Al Hijo de Dios se lo reconoce desde la fé















Para el día de hoy (24/01/19): 

Evangelio según San Marcos 3, 7-12









El ministerio de Jesús de Nazareth crecía robusto y no se acotaba a las tierras judías; prueba de ello es que convergían a Su persona multitudes de Galilea, de Judea, de la misma Jerusalem pero también de las tierras paganas de Tiro, Sidón, Idumea y Transjordania.
Hay allí símbolos cristológicos y eclesiales que implican que la misión cristiana no conoce otra frontera que la de los corazones que le reciben, y que las gentes tienen un punto de encuentro universal, un sitio común a todos en Cristo, cuyo cuerpo es esa familia que crece a través de la historia y de los pueblos y que llamamos Iglesia.

Sin embargo, ello no significa que todo fué un momento de pacífica e ingenua época primordial sin problemas. Sin dudas, significó un antes y un después, sin dudas también eran momentos de luz resplandecientes, pero la misma claridad del Maestro ponía en evidencia un mundo ensombrecido, plagado de tinieblas, multitudes oprimidas hermanadas precisamente en ello, en el dolor antes que en su origen, su religión, su identidad, multitudes como ovejas sin pastor a las que nadie presta demasiada atención, que aceptan con mórbida complacencia el sufrimiento y el dolor impuesto a los otros, con nefasta docilidad, con terrible acostumbramiento.

Como un principio de acción y reacción espiritual, la multitud se pone en una postura peligrosa. Sus ansias, sus necesidades y sus angustias los llevan a arrojarse sobre Él buscando sanidad, liberación, ese rabbí galileo tiene poderes. Y es allí cuando el Maestro les indica a sus discípulos que preparen una barca, para tomar algo de distancia y continuar con su ministerio sin quebrantos ni descanso.
Esa toma de distancia puede aparecerse a simple vista como una razonable medida de seguridad, por el riesgo de una avalancha humana, de ser aplastado por una masa informe de gentes que en su desesperación casi ha perdido su rostro. Aún así, hay otra intencionalidad en el Evangelista, señalando la trascendencia de la enseñanza del Maestro, y es no dejarse jamás llevar por la corriente que impere, a pesar de que ella surja como un válido río caudaloso.

A menudo cuestiones que se reivindican como populares no son más que falacias masivas en beneficio de unos pocos pícaros, que imponen criterios ajenos al pueblo bajo slogans atractivos pero que en verdad nada tienen de populares, otras herramientas más de dominio y sumisión de los que pocos consideran como su hermano más allá de la pura declamación.
A menudo hay que tomar distancia sin abandonar la compasión y la solidaridad, en resguardo de la identidad que nos constituye.

Así, ese Cristo ordena silencio a los espíritus malos, pues no hay un reconocimiento veraz, sólo rótulos pasajeros productos de la necesidad, de la euforia o de alguna tendencia pasajera.
Porque al Hijo de Dios se le reconoce desde la fé, don y misterio de Aquél que nunca nos abandona.

Paz y Bien

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