Para el día de hoy (30/07/18):
Evangelio según San Mateo 13, 31-35
En pos de un Cristo glorioso y celestial, lejano en ornados altares -productos todos ellos de la piedad, claro está- solemos olvidar una imagen que debería ser carísima a nuestra memoria y nuestros afectos, la de un Jesús niño pobre, criado en una pequeña aldea de la periférica Galilea, a la sombra bienhechora de su abba José, al calor de su imma María.
Es un niño tan común, tan parecido a cada uno de nosotros que cualquier esfuerzo racional por encasillar a ese niño como un Dios es tarea vana. Por el contrario, a través de la fé que se nos ofrece, allí nos estremecemos frente a un Dios que se hace historia, tiempo, pariente, vecino, uno más entre nosotros.
Así no es difícil imaginar a ese niño mirando con grandes ojos poblados de asombro a su madre y a otras mujeres del poblado tomar un puñado de levadura -una pizca, una nada- mezclarla con una medida de harina y luego de un tiempo, ver como ese bollo amasado crecía y se levantaba y se transformaba en el pan cotidiano.
También, como hijo de su pueblo conocía bien la flora del lugar; en Palestina es habitual que crezca la planta de mostaza, amplia, frondosa, nacida a partir de una semilla pequeñísima, tan insignificante que se pierde entre los dedos. Y sin embargo, esa semilla ínfima tiene escondida una fuerza asombrosa que crece y crece.
De todo eso que bebían sus ojos asombrados, Jesús ya hombre enseñará y revelará las verdades de Dios. Quizás por ello suscitaba tantas furias y reprobaciones, pues no se aferra a arcanos rituales acotados al culto oficial en el Templo, sino que a su Dios se lo descubre en lo cotidiano, en lo habitual, y es una cuestión -para algunos corazones estrechos- una condición peligrosamente secular. Nada bueno puede salir de Galilea, nada bueno ha de esperarse de aquellos sitios y personas que preencasillamos como marginales o sospechosos.
Pero esa es la lógica de los poderosos, la ratio de los esclavos.
La ilógica del Reino es el sentido de libertad de las hijas y los hijos de Dios, que aman la liberación que su Dios les ofrece porque es, ante todo, un Padre que ama.
La esperanza que Cristo ofrece no tiene nada de instantaneidad. Esas tendencias a resolver todo con soluciones instantáneas deberían estar lejos de nuestros corazones.
Lo que cuenta es que el Reino de Dios es un acontecer que sucede aquí y ahora, que sigue fecundando nuestro tiempo gris y vacío, que empuja hacia la luz a tantas gentes hundidas en el fango del dolor y de todas las rutinas sin destino, Reino humilde y silencioso, Reino tenaz, Reino actual de una fuerza imparable, que suele pasar inadvertido para quienes se imaginan mundos fantásticos que se imponen por la fuerza, pero que aquí se nos crece como pidiendo permiso, pero sin aflojar en esa tenacidad que no es otra cosa que el persistente amor de Dios, la Gracia que nos fecunda todos y cada uno de los días de la vida.
Paz y Bien
Es un niño tan común, tan parecido a cada uno de nosotros que cualquier esfuerzo racional por encasillar a ese niño como un Dios es tarea vana. Por el contrario, a través de la fé que se nos ofrece, allí nos estremecemos frente a un Dios que se hace historia, tiempo, pariente, vecino, uno más entre nosotros.
Así no es difícil imaginar a ese niño mirando con grandes ojos poblados de asombro a su madre y a otras mujeres del poblado tomar un puñado de levadura -una pizca, una nada- mezclarla con una medida de harina y luego de un tiempo, ver como ese bollo amasado crecía y se levantaba y se transformaba en el pan cotidiano.
También, como hijo de su pueblo conocía bien la flora del lugar; en Palestina es habitual que crezca la planta de mostaza, amplia, frondosa, nacida a partir de una semilla pequeñísima, tan insignificante que se pierde entre los dedos. Y sin embargo, esa semilla ínfima tiene escondida una fuerza asombrosa que crece y crece.
De todo eso que bebían sus ojos asombrados, Jesús ya hombre enseñará y revelará las verdades de Dios. Quizás por ello suscitaba tantas furias y reprobaciones, pues no se aferra a arcanos rituales acotados al culto oficial en el Templo, sino que a su Dios se lo descubre en lo cotidiano, en lo habitual, y es una cuestión -para algunos corazones estrechos- una condición peligrosamente secular. Nada bueno puede salir de Galilea, nada bueno ha de esperarse de aquellos sitios y personas que preencasillamos como marginales o sospechosos.
Pero esa es la lógica de los poderosos, la ratio de los esclavos.
La ilógica del Reino es el sentido de libertad de las hijas y los hijos de Dios, que aman la liberación que su Dios les ofrece porque es, ante todo, un Padre que ama.
La esperanza que Cristo ofrece no tiene nada de instantaneidad. Esas tendencias a resolver todo con soluciones instantáneas deberían estar lejos de nuestros corazones.
Lo que cuenta es que el Reino de Dios es un acontecer que sucede aquí y ahora, que sigue fecundando nuestro tiempo gris y vacío, que empuja hacia la luz a tantas gentes hundidas en el fango del dolor y de todas las rutinas sin destino, Reino humilde y silencioso, Reino tenaz, Reino actual de una fuerza imparable, que suele pasar inadvertido para quienes se imaginan mundos fantásticos que se imponen por la fuerza, pero que aquí se nos crece como pidiendo permiso, pero sin aflojar en esa tenacidad que no es otra cosa que el persistente amor de Dios, la Gracia que nos fecunda todos y cada uno de los días de la vida.
Paz y Bien
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