todas parte, es dable suponer que entre las dos ciudades -pueblos pequeños- existiera cierto tipo de rivalidad e inquina. Pero la imagen suya bajo la higuera tiene una connotación simbólica, la del hombre que estudia y reflexiona acerca de la Torah y las tradiciones de Israel.
En esas tradiciones, Nazareth no figura. No está mencionada por los profetas, no acontecen hechos importantes como en el caso de Belén, ciudad del rey David. En la práctica, Nazareth es un villorio que casi no figura en los mapas, con el agravante de pertenecer a Galilea de los gentiles.
Galilea es la periferia de la ortodoxa y deslumbrante Jerusalem. Por encontrarse estratégicamente ubicada en una ruta comercial, era frecuente el contacto con mercaderes y culturas foráneas; más aún, en la zona se encontraban ciudades de características marcadamente helénicas como Séforis y Tiberiades. Por ese contacto usual con el gentil, con el extranjero, Galilea está siempre bajo sospecha de heterodoxia e impureza ritual contraria a la segregación estricta de la Ley tal cual se la interpretaba en aquellos tiempos, pero tampoco debemos descartar ciertos prejuicios de carácter social, la mirada despreciativa de los jerosolimitanos para con los paisanos de provincias.
Como sea, de Galiea y tampoco de Nazareth ha de esperarse nada bueno ni nuevo.
Sin embargo, siempre es crucial regresar a las raíces, hacia donde todo comienza y en donde el ministerio del Señor encuentra su identidad. Es imprescindible reconocer las señales de Nazareth.
En Nazareth está la casa de José el carpintero, pero el hogar es de la Virgen. Allí Jesús crece en la pobreza, en la humildad y en el amor servicial que no busca reconocimientos ni intereses angostos.
En Nazareth Jesús conoce y aprende la Palabra de Dios a pesar de que no haya escuela, en donde se encarna en las tradiciones y la historia de su pueblo, en donde mira con ojos asombrados la mano bondadosa de su Padre. Es en Nazareth en donde se expande silenciosa la fidelidad y la Gracia.
Ayer y hoy se suelen buscar respuestas y seguridades en las certezas imponentes de los templos grandes, en los sitios en donde refulge el poder, en donde la propaganda no ha impuesto sospechas ni campean los prejuicios.
Pero las señales nazarenas nos vuelven a decir que hay que marchar con el corazón a la periferia, hacia donde nunca pasa nada ni nada se espera, pues desde allí Abbá Dios de Jesucristo germina la Salvación e impulsa la vida.
Paz y Bien
En esas tradiciones, Nazareth no figura. No está mencionada por los profetas, no acontecen hechos importantes como en el caso de Belén, ciudad del rey David. En la práctica, Nazareth es un villorio que casi no figura en los mapas, con el agravante de pertenecer a Galilea de los gentiles.
Galilea es la periferia de la ortodoxa y deslumbrante Jerusalem. Por encontrarse estratégicamente ubicada en una ruta comercial, era frecuente el contacto con mercaderes y culturas foráneas; más aún, en la zona se encontraban ciudades de características marcadamente helénicas como Séforis y Tiberiades. Por ese contacto usual con el gentil, con el extranjero, Galilea está siempre bajo sospecha de heterodoxia e impureza ritual contraria a la segregación estricta de la Ley tal cual se la interpretaba en aquellos tiempos, pero tampoco debemos descartar ciertos prejuicios de carácter social, la mirada despreciativa de los jerosolimitanos para con los paisanos de provincias.
Como sea, de Galiea y tampoco de Nazareth ha de esperarse nada bueno ni nuevo.
Sin embargo, siempre es crucial regresar a las raíces, hacia donde todo comienza y en donde el ministerio del Señor encuentra su identidad. Es imprescindible reconocer las señales de Nazareth.
En Nazareth está la casa de José el carpintero, pero el hogar es de la Virgen. Allí Jesús crece en la pobreza, en la humildad y en el amor servicial que no busca reconocimientos ni intereses angostos.
En Nazareth Jesús conoce y aprende la Palabra de Dios a pesar de que no haya escuela, en donde se encarna en las tradiciones y la historia de su pueblo, en donde mira con ojos asombrados la mano bondadosa de su Padre. Es en Nazareth en donde se expande silenciosa la fidelidad y la Gracia.
Ayer y hoy se suelen buscar respuestas y seguridades en las certezas imponentes de los templos grandes, en los sitios en donde refulge el poder, en donde la propaganda no ha impuesto sospechas ni campean los prejuicios.
Pero las señales nazarenas nos vuelven a decir que hay que marchar con el corazón a la periferia, hacia donde nunca pasa nada ni nada se espera, pues desde allí Abbá Dios de Jesucristo germina la Salvación e impulsa la vida.
Paz y Bien
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