Santos Timoteo y Tito, obispos
Para el día de hoy (26/01/19):
Evangelio según San Lucas 10, 1-9
Ante todo, la cantidad de enviados -setenta y dos- y el modo de envío, de dos en dos.
Según una antigua tradición mosaica, la cantidad coincide con el número bíblico de todas las naciones de la tierra, por lo que el Maestro impulsa la universalidad de la misión: a todos los pueblos, a los cuatro puntos cardinales. Ello será ratificado en Pentecostés en la primera comunidad cristiana reunida e impulsada por el Espíritu de Dios.
Pero también los discípulos van de dos en dos; hay en ello un componente profundamente humano, pues los riesgos de los caminos y el cansancio se hacen más llevaderos en compañía que en soledad, la reciprocidad del apoyo mutuo, una comunidad incipiente -donde hay dos o más reunidos en mi nombre...-. Pero hay más, siempre hay más.
En el derecho procesal judío, la veracidad de una declaración se valida ante un tribunal mediante el testimonio de dos testigos: la misión se transforma así en testimonio veraz de Cristo, señal inequívoca de liberación.
El Maestro ha elegido a setenta y dos discípulos que exceden por lejos el colegio apostólico, símbolo del compromiso misionero de todos los bautizados, y privilegio que no se acota a unos pocos elegidos.
Es menester tener muy presente lo evidente: los misioneros son obreros, servidores de una tarea inmensa en una mies que no les pertenece. La misión, entonces, corresponde a los sueños del Padre, a su obra salvadora y a su impulso constante, y por ello mismo implica un enorme voto de confianza puesto en los misioneros.
Cristo tiene muchísima más fé en nosotros, en todo lo que podemos ser y hacer con Él que la que solemos depositar en Su persona.
Es llamativo que el primer paso sea la súplica, la plegaria al Dueño de la mies para que siga enviando obreros, pues la tarea es enorme, y requiere más y más brazos incansables, esforzados labradores del Evangelio, empeñosos y humildemente obstinados abridores de los surcos para que crezca frutal la semilla de la Buena Noticia.
Quizás, perdidos en mil cosas lo hemos olvidado. Pero por eso mismo el primer servicio misionero, la primer tarea apostólica es, precisamente, la oración que nos vuelve a ubicar en el horizonte del Padre, para que el Reino sea, para que fecunde la tierra y la historia, para poder largarnos a todos los caminos en esfuerzos de paz y de bien, buenas noticias del amor de Dios en estos arrabales tan yertos.
Paz y Bien
Según una antigua tradición mosaica, la cantidad coincide con el número bíblico de todas las naciones de la tierra, por lo que el Maestro impulsa la universalidad de la misión: a todos los pueblos, a los cuatro puntos cardinales. Ello será ratificado en Pentecostés en la primera comunidad cristiana reunida e impulsada por el Espíritu de Dios.
Pero también los discípulos van de dos en dos; hay en ello un componente profundamente humano, pues los riesgos de los caminos y el cansancio se hacen más llevaderos en compañía que en soledad, la reciprocidad del apoyo mutuo, una comunidad incipiente -donde hay dos o más reunidos en mi nombre...-. Pero hay más, siempre hay más.
En el derecho procesal judío, la veracidad de una declaración se valida ante un tribunal mediante el testimonio de dos testigos: la misión se transforma así en testimonio veraz de Cristo, señal inequívoca de liberación.
El Maestro ha elegido a setenta y dos discípulos que exceden por lejos el colegio apostólico, símbolo del compromiso misionero de todos los bautizados, y privilegio que no se acota a unos pocos elegidos.
Es menester tener muy presente lo evidente: los misioneros son obreros, servidores de una tarea inmensa en una mies que no les pertenece. La misión, entonces, corresponde a los sueños del Padre, a su obra salvadora y a su impulso constante, y por ello mismo implica un enorme voto de confianza puesto en los misioneros.
Cristo tiene muchísima más fé en nosotros, en todo lo que podemos ser y hacer con Él que la que solemos depositar en Su persona.
Es llamativo que el primer paso sea la súplica, la plegaria al Dueño de la mies para que siga enviando obreros, pues la tarea es enorme, y requiere más y más brazos incansables, esforzados labradores del Evangelio, empeñosos y humildemente obstinados abridores de los surcos para que crezca frutal la semilla de la Buena Noticia.
Quizás, perdidos en mil cosas lo hemos olvidado. Pero por eso mismo el primer servicio misionero, la primer tarea apostólica es, precisamente, la oración que nos vuelve a ubicar en el horizonte del Padre, para que el Reino sea, para que fecunde la tierra y la historia, para poder largarnos a todos los caminos en esfuerzos de paz y de bien, buenas noticias del amor de Dios en estos arrabales tan yertos.
Paz y Bien
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