Para el día de hoy (06/07/18):
Evangelio según San Mateo 9, 9-13
No era gentes muy apreciadas los llamados publicanos. Más bien, todo lo contrario: eran subcontratados entre los paisanos de los países vasallos de Roma por los recaudadores oficiales de impuestos, los gravosos tributos que debían pagarse a la potencia ocupante, por lo general a costa de la miseria de los más pobres. Estos publicanos, a menudo, aprovechaban su posición para prácticas extorsivas y corruptas, de modo tal que en sus funciones solían amasar pingües fortunas personales. Por ello, por su sumisión a los opresores de Israel, por su contacto con los paganos y por su inclemencia para con los suyos eran profusamente odiados, a tal punto de ser considerados impuros de toda impureza, en la misma categoría moral pecadora de las prostitutas. Nadie quería juntarse con ellos.
Sin embargo, este Cristo que pasa junto a este publicano Mateo, inesperada y asombrosamente lo invita a seguirlo. Tal es lo que el encuentro suscita, que Mateo deja atrás su mesa recaudatoria, sus prácticas corruptas y opresivas, el que dirán, y su pasado. Ese rabbí galileo le ha abierto la puerta a una vida nueva, re-creada. Y como si eso no bastara, el Maestro comparte la mesa con varios otros publicanos más.
A diferencia de los otros Evangelios sinópticos, en donde se lo menta como Leví, en la Palabra para el día de hoy al publicano se lo reconoce por su nombre Mateo, y no es una expresión casual ni coyuntural: literalmente, Mateo significa don o regalo de Dios, y el nombre es signo y símbolo.
El publicano, el perdido, el extraviado, es el don de Dios para que la comunidad -cuerpo vivo de Cristo- se transforme en señal de auxilio y salvación para toda la humanidad, comenzando con los perdidos, los desechados, los que nadie quiere, con luz de compasión y misericordia.
Es claro que de un modo casi automático, los fariseos expresan su repudio y desconcierto, aún cuando lo hagan con buenos modos. Para estas almas severas y puntillosas, que se erigen en jueces exactos de sus hermanos, no hay un Cristo posible que se encuadre en sus parámetros.
Por eso, cada vez que la Iglesia florezca en compasión y se crezca en misericordia y servicio, es dable y razonable que arrecien tormentas de críticas en variadas formas.
Sin embargo, este Cristo que pasa junto a este publicano Mateo, inesperada y asombrosamente lo invita a seguirlo. Tal es lo que el encuentro suscita, que Mateo deja atrás su mesa recaudatoria, sus prácticas corruptas y opresivas, el que dirán, y su pasado. Ese rabbí galileo le ha abierto la puerta a una vida nueva, re-creada. Y como si eso no bastara, el Maestro comparte la mesa con varios otros publicanos más.
A diferencia de los otros Evangelios sinópticos, en donde se lo menta como Leví, en la Palabra para el día de hoy al publicano se lo reconoce por su nombre Mateo, y no es una expresión casual ni coyuntural: literalmente, Mateo significa don o regalo de Dios, y el nombre es signo y símbolo.
El publicano, el perdido, el extraviado, es el don de Dios para que la comunidad -cuerpo vivo de Cristo- se transforme en señal de auxilio y salvación para toda la humanidad, comenzando con los perdidos, los desechados, los que nadie quiere, con luz de compasión y misericordia.
Es claro que de un modo casi automático, los fariseos expresan su repudio y desconcierto, aún cuando lo hagan con buenos modos. Para estas almas severas y puntillosas, que se erigen en jueces exactos de sus hermanos, no hay un Cristo posible que se encuadre en sus parámetros.
Por eso, cada vez que la Iglesia florezca en compasión y se crezca en misericordia y servicio, es dable y razonable que arrecien tormentas de críticas en variadas formas.
Benditos sean esos momentos, signos ciertos de la fidelidad a la Buena Noticia, moleste a quien le moleste.
Paz y Bien
0 comentarios:
Publicar un comentario