Para el día de hoy (08/01/18):
Evangelio según San Marcos 6, 34-44
Como continuador de la memoria viva de su pueblo, el Evangelista Marcos nos presenta a Jesús de Nazareth como el nuevo Moisés.
Al igual que el viejo caudillo de Israel, la preocupación es similar y es no dejar al pueblo librado a su suerte, buscando afanosamente un sucesor que lo conduzca a los buenos pastos de la libertad en la Tierra Prometida. Porque Moisés, sabemos, no llegará.
Cristo, nuevo Moisés -Moisés definitivo- profundamente enamorado y comprometido con su pueblo hasta los huesos, los llevará hasta los pastos definitivos de la Gracia y los alimentará con el verdadero maná, su Palabra, que permanece y no perece, que conduce a la eternidad, que sostiene los corazones.
Varias serán las escenas de multiplicación de panes que nos brindan los Evangelistas: en el ejemplo de hoy, nos encontramos en tierras judías, y el indicio serán las doce canastas sobrantes, símbolo de las doce tribus iniciales.
Cuando superamos lo episódico y nos sumergimos en los distintos niveles de profundidad que nos ofrece la Palabra, podremos advertir varias cuestiones. En primer lugar, que el Maestro nunca realiza signos en sentido exhibicionista, ostentoso o milagrero: su intención es revelar la trascendente verdad de un Dios que se acerca al hombre, de un Reino que está aquí y ahora.
En segundo lugar, esa multitud que está allí con Él significativamente no pide alimentarse; al lado del Señor, y aunque pasen muchas horas, el tiempo parece no discurrir. Esas gentes se siguen alimentando de su Palabra, verdadero maná.
En tercer lugar, quizás los que en verdad estén hambrientos de verdad por no haber sabido mirar y ver, abrir sus ojos a la realidad del Reino, son los discípulos. Ellos pretenden aparecer como propietarios exclusivos de las enseñanzas del Maestro, y por ello quieren que finalice de una buena vez la docencia, y que ese Cristo vuelva a ser sólo de ellos: hay que despedir a la gente, y son sólo ellos los que se preocupan por la comida, atados a los limitados esquemas de la razón, plenos de excusas a la hora de los problemas.
En el tiempo nuevo del Reino, será la compasión -amor de Dios encarnado- el motor que transforma la historia. Serán entonces los discípulos los que deberán involucrarse, como levadura en la masa, diáconos sin resignaciones servidores del pueblo, apóstoles de la misericordia y la Eucaristía.
Quedarán doce canastas, porque el banquete no se limita a esa multitud allí reunida. Las doce canastas refieren al misterio bondadoso de la Divina Providencia, de los que aún no han llegado y que -sin dudas- un día llegarán, pan siempre abundantes para todo el pueblo, para todas las naciones.
Paz y Bien
Al igual que el viejo caudillo de Israel, la preocupación es similar y es no dejar al pueblo librado a su suerte, buscando afanosamente un sucesor que lo conduzca a los buenos pastos de la libertad en la Tierra Prometida. Porque Moisés, sabemos, no llegará.
Cristo, nuevo Moisés -Moisés definitivo- profundamente enamorado y comprometido con su pueblo hasta los huesos, los llevará hasta los pastos definitivos de la Gracia y los alimentará con el verdadero maná, su Palabra, que permanece y no perece, que conduce a la eternidad, que sostiene los corazones.
Varias serán las escenas de multiplicación de panes que nos brindan los Evangelistas: en el ejemplo de hoy, nos encontramos en tierras judías, y el indicio serán las doce canastas sobrantes, símbolo de las doce tribus iniciales.
Cuando superamos lo episódico y nos sumergimos en los distintos niveles de profundidad que nos ofrece la Palabra, podremos advertir varias cuestiones. En primer lugar, que el Maestro nunca realiza signos en sentido exhibicionista, ostentoso o milagrero: su intención es revelar la trascendente verdad de un Dios que se acerca al hombre, de un Reino que está aquí y ahora.
En segundo lugar, esa multitud que está allí con Él significativamente no pide alimentarse; al lado del Señor, y aunque pasen muchas horas, el tiempo parece no discurrir. Esas gentes se siguen alimentando de su Palabra, verdadero maná.
En tercer lugar, quizás los que en verdad estén hambrientos de verdad por no haber sabido mirar y ver, abrir sus ojos a la realidad del Reino, son los discípulos. Ellos pretenden aparecer como propietarios exclusivos de las enseñanzas del Maestro, y por ello quieren que finalice de una buena vez la docencia, y que ese Cristo vuelva a ser sólo de ellos: hay que despedir a la gente, y son sólo ellos los que se preocupan por la comida, atados a los limitados esquemas de la razón, plenos de excusas a la hora de los problemas.
En el tiempo nuevo del Reino, será la compasión -amor de Dios encarnado- el motor que transforma la historia. Serán entonces los discípulos los que deberán involucrarse, como levadura en la masa, diáconos sin resignaciones servidores del pueblo, apóstoles de la misericordia y la Eucaristía.
Quedarán doce canastas, porque el banquete no se limita a esa multitud allí reunida. Las doce canastas refieren al misterio bondadoso de la Divina Providencia, de los que aún no han llegado y que -sin dudas- un día llegarán, pan siempre abundantes para todo el pueblo, para todas las naciones.
Paz y Bien
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