Para el día de hoy (07/01/19):
Evangelio según San Mateo 4, 12-17. 23-25
Las coordenadas geográficas nos indican que el arresto de Juan el Bautista -que se desembocará en su asesinato- acontece en Judea, y ante esta noticia el Maestro se retira a Galilea. Una mirada superficial se quedaría solamente en ello, quizás en un análisis social y cultural; pero los Evangelios nos plantean un más allá que implica una geografía teológica o espiritual.
Porque en Judea está Jerusalem, la sede de la estricta religiosidad oficial que abunda en puntillosidad y adolece de misericordia, la Judea que suele mirar a los demás desde un pedestal pues supone primacías, una élite bendita que suele mirar condescendiente y despreciativa a los demás.
En cambio Galilea es la periferia, el borde de todo que está siempre bajo sospecha de laxitud en las costumbres y la observancia de la Ley; a los galileos se los tiene a menos y el contacto frecuente con extranjeros -está en plena ruta comercial- no ayuda demasiado. De allí no se esperan cosas buenas ni nuevas, y mucho menos que provenga el Mesías, el que debe ser gloriosamente de Jerusalem y punto.
Galilea de los gentiles, el título habitual de desprecio, se reemplaza con el anuncio profético de Galilea de las naciones. Desde los confines, desde los márgenes, desde todas las periferias, desde donde se supone con razonados prejuicios que nunca pasa nada, Abbá Dios de Jesús de Nazareth se mantiene fiel a sus promesas y empuja la vida y la bendición a todos los pueblos.
Con todo y a pesar de todo, los galileos no tienen privilegios. Al igual que Juan, Jesús insiste: hay que convertirse porque el Reino está cerca, un Reino que no es una alternativa, ni un cambio de época ni solamente dejar atrás ciertas actitudes. El Reino es lo totalmente distinto, totalmente nuevo, un Dios que se hace presente y vive en medio de su pueblo, la eternidad tan cercana que se puede ingresar desde el propio corazón porque Cristo ha abierto todas las puertas.
Ayer contemplábamos la Epifanía del Señor, el Dios del Universo que se manifiesta en un Niño en brazos de su Madre, al cual adoran los magos venidos de lejos. Hoy, el mismo Dios encarnado se manifiesta en la Palabra que comunica en primer lugar a los pobres, y sanando todas las enfermedades y dolencias, todo aquello que trae a menos lo humano.
En todas las Galileas de este mundo nos aguarda un compromiso y una misión. Que todos los pueblos agobiados por tanto dolor y muerte encuentren la luz del Evangelio, el amor de Dios entre nosotros.
Paz y Bien
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